Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Contra el Fatalismo Económico

Pierre Bourdieu

Texto del discurso pronunciado por Pierre Bourdieu el 22 de noviembre de
1997, en el acto de recepción del Premio Ernst Bloch, concedido por el
Instituto Ernst Bloch, en la ciudad alemana de Ludwigshafen.

Mis más cálidos agradecimientos para la ciudad de Ludwigshafen, su alcalde
el Señor Wolfgang Schulte y al Instituto Ernst Bloch, por el honor que se me
ha concedido y asocia mi nombre con el de uno de los filósofos a quien más
admiro. Mis agradecimientos también para el señor Ulrich Beck por el
generoso discurso que acaba de pronunciar. Me hace pensar en que en el
futuro próximo podremos asistir al nacimiento de la utopía de un colectivo
intelectual europeo, cosa que he apoyado durante mucho tiempo. Mi única
crítica a esta eulogia es su excesiva generosidad, especialmente por la
forma en que atribuyó a mi persona una cantidad de propiedades y cualidades
que sólo son producto de condiciones sociales.

No puedo dejar de pensar, cuando se me honra de semejante manera y se me
eleva al nivel de gran defensor de la idea utópica -en estos días tan
desacreditada, desechada y ridiculizada, en nombre del realismo económico-,
que estoy siendo autorizado o más precisamente urgido a intentar definir
cual tiene que ser y debe ser el papel del intelectual, en relación a la
utopía en general y la utopía europea en particular.

Revolución conservadora

Debemos reconocer que estamos actualmente en un período de restauración
neoconservadora. Pero esta revolución conservadora asume una forma sin
precedentes: no hay, como en tiempos anteriores, ningún intento de invocar
un pasado idealizado mediante la exaltación de la tierra, la sangre, y los
temas de las antiguas mitologías rurales. Es un nuevo tipo de revolución
conservadora que, para justificar su restauración reclama una relación con
el progreso, la razón y la ciencia -la economía, en verdad-, y a partir de
esto intenta relegar el pensamiento y la acción progresiva a un estatus
arcaico. Se erige como patrón de normas para todas las prácticas, y por
tanto como norma ideal, el orden del mundo económico librado a su propia
lógica: la ley del mercado, la ley del más fuerte. Ratifica y jerarquiza la
norma de los llamados mercados financieros, el retorno a un tipo de
capitalismo radical que no responde a ninguna ley más que a la máxima
ganancia; un capitalismo sin tapujos, desenfrenado, que ha sido llevado
hasta el límite de su eficiencia económica por medio de las formas modernas
de conducción Management y las técnicas manipuladoras como la investigación
de mercado y las propagandas de venta y comercialización.

El aspecto engañoso de esta revolución conservadora es que, atrapada por
todos los signos de la modernidad, aparentemente no conserva nada de la
oscura pastoral de la Selva Negra, tan amada por los revolucionarios de los
años 30. Después de todo, viene de Chicago ¿no es así? Galileo dijo que el
mundo natural está escrito en lenguaje matemático.

Actualmente, tratan de inventar que el mundo social está escrito en lenguaje
económico. Mediante el arma de las matemáticas -y también del poder de los
medios- el neoliberalismo se ha transformado en la forma suprema de
contraataque conservador, apareciendo durante los últimos treinta años bajo
la denominación de «el fin de la ideología» o, mas recientemente, «el fin de
la historia».

Fatalismo economicista

Lo que se nos presenta como un horizonte imposible de superar por el
pensamiento -el fin de las utopías criticas- no es nada más que un fatalismo
economicista, que puede criticarse en los términos empleados por Ernst Bloch
en El espíritu de la utopía (1) dirigiéndose al economicismo y fatalismo que
pueden encontrarse en el marxismo.

