Cazabaret conversa con Joaquín Miras sobre su libro Praxis política y estado republicano. Crítica del republicanismo liberal
Joaquín, realizar una “crítica del republicanismo liberal”, ¿es reflexionar y dar con “el dedo en la llaga” a poco que rasques con el neoliberalismo? Ese neoliberalismo, ese capitalismo desaforado que nos ha llevado a las burbujas y “otros detritos” que estallaron en lo que llamaron crisis, pero que tiene más forma y fondo de estafa que de nada más…
El neoliberalismo actual es la denominación del expolio, de la desposesión violenta, del saqueo de los recursos, tanto de propiedad pública como particular, de las clases populares. Es delincuencia según las propias reglas del capitalismo, y recuerda lo que explica Marx que fue la acumulación originaria del capital, no frugalidad, diligencia y ahorro de los capitalistas, sino látigos, terrorismo, hierros candentes, “violencia, partera” de la historia. La desposesión y la expulsión de las masas de las comunidades campesinas de las tierras y recursos mediante los que esas comunidades habían subsistido. Y esta acción actual mediante la que los recursos de los impuestos se emplean para cubrir las deudas de los bancos mal gestionados, y se entrega toda la sociedad a la desregulación del mercado, se hace, como la del siglo XVI, sin pretensión de elaborar proyecto político, sino declarando a cara de perro que la política debe someterse al “mercado”, o sea, al poder.
Por debajo de este proceso de desposesión que vivimos, que hace época, y que implica hacer tabla rasa con el régimen social instaurado en Europa tras 1945, existe el pensamiento denominado Liberalismo. El Liberalismo es una escuela ideológica, también de reciente creación, pues surge tras la derrota de las fuerzas populares, democráticas, en Revolución Francesa, aunque sus raíces ideológicas son un poco anteriores, pues están en los escritos de los Filósofos Economistas o “Fisiocracia” de la Ilustración. Esta ideología, orgánica de la burguesía, me preocupa porque ha calado en la izquierda, se ha convertido en la matriz del pensamiento político actual, y en la actualidad, cuela como “republicanismo”. Por ejemplo en las obras de Philip Pettit, y en general en todo pensamiento político que se quiere progresista y dice inspirarse en la obra de John Rawls. Hoy día este pensamiento se presenta a sí mismo como democracia: Liberalismo político es democracia, régimen representativo es democracia. Pero no hace noventa años, todavía había la suficiente claridad ideológica como para que quien defendía el Liberalismo afirmase contundentemente que el Liberalismo es lo opuesto a la democracia y tuviera que argumentar la defensa del primero descalificando a la segunda. Estoy pensando ahora en Ortega y Gasset, en un texto que cito en mi libro.
Aunque, de momento, aquí por no tener no tenemos ni República (ya lo dijo Franco que lo dejaba “atado y bien atado”) y cuando hablo de República no estoy pensando solo en la Monarquía; mis pensamientos van más allá: estoy pensando en los valores republicanos (una República va muchísimo más allá de “quitar” la monarquía, se acerca más a intensificar y ahondar en la igualdad de los ciudadanos y ciudadanas, el valor de la justicia, la fraternidad entre los pueblos, la libertad de los individuos) Coméntanos, por favor.
El republicanismo es una tradición de pensamiento originaria del Mediterráneo. Surge como reflexión o filosofar a partir de las luchas, la praxis, de los pobres y explotados de las polis, de las comunidades. Aparece en Asia Menor, en las islas del mar Jónico. Se continúa en Roma, y buena parte de los grandes autores del periodo romano fueron africanos. Este legado, reflexión sobre la praxis mediante la que se constituyeron las comunidades libres republicanas, se sostiene en la actualidad como legado escrito. Un legado que nada tiene que ver con el mundo que denominamos Europa; al contrario, y como podrá comprobar el lector, este legado es repudiado en ese territorio geográfico dominado por el Liberalismo.
Creo que hay cuatro elementos que nos permiten definir lo que es el pensamiento republicano que pueden ayudarnos a comprenderlo: En primer lugar, su ontología constitutiva, o antropología filosófica, una concepción sobre lo que constituye al ser humano; y otras tres nociones más: Comunidad, Ethos, Soberanía.
