El fin del neoliberalismo progresista, un feminismo del 99%.
¿Qué es el feminismo del 99 %?
En un nivel, es una suerte de reacción a la dirección que ha tomado el feminismo, especialmente en Estados Unidos, pero no únicamente aquí, hacia lo que yo considero una relación peligrosa con el neoliberalismo. La principal corriente se ha convertido en un feminismo corporativo, del “techo de cristal”, que llama a las mujeres a escalar posiciones en las empresas.
Ha renunciado a toda concepción amplia y sólida de lo que significa la igualdad de género o la igualdad social en general. En lugar de eso, parece estar centrado realmente en lo que yo llamaría la “meritocracia”. Y eso significa solo eliminar las barreras que impiden que las mujeres talentosas avancen hacia las posiciones más altas de las jerarquías corporativas, militares.
La clase de feminismo que yo siempre he apoyado –y debo decir que soy hija de los años ‘60 en este sentido– es un feminismo que trata de abolir las jerarquías corporativas, no de ayudar a una pequeña cantidad de mujeres a ascender en ellas.
Pero el feminismo empezó a dar un giro neoliberal hace alrededor de 20 años. Para mí no se trata simplemente de algo terrible que pasó con la elección de Trump, aunque eso ciertamente es muy malo. Pero creo que bajo la punta del iceberg hay un conjunto más amplio de circunstancias relacionadas con aspectos estructurales de nuestra sociedad que han sido ignorados por casi todas las corrientes feministas, salvo algunas de izquierda relativamente marginales, con las cuales me identifico personalmente, pero que hasta ahora no hemos logrado amplificar nuestras voces.
Quizás tengamos que agradecerle a Trump el hecho de que éste sea un momento en el que se pueden escuchar voces más radicales. Parece que después de las grandes movilizaciones, la indignación y el deseo de participar en protestas y en la resistencia, que se manifestó en la Marcha de las Mujeres, esta puede ser una oportunidad para dar una dirección distinta al feminismo en Estados Unidos. Yo lo llamaría una corrección del rumbo, y no una mera resistencia.
Las marchas del 21 de enero fueron fantásticas. Hubo una energía enorme, una cantidad extraordinaria de gente y mucha creatividad, pero debo decir que a nivel político fueron un poco rudimentarias. No hubo una dirección clara, y quizás por eso tanta gente quiso participar.
Pero también es posible desarrollar un activismo de mujeres que tenga un perfil más claro, una orientación más clara, una plataforma. Y creo que en este contexto, puede empezar a atraer un apoyo más amplio. Porque hay mucha gente que se está radicalizando y politizando por primera vez. Gente que durante la presidencia de Obama mantuvo un perfil bajo. Nadie quería oponerse al primer presidente negro y, por supuesto, él hizo algunas cosas que se pueden considerar progresistas. Pero el activismo había decaído y ahora creo que se destapó y hay nuevas oportunidades.
Entonces hicimos el llamado a una huelga para el 8 de marzo como respuesta específicamente estadounidense al llamado internacional más amplio que ha recibido el apoyo de más de 30 países. Y pensamos que había que aprovechar la oportunidad y ver si podemos construir un feminismo de izquierda, radical. A eso nos referimos cuando decimos un feminismo del 99 %. Un feminismo para todas las mujeres por las que el feminismo corporativo no ha hecho prácticamente nada.
Hablas del fin del “neoliberalismo progresista”, ¿a qué te refieres con esa categoría y cómo ves que se desarrolla este “comienzo del fin”?
Durante mucho tiempo me resultó difícil caracterizar este desvío que acabo de describir de la corriente prevaleciente del feminismo hacia una especie de molde corporativo. Y debo aclarar enseguida que diría lo mismo acerca de todos los movimientos sociales progresistas.
No es solo un problema del feminismo. Es un problema en los movimientos antirracistas, que también incluyen un aparato político de la elite negra, por lo menos hasta la irrupción de Black Lives Matter. Creo que tenemos un ala corporativa y neoliberal del movimiento ecologista que promueve el capitalismo verde. Dentro de los movimientos LGTBI tenemos sectores que solo promueven la inclusión de homosexuales en las fuerzas armadas y en la vida corporativa, etcétera.
