IU: Abrazados a una política muerta
Manuel Cañada
» Adso, el error consiste en creer que primero viene la herejía y después los simples que la abrazan (y por ella acaban abrasados). En realidad, primero viene la situación en que se encuentran los simples, y después la herejía.»
El nombre de la rosa, Umberto Eco
La próxima celebración de la asamblea extraordinaria de IU me anima a poner por escrito algunas dudas y reflexiones que revolotean hace tiempo en mi cabeza, pero que quieren posarse en un territorio ajeno y desconfiado de las luchas de poder propias de este tipo de eventos.
Soy afiliado del PCE y de IU, pero antes soy militante de un partido más amplio y decisivo, el partido de la alergia al capitalismo, el partido de la rebeldía contra el poder. Mi lealtad pertenece a esas ideas antes que a un partido.
Para empezar habría que bajarle los humos y atemperarles la prisa a todos aquellos dirigentes de esa formación política que, enfangados en la enésima lucha de misérrimo poder, no se percatan siquiera (o sí, lo que es más grave aún), de que IU es una pequeña expresión, cada día más pobre y extraña a la vida cotidiana de los comunes, dentro del campo de fuerzas sociales y culturales de la transformación o del antagonismo.
Relájense los burócratas, de variada procedencia y adscripción, prestos siempre a vender la última confrontación interna como la madre de todas las batallas. No sirven los atajos para quienes, exiliados interiores en la dictadura del capital, quieren «cambiar el mundo de base». Ni afinamientos de discurso, ni líderes providenciales elegidos o subastadas por la Cadena Ser o El País, resolverán la encrucijada. O al menos no lo hará para aquellos que, honestamente, siguen pensando en IU como un instrumento más de lucha por una forma de vivir alternativa, ajena a la explotación del ser humano y de la naturaleza.
1. La mutación de IU
Hace ya mucho tiempo que en IU las palabras son lana marchita, que diría Vicente Aleixandre. Las palabras ya no sirven, se independizan de su significado original, declinan hacia el metalenguaje de los aparatos. Se pierde la congruencia básica entre lo que se dice y lo que se hace, se pierde la tensión moral imprescindible para quienes pugnan por otro mundo. «En una sociedad basada en el antagonismo clasista, todos estamos calados por este antagonismo, todos somos auto-contradictorios», afirma Holloway, uno más de tantos repudiados por una izquierda tan expeditiva en sus juicios como perezosa en el estudio.
Odiamos el mundo que amamos. Y todos somos autocontradictorios, pero los que nos levantamos contra el desorden existente tenemos que estar peleando todos los días (y hacerlo si es posible con alegría) por derrotar la resignación, el interés individual, el poder que vive en cada uno de nosotros.
En los siglos XII y XIII surgieron numerosas corrientes heréticas en el seno de la Iglesia. Era la particular forma que adoptaba la lucha de clases de aquel tiempo. Las herejías, e incluso movimientos «moderados» como los franciscanos, nacían como una denuncia del divorcio entre la retórica de la pobreza que hacía la Iglesia Católica y su práctica de ostentación, corrupción y sólida alianza con los poderes temporales.
Los debates de la Iglesia oficial de aquel tiempo eran monumentos exquisitos de hipocresía, acabadas muestras de sutileza doctrinal y bizantinismo solo accesible para los elegidos. A quienes demostraban combinar mejor el arte de los equilibrios internos y la falta de escrúpulos les estaban reservados los mejores púlpitos.
Bastante de esto ocurre hoy en IU, y también en otras capillas del mundo alternativo. En tiempos del vilipendiado Julio Anguita al que, en una demostración más de que el estalinismo anida en los corazones más renovadores y tiernos que uno pueda imaginarse, eliminaron incluso del video de la historia de IU, al menos existía un afán por la coherencia. Julio Anguita y la IU de esos años, incluso cuando enunciaba un discurso moderadísimo como la defensa de los contenidos sociales de la constitución o la exigencia de pleno empleo, era creíble. Un rojo, dispuesto a hacer transacciones, aplazamientos, alianzas, pero un rojo. Dispuestos a negociar los ritmos, pero no los principios.