Para la tradición, desde, por ejemplo, Aristóteles a Rousseau y Robespierre; desde Hegel, a Marx, y Gramsci –el lector encontrará argumentación razonada sobre estos nombres, además de citas, en el libro- la concepción común, compartida, sobre el ser humano es la de que la comunidad es una unidad superior a la suma de las individualidades que la componen. Dicho técnicamente: Prioridad ontológica de la comunidad sobre el individuo. Es la comunidad como totalidad la que puede crear la cultura material, el saber hacer, que posibilita la vida de cada individuo humano. El individuo se auto construye, constituye su subjetividad, sus necesidades, se educa, -paideia- gracias a la cultura práctica, al saber hacer, creado por la comunidad. La comunidad es la que hominiza y humaniza, filogenéticamente y ontogenéticamente, al ser humano. No hay humanidad sin comunidad. Por el contrario, para el Liberalismo, y para el pensamiento político que corre como republicano, “sociedad” es la denominación nominalista del conjunto de individualidades preconstituidas por una Racionalidad innata, universal, preexistente, previa a toda relación social, que las impele a una forma de hacer individual, también universal, egoísmo, intereses naturales, propietarismo privado, competitividad, afán de lucro, pulsión al comercio en el mercado etc… ya vemos qué ideología la inspira. El segundo rasgo fundamental de toda comunidad, inseparable de la ontología antropológica republicana, es la comunidad y su concreto ordenamiento, esto es las relaciones sociales entabladas que regimentan la religación entre los individuos y entre estos, su actividad comunitaria, y los productos y objetivaciones de la misma. Por ello el control en común sobre estas relaciones constitutivas del orden comunitario por parte de la ciudadanía, es una de las condiciones sine qua non hay república. Las relaciones sociales entre ciudadanos deben ser igualitarias.
Esta comunidad, que es comunidad de actividad, elabora en común el saber hacer y el saber vivir, la cultura material de vida, los saberes prácticos, mediante los que se produce y reproduce la vida. Lo que es denominado por la tradición “ethos” y “costumbres”, indistintamente. El ethos es la segunda res, que debe ser objeto de común deliberación y control público, sin el cual tampoco existe res publica.
La vida del ciudadano, la igualdad de acceso a los bienes, su autodesarrollo personal, sus expectativas, dependen precisamente, de saber hacer práctico que la antropología cultural denomina “cultura”, y que la tradición republicana denomina ethos, y también, “costumbres” –o moeurs- , o sittlichkeit en alemán, -de sitte, costumbre-; eticidad, -y eticità, en italiano-. Sin un ethos republicano, cuya producción esté controlada por la ciudadanía, no existe república.
Para el Liberalismo, sin embargo, todo lo atinente al vivir, al ethos es “vida privada” y no puede ser objeto de deliberación pública ni de política. Como vemos, la mayoría de los autores, y de los textos que actualmente se presentan como teoría republicana, parten del individualismo antropológico y de la Acción Racional, no consideran la república como comunidad de vida, y ni tan siquiera mencionan el ethos: porque son Liberalismo.
La soberanía res publicana exige, además del control soberano sobre la comunidad ética, la no delegación de la elaboración de la ley. Se puede delegar la función gubernativa; puede haber gobierno formado por representantes, pero no leyes elaboradas por representantes. Precisamente este imperativo constituye el origen de las “Asambleas Primarias”, que aparecen en los procesos revolucionarios en los que se surge la Edad Contemporánea, del Consejismo y del Asamblearismo.
Las Asambleas Primarias son el instrumento que permite el ejercicio de la magistratura legislativa a la ciudadanía en comunidades formadas por muchos millones de habitantes. La Asamblea Primaria se convoca en un lugar próximo, comarca, comuna, para deliberar y votar en asamblea las leyes redactadas por un comité de redacción. Por ejemplo, en la constitución francesa del año ll, la Convención, que a nosotros nos parece un parlamento, es en realidad el órgano de gobierno puesto que elabora los “decretos”, y es, a la par, un comité de redacción de leyes, que luego debían ser publicadas en la Gaceta y votadas en las asambleas primarias, por una comunidad de 25 millones de habitantes.
