Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Marxismo y ecología: Fuentes comunes de una Gran Transición

John Bellamy Foster

Este artículo, en su versión original en inglés, se publicó (junto con comentarios sobre él de otros nueve autores, entre los que se incluyen los colaboradores de Monthly Review David Barkin, Hannah Holleman, y Fred Magdoff) en la página web de la Great Transition Initiative en octubre de 2015: http://greattransition.org/publication/marxism-and-ecology.

Vincular el marxismo y la transición ecológica puede parecer al principio como intentar establecer un puente entre dos movimientos y discursos completamente diferentes, cada uno de ellos con sus propias historia y lógica: uno que tiene fundamentalmente que ver con las relaciones de clase y el otro con la relación entre los seres humanos y el medio ambiente. Sin embargo, históricamente el socialismo ha influenciado el desarrollo del pensamiento y la práctica ecologista, a la vez que la ecología ha dado forma al pensamiento y la práctica socialista. Desde el siglo XIX, la relación entre los dos ha sido compleja, interdependiente y dialéctica.

Los enfoques marxianos sobre la crisis ecológica planetaria y la transformación socio-ecológica necesaria para su resolución han evolucionado rápidamente en las últimas décadas, creando las bases para una lucha colectiva, mucho más poderosa, por una Gran Transición, en la que «el consumismo, el individualismo y el dominio sobre la naturaleza» sean reemplazados por «una nueva tríada: calidad de vida, solidaridad humana y sensibilidad ecológica».1 Las exigencias de una sociedad dedicada a las necesidades en lugar de al beneficio y a la igualdad y solidaridad humanas han estado asociadas desde hace mucho al socialismo. Más recientemente, pensadores socialistas han dado igual importancia a la sostenibilidad ecológica, basándose en la crítica medioambiental de Karl Marx del capitalismo y su visión pionera de un desarrollo humano sostenible.2

Este ensayo descubre las profundas raíces ecológicas del pensamiento de Marx, mostrando cómo introdujo una perspectiva medioambiental con peso sobre la cuestión dominante de la transformación social. De ahí se sigue el rastro de la evolución de la ecología marxiana, iluminando su vínculo profundo, formativo, sobre la moderna economía ecológica y la ecología de sistemas. Concluye con un proyecto más amplio, el de construir el profundo y amplio movimiento social necesario para detener y revertir la destrucción ecológica y social.

Por primera vez en la historia humana, nuestra especie se enfrenta a una elección existencial extrema. Podemos seguir por el camino del «business as usual», de seguir como hasta ahora, y arriesgarnos a un cambio del sistema Tierra catastrófico (a lo que Frederick Engels se refería metafóricamente como «la venganza de la naturaleza»), o podemos tomar la ruta transformadora de un cambio del sistema social dirigido a un desarrollo humano igualitario en coevolución con los parámetros vitales de la Tierra.3 Este es el reto epocal de nuestro tiempo: avanzar en las medidas radicales de reforma que se opongan a la lógica del capital en el presente histórico fusionándose al mismo tiempo con una larga revolución para construir una nueva formación social y ecológica que tenga el objetivo de un desarrollo humano sostenible.

El socialismo y los orígenes de la ecología de sistemas

La ecología tal como hoy se entiende solo ha llegado a ser lo que es con la aparición de la ecología de sistemas y el concepto de ecosistema. Aunque Ernst Haeckel, quien promovió y popularizó el trabajo de Charles Darwin en Alemania, acuñó el término «ecología» en 1866, originalmente el término se utilizó simplemente como un equivalente al vago concepto de Darwin de la «economía de la naturaleza».4 El punto de vista de la ecología como una forma de referirse a las complejas comunidades vegetales ganó importancia en los estudios botánicos de principios del siglo XX.

Pero la ecología tuvo otras raíces, más cercanas a nuestra actual concepción, en los primeros trabajos sobre ciclos de nutrientes y la extensión del concepto de metabolismo a los procesos sistémico-ecológicos. Una figura clave a este respecto, el gran químico alemán Justus von Liebig, lanzó una importante crítica ecológica de la agricultura industrial británica a finales de la década de 1850 y principios de los 60.5 Liebig acusaba a los británicos de desarrollar una cultura del robo, drenando sistemáticamente el suelo de nutrientes, obligando por tanto a la importación de huesos de los campos de batalla napoleónicos y de las catacumbas de Europa, y de guano del Perú, para reponer los campos ingleses. El análisis de Liebig era en sí mismo el producto de las revoluciones que estaban teniendo lugar en la física y la química del siglo XIX. En 1845, Julius Robert von Mayer, uno de los codescubridores de la conservación de la energía, había descrito el metabolismo de los organismos en términos termodinámicos. El nuevo pensamiento físico-químico destacaba la interrelación entre lo inorgánico y lo orgánico (abiótico y biótico), proporcionando la base inicial para lo que finalmente llegaría a ser una teoría de sistemas ecológicos más amplia.6