En IU se ha producido una mutación, un cambio de naturaleza, una pérdida de identidad. Y reconozco que tengo muchas dudas (y ojalá me equivocase) sobre la reversibilidad de ese proceso «transgénico». Porque no ha sido un episodio sino un proceso al que además hemos contribuido, por acción o por omisión, muchos de nosotros.
Hoy podría decirse, y nadie se ofenda, que a IU no la conoce «ni la madre que la parió». IU es una fuerza crecientemente subalterna del PSOE y de su entramado mediático y sindical, agarrotada por los intereses (institucionales, pero no solo institucionales) de sus aparatos, y afincada en el discurso políticamente correcto. De la IU soberana, intento de movimiento político-social y rebelde, quedan poco más que los ecos.
Una fuerza política que ha perdido la capacidad de indignarse contra la injusticia, la desconfianza contra el poder, la voluntad de autonomía:
* Que contempla con pasividad cómplice la excarcelación del general Galindo, condenado por torturas y terrorismo de estado.
* Que no se atreve siquiera a pedir la comparecencia en la comisión del 11-M de los confidentes habituales de la policía que tenían montado el «supermercado» de explosivos y armas con los que se produjo el atentado. 25 años después del atentado de Piazza Fontana en 1969 en Italia se conoció la implicación de la red Gladio. Ahora terrorismo y guerra se hermanan en la política estratégica del choque de civilizaciones. La connivencia con las alcantarillas, donde estado y terrorismo se dan la mano y se confunden, se entiende en partidos de orden (del orden establecido), pero ¿lo es también IU?
* Que no es capaz de oponerse alto y claro a la participación del ejército español en Afganistán y Haití, guerras de la misma lógica del Imperio. Una fuerza que, a pesar de que una de sus señas de identidad y de independencia fuera la oposición al Tratado de Maastricht, no se atreve a pronunciarse sobre la Constitución europea claramente neoliberal y militarista. Y que para pronunciarse, con más miedo que vergüenza, necesita previamente ser derrotada en las urnas en y que se abra un conflicto interno por las listas de las elecciones europeas.
En fin, estos son sólo algunas muestras recientes, cogidas al paso, de un discurso cada vez más subordinado al partido que gobierna. El último, que nos habla de la interiorización profunda del papel complementario, de bisagra con respecto al PSOE, es la ausencia de irritación siquiera por una reforma electoral que va a reforzar descaradamente el bipartidismo, con la excusa populista de la elección «directa» de los alcaldes.
Por eso hay que reconocerle al equipo de dirección de IU una enorme coherencia en la selección de algunas de sus referencias. La asistencia de Carrillo a la última asamblea federal de IU y el ensalzamiento de Iniciativa per Catalunya como modelo a seguir, son muy representativas de la línea que se va imponiendo.
El carrillismo, el eurocomunismo era una variante de socialdemocracia caracterizada por la «ascensión» a los altares del tacticismo y la primacía de lo institucional. Tradición y verbalismo comunista, pero práctica decididamente reformista.
Iniciativa per Catalunya es el correlato en nuestro país de la involución del Partido Comunista Italiano hacia el capitalismo. Y representa magistralmente un modelo de partido funcional para las élites dirigentes que huían del «colapso del comunismo», pertrechándose por el camino de todos los retales de la posmodernidad. Iniciativa ha acabado siendo un modelo de partido posmoderno de políticos. No un partido político, que era otra cosa, sino un partido de políticos, una agencia de representación que corre con la parte del mercado electoral que se sitúa más a la izquierda del PSOE. Toda una vida de vanguardia: antes de vanguardia del proletariado, y ahora de vanguardia de las identidades múltiples y fragmentarias de la posmodernidad.
«En España los novedosos apedrean a los originales» dijo Mairena/Machado. La IU punta de lanza de la experimentación política en toda Europa a finales de los 80 y principios de los 90, la fuerza de la convivencia rojiverdevioleta, el movimiento que respondía a la crisis de los partidos, está siendo demoradamente deglutida.
2. A Matrix le crecen los rebeldes
Hubo un tiempo en el que los que querían cambiar el mundo utilizaban como termómetro la lucha de clases. «La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases» que dijera con precisión y dotes de publicista adelantado Marx. Hoy hay mucha lucha de clases, pero de las cabezas dirigentes de la izquierda oficial ha desaparecido y en su lugar solo hay votos y titulares de periódico.
