Rosa Luxemburgo y la Revolución Rusa
Hiram Hernández Castro
Queda atrás la última década de un Siglo que fue testigo de uno de los acontecimientos más reveladores de la Historia: el agotamiento y derrumbe de una estructura sociopolítica que devenida en modelo cerró su posibilidad de reproducción. Los intelectuales de todo el mundo, unos quizá más sorprendidos que otros, se lanzaron a un heterogéneo debate que intentaba indagar en las disímiles causas de aquellos hechos. Sin embargo, no todos los discursos se alejaron de la mera suma de calamidades sobre la experiencia “socialista”. En la medida en que el pensamiento emancipador logre agudizar sus instrumentos de análisis político deberá asumir aquel proceso histórico como un referente obligado para la teoría y la práctica revolucionaria. Será preciso volver siempre a repensar sobre los hechos, las figuras, los documentos y las prácticas de poder comprometidas con las experiencias de la Revolución y el socialismo real.
Es cierto que la trascendencia de la Revolución de Octubre como parte de ese proceso, no puede ser oscurecida por la posterior deformación y bochornoso final de la URSS. Sin embargo, y aunque las prácticas académicas se resientan, es preciso que la pasión no detenga la reflexión crítica y polémica sino, todo lo contrario, sea su elemento inmanente. Y es que en su momento la Revolución de Octubre fue el punto de encuentro de algunos de los debates más enconados de los que ha sido testigo el pensamiento humano. No fue teoría de gabinete, ni de torre de marfil, sino pensamiento gatillado por los problemas de la toma del poder en una experiencia inédita y concreta las condiciones sobre las cuales se ejerció la praxis política bolchevique.
Lenin, Trotsky, Bujarin, A. Kolontái entre otros, eran al tiempo que protagonistas, el centro de un copioso debate internacional, observado por furiosos detractores y emocionados amigos. La toma del poder institucional por un partido revolucionario fue un hecho pero su viabilidad en el tiempo dependía, en un contexto harto difícil, de las decisiones políticas de un pequeño grupo revolucionario. Lenin y Trotsky eran, entre otros, los líderes de aquel triunfo, pero discusión no era lo que faltaba entre ellos y otros no menos importantes teóricos revolucionarios, que desde dentro y fuera del Partido Bolchevique, acompañaban cada decisión con sus críticas. Esas enconadas discrepancias fueron la raíz de no pocos textos que hoy constituyen el más valioso legado político de aquella Revolución.
Sin embargo, el termidor estalinista cerró el debate. Como afirmará Trotsky, existía entre los “amigos de la U.R.S.S.” cierto trasnochado consenso en considerar cualquier crítica peligrosa para la edificación del socialismo[2]. Mientras que al interior Stalin se aseguraba de fusilar la más mínima sospecha de disidencia. Las prácticas de censura y la vulgar apología “izquierdista” sobrevivieron a Stalin, hasta el punto de amoldarse sintomáticamente a la reproducción del modelo hasta sus últimos días. Si bien el XX Congreso condenó los crímenes de Stalin, las prácticas inquisitivas contra el pensamiento crítico y la rebeldía, aún la de probado carácter revolucionario, no desapareció del todo, sino que se hizo más sutil, llegando a formar parte constitutiva de la cultura política institucional, social e individual del supuesto ciudadano socialista. Los comportamientos sociales inmediatos a la caída del muro constataron que aquel individuo presuntamente consciente volitivo se mostraba igual o más obnubilado que sus contemporáneos occidentales. La clase política que, por décadas, había asumido el papel de vanguardia del proyecto “socialista” prácticamente no se resistió y en muchos casos se convirtió en protagonista de la estructuración del “nuevo sistema económico y político”.
Incluso podríamos decir que, lamentablemente, la acriticidad del Kremlin no dañó sólo al modelo eurosoviético, sino que se extendió a través de su influencia a los partidos comunistas y grupos de izquierda de todo el mundo. En este sentido, uno de los espacios más afectados fue el teórico-académico e intelectual. El llamado “marxismo-leninismo” o DIAMAT socializado por la escolástica estaliniana y que fuera colocado en el pedestal de ciencia de las ciencias, para nada fue una alternativa válida del diverso pensamiento marxista, sino que constituyó un retroceso lamentable.
