Una conferencia de Manuel Sacristán sobre el estalinismo
Manuel Sacristán Luzón
Presentación, trascripción y notas de Salvador López Arnal
Aunque se publicó por vez primera en 1990 en la revista barcelonesa mientras tanto, esta conferencia de Sacristán sobre el estalismo data de 1978. Diez años antes, pocos días después de la invasión de Praga por las tropas del Pacto de Varsovia, en carta de 25 de agosto de 1968 dirigida a su amigo Xavier Folch, Sacristán comentada: “Tal vez porque yo, a diferencia de lo que dices de ti, no esperaba los acontecimientos, la palabra “indignación” me dice poco. El asunto me parece lo más grave ocurrido en muchos años, tanto por su significación hacia el futuro cuanto por la que tiene respecto de cosas pasadas. Por lo que hace al futuro, me parece síntoma de incapacidad de aprender. Por lo que hace al pasado, me parece confirmación de las peores hipótesis acerca de esa gentuza, confirmación de las hipótesis que siempre me resistí a considerar./ La cosa, en suma, me parece final de acto, si no ya final de tragedia. Hasta el jueves” [El subrayado es mío].
La lectora o el lector que lea treinta años después esta intervención de Sacristán -más teniendo en cuenta lo mucho que ha llovido y granizado desde entonces- no debería olvidar una serie de consideraciones para poder valorar mejor las informaciones, argumentos y posiciones defendidos por Sacristán en su intervención :
En primer lugar, y como es sabido, la URSS existía como estado, como segunda gran potencia mundial se decía entonces. No había entonces síntomas detectados que hicieran pensar que su desintegración como “unión de repúblicas de soviets” estuviera en un horizonte cercano o lejano. El gigante tal vez tuviera pies de barro pero aparentaba tener una salud aceptable, adecuada a su edad y al intento de asaltar cielos europeos y asiáticos.
En términos parecidos podría hablarse respecto a su modo de producción económico, respecto al socialismo en construcción. Nada hacía pensar entonces en el triunfo del capitalismo salvaje y mafioso en tierras de Lenin, Gorki y Bujarin. Se hablaba desde la izquierda de capitalismo de Estado o de un “Estado obrero degenerado” pero esas caracterizaciones, en todo caso, eran cosa muy distinta, una forma de indicar que lo allí se había construido, lo que allí e estaba construyendo, quedaba lejos de lo que en teoría, en la simple fácil, pura y manejable teoría, se consideraba una sociedad socialista. La acuñación del pragmático y nefasto termino “socialismo real”, sin duda pensado desde alguna instancia publicística del sistema, respondía a esa política de corto alcance: nosotros no teorizamos, obramos, practicamos, nos esforzamos en una praxis humana, demasiada humana, eso sí, con imperfecciones, alejados de modelos puramente ideales. Nuestro mejor decir, decían, era nuestro imperfecto hacer. Prueben ustedes, háganlo mejor, retaban.
En la memoria de los pueblos europeos aún estaba muy presente la decisiva contribución de la URSS en la segunda guerra mundial, en la casi imposible guerra contra el nazismo. A pesar de lo llovido, no hay muchas dudas históricas de la veracidad de esa apreciación ni del esfuerzo del pueblo, de la ciudadanía soviéticas. ¿Cuántos muertos soviéticos, cuántas personas perdieron su vida en esa guerra? ¿Más de 20 millones? ¿La mitad de la población española actual? Aproximadamente, unas sesenta veces más (y me quedo corto) que los muertos del ejército de Estados Unidos en esa contienda, por no hablar de la destrucción de inmensos territorios del territorio y las infraestructuras soviéticas.
Esa contribución, ese cruel pero exitoso esfuerzo, era leído por muchos militantes de izquierda, y por no pocas organizaciones comunistas, como un gran triunfo que había que situar en el haber de Stalin: sólo bajo su dirección había sido posible una victoria así. Es cierto, se aceptaba a regañadientes, la represión había sido cruel pero el éxito había sido innegable. Malos procedimientos para grandes finalidades, señalándonos, además, que la prensa burguesa (creencia sin lugar a dudas no errónea) añadía salsa y pimienta a lo que le convenía, deformando las cosas, todas las informaciones que tuvieran que ver con el mundo socialista y la construcción del hombre nuevo. Stalin era duro, malo, un hombre de Estado, un hombre de mármol y de hierro combinados, pero mucho menos cruel y sanguinario de lo que afirmaban The New York Times y The Economist, o incluso Encounter.
De este modo, en algunas fuerzas comunistas de la época, en organizaciones de los años sesenta y setenta el siglo XX -no en el caso con matices de los grandes partidos comunistas occidentales de la época como el PCI, el PCF o el PCE, aunque sí tal vez en el PCP-, Stalin era uno de los grandes iconos. No sólo Marx, Engels, Lenin, y en algunos casos Mao, sino Stalin, el autor de las “Cuestiones del leninismo”, estaba también entre los líderes que eran vitoreados al inicio y final de congresos y encuentros, o incluso durante la celebración (El autor de esta presentación, por ejemplo, militó en una de estas organizaciones; durante cierto tiempo defendió, sin apenas argumentos, tesis indefendibles y poco informada,s y tardó algunos años en darse cuenta de lo que había significado para el movimiento comunista Stalin y el estalinismo. Sea esto dicho a título ilustrativo aunque seguramente significativo).