Inspirándose en el trabajo de Liebig y en el del físico socialista Roland Daniels, Karl Marx introdujo el concepto de «metabolismo social», que desde finales de la década de 1850 en adelante ocuparía un lugar central en todos sus trabajos económicos.7 Marx definía el proceso de trabajo como una forma con la que el «hombre, mediante sus propias acciones, media, regula y controla el metabolismo entre él mismo y la naturaleza». La producción humana actuaba dentro de lo que él llamaba «el metabolismo universal de la naturaleza». Sobre esta base, desarrolló su teoría de la crisis ecológica propiamente dicha, ahora conocida como teoría de la brecha metabólica, señalando la «brecha irreparable en el proceso interdependiente del metabolismo social, un metabolismo prescrito por las leyes naturales de la vida misma».8 Como ha escrito recientemente el economista Ravi Bhandari, el marxismo fue «la primera teoría de sistemas».9 Esto es verdad no simplemente en términos político-económicos, sino también por incorporar la termodinámica y la más amplia relación metabólica entre naturaleza y sociedad en sus análisis.

Estas dos facetas del análisis ecológico -la idea de Haeckel de «ecología» y el concepto de Liebig y Marx de relación metabólica entre sociedad y naturaleza- evolucionaron durante las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX. A partir de la década de 1880, el destacado zoólogo británico E. Ray Lankester (protegido de Charles Darwin y Thomas Huxley y amigo cercano de Marx) propuso una fuerte crítica ecológica del capitalismo y del concepto victoriano del progreso.10 Un estudiante de Lankester, el botánico Arthur George Tansley (como Lankester un socialista de tipo fabiano) fundó la British Ecological Society. Tansley introdujo el concepto de ecosistema en 1935, en una polémica teórica contra el «holismo» ecológico racista del general Jan Smuts y sus seguidores en Sudáfrica. Durante el proceso, desarrolló un enfoque amplio, materialista, de la ecología que incorporaba procesos tanto inorgánicos como orgánicos.11

Otros acontecimientos relacionados se produjeron en la Unión Soviética. En su trabajo de 1926 La Biosfera, V.I. Vernadsky argumentaba que la vida que existía en la delgada superficie de una esfera planetaria auto-contenida, era en sí misma una fuerza geológica que afectaba a la Tierra como totalidad, y tenía un impacto sobre el planeta que se iba haciendo más extenso con el tiempo.12 Estas percepciones llevaron a Nikolai Bujarin, una figura líder en la Revolución Rusa y en la teoría marxiana, a reformular el materialismo histórico como el problema del «hombre en la biosfera».13 A pesar de la purga de Bujarin y otros pensadores con una orientación ecológica, el trabajo de Vernadsky siguió siendo central para la ecología soviética, y más tarde ayudó a inspirar el desarrollo del moderno análisis del sistema Tierra. La ecología tal como la conocemos hoy representa por tanto el triunfo de una teoría de sistemas materialista. El concepto de ecosistema de Tansley se centra en los complejos naturales en un estado de equilibrio dinámico. Los ecosistemas eran vistos como complejos relativamente estables y resilientes que eran no obstante vulnerables y sujetos al cambio. Para desarrollar este análisis, se inspiró en la perspectiva de sistemas del matemático y físico británico marxista Hyman Levy. En el marco de Tansley, la humanidad era vista como un «factor biótico excepcionalmente poderoso» que perturbaba y transformaba los ecosistemas naturales.14 En la misma medida, la ecología hoy se centra en la perturbación humana de los ecosistemas de lo local a lo global. Los conceptos de Marx de «metabolismo universal de la naturaleza», «metabolismo social» y brecha metabólica se han demostrado inestimables para modelar la relación compleja entre sistemas social-productivos, especialmente el capitalismo, y los sistemas ecológicos mayores en los que se encuentran insertos.

Este enfoque sobre la relación humana-social con la naturaleza, profundamente entrelazado con la crítica de Marx de la sociedad de clases capitalista, da al materialismo histórico una perspectiva única de la crisis ecológica contemporánea y el reto de la transición.

Marx escribió sobre la brecha en el metabolismo del suelo causada por la agricultura industrializada. Nutrientes esenciales para el suelo, como el nitrógeno, el fósforo y el potasio contenidos en alimentos o fibras eran enviados a centenares, incluso miles de kilómetros, a ciudades densamente pobladas, donde terminaban como desechos, empeorando la contaminación urbana a la vez que suponían una pérdida para el suelo. Siguió destacando la necesidad de una regulación racional del metabolismo entre seres humanos y naturaleza como algo fundamental para crear una sociedad sostenible más allá del capitalismo. El socialismo era definido en términos ecológicos, exigiendo que «el hombre socializado, los productores asociados, gobiernen el metabolismo humano con la naturaleza de una forma racional… consiguiéndolo con el menor gasto de energía y en las condiciones más beneficiosas y apropiadas para su naturaleza humana». El planeta o la tierra constituían «la condición inalienable para la existencia y reproducción de la cadena de generaciones humanas». Como declaró en el Capital, «Ni siquiera una sociedad entera, un país, o todas las sociedades existentes simultáneamente tomadas juntas son los propietarios de la Tierra. Son simplemente sus tenedores, sus beneficiarios y tienen que transmitirla en un estado mejorado a las generaciones siguientes como “boni patres familias«.15