Esmerados en justificar las prácticas concretas del poder burocrático, los “marxistas-leninistas” se alejaron por completo del referente real sobre el cual discurrían. Esto, unido a la lógica e histórica animadversión que los aparatos de dominación burguesa aseguran como escenario para cualquier pensamiento emancipador, creó las condiciones idílicas de posibilidad para la extensión real y proclamada de la crisis del marxismo. Sin embargo, si por crisis entendemos ese momento en que un modelo o sistema está agotado pero aún vive, podríamos decir que aquel marxismo dogmático y doctrinario ha caído junto al muro -aunque alguna vez asome su cadáver- bajo otras neolenguas.
No obstante, siempre podremos mencionar significativos nombres de la intelligentsia marxista que en el campo teórico y/o axiológico, nos han dejado su memoria histórica de combate para insistir, repensar, no adaptarnos. Por otra parte, tengo la certeza de que en ciencias sociales, como en la sociedad, la salud es siempre consustancial a la polémica y a las alternativas que guían la búsqueda y creación de la verdad. Verdad siempre revolucionaria, y que parafraseando a Foucault, nunca se posee, sino se ejerce configurando un reticulado en el cual todos participamos. De eso trata precisamente el texto de Rosa Luxemburgo sobre La Revolución Rusa[3]: polémica, participación, creación y búsqueda de la verdad, no sólo en el sentido académico de la palabra, sino como imprescindible praxis revolucionaria.
Rosa Luxemburgo nació en 1871, pocos días antes de ser proclamada la Comuna de París, y murió un año después de la toma del poder por los bolcheviques. Así, entre “asaltos al cielo”, esta mujer, dedicó todas sus energías a la causa de la revolución obrera. Desde su temprano despertar político en Varsovia, hasta su cruel asesinato en Berlín en 1919, Luxemburgo no descansó ni como teórica del marxismo, ni como militante de la izquierda socialdemócrata.
Cuando triunfa la Revolución de Octubre, Rosa se encuentra encerrada en una celda de Breslau, Alemania. En estas condiciones escribe sus famosas notas sobre el triunfo revolucionario, y reflexiona sobre las primeras medidas tomadas por la dirección bolchevique. Hay quienes atribuyen a esta situación de enclaustramiento, cierta falta de información y perspectiva para lograr un verdadero análisis objetivo de lo que sucedía en Rusia. En realidad, la falta de información –digamos oficial- es una constante en la historia del pensamiento subversivo, de ahí que el carácter revolucionario necesite reforzar siempre su capacidad de leer entre líneas. De cualquier manera, más allá de la cantidad de información con que Rosa contara, sus palabras se defienden por sí mismas y más que una limitación, la situación en la que escribe puede verse como parte de su agudeza política y su inquebrantable fe revolucionaria.
Al parecer Rosa había escrito un artículo crítico sobre la política bolchevique, expresamente para la revista de la Liga Espartaco. El artículo fue rechazado por los editores pues consideraron que no debía haber ambigüedad en el estricto apoyo de la Liga a los revolucionarios rusos. Paul Levi, editor y amigo de Rosa, la convenció de la necesidad de ser extremadamente cautelosos en este sentido, pues la información con que contaban los obreros alemanes ya era bastante distorsionada. Quizá por eso aquellos apuntes sobre la Revolución no fueron en principio escritos para la publicación, sino para el propio Levi. Después de la expulsión de Levi del Partido Comunista en 1922, éste los publicó por su propia cuenta. Lenin responde desde Pravda: “Paul Levi quiere hacer buenas migas con la burguesía publicando los artículos en que Luxemburgo se equivocó[4].” Podía decirse que la obra en cuestión tuvo un nacimiento polémico y así ha continuado hasta hoy, pues aún es difícil encontrar el texto íntegro. Esto, lógicamente, se ha prestado para que intelectuales de las más disímiles tendencias rebanen de aquí y de allá para lograr el efecto esperado. Vale recalcar que ni las críticas más iluminadas pueden sustituir la lectura de la obra en tinta de su autora.