Por otra parte, la política exterior de la URSS -aún no se había producido la intervención en Afganistán ni las presiones directas en el caso de Polonia- representaba para muchos ciudadanos de izquierda una esperanza en la panorama internacional. La URSS había ayudado a Allende, la URSS no parecía tener una política militar tan agresiva como Estados Unidos, la URSS hablaba de paz y de desarmamento, la URSS apoyaba los auténticos movimientos de liberación en África contra colonialismos varios, la URSS era amiga del movimiento palestino y del movimiento panarabista no fundamentalista, la consolidación de la Cuba revolucionaria no hubiera sido posible sin el apoyo soviético, muchos movimientos guerrilleros latinoamericanos gozaban del generoso apoyo del pueblo soviético… Sí, es cierto, la URSS había intervenido en Hungría y en Checoslovaquia pero, se decía, aquellas invasiones habían sido dos grandes errores y errar era humano, o bien, se apuntaba, si bien los medios no fueron los más prudentes, el peligro de restauración capitalista era real tanto en Praga como en Budapest. El Imperio seguía actuando con eficacia, consciente y sabedor que la Tercera Guerra Mundial, no siempre fría, se había iniciado al día siguiente -o incluso tres meses y quince días antes- de finalizar la Segunda Guerra Mundial. ¿No había intervenido descarada y abiertamente la CIA en la Italia de postguerra impidiendo el triunfo del PCI de Palmiro Togliatti? La guerra de las galaxias no permitía el lujo académico de la neutralidad.
En las intervenciones de algunos asistentes a la conferencia de Sacristán están implícitas algunas de estas consideraciones. El estalinismo fue una barbaridad pero acaso fue la única versión posible, aunque degenerada, del poder obrero, de lo que entonces llamábamos “dictadura del proletariado”, la máxima democracia, decíamos, para las clases trabajadoras. La URSS no era una sociedad perfecta pero había conseguido desde prácticamente una situación nula de partida grandes éxitos culturales, sanitarios, científicos, sociales. La URSS había sido imprescindible para vencer al nazismo, al fascismo mundial. Todo eso, además, afirmado, defendido por personas admirables, por grandes luchadores contra el franquismo, con años de persecución y de cárcel. Sin olvidar, por otra parte, la decisiva ayuda de la URSS al movimiento comunista antifranquista español y que bien mirado durante nuestra civil guerra, durante el combate popular español contra el fascismo español y europeo, el apoyo real que tuvo la II República española provenía de tierras del Este, básicamente del Estado soviético entonces dirigido por el “camarada” Stalin En las intervenciones de los asistentes hay referencias a los asesinatos de Nin y Troski pero entonces, admitámoslo, tampoco éramos totalmente conscientes de estas dos grandes tragedias del comunismo internacional y español. Los trotskistas exageraban, eran moscas izquierdistas insistentes.
Había un paso de los Principios de Política Económica de J. Stuart Mill, del “liberal” Stuart Mill, que era entonces muy transitado por nosotros: “Confirmo que no me gusta el ideal de vida que defienden aquellos que creen que el estado normal de los seres humanos es una lucha incesante por avanzar y que aplastar, dar codazos y pisar los talones al que va delante, característicos del tipo de sociedad actual, constituyen el género de vida más deseable para la especie humana […] No veo que haya motivo para congratularse de que personas que son ya más ricas de lo que nadie necesita ser hayan doblado sus medios de consumir cosas que producen poco o ningún placer, excepto como representativas de riqueza”. Cuando muchos leíamos en aquellos años este paso de Mill, por cierto muy estudiado por Sacristán, pensábamos, ingenua, errónea o indocumentadamente, como se prefiera, que en la URSS esa situación ya se había superado. No era una sociedad perfecta, es cierto, pero era el socialismo realmente existente, no un mundo de buitres carroñeros, satisfechos de su iniquidad. Así éramos, así pensábamos.
*
El 23 de febrero de 1978 Sacristán participó, pues, junto con Manuel Vázquez Montalbán, en una mesa redonda en torno al estalinismo. El encuentro se celebró en el salón de actos del convento de los padres Capuchinos de Sarrià (Barcelona), en el mismo lugar en el que años antes se había constituido el Sindicato Democrático de Estudiantes de Barcelona.
Se presentan aquí el guión que Sacristán escribió para su conferencia, que puede consultarse en Reserva, fondo Sacristán, de la Universidad de Barcelona, y la trascripción de su intervención inicial y de una parte sustancial del coloquio posterior. No se han incluido las diversas e interesantes intervenciones de Manuel Vázquez Montalbán.
Como se indicó, la trascripción de la intervención central de Sacristán que fue realizada por Juan-Ramón Capella se publicó inicialmente en mientras tanto, nº 40, 1990, pp. 147-157.
*
Esquema
1. Leninismo y estalinismo. A: rasgos comunes.
1.1. A menudo se oye hablar de estalinismo como de algo distinguible sin dificultad y situado en un tiempo bien delimitado.
1.2. Pero quienes se interesan por la cuestión saben que no es así.
1.2.1. Por ejemplo, el primer día de este ciclo alguien recordó hechos despóticos bajo Lenin: Majno, Kronstadt, X Congreso, todo en 1920, hasta la primavera de 1921.
1.2.2. Por lo demás, si se quiere buscar más lejos se encuentra la célebre frase de Engels y, sobre todo, los hechos históricos que ella recoge
1.2.2.1. Claro que se puede decir que Lenin no habría seguido así mucho tiempo.
1.3. Pero, de todos modos, todo eso debe impedir contentarse con el cuadro ingenuo de un leninismo bueno y un estalinismo malo.
2. Leninismo y estalinismo. B: diferencias muy visibles.
2.1. Por otro lado, no faltan diferencias muy visibles.
2.2. La cantidad de poder acumulada en el centro del sistema estalinista: economía estatalizada fundida con poder estatal centralizado y con poder de partido único.
2.2.1. Lenin no tuvo nunca tanto poder.
2.3. La orientación fundamental del terror contra la vieja guardia bolchevique y
2.4. El apoyo en el nacionalismo ruso. Todo relacionado con
2.5. El cinismo ideológico.
3. Leninismo y estalinismo. C. la diferencia principal.
3.1. Hay que decir que también esos rasgos nuevos del período de Stalin tienen raíces, y hasta precedentes, anteriores.
3.2. No sólo ruso-zaristas, »orientales» (Lenin).
3.3. Sino también aparecidos bajo Lenin, p. e.:
3.3.1. Concentración de poder por el militarismo subsiguiente a las guerras.
3.3.2. Incluso la tendencia a la deformación ideológica, porque aquello no era lo que entendían por socialismo ni revolución socialista.