La fechitización de las fuerzas productivas y el fatalismo resultante, se
encuentra hoy paradójicamente en los profetas del neoliberalismo y en los
sacerdotes del Deutschmark y la estabilidad monetaria. El neoliberalismo es
una poderosa teoría económica cuya estricta fuerza simbólica, combinada con
el efecto de la teoría, redobla la fuerza de las realidades económicas que
supuestamente expresa. Sostiene la filosofía espontanea de los
administradores de las grandes multinacionales y de los agentes de la gran
finanza, en especial los agentes de Fondos de pensión. Seguida en todo el
mundo por políticos nacionales e internacionales, funcionarios oficiales y
especialmente por el mundillo de los periodistas tradicionales -todos mas o
menos igualmente ignorantes de la teología matemática subyacente- se esta
transformando en una creencia universal, en un nuevo evangelio ecuménico.
Este evangelio, o más bien la vulgarización gradual que se ha hecho a nombre
del liberalismo en todos los lugares, está confeccionada con una colección
de palabras mal definidas -«globalización», «flexibilidad», «desrregulación»
y otras- que, a través de sus connotaciones liberales e incluso libertarias
pueden ayudar a dar la apariencia de un mensaje de libertad y liberación a
una ideología que se piensa a si misma como opuesta a toda ideología.

De hecho, esta filosofía tiene y reconoce como su único objetivo la
permanente creación de riqueza y, más secretamente, su concentración en
manos de una minoría privilegiada, y por lo tanto conduce un combate por
cualquier medio, incluso la destrucción del medio ambiente y el sacrificio
humano, contra cualquier obstáculo a la maximización de las ganancias.

Seguidores del laisser-faire, como Thatcher, Reagan y sus sucesores ponen
cuidado en la práctica no del laisser-faire sino, al contrario, en dar mano
libre a la lógica de los mercados financieros para llevar adelante una
guerra total contra los sindicatos, contra las adquisiciones sociales de los
últimos siglos, en una palabra, contra todas las formas de civilización
asociadas con el estado social.

Juzgar por los resultados

La política neoliberal puede ser ahora juzgada por sus resultados, que son
claros para todos, a pesar de los esfuerzos para probar por medio de trucos
estadísticos y trampas groseras que Estados Unidos y Gran Bretaña han
alcanzado el pleno empleo. Hay desempleo masivo. Los trabajos que hay son
precarios, la permanente inseguridad resultante afecta una creciente
proporción de la población, aun en las clases medias. Hay una profunda
desmoralización ligada al colapso de la solidaridad elemental, especialmente
en la familia y todas las consecuencias de este estado de anomia:
delincuencia juvenil, crimen, drogas, alcoholismo, la reaparición en Francia
y en otros lugares de movimientos políticos de corte fascista.

Y hay una destrucción gradual de las adquisiciones sociales y cualquier
defensa de estas es denunciada como conservadurismo pasado de moda. A esto
podemos sumar ahora la destrucción de las bases económicas y sociales de las
más notables conquistas culturales de la humanidad. La autonomía de la cual
gozaban los universos de la producción cultural en relación al mercado, que
había crecido continuamente por medio de las luchas de los escritores,
artistas y científicos, está cada vez más amenazada. La dominación del
«comercio» y de «lo comercial» sobre la literatura aumenta día a día,
especialmente por medio de la concentración de la industria de publicidad
que está cada vez más sujeta a las restricciones de la ganancia inmediata.
Acerca del cine, podemos preguntarnos qué quedará del cine artístico
experimental europeo en diez años, a no ser que se haga todo lo posible para
proporcionar a los productores de vanguardia los medios de producción y más
importante aún, de distribución. Todo esto, sin mencionar los servicios
sociales, condenados o a las órdenes directamente interesadas de las
burocracias estatales o empresariales o a ser estrangulados económicamente.

Se me preguntará ¿cual fue el papel de los intelectuales en todo esto ? No
intentaré hacer un listado -sería muy largo y muy cruel- de todas las formas
omisión o, peor aun, de colaboración.

No necesito mencionar los argumentos de los así llamados filósofos
modernistas y posmodernistas que, no satisfechos con enterrarse a sí mismos
en juegos escolásticos, se reducen a la defensa verbal de la razón y el
diálogo racional, o peor aun, sugieren una versión supuestamente posmoderna
pero realmente radical-chic de la ideología del fin de las ideologías, con
toda su condena de las grandes narrativas y una denuncia nihilista de la
ciencia.

