A propósito del Vº Congreso del PSUC
Manuel Sacristán Luzón
Uno de los aspectos más interesantes del V Congreso del PSUC es que constituye una excepción a lo que comúnmente se piensa sobre las elites y sus bases. En este congreso, la base de una organización -y
una organización más estricta que otras- ha conseguido derrotar al vértice de la pirámide. (La metáfora de la pirámide es seguramente insuficiente para la comprensión general de las cuestiones del poder, pero parece bastar en este caso). La explicación conspirativa del acontecimiento, que lo atribuye a la actuación de unos pocos cuadros de la secretaría de organización, es, en este caso, tan endeble como
siempre. Es sólo un consuelo o desahogo ritual y una vergonzante trinchera política del sector, cuya condición de minoría ha quedado de manifiesto en el congreso. La secretaría de organización del PSUC
llevaba muchos años -decenios- bajo la dirección de una misma persona. En el supuesto de que la actuación de ésta y sus pocos colaboradores inmediatos hubiera sido una causa eficaz del resultado de este V Congreso, habría que preguntarse por qué lo ha sido ahora y no mucho antes. Por esta vía, como por otras varias, se llega a una conclusión bastante clara para quien considere lo ocurrido sin espíritu de bandería: la irrealidad de la política del PCE-PSUC, su inconsistencia analítica, salta ya a la vista de tal manera que la base obrera del partido, pese a estar insuficientemente provista de elementos de juicio, ha podido superar las inhibiciones de la disciplina y de la reverencia a los jefes. La interpretación conspirativa de los hechos no merece la consideración de quien conoce la pasión con que los delegados obreros han sostenido sus puntos de vista, articulados generalmente de manera muy simple, pero bastante esencial. El eurocomunismo, le gritaba un delegado obrero en una comisión del congreso a uno de los delegados a los que la Prensa llama leninistas, «no es una palabra; es romper huelgas».
No es ajena a lo dirimido en el V Congreso del PSUC la debilidad del eco que ha tenido esa sorprendente oleada de democracia de base. Se pueden destacar, por lo exacto de sus observaciones al respecto, un
par de párrafos en sendos editoriales de EL PAÍS, en los que el editorialista registraba la evidencia de que el V Congreso del PSUC no ha sido un juego con cartas marcadas, como lo son tantos congresos de
tantos partidos y organizaciones; y, sobre todo, un editorial agudo y completo de Diario de Barcelona. Pero, en general, la Prensa, y también la minoría derrotada, no parecen querer notar la interesante
ruptura de la ley de las burocracias que es el V Congreso del PSUC. La nueva extrema derecha está verdaderamente escandalizada por el atrevimiento de la plebe política comunista: un editorial de Diario 16 reclama que se desplieguen mecanismos de represión eficaces por si ese bajo pueblo comete desmanes.
La reacción contra la mayoría del V Congreso del PSUC suele tener carácter elitista, no sólo por parte de la derecha, sino también en la pluma (y aun más violentamente en la boca) de la minoría derrotada.
Esta se expresa con una prepotencia despectiva que revela la consciencia de superioridad del especialista en la técnica y poder sobre el rebaño de comunes mortales llamados a obedecer a los que
saben y pueden. No hay ninguna duda de que esa consciencia de superioridad está bien fundada si se acepta la jerarquía de valores de esta sociedad. Los pobres vencedores del V Congreso muestran su pesar, con la primariedad de sus conceptos y con su falta de intelectuales (en el aparato del partido y en la producción), que no pueden sostener una batalla de palabras con la pequeña burguesía intelectual de técnicos y políticos profesionales a la que han derrotado sorprendentemente y, sin duda, pírricamente.