3.3.2.1. Es verdad que en Marx había otra concepción posible, pero los leninistas lo ignoraban.
3.3.2.2. Lo dijeron muchos, y con tres tendencias: Kautsky, Gramsci, Pannekoek.
3.4. Pero éste es precisamente el punto de la diferencia
3.4.1. Lenin espera la revolución mundial, ve la novedad como desfase e incluso tal vez fracaso (después de error gordo). Al final:
3.4.1.1. Intenta una nueva concepción (Bujarin?)
3.4.1.2. Y se hunde en una enfermedad (muda)
3.4.2. Stalin canoniza el estado de necesidad forzándolo en las viejas palabras, que quedan violadas
3.4.2.1. «Comunismo en un solo país» (chiste Zinoviev); el socialfascismo; el pan no-mercancía; reducción de «socialismo».
3.4.2.2. En suma, pragmatismo, falsedad como teoría.
3.4.2.3. Falta de principios que explica también la diferencia de crueldad.
4. Sobre las raíces del estalinismo.
4.1. El viejo tema del atraso: verdad sustancial que se puede precisar.
4.2. La acumulación originaria «socialista» (Preobrashenski) no es socialista en el sentido de Marx ni tradicional.
4.21. En esto llevaba razón la vieja izquierda de los veinte.
4.3. Sin embargo, la acumulación originaria no se producía bajo la vieja clase dominante, sino bajo un nuevo grupo dominante que se va constituyendo.
4.3.1. En esto se equivocaba la vieja izquierda de los veinte, y aciertan críticos contemporáneos: Bettelheim, Martinet.
5. Sobre actualidad del estalinismo.
5.1. El análisis de Martinet para países tercermundistas.
5.1.1. Somalia es un ejemplo estupendo.
5.1.2. Tiene algo débil: la estatalización.
5.2. En Occidente, sus restos son ideológicos, de dos tipos:
5.2.1. Alucinados
5.2.2. Pragmatistas. Pues el socialismo sin destrucción del poder del capital y del estado es tan ideológico como el comunismo en un solo país.
5.3. La esperanza es que la revisión crítica del estalinismo haya sido el punto de partida de una revisión crítica de toda la tradición obrera marxista, recordando el dicho de Marx y el último Lenin*1.
*
Trascripción*2
En el rato que dedicamos al tema cada uno de nosotros [Manuel Vázquez Montalbán y el propio Sacristán] es claro que es imposible intentar una caracterización muy completa de un hecho histórico tan complicado como ha sido el estalinismo porque, aunque a menudo se oye hablar de estalinismo como si fuera un hecho fácil de delimitar, fácil de definir, del que se pudieran dar con exactitud o con aproximación fechas, de todo modos a mí me parece que toda persona interesada de verdad en el tema sabe, a poco que se haya ocupado de él, que las cosas no son así, que ni es fácil una delimitación del concepto de qué fue o qué es el estalinismo ni tampoco es fácil dar fechas.
Esto ya salió a colación en el primer día del ciclo. Uno de los que estaban intervino para recordar, por ejemplo, hechos despóticos, hechos digamos “estalinistas”, de los que se suelen calificar de estalinistas, bajo el gobierno directo de Lenin. Y se pueden recordar otros, incluso alguien de la mesa recordó algunos: los problemas con el movimiento de Majno, si no me equivoco los recordó Solé Barberà, y personas que estaban abajo recordaron hechos como el de Kronstadt me parece, y también, en cierto sentido, el X Congreso del Partido Bolchevique, es decir, la prohibición de la organización de fracciones y tendencias.
Vale la pena decir que todo esto, los tres ejemplos que salieron el otro día y que yo repito ahora, ocurrieron en un lapso de meses bastante corto: todas esas cosas habían pasado a lo largo de 1920 hasta la primavera de 1921. Y, por lo demás, no es nada difícil buscar también más lejos. Cualquiera que quiera buscar incluso más lejos de estos primeros años de gobierno soviético, se puede encontrar, en la generación anterior de clásicos del marxismo, con la célebre frase de Engels según la cual no hay nada más autoritario que una revolución. Y lo que es más serio: uno encuentra los hechos que hay debajo de esta frase de Engels. No sólo es su frase sino que está bien documentada históricamente por todas las revoluciones que conocemos.
Es verdad que ante todo este complejo de hechos que caen bajo el gobierno directo de Lenin y del viejo equipo bolchevique, y que reproducen esa especie de síntesis histórica que puede ser la frase de Engels acerca de que toda revolución es un hecho sumamente autoritario, se puede argumentar: pero, de haber seguido Lenin y los viejos bolcheviques en el poder soviético, eso habrían sido sólo fenómenos de la época revolucionaria, no se habrían eternizado como se eternizaron hasta muy cerca de nuestros días bajo el gobierno de Stalin y de su equipo. Y eso es verdad. Pero, de todos modos, el recuerdo que ya se hizo ayer de todos estos hechos de tipo despótico, y hasta en algunos casos crueles, antes de lo que con cierto sentido común se puede llamar “estalinismo”, debería por lo menos enseñarnos a no dibujar un cuadro ingenuo, contraponiendo por un lado una cosa perversa que sería el estalinismo, y, por otro, una muy pura e inocente que sería el leninismo histórico.
Dicho esto, de todas maneras hay que añadir en seguida que no faltan diferencias muy visibles entre el leninismo y el estalinismo históricos, entre el leninismo real, digamos, el que existió, y el estalinismo también real. Por limitarme también en este breve repaso a cosas que todos tenemos seguramente más o menos presentes, concentraría las diferencias más visibles en torno a éstas:
Por una parte, la cantidad de poder acumulado en el sistema estalinista. Cuando se puede considerar que el sistema estalinista está ya cuajado, es decir, al final de los años treinta, poco antes de que estalle la Segunda Guerra Mundial, el sistema estaliniano es, visto socialmente, una economía muy estatalizada, que al mismo tiempo está fundida indisolublemente con un aparato de Estado muy centralizado a su vez. Y para acabarlo de arreglar, además, ese aparato de Estado muy centralizado está prácticamente fundido con las instancias directoras del partido político único. La concentración de poder que sale de eso, cuando ya la economía está funcionando, es desde luego algo muy superior a lo que conoció Lenin en su vida. En la época leninista en sentido estricto, nunca se ha concentrado en manos del poder central una cantidad de fuerza semejante.