«En 1900 los trabajadores asalariados sumaban alrededor de 50 millones de una población global de 1000 millones, hoy en día son alrededor de 2000 sobre 6000 millones», nos recuerda Daniel Bensaid, para ilustrar la proletarización creciente del mundo. Aunque ello no implique automáticamente más lucha de clases, ni la lucha de clases sea tampoco lucha salarial ni sindical, sino algo más complejo. Más proletariado que nunca, pero cada día más huecas y miedosas las cabezas de los celosos usufructuarios de la herencia del marxismo.
La globalización ha terminado su década prodigiosa. La «globalización feliz», como le gusta llamarla a Ramón Fernández Durán ha encallado. El paraíso que alcanzaríamos gracias la aceleración del desarrollo combinado de la biotecnología, la informática y las telecomunicaciones se ha teñido de sangre. Esta guerra, como continuación de la globalización por otros medios, fracasa.
Tiempo de canallas y tiempo de rebeldías. El golpe de estado americano ha fracasado. 135.000 soldados invadiendo Irak no han sido suficientes. Las multitudes en la calle el 15 de febrero del 2003 han deslegitimado la guerra y la resistencia iraquí consuma la derrota americana. A veces no basta con una cierta dosis de ternura, y hay que añadirle una cierta dosis de plomo, dice el subcomandante Marcos.
Pero nadie se engañe. El bloque del poder, temporalmente dividido, busca recomponer su unidad. Sus ideólogos rastrean las revueltas, especulan y experimentan con la absorción/recuperación de las rebeldías. Ha fracasado el golpe de estado americano, pero no Matrix y su lógica. La Gran Máquina del Capital Global busca a marchas forzadas la salida de su crisis política. Tres ejemplos de ello, las reformas laborales en Alemania, el Forum de Barcelona y los centros de internamiento para inmigrantes.
Schroeder y la patronal en Alemania inician una ofensiva de calado estratégico. Un ataque articulado capaz de apresar las contradicciones de la clase trabajadora e intervenir en ellas. En nombre del empleo y del mantenimiento del Estado del Bienestar (la misma retórica abyecta en todos sitios) se simultanean dos agresiones brutales. Por un lado incremento de la jornada laboral y menos salario para los trabajadores que se incorporen, a cambio de que las grandes empresas como la Siemens no se vayan de Alemania. Y justamente en los sectores como el metal, pioneros en la consecución de la jornada de 35 horas. Si no quieres sopa dos tazas. Por otro lado una brutal reducción de las prestaciones de desempleo y las ayudas sociales, el conocido como plan Hartz 4.
Los sindicatos pactan los recortes en las grandes empresas. Por el contrario los parados y precarios salen a la calle todos los lunes contra el plan de recortes sociales. El capital desmigaja aún más la subjetividad obrera. Para unos, los restos del navío fordista, clase trabajadora industrial con antigüedad y derechos, un trocito cada vez más pequeño de cielo. Para los otros, la «morralla» precaria, pura intemperie. Los primeros agachan la cabeza, los segundos gritan su desesperación. Renuncia y resistencia, dramática descomposición del sentido de clase.
Pero no se olvide que Schroeder es «de los buenos», de los que estiman la ONU y el derecho internacional, de los que se han opuesto a la guerra de los Estados Unidos…. Mientras el movimiento obrero y la «izquierda» no recuperen la capacidad de pensar antagonista, la autonomía de clase, serán solo serviles acompañantes de una fracción de la burguesía.
La tormenta de la guerra se fabrica en la nube del capitalismo. Y a mi al menos no me consuela nada que la guerra sea «legal y justa», amparada por la ONU, argumentario que se han hartado de repetir como loros insensatos, dirigentes de la «izquierda». Solana y otros leales funcionarios de Matrix ya preparan el gran reencuentro, especialistas como son en guerras almidonadas y «humanitarias» como las de Yugoslavia o Afganistán.
