Comunismo, una historia italiana
Carlos Gutiérrez
El 27 de marzo de 1944, después de casi veinte años de ausencia, llega a Nápoles el secretario general del Partido Comunista Italiano, Palmiro Togliatti. La ciudad a la que llega ya ha sido liberada por los Aliados, mientras que podemos afirmar que Italia, en su conjunto, se halla dividida en dos partes. El Sur ha sido liberado, fundamentalmente por los norteamericanos, que ocupan toda la zona, mientras que en el Norte del país los comunistas junto a otras formaciones partisanas continúan combatiendo con las armas en la mano. El análisis que Togliatti hace de la situación es el siguiente: la guerra no está ganada, necesitamos concentrar todos nuestros esfuerzos para ganarla, para acabar con los nazis, para devolver la dignidad a la patria. Togliatti, que había formado parte junto con Gramsci del núcleo del que nació el Partido Comunista, l´Ordine Nuovo, pretende abordar en 1944 una nueva reinvención del partido. Un partido que al mismo tiempo se inserte en la historia de Italia y que consiga derrotar la idea de que responde miméticamente a los intereses de la Unión Soviética. No olvidemos que Togliatti era no solo un político “práctico”, sino que era uno de los más lúcidos dirigentes de la Internacional Comunista. Un político que había sido capaz de profundizar en el análisis del fascismo, superando la definición de éste como la larga mano del capitalismo y su consiguiente brazo represivo, e identificando su carácter de masas al definirlo como “régimen reaccionario de masas”.
Esta nueva línea para el partido italiano viene apuntalada en un posterior discurso el 11 de Abril en Nápoles en el que Togliatti afirma: “El partido comunista y las masas deben empuñar la bandera de la defensa de los intereses nacionales que el fascismo y los grupos que le alzaron en el poder han traicionado”. Un partido que no debe ser “propagandista del comunismo” sino que debe levantar un programa de renovación del país y que derrote al fascismo construyendo la unidad de las masas populares. Afirma Togliatti: “El carácter de nuestro partido debe cambiar profundamente. El partido no se puede contentar con criticar o protestar, sino que debe tener una solución para todos los problemas nacionales”. “Por lo tanto, un partido no propagandístico, no una secta, sino un partido que debe hacer política de masas”. En el ámbito organizativo se toman también medidas de tipo audaz; mientras que otros partidos, como el socialista, impiden la afiliación si se ha pertenecido al partido nacional fascista, en el comunista se permite la inscripción, con precauciones, de antiguos miembros de organizaciones fascistas. En este marco se inscribe la polémica, y muy contestada desde las organizaciones partisanas, amnistía promulgada en 1946, (Togliatti era ministro de Justicia) en la que se eliminan los antecedentes penales de los fascistas que habían sido depurados de la administración del Estado.
El 3 de octubre del mismo año, 1944, en Florencia, Togliatti elabora definitivamente la cultura del nuevo partido comunista, señalando los tres caracteres que este partido debe tener. En palabras de Togliatti estos tres caracteres “Son entre ellos inseparables y son el uno condición del otro. Primero: El partido debe ser nacional. Segundo: debe ser de gobierno. Tercero: debe ser de masas”. Este último aspecto se cumple rápidamente y en el año 1947 el partido ya cuenta con dos millones doscientos mil inscritos. Nos encontramos en un momento en el que, en el ámbito interno, la dirección de Togliatti emprende un trabajo dedicado a dotar al partido de características propias, un partido menos cerrado y una política de cuadros que promocione a los más jóvenes.
Estamos aquí en un momento histórico, en el que el partido italiano está siguiendo un desarrollo propio no visto en ningún otro caso europeo, en un momento en el que, también, el partido colabora en el gobierno, y en lo que será muy importante para el partido y para Italia, en la elaboración de una nueva Constitución. La participación de los comunistas en colaboración con otros grupos de izquierda y los sectores más progresivos de los partidos católicos consiguió introducir importantes elementos de democracia social. El artículo calificado por algunos de “subversivo” de la nueva Constitución italiana es el tercero: “Es misión de la república suprimir los obstáculos económicos y sociales que, limitando de hecho la libertad y la igualdad de los ciudadanos, impiden el pleno desarrollo de la persona humana y la participación efectiva de todos los trabajadores en la organización política, económica y social del país”. El mismo artículo introductorio de la citada Constitución es bien innovador: “Italia es una república democrática, basada en el trabajo”; la propuesta original de los comunistas era: “Italia es una república democrática de trabajadores”. Un paso importante, el texto constitucional, pero como siempre la falta de aplicación del texto escrito se hizo patente desde los primeros momentos -con la utilización de la Mafia para reprimir al movimiento antilatifunidista por ejemplo- y ha continuado desarrollándose hasta nuestros días con los furiosos ataques del berlusconismo hacia el texto constitucional.