Ése sería el primer rasgo diferenciador de los muy visibles, de los que se aprecian ya a primera vista: la diferente concentración de poder. El segundo [rasgo] que me interesaría subrayar, sin perjuicio de que se podría hacer con otros (lo que hago es abreviar, de modo que pueda recoger el mayor número posible de detalles), diría, pues, que otro rasgo diferencial es que aunque sin duda la Cheka se haya fundado bajo Lenin, aunque sin duda haya habido ya bajo Lenin, en el leninismo clásico, fenómenos tan dolorosos como el de Kronstadt, por ejemplo, y muchos otros, sin embargo, el terror bajo la época de Stalin se diferencia en que tiene como principal orientación el ser un terror contra la vieja guardia bolchevique, contra el mismo partido. No quiero decir con eso que me vaya a olvidar de los millones de simples ciudadanos soviéticos que sufrieron ese terror y que han vivido y muerto en los campos de trabajo de la época estaliniana, pero lo que sí quiero subrayar es que lo radicalmente nuevo del período estaliniano es que se puede apreciar claramente que todo ese terror tiene como punta más definida la liquidación de la vieja guardia bolchevique.
Esto los hombres de la época lo vieron muy bien. La gente que se salía asustada de alguno de los partidos comunistas en la época ha dejado recuerdos e imágenes muy impresionantes acerca de los nuevos funcionarios, de una temible joven guardia “con correajes de cuero nuevo”, según la frase de un célebre escritor de la época, cuya principal tarea en el seno del partido comunista ruso había sido el asesinato de los viejos bolcheviques, de los viejos bolcheviques o de la vieja dirección soviética, incluido Trotski*3, naturalmente, y muy destacadamente.
Este sería el segundo rasgo: la represión, hasta llegar al terror, se ha ejercido además contra el mismo partido y, señaladamente, contra el equipo de los viejos bolcheviques.
El tercer rasgo sería, en mi opinión, el apoyo del estalinismo en el nacionalismo ruso. Al mismo tiempo que, en medio de una campaña de desprestigio, mueren bajo el estalinismo los miembros de la vieja guardia bolchevique, al mismo tiempo, sin embargo, el régimen busca y obtiene un apoyo en un elemento hasta entonces inverosímil en un partido marxista; a saber: en el patriotismo, en el nacionalismo de las masas no comunistas.
Todo ello está relacionado con un último rasgo que yo daría, muy diferenciador de cualesquiera que hayan podido ser las durezas y violencias de la época del poder soviético en vida de Lenin. Este cuarto rasgo se desprende un poco de los anteriores: es el cinismo ideológico, la completa despreocupación del equipo director estaliniano respecto de las cosas que dice. Esto lo detallaré un poco más adelante. Para él, la ideología y la teoría es una pura cobertura de cada momento de las necesidades prácticas, con un desprecio por la teoría que el equipo leninista jamás había sentido. Más bien el equipo leninista, si en algo había pecado en eso, era de todo lo contrario, de una costumbre, muy de intelectuales por lo demás, de estarse siempre fijando en todos los detalles de la teoría.
Hay que decir, de todas maneras, que esos rasgos diferenciadores, esos rasgos nuevos, propiamente estalinianos, tal como los he resumido hace un momento -repito que sin creerme con esto haber hecho nada ni definitivo ni completo, sino algo que pueda caber en media hora-, esos rasgos, a pesar de que los considero nuevos, reconozco, y creo que hay que reconocer, que tienen raíces y precedentes en el período anterior. No sólo precedentes zaristas, no sólo precedentes orientales, como decía Lenin, el cual él mismo ha notado ya antes de morir, en su propio período de gobierno, hasta qué punto se parecían algunas conductas de los nuevos funcionarios a las conductas de los viejos funcionarios, de los funcionarios zaristas, hasta qué punto eran los mismos en gran parte, y hasta qué punto se les parecían los que no eran los mismos.
Pero no me refiero sólo a eso. Me refiero a precedentes de esos rasgos estalinistas que no vienen de la Rusia zarista sino que han nacido bajo el gobierno de Lenin. Por de pronto, aunque antes he dado como un rasgo diferencial del estalinismo la enorme concentración de poder por comparación a lo que ha ocurrido en la época de Lenin, sin embargo, no se puede olvidar que la gran concentración de poder venía ya un poco predeterminada por la guerra civil y por la intervención extranjera. Un régimen que nace a través de una guerra civil y de una intervención extranjera tiene inevitablemente un predominio del aspecto militar del gobierno. Y ese aspecto militar, por otra parte, siempre ha sido predominante en cualquier revolución. Entonces, todo eso ha hecho que ya desde el primer momento haya habido una concentración del poder casi desconocida hasta entonces por las sociedades del Imperio ruso. Pero incluso la tendencia a la deformación ideológica -esto último a lo que me he referido, el cinismo ideológico-, a deformar la teoría, esto ya tenía si no precedentes en Lenin -creo que precedentes no- sí raíces en la situación de Lenin. ¿Por qué? Porque lo que los bolcheviques rusos, y luego todos los comunistas en la III Internacional, han vivido como revolución socialista no era en absoluto lo que hasta poco antes habían imaginado y pensado como revolución socialista.
