Tras el 24-M: PODEMOS y la Izquierda
Andrés de Francisco
De las elecciones del 24-M pueden extraerse algunas lecciones relevantes para la izquierda.
1.- El eje izquierda-derecha está vivo, y PODEMOS ha quedado resituado en él a la izquierda de PSOE. Es interesante constatar que por primera vez desde la transición el PSOE tiene, no uno, sino dos grandes partidos a su izquierda más otras fuerzas de alcance territorial menor. Luego volveré sobre este asunto.
En cualquier caso, el intento de sustitución del eje izquierda-derecha por el de arriba-abajo no ha tenido éxito. Como es sabido, los estrategas de PODEMOS utilizaron el esquema vertical buscando concentrar la indignación popular en un polo negativo (una casta corrupta, una oligarquía plutocrática) que devolviera como imagen especular una sociedad civil o una comunidad de ciudadanos (la gente, los de abajo) integrada como unidad popular. Era de esperar que esto no sucedería, y no sucedió. La razón no es que el eje vertical no exista o no sea relevante. Es fundamental, porque es el eje clásico de la dominación. El problema es que es un eje que se reproduce constantemente en la sociedad civil. Existe, si se quiere, entre los selected few y la mayoría popular. Pero existe y se reproduce en el seno de esa misma mayoría popular.
Se reproduce, en efecto, entre el hombre y la mujer, porque hay todavía machismo y patriarcalismo en nuestra sociedad, entre el natural y el inmigrante, porque aún hay xenofobia, entre el blanco y el negro, porque sigue habiendo racismo. Se reproduce entre el superior y el inferior jerárquico dentro de la administración burocrática, pública o privada, entre el cátedro y el interino, entre el patrón y su clientela, entre la “señora de la casa” y la asistenta del hogar, entre el funcionario y el ciudadano, entre el capital financiero y el industrial, entre el acreedor y el deudor. Y se da, muy principalmente, entre el empresario y el trabajador, sea el empresario pequeño, mediano o grande. La relación capital/trabajo sigue siendo la fractura fundamental de nuestra sociedad capitalista, pero no es una relación homogénea sino compleja y plural.
Lo central para mi argumento es que todas esas microrrelaciones de poder constituyen otros tantos ejes de dominación dispersos, y a veces entrecruzados, reproducidos de forma heterogénea a lo largo y ancho de la sociedad civil. Idealmente, la izquierda está en la defensa de los que sufren un poder arbitrario –dominación- en cada uno de esos ejes verticales arriba/abajo. Pero una de las dificultades de articular un discurso de izquierdas–y eventualmente, una política de izquierdas- es integrar todos esos ejes y conformar un discurso y una praxis coherentes. Porque muchos individuos ocupan posiciones contradictorias de clase y estatus. El obrero sufre la dominación (de clase) en la empresa, pero como marido ejerce en casa una dominación (de estatus) sobre su mujer. El empleado que ocupa un puesto de dirección intermedio domina y es dominado dentro de la corporación en la que trabaja. El pequeño –y el gran- empresario debe al banco su línea de crédito o su préstamo pero espera cobrar lo que le deben sus clientes.
Por eso –porque esos ejes de dominación se cruzan y solapan y se invierten- no es tan fácil articularlos coherentemente en la teoría y en la praxis de la izquierda. Mucho menos cuando sabemos que toda propuesta, toda política pública, toda intervención, debe tener en cuenta al menos estas dos cosas: la compatibilidad de incentivos respecto de la eficiencia (por ejemplo: la equidad fiscal tiene que buscar también el óptimo recaudatorio) y la posibilidad de efectos no intencionados que pueden volverse contra las propias intenciones, por sensatas que fueren (por ejemplo, el aumento del gasto público puede provocar consecuencias indeseables y no intencionadas que, incluso, pueden acabar reduciendo el propio gasto público). Pero ese es el reto. La solución no es renunciar al eje horizontal izquierda/derecha en beneficio de un gran eje vertical arriba/abajo artificialmente simplificado.
2.- La segunda lección importante de estas municipales y autonómicas es que el PSOE resiste. Y en la medida en que ha resistido, ha salido fortalecido, pese a su pérdida global de votos. La estrategia de sorpasso de PODEMOS sobre el PSOE, sencillamente, no se ha cumplido. Primero, porque el PSOE cuenta con importantísimas reservas de votos en Andalucía, Extremadura, Castilla la Mancha, Aragón o Asturias, pese al diferencial de voto joven a favor de PODEMOS. Eso hace que el PSOE siga siendo la fuerza hegemónica de la izquierda en España, conservando el voto más moderado de centro-izquierda. Segundo, porque la fuerte irrupción de Ciudadanos ha cortocircuitado la estrategia de PODEMOS de pescar votos en el caladero del centro-derecha. El viaje a la “centralidad” de PODEMOS, por el momento, ha tenido un corto recorrido. Y al rebotar sobre esos dos muros de contención del centro –PSOE y C’s-, PODEMOS se ha encontrado compitiendo con IU, que es la fuerza política sobre la que se ha operado el verdadero sorpasso. Ante esta situación cabe esperar dos cosas: a) que IU desaparezca y PODEMOS ocupe definitivamente su lugar; y b) que PODEMOS quede represado entre PSOE y una IU resistente. Creo que la primera opción no beneficia a la izquierda: sería un puro fenómeno de sustitución. La opción b), por el contrario, permite dibujar estrategias más interesantes para la izquierda, por ejemplo, de cara a las próximas elecciones generales.