La siguiente fecha clave para el comunismo italiano, y para todo el movimiento comunista internacional, es febrero de 1956 y el XX Congreso del PCUS. Kruschev anuncia que el campo socialista es ahora un sistema mundial, la guerra no es inevitable, y cada país tendrá su vía al socialismo. La lectura de la relación de Kruschev suponía un hálito de esperanza para los partidos occidentales que vislumbraban, en la soviética, una sociedad con capacidad de reformarse. El conocimiento en días posteriores del segundo informe (secreto) de Kruschev, en el que enumeraba y denunciaba los crímenes de Stalin, produjo una conmoción aún más fuerte y fue incluso puesta en duda su veracidad durante varios meses. En un famoso encuentro del Comité Central del PCI, Togliatti afirma refiriéndose a lo denunciado por Kruschev: “No lo sabíamos y no lo podíamos imaginar”. ¿No lo había sabido y no lo había podido imaginar desde el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista? En el mismo año tiene lugar el VIII Congreso del PCI en el que definitivamente se lanza la “Vía italiana al socialismo”; el informe de Togliatti al congreso lleva precisamente ese nombre. No se trata de un cambio en la línea política, sino de una consolidación de la que se había desarrollado desde 1944. El grupo dirigente continúa siendo el mismo hasta el IX Congreso, en 1959; en éste queda excluido todo el viejo grupo salido de la Resistencia y se produce una importante renovación generacional en los cuadros del partido.
Los últimos años cincuenta y, sobre todo, el inicio de los sesenta, suponen para Italia el inicio de la estabilización y del desarrollo industrial acelerado, la composición social cambiaba y las ciudades crecían tumultuosamente. Estaba naciendo un nuevo proletariado y un nuevo movimiento obrero. Frente al análisis inmovilista de las organizaciones tradicionales de la clase obrera que continuaban fieles al “desarrollo progresivo de las fuerza productivas” como motor de la marcha de la humanidad, nacían experiencias que pretendían interpretar y actuar ante las nuevas realidades superando la vieja idea productivista. En este sentido, tuvo especial importancia la experiencia de un grupo de jóvenes teóricos italianos, algunos procedentes del PCI, otros del Partido Socialista, (Panzieri, Tronti, Alquati, Asor Rosa) que fundan en junio de 1961 la revista Quaderni Rossi. Esta revista, dedicada al estudio de los cambios producidos en la clase obrera y en el propio capitalismo en los primeros años sesenta, marcará el nacimiento de todo un modo de interpretar el marxismo: el operaismo. Quaderni Rossi tendrá una vida bastante corta y sólo se continuará publicando hasta mayo de 1965. En febrero de 1964 varios miembros (Toni Negri, Tronti, Asor Rosa, Alquati) salen de la redacción y fundan la revista Classe Operaia. De la evolución de ésta surgirán diversos grupos como Autonomía Operaia y Potere Operaio que jugarán un papel muy importante en las luchas de los años setenta.
La contribución teórica de esta corriente está fuera de toda duda. La definición del “obrero masa” como nuevo sujeto productor neocapitalista, técnicamente no cualificado, en relación como la anterior figura dominante el “obrero de oficio”, que está “subjetivamente expropiado” y “realmente subordinado” al capital y, que aún más, se encuentra sin raíces sociales y políticamente sin tradiciones, y que, a pesar de todo, es portador de una fuerza conflictual muy fuerte, o el concepto “composición de clase” como un intento de explicación de la relación entre las características técnicas, objetivas, que presenta la fuerza de trabajo en un momento histórico concreto, y lo que constituyen las características políticas, subjetivas, son buena muestra de la importante aportación de esta corriente al bagaje teórico del movimiento obrero.
Puede sorprender todo esto a los que conozcan las actuales posturas de los herederos del “operaismo” que han caído en la adoración de mitos que guardan poco contenido en su seno. Adoran la idea de la sociedad postindustrial que parece venir a confirmar la vieja idea de la fábrica que se difumina y diluye en la sociedad, hasta desaparecer. Adoran el mito del “fin del trabajo” y han vuelto a abrazar el determinismo tecnológico, llegando a teorizar la capacidad de sustraerse del sistema a través de la práctica el éxodo. Un éxodo que sería posible debido a que la dirección capitalista es cada vez más simbólica y, al mismo tiempo, está cada vez más desligada de la producción material y de la fábrica. En definitiva, la posibilidad de una nueva “alianza de productores” similar a la defendida por el PCI en sus peores años. Seguramente para ese viaje no habían hecho falta alforjas, pero de todos modos, la aportación positiva de las primeras elaboraciones teóricas y su impacto en el movimiento obrero no pueden ser canceladas.
Respecto a la situación en el Partido Comunista, los primeros años sesenta suponen un renacimiento de las luchas sindicales, el surgimiento de nuevos movimientos relacionados con los temas del antifascismo y el antiimperialismo y la emergencia de una nueva intelectualidad más modernamente marxista; frente a todo esto, la organización del partido aparecía en un declive lento pero constante. El número de militantes había caído en diez años en cerca de 500.000, y esta caída se acentuaba entre los jóvenes. Las nuevas figuras sociales -estudiantes, jóvenes, obreros, técnicos- aunque eran muy cercanos al partido, no eran muy proclives a sus modos de vinculación y a sus rituales. Un fenómeno de separación entre partido y sociedad era ya, en este momento, reconocible. El “partido nuevo” construido por Togliatti ya manifestaba sus primeras crisis y un riesgo de involución gradual e imparable.