En un orden político republicano, también el ejecutivo debe ser controlado, y juzgado, al terminar su mandato. Un poder ejecutivo que no es controlado y no debe rendir cuentas tras su gestión, domina a los ciudadanos. Y aunque sea elegido mediante voto, no es un ejecutivo republicano; ese régimen es una monarquía electiva, o una poliarquía elegida, en la que el poder real se lo reparten minorías que someten a los ciudadanos.
Un pueblo que en los pocos minutos de libertad obtenidos cada cuatro años tan solo se dedica a elegir representantes, mediante el voto, no merece ser libre: la frase es de Rousseau, no mía, ni de Marx.
Ahora ya tenemos los trazos centrales del pensamiento republicano.
Con todo, no toda república era una democracia. Una república democrática es una comunidad en la que el poder lo ejercen los pobres –los pobres: lo dice Aristóteles, y lo dice Platón; el lector podrá encontrar las citas en el libro- y en el que los pobres instauran el vivir y la ley. Podía haber repúblicas aristocráticas, en las que los ciudadanos eran una parte minoritaria y rica de la sociedad –Venecia, las ciudades de la Liga Hanseática, Berna…-, pero siempre, en toda república, todo ciudadano, era verdaderamente ciudadano: ejercía dominio en comunidad sobre todos esos ámbitos comunitarios señalados.
Por tanto, existe república, y república democrática, cuando la mayoría de la comunidad social, que está constituida por las clases explotadas, por nosotros, los subalternos, ejercemos el poder en estos tres ámbitos y, en la medida en que lo ejercemos, en esa misma medida, existe república.
Y, desde el punto de vista demo republicano, existe lucha por una república democrática en la medida en que existe un movimiento organizado de masas que ejerce presión para controlar estos tres ámbitos de la comunidad: relaciones sociales, ethos y ley y representantes electos. Democracia es el nombre de un movimiento de masas organizado. Se echa de ver con claridad, una vez se enuncia cuáles son los constituyentes de una comunidad sin cuyo control por la ciudadanía ésta no es república, cosa pública, que estas cosas, estos asuntos no pueden ser delegados en representantes, el control se ejerce “desde dentro” de la actividad, desde sus microfundamentos, que son la vida cotidiana, la actividad cotidiana de la gente, de nosotros.
Últimamente se habla mucho de politología, de los estudios en torno a la política, tendencias, etc.…, pero en realidad, cuando uno se mete en política, por mucho que “tire” de esos estudios, reflexione y demás… hay que hacer frente a los problemas diarios, quizás “tirando” mucho más de la práctica ¿no?
Jamás para el republicanismo la política ha sido asunto de episteme, de ciencia. Sino que es considerada un saber hacer que la ciudadanía desarrolla experiencialmente, por participación en las deliberaciones, en la praxis política de la comunidad, que genera dominio ciudadano sobre el ethos, en el ejercicio de las magistraturas fundamentales: deliberar la ley, formar jurados.
La ciencia no puede prescribir lo que se debe hacer, puesto que su cometido es explicar lo existente, no “adivinar” lo aún inexistente o lo que sería adecuado para conseguir fines nuestros que, si lo son, es porque no se dan en la realidad. La ciencia no investiga sobre lo inexistente. No puede. Por eso la tradición explica que el pensamiento político no es ciencia, sino Frónesis, sentido común enriquecido por la práctica en común y su experiencia.
Además, y esta es la razón primordial, la política es asunto de poder. De poder hacer, de capacidad de control sobre la actividad. Sobre la nuestra misma, puesto que los explotados somos la inmensa mayoría y somos por tanto quienes creamos el hacer que produce materialmente a la comunidad, desde nuestra vida cotidiana. Un hacer nuestro, cotidiano, que no controlamos nosotros, sin embargo. El fundamento de la política es, en consecuencia, no la elaboración de habilidades tecnológicas de gestión, para intervenir sobre un objeto que no es sino nosotros mismos y nuestra capacidad de hacer en comunidad, precisamente porque nosotros no somos artefacto, objeto. Sino la creación de una verdadera voluntad, -ciencia/voluntas- o capacidad real de control en común sobre la actividad, que nos permita ser sujeto dirigente de nuestro propio hacer común; y esto se logra solo mediante la organización de la mayoría para controlar democráticamente el plexo de microorganizaciones en las que nos integramos para actuar, y que constituyen los microfundamentos de la vida cotidiana. Si poder es capacidad de control sobre la actividad común, poder democrático es capacidad de control sobre la actividad de la comunidad que integramos, del conjunto de micro comunidades que integramos o de las que utilizamos.