La gran división del marxismo y el problema ecológico

¿Pero si el materialismo histórico clásico contenía una poderosa crítica ecológica, por qué fue esto olvidado durante tanto tiempo dentro el cuerpo principal del pensamiento marxista? Una respuesta parcial se puede encontrar en la observación de la socialista revolucionaria de principios del siglo XX Rosa Luxemburgo de que muchos aspectos del vasto marco teórico de Marx, que se extendían más allá de las necesidades inmediatas del movimiento de la clase obrera, serían descubiertos e incorporados mucho más tarde, a medida que el movimiento socialista madurase y surgiesen nuevos retos históricos.16 Una explicación más directa, sin embargo, es que las ideas ecológicas de Marx cayeron víctimas de la gran división que se abrió en los años 30 entre el marxismo occidental y el marxismo soviético. Intelectualmente, el cisma dentro del marxismo se centró en la aplicabilidad de la dialéctica al reino natural, y sobre la cuestión de la posición de Marx y Engels en este tema. El concepto de «dialéctica de la naturaleza» se identificaba más claramente con Engels que con Marx. Engels argumentaba que el razonamiento dialéctico -centrándose en el carácter contingente de la realidad, los desarrollos contradictorios (o incompatibles) dentro de la misma relación, la interpenetración de los opuestos, el cambio cuantitativo dando lugar a una transformación cualitativa y los procesos de trascendencia histórica- eran esenciales para nuestra comprensión de la complejidad y dinamismo del mundo físico. Esto, sin embargo, generaba profundos problemas filosóficos (tanto ontológicos como epistemológicos) dentro del discurso marxiano.

Los pensadores soviéticos seguían viendo visiones del desarrollo complejas, históricas, interconectadas, asociadas con el razonamiento dialéctico, como algo esencial para la comprensión de la naturaleza y la ciencia. Pero, aunque el marxismo en la Unión Soviética seguía aceptando las ciencias naturales, sus análisis a menudo tenían un carácter dogmático, combinado con un optimismo tecnológico exagerado. Esta rigidez se veía reforzada por el Lysenkoismo, que criticaba la selección natural darwiniana y la genética mendeliana, y adoptó un rol políticamente represivo durante las purgas de científicos de finales de los 30.17

Por el contrario, la tradición filosófica conocida como marxismo occidental disoció el marxismo y la dialéctica de cuestiones de naturaleza y ciencia, reclamando que el razonamiento dialéctico, dado su carácter reflexivo, se aplicaba solamente a la conciencia humana (y a la sociedad humana), y no se podía aplicar en el mundo natural-externo.18 De ahí que los marxistas occidentales, representados a este respecto muy notablemente por la Escuela de Frankfurt, desarrollasen críticas ecológicas que fueron básicamente filosóficas y abstractas, muy estrechamente relacionadas con las preocupaciones éticas que dominarían más tarde la filosofía medioambiental, pero distantes de la ciencia ecológica y de los problemas del materialismo. El abandono frente a los desarrollos natural-científicos y una fuerte inclinación anti-tecnológica pusieron estrictos límites a las contribuciones de la mayor parte de los marxistas occidentales a un diálogo ecológico.

Desde los 50 hasta los 70, cuando el movimiento ecologista moderno se desarrolló por primera vez, algunos pensadores medioambientales pioneros, como el economista ecológico radical K. William Kapp y el biólogo socialista Barry Commoner, volvieron a la idea de Marx de la brecha metabólica al referirse a las contradicciones ecológicas.19 Sin embargo, en los 80 surgió una tradición distinta de eco-socialismo en el trabajo de grandes figuras de la Nueva Izquierda, como el sociólogo británico Ted Benton y el filósofo social frances André Gorz. Estos importantes primeros pensadores eco-socialistas emplearon el nuevo ecologismo de la teoría Verde para criticar a Marx por haber presuntamente fracasado al enfrentarse a cuestiones de sustentabilidad. Según el punto de vista de Benton, Marx, en su crítica de Malthus, había lanzado al bebé con el agua sucia, minimizando e incluso negando los límites naturales.20 La respuesta que ofrecían estos pensadores fue injertar los supuestos generales del pensamiento verde dominante (incluidas las ideas malthusianas) con el análisis de clase marxiano. La revista Capitalism Nature Socialism, fundada por el economista marxiano James O’Connor a finales de los 80, generalmente negaba cualquier relación significativa con la ecología en el trabajo de Marx, insistiendo en que los conceptos ecológicos actuales simplemente se deberían unir, a la manera de un centauro, con las perspectivas marxianas basadas en la clase -una posición conocida hoy como «eco-socialismo de primera etapa».21

El enfoque hibrido se vio desafiado a finales de los 90 cuando otros, muy destacadamente Paul Burkett, demostraron el profundo contexto ecológico en el que la crítica original de Marx había sido construida. El nuevo análisis incluía la reconstrucción sistemática del argumento de Marx sobre el metabolismo social. El resultado fue el desarrollo de conceptos ecológicos marxianos importantes, junto con una reunificación de la teoría marxiana. Por tanto, los «eco-socialistas de segundo estadio» o marxistas ecológicos como Burkett han reincorporado las mayores contribuciones de Engels al pensamiento ecológico, asociadas con sus exploraciones de la dialéctica de la naturaleza, en el núcleo de la teoría marxiana, viendo el trabajo de Marx y Engels una vez más como complementario.22