Eran tiempos en los que el partido, que hasta ahora había estado siempre a la defensiva, necesitaba cambiar y tomar la iniciativa. En los primeros años sesenta -aún en vida de Togliatti- se comenzaron a forjar dos líneas muy distintas en el interior del partido: la derecha, que tenía como figura visible a Amendola, y la izquierda, cuyo líder más significativo era Pietro Ingrao. El ala derecha se nutría de la vieja teoría de los límites del capitalismo y de su imposibilidad de continuar desarrollándose e innovando, mientras que la izquierda, más pegada a la realidad, vislumbraba los cambios en la composición tanto del capitalismo como de la clase obrera y pretendía volver a poner al orden del día la cuestión de la “revolución italiana”, tal y como la había denominado Togliatti. Una línea de clase, puesta al día e inteligente, sobre esto se construye la izquierda del PCI. De todos modos este enfrentamiento permanecerá semioculto desde los últimos años cincuenta hasta 1964.
En 1964 la muerte de Togliatti saca a la luz todas estas diferencias que permanecían aún larvadas y con el dirigente histórico apenas sepultado, el líder del ala derecha del partido, Amendola, propone la unificación con el Partido Socialista, cerrando así el paréntesis abierto con el Congreso de Livorno, en el que se produjo la separación. La izquierda se opuso abiertamente, junto con el futuro secretario general del partido, entonces dirigente de las juventudes, Achille Ochetto. La idea fue dejada a un lado y el debate silenciado al conjunto de la organización. El XI Congreso que se celebra en 1966 supone la emergencia de todos estos debates, que se habían desarrollado de un modo más o menos encubierto. El enfrentamiento entre derecha e izquierda se desata. Dos concepciones distintas sobre el neocapitalismo y dos concepciones distintas sobre las alianzas y el proyecto alternativo. La izquierda de Ingrao pretende redefinir el togliattismo y levantar un proyecto alternativo orgánico y para un largo período, un “modelo alternativo de desarrollo”, con su propia coherencia interna y orientado a una crítica más radical del capitalismo moderno.
Este Congreso se saldó con la alianza del centro y la derecha, y la rotunda derrota de la izquierda seguidora de Ingrao. Los meses posteriores estuvieron marcados por la represión hacia los perdedores, que fueron enviados a destinos alejados de los centros de decisión del partido y relegados a responsabilidades secundarias. En la secretaría general continuaba Luigi Longo mientras que se perfilaban como candidatos a la sucesión: Enrico Berlinguer (ligado a Togliatti), Giorgio Napolitano (el recientemente nombrado presidente de la República) que era el candidato de la derecha del partido y Mario Alicata como candidato del centro. Berlinguer es apartado de la dirección por una intervención considerada “poco severa” con los seguidores de Ingrao, pero será nombrado vicesecretario del partido por Longo tres años más tarde.
Con este escenario de división y enfrentamiento llegamos a 1968, que comienza con la experiencia “original” del partido checo dirigido por Dubcek, continúa con el Mayo francés y culmina en agosto con la invasión soviética de Praga. En todos estos temas se constata la divergencia en el interior del partido. Luigi Longo califica la invasión de Praga como un “trágico error”, mientras que algunas de las figuras del ala izquierda, como Luigi Pintor, afirman que no se trata de un trágico error sino que es la lógica consecuencia de aquello en lo que se había convertido la Unión Soviética. Las cosas empiezan a acelerarse y ese mismo año la preparación del XII Congreso supone una oportunidad de reagrupamiento para la izquierda, que votará en contra de las tesis oficiales, pero obtiene pocos apoyos durante los debates.
Esta derrota, y la falta de cauces de expresión, fue lo que decidió al grupo de la izquierda del PCI a abordar el proyecto de fundar una revista, de carácter mensual, que sirviera como altavoz de sus ideas. En ese proyecto se implicaron parte de los mejores intelectuales de la izquierda comunista italiana, Rossana Rossanda, Luigi Pintor o Lucio Magri entre otros. La fundación de esta revista, Il Manifesto, supuso también una cierta división, ya que varios de los más conocidos miembros del ala izquierda no les siguieron en su experiencia y quedaron fuera militantes tan significativos como el propio Pietro Ingrao, Bruno Trentin o Garavini.
Luigi Pintor abría el primer número de la revista con un editorial que llevaba el significativo título: “Un diálogo sin futuro. El diálogo con la Democracia Cristiana”. En este editorial delineaba cuáles eran los motivos que habían llevado a la fundación de la revista. “Esta publicación nace con una convicción, que pensamos que no es sólo nuestra: la convicción de que la lucha del movimiento obrero, la historia misma del movimiento, ha entrado en una fase nueva; que muchos esquemas consagrados de interpretación de la realidad y muchos modos de comportamiento han perdido su validez irremediablemente; que la crisis social y política que nos rodea no puede ser vivida y afrontada con los habituales instrumentos de gestión… Los problemas que tenemos delante no son especiales o menores, sino generales y esenciales: se trata de percibir la naturaleza de la crisis que sacude al capitalismo maduro: las razones de la fractura del movimiento obrero y comunista; las vías de una transición hacia el socialismo en una sociedad “avanzada” como la nuestra, y las posibles condiciones de una unión entre los impulsos madurados en estos años y una tradición de medio siglo”.