Sin esta capacidad de control sobre la realidad, los mismos políticos profesionales representantes nuestros –yo preferiría que fuesen delegados, mandatados, no “representantes”, no “tutores nuestros”, porque esto último no es compatible con la república- son impotentes, carecen de fuerza cuando se tienen que enfrentar con la capacidad de control sobre la actividad –la realidad- que posee el capitalismo, la burguesía.
Ese otro tipo de concepción política que se declara basada en el dominio de saberes no accesibles a la mayoría, ciencia, es la concepción política del Liberalismo, esto es el gobierno de “los mejores” –los aristoi, la aristocracia del conocimiento-, de las “minorías selectas”. Es la teoría de elites liberal, justificada mediante la variante ideológico filosófica del positivismo científico, continuada por la escuela neopositivista y la analítica, todas las cuales son cientifistas y parten de la ciencia como noción que les permite discriminar quién “sabe” de política, quién es “clérigo”, y quién es lego. Pero es teoría de elites, simplemente. Elitismo.
Bueno, todo viene a responder un poco a aquello de que hay que “repensar la política, refundar la izquierda”; con esta reflexión escribiste un libro, también para El Viejo Topo… para ello, amigo, ¿hemos hecho tarde? ¿“esa nueva izquierda” o parte de ella sí que está en el camino correcto?
El lector ya se ha percatado en estas pocas líneas de que este tipo de cuestiones no se encuentra en el debate público actual. El anterior libro no tuvo repercusión en el debate político real. Tampoco había condiciones. Sí era posible en aquel momento extraer conclusiones de la historia vivida y, desde luego, rescatar y repensar el legado político clásico, el procedente del periodo clásico, y el de sus sucesivas reelaboraciones, siempre vinculados a luchas sociales y procesos de creación de poder por parte de los explotados. Pero no había movilización popular. Los aparatos políticos, el grupo de gentes que controlan verdaderamente las fuerzas políticas existentes, con muy honrosas excepciones, no son precisamente los más aptos para registrar y elaborar experiencia; ni para leer y reflexionar –la maquinación absorbe todo el tiempo-, ni son precisamente partidarios de renovaciones; para ser benévolos digamos que el principio orientador del político profesional es el ignaciano “En tiempo de tribulación, no hacer mudanza” –completado por: en tiempo de bonanza, no tiene sentido hacerla-.
Sólo la movilización social, la generación de nueva experiencia en la gente y, consiguientemente, de nuevos interrogantes, es lo que puede hacer que las elaboraciones que tratan de dar cuenta del pasado inmediato, de enlazar con nuestras tradiciones intelectuales, y de repensar la política, tengan acogida. Siempre el nuevo pensamiento político se abre paso de la mano de nueva movilización democrática.
Para responder a tu pregunta en concreto y que no parezca que escabullo el bulto. En la actualidad, está surgiendo una nueva izquierda, se produce una saludable regeneración moral en parte de la izquierda –en lo que era izquierda antes, más allá de sus propias declaraciones-, y se produce la deseada unificación de fuerzas verdaderamente de izquierdas, no neoliberales. Esto es valioso. Pero las fuerzas políticas de izquierdas, las emergentes y las reconstituidas, no salen del proyecto político como gestión desde las instituciones.