Más recientemente, ha salido a la luz la importancia de la última ecología soviética. A pesar de su tortuosa historia, la ciencia soviética, particularmente en el periodo post-estalinista, siguió dando impulso a una comprensión dialéctica de los procesos interdependientes naturales e históricos. Una innovación clave fue el concepto de biogeocenosis (equivalente a ecosistema pero surgido de la tradición de Vernadsky del impacto de la vida sobre la Tierra) desarrollada a principios de los 40 por el botánico y silvicultor Vladimir Sukachev. Otra visión crítica sistémica fue la del descubrimiento del climatólogo soviético MIkhail Budyko a principios de los 60 de la retroalimentación albedo-hielo, que hizo del cambio climático un tema apremiante por primera vez. En los 70, el reconocimiento de la «ecología global» como un problema diferenciado relacionado con el sistema Tierra creció en la Unión Soviética -en algunos aspectos, por delante de Occidente-. No es por casualidad que la palabra «Antropoceno» tuvo su primera aparición en inglés a principios de los 70 en la Gran Enciclopedia Soviética.23

El marxismo y la economía ecológica

En el amanecer del siglo XXI, la conciencia del análisis ecológico de Marx inspiró una reconstrucción radical del marxismo en línea con los fundamentos clásicos del materialismo histórico y su marco medioambiental subyacente. Durante mucho tiempo los pensadores marxianos, especialmente en Occidente, lamentaron que Marx hubiese perdido tanto tiempo y energía en lo que entonces parecían ser temas esotéricos, relacionados con las ciencias naturales y no relacionados con las bases supuestamente estrechamente científico-sociales de su propio pensamiento. Marx asistió con gran interés a algunas charlas sobre energía solar del físico británico John Tyndall, en el curso de las cuales Tyndall informó de sus experimentos que demostraban por primera vez que las emisiones de dióxido de carbono contribuían al efecto invernadero. Marx también tomó detalladas notas de cómo las cambiantes isotermas de la superficie de la Tierra debido al cambio climático llevaban a especies a la extinción en el curso de la historia de la Tierra. Anotó como el cambio climático regional antropogénico bajo la forma de desertificación contribuyó a la caída de civilizaciones antiguas, y consideró la forma en que esto probablemente evolucionaría dentro del capitalismo.24 Hoy el ascenso de la ecología socialista en respuesta a las condiciones cambiantes ha llevado a una creciente apreciación -como anticipó Luxemburg- de tales amplios aspectos de la ciencia de Marx y su rol esencial en su sistema de pensamiento.

El enfoque de Marx (y Engels) hacia la economía ecológica tomó la forma de crítica de la producción, y particularmente de la producción capitalista de mercancías. Se concebía que todas las mercancías tenían la forma dual de valor de uso y valor de cambio, relacionadas respectivamente con las condiciones natural-materiales y las tasaciones monetario-cambistas. Marx veía la tensión antagonista entre valor de uso y valor de cambio como clave tanto para las contradicciones internas del capitalismo como para su conflicto con sus medio ambiente externo natural. Insistía en que la naturaleza y el trabajo juntos constituían las dos fuentes de toda riqueza. Al incorporar solo el trabajo (o los servicios humanos) en los cálculos económicos del valor, el capitalismo se aseguraba de que los costes ecológicos y sociales de producción quedasen excluidos del balance final. De hecho, la economía política liberal clásica, argumentaba Marx, trataba las condiciones naturales de producción (materias primas, energía, la fertilidad del suelo, etc.) como «regalos gratuitos de la naturaleza» al capital. Él basaba su crítica en una termodinámica de sistema abierto, en la que la producción está limitada por el presupuesto solar y por los suministros limitados de combustibles fósiles- que Engels denominaba «calor solar pasado» que estaba siendo sistemáticamente «despilfarrado».25

En la crítica de Marx, el metabolismo social, esto es, el proceso de trabajo-y-producción, necesariamente extraía su energía y recursos de un metabolismo universal de la naturaleza mayor. Sin embargo, la forma antagonista de producción capitalista -que trata los límites naturales como meras barreras a ser superadas- llevaba inexorablemente a una brecha metabólica, minando sistemáticamente las bases ecológicas de la existencia humana. «Al destruir las circunstancias de este metabolismo» relacionado con «la condición natural eterna» que gobierna la producción humana, este mismo proceso, escribió Marx, «fuerza su restauración sistemática como una ley reguladora de la producción social, y y en una forma adecuada a la raza humana» – bien que en una sociedad futura que trascienda la producción capitalista de mercancías.