A la luz de los últimos acontecimientos, la obra de Luxemburgo muchas veces malsanamente criticada y sepultada, necesita y merece hoy, nuevos debates. Rosa ejerce su autorizado criterio en interrogantes vigentes en el pensamiento marxista. ¿Es la revolución sólo posible para los países a la vanguardia del desarrollo?. ¿Cuáles son y deben ser las prácticas de un poder no burgués? ¿Cuál es el papel de un partido de la clase obrera? ¿Dictadura o democracia?. ¿Espontaneidad o vanguardia? En ese sentido, el triunfo de Octubre es para Rosa un objeto obligado de su reflexión. Imposible sofocar el pensamiento de aquella mujer, cuando para ella la locomotora de la historia apenas echaba a andar.
Rosa coincide con Lenin en apostar por la Revolución en un eslabón débil de la cadena imperialista. Rechaza que Rusia, como afirmaba Kautsky y los mencheviques, no podía asumir tal reto, por ser un país atrasado y predominantemente agrario. Para ella, la revolución es legítima y madura a pesar de sus lógicas limitaciones:
“Sería una loca idea pensar que todo lo que se hizo o se dejó de hacer en un experimento de dictadura del proletariado llevado a cabo en condiciones tan anormales, representa el pináculo mismo de la perfección (…) ni el idealismo más gigantesco ni el partido revolucionario más probado pueden realizar la democracia y el socialismo, sino solamente distorsionados intentos de una y otro”[5]
Mas esto no es para Rosa un demérito de los bolcheviques, sino la confirmación de la necesidad vital de que para que la Revolución y sus profundas transformaciones se consoliden, es imprescindible que acuda en su auxilio el movimiento obrero internacional, no sólo en apoyo a Rusia sino haciendo su propia revolución.
“… acción sin la cual hasta los mayores esfuerzos y sacrificios del proletariado de un solo país, inevitablemente se confunden en un fárrago de contradicciones y errores garrafales”[6]
Rosa veía en el bolchevismo la expresión más acabada y radical de la acción revolucionaria. En sus palabras se siente el temor a que los bolcheviques no puedan sostenerse en el poder, entre la manifestación de actitudes ineficaces de la extinta Internacional obrera y una revolución alemana que no comparece. Rosa, al igual que Lenin, denuncia la bancarrota y anhela la refundación de la Internacional, que debía caracterizarse por asumir la dirección de la lucha revolucionaria de clase contra el imperialismo en todos los países.
Para Rosa la esencia del triunfo de Lenin-Trotsky –la mención del segundo agrega un motivo más para la desaparición del texto-, está en la radicalidad de la política asumida por el Partido. Los bolcheviques no evadieron las principales exigencias del pueblo ruso: paz y tierra. La consigna “Todo el poder a los Soviets” entregó a los bolcheviques la espada de la Revolución. Ellos eran el único partido capaz de comprender los objetivos y tácticas reales, para nuclear y colocarse al frente de las clases, grupos y sectores genuinamente revolucionarios.
“Queda claro que en toda revolución sólo podrá tomar la dirección y el poder, el partido que tenga el coraje de plantear las consignas adecuadas para impulsar el proceso hacia delante.”[7]
Estas consideraciones, que no aparecen por primera vez en su obra, no sólo obedecen a la justa valoración de la política bolchevique, sino que es otro de sus puñetazos a la socialdemocracia alemana, a Kautsky, al oportunismo, al reformismo y a todas las manifestaciones “centristas” consideradas por ella traidoras a la causa de la revolución. La revolución avanza o pronto retrocede, es una frase recurrente en su pensamiento; no hay punto medio, no hay concesiones, la política revolucionaria no permite la indecisión.
“Los bolcheviques representaron todo el honor y la capacidad revolucionaria de que carecía la socialdemocracia occidental. Su insurrección de Octubre no sólo salvó realmente la Revolución Rusa; también salvó el honor del socialismo internacional.” [8]
Si bien la Revolución Rusa constituía un paradigma, este no era ni podía ser perfecto e infalible. A Rosa le preocupan las generalizaciones normativas que Rusia podía fundar dentro del proletariado internacional. Las siempre cuestionables prácticas de poder, y las primeras medidas tomadas por el gobierno revolucionario, pulsan en Rosa un examen político desechando la vulgar y, por principio, reactiva apología.
“Lo que podrá sacar a la luz los tesoros de las experiencias y las enseñanzas, no será la apología acrítica sino la crítica penetrante y reflexiva.” [9]
Rosa pone su atención en el problema agrario como tarea política y económica de primer orden. Su tesis en este sentido, es sencilla y lúcida. La consigna leninista “vayan y aprópiense de la tierra” no facilita una transición coherente hacia la futura reforma socialista en la agricultura, sino que la perjudica. Para Rosa, los bolcheviques, tan enfrascados en ganar el apoyo de hoy, han comprometido el futuro del proyecto socialista. Tornar de forma súbita y caótica la propiedad terrateniente en pequeñas propiedades campesinas, constituye un error pues no se puede convertir propiedades de relativa eficiencia, en primitivas unidades con técnicas atrasadas. ¿Cómo resolverán ahora el necesario abasto de productos sin poner a la ciudad a merced de la especulación campesina? ¿Cómo convencer mañana a esa masa rural convertida en propietaria, que socialice la propiedad en pro del desarrollo y el socialismo?.
“La reforma agraria leninista creó una nueva y poderosa capa de enemigos populares del socialismo en el campo, enemigos cuya resistencia será más peligrosa y firme que la de todos los grandes terratenientes nobles.” [10]
¿Qué debía hacerse?. Ella afirma que cualquiera que sea la política particular adoptada por una economía socialista en el agro, debe primero nacionalizar la gran empresa y acercar la agricultura a la industria. Rosa comprende la imposibilidad de resolver en esos momentos la tarea más difícil, pero sostiene que un gobierno socialista no debe tomar medidas en su etapa de transición, que nieguen o traben las futuras transformaciones de las relaciones agrarias. No nos explica más, quizás estaba fuera de sus manos precisar o lo consideró inapropiado. De cualquier manera, la tesis de Rosa en su sentido normativo me parece certera. De hecho, Lenin había manifestado en junio de 1917 : “… a menos que la tierra sea cultivada en común por los trabajadores agrícolas usando la maquinaria más moderna y el asesoramiento científico-técnico de especialistas agrónomos, no habrá escape posible del yugo del capitalismo” [11]
Una reflexión similar le merece a Rosa su análisis sobre la “cuestión de las nacionalidades”. Este capítulo constituye una de las críticas más claras del apoyo bolchevique al derecho de las naciones a su autodeterminación. Tampoco era la primera vez que atacaba enconadamente este problema dentro de los programas socialistas. En el texto conocido como “El folleto de Junius” publicado en abril de 1916 afirmaba:
“La misión inmediata del socialismo es la liberación espiritual del proletariado de la tutela de la burguesía, que se expresa a través de la influencia de la ideología nacionalista. Las secciones nacionales deben denunciar en la prensa y el parlamento, que el palabrerío hueco del nacionalismo es un instrumento de la dominación burguesa” [12]
Lenin defendía la libertad de aquellos pueblos oprimidos por el Imperio Zarista, a ejercer su voluntad de separarse de Rusia. La autora, con cierta ironía, apunta que esa inconsecuente “vocación democrática” de los bolcheviques no es más que un mal cálculo político. ¿Es acaso la voluntad del pueblo la que se impondrá?. Rosa comprende que las burguesías se apoderan de este derecho como instrumento de la contrarrevolución contra Rusia. Afirma que Lenin debió defender con “uñas y dientes la integridad del Imperio Ruso como área revolucionaria”.[13]
Rosa apunta que los bolcheviques socializan tácticas políticas impuestas en fatales circunstancias, como si fueran virtudes de la Revolución. Es cierto que la agresión permanente del imperialismo –apunta la autora- no permite a los bolcheviques contar con un amplio margen de alternativas políticas con relación a las naciones alógenas. Sin embargo, se acude a la fraseología vacía del nacionalismo burgués para demostrar una vocación democrática que al interior de la sociedad –cree la autora- se ha comprometido negativamente. Para Rosa, no es el discurso democrático que apela a la soberanía el que garantiza la revolución, pues éste puede fácilmente ser manipulado por las elites burguesas nacionales, sino una democracia cotidiana que involucre a los actores sociales comprometidos con el cambio. No obstante, los desacuerdos entre Lenin y Rosa, en cuanto a la cuestión de las nacionalidades, respondieron más a una táctica que a la teoría de Lenin sobre el nacionalismo y el derecho de autodeterminación.
A partir de aquí el texto se adentra en lo que pudiera considerarse el núcleo duro de las disensiones entre Rosa y el bolchevismo. Rosa analiza la disolución de la Asamblea Constituyente, el derecho al sufragio, la corrupción y el papel de los mecanismos democráticos de poder, la dictadura y la democracia. Montañas de artículos se han escrito argumentando las limitaciones de Luxemburgo o su posterior acercamiento a las concepciones leninistas, quizás en respuesta a tesis que convertían a Luxemburgo en el paradigma del llamado socialismo democrático o de tercera vía. En cuanto a la obra en cuestión, los “marxistas-leninistas” tendían a ocultarla o negarle madurez, mientras los socialdemócratas la proclamaban “el testamento político de Luxemburgo”. Unos y otros intentaron clausurar el sentido de la obra en función de intenciones políticas muy apartadas de la praxis revolucionaria que incentivó el pensamiento de la revolucionaria.
Leer el texto rechazando interpretaciones dicotómicas es, sin dudas, encontrar preguntas medulares que continúan provocando insomnio al carácter emancipador. Hoy importa menos si Rosa posteriormente se acercó a Lenin o viceversa, en la discusión teórica sobre el poder, mucho más trascendente es la polémica en sí, que enriquece y aporta puntos de partida a un debate que no cuenta con definiciones infalibles. Cargar la balanza hacia uno u otro lado es anquilosar peligrosamente el pensamiento, persistir en el debate es, ante todo, negar que hayamos llegado al fin de la historia. El tema de las necesarias rupturas entre las prácticas políticas de una revolución burguesa y una revolución emancipadora, en cuanto a la socialización del poder, debe constituir uno de los núcleos duros del debate entre los actores sociales comprometidos con el cambio y la subversión política de la hegemonía dominadora.
Lenin había propuesto que el Congreso de los Soviets se convirtiera en Asamblea Constituyente, pero este criterio no tuvo consenso pues el Partido Bolchevique había utilizado la convocatoria sin demora a la Asamblea, como política contra el Gobierno Provisional. Sin embargo, era evidente que la Asamblea sería configurada con una mayoría del ala derecha del partido social-revolucionario, decidido a entorpecer el camino bolchevique, creando una situación de doble poder intolerable para el nuevo gobierno. En la mañana del 20 de enero, el gobierno declara disuelta la Asamblea con el argumento de que ésta estaba incapacitada para asumir el giro político radical que significaba la Revolución. Se deshacía así un grave peligro, y esto era posible pues no existía en el pueblo ruso una tradición afín al parlamento como institución representativa.
Rosa aprueba la disolución de aquella Asamblea, pero insta a salvar los fundamentos de la institución como instrumento democrático para el nuevo contexto de relaciones sociales que una Revolución socialista debía establecer. Para ella el parlamento, el sufragio, la libertad de prensa, asociación, reunión, etc. son meros mecanismos formales en manos de la burguesía, pero reales y efectivos como control y consulta popular en un nuevo orden socialista. Luxemburgo aprueba el puño de hierro expresado en política concreta contra enemigos de la Revolución, pero la rechaza en tanto “ley general de largo alcance” lo cual afecta la democracia no sólo como valor, sino como instrumento de la política socialista. No es un problema de mera justicia –nos dice- sino una necesidad vital para la libertad política donde intervienen amplias masas.
“Con toda seguridad, toda institución democrática tiene sus límites e inconvenientes, lo que indudablemente sucede con todas las instituciones humanas. Pero el remedio que encontraron Lenin y Trotsky, la eliminación de la democracia como tal, es peor que la enfermedad que se supone va a curar, pues detiene la única fuente viva de la cual puede surgir el correctivo a todos los males innatos de las instituciones sociales. Esa fuente es la vida política activa, sin trabas, enérgica, de las más amplias masas populares.” [14]
En su análisis sobre la dictadura del proletariado, la autora insiste que será cualitativamente superior en correspondencia al entrenamiento y cultura política del pueblo. Cultura política que se gana sólo en el ejercicio del poder, y para esto las masas no pueden vivir en estado de asepsia, alejadas de las decisiones públicas, donde siempre será inevitable disentir. Las tareas y fines propuestas por los bolcheviques, necesitan de la experiencia y la politización de la masa. Podríamos interpretar de Rosa importa menos el número de militantes del partido, que las influencias recíprocas establecidas entre éste y la sociedad sobre la base de la libertad política.
El marxismo dogmático sostiene que la clase obrera tiende a una conciencia corporativa o tradeunionista como expresión de sus intereses inmediatos. La ideología viene desde el exterior y sería la acción del Partido quien, conformado por intelectuales identificados con la clase obrera y sectores esclarecidos, conformaría una vanguardia. Vanguardia que dirige a la vez que educa. Se trata de hacer comprender –por métodos persuasivos- los fines históricos del proyecto e inculcar en la clase comportamientos de unidad revolucionaria coherentes con él.
Sin embargo -apunta Rosa- ese momento político en el cual un partido se pone a la vanguardia, no es un don dado de una vez y para siempre, sino que debe constituirse en la lucha cotidiana, el riesgo político y el aprovechamiento de la experiencia de la masa; principios esenciales para evitar la burocratización y anquilosamiento de las prácticas de poder. El propio Lenin dedicó sus últimas energías a luchar contra el fenómeno burocrático. No obstante, fue dominante la idea de que el burocratismo era un fenómeno hereditario y no un efecto sistémico. En el texto de Rosa podemos enfrentar el vigente peligro de sostener una visión instrumental del aparato estatal, donde la unidad de los actores sociales junto a su vanguardia se asuma como un principio a priori y no como la consecuencia política de la acción de una masa críticamente politizada. Es preciso no olvidar que la revolución bolchevique, (como cualquier revolución emancipadora) “no se trataba de una alternancia en el gobierno, sino de una alternativa (…) de dimensión mundial.”[15] Y esto hace imprescindible no cejar en esta discusión.
Es esencial analizar con seriedad las condiciones de posibilidad que permitieron a Stalin llegar y consolidar su megapoder mediante una estructura piramidal de orden y mando. A contrapelo del discurso, es conocido que el Buró Político concentró un poder incontestable y monopolizó las decisiones a todos los niveles. Es al pensamiento revolucionario a quien corresponde hacer la crítica más filosa contra un régimen que muy lejos de cometer errores, cometió el genocidio contra su propio pueblo. ¿Quién puede negar hoy que los peligros que Rosa mencionaba fueran ciertos?
“… en realidad dirigen sólo una docena de cabezas pensantes, y de vez en cuando se invita a una elite de la clase obrera a reuniones donde deben aplaudir los discursos de los dirigentes, y aprobar por unanimidad las mociones propuestas –en el fondo, entonces, una camarilla- una dictadura, por cierto, no la dictadura del proletariado sino la de un grupo de políticos, es decir, una dictadura en el sentido burgués.” [16]
Encierran esas palabras no sólo la crítica a un orden burocratizado o teoría del sustitutismo, sino un análisis mucho más profundo. La crítica al sentido burgués es el cuestionamiento a una racionalidad ilustrada en el molde de las relaciones de poder, o sea, el discurso que establece que los atributos de saber generan una asimetría de los roles sociales, donde los que saben “iluminados” tienen el deber de conducir al otro a una tierra prometida, sin que medien resistencias ni actitudes subversivas.[17] Rosa comparte el criterio del Partido como educador, pero esta “educación”, cuando se instrumentaliza en dominación, objetualiza a los actores sociales hasta el extremo de imposibilitar toda autonomía.
La crítica al sentido burgués es la crítica a la doctrina liberal limitada a plantearse y reproducir mecanismos de control para que, gobierne quien gobierne, el sistema responda a los intereses de toda la clase burguesa (y no sólo a un sector de dicha clase). Por supuesto, esta idea normativa debe ser superada por el pensamiento emancipador. De hecho, sería muy difícil sustentar la tesis “el fin justifica los medios” para una revolución política cuyo objetivo sea la emancipación. Es de suponer, que toca a la política revolucionaria crear prácticas de poder, no instrumentalizadas, superando esa lógica burguesa de dominación.
“… siempre hemos denunciado el duro contenido de desigualdad social y falta de libertad que se esconde bajo la dulce cobertura de la igualdad y la libertad formales” –y agrega- “Pero la democracia socialista no es algo que recién comienza en la tierra prometida, después de creados los fundamentos de la economía socialista, no llega como una suerte de regalo de Navidad para los ricos quienes, mientras tanto, apoyaron lealmente a un puñado de dictadores socialistas. La democracia socialista comienza simultáneamente con la destrucción del dominio de clase y la construcción del socialismo. Comienza en el momento mismo de la toma del poder por el partido socialista. Es lo mismo que la dictadura del proletariado.” [18]Hoy se impone una visión amplia del concepto “dictadura del proletariado”. Asumir que el cambio social deviene de un conjunto de fuerzas que coexisten enajenadas de las decisiones políticas y atrapadas por el entramado burocrático y burgués. Plurales son las formas de dominación y plurales serán las formas de expresión subversivas y las acciones liberadoras. Es imprescindible la superación de esquemas instrumentales de la política, del Estado y de la democracia, que reducen nuestra crítica política a la utilización deseable de alguna que otra plomería de administración y control del desastre.
Superar esa clausura del sentido burgués (liberal, positivista) es asumir la democracia como acción que se ejerce para expresar los proyectos crítico-reflexivos nacidos de los imaginarios sociales. De manera, que nos compromete a todos la lucha por una verdadera socialización del poder. Poder que nunca es atributo exclusivo y excluyente de un Estado o institución, sino un componente inmanente a toda relación social y de la cual podemos y debemos apropiarnos para subvertir su lógica y funcionamiento. Hablar, por tanto, de política, asumiendo las experiencias y múltiples ensayos históricos de lucha contra la hegemonía del capital, implica hacer de la democracia no una obra ingeniera para garantizar la gobernabilidad de un hombre estigmatizado por naturaleza, sino un acto de creación emancipadora.
Quizá es cierto que ni Marx ni Lenin ni Rosa, pueden ofrecernos todas las respuestas y preguntas que hoy necesitamos. Pero, sin dudas, ellos abrieron brechas y hoy es imprescindible apropiarnos de su memoria histórica de combate. Así vio Lenin a Rosa “como un águila de la cual había que publicar sus obras completas, pues serían útiles a muchas generaciones”[19]. Desde esa perspectiva la polémica Lenin-Rosa me anima a creer que la sociedad deseable implica la subversión de todo modelo autoritario que reproduzca la objetualización de los actores sociales. De modo que, la emancipación, es decir, la socialización del poder que nos constituye, sea la acción que comprometa a la democracia en cada una de nuestras relaciones personales y sociales.
Referencias
[1] El texto pertenece a una fecha anterior al Encuentro Internacional Rosa Luxemburgo y los problemas contemporáneos que fuera publicado bajo el título Rosa Luxemburgo. Una rosa roja para el Siglo XXI. Ed: Centro de investigación y desarrollo de la cultura cubana Juan Marinello, La Habana, 2001. Al parecer la preocupación por el silencio en torno a la obra de Luxemburgo fue un interés compartido.
2] Trotsky, León: La Revolución Traicionada. Ed: Pathfinder, Nueva York, 2000, pp. 27-30.
[3] Luxemburgo, Rosa: II obras escogidas “La Revolución Rusa” Bogotá, 1976. Ed: Pluma, 1976, pp. 179-219.
[4] Ibídem. “Notas de un periodista” por V.I. Lenin, pp. 273-274.
[5] Ibídem, p. 184.
[6] Idem.
[7] Ibídem. p. 208
[8] Ibídem. p. 191.
[9] Idem.
10] Ibídem, p. 195.
[11] Hill, Christopher: “La Revolución Rusa” Ed: Revolucionaria, La Habana, 1978
[12] Luxemburgo, Rosa: “El folleto Junius: la crisis de la socialdemocracia” Bogotá, Ed. Pluma, 1976, p.147.
[13] Ibídem: Op. Cit. 1976, pp. 195-202.
14] Ibídem, p. 206.
[15] Fung, Thalía: ¿Ciencia política en Lenin? Conjeturas y bosquejos, En revista, Marx Ahora No 4-5, La Habana, 1997, p. 63.
16] Luxemburgo: Op. Cit., 1976, p. 212.
[17] Acanda, Jorge Luis: ¿Bolcheviques en el psicoanálisis?. En revista: Temas No 14, abril-junio 1998, La Habana, pp. 133-114.
[18] Luxemburgo: Op. Cit., p. 215.
[19]V.I. Lenin: Op. Cit., p. 273.