De hecho, todo está recomenzando. Para situarnos bien y no ser pesimistas, o ultra escépticos, debemos dar la vuelta, poniéndolo en positivo, a lo primero que he respondido en este apartado, y recordar que las novedades en la izquierda son consecuencia, no causa, de los cambios que impulsamos los subalternos con nuestra participación y que, como consecuencia de la misma, se han producido también en nosotros mismos: en la sociedad, que impulsó la movilización ciudadana que irrumpe en el 2011. En la medida en que hagamos que la movilización tome bríos nuevamente, prospere, y hagamos que nosotros mismos generemos en nosotros mismos nueva capacidad de control sobre nuestra actividad, y nueva experiencia respecto de esto, es posible que surjan en nosotros mismos nuevos interrogantes al hilo de la experiencia de organización y movilización, y que este tipo de reflexión se nos haga necesaria. En ese caso, también nuestros servidores públicos –“ministro” quería decir “esclavo”, “ministril”, servidor- irán asumiendo lo que nosotros vayamos aprendiendo y deliberando en común. La actual fuerza, poca, que poseen los partidos, que posee Unidos-Podemos, es resultado de nuestra lucha, de nuestra movilización previa. La movilización no ha sido el resultado de su constitución como fuerzas políticas y de su discurso lingüístico, a pesar de que esa es una idea extendida entre gran parte de los cuadros políticos. Ellos son la consecuencia de la movilización. Y una movilización que crezca los modificará, a la par que nos modificará a nosotros y modificará creativamente el pensamiento político.
¿Qué problemas debe resolver la izquierda, desde dentro, para afrontar, paso a paso, un retorno a los valores básicos de aquello que a uno le hacía decir “sí, soy de izquierdas”, sin sentir mucha desazón…?
En lo ideológico, en lo filosófico, declarar que la igualdad es el valor fundamental de orientación de todo nuestro quehacer político. Y que su horizonte es una sociedad de iguales. La igualdad, la libre igualdad, es el valor de las masas democráticas, populares, de la Revolución Francesa, el que las impulsa a la lucha político social, las lleva a tratar de protagonizar la vida política, y precisamente con ello, se constituye la Edad Contemporánea. El novum de la Contemporaneidad. Nuestro horizonte intelectual, es ese, el del reino de la libertad –Hegel dixit, en Fenomenología del Espíritu, en Principios de filosofía del derecho…- de la igual libertad, libertad que solo se da entre iguales, que nosotros denominamos socialismo. Y debemos decirlo sin temores.
Políticamente, debemos vencer la impaciencia, la impaciencia política, lo que implica reconocer que todo proyecto depende de la capacidad, del poder de control que se posee sobre la realidad: todo fin o “causa final”, incluso el aparentemente más modesto, está en relación con el poder hacer o “causa eficiente” que se posea, está en relación con nuestra capacidad para imponerlo. No en relación con el intelecto excepcional de unos dirigentes. Por tanto se trata de tener claridad de ideas y saber que el propósito político fundamental, inmediato, debe ser ayudar a crear una “causa eficiente”, un poder de control sobre la propia actividad, desde la vida cotidiana, constituido por la organización de la mayoría de la gente para ejercer la democracia. Se trata de ayudar a que los explotados nos constituyamos en Sujeto común, en Bloque social organizado que domine el hacer que nosotros mismos generamos, y a partir del mismo, a partir de esa fuerza auto creada en nosotros, se trata de que vayamos imponiendo el destino a nuestra comunidad, como hace el verdadero Soberano; solo eso es República, cosa pública. Este es un proceso, no algo que se consigue de inmediato, el proceso de la democratización de la vida cotidiana. Pero no hay atajos. Esto exige Paciencia.
La Paciencia y la praxis política desde nuestra vida cotidiana para controlar nuestra propia actividad son dos elementos modestos, si se considera bien, nada épicos, nada “trascendentales”, nada desesperantes por tanto. Un proceso que exige de todos nosotros, pero que no reclama sobresfuerzos prometeicos de nadie. Prometeo no existe, ni nos redimirá. En consecuencia, también hay que reclamar el valor de la Modestia. La modestia, el sentimiento de pertenecer a una comunidad y a una lucha de tiempo largo, que ha tenido continuidad gracias a la participación anónima de tantos que nos han precedido, es un valor fundamental e histórico del movimiento de los subalternos y ha constituido parte de su tradición. La Amistad –fylia- es el tercer valor republicano democrático, popular, a practicar. La amistad, el sentimiento de copertenecer, de que los explotados somos una comunidad, valor al que Aristóteles dedica nada menos que dos capítulos de su Ética nicomáquea, y él si sabía de lo que hablaba; ése es, también, un valor que es fundamental para crear un sujeto comunitario. Y por supuesto, la honestidad, la probidad, sin la que no hay izquierda.