Tengo que decir que en EE.UU. tenemos una cultura de individualismo, de voluntarismo, de salir adelante con el esfuerzo personal y se considera que si no se lo logra, es culpa de uno. Es el camino normal que sigue la sociedad. Solo en períodos de crisis abierta los estadounidenses tienen un incentivo real para empezar a pensar en términos estructurales sobre cómo funciona la sociedad y cómo está compuesta desde el inicio. Bernie Sanders usó términos maravillosos. Dijo que es una “economía amañada,” una “sociedad amañada”, un “sistema político amañado”. Todo eso es cierto. Pero para comprenderlo, hay que caracterizar las estructuras que introdujeron esa situación.
Hace mucho tiempo que observo y escribo acerca del desvío neoliberal de los movimientos sociales. Pero de alguna manera, la última elección en EE.UU., la campaña, todo eso me ayudó a verlo con mayor claridad. Porque creo que Hillary Clinton lo encarnaba a la perfección. Y luego pude atar los cabos sueltos y dije, “¡Ajá!
Lo que tenemos en la carrera electoral entre Clinton y Trump es un concurso entre dos opciones horribles”, que yo denominé “neoliberalismo progresista” y “populismo reaccionario”. Y llegué a entender que lo que ha sido el bloque dominante, hegemónico en Estados Unidos por lo menos desde que asumió Bill Clinton en 1992 –mucho tiempo– representa una alianza nefasta entre corrientes mainstream corporativizadas de los nuevos movimientos sociales y ciertos sectores de la clase capitalista estadounidense.
No todos, sino los sectores del mundo empresarial que dependen no de la industria manufacturera sino de un capitalismo “simbólico y cognitivo”, como se ha denominado. Eso es Hollywood, Silicon Valley y, obviamente, Wall Street y las finanzas. Las finanzas se han convertido en una parte enorme de nuestra economía y han desplazado a otros sectores.
A eso me refería al hablar del neoliberalismo progresista. A la forma en que este sector del mundo empresarial pudo crear una especie de cubierta progresista para políticas que, en realidad, están destruyendo el sustento y los modos de vida, las familias y las comunidades de los estadounidenses de clase trabajadora y pobres. Y también corroen la vida de la clase media.
Las dos grandes respuestas a este neoliberalismo progresista han sido, por supuesto, la victoria de Trump pero también la campaña extraordinariamente exitosa –que superó todas las expectativas– de Bernie Sanders, que casi derrota a Hillary Clinton, que contó con todo el aparato y el poder a su disposición. Fue un levantamiento muy potente contra el neoliberalismo progresista. Un polo a la derecha y un polo a la izquierda. Lamentablemente, triunfó el polo de Trump. Pero de alguna manera expuso esta alianza hegemónica y creo que eso es lo que ha allanado el camino hacia las movilizaciones actuales.
Y debería agregar un último punto. Uno de mis miedos con respecto a lo que está sucediendo ahora es que, en ausencia de una intervención fuerte y clara de la izquierda, toda esta resistencia, que es enorme, termine por reconstituir el neoliberalismo progresista en una forma nueva, con la dirección de alguna figura más aceptable que Hillary Clinton, que creo que está políticamente acabada, básicamente. Ese es uno de mis miedos. Fue al intentar impedir eso que escribimos el llamado a la huelga de la manera en que lo hicimos y que estamos intentando organizar este feminismo de izquierda.
Quisiera que ese fuera un modelo para otros movimientos sociales. Quisiera ver desarrollarse varias coaliciones antirracistas alrededor de un programa radical similar. Un antirracismo para el 99 %. ¿Por qué no tenemos eso? Para el movimiento de los gays, lesbianas y trans y para el movimiento ecologista. Creo que esta es la dirección.
Y Sanders, que no es una figura perfecta de ninguna manera, ha trazado de alguna forma un camino. Si se mantiene dentro del partido Demócrata o no es otro problema, pero proporcionó un lenguaje que ayudó a exponer lo que ha estado haciendo ese partido durante los últimos 30 años. Y siento que estamos tomando esa apertura que él ayudó a crear y que, a su propio modo perverso, está ayudando a crear Trump, y vamos a intentar profundizarla. Y, como dije antes, me encantaría ver a otros movimientos sociales hacer algo más o menos similar y coordinado.