Las divisiones de clase dentro de las mismas organizaciones políticas no han desaparecido por el hecho de que la cultura dominante las ignore o las declare caducas. Pero esa no es la única evidencia
recordada por el V Congreso del PSUC. Otra de bastante interés es la organicidad social de los grupos de intelectuales. El antimarxismo, hoy imperante, y la inveterada costumbre de citar a los clásicos de
oídas creen que el concepto gramsciano de la organicidad o inorganicidad de los grupos de intelectuales en determinadas capas sociales es un asunto programático, o de voluntad política. En realidad no se trata de un fenómeno tan político, sino de un hecho de raíces más profundas, y más accesible al estudio de los sociólogos y los historiadores que a la voluntad de los políticos. La evolución del PSUC, cuyo resultado presente queda de manifiesto en el V Congreso, ha llevado a que el grupo de intelectuales (incluidos los políticos profesionales que lo representan en los parlamentos y otras instituciones) no sea orgánico en su base obrera, sino más bien en el dispositivo político de la clase dominante, y así en esta misma. (Ese no es un hecho sin precedentes: en la segunda internacional, ocurrió ya antes de la primera guerra mundial, causando en varias secciones nacionales choques entre las fracciones parlamentarias y otras instancias del partido). De ahí que se exprese respecto de la base obrera con el mismo desprecio y la misma violencia que los intelectuales explícitamente orgánicos en la clase dominante, por ejemplo, los periodistas de la derecha social. De ahí también que éstos sientan ahora simpatía por los intelectuales -de aparato o no- dominantes en los grupos parlamentarios comunistas: el mismo número de Diario 16 que levantaba el paredón para los obreros comunistas publicaba un elogio de uno de los intelectuales parlamentarios del PSUC.
Interpretaciones
La intelectualidad del PSUC y del PCE ha empezado en seguida a realizar una de las tareas más características del trabajo intelectual: la interpretación de lo ocurrido. (Su situación al hacerlo es excepcional: trabaja pro domo sua, ella misma es el grupo dominante a cuyo poder directo ha de servir su trabajo, cosa insólita en la práctica intelectual.) Hasta el momento ha producido dos interpretaciones, una de las cuales se presenta en dos versiones. Miembros del grupo procedente de bandera roja ofrecen como interpretación de lo ocurrido la construcción, ya mencionada, en clave de la teoría conspirativa de la historia. No vale la pena detenerse ante ese pobre intento. La primera versión de la otra explicación ha sido repetidamente propuesta por Santiago Carrillo. Consiste en reconocer el malestar de la base comunista, que habría llevado en el PSUC al resultado del V Congreso, explicando ese malestar por la crisis económica y las dificultades de la transición. Parece permisible inferir de esa explicación, por implicación, Santiago Carrillo ve en el descontento de la mayoría de la base obrera comunista ingenuidad política, frustración de esperanzas infundadas, en suma, la ignorancia de los legos. Seguramente hay mucha verdad en esa explicación. Creemos que su defecto es que está demasiado lejos de ser toda la verdad. La segunda versión de esta explicación se puede atribuir a Antonio Gutiérrez: consiste en añadir a la versión anterior el reconocimiento autocrítico de errores, por ejemplo, en el seguimiento de los acuerdos de la Moncloa. Esta versión tiene también su verdad -algo más que la anterior, al menos en la intención-, pero igualmente deja fuera de consideración una causa importante de la frustración de la mayoría obrera comunista.
Esa causa es el hecho de que su partido se ha identificado en la crisis con un sistema socioeconómico al que las crisis son inherentes,el hecho de que su partido ha aceptado una Constitución que consagra una economía que avanza a través de crisis, el hecho de que su partido ha pretendido demagógicamente hallar salidas progresivas a la crisis estrictamente dentro del sistema, y ha presentado así la crisis como un extraño resultado de la mala voluntad o de la incompetencia de los gobernantes. La base obrera del partido comunista no es tan necia como para reprocharle a éste que el capitalismo sufra crisis (sobre los problemas económicos de las sociedades del Este no tiene ni información ni instrumentos conceptuales, que no encuentra ni en el partido ni fuera de él); lo que le reprocha es su adhesión al sistema de las crisis, su complicidad con lo establecido. La mayoría del V Congreso del PSUC no ha conseguido decir claramente más que dos ideas: que rechaza el tipo de política que da de sí cosas como los pactos de la Moncloa, y que la oposición al imperialismo capitalista es un elemento de su identidad moral e ideal. Esto último lo ha dicho en la resolución final del congreso, con la condena del innumerable asesinato cotidiano perpetrado en El Salvador por un Gobierno títere de Estados Unidos, bajo la dirección de asesores norteamericanos. Ambas posiciones, por escasamente lograda que esté su