Es verdad que en Marx mismo había otra posibilidad de entender la revolución socialista, en algunos escritos de la última época de su vida*4, pero, curiosamente, estos escritos de la última época de su vida no se han conocido hasta ya entrados los años veinte. Quiero decir que los bolcheviques de la época de la revolución no han conocido estos escritos de Marx que contemplaban otra posibilidad de paso al socialismo. Ellos no los han conocido. Por lo tanto, ellos han vivido en la incomodidad de estar llamando revolución socialista a algo que en su formación intelectual y en su juego de conceptos no era una revolución socialista.
Esto lo han dicho muchos, y lo han dicho muchos ya en la época, y lo han notado no en una sola tendencia sino miembros de muchas tendencias imaginables. Está, por una parte, la tendencia socialdemócrata, Kautsky y los socialdemócratas alemanes, que al no ver que se den en Rusia las condiciones que ellos conocían del Marx clásico, del Marx de El Capital, consideran que esa revolución no se tenía que haber hecho. Esto por una parte. Luego están, en cambio, los comunistas más de izquierda -por ejemplo, y señaladamente, Gramsci- que piensan que, efectivamente, como él ha escrito en un artículo célebre, ésa es una revolución contra el Capital (éste es el título de un célebre artículo de Gramsci)*5, pero piensan que eso no importa porque ellos tienen una formación mucho más idealista que la de Marx y que con un esfuerzo de voluntad y de cultura eso se puede arreglar. Y, por último, hay toda una tercera tendencia que también piensa que esa revolución es anómala, o que se entiende mal, que es la de la extrema izquierda de la Internacional Comunista, lo que se llamó la izquierda consejista. Pero no sólo la izquierda consejista: Pannekoek, Korsch*6, autores así, de extrema izquierda, a los que Lenin consideraba izquierdistas. Estos lo que piensan es que Lenin y los bolcheviques rusos han hecho una revolución burguesa y lo que tienen que hacer es reconocerla como tal, como revolución burguesa, y, por tanto, organizar el poder y todo desde ese punto de vista aunque con una posibilidad de cambio social pero muy a la larga, dimanante de la naturaleza revolucionaria del poder político y que seguramente acarreará problemas muy nuevos.
Esta diferencia entre la teoría previa y lo que ha ocurrido allí, lo que se creía que era una revolución socialista, lo que ha ocurrido en Rusia y la teorización de eso, luego dará, en el estalinismo, lo que he llamado “el cinismo ideológico”, es decir, la falsificación abierta de la teoría y su utilización para justificar cualquier práctica, incluido -vamos a llamar a las cosas por su nombre tratándose del período estalinista- cualquier asesinato.
Pero, en este punto, aunque estuviera la raíz del vicio estaliniano, hay una diferencia importante con Lenin. Lenin sabe muy bien que la revolución que ha dirigido no cumple el esquema tradicional del marxismo de la Segunda Internacional, del marxismo procedente de una interpretación directa de El Capital. Y como la mayoría de los aquí presentes recuerdan muy bien, está esperando la intervención de un movimiento revolucionario mundial, o por lo menos europeo (al final, por lo menos centroeuropeo). Al no producirse la revolución en Occidente, hay un momento en el cual yo creo que hay que registrar en Lenin un tipo de ilusión que luego es característico del estalinismo: la ilusión que se puede cifrar en la célebre figura o frase retórica de que el comunismo serían los soviets más la electrificación. Pero esa ilusión no ha debido durar demasiado tiempo. Como es sabido, en los últimos tiempos de su vida, con muchas dificultades de salud, en esa curiosa enfermedad que los psicoanalistas de izquierda deberían analizar un poco: por qué tuvo entre sus consecuencias esa enfermedad final de Lenin la imposibilidad de comunicarse, por qué se hundió así en la enfermedad. No hago más que plantearlo, no puede uno atreverse en tan pocos minutos a decir nada sobre ello. Pero, aparte de eso, es conocido que ha intentado un replanteamiento en los últimos tiempos de su vida. Hay especialistas -yo no soy un historiador y no puedo atreverme a tener opinión al respecto, sólo lo digo como información- que piensan que, efectivamente, Bujarin*7 tenía muchos elementos del desarrollo que Lenin podía pensar ajustar.
En cualquier caso, lo que no hay, en la fase final de Lenin, es la glorificación del estado de cosas como si eso fuera lo que se había deseado y lo que se había buscado. Más bien hay una larga situación de crisis, por insuficiente que sea. No vamos a entrar en detallar si la autocrítica final de Lenin es suficiente o no lo es. En cualquier caso, la gran diferencia, desde mi punto de vista, es que en vez de tener esa consciencia final problemática, autocrítica de Lenin, el estalinismo consiste en canonizar como teoría justa lo que no es más que el estado de necesidad, el estado de necesidad del hambre, de la escasez, de la necesidad de represión, etc.
Así, en el intento de presentar la dramática situación del antiguo Imperio ruso como si fuera la realización del socialismo, y luego incluso, como veremos, del comunismo, el aparato de propaganda estalinista va forzando los viejos conceptos, las viejas ideas, hasta extremos a veces grotescos. Otras veces no, otras veces son hipótesis más o menos discutibles, seguramente con un elemento de realidad. Por ejemplo, la célebre y central tesis estaliniana -yo nunca he creído que fuera del todo falsa- según la cual a medida que avanza la construcción del socialismo se agudiza la lucha de clases. Tampoco es que la crea a pie juntillas, pero por lo menos, por lo que hace a la lucha de clases a escala mundial, me parece que tiene cierta justificación. Pero otras veces la construcción de teoría para justificar la práctica -en este caso era claro que justificaba la práctica represiva interior- llega a ser casi de chiste, y si no hace el chiste se lo hacen sus colegas más directos. Por ejemplo, la idea del socialismo en un solo país, completamente ajena a la tradición marxista, luego llega a ser sustituida incluso por la frase increíble de comunismo en un solo país, la cual ya no se entiende lo que quiere decir. Es absolutamente incomprensible y parece mentira que haya aguantado durante años en la propaganda estaliniana. Zinoviev, que no sabía todavía lo que podía costar una cosa así, le hacía el chiste a Stalin de hablarle del comunismo en una sola calle, en una época en la que todavía no se sabía que esas cosas bajo Stalin se pagaban con la vida. Como lo pagó Zinoviev, desde luego.