Segundo laboratorio: el Forum de Barcelona. Políticos socialdemócratas y empresas multinacionales ensayan la apropiación de las rebeldías. Justamente allí donde el movimiento antiglobalización ha manifestado más fuerza y más creatividad. Más allá de la especulación urbanística, lo que revela el Forum es la enorme consciencia por parte de las clases dominantes de las potencialidades de antagonismo real que se han desarrollado en los últimos años.
Tras la cháchara de los organizadores (desarrollo sostenible, comercio justo, interculturalidad,…) no sólo hay un intento de apropiarse y «disecar» los conceptos que han puesto en pie los movimientos, empezando por la propia noción de foro social. Forma parte de un intento de cooptación, de recuperación de las energías de lucha que han liberado los movimientos.
Porque los movimientos, «el pueblo de Seattle» existe. Es algo más que una moda, más que un eco de la sociedad del espectáculo. «Donde reina el espectáculo, las únicas fuerzas que pueden organizarse son las del espectáculo. A una guerra televisada corresponde una protesta televisable» dice Miguel Amorós. Comparto muchos de los recelos de quienes desconfían de las movilizaciones que se inscriben en la lógica y los tiempos del espectáculo, pero la protesta no es ilusoria y el movimiento existe más allá de lo mediático y de los aparatos políticos y sindicales. Es más, son precisamente esos instrumentos los que pretenden capturar las fugas, la resistencia anticapitalista que a pesar de todo existe y se escapa.
Hay, con todas las contradicciones que se quiera, una intuición anticapitalista en las luchas de los últimos años, algo inapropiable e irreductible que perturba a los estados mayores y menores del capital…..
Tercer laboratorio: los campos de internamiento de inmigrantes. La Unión Europea propone crear en los países del Norte de Europa campos «de acogida» para los inmigrantes «ilegales» que pretenden llegar al mundo de la abundancia.
No se trata de una medida más de control migratorio, ámbito de intervención preferente de la Unión Europea que, como «mercado común» también de mano de obra, adopta decisiones reguladoras de los flujos laborales. Es mucho más que eso, significa el flirteo con la idea del campo.
Giorgio Agamben alertó hace años sobre la lógica jurídico-política que compartían los centros de internamiento de inmigrantes con los campos de concentración. «El campo es el espacio que se abre cuando el estado de excepción empieza a convertirse en regla. En él, el estado de excepción, que era esencialmente una suspensión temporal del orden jurídico, adquiere un sustrato espacial permanente. La ley es suspendida de forma integral, todo es verdaderamente posible en ellos».
La negación de ciudadanía implícita en la consideración de ilegales, pasa a convertirse en explícita. Nuda vida, simples cuerpos en el limbo de los sin derechos.
Volvamos al inicio. Los poderes indagan salidas a la crisis política e intentan reconstruir su unidad. No excluyen ninguna posibilidad, ninguna vía, ningún atajo. «Blair y yo contra las fuerzas del conservadurismo» proclama Haider, el líder de la extrema derecha austriaca, con una ironía que revela al mismo tiempo el tronco común de los experimentos neoliberales.
Pero, a pesar de todo, Matrix vive en el desasosiego. Hoy rinde a los de Izar en Corea, y a los de Atento en Marruecos, pero y mañana cuando la tasa de ganancia se estanque allí ¿donde irá?. ¿Cuáles son los límites de la deslocalización, de lo que Wallerstein llama desruralización?. ¿Cuánto tiempo soportarán las víctimas de un lado y otro del planeta ser piececitas prescindibles, material sobrante, simple grasa de la Máquina?
Cuando todo parece atado y bien atado, vuelve a asomar el cabo suelto, el cabo disolvente, la testarudez del ser humano que se niega a ser reducido a mercancía. En la selva del libre mercado aparecen destellos inesperados de comunidad, de inteligencia colectiva autoorganizada, de comunismo intuitivo. Véase lo que ocurre por ejemplo con los programas de ordenador P2P, utilizados por los jóvenes para compartir gratuitamente la música, las películas, el ocio, la cultura. El capital se muestra más parasitario que nunca, puro excedente de explotación que necesita de represiones y capataces para apropiarse de la riqueza social. Ahora, sin ir más lejos toda la legislación que se anuncia en España para suprimir estas prácticas de préstamo gratuito, a mayor gloria de sanguijuelas como la SGAE. A lo mejor va a tener razón el exaltado Negri cuando afirma, para escándalo de las mentes mortecinas, que el comunismo está maduro…
«El sujeto revolucionario ha muerto» sentenciaron los que mandan, y junto a él la historia, el marxismo, los grandes relatos, y todo lo que oliese a esperanza, a emancipación. Pero la partida sigue, bien lo saben, y sus tres vértices son la guerra, el trabajo y la democracia.