3.- PODEMOS ha obtenido un 13.8% de los votos emitidos en estas autonómicas. Conviene recordar que el Barómetro de la Sexta de enero de 2014 daba a IU un 14.7% en intención de voto para unas eventuales generales; el de febrero del mismo año, un 14.5% y la encuesta de Metroscopia de la misma fecha, un 13.5%. Sin embargo, IU obtuvo el 24-M tan sólo un 4.72% del voto municipal total. Está claro que el flujo sanguíneo de PODEMOS consta principalmente de sangre transmutada de las venas de IU, con una importante inyección de votantes desencantados con el PSOE y de jóvenes votantes primerizos. Entre PODEMOS e IU, sin embargo, no llegan al 20%. No está nada mal, desde luego (¡no hubiéramos ni soñado algo así hace pocos años!), pero es insuficiente para liderar un cambio a la izquierda desde el gobierno central.
Por otro lado, estas elecciones han dejado claro que las plataformas ciudadanas como las de Madrid o Barcelona son más fuertes que PODEMOS compitiendo por su cuenta. Y aquí PODEMOS se enfrenta a un serio dilema: a) diluirse en esas candidaturas ciudadanas de convergencia de la izquierda, y ser un agente importante pero uno más junto a otras fuerzas políticas y las distintas unidades organizativas y asociaciones; o b) intentar hegemonizarlas. Es obvio que la principal tentación de PODEMOS en algunos casos –no en Galicia o Barcelona, por ejemplo, donde sería absurdo- es la opción b). Pero si se decide por esta vía habrá que ver si el resto de grupos se deja hegemonizar, cosa que no tengo clara; y si hay conflicto interno, cosa nada improbable, PODEMOS puede terminar siendo una amenaza o un obstáculo para esas candidaturas de convergencia de izquierda, que deberían ser abiertas, plurales, inclusivas y colegiadamente dirigidas, aunque siempre contando con liderazgos fuertes y carismáticos como los de Colau o Carmena. Esas plataformas recogen gran parte del espíritu del 15-M, espíritu que rebasa el molde tradicional de la organización y disciplina del partido, por lo que no va a ser fácil para PODEMOS –ni deseable- controlarlas.
4.- De cara a futuros gobiernos de la nación, estas elecciones dibujan un horizonte de oportunidad en el que puede gobernar una izquierda nueva y plural por primera vez desde la transición. Sin embargo, ese posible bloque de gobierno es impensable sin el PSOE. Mal que les pese a muchos, el PSOE, con sus más de 5 millones de votos, sigue siendo el eje fundamental del centro-izquierda en este país, y el cambio político sólo acontecerá si todos reconocen este hecho insoslayable. El modelo Syriza no ha cuajado a este lado del mediterráneo, al menos por el momento. Tarea de las izquierdas del PSOE es conformar potentes candidaturas de “unidad popular” –que han funcionado bien- con la vista puesta en opciones futuras de gobierno que tendrán que contar con el PSOE. Cuanto más peso electoral tengan esas candidaturas, mayor será la fuerza gravitatoria que ejercerán sobre el PSOE y más podrán tirar de él hacia la izquierda. El PSOE no va a girar a la izquierda por sí solo (en gran medida, ha perdido la imaginación y la creatividad necesarias para iniciar ese movimiento); pero se le puede forzar a ello si no le queda otro remedio. Y en sus bases hay todavía mucha militancia que apoyaría ese giro. Por otro lado, si PODEMOS sigue empeñado en su viaje al centro, perderá la oportunidad de ser uno de los ejes importantes –junto a IU y otras fuerzas- de una poderosa izquierda reconstituida, tan necesaria. Hasta noviembre de 2015, estas elecciones locales y autonómicas brindan un excelente campo de experimentación para una futura compartición de poder.