No menos increíble era, por ejemplo, la idea del socialfascismo. Me he traído copiada la afirmación central de Stalin sobre el socialfascismo -esto es, la hipótesis de que los partidos socialdemócratas son partidos fascistas, son fascismo- porque leída hoy parece increíble, pero eso ha sido doctrina oficial. El trozo central, escrito por Stalin en la época del VI Congreso de la Internacional, dice así:
“No es verdad que el fascismo sea la organización militante de la burguesía sola. Es la organización militante de la burguesía basada en el apoyo activo de la socialdemocracia. El fascismo es la estructura política común a esos dos organismos fundamentales: la socialdemocracia y la burguesía. No son opuestos, sino gemelos”
Si se tiene presente que los muertos por el nazismo de la socialdemocracia, sin llegar probablemente a los 350.000 muertos comunistas de Alemania bajo el nazismo, deben rozar, según los cálculos más verosímiles, los 250.000, esto verdaderamente pone los pelos de punta. Aparte de que también pone los pelos de punta que entre marxistas se haya podido tolerar que el nombre de un partido -“socialdemocracia”- y el nombre de una clase social -“burguesía”- aparezcan en el mismo plano de análisis como organismos fundamentales ambos. Verdaderamente era un insulto para el cerebro de los marxistas de la época, pero es evidente que encajaron el insulto.
Incluso la noción de socialismo ha quedado falseada desde entonces. En la tradición socialista se llamaba socialismo a una determinada forma de vida. A partir del estalinismo, y durante muchos años, muchos -yo también, recuerdo cuando lo hacía- hemos usado “socialismo” para significar sólo la obtención de algunos instrumentos de lo que creíamos que era el socialismo; por ejemplo, estatalización económica, etc. La misma palabra “socialismo” ha quedado prácticamente afectada en este período.
En sustancia, la gran diferencia, diría yo, entre todas las durezas que ha podido tener el período de Lenin y lo que es el sistema estaliniano es este pragmatismo, esta completa violación de las ideas, de los conceptos, usados para justificar cualquier práctica, incluso la más macabra. Ese pragmatismo ideológico explica también, en mi opinión, la diferencia de crueldad, la diferencia que hay entre la dureza política de Lenin y el asesinato de toda la vieja guardia bolchevique.
No querría terminar sin tocar un par de puntos más, aunque sea muy brevemente. Después de hacer dicho que lo que me parece esencial es ese pragmatismo, como esencia diferenciadora respecto del leninismo, querría gastar cinco minutos sobre las raíces del estalinismo y otros cinco o menos sobre posible actualidad del estalinismo*8
[…] al equipo estaliniano yo creo que está cargado de verdad, yo creo que es substancialmente verdadero, y desde luego en Inglaterra no habría sido posible el estalinismo.
Esto se puede detallar un poco más. He cogido el ejemplo de Inglaterra con intención. Como seguramente la mayoría de los aquí presentes recuerda, el intento más serio de entender lo que estaba pasando en el antiguo Imperio ruso por parte de un viejo dirigente bolchevique es la tesis de Preobrashenski de la acumulación originaria socialista, que la primera tarea de aquel poder era obtener una acumulación de medios de producción como la que la burguesía había conseguido en la Inglaterra de los siglos XVII, XVIII y XIX. Esta acumulación originaria en Inglaterra, como es muy sabido, había acarreado a la población -principalmente, como es natural, a las poblaciones de las clases trabajadoras- una suma de dolores y de sufrimientos que, si se pudieran sumar los sufrimientos, seguramente no sería inferior, quizá todo lo contrario, a la suma de sufrimientos ocurrida en la Unión Soviética durante esa acumulación originaria socialista.
Lo que pasa es que esa acumulación originaria socialista, que decía Preobrashenski, muy probablemente no hay que verla como socialista. ¿Por qué socialista? Lo que ha conseguido es en gran parte lo mismo que consiguió la acumulación originaria burguesa, a saber, una civilización industrial. En esto -lo digo porque me parece bueno arriesgar la propia opinión- creo que llevaba razón la extrema izquierda de los años veinte, éstos a los que Lenin criticaba por izquierdistas. Yo creo que cuando Pannekoek*9 dice que lo que se estaba haciendo allí era lo mismo que en la revolución burguesa inglesa llevaba razón, una acumulación originaria de capital. Sin embargo, esa acumulación originaria se ha producido en la Unión Soviética no bajo el dominio de la vieja clase dominante sino bajo el dominio de una nueva clase, de un nuevo grupo -como se la quiera llamar-, de una nueva agrupación de personas, los funcionarios del partido y del Estado, cosa en la cual no llevaban razón, creo yo, los izquierdistas de los años veinte. Es decir, esta nueva acumulación no produce exactamente una acumulación burguesa de capital al modo clásico estudiado por Marx. Es un nuevo grupo social, el de la dirección del Estado y del partido, el que domina esa acumulación, el que la dirige, como han puesto de manifiesto varios sociólogos contemporáneos. Este es un tema que, como seguramente es conocido por todos, está siendo objeto de mucho estudio actualmente (Precisamente por falta de tiempo no me dedico a recordar los precedentes de este análisis en el que ahora están empeñados sociólogos contemporáneos y cuyo primer origen está en la extrema izquierda de los años veinte y cuyo segundo eslabón teórico importantísimo es, como es sabido, Trotski*10).