Este proyecto era verdaderamente original, un proyecto minoritario y fraccional, pero sólido y fundamentado y que huía del sectarismo y del dogmatismo, algo realmente peligroso. La reacción de la dirección del PCI fue casi inmediata, y la propuesta de suspensión de la revista llevó un debate que duró cuatro meses y dos reuniones del Comité Central. En una tercera reunión se decidió la expulsión del Comité, y del Partido, del grupo impulsor de la revista; era noviembre de 1969. Curiosamente, años más tarde mostró su arrepentimiento y reconoció su error, el propio Pietro Ingrao, líder de la izquierda del PCI, quien también votó a favor de la expulsión de sus compañeros de “Il Manifesto”. En un artículo titulado “Mi error”, publicado en el número 41 (julio-agosto de 2003) de la revista de “Il Manifesto”, Ingrao reconoce que había perdido el contacto con sus amigos de la izquierda y que no había llegado a comprender el alcance del proyecto; también afirma, que en su decisión había pesado demasiado la trágica tradición estalinista del partido.
Por fin el grupo había abandonado las esperanzas de construir un polo crítico en el interior del PCI y se abría un panorama lleno de anhelos y de entusiasmo. El objetivo no era contentarse con ser minoritarios, sino que se pretendía formar una organización a la altura de la crisis de la izquierda histórica y de las dimensiones del movimiento. Que uniese la radicalidad a las mejores experiencias de los comunistas, revisada, y depurada de politicismo. Ése fue el objetivo durante muchos años, y en ese camino se produjeron debates y encuentros con diversos grupos y organizaciones; estos debates llevaron al acuerdo con Potere Operaio en 1971 y a presentarse unidos a las elecciones en 1972. Mientras tanto, en abril de 1971, se decide convertir el mensual en diario, con lo que aparece el primer diario comunista independiente de Europa. Se planteaba un periódico como instrumento político para los nuevos tiempos, con un funcionamiento asambleario y autogestionado en el que la burocracia no tuviera lugar. Un periódico comunista, también en el modo de funcionar. Aún hoy su cabecera sigue proclamando orgullosa “Il Manifesto. Periódico comunista”.
Mientras tanto el alba del los años setenta auguraba malos tiempos para la izquierda. Pronto llegarían los años del “Compromiso histórico”, pero eso ya será materia del segundo capítulo de este artículo.
II
Dejábamos la primera parte de este artículo en el final de los años sesenta del pasado siglo, con un ascenso de la lucha de clases que se había materializado en las revueltas estudiantiles del 68 y las luchas obreras en el 69. Al calor de estas luchas, y en oposición a la pasividad, en algunos casos, o franca hostilidad, en otros, del PCI hacia éstas, habían nacido diversos grupos que pretendían recuperar la perspectiva revolucionaria dejada a un lado por un Partido Comunista, que se estaba convirtiendo en un instrumento directo para la integración de las masas obreras y estudiantiles en el sistema capitalista.
Muy pronto comienza la estrategia del Estado para criminalizar a todos estos grupos y a las luchas que no aceptan el marco institucional y que pretenden cuestionar el sistema. El 12 de diciembre de 1969 estalla una bomba en la Banca Nacional de la Agricultura, en la Piazza Fontana, en Milán. Se cuentan 16 muertos y 87 heridos. Todas las indagaciones y sospechas policiales se dirigen a los militantes de la extrema izquierda, con numerosas detenciones y alguna muerte en comisaría en “extrañas circunstancias”. La masacre de Piazza Fontana inaugura un largo período plagado de bombas y atentados que culminará con la última bomba que estalla el 2 de agosto de 1980 en la estación de Bolonia y en la que mueren 85 personas. En el origen de la estrategia de la tensión se hallan, sin duda, los servicios secretos italianos y los estrechos contactos establecidos entre los golpistas griegos y los grupos de la extrema derecha italiana. En abril de 1968 los responsables de los servicios secretos griegos explican a cincuenta neofascistas italianos cómo han utilizado el arma de la provocación de tal modo que se culpase de los atentados a la izquierda.
Mientras tanto, el PCI, que había celebrado en 1969 su duodécimo congreso, en el que redefine la vía italiana al socialismo, a través de una estrategia de reformas, definida como unitaria y democrática, que comprende un posible “encuentro” entre comunistas y católicos, da la espalda a las luchas obreras y estudiantiles y se centra en su actividad institucional, tratando de convertirse en partido de gobierno. Estamos en los primeros escarceos de un proyecto que ya se hallaba definido hacía tiempo en las mentes del ala derecha del partido, el “Compromiso Histórico”.