Central a toda la dinámica destructiva era el impulso intrínseco del capital a acumular a una escala cada vez mayor. El capital como sistema estaba intrínsecamente dirigido a los máximos acumulación y obtención de rendimientos posibles de materia y energía, independientemente de las necesidades humanas o de límites naturales.26 Tal como entendía Marx la economía capitalista, la correlación de flujos materiales (relacionados con el valor de uso) y flujos de valor-trabajo (relacionados con el valor de cambio) lleva a una contradicción cada vez más intensa entre los imperativos de la resiliencia medioambiental y el crecimiento económico. Burkett describe dos fuentes diferentes de este desequilibrio que apoyan la teoría de crisis ecológica en Marx. Una de ellas toma la forma de crisis económicas asociadas con la escasez de recursos y los aumentos concomitantes de costes desde el lado de la oferta, estrujando los márgenes de beneficio. Las crisis ecológicas de este tipo tienen un efecto negativo sobre la acumulación y llevan naturalmente a respuestas por parte del capital, por ejemplo, la conservación de la energía como medida economizadora.

El otro tipo de crisis ecológicas, o crisis ecológicas propiamente dichas, es bastante diferente y se desarrolla plenamente en la concepción de Marx de la brecha metabólica. Se refiere a la interacción entre la degradación del medio ambiente y el desarrollo humano en formas no tenidas en cuenta en medidas económicas estándar como el PIB. Por ejemplo, la extinción de especies o la destrucción de ecosistemas enteros son lógicamente compatibles con la expansión de la producción capitalista y el crecimiento económico. Tales impactos ecológicos negativos son designados por el sistema como «externalidades», puesto que la naturaleza es tratada como un regalo gratuito al capital. Como resultado, no hay un mecanismo de retroalimentación directo intrínseco al sistema capitalista que impida la degradación medioambiental a escala planetaria.

Una característica distintiva de la teoría marxiana ecológica ha sido el énfasis en el intercambio ecológico desigual o imperialismo ecológico, por el que se entiende que un país puede explotar ecológicamente a otro -como en la famosa referencia de Marx a como, durante más de un siglo, Inglaterra había «exportado indirectamente el suelo de Irlanda», minando la fertilidad a largo plazo de la agricultura irlandesa-. En los últimos años, los teóricos marxianos han extendido este análisis del imperialismo ecológico, llegando a verlo como una parte integral de todos los intentos de enfrentarse al problema ecológico.27

El análisis marxiano de la brecha y los límites planetarios

Tal como se ha descrito más arriba, la teoría de Marx de la brecha metabólica crece a partir de la respuesta a la crisis de la fertilidad del suelo del siglo XIX. Los problemas de una aceleración del tempo, aumento de escala y descoyuntamiento espacial (la separación de la ciudad y el campo) en la producción capitalista ya fueron destacados sistemáticamente por Marx a mediados del siglo XIX. En los últimos años, los teóricos marxianos han construido sobre esta perspectiva para explorar la grieta global en el metabolismo del carbono y toda una cohorte de otros problemas de sostenibilidad.28 Durante varias décadas, los ecologistas socialistas han argumentado que el capitalismo ha generado una aceleración de la transformación humana del sistema Tierra durante dos grandes fases: la Revolución Industrial que empezó a finales del siglo XVIII y el ascenso del capitalismo monopolista, especialmente en su etapa madura que sigue a la Segunda Guerra Mundial -en la que se incluye la revolución científico-técnica de posguerra marcada por el desarrollo de la energía nuclear y la extensión comercial del uso de productos químicos sintéticos-.29

Así, los teóricos ecológicos socialistas aceptaron rápidamente el poder explicativo del Antropoceno, que subrayaba la aparición creadora de una nueva época de la moderna sociedad humana como la mayor fuerza geológica planetaria que gobierna los cambios en el sistema Tierra. Muy relacionado con esta rica visión, destacados científicos del sistema Tierra introdujeron el marco de los límites planetarios en 2009 para delinear un espacio seguro para la humanidad definido por nueve límites planetarios, la mayor parte de los cuales están actualmente en el proceso de ser cruzados. En nuestro libro de 2010 La brecha metabólica, Brett Clark, Richard York y yo mismo integramos el análisis de la brecha metabólica marxiana con el marco de límites planetarios, describiéndolo como una serie de brechas en el sistema Tierra. Desde este punto de vista, la emergencia planetaria actual relacionada con el sobre-pasamiento de estos límites podría ser llamada «la brecha ecológica global» para referirse a la perturbación y desestabilización de la relación humana con la naturaleza a escala planetaria que surge del proceso sin fin de acumulación de capital.30

La Gran Convergencia

El concepto integrador de «brecha ecológica global» representa una convergencia creciente del análisis marxiano ecológico con la teoría del Sistema Tierra y la perspectiva de la Gran Transición, que comparten una evolución compleja, interconectada. Los ecologistas marxianos empiezan hoy con la crítica del crecimiento económico (en su caracterización más abstracta) o acumulación de capital (vista más concretamente). El crecimiento económico exponencial continuado no se puede producir sin expandir la brecha en el Sistema Tierra. Por tanto, la sociedad, particularmente en los países ricos, debe moverse hacia un estado estacionario o economía de estado estacionario, lo que requiere un cambio a una economía sin formación de capital neto, una economía que quede dentro del presupuesto solar. El desarrollo, especialmente en las economías ricas, debe asumir una nueva forma: cualitativo, colectivo y cultural. Que enfatice el desarrollo humano sostenible en armonía con la visión original de Marx del socialismo. Como argumentaba Lewis Mumford, un estado estacionario, que promueva fines ecológicos, requiere para su cumplimiento las condiciones igualitarias del «comunismo básico», con la distribución determinada «según las necesidades, no según la capacidad o la contribución productiva».31 Un desplazamiento así desde la acumulación de capital hacia un sistema para la resolución de las necesidades colectivas basado en el principio de suficiencia es obviamente imposible en ningún sentido importante bajo el régimen de la acumulación de capital. Lo que se necesita, pues, es una revolución ecológica y social que facilitará una sociedad de sostenibilidad ecológica e igualdad sustantiva.