Por último -no pierdo tiempo sobre esto, no vale la pena, si no rebasaríamos con mucho el tiempo previsto sobre el par de minutos que quería reservar a la actualidad del estalinismo-, se suele decir también, igual que se suele creer que el estalinismo es un fenómeno muy delimitado en el tiempo, que eso es cosa del pasado y que hoy no hay estalinismo. Yo no creo lo mismo y querría sugerir un par de líneas de análisis simplemente, sin profundizar en ellas, acerca del estalinismo contemporáneo. Una se debe a un político, sociólogo y politicólogo francés muy capaz, Martinet*11, que había sido miembro de la III Internacional, y de los pocos que vieron muy pronto que aquellas historias de los años treinta tenían que ser mentira. Martinet ha hecho un análisis sociológico de mucho interés: el estalinismo, el estalinismo de Stalin quiere decir, el que existió en la Unión Soviética, se parece mucho a estos regímenes que se están produciendo hoy día en el Tercer Mundo: una cierta industrialización, una cierta acumulación de capital, no dominada por la vieja clase dominante, que era una clase colonial, que era un imperio (por ejemplo, Argelia; por ejemplo, Somalia estos días), sino dominada por una nueva elite, una nueva vanguardia, un nuevo equipo de técnicos y políticos que sin toda la ortodoxia estaliniana están recogiendo algunos elementos de esa tradición estaliniana: industrializar sobre la base de un régimen muy autoritario, apelando a lo que llaman, muy ideológicamente, “el socialismo científico”. El socialismo científico del señor Barre, o de Nasser, cuando vivía Nasser, o de los argelinos, es tan pretenciosamente ideológico como lo fue el de Stalin y se parece bastante socialmente. El punto quizá algo débil de este análisis de Martinet para considerar todo esto estalinismo contemporáneo es tal vez que la estatalización no suele ser en estos Estados tan intensa como en el caso del estado soviético, pero desde luego sí que es tan intensa como en algunas democracias populares, al menos en sus fases iniciales.
En Occidente, en los mismos países de metrópoli, yo creo que también se puede hablar de persistencia del estalinismo. Lo está por una parte en el dogmatismo alucinado de algunas personas, alucinado y poco capaz de comprender la realidad, pero lo está también en el otro lado, lo está también en mi opinión en el pragmatismo de muchos partidos obreros, porque, por decirlo brevemente y ahorrando tiempo, a mí me resulta tan pseudoteoría pragmática para falsificar una práctica del día eso de que se puede hacer el comunismo en un solo país o de que el pan va a dejar de ser mercancía como llevaban los soldados soviéticos muertos en el bolsillo (una octavilla que decía eso durante la guerra mundial fue capturada por los alemanes y exhibida por todo el mundo), me parece tan pragmatismo pseudoteórico decir que es posible establecer el comunismo en un solo país como decir que es posible el comunismo o el socialismo sin choque revolucionario violento con la clase dominante actual. Tan ideológico me parece una cosa como la otra, tan pragmatista y, en cierto sentido, tan estalinista, en el sentido, esto es, de la pseudoteoría para justificar la práctica. En un caso puede ser una práctica muy violenta, en otro caso puede ser una práctica parlamentaria. En los dos casos es una práctica muy poco revolucionaria, dicho sea de paso. Stalin siempre tuvo mucho cuidado de presentarse como el centro, nunca quiso jugar a izquierda.
Pero no querría terminar tampoco con una nota de poco optimismo, porque lo que resulta esperanzador, en mi opinión, es el que muchos, después de toda la larga experiencia -sin haber olvidado lo que ha sido de realidad de consciencia de clase el estalinismo, consciencia de clase ideológica, sin duda, sin duda falsa consciencia, sin duda autoengaño involuntario, pero tremenda consciencia de clase-, después de haber pasado por ello podamos decir estas cosas hoy tal vez signifique que la crisis en serio del estalinismo, la crisis un poco definitiva, puede ser el comienzo de una recuperación del pensamiento revolucionario no ideológico, no autoengañado ni por ilusiones pseudorrevolucionarias, alucinadas, como he dicho antes, ni por ilusiones de tipo parlamentarista, reformista, que son en Occidente, en este momento, las dominantes.
Ese pasado de consciencia de clase que estaba presente en la clase obrera estalinista -esto los que no han sido estalinistas ni han estado en partidos estalinistas tendrán que creerlo bajo palabra, pero los que sí han estado saben que es verdad- se traducía en reacciones seguramente muy primarias y, como he reconocido y subrayado, reacciones ideológicamente falsas, de falsa consciencia, pero muy auténticas. Por ejemplo, son historia las alusiones, las exclamaciones, el folklore obrero por el cual ante una injusticia, en algún país mediterráneo, en el sur de Italia concretamente, el hombre oprimido reaccionaba con la frase: “¡Ya vendrá el bigotudo!”, como expresión de su furia, su odio, su reacción de clase ante la injusticia sufrida. Hasta qué punto el estalinismo fue portador, con falsa consciencia, de la consciencia de clase lo sabemos todos los que hemos tenido que explicar a militantes comunistas que era verdad, que finalmente resultaba verdad lo que los burgueses habían dicho durante mucho tiempo, a saber, que el gobierno estalinista había asesinado a la vieja guardia bolchevique. Los que hemos tenido que encajar eso y contarlo, y hemos visto a los militantes llorar al oírlo, cuando no tenían más remedio que creérselo porque les dábamos los datos y les decíamos “esto viene de aquí, esto pasó así y esto otro pasó así”, sabemos muy bien que bajo aquella falsa consciencia hubo auténtica consciencia de clase, lucha de clase. Lo que hay que precaverse es que el resto ideológico, parlamentarista reformista, de pragmatismo, de estalinismo de extrema derecha, por así decirlo, bajo el que ahora vive una gran parte del movimiento obrero, no pierda, además de la consciencia real, como perdió el viejo estalinismo, incluso la ilusoria, pero al menos existente, consciencia de clase*12.
*
Coloquio.
1ª pregunta: No se ha recogido en su totalidad y no se entiende bien en algunos momentos. Por la respuesta de Sacristán, la primera persona que intervino fue Wenceslao Solano, un dirigente del POUM que a pesar de sus años sigue en activo, quien pronunció un prolongado parlamento sobre la negatividad del estalinismo y sobre sus raíces sociales.