La guerra global es la política estratégica del poder para los próximos años y el «choque de civilizaciones» su ideología legitimadora. La guerra «infinita», la guerra duradera que se nos anuncia corresponde a esta transición en la que Polifemo no sabe qué hacer con su rabia. El enemigo, nadie se confunda, somos nosotros, ese gigantesco y difuso movimiento del Otro Mundo Posible, que amenaza con colapsar la Máquina. El moro, el inmigrante, no son más que las nuevas figuras preliminares y anticipatorias del enemigo interno.
Santiago López Petit utiliza las categorías de fascismo posmoderno y Estado-Guerra para aproximarse a la criatura que se está incubando en las pesadillas de los poderosos. El fascismo, como máquina de producción de indiferencia moral, late cada día más fuerte. Modernidad tecnológica e involución social se funden. En la película de Michel Moore, Fahrenheit 9/11, un soldado americano relata cómo la guerra para él es algo entretenido y natural: mientras aprieta los botones mortíferos de su carro de combate escucha a su grupo musical favorito.
La globalización traducida a la vida cotidiana de la gente se llama precariedad. «La fase actual del capitalismo necesita la precariedad como una condición estructural» afirma la CGT. Pero la precariedad, como analiza con rigor este sindicato, va mucho más allá de las relaciones laborales. La precariedad se convierte, de la mano de la deslocalización y del dominio del capital, en sustancia constituyente del trabajo asalariado y de nuestras vidas. Miedo a perder el trabajo, miedo a no encontrarlo, miedo global.
«Vivo en un mundo de gente encorvada
pero nadie lo nota
porque todas viven de erguirse sobre alguien»
El poeta Antonio Orihuela sintetiza con amargura el dominó de precariedades de nuestro tiempo. La clase obrera va al paraíso, decía el título de la película. A veces, solo a veces, habría que añadirle.
El funcionario, sometido al moobing o a la creciente presión en la empresa precariza a la empleada de hogar inmigrante legal o ilegal. El trabajador que después de toda una vida de hipotecas consigue la propiedad de una vivienda que quiere vender a alto precio engrasa la maquinaria del capital inmobiliario/financiero que convierte la vivienda en un yugo para los jóvenes….
¿Dónde consigue este régimen de poder su hegemonía?. La respuesta seguramente tiene mucho que ver con la capacidad del poder para intervenir en la oposición entre los intereses del individuo como productor y los del individuo en tanto que consumidor/propietario. El neoliberalismo se ha «naturalizado» en la conciencia de la población. 9 millones de personas participan en España en el mercado de la bolsa; los fondos privados de pensiones o el accionariado asalariado, se extienden…
Sin abordar estas contradicciones la izquierda y el movimiento obrero no saldrán de la retórica. En el último año se ha producido, en un silencio casi clandestino, un expediente de regulación de empleo de 15.000 trabajadores nada menos en Telefónica, contando con el aval cómplice de los sindicatos mayoritarios (luego se entera uno de que ha aumentado la participación de los mismos en los fondos privados de pensiones de la empresa). Y esto ocurre en el sector de telecomunicaciones, que es precisamente el que está en mayor expansión. Es evidente que esos 15.000 puestos de trabajo van a ser ocupados por otros trabajadores, obviamente en subcontratas, y cobrando menos de la mitad de quienes hasta ahora los ocupaban. ¿Se puede llamar a esto, sin ofender al lenguaje, sindicato de clase?. ¿Se puede llamar a estas prácticas corruptas siquiera sindicalismo?.
Y por último la ausencia de democracia . La última novela de Saramago «Ensayo sobre la lucidez», que ha pasado casi desapercibida para una izquierda decididamente autista, plantea un debate crucial y actualísimo: ¿existe realmente democracia en los llamados países democráticos? ¿es la naturaleza del poder existente, democrática? ¿cómo funcionan los resortes del terrorismo de estado?.