Si la necesidad objetiva de tal revolución ecológica está ahora clara, la cuestión más difícil de cómo llevar a cabo las necesarias transformaciones sociales permanece. El movimiento eco-socialista ha adoptado el eslogan ‘Cambio de sistema, no cambio climático’, pero el sistema global capitalista está tan profundamente enraizado como para ser omnipresente en nuestra actual realidad. La dominación del modo de producción capitalista significa que el cambio revolucionario a la escala necesaria para enfrentarse a la emergencia medioambiental planetaria sigue estando más allá del horizonte social inmediato. Sin embargo, necesitamos tomar en serio la relación contingente no lineal de todo lo conectado con el desarrollo humano. El teórico cultural conservador decimonónico Jacob Burckhardt usaba el término «crisis histórica» para referirse a situaciones en las que «se produce una crisis en todo el estado de cosas, involucrando épocas enteras y a todos o a la mayor parte de la gente de la misma civilización». Él explicaba que «el proceso histórico se acelera repentinamente de una manera terrible. Desarrollos que de otra manera hubiesen llevado siglos parecen entrar y salir rápidamente como fantasmas en meses o semanas, y se llevan a cabo.»32 Que se han producido aceleraciones revolucionarias del proceso histórico en el pasado en torno a la organización de la sociedad humana no puede ponerse en duda. Podemos señalar no solo las grandes revoluciones políticas sino también más allá, tales transformaciones fundamentales en la producción como la Revolución Agrícola original y la Revolución Industrial. Hoy necesitamos una Revolución Ecológica equivalente en profundidad y alcance a esas transformaciones anteriores.

La dificultad obvia es la velocidad -y, en algunos aspectos, la irreversibilidad- de traspasar la destrucción medioambiental. De ahí que la aceleración simultánea del proceso histórico para enfrentarse a la crisis debe empezar ahora. Subestimar la escala del problema resultará fatal. Para evitar llegar al billón de toneladas acumuladas de carbono quemado, equivalente a un aumento del 2º de la temperatura global, las emisiones de carbono deben caer a una tasa de al menos un 3% por año mundialmente, lo que para ser realistas exige que los países ricos corten sus emisiones en más del doble de esa cifra -un reto verdaderamente abrumador-.33 Como siempre, debemos actuar con las herramientas que tenemos. Además, ningún parche técnico puede solucionar un problema basado en la maximización del crecimiento económico exponencial ad infinitum. De ahí que «una reconstitución revolucionaria de la sociedad en toda su extensión», alterando el sistema de reproducción social-metabólico, sea la única alternativa para impedir «la ruina común de las clases contendientes».34

A los pensadores ecológicos marxistas este terrible estado de cosas les ha llevado al desarrollo de una estrategia en dos etapas para la revolución ecológica y social. La primera etapa se centra en «¿Qué se puede hacer ahora?» -esto es, en lo que es realista a corto plazo bajo las condiciones actuales, a la vez que necesariamente se va en contra de la lógica de la acumulación de capital-. Esto se podría considerar la fase eco-democrática de la revolución ecológica mundial. Bajo las condiciones dominantes, hay una amplia variedad de cambios por los que es necesario luchar en el seno de un movimiento radical de amplia base.25 Tales medidas deberían incluir algunas de las siguientes: un sistema de tarifas-y-dividendos del carbono, con un 100% de los ingresos redistribuidos de vuelta a la población según una base per cápita; prohibición de las plantas de energía que utilicen carbón y combustibles fósiles no convencionales (como el petróleo de las arenas asfálticas); un gran desplazamiento a las energías solar y eólica y otras energías alternativas, financiado mediante recortes en los presupuestos militares; moratoria sobre el crecimiento económico en las economías ricas para reducir las emisiones de carbono, unido a una redistribución radical (y medidas para proteger a los menos pudientes); y un nuevo proceso internacional de negociación sobre el clima modelado según los principios igualitarios y eco-céntricos del Acuerdo Popular de la Conferencia de los Pueblos del Mundo sobre el Cambio Climático en Bolivia en 2010.36

Las citadas medidas de emergencia van todas contra la lógica dominante de acumulación de capital, pero no obstante se puede avanzar y luchar por ellas con posibilidades bajo las actuales condiciones. Junto con una amplia variedad de iniciativas similares, tales medidas constituyen el punto de inicio racional y realista para una revolución ecológica y social, y un medio con el que movilizar al público general. No podemos reemplazar todo el sistema en todos sus aspectos de un día para otro. La batalla debe empezar en el presente y extenderse hacia el futuro, acelerando en el medio plazo, y terminando con un nuevo metabolismo social orientado a un desarrollo humano sostenible.