En 1972 el XIII Congreso del PCI concluye con la elección de Enrico Berlinguer, un político heredero de la tradición togliattiana, pero al que no se puede asociar directamente con el ala derecha del partido. Este congreso tiene lugar en un momento en el que se acelera el proceso de integración de Italia tanto en la OTAN como en la Comunidad Económica Europea. En la relación introductiva del Congreso, Berlinguer afirma: En un país como Italia, una perspectiva nueva sólo puede ser realizada con la colaboración entre las tres grandes corrientes populares: comunista, socialista y católica. De esta colaboración, la unidad de las izquierdas es condición necesaria pero no suficiente.
En julio del mismo año se integra en el PCI, el PSIUP (Partido Socialista Italiano de Unidad Proletaria), que había nacido en 1964 de una escisión del Partido Socialista. La decisión no es unánime y una parte del grupo dirigente da vida al PdUP (Partido de Unidad Proletaria) en el que se integrará el grupo Il Manifesto. El PdUP continúa su vida en la primera mitad de los años setenta, se presenta a las elecciones municipales de 1975 y a las nacionales de 1976, sufriendo sendas derrotas que producen la división y posterior disolución del partido.
Al día siguiente del golpe de estado en Chile, Berlinguer publica un ensayo en Rinascita, la revista del partido, en el que trata los principales problemas nacionales e internacionales y redefine la perspectiva estratégica del XIII Congreso como propuesta de compromiso histórico entre las grandes corrientes populares de la historia y de la política italiana, la comunista, la socialista y la de inspiración católica. En el año 1975 el XIV Congreso del PCI aprueba el abandono de la propuesta de la salida de Italia del Pacto Atlántico y de la OTAN, justificado con una supuesta lógica gradual y compleja superación de los bloques, y el apoyo a un proceso de distensión nacional e internacional. La estrategia del compromiso histórico –afirma Berlinguer- no es sólo una propuesta de gobierno, sino una compleja hipótesis de transformación democrática de la sociedad.
Podemos barajar diversas teorías para justificar la decisión del grupo dirigente del partido comunista por esta propuesta. En primer lugar se debe considerar el clima de hostilidad, tanto nacional (los poderes fácticos, comprendida una importante fracción de la jerarquía religiosa), como internacional, respecto al acceso de los comunistas al gobierno de Italia. Esta hostilidad no sólo era, como pudiera pensarse, una cuestión norteamericana. Hay que señalar, por ejemplo, que en una reunión desarrollada en 1976, en Puerto Rico, que contaba con la presencia de los cuatro grandes de Occidente, fue el líder socialdemócrata alemán Helmut Schmidt, el que propuso cortar todas las ayudas financieras a Italia en caso de la formación de un gobierno con presencia de los comunistas. En segundo lugar, se desarrolló por parte de la dirección comunista un análisis que resultó ser profundamente erróneo: el comienzo de la crisis económica del capitalismo, al principio de los setenta, era el signo de una creciente incapacidad de este sistema para hacer frente a sus contradicciones internas, evitar la recesión y afrontar un nuevo desarrollo. Los hechos demostraron claramente cuán erróneo era este análisis; mientras que Berlinguer pensaba en la posibilidad del resurgimiento del fascismo, la derecha, después de la cancelación de Bretton Woods y la crisis energética se reorganizaría sobre bases distintas al fascismo.
En cuanto a las raíces ideológicas del compromiso histórico son también diversas las teorías formuladas. Desde la que plantea que se trataba de un gramscianismo mal entendido o exagerado, que se traduciría en la búsqueda de alianzas con los católicos, basadas en privilegiar las consideraciones éticas con respecto al análisis de clase. Esta conclusión flaquearía o haría resaltar más la mala interpretación de Gramsci, ya que si este hubiera sido el camino elegido se hubieran también privilegiado las relaciones con los nuevos movimientos surgidos a partir del 68, expresadas en las luchas estudiantiles, en la lucha de las mujeres, en la ecología, o en las nuevas problemáticas expresadas en las luchas obreras. Más que a una inspiración gramsciana parece que el compromiso histórico responde a una relectura de Togliatti, eso sí, mecanicista y reductiva. Para Berlinguer se trataba de afrontar una renovación nacional que permitiese recuperar la unidad antifascista entre las grandes corrientes populares que habían permitido la elaboración de la Constitución: encarando así, la segunda etapa de la revolución democrática y antifascista en la cual, para Berlinguer, se debería traducir la política de compromiso histórico.
Es necesario reconocer que la propuesta del compromiso histórico recibió un importante consenso tanto fuera como dentro del partido comunista, al menos hasta las elecciones de 1976 y fue uno de los factores que llevó al considerable éxito electoral alcanzado en esos años. Era una política cuya ambigüedad servía para, de un lado, acercarse al centro laico y católico, haciendo caer algunos viejos prejuicios anticomunistas, y de otro, permitía un debate con la Democracia Cristiana que cuestionaba su sistema de poder, el clientelismo y la corrupción, apareciendo como una propuesta alternativa y de profundo cambio en la dirección de Italia. Una vez dicho esto, tenemos que constatar que el fracaso fue rotundo y marcó una línea extremadamente perniciosa para el comunismo italiano. Un hilo argumental que podemos encontrar aún en la experiencia de los Demócratas de Izquierda. En primer término, la aceptación de la integración de los comunistas bajo el paraguas de la OTAN constituía una grave e irreversible renuncia que implicaba la idea de que el capitalismo y su forma política habían vencido o debían vencer. En segundo lugar, la aceptación de la producción como bien de todos, respecto a los intereses de la clase, coloca al partido contra todo el movimiento de base que se desarrollaba en las fábricas y en las universidades, y también contra los propios sindicatos.