articulación, consiguen la adhesión de todas las personas y de todos los grupos que tienen algo que ver con las ideas comunistas. Eso explica el florecimiento de iniciativas, discusiones, reuniones de ex militantes del PSUC y del PCE que se están produciendo estos días en Barcelona y su comarca, Asturias y Andalucía, que sepamos. La reacción primaria en estos ambientes, frecuentados por personas que dejaron el partido comunista durante los últimos diez años, es de acercamiento a ese partido, atraídas por la tendencia de la base obrera a recuperar su consciencia anticapitalista. Pero no es probable que ese estado de ánimo dure mucho, porque la debilidad relativa de los vencedores del V Congreso del PSUC, la enérgica y unitaria reacción del establecimiento burgués -desde la extrema derecha, pasando por los socialistas, hasta los mismos intelectuales y políticos derrotados del PSUC contra la osadía de los incultos, y, por último, la función previsible -y en parte confesada ya- de los cuadros injustificadamente llamados leninistas, que es la de escamotear la victoria de quienes los han votado y desanimar a la mayoría obrera, hacen muy poco probable que ese curiosum que es para la ciencia política el V Congreso del PSUC llegue a dar lugar a algo que se consolide. Lo más probable es que la ley de las elites burocráticas vuelva a imponerse en poco tiempo: los obreros del cinturón-industrial estarán de sus ocho a diez horas en las fábricas y en los tajos, mientras los políticos profesionales, alimentados con sus cuotas o con las remuneraciones ganadas mediante sus votos, dedican veinte horas al día a recomponer la red mágica de la opresión cultural. La base obrera mayoritaria en el V Congreso puede contar con muy pocos intelectuales -unos cuantos abogados laboralistas, un ingeniero, un político profesional, y muy pocos más-, y aún sólo relativamente, pues, como se vio en el congreso, las posiciones a las que apasionadamente llegó, la mayoría obrera rebasaban ampliamente las formulaciones del núcleo que intentaba ser su portavoz. En cualquier caso, estos pocos portavoces no se decidirán
a intentar una batalla de ideas contra el ejército de profesores, periodistas, magistrados, arquitectos, médicos, políticos profesionales… Esta sociedad es así. En ella siguen vigentes cosas
vistas -y, en nuestra opinión, mal entendidas- por Kautsky y por Lenin hace mucho tiempo a propósito de las relaciones entre obreros e intelectuales.
Dudas sobre la consolidación
De modo que consideramos muy poco probable que la fugaz victoria de la mayoría obrera del PSUC se consolide. Por otra parte, creemos que una conmoción en sí misma tan notable como el V Congreso del PSUC es todavía demasiado poco para poner en marcha un proceso de reconstrucción comunista. El PCE y el PSUC llevan ya tantos años degradando su sustancia que, aunque sus crisis puedan tener importancia en el camino hacia la constitución de una nueva cultura comunista, no abren un horizonte suficiente para ese camino. El mismo estallido de consciencia obrera en el V Congreso del PSUC adopta, por falta de otra cosa, los conceptos acomodaticios y el léxico vago de los eurocomunistas.
La situación de derrota del comunismo entre el martillo imperialista occidental y el yunque del despotismo oriental es demasiado grave para que la pueda compensar la crisis de consciencia de un partido.
Esa crisis, sin embargo, tiene mucho interés, porque recuerda que la base humana, social y moral del comunismo sigue ahí, en las necesidades de la humanidad explotada y oprimida. Esa persistencia, por debajo de la marea ideológica y propagandística que acompaña a los primeros escarceos de la nueva ofensiva imperialista del rearme y la generalización de las técnicas destructoras del planeta, constituye el principal fundamento en que basar la resistencia al futuro, muy poco deseable, implicado por la recomposición de la economía capitalista a través de esta crisis. En ese fundamento pueden conseguir consistencia los intentos de hallar formas de vida alternativas a la perspectiva anunciada por la nueva escalada del armamento atómico, el creciente desarrollo de las armas biológicas y las centrales nucleares, pensando en cuyo plutonio se regodean ya tantos aguerridos estrategas de países
pequeños o medianos. Hace tiempo ya que la esperanza de evitar el fatal camino seguido por las clases dominantes estriba en llegar a la unión del movimiento obrero, no con sus explotadores -en Gobiernos de concentración o en consensos-, sino con las fuerzas que rechazan la dinámica del desastre. También en este punto el V Congreso del PSUC da cierta vida a esa esperanza, con su oposición a las centrales
nucleares. Mucha gente puede obtener la nueva o reforzada motivación para seguir esforzándose dentro de esa perspectiva. Mientras tanto, el V Congreso del PSUC nos ha refrescado con el agradable espectáculo de la derrota (por fugaz que sea) de un equipo político de pequeños burgueses, profesionales de la palabra, a manos, principalmente, de obreros de la construcción del Vallés y el Bajo Llobregat.