El objetivo a largo plazo de una transformación sistémica plantea el problema de una segunda etapa de la revolución ecológica, o fase eco-socialista. La cuestión fundamental, por supuesto, es la de las condiciones históricas bajo las que este cambio se puede producir. Marx se refería a las presiones medioambientales de su tiempo como una «tendencia socialista inconsciente», que exigiría a los productores asociados regular el metabolismo social con la naturaleza de una forma racional.37 Esta tendencia, sin embargo, solo se puede llevar a cabo como resultado de una gran revolución llevada a cabo por la mayor parte de la humanidad, estableciendo condiciones y procesos más igualitarios para gobernar la sociedad global, incluido el requisito de una planificación ecológica, social y económica. En un no muy lejano futuro, un «proletariado medioambiental» -del que ya hay señales en la actualidad- surgirá casi inevitablemente de la combinación de degradación ecológica y dificultades económicas, especialmente en la base de la sociedad. Bajo estas circunstancias las crisis materiales que afectan a la vida de la gente se volverán cada vez más indistinguibles en sus múltiples efectos ecológicos y económicos (por ejemplo, crisis alimentarias). Tales condiciones forzarán a buena parte de la población trabajadora de la Tierra a rebelarse contra el sistema. Lo que a menudo se llama de manera errónea «clase media» -aquellos por encima de los trabajadores pobres pero con poco interés particular en el sistema- serán también arrastrados sin duda a la lucha. Como en todas las situaciones revolucionarias, algunos de los elementos más ilustrados de la clase dirigente abandonarán a su clase por la humanidad y la Tierra. Dado que el reto de mantener una Tierra resiliente afectará principalmente a las generaciones más jóvenes, podemos esperar que la juventud se desencantará y radicalizará cada vez más a medida que las condiciones materiales de vida se deterioren. Históricamente, las mujeres han estado especialmente preocupadas por los problemas de la reproducción natural y social y sin duda estarán al frente de la lucha por una sociedad global con más orientación ecológica. En esta Gran Transición, creo que los socialistas tendrán un rol dirigente, aunque el significado de socialismo evolucione, asumiendo un papel más importante en el curso de la lucha. Como declaró el gran artista, escritor y socialista William Morris, «Los hombres luchan y pierden la batalla y aquello por lo que lucharon sucede a pesar de su derrota, y cuando llega resulta no ser lo que ellos querían decir, y otros hombres deben luchar por lo que querían decir bajo otro nombre».38 Hoy, la vieja lucha por la libertad humana y el sentido ha llegado al final del juego. En la nueva época ante nosotros, nuestra tarea está clara: luchar por un desarrollo humano justo y sostenible con un acuerdo duradero con la Tierra.39

Traducción del inglés: Carlos Valmaseda

Notas

1.- Paul D. Raskin, The Great Transition Today: A Report from the Future (Boston: Tellus Institute, 2006), http://greattransition.org.

2.- Véase Paul Burkett, “Marx’s Vision of Sustainable Human Development, ”Monthly Review57, no. 5 (October 2005): 34–62.

3.- Karl Marx and Frederick Engels, Collected Works (New York: International Publishers, 1975), vol. 25, 460–61.

4. – Frank Benjamin Golley, A History of the Ecosystem Concept in Ecology (New Haven: Yale University Press, 1993), 2, 207.

5. – Sobre la crítica ecológica de Liebig, véase John Bellamy Foster, Marx’s Ecology (New York: Monthly Review Press, 2000), 149–54.

6. – Julius Robert Mayer, “The Motions of Organisms and Their Relation to Metabolism,” en Julius Robert Mayer: Prophet of Energy, ed. Robert B. Lindsey (New York: Pergamon, 1973), 75–145.

7. – Roland Daniels, Mikrokosmos (New York: Peter Lang, 1988), 49.

8. – Karl Marx, Capital, vol. 3 (London: Penguin, 1981), 949; Karl Marx and Frederick Engels, Collected Works (New York: International Publishers, 1975), vol. 30, 54–66.

9. – Ravi Bhandari, “Marxian Economics: The Oldest Systems Theory is New Again (or Always)?” Institute for New Economics, April 9, 2015, http://ineteconomics.org.

10.- E. Ray Lankester,Science from an Easy Chair (New York: Henry Holt, 1913), 365–79; Joseph Lester, E. Ray Lankester and the Making of Modern British Biology (Oxford: British Society for the History of Science, 1995).

11.- Arthur G. Tansley, “The Use and Abuse of Vegetational Concepts and Terms,”Ecology 16, no. 3 (July 1935): 284–307; Peder Anker,Imperial Ecology(Cambridge, MA: Harvard University Press, 2001).

12.- Lynn Margulis et al., “Foreword,” in Vladimir I. Vernadsky,The Biosphere(New York: Springer, 1998), 15.

13. – Nikolai Bukharin, “Theory and Practice from the Standpoint of Dialectical Materialism,” in Bukharin et al., Science at the Crossroads (London: Frank Cass, 1971), 17.