Como decíamos más arriba, en el año 1976 el PCI consigue sus mejores resultados en las elecciones (34,8% en el Congreso y 33,8% en el Senado), la vía elegida es la de dar al país un gobierno de estabilidad, que se traduce en la abstención ante el gobierno monocolor de Andreotti. El año siguiente, Berlinguer concreta su propuesta por una “política de austeridad”, para actuar juntos en el saneamiento de la economía nacional y las necesarias reformas institucionales. Es la llamada política de “solidaridad nacional”. El acercamiento entre la Democracia Cristiana y el PCI lleva a una nueva ocupación de las universidades, conducida por el movimiento autónomo. Al mismo tiempo los grupos armados, entre los que destacan las Brigadas Rojas y Primera Línea, intensifican sus acciones y comienzan los atentados mortales. Surge el último estallido consecuencia de la revuelta juvenil iniciada en 1968, es el llamado “Movimiento de 1977”. Este movimiento se enfrenta directamente al PCI y al mismo tiempo critica a los grupos de la izquierda extraparlamentaria acusándoles de burocratismo. En febrero de 1977 se agudiza el enfrentamiento de este movimiento con el PCI cuando Luciano Lama, secretario general de la CGIL, es expulsado de la Universidad de Roma, que había sido ocupada, y cuando, en Bolonia, la principal ciudad gobernada por los comunistas, una revuelta, propiciada por el asesinato de un estudiante, es reprimida por blindados de la policía. El movimiento de 1977, carente de bases y referencias, se extingue inmediatamente después de la Conferencia de Bolonia.
En el año 1977 se produce un primer intento de plasmar el proyecto del compromiso histórico mediante las reuniones celebradas entre el líder de la derecha del PCI, Amendola, y el político centrista La Malfa; los contactos fracasan por diversos desacuerdos con sectores de la Democracia Cristiana y de la socialdemocracia. En Marzo de 1978 nace un nuevo gobierno presidido por Andreotti; la inclusión en éste, de notables anticomunistas como Antonio Bisaglia, supone la retirada del apoyo por parte de Berlinguer, situación que durará poco. Aldo Moro, que era favorable a la colaboración con los comunistas, es secuestrado en el día que debía votarse una moción de confianza; este hecho y el posterior asesinato de Moro, hacen que el PCI decida abstenerse en la votación y continuar manteniendo el compromiso histórico con reservas.
Poco después de la muerte de Moro, el PCI vuelve a la oposición. La dimisión del presidente Giovanni Leone hacía presuponer que la elección de un nuevo presidente, Sandro Pertini, provocaría la dimisión de Giulio Andreotti; bien al contrario, Andreotti no sólo no dimite sino que corta las relaciones con el PCI. De este modo acaba, abruptamente, la etapa del compromiso histórico.
La larga fase del conflicto social inaugurada en Italia en 1968 concluye en otoño de 1980 con una dramática lucha que dura 35 días, se desarrolla en la fábrica de la Fiat y terminará con una clara derrota que marcará el posterior desarrollo del movimiento sindical. El PCI, tras el fracaso del compromiso histórico, decide implicarse en la lucha hasta el punto de que Enrico Berlinguer celebra un mitin en los alrededores de la fábrica en el que garantiza el total apoyo del partido en caso de ocupación por parte de los trabajadores. Eran los últimos estertores de la lucha obrera contra el neoliberalismo. Como dijo en su día Rossana Rossanda, Berlinguer se acercó a las puertas de la Fiat demasiado tarde.
En 1984 Berlinguer muere en Padua, y el XVII Congreso del PCI, anticipado por la desilusión por las elecciones regionales del año precedente, se caracteriza por el intento de integrar al PCI en la izquierda europea, liquidando cualquier residuo, incluso crítico, de su pertenencia al movimiento comunista mundial. Un pequeño grupo, liderado por Armando Cossutta, se presenta explícitamente como oposición, polemizando particularmente con las posiciones del Partido sobre el socialismo real. En 1984 había sido elegido como secretario general Alessandro Natta, que es confirmado en su puesto. En contra de lo que pareciera lógico, los puestos de mando no son copados por los viejos togliattianos de derecha (Napolitano, Chiaromonte…) sino por los jóvenes dirigentes de las Juventudes (D’Alema, Ochetto, Veltroni). Estos jóvenes “nihilistas” serán los que comandarán el posterior proceso de disolución y mutación de la identidad comunista italiana.
En mayo de 1988 las elecciones administrativas traen el éxito del PSI y el mantenimiento y reforzamiento de las posiciones de centro en la Democracia Cristiana, mientras el PCI desciende ligeramente. Alessandro Natta envía una carta de dimisión al Comité Central, el cual designa a Achille Ochetto como nuevo secretario.