En Fortunas del feminismo, decías que las luchas por el reconocimiento (así como por la redistribución) no tienen un carácter inherentemente anticapitalista, sino que debían aliarse a luchas anticapitalistas. ¿Cuáles son las consecuencias políticas de esta división y cómo seguir hacia delante?
Yo daría un paso atrás, históricamente, para contextualizar esos términos, “redistribución” y “reconocimiento”, que han sido términos clave para la forma en que he intentado comprender estos desarrollos durante varias décadas. Para mí, el término “redistribución” ya era una especie de concesión y de alguna manera una alternativa al socialismo o quizás un “socialismo light”. Es el socialismo que no se atreve a nombrarse a sí mismo.
En otras palabras, cuando los movimientos obreros y otros movimientos radicales, los movimientos socialistas, estaban luchando contra las reglas básicas de la sociedad capitalista, las relaciones de propiedad, la apropiación de la plusvalía, etc., no hablaban en realidad de redistribución, sino de transformación estructural. Creo que el término “redistribución” fue desarrollado dentro de la socialdemocracia y supone en realidad que el problema es la distribución injusta de bienes divisibles. No se trata de cambiar las reglas de base, por decirlo de alguna manera.
Yo diría que después de la Segunda Guerra Mundial, este paradigma redistributivo se volvió dominante en Estados Unidos, pero también en países socialdemócratas ricos, y en muchos Estados desarrollistas que no eran tan ricos, los Estados independientes que también intentaban “desarrollarse”. Y ciertamente corrientes importantes del movimiento obrero y de la izquierda, la izquierda socialdemócrata, retomaron este concepto de la redistribución.
Hay varios problemas con esto, evidentemente, pero un problema adicional es que este fue un período, de la posguerra, en el cual ese modelo redistributivo empezó a aparecer como demasiado restrictivo. Betty Friedan escribía sobre las amas de casa atrapadas en los suburbios, y se fundaba una nueva izquierda en contra de la ética consumista. Eran aspiraciones distintas a la distribución justa del ingreso, los salarios y el trabajo, etc.
Estaba la lucha contra la segregación racial, por ejemplo. Y comenzaban a acercarse a algunos problemas profundos y estructurales. Planteaban el problema de la ciudadanía de segunda y la pobreza de los afroamericanos y de esa manera exponían algunos aspectos terribles de la historia estadounidense que no quedaron totalmente en el pasado.
Entonces, creo que lo que sucedió como respuesta fue que se desarrolló un segundo paradigma junto con el paradigma dominante redistributivo, que yo y muchas otras personas han denominado “reconocimiento”, en el cual el problema no es solo que uno quiere ser tratado de manera igualitaria, sino que quiere que se reconozca, apruebe y valide su especificidad.
Uno no tiene que ser como otros ni vivir la vida de un hombre blanco heterosexual para ser un integrante pleno y válido de la sociedad, todo lo cual está muy bien en un sentido, pero una vez más la historia nos presenta muchas sorpresas. Porque el momento en el cual se desarrollaba el paradigma del reconocimiento también fue el momento en el que el modelo capitalista fordista en decadencia se encontraba con dificultades y cuando la redistribución socialdemócrata perdía su base económica.
Entonces había dos sectores, no me parece totalmente adecuado el término “de izquierda”, pero era lo que más se parecía a una izquierda, dos sectores que parecían estar en conflicto. Thomas Frank escribió sobre un mundo industrial en decadencia de trabajadores sindicalizados predominantemente blancos, pero no solo blancos, que se sienten amenazados por el aumento de reclamos en una situación en la cual su sustento está en caída. No están en una situación cómoda para nada. Y luego surge la idea neoliberal progresista entre la gente que promueve el reconocimiento de que esos trabajadores son atrasados –“deplorables” como los denominó Hillary Clinton– racistas y misóginos.
Yo no negaría que hay elementos de racismo y misoginia en toda nuestra sociedad, pero la situación es más compleja y no se puede entender exclusivamente en términos morales. Tenemos que entender que es el desarrollo, la transición de una forma de capitalismo –la forma socialdemócrata administrada por el Estado– hacia otra, la forma financierizada y globalizadora. Esa transición es la que está creando las alianzas extrañas y los antagonismos muy poco productivos entre sectores de la población que tal vez se habrían aliado en otras circunstancias.