Utopismo razonado

¿Cómo podremos evitar desmoralizarnos en este entorno más o menos
desalentador? ¿Cómo devolveremos la vida y la fortaleza social al «utopismo
razonado» del que habla Ernst Bloch refiriéndose a Francis Bacon? (2). Para
empezar ¿cómo debemos entender el significado de esta frase? Otorgándole un
riguroso significado a la oposición descrita por Marx entre «sociologismo»
(la pura y simple sumisión a las leyes sociales) y «utopismo» ( el desafío
audaz de estas leyes), Ernst Bloch describe al «utópico razonable» como
quien actúa en virtud de «el pleno conocimiento conciente del curso
objetivo», la posibilidad objetiva y real de su «época»; a quien, en otras
palabras, «anticipa psicológicamente una posible realidad». El utopismo
racional se define como opuesto tanto al «pensamiento ilusorio que siempre
ha traído descrédito a la utopía» como a «las trivialidades filisteas
preocupadas esencialmente por los hechos». Se opone al «derrotismo
ultimatista» -la herejía de un automatismo objetivista, según el que las
contradicciones objetivas del mundo serían suficientes en sí mismas para
revolucionar el mundo en el cual se dan- y, al mismo tiempo, al «activismo
por sí mismo» , puro voluntarismo basado en un exceso de optimismo.(3) Así
que contra este «fatalismo de banquero» que pretende hacernos creer que el
mundo no puede ser diferente a lo que es -en otras palabras, totalmente
sometido a los intereses y deseos de ellos-, los intelectuales y todos
aquellos preocupados por el bienestar de la humanidad tendrán que
restablecer un pensamiento utópico con respaldo científico, tanto en sus
metas, que deben ser compatibles con las tendencias objetivas, como en sus
medios, que también deben ser científicamente examinados. Necesitan trabajar
colectivamente en estudios que puedan impulsar proyectos y acciones
adecuados a los procesos objetivos que se intenta transformar.

El utopismo razonado, como lo he definido, es indiscutiblemente lo más
ausente en la Europa actual. La forma de resistir a esta Europa -la que el
pensamiento de los banqueros intenta hacernos aceptar a toda costa- no es el
rechazo a Europa en sí misma desde una posición nacionalista, como lo hacen
algunos, sino levantar un rechazo progresivo a la Europa neoliberal definida
por bancos y banqueros. Sirve a sus intereses suponer que cualquier rechazo
a la Europa que quieren equivale a un rechazo a cualquier Europa. Pero
rechazando a una Europa definida y dominada por los bancos, rechazamos el
pensamiento de los banqueros y el proceso que -bajo la cobertura neoliberal-
termina haciendo del dinero la medida de todas las cosas, incluido el valor
de los hombres y mujeres en el mercado laboral y así en todos los terrenos,
en todas las dimensiones de la existencia; un proceso que al establecer la
ganancia como criterio único para evaluar la educación, la cultura, el arte,
la literatura, nos condena a una prosaica civilización desabrida de «fast
food», novelas de aeropuertos y guisos televisivos.

Resistencia europea

La resistencia a la Europa de los banqueros y la previsible restauración
conservadora, sólo puede ser europea. Y solamente puede ser europea en el
sentido de liberarse de intereses, presunciones, prejuicios y hábitos de
pensamiento que son nacionales y aun vagamente nacionalistas, siendo
realmente una acción de todos los europeos, en otras palabras, una
combinación concertada de intelectuales de todos los países europeos,
sindicatos de todos los países europeos, de las más diversas asociaciones de
todos los países europeos. Es por esto que la tarea más urgente del momento
no es elaborar programas europeos comunes, sino la creación de instituciones
-parlamentos, federaciones internacionales, asociaciones europeas de esto y
aquello: camioneros, editores, maestros y demás, pero también defensores de
árboles, peces, hongos, aire puro, niños y todo lo
demás- en el seno de los cuales pueden ser discutidos y elaborados
determinados programas europeos. La gente podrá decir que todo esto ya
existe, pero yo estoy plenamente seguro de lo contrario, no es preciso más
que mirar la actual situación de la federación europea de sindicatos; la
única corporación internacional europea que se está construyendo y que posee
cierto nivel de efectividad es la de los tecnócratas, contra la cual no
tengo nada que decir, en verdad sería el primero en defenderla contra las
dudas generalmente estúpidas, nacionalistas o -peor aún- populistas que se
ciernen sobre ella.

