Barcelona y los negreros
Martín Rodrigo Alharilla
La decisión del Ayuntamiento de Barcelona de retirar la estatua de Antonio López situada en la plaza homónima, y de cambiar también el nombre de la misma, ha abierto una cierta polémica entre partidarios y contrarios a tal iniciativa.
Entre los múltiples elementos de dicho debate cabe destacar dos: 1) el anuncio de dicha decisión ha servido para abrir (o retomar, según se mire) una discusión sobre la oportunidad de utilizar tanto el espacio público como el nomenclátor urbano para homenajear la trayectoria de personajes relacionados con actividades que hoy día nos parecen moralmente reprobables; y (2) la posible vinculación de Antonio López (y de otros insignes prohombres de la historia de la ciudad) con el tráfico de esclavos y con el uso de mano de obra esclava en sus haciendas o ingenios antillanos.
Entre las voces críticas con la decisión municipal se han utilizado argumentos que realzan otros aspectos de la trayectoria vital de López y, singularmente, su condición de gran empresario barcelonés y su contribución a la historia económica de la ciudad, de Catalunya y de España. Se ha cuestionado también su vinculación con la trata negrera y se ha afirmado que, en todo caso, no fue el único individuo de la ciudad relacionado con dicha actividad.
MÁS DE MEDIO MILLÓN DE AFRICANOS
Esa última afirmación parece incuestionable: numerosos hombres de negocio de Barcelona (y de Catalunya) participaron en alguno de los eslabones de la oprobiosa cadena que sirvió para trasladar a más de medio millón de africanos esclavizados, desde su tierra natal hasta Cuba (y también a Brasil). Y muchos lo hicieron, además, en un tiempo en que tal actividad era completamente ilegal, a partir de 1820. En ese sentido, las diversas investigaciones de diferentes autores, tanto pasadas como recientes, no dejan lugar a dudas. Más aún, tampoco hay duda de que Antonio López estuvo vinculado a la trata negrera ilegal: mientras vivió en Santiago de Cuba se encargó de recibir numerosos ‘alijos’ de africanos esclavizados, recibiéndolos de los capitanes que los traían desde las costas de África para venderlos después en la Isla.
Cuba fue el último territorio americano adonde llegaron africanos esclavizados; lo hicieron hasta 1866. Y los puertos de Barcelona, de Cádiz y de Lisboa fueron los últimos grandes puertos negreros de Europa. Lo fueron, de hecho, cuando los grandes emporios de la trata en el Viejo Mundo (Liverpool, Bristol, Nantes, Burdeos) habían dejado de serlo. Ahora bien, mientras que en estas ciudades portuarias británicas o francesas existen museos o memoriales dedicados a explicar a sus actuales habitantes ese aspecto vinculado a su pasado, como ciudad, nada parecido existe en Cádiz o en Barcelona. Nada. Absolutamente nada.
SIN MEMORIA
Más aún, diversos organismos de Naciones Unidas han instituido jornadas de memoria como el Día Internacional de Recuerdo de las Víctimas de la Esclavitud y la Trata Transatlántica de Esclavos (25 de marzo), el Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición (23 de agosto) o el Día de Abolición de la Esclavitud (2 de diciembre). Hasta donde yo conozco, no ha habido nunca en Barcelona ningún tipo de celebración en ninguno de dichos días.
Cabe recordar también que si aquel tráfico de seres humanos hacia Cuba se mantuvo tanto tiempo fue porque hubo una alta demanda de mano de obra en la isla. Quienes compraban aquellos hombres, mujeres y niños traídos desde África los empleaban a menudo en el trabajo de la caña de azúcar, en unas durísimas condiciones materiales de vida y de trabajo. Muchos de aquellos regresaron tiempo después, a Barcelona, con sus caudales acumulados en Cuba.
Va siendo hora, por lo tanto, de abordar el análisis de una de las realidades propias de la historia de la ciudad: su vinculación con la esclavitud y con la trata atlántica. Y es que España fue el último país europeo en abolir la esclavitud en sus colonias. El próximo mes de septiembre se cumplirán 200 años de la firma del Tratado mediante el cual España declaraba ilegal el tráfico de esclavos y se comprometía a su persecución. ¿Hay prevista alguna conmemoración de tal acontecimiento en una fecha tan señalada? Tal vez sea ahora el momento de planteárselo. Sirva el debate abierto sobre la estatua de Antonio López para abordar sosegada y rigurosamente (pero sin prejuicios ni prevenciones innecesarias) el conocimiento y la divulgación de dicha realidad.