14. – Tansley, “The Use and Abuse of Vegetational Concepts and Terms,” 303-04; Hyman Levy, The Universe of Science (London: Watts, 1932), 303–04.

15. – Marx,Capital, vol. 1, 637, vol. 3, 754, 911, 949, 959.

16.- Rosa Luxemburg, Rosa Luxemburg Speaks (New York: Pathfinder, 1970), 111.

17.- Para una discusión informada y equilibrada sobre el lysenkoismo, véase Richard Levins and Richard Lewontin, The Dialectical Biologist (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1985), 163–96.

18.- Véase Russell Jacoby, “Western Marxism,” in A Dictionary of Marxist Thought, ed. Tom Bottomore (Oxford: Blackwell, 1983), 523–26.

19.- K. William Kapp, The Social Costs of Private Enterprise (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1950), 35–36; Barry Commoner, The Closing Circle (New York: Knopf, 1971), 280.

20.- Ted Benton, “Marxism and Natural Limits, ”New Left Review 178 (1989): 51–86; André Gorz, Capitalism, Socialism, Ecology (London: Verso, 1994).

21.- Véase John Bellamy Foster, “Foreword,” in Paul Burkett, Marx and Nature (Chicago: Haymarket, 2014), vii–xiii.

22.- Burkett,Marx and Nature.

23.- John Bellamy Foster, “Late Soviet Ecology,”Monthly Review 67, no. 2 (June 2015): 20; M.I. Budyko, Global Ecolog (Moscow: Progress Publishers, 1980 [Russian edition 1977]); E.V. Shantser, “The Anthropogenic System (Period),”Great Soviet Encyclopedia, vol. 2 (New York: Macmillan, 1973): 140.

24.- Sobre estos aspectos del pensamiento de Marx , véase John Bellamy Foster, “Capitalism and the Accumulation of Catastrophe, ”Monthly Review 63, no. 7 (December 2011): 1–17.

25.- Marx and Engels, Collected Works, vol. 46, 411; John Bellamy Foster, Brett Clark, and Richard York, The Ecological Rift (New York: Monthly Review Press, 2010), 61–64.

26.- Marx, Capital, vol. 1, 637–38, 742; Karl Marx, Grundrisse (London: Penguin, 1973), 334–35; Foster, Clark, and York, The Ecological Rift, 207–11.

27.- Marx,Capital, vol. 1, 860; Foster, Clark, and York, The Ecological Rift, 345–72; John Bellamy Foster and Hannah Holleman, “The Theory of Unequal Ecological Exchange: A Marx-Odum Dialectic, ”The Journal of Peasant Studies 41, no. 1-2 (March 2014): 199–233.

28.- Véase, por ejemplo, Stefano B. Longo, Rebecca Clausen and Brett Clark,The Tragedy of the Commodity: Oceans, Fisheries, and Aquaculture (New Brunswick, NJ: Rutgers University Press, 2015). Véase también Ryan Wishart, Jamil Jonna, and Jordan Besek, “The Metabolic Rift: A Select Bibliography,” http://monthlyreview.org.

29.- Véase Ian Angus, “When Did the Anthropocene Begin… and Why Does It Matter?” Monthly Review 67, no. 4 (September 2015): 1–11; John Bellamy Foster, The Vulnerable Planet (New York: Monthly Review Press, 1994), 108.

30.- Foster, Clark, and York, The Ecological Rift, 14–15, 18; Johan Rockström et al., “A Safe Operating Space for Humanity,”Nature461, no. 24 (September 2009): 472–75.

31.- Lewis Mumford, The Condition of Man(New York: Harcourt Brace Jovanovich, 1973), 411. Mumford, es interesante, usaba aquí tanto Mill’s Principles of Political Economy como Marx’s Critique of the Gotha Program.

32.- Jacob Burckhardt, Reflections on History (Indianapolis: Liberty Press, 1979), 214.

33.- Kevin Anderson, “Why Carbon Prices Can’t Deliver 2°C Target,” August 13, 2013, http://kevinanderson.info/blog/why-carbon-prices-cant-deliver-the-2c-target/; trillionthtonne.org, accessed September 21, 2015.

34.- Karl Marx and Frederick Engels, The Communist Manifesto (New York: Monthly Review Press, 1964), 2. Sobre el concepto de reproducción socio-metabólica véase István Mészáros, Beyond Capital (New York: Monthly Review Press, 1995), 170–87.

35.- Esta y otras propuestas se desarrollan en Fred Magdoff and John Bellamy Foster, What Every Environmentalist Needs to Know About Capitalism (New York: Monthly Review Press, 2011), 124–33.

36.- Se puede luchar ahora por estas y muchas otras propuestas en el contexto del sistema actual, como una forma de enfrentarse a la actual emergencia planetaria, pero son también coherentes con una revolución ecológica y social posterior.

37.- Karl Marx and Frederick Engels, Collected Works, vol. 42, 558–59.

38.- William Morris, Three Works (London: Lawrence and Wishart, 1986), 53.

39.- Véase Paul Burkett, “Marx’s Vision of Sustainable Human Development,” 34–62.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *