Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XVI)
Salvador López Arnal
Salvador López Arnal
«Las huelgas mineras de 1962 fueron trascendentales. Por el impacto público que tuvieron y las acciones de solidaridad que se desarrollaron en todo el país».
José Luis Martín Ramos es catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus investigaciones se han centrado en la historia del socialismo y el comunismo. Sus últimas obras son El Frente Popular: victoria y derrota de la democracia en España (2016) y Guerra y revolución en Cataluña, 1936-1939 (2018). Acaba de publicar en la editorial El Viejo Topo un ensayo sobre la III Internacional y la cuestión nacional.
Centramos nuestra conversación en su libro: Historia del PCE, Madrid: Los Libros de la Catarata, 2021, 254 páginas.
Estamos en el segundo capítulo de la tercera parte de tu libro. Lo has titulado «El partido del antifranquismo» y lo has dividido en cuatro apartados: 1. De la política resistente a la de la «reconciliación nacional». 2. Consolidación de la política de masas, por encima de nuevas divisiones. 3. Crisis, con debate, y continuidad. 4. Las luchas llevan en volandas al PCE. Mucha, mucha «chicha» en este capítulo, uno de los más extensos. Nos centramos, si te parece, en los dos primeros apartados.
Nos habíamos quedado en este punto. Aunque no es el objeto de tu estudio, de tu libro, hasta este momento no ha aparecido mucho el PSOE en este capítulo de la lucha antifranquista. ¿Dónde estaban sus militantes y cuadros?
El PSOE y la UGT existían, también en el interior, aunque con una presencia cuantitativa menor a la del PCE y, sobre todo, con menor incidencia política general. La plaza fuerte de esa presencia era el eje Vizcaya-Asturias, predominante en la provincia vasca y en competencia con los comunistas en Asturias, donde eran estos los predominantes.
Había un pequeño núcleo en Madrid, con incidencia en la universidad y en ámbitos profesionales; núcleos dispersos en el País Valenciano y Alicante y desde finales de los sesenta un núcleo emergente en Sevilla.
En Cataluña prácticamente había dejado de existir, subsumido en el Moviment Socialista de Catalunya. Quedó solo un grupo resistente de veteranos, agrupados en la asociación de Amigos de la ONU, hasta que se recompuso en el tránsito de los sesenta a los setenta.
¿Cuál fue el resultado de la Jornada de Reconciliación Nacional del 5 de mayo de 1958 y la Huelga Nacional Pacífica del 18 de junio de 1959? ¿Error de análisis del Partido? ¿Voluntarismo, como decías antes, llevado al límite? ¿Por qué no se sumaron el PSOE y la UGT de Vizcaya y Asturias?
Creo que he apuntando la explicación en la respuesta anterior. Solo añadir que hubo voluntarismo, ciertamente, pero que me parece excesivo considerar que fuese «llevado al límite». Las acciones fueron un fracaso desde la perspectiva de los objetivos que se pretendían, pero no significaron ninguna catástrofe.
En cuanto a la no participación de los socialistas, respondió a la posición de principio mantenida por el PSOE y la UGT desde el final de la guerra civil de no compartir políticas y acciones con los comunistas, que solo se modificó temporalmente, y de manera resignada, en los primeros tiempos del gobierno de la república en el exilio. La guerra fría reforzó esa posición, que llegó a ser distintivo específico de la dirección socialista encabezada por el antiguo largocaballerista, Rodolfo Llopis.
Fue finalmente una posición infructuosa, cuando el PCE creció de manera ininterrumpida a lo largo de los sesenta y se convirtió en la fuerza predominante de la oposición antifranquista, por lo que, la organización del interior, liderada por los sevillanos y los vizcaínos, entre estos el antiguo militante del PCE Enrique Múgica, incluyó entre su plataforma de renovación y relevo de la dirección de Llopis la aceptación de la posibilidad de coincidencias puntuales con los comunistas (nunca, empero, un pacto a la francesa de «unión de la izquierda»)
¿Qué destacarías del VI Congreso del PCE, el de diciembre de 1959-enero de 1960? Por cierto, ¿dos meses de congreso? ¿Era necesario tanto tiempo? ¿Quiénes acudían a esos congresos?
Se desarrolló a caballo de dos meses, pero no durante sesenta días; en realidad en el término de una semana escasa, del 25 de diciembre hasta el inicio del nuevo año.
Fue importante por la confirmación del nuevo rumbo iniciado en 1956, la traslación de ese cambio a la configuración de la nueva dirección del partido y la representación que en él hubo de delegaciones del interior (60 delegados procedentes de todas las regiones del país, frente a 29 representantes de la organización del exilio y la emigración), que no solo manifestaron, en sí mismas, el crecimiento del partido sino aportaron información sobre la realidad. Esta última circunstancia resultó un cambio tan importante como el político que, como este, quedó consolidado en el congreso de 1965 en el que la representación tuvo una composición semejante: 65 delegados de organizaciones del interior y 32 del exterior.
Desde luego hubo mucha retórica en los discursos de la dirección y la autocrítica del jornadismo se hizo con la boca pequeña, contrastando su fracaso con los beneficios de la presencia política comunista. Todo ello sonaba a triunfalismo y, sobre todo, a la búsqueda del reforzamiento de las nuevas posiciones del partido ante esa nutrida representación interna. Si nos atenemos a los discursos y los textos aprobados, hubo una mezcla de formas del pasado y formas nuevas.
¿Formas del pasado y formas nuevas?
Si el discurso de Carrillo reincidió en el triunfalismo como mecanismo de autoafirmación, la presentación del programa a cargo de Claudín fue rutinaria, con la repetición, con la reiteración de la relación etapista entre la revolución democrática todavía no cumplida, que habría de ser «antifeudal y antimonopolista» y la socialista. Pasionaria cerró con un relato tópico y plano sobre la historia del PCE, destinado a señalar su predestinación.
Sin embargo no puede valorarse la trascendencia del encuentro por esa letra oficial sino por los hechos señalados al principio. Los acuerdos descartaron de hecho la reiteración del jornadismo. Objetivamente, pusieron al partido en disposición de aprovechar políticamente la nueva situación generada por el desarrollismo franquista.
El congreso tuvo una derivada amarga la presencia entre los delegados de un infiltrado de la policía que significó una importante caída de parte de los que asistieron en representación del interior a su regreso a España. Fue una lección para extremar la prudencia en eventos posteriores, pero no interrumpió la marcha de la organización comunista que pronto se resarció con las movilizaciones de 1962.
Haces referencia a los desarrollos de los conceptos de huelga nacional y huelga general, pacífica o política (como también se le llamó). ¿A qué objetivo apuntaban esos conceptos? ¿A paralizar el país y generar una crisis del Régimen que conllevara un levantamiento pacífico ciudadano? ¿Así veía el PCE entonces la derrota del franquismo?
Esos términos, que a finales de los cincuenta fueron considerados como consignas de una gran acción general, fueron evolucionando en su acepción hacia la identificación no con tal o cual acción concreta, sino de un proceso de movilización de masas que acabaría desembocado en un consenso de lucha nacional contra el régimen, que siempre se consideró que habría de desarrollarse en términos políticos y pacíficos, descartando la ilusión insurreccional.
No se convocaron nuevas jornadas de «reconciliación nacional» ni ninguna «huelga nacional pacífica». Pero se mantuvieron esos términos como ilustrativos de que el fin de la dictadura habría de producirse a través del la práctica política de la reconciliación y del proceso de movilizaciones que habría de tener un alcance nacional, no por ningún pacto de elites por arriba ni mediante ninguna operación de continuismo del régimen.
Has hablado de ellas, insisto. ¿Qué significó para la lucha y la esperanza antifranquistas las huelgas mineras de Asturias de 1962? ¿Participó en ellas el Partido?
Fueron trascendentales. Por el impacto público que tuvieron y las acciones de solidaridad que se desarrollaron en todo el país, en los centros de trabajo y en las universidades, poniendo de manifiesto el carácter nacional de la lucha de masas por las libertades.
Además, erosionó de manera importante la imagen del régimen en el extranjero, en un momento en que se buscaba darle una máscara liberal –económica más que nada– para completar su integración en las instituciones internacionales (entonces se buscaba el acceso al mercado común europeo).
La participación de los comunistas, aunque no exclusiva, fue fundamental en las huelgas de Asturias y, sobre todo, en los movimientos de solidaridad en España, flanqueados en esto último por la organización surgida de la izquierda católica, el Frente Popular de Liberación, los FELIPEs, el FOC en Cataluña.
Un tema también tocado. El conflicto chino-soviético de aquellos años, ¿generó disidencias notables en el Partido? ¿Alguna ruptura sustantiva? ¿Fue entonces cuando surgió el PCE (m-l)? ¿Quiénes lo dirigían?
Como he señalado antes, no hubo ninguna ruptura sustantiva; y la que se produjo fue resultado no solo de la incidencia del conflicto interno del movimiento comunista internacional sino consecuencia de las discusiones sobre la línea de la reconciliación nacional y la política de masas, coyunturalmente reactivadas por la represión posterior a 1962 y el breve reflujo de movilización social en el año siguiente.
Por otra parte, las disidencias fueron dispersas, iniciadas por el grupo universitario liderado por Lorenzo Peña en 1963, a la que se sumaron otros tres núcleos, entre ellos el constituido en Ginebra por Benigna Ganuza (alias Elena Ódena) y Raúl Marco, que fueron los que acabaron controlando el PCE (m-l) formado a finales de 1964 por la fusión de esas partes en una dirección común.
La historia de la nueva formación fue agitada en sus primeros seis años, con crisis y purgas internas que repercutieron en su escasa presencia en la lucha antifranquista. La organización no empezó a tener alguna relevancia, aunque siempre minoritaria, hasta la fundación del FRAP en enero de 1971.
Hasta esos momentos, principios de los sesenta, ¿cuál fue el papel del movimiento estudiantil? ¿Y el del profesorado? ¿Con relaciones con el movimiento obrero?
El movimiento estudiantil, que fue de estudiantes universitarios exclusivamente en los años sesenta, tuvo una importante repercusión cívica y política en esa década cuando se consolidó como un factor permanente de la vida universitaria. Antes, en los cincuenta, se habían producido episodios de protesta, apoyo a la huelga de tranvías en Barcelona en 1951 y las protestas propias de 1956 y 1957 en las que se empezaron a reivindicar las libertades democráticas.
Pero fue en el inicio de la nueva década cuando se pasó a una acción continuada, con la constitución en 1961 en Madrid de la FUDE, integrada por el PCE, la Agrupación Socialista Universitaria y el Frente de Liberación Popular; y en Barcelona, tras la movilizaciones del 62, de la constitución de la Asociación Democrática de Estudiantes de Cataluña, integrada por el PSUC, el FOC y la rama estudiantil del MSC, del Moviment Socialista de Catalunya.
La lucha común contra el SEU dio objetivos y continuidad a su acción, que culminó en la celebración de elecciones sindicales libres en la Universidad de Barcelona, en octubre de 1965 y la constitución del SDEUB en marzo de 1966, que sirvió como modelo para la constitución de sindicatos semejantes en Madrid, Valencia y Sevilla en el curso siguiente. El nuevo movimiento estudiantil se convirtió en un quebradero de cabeza para el régimen, porque movilizó en su contra a sectores de las clases medias que hasta entonces lo habían apoyado o aceptado, aniquiló las instituciones del control franquista en la universidad española –el SEU y los migrados intentos continuistas de las «asociaciones profesionales de estudiantes»– y consolidó la nueva política unitaria defendida por el PCE.
¿Y el profesorado?
En ese movimiento universitario hubo una participación muy pequeña de profesorado, aunque incluyera nombres relevantes, que actuaron más en apoyo de los estudiantes que como movimiento propio, hasta que en los años setenta los profesores no numerarios, los llamados PNN, con contratos precarios renovados año a año, que en buena parte habían protagonizado como estudiantes las movilizaciones de la década anterior, organizaron un movimiento específico muy activo en la universidad de la transición.
En cuanto a sus relaciones con el movimiento obrero…
El estudiantil y el obrero fueron movimientos paralelos, con objetivos políticos comunes sobre todo la reivindicación de las libertades y la lucha contra la represión, pero que nunca convergieron. Estuvieron conectados informalmente a través de los partidos presentes en uno y otro, pero no llegaron a articular un frente común a pesar de que en el otoño de 1966 la organización universitaria del PSUC así lo reclamó (he de decir que me tocó entonces defender esa propuesta en la Asamblea de Distrito del SDEUB), sin éxito: se opusieron a ello, por razones distintas, el FOC, y otros sectores estudiantiles como los nacionalistas del Front Nacional de Catalunya, y la dirección del PSUC que bloqueó la aceptación de la propuesta por parte de Comisiones Obreras.
La unión obrero-estudiantil pasó a ser una consigna de agitación de los grupos disidentes a la izquierda del PCE y del PSUC, pero sin que se llegara a ninguna iniciativa práctica de frente común, que se quedó en la propuesta derrotada en el curso 1966-1967
Hasta aquel entonces, ¿el movimiento obrero fue el sector más sustantivo, más vigoroso más central, más básico en la lucha antifranquista?
En términos de continuidad, sí; aunque entre 1964 y 1969 el movimiento estudiantil fue un componente muy importante, con un impacto público cuando menos equiparable al del movimiento obrero.
Hemos hablado poco de la militancia de base del Partido. ¿Algún elogio del militante que se la jugaba?
La militancia también lo eran los cuadros y los dirigentes y todos ellos se la jugaban, en particular en el interior de España.
No es fácil hacerse la idea del sacrificio aceptado por todos ellos, y no solo ante la perspectiva de la detención y la cárcel, sino por el sacrificio de la vida personal y la vida profesional que el compromiso con el partido y la lucha antifranquista imponían.
No es fácil pero conviene por justicia hacerse idea.
Nos quedamos en este punto, en el apartado 3 del capítulo: «Crisis, con debate y continuidad», a las puertas de la «gran crisis» Claudín-Semprún-Vicens-Solé Tura.
Entradas anteriores:
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (II).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (III).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (IV).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (V).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (VI).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (VII).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (VIII).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (IX).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (X).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XI).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XII).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XIII)
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XIV).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XV)
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