En marzo de 1989 Ochetto concluye los trabajos del XVIII Congreso del PCI definiendo la perspectiva del nuevo curso del Partido Comunista Italiano. El Secretario incide en la lógica de la interdependencia y la superación de la cultura y la acción política del período de la guerra fría, “en la búsqueda de un desarrollo abierto a los intereses comunes de toda la humanidad, con el reconocimiento del valor universal de la democracia”.
El 12 de noviembre Ochetto interviene en una manifestación de los partisanos en la Bolognina y recuerda que Mijail Gorbachov, antes de afrontar las “profundas transformaciones” en la Unión Soviética, se dirigió a los ancianos que derrotaron al ejército hitleriano, para que comprendiesen que eran necesarios grandes cambios, que era necesario no continuar por “los viejos senderos” y que había que inventar nuevos caminos para unificar las fuerzas de progreso. La suerte estaba echada. En 1990 fue convocado un Congreso extraordinario en Bolonia, el XIX del PCI. Tres fueron las mociones presentadas:
-Dar vida a la fase constituyente de una nueva formación política. Ésta fue la moción presentada por el secretario general y cuyo objetivo declarado era la construcción de una nueva formación política.
-Por una verdadera renovación del PCI y de la izquierda: Esta moción fue presentada por los llamados neo-comunistas (entre otros P. Ingrao, L. Castellina, G. Chiarante y A. Tortorella) en la que afirmaban la necesidad de un PCI que corrigiese su línea pero que no cambiase su naturaleza.
-Por una democracia socialista en Europa. Moción presentada por los llamados neo-ortodoxos, liderados por Armando Cossutta, y que defiende la negativa absoluta a la liquidación del partido.
El resultado final del Congreso es el triunfo de la moción de Ochetto que es reelegido secretario general y consigue el respaldo para llevar a cabo la liquidación del partido.
En 1991 tiene lugar en Rimini el vigésimo, y último, Congreso del PCI, en el cual se sanciona el nacimiento del Partido Democrático de la Izquierda. Ochetto resulta elegido secretario general de la nueva formación con el 72% de los votos. Se presentan otras dos mociones al Congreso. La de Refundación Comunista (suscrita entre otros por P. Ingrao, A. Natta, L. Magri, A. Cossutta, S. Garavini, L. Castellina) y otra con el título Por un moderno partido antagonista, suscrita, entre otros, por Mario Tronti y Alberto Asor Rosa.
A partir de aquí, una historia que conocemos mejor. Un Partido Democrático de la Izquierda que pretendía ser heredero de las mejores tradiciones del PCI y que ha terminado por abrazar el neoliberalismo y por participar, de modo criminal y vergonzoso, en el bombardeo de la OTAN a la Republica Federal de Yugoslavia. El intento de Refundación Comunista, en un primer momento comandado por los “integristas togliattianos” capitaneados por Cossutta, sufrió un importante giro con la llegada a la secretaria general de Fausto Bertinotti, un político al que no podemos definir como de la “tradición comunista” sino como un socialista radical. Bertinotti tras una breve militancia en los Demócratas de Izquierda se afilia a Refundación y su llegada a la secretaria general inaugura una primera etapa, en la que una privilegiada relación con los movimientos sociales y una acertada comprensión de la intervención en las instituciones, llenan de ilusión y esperanza a la recuperación de la perspectiva comunista. Más recientemente el personalismo evidente de Bertinotti, la “gobernabilidad” y la falta de paciencia en la relación entre el resultado electoral y la apuesta por los movimientos sociales han producido un nuevo giro en Refundación en el que parece haber abrazado presupuestos más institucionalistas. En fin, la historia del comunismo continúa…
A modo de epílogo
En un momento histórico en el que el comunismo y la perspectiva socialista caminan, al menos en nuestra desarrollada Europa, por los senderos de la marginalidad y el minoritarismo, es imprescindible que más que tratar de buscar culpables o traidores, o refugiarnos en explicaciones simplistas: “todo es un problema de dirección”, intentemos sacar conclusiones y comprender cómo se han desarrollado los procesos, cuáles han sido las implicaciones ideológicas y culturales, y cómo éstas han condicionado el desarrollo de los distintos intentos de construcción del socialismo que hemos conocido.
La primera parte de este artículo comienza, intencionadamente, en el momento crucial en el que está terminando la Segunda Guerra Mundial y en el que la Italia liberada se plantea la disyuntiva entre continuar con un proceso revolucionario o construir un partido comunista de masas influyente. La verdadera refundación y giro que imprime Togliatti al partido marcarán la futura historia del partido italiano; en mi opinión, la marcan hasta nuestros días. De todos modos, el debate sobre si la elección togliattiana fue la acertada o si fue una traición a la revolución italiana no me parece en estos momentos trascendental. Que el fermento revolucionario estaba en marcha y que gran parte del pueblo apoyaba la continuidad revolucionaria es evidente, está claro también que los objetivos de Togliatti se cumplieron: se construyó el partido comunista más potente en influyente de Occidente y este partido tuvo el apoyo de las masas durante una gran parte de su historia.