Yo no creo que haya nada que contestar porque, si se prescinde de pequeños detalles de forma, pues claro, no veo que haya ningún problema en eso. Intentando decirlo de otro manera, lo que él ha dicho es: que no está de acuerdo con Stalin, yo tampoco; que -no sé si voy a reproducir el mismo orden- hay causas materiales del estalinismo, he intentado analizarlas; que está mal criticar a Stalin para ponerse a buenas con la burguesía, sí, me parece que está muy mal (me parece, de todas maneras, que ya no van por ahí los tiros; ahora para congraciarse con la burguesía, hay que enfadarse con mucha más gente, no sólo con Stalin), y que los votos no aumentan la inteligencia de los dirigentes: yo ni soy dirigente ni tengo votos, por un lado, él que es dirigente, aunque no tenga votos, lo sabrá mejor.
Dirigiéndose al “compañero Sacristán”, Solano, después de dar detalles biográficos, señala un error en su intervención que le parece fundamental: el estalinismo no es Stalin, el estalinismo no sólo se ha producido en la URSS y no sólo en países poco desarrollados económicamente. Pensemos, por ejemplo, en Checoslovaquia. La hipótesis que formula Solano es que no es posible hacer un análisis del fenómeno sin hacer también “un análisis del estalinismo en España, con todas sus trágicas consecuencias”.
No he mencionado eso como no he mencionado muchas otras cosas. Aparte del gran interés que tiene para la historia de España lo que este compañero acaba de decir, hay, además, una cosa de bastante interés teórico en todo esto. En la difusión del estalinismo, sobre todo a Checoslovaquia (que además es donde los ejemplos resultan mejor historiables y de más ilustración con el proceso de Slánsky, Klementi, por ejemplo; no son cosas que ignore: no las he dicho pero no porque me parezcan sin importancia, tienen incluso, creo yo, importancia teórica), en la difusión del estalinismo, decía, el factor político ha sido infinitamente superior. A partir seguramente del VI Congreso de la Internacional, ha tenido una importancia superior a lo que podían permitir los datos de tipo básico, de tipo económico-social.
Estoy de acuerdo, sí. No lo he mencionado simplemente porque, aun con lo mucho que me he dejado en el tintero, he rebasado algo el tiempo de que disponía. Y el caso español es muy destacado desde ese punto de vista.
2ª: Se pide a la mesa su opinión sobre los cambios de política cultural, que la persona que interviene cree que son notables, entre las épocas de Lenin y Stalin, mucho más represiva en caso de este último según su opinión.
No sé si Lenin llegó a tener una política cultural trabajada. No estoy nada seguro. Que él, al final de su vida, tenía una preocupación de no haberla tenido suficientemente eso está claro porque ha dejado dichoque no había habido un intento de revolución cultural serio, coherente. Lo que sí ha habido ha sido bastante posibilidad de iniciativas. Dicho sea de paso, si yo no he tratado el tema, y supongo que Manolo Vázquez igual, es precisamente porque los temas del oficio son los que uno no quiere tratar cuando está fuera de la mesa de trabajo.
En cambio, en el caso de Stalin, sí que me parece comprensible la política cultural tan restrictiva. Fue una política cultural, por un lado, restrictiva, es decir, muy coactiva, con mucha censura, pero también vale la pena ver los contenidos. Los contenidos eran además muy tradicionales. Por ejemplo, en los planes de estudio, no sólo se produce una gran rigidez del estudio de acuerdo con el esquema tradicional alemán de enseñanza media y enseñanza superior, candidaturas, etc., todas las cosas de la vieja Universidad alemana, aunque con la gran novedad del elemento politécnico, del elemento ingenieril introducido en todas partes (pero en sustancia el esquema es ese esquema muy conservador) sino que los contenidos mismos de la enseñanza incluso dan marcha atrás. Hay campos en los cuales se cambian hasta los programas para enseñar la misma disciplina en términos mucho más tradicionales, en términos que en un país de Occidente europeo como es éste llamaríamos bastante de la última escolástica. Por ejemplo, en materias humanísticas y filosóficas se enseña con criterios sorbidos de la tradición aristotélica.
¿Por qué esa enseñanza conservadora de contenidos y muy rígida en las formas? Me parece que es bastante coherente con la percepción por el equipo de gobierno estaliniano de que lo que ellos tienen que hacer es una acumulación de capital, que tienen que hacer algo que está muy atrasado, que ya está pasado. Para lo que ellos tienen que hacer, dar pie a una producción de acero, de cemento, de carbón, es muy coherente una cultura burguesa del siglo XIX, que es la que ellos han puesto en los sistemas de enseñanza, en todos los años veinte, treinta y hasta la II Guerra Mundial.
Esto no quiere decir que no hubiera excepciones que estaban camufladas con una característica mala fe, con esa característica falsedad ideológica del período estaliniano. Había disciplinas modernas que se condenaban en la cultura pública como ciencia burguesa degenerada, pero que se practicaban bajo otro nombre y bajo el amparo de institutos de otra especialidad. Por ejemplo, la lógica simbólica moderna no existía y era condenada como un vicio burgués, pero en cuanto murió Stalin resultó que había un verdadero ramillete de grandes lógicos que hacían lógica simbólica en la Unión Soviética; entre ellos, uno de los principales de la segunda mitad del siglo, con toda una nueva teoría. Estaban camuflados en departamentos de física, de química. Pero eran excepciones y además era el secreto, digamos.
La cultura oficial era una cultura atrasada como atrasada era la tarea económica-cultural que estaba realizando el país. Lo que no quita que fuera grandiosa. Coger a los kirguises y pasarlos de la prehistoria a la vacuna contra la difteria es un paso verdaderamente grandioso. Sólo que para dar ese paso no hay por qué tener una cultura del siglo XX: basta con cultura de finales del XIX. Y esto caracteriza mucho la cultura superior soviética de la época.
Me parece que, además, esto interesa relativamente. Lo podíamos dejar así. Ha sido una política cultural restrictiva y sobre la base de contenidos anticuados*13.