«Le llaman democracia y no lo es» gritaban los jóvenes en la calle en la primavera del año pasado. No hay democracia que merezca tal nombre, y sin embargo la «izquierda» sigue dando vueltas a la noria, aceptando como una maldición bíblica la farsa. El poder real ha huido, en gran medida, de las instituciones. Tienmeyer lo dijo clarito «Los ciudadanos votan una vez cada cuatro años, los mercados financieros votan todos los días», pero sin embargo la izquierda sigue, encerrada con su solo juguete, como aquel amante despechado y ridículo que cantara George Brassens: «y yo aquí, con mi flor, como un jilipollas».
La democracia censitaria es un hecho (2 millones de inmigrantes que viven en España no pueden participar en las elecciones), las leyes electorales violan el principio de un hombre/una mujer, un voto; la desigualdad de origen entre los contendientes es evidente (financiación, presencia en medios de comunicación…). A lo que existe no se le puede llamar siquiera democracia representativa, pero sin embargo la «izquierda» sigue cultivando la ficción de la igualdad de oportunidades.
Las cartas están marcadas. Y para aquellos que no aceptamos la estafa, solo es lícito participar en el juego en determinadas condiciones, desde la más escrupulosa y desconfiada distancia. Participar en el juego pero solo desde la continua denuncia del mal de origen, la ausencia de democracia. Participar en el juego solo en la medida que sea complementario y útil a la tarea principal, la construcción desde la base de una democracia participativa, expresiva, no representativa. Aspiramos no a que las víctimas sean representadas, sino a que se expresen.
3. Resistir es crear
Se me dirá que baje a la arena de lo concreto, que haga propuestas, que me moje. No tengo respuestas, solo interrogantes y alguna certeza. Y además no me corresponde a mi esa tarea, sino a aquellos que serán o aspiran a ser delegados en la próxima Asamblea de IU. En cualquier caso, vaya además por delante mi acuerdo en lo fundamental con las propuestas que se hacen en el documento que suscriben los compañeros Víctor Casco, Susana López, Manuel Monereo, Pedro Montes y Jaime Pastor. He aquí mis interrogantes y mis certezas.
Mi única certeza: hay que cambiar de rumbo, no solo de timonel. O mejor aún, que en la embarcación no haya timonel, sino dirección colectiva. Cambiar de rumbo y de flotilla, de compañía. La herejía es de los simples, de los comunes, de los leprosos, de los precarios, o sencillamente no es herejía.
«Los propios gobiernos son esclavos de la Bolsa y del mercado. Cuando votamos sabemos que estamos reemplazando a un esclavo del capital por otro esclavo del capital. ¿Es posible no seguir siendo esclavos del capital y del mercado? Esta es una definición posible de la política, la posibilidad de no ser esclavos».
Alain Badiou nos anima, al igual que Saramago, a andar un camino arriesgado pero inevitable. Si la política se ha convertido en pura gestión de lo existente, si democracia representativa y mercado son principios inamovibles fuera de la discusión, qué significan hoy transformación, revolución o democracia.
Estamos seguramente al inicio de un largo proceso de bifurcación. Las únicas esperanzas de lucha anticapitalista nacen y se desarrollan fuera de lo institucional, cuando no contra lo institucional. El zapatismo, el movimiento de los sin tierra (MST), los piqueteros, el movimiento antiglobalización cuestionan los límites de la política institucional.
Hoy es una quimera reaccionaria pensar que el cambio social puede venir con una forma de entender y practicar la política que pivota sobre lo institucional, o dicho con más propiedad, sobre la noción dominante de política. Es metafísicamente imposible hacer política transformadora en el círculo elecciones- instituciones- partido- medios de comunicación.
Manuel Sacristán denunció con lucidez y amargura aquello que se llamó eurocomunismo. «El eurocomunismo como estrategia socialista es la insulsa utopía de una clase dominante dispuesta a abdicar graciosamente y una clase ascendente capaz de cambiar las relaciones de producción (empezando por las de propiedad) sin ejercer coacción. Para creerse semejante utopía (si es que alguien se la cree) es necesario haber perdido la idea de lo que pueda ser un cambio, conscientemente querido de modo de producción y de lo que es una clase amenazada de expropiación por la clase a la que ella domina y explota actualmente».