Más interesante y útil para nosotros, los y las militantes que pretendemos sacar la propuesta comunista de la insignificancia en la que se encuentra inmersa, es comprender cómo ese partido conectado con las masas fue perdiendo su influencia y tomando un camino errático que culminó en un desplome comparable al de los regímenes del socialismo real. Que el hundimiento del gran partido comunista occidental fuera el más estrepitoso de todos, y se produjese en paralelo al de los países del Este europeo, puede resultar especialmente paradójico, ya que el partido italiano fue, seguramente, el que trató de distanciarse más de las directrices de Moscú y construir una experiencia muy relacionada con las peculiaridades de la historia y la vida nacionales. Pese a ese distanciamiento, es necesario reconocer que la crítica no fue suficiente, y que ésta no pasó de las meras declaraciones, mientras que el miedo a que se montase una escisión, al estilo de la española con el partido de Líster, paralizaba una toma de posición más firme.
Mientras que en la situación de post-guerra, un político eminentemente práctico como Togliatti -admirado fundamentalmente en esa dimensión por alguien tan poco sospechoso de seguidismo de la línea oficial soviética como Manuel Sacristán- fue capaz de comprender cuál era la situación nacional e internacional y conseguir un partido influyente, sus sucesores no supieron acertar en sus análisis y pretendieron aplicarlos de modo mecánico y descontextualizado históricamente. Así la consigna togliattiana de “alta productividad y altos salarios” chocaba de frente con la auténtica “revolución pasiva” llevada a cabo por el capital internacional a raíz de su crisis de los años 70. Los dirigentes comunistas italianos, como tantos otros, no fueron capaces de entender que el capitalismo, no sólo no estaba al borde del derrumbe, como creían sinceramente algunos de ellos, sino que estaba a punto de lanzar un violento ataque en el que se jugaba su propia existencia.
Los nuevos sujetos sociales que expresaban un fuerte antagonismo con el sistema y que habían irrumpido, liderados fundamentalmente por los jóvenes estudiantes y obreros, en los últimos años sesenta, fueron ignorados por parte de unos partidos comunistas que, haciendo dejación de lo fundamental del análisis marxista, eran incapaces de comprender los nuevos e ilusionantes escenarios. Este error motivó que todo este nuevo caudal de potencial revolucionario y transformador se organizase por su cuenta, en algunos casos cayendo en infantilismos individualistas, y que posteriormente, se fuese diluyendo hasta, en muchos casos, terminar integrándose en el sistema. Las últimas posibilidades del PCI de recuperar su rumbo se produjeron con las ocupaciones de la Fiat en los primeros años 80, pero todo al final fue un espejismo. Un partido al que se podría comparar con un dinosaurio: un gran, enorme, cuerpo y una cabeza muy pequeña, que terminaría derrumbándose con la facilidad y el estruendo propios del mastodonte sin rumbo en el que se había convertido.
La historia del comunismo en Italia, y en el resto del mundo, no ha terminado, los agoreros del fin de la historia se han visto obligados a plegar velas y hay pequeñas luces en el horizonte, fundamentalmente en América Latina -nuevamente la revolución contra El Capital de Gramsci-, que señalan la esperanza para la perspectiva comunista. El comunismo italiano del siglo XX aportó mucho al caudal de experiencias que nos debe servir para nuestra paciente tarea de refundación: por una parte la construcción de un partido de masas, fuerte e influyente, que supo ser muy importante para el conjunto del pueblo italiano e influir en la sociedad consiguiendo una vida mejor para la clase trabajadora. Por otra el surgimiento de diversas experiencias al margen del partido oficial, tan importantes como el Operaismo y la Autonomía de los primeros años o la aventura del grupo Il Manifesto. Seguramente cualquier análisis realista de la historia llegaría a la conclusión que ni la vía oficial ni la “alternativa”, al final, consiguieron gran cosa. Esto sólo es cierto, en mi opinión, a medias, sobre todo si lo comparamos con la situación en nuestro país. Al menos tres partidos de considerable tamaño (DS, Rifondazione y PDCi) se reclaman en nuestros días herederos de la tradición del PCI y Il l Manifesto continúa publicándose como diario comunista.
No todo está perdido, la experiencia italiana lo demuestra. Intentar reproducir experiencias históricas o formas organizativas sin analizar la historia y los sujetos sociales no lleva a otra cosa que al fracaso. Quiénes condenan las vías no violentas al socialismo para descalificar por ejemplo, la experiencia de la revolución bolivariana en Venezuela, con el gastado argumento de la derrota de Allende en Chile, deberían reconocer, también, que, al menos en Europa occidental, todas las experiencias insurreccionales habidas desde la gran Revolución de Octubre han terminado en derrota. El Socialismo del Siglo XXI, o más bien, los Socialismos del Siglo XXI, dependen de todos nosotros, no sólo de las vanguardias, sino fundamentalmente de las masas. La historia la hacen los pueblos, y la lucha de cada uno de ellos es la única que podrá conseguir la emancipación de la humanidad, o lo que es lo mismo, el comunismo.