Finalmente, para no dar una respuesta general y abstracta a la pregunta por
la cual comencé -sobre el papel de los intelectuales en la construcción de
la utopía europea- quisiera decir que contribución espero hacer
personalmente a esta inmensa y urgente tarea. Convencido como estoy de que
los mayores vacíos de la construcción europea pueden ubicarse en cuatro
áreas principales -el estado social y sus funciones; la unificación de los
sindicatos; la armonía y modernización de el sistema educativo; y la
articulación entre la política económica y la política social- estoy
trabajando actualmente, en colaboración con investigadores de diversos
países europeos, sobre la concepción y construcción de las estructuras
organizativas esenciales para llevar a cabo la investigación comparativa y
complementaria necesaria para aportar al utopismo en estas cuestiones su
carácter razonado, especialmente, por ejemplo, esclareciendo los obstáculos
sociales hacia una europeización real de instituciones tales como estado,
sistema educativo y sindicatos.

Un proyecto especialmente querido por mí, se refiere a la articulación entre
la política económica y lo que llamamos política social, más precisamente,
los efectos sociales y los costos de la política económica.

Incluye el intento de encontrar las causas primarias de las diversas formas
de la miseria social que aflige a hombres y mujeres de las sociedades
europeas, lo que casi siempre nos remite a decisiones económicas. Es una
oportunidad para que el sociólogo, a quien corrientemente no se consulta
excepto para remendar la vajilla que rompen los economistas, aproveche para
recordarnos que la sociología puede y debe jugar un papel inicial en las
decisiones políticas que son dejadas cada vez más en manos de los
economistas o dictadas de acuerdo a consideraciones económicas muy
limitadas. A través de una descripción detallada del sufrimiento causado por
las políticas neoliberales -en el mismo sentido que en La Misere du monde
(4)- y por medio de sistemáticas referencias cruzadas entre, por un lado,
los índices económicos concernientes a la política social de las empresas
(ajustes, métodos administrativos, salarios y demás) y, por otro lado, los
índices de tipo más evidentemente social (accidentes industriales,
enfermedades ocupacionales, alcoholismo, utilización de drogas, suicidio,
delincuencia, crimen, violaciones, y demás). Me gustaría plantear la
pregunta acerca de los costos sociales de la violencia económica y por lo
tanto intentar diseñar las bases para una economía del bienestar que tenga
en cuenta todas las cosas que, la gente que dirige la economía y los
economistas, excluyen de los cálculos más o menos imaginarios en cuyo nombre
pretenden gobernarnos.

Por lo tanto, para concluir, sólo quiero formular la pregunta que debe estar
en el centro de cualquier utopía razonada concerniente a Europa: cómo
creamos una Europa realmente europea, una que esté libre de toda dependencia
de cualquiera de los imperialismos -comenzando por el imperialismo que
afecta la producción y la distribución cultural en particular, vía las
restricciones comerciales. Liberada también de todos los residuos nacionales
y nacionalistas que aun impiden que Europa acumule, aumente y distribuya
todo lo que es más universal en la tradición de todas naciones que la
componen.

Para terminar con un lugar totalmente concreto del «utopismo» razonado,
permítaseme sugerir que esta cuestión, para mí crucial, sea incluida en el
programa del Centro Ernst Bloch y el de la organización internacional de
«utópicos reflexivos» que en él podría constituirse.

* Publicado en New Left Review Nº 227, enero-febrero 1998, Londres.

* Traducido del inglés por Clara Inés Restrepo.

* Pierre Bourdieu es uno de los principales sociólogos y antropólogos
contemporáneos, autor entre otros muchos de libros como El oficio del
sociólogo (en colaboración con J.C Chamboredon y J:C Passeron), La
distinción, El sentido práctico, La reproducción. Elementos para una teoría
de la enseñanza, etc. Director de la revista Actes de la recherche en
Sciences Sociales y de numerosos trabajos colectivos de investigación, como
el publicado bajo el título La misère du monde, así como de incisivas
denuncias contra las manipulaciones mediáticas, se destaca también por su
militante solidaridad con las luchas de los trabajadores y, más
recientemente, ante la guerra en los Balcanes, por una clara postura de
condena tanto a la agresión de la NATO como la «limpieza étnica» lanzada
contra los kosovares por el régimen de Milosevic.

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José Eugenio Guimarães

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