Tengo que confesar que, en mi opinión y muy a mi pesar, el eurocomunismo, aún cuando se exprese con otros nombres (ecosocialismo, izquierda plural…) es en este momento una concepción mayoritaria en IU.
«Lo peor es creer
que se tiene razón por haberla tenido
Lo peor es no ver que la nostalgia
es señal del engaño o que este otoño
la misma sangre que tuvimos canta
más cierta en otros labios.»
José Ángel Valente
Y sin embargo el volcán sofocado se desata a veces. En la primavera del 2003 un temblor de desobediencia se apoderó de las calles y de los balcones; el 13 de marzo se produjo una hermosa rebelión frente a las sedes del PP, en pleno día de reflexión. Un escrache, » un momento de producción de verdad y justicia desde abajo que no precisa de mediaciones para ser validada» como señalan Pablo Carmona y Amador Fernández Savater entre otros, en un artículo colectivo.
Pero la izquierda triste no quiere saber nada de «alborotos» y ni siquiera le dedica un simple comentario ni reflexión a estos hechos en sus documentos.
Otra democracia y otra política se están creando incipientemente en los márgenes, ajenas a la delegación y a la representación. Como en su día fueron los estados generales en Francia, y andando el tiempo los soviets, o los consejos obreros. Una nueva generación de cambio histórico, efectivamente, está surgiendo.
El poder sí estudia lo que ocurrió el 13 de marzo, o el 15 de febrero. El poder sí estudia las rebeldías y se pone manos a la obra a recuperarlas, a espectacularizarlas, a comercializarlas, a capitalizarlas, a acartonarlas. La lucha de las gentes demuestra un inaudito sentido de la oportunidad, «una familiaridad con lo contingente», pero el poder también se espabila, reconduce, ahorma. En los Foros, desembarcan la socialdemocracia y los partidarios del capitalismo con rostro humano…
Refundar la política desde donde únicamente puede hacerse, desde abajo. Y marcando las distancias con el poder. Máxime cuando se demostró que fue el poder el que nos tomó a nosotros…
Crear nuestro propio tiempo y espacio, al margen de los poderes. Crear y fortalecer medios de comunicación propios, editoriales, formas de crédito, cooperativas de consumo…es cien veces más revolucionario que la mejor de las iniciativas parlamentarias.
Unir en torno a un programa. Que es lo serio, frente al cambalache, a los personalismos y oportunismos. Y un programa valiente, que se atreva a poner el dedo en las contradicciones estratégicas: república, renta básica fuerte, papeles y derechos de ciudadanía para todos…
Volvamos a Alain Badiou: «Hay que reemplazar la política impaciente de los partidos por la política paciente de los movimientos». ¡Los movimientos, malditos, los movimientos!. Ahí está constituyéndose el sujeto del cambio, en las infinitas formas que adopta la precariedad, en el dolor de la inmigración, en la capacidad creativa de la juventud, en las madrigueras de la globalización. Y eso significa movimiento antiglobalización, sindicalismo de lucha, redes de economía alternativa, colectivos culturales, ecologistas….
No se trata de idealizar los movimientos. En su seno, no podía ser de otro modo, se reproducen las mismas tendencias dominantes que existen en la sociedad e incluso en ellos se produce también a veces el repliegue, el miedo a mezclarse y a la experimentación. Las luchas de poder, los enroques «identitarios», los metalenguajes también se dan aquí aunque, obviamente, no en la misma medida. Pero aquí al menos se pelea.
Tiempo de bifurcación. Resistencia o renuncia, construcción de alternativa o embellecimiento de lo existente, lucha o acomodación. No se puede estar eternamente abrazado a una política muerta.
«Como dice el pueblo: a la hora del cambio de luna
la luna joven sostiene en brazos a la vieja
durante toda una noche. El titubeo de los miedosos
denuncia la nueva época. Siempre
colocad el todavía y el ya.
Las luchas de clases,
las luchas entre lo viejo y lo nuevo
se entablan también en el interior de cada uno».
Búsqueda de lo viejo y lo nuevo. Bertold Brecht
* Manuel Cañada, militante del PCE y de la CGT.