Cuando crecen varios movimientos y sentimientos nacionalistas, en el llamado que hicieron para el 8 de marzo, destacaron la importancia de construir un movimiento internacional, ¿por qué?
En primer lugar, diría que creo que todo movimiento social progresista y transformador debe pensar en términos internacionales. La izquierda apoya esta idea hace alrededor de 200 años, por lo menos de la boca para afuera. Pero yo diría que es todavía más urgente hoy en día que en cualquier otro momento de la historia, porque ahora el sistema mundial capitalista está mucho más globalizado. Y creo que aun en la medida en que uno quiere hablar de cuál debería ser la política nacional en un país determinado, hay que partir del reconocimiento de que lo que es posible a ese nivel depende en gran medida de la estructura financiera global internacional del sistema mundial.
En ese sentido, lo que hizo posible un modelo de socialdemocracia a nivel nacional, en países ricos, como los escandinavos, que era más o menos igualitaria a nivel interno, fueron los controles de capitales de Bretton Woods. Y una vez que fueron desmantelados [los controles], ese tipo de socialdemocracia relativamente igualitaria, aunque restrictiva, es posible porque se apropia de parte de la riqueza del Sur mundial, depende de cierto tipo de imperialismo… Pero lo que sugiero es que lo nacional y lo mundial o internacional están estrechamente relacionados.
Y ese sería un argumento a favor de que si no pensamos cómo frenar las finanzas mundiales, y eso solo se puede hacer mediante un movimiento social mundial, un esfuerzo mundial, nuestra capacidad de hacer cualquier cosa a un nivel local será muy limitada. Otro ejemplo es el cambio climático. Obviamente no se puede enfrentar con un activismo local, independientemente de cuánto uno reduzca su huella de carbono aquí o allá.
Hay problemas como ese que solo se pueden abordar a nivel internacional. ¿Cuál es el nivel internacional hoy? Es Davos, es la OMC, es el régimen de propiedad intelectual del acuerdo sobre los ADPIC (Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual), entre otros. Entonces, ¿cuáles son las instituciones de la izquierda que puedan enfrentarse a ellas?
Al principio, me pareció muy prometedor el desarrollo del Foro Social Mundial, porque parecía apuntar a una respuesta a ese nivel. Hubo problemas que podemos discutir, pero quizás no para resaltar aquí. Pero creo que es muy importante pensar ahora en términos globales.
Lo que hace esta huelga internacional [de mujeres] es alentar la solidaridad y el aprendizaje mutuo. Algo que nos impactó mucho cuando escribimos la declaración que apareció en The Guardian, fue el lenguaje que estaban desarrollando las argentinas. Tenían una comprensión fantástica, integral y estructural de lo que comprende la violencia contra la mujer. No responsabilizaban simplemente a los “tipos malos”.
Y tomamos eso como perspectiva para pensar la violencia contra las mujeres de una manera que se dirigiera al 99 % de las mujeres. Creo que tenemos mucho que aprender los unos de los otros. Nadie tiene una visión completa. Y es muy emocionante ver el apoyo mutuo y una de las cosas que están sucediendo con la marcha es que los grupos que se están organizando en distintos países van a filmar sus eventos y vamos a intercambiar los videos y eso crea una percepción de que está pasando algo, de que somos parte de algo mucho más grande.
¿Te gustaría agregar alguna reflexión sobre el movimiento de mujeres, decir algo más?
Agregaré un punto más. En mi opinión, la base estructural de la subordinación de las mujeres en la sociedad capitalista es la división entre la producción económica y la reproducción social. Esta división nunca había existido antes en la historia. Estas actividades siempre estaban mezcladas en el mismo lugar. Creo que la forma en que esa división se ha establecido e implementado ha cambiado de manera significativa en la historia del capitalismo, mediante una serie de distintos regímenes de acumulación.
Sin embargo, creo que ese es el eje central y diría que cualquier política feminista centrada exclusivamente en cualquiera de esos dos polos sin considerar su imbricación e interconexión profundas no podrá lograr la emancipación de las mujeres.