A mi entender, el éxito de este posible bloque de gobierno futuro dependerá de que se cumplan, al menos, dos condiciones. Una: que las izquierdas del PSOE vayan unidas. Cualquier fragmentación de esas izquierdas podrá satisfacer vanidades individuales, henchir egos incompletos o colmar necesidades narcisistas –que de todo eso sabe mucho la izquierda radical de nuestra querida España-, pero perjudicará el futuro cambio político. Dos: aparcar la cuestión soberanista. A corto plazo, el PSOE no va a entrar en ese juego, pero en su momento sí podría contemplar la posibilidad de abrir un proceso constituyente -serio, sincero, profundo-, en el que cabría atacar con rigor esa delicada cuestión, entre algunas otras, que la ya vieja y gastada constitución del 78 no puede resolver. Pero antes hay que construir dicho bloque político. Tarea nada sencilla, desde luego.
5.- En estas elecciones del 24-M todos resultaron ser socialdemócratas; incluso Ciudadanos, que ha manifestado su inclinación –no sé si sincera- por el modelo danés de la flexiseguridad. Sin embargo, la campaña ha puesto en evidencia una preocupante falta de pensamiento de esos mismos partidos políticos. Casi todos, en efecto, han recurrido a pobres retóricas cargadas de palabras viejas convertidas en significantes vacíos. Con la excepción de Barcelona en comú, el recorrido intelectual de esta campaña ha sido escaso. La socialdemocracia atraviesa una crisis histórica sin precedentes, y apenas ninguno de los actores políticos parece haberse dado cuenta de ello. Hay que repensar a fondo muchas cosas, porque las condiciones que hicieron posible el pacto social de posguerra se las ha llevado el tsunami de la globalización: en lugar de pleno empleo y ciclo vital fordista, hay precariado y elevadas tasas de paro estructural; en lugar de gran concentración industrial, hay desindustrialización y deslocalización empresarial; en lugar de una fiscalidad agresivamente progresiva, las haciendas contemporáneas penalizan a las rentas del trabajo y exoneran o benefician a las rentas del capital, al tiempo que el nivel de fraude crece y crece; en lugar de un sistema financiero regulado y contenido, asistimos a una economía hiperfinanciarizada que vive de la especulación y engendra burbujas sin freno; en lugar de Estados autónomos y soberanos tenemos Estados arrodillados ante una gobernanza que sobrerrepresenta los moneyed interests de las grandes corporaciones trasnacionales y persigue en casa a los más vulnerables negándoles o recortándoles derechos, antaño universales.
Hay quien, como Guy Standing, se esfuerza en pensar nuevos horizontes de progreso que rompan con los presupuestos laboristas que subyacían al modelo social europeo clásico: el trabajo como labour está perdiendo centralidad y hay que trascenderlo –piensa Standing- en beneficio de modelos de sociedad donde el trabajo como work (no remunerado, reproductivo, etc.) quede emancipado de la servidumbre del salario, y donde se recupere la soberanía popular sobre los commons, barridos por el capitalismo y despreciados por el viejo Estado de bienestar.[1] Propuestas como esta son discutibles, pero sin duda interesantes. Lo que sorprende es que no se haya oído ni una palabra sobre ellas en boca de los líderes de los partidos –antiguos y nuevos- que se proclaman partidarios de la socialdemocracia. En concreto, PODEMOS simplificó extraordinariamente su mensaje, convirtió el “cambio” en su palabra estrella pero apenas indicó cómo y en qué dirección iría ese cambio, más preocupado en todo momento de no meter la pata, de no pisar ningún charco, que de pensar ese cambio y dotarlo de contenido.
PODEMOS tiene dirección, liderazgo, y organización en grado variable.[2] Pero todavía no tiene un pensamiento sólido. Prueba de ello han sido sus constantes deslizamientos, su permanente juego con los conceptos y las ideas, sus renuncias. Y también sus guiños. No tiene un pensamiento laico-republicano sólido, y de ahí sus gestos –a menudo obsecuentes- hacia la Iglesia y el trono. Un pensamiento lacio-republicano sólido pondría encima del tapete, para empezar, la revisión del concordato con la Santa Sede, y desde luego no haría regalitos al rey en el 14 de abril, día de la república. Tras el “decreto” de abolición de las clases sociales en aras de un popolo unitario, PODEMOS no tiene un pensamiento social sólido con capacidad de discriminación analítica de la fragmentación y segmentación social. Tampoco hay en PODEMOS un pensamiento sólido sobre el Estado, sobre el mercado o sobre el propio capitalismo. Porque, entre otras cosas, no ha planteado nunca seriamente la necesidad de racionalizar el Estado o pensar su dimensión ética, regular los mercados o revisar los sistemas de propiedad, desmercantilizando determinados bienes o poniendo límites a su acumulabilidad o enajenabilidad. Finalmente, PODEMOS no tiene un pensamiento ecológico sólido porque, sencillamente, la cuestión ecológica está fuera de su discurso y su agenda. Su adhesión de última hora a la “socialdemocracia” no puede ser sino una adhesión superficial y –todo hay que decirlo- oportunista.
Cuando no hay pensamiento sólido, ¿qué queda realmente? Queda el marketing político. El pensamiento político tiene ideales regulativos como la verdad o la coherencia lógica. En cambio, un buen mercader no necesita ni grandes reflexiones ni grandes ideas, y puede desdecirse de lo que dijo si cree que eso ha dejado de vender. Antes al contrario, las buenas ideas y las verdades suelen venderse mal. El pensamiento político, el auténtico, tiene también ideales éticos con los que perfila sus aristas críticas. El mercader político puede prescindir de sus principios –o no tenerlos- si entiende que le enajenan clientes. La lógica del mercado es harto sencilla: se reduce a la maximización de la utilidad privada; la del mercado político también es sencilla: se reduce a la maximización del número de votos. Para ello basta con saber elegir los medios más eficaces; por eso el marketing político es un espacio sometido a la jurisdicción de la pura y dura racionalidad instrumental. No está regido por la voluntad de saber ni por intereses emancipatorios. Es otra voluntad –seguramente la de poder- la que inspira y da forma a las motivaciones últimas (y a las hipócritas autojustificaciones y racionalizaciones que las suelen acompañar). Hubo momentos en la historia en los que pensamiento y acción política fueron de la mano. Y la gran teoría política surgió de esos grandes encuentros fructuosos. Pero hace ya tiempo que la lógica mercantil de la competición electoral ha disociado ambas cosas, la idea y la acción, y ha desplazado la política al terreno de la post-verdad. A ello sin duda, ha ayudado el giro posmoderno que ha permeado a gran parte de la academia contemporánea y también, desde luego, a determinadas izquierdas “complutenses”. La principal damnificada de este giro es justamente la verdad, que está en el centro de la racionalidad epistémica y científica moderna, objeto central ya de la crítica posestructuralista. Y con ella, todas las grandes dicotomías de la metafísica occidental, cuales son las de la esencia y la apariencia, lo auténtico y lo inauténtico, lo latente y lo manifiesto, o también la dicotomía entre significante y significado. Frente a este modelo de profundidad, el giro posmoderno propone otro de superficialidad intertextual, sin centros ni sujeto, relativista, fragmentario, ecléctico, sin temporalidad ni memoria, de significantes vacíos; y de frivolidad: es la cultura del simulacro. Todo vale, todo cambia. No hay ninguna realidad última, ninguna verdad. Lo importante, lo decisivo es la imagen.[3]
Hay bastante de esto último en algún que otro líder –sobre todo, madrileño- de PODEMOS. Y es muy peligroso para la cultura de la izquierda. La izquierda necesita rearmarse intelectualmente y recuperar rigor y horas de estudio.
Sin embargo, ejercer el poder bien, utilizar sus palancas para elaborar buenas leyes y hacerlas cumplir, para atacar privilegios e injusticias, para combatir el fraude y forzar la cooperación, para fomentar la cultura cívica y la confianza en las instituciones y entre los ciudadanos, para favorecer modelos alternativos de desarrollo compatibles con el principio de dignidad o el de contención ecológica, etc… Para todo ello –y mucho más- se necesita buena teoría. Sin duda. Pero más que eso, se necesita ética. Ética en el sentido fuerte del término, el que hace arraigar en el carácter las grandes virtudes como el coraje, la moderación y la justicia. Y es muy difícil forjar esos caracteres sin recuperar categorías –como las de autenticidad y verdad- que el pensamiento débil posmoderno (“posmetáfisico”) se empeña en “deconstruir”. Sin esos caracteres y sin esas virtudes, sin embargo, será difícil expulsar de nuestra vida pública y de nuestras instituciones el nepotismo (l@s novi@s, hij@s, herman@s, que siguen instalándose en la política por el único mérito del parentesco o la contigüidad), el clientelismo, los privilegios de casta y la corrupción. Este país tiene siglos de hambre atrasada y el gen de la picaresca bien instalado en su ADN. Ya va siendo hora de que lo extirpemos. Y que el nuevo y fascinante ciclo político que tenemos enfrente no acabe resolviéndose en otro de tantos ciclos de circulación de élites.
[1] Cfr. Guy Standing (2014), Precariado: una carta de derechos, trad. de A. de Francisco, Madrid: Capitán Swing.
[2] Y, si no los tiene ya, pronto tendrá los problemas derivados de todo eso –conflicto, disensión, faccionalismo, clientelismo-, y ya se verá cómo los van resolviendo.[1]
[3] Cfr. F. Jameson (1993), Postmodernism or The cultural lógic of Late Capitalism, Londres: Verso. Esta obra sigue siendo el mejor análisis crítico, desde la izquierda marxista, de la posmodernidad.