El PC de EEUU dona sus archivos históricos a la Universidad de Nueva York
Patricia Cohen
1/04/07
El cantautor, organizador obrero y héroe de folk Joe Hill ha sido motivo de poemas, canciones, una ópera, libros y películas. Su voluntad, escrita en verso la noche antes de que un pelotón de fusilamiento de Utah lo ejecutara en 1915 y más tarde fuera musicada, devino parte de la banda sonora del movimiento obrero. Ahora la copia original de esa voluntad esbozada se encuentra entre las inesperadas joyas históricas desenterradas de una enorme colección de documentos y fotografías jamás hechos públicos que el Partido Comunista de los EEUU ha donado a la Universidad de Nueva York.
El alijo contiene décadas de la historia del partido e incluye documentos fundacionales, contraseñas secretas, pilas de cartas personales, directrices secretas de Moscú, pines de Lenin, fotografías y severas órdenes sobre cómo debían comportarse los buenos miembros del partido (no realización de trabajo caritativo, por ejemplo, que les distrajera de sus deberes revolucionarios).
Al ofrecer una visión interna, los archivos tienen el potencial de revisar supuestos tanto en la izquierda como en la derecha sobre uno de los temas más discutidos en la historia americana, además de completar la historia de la política progresista, el movimiento obrero y las luchas por los derechos civiles.
“Es una de las oportunidades recopilatorias más apasionantes que se hayan presentado aquí jamás”, decía Michael Nash, director de la Biblioteca Tamiment, de la Universidad de Nueva York, que anunciará la donación el viernes.
Historiadores liberales y conservadores, informados por The New York Times sobre los archivos, se mostraron entusiasmados ante la incorporación de tantos documentos originales al archivo histórico. Nadie sabe aún si podrán resolverse las persistentes discusiones sobre la extensión de los vínculos entre los subversivos americanos y Moscú, ya que, como ha dicho el Sr. Nash, “nos llevará años catalogarlos”. Pero lo más apasionante, como han dicho el Sr. Said y otros investigadores, son los nuevos campos de investigación que se abren, más allá del desarrollo en casa de la amenaza a la seguridad durante la guerra fría.
La última rima de Hill ─que empieza mi voluntad es fácil de decidir / no hay nada ahí que dividir─ se descubrió en una de las 12.000 cajas. (Hill fue condenado, algunos pensaron que erróneamente, por homicidio.) En otras cajas había esbozos de programas del partido con cambios manuscritos para su edición y una copia grapada de su primera constitución. “El Partido Comunista es un hecho”, escribía el 18 de septiembre de 1919 C. E. Ruthenberg, el secretario ejecutivo, días después de que los fundadores se reunieran en Chicago. Un documento de 1920 señala la fusión del Partido Comunista con el Partido de los Trabajadores. Recoge Dix como nombre secreto de Earl R. Browder, que años más tarde se convertiría en secretario general del partido, L. C. Wheat, como el de Jay Lovestone, que posteriormente renegaría del comunismo y trabajaría con la AFL-CIO y la CIA, y se refiere a Alexander Trachtenberg como “uno de los agentes fiduciarios de Lenin en América”.
A causa de haber permanecido dobladas durante años, muchas de las páginas están impresas con líneas surcadas como caras arrugadas; otras están agujereadas por quemaduras de cigarrillo y son delgadas como papel cebolla. Algunas carpetas, repletas de artefactos desmontables, son como si hubieran sido rociadas con confeti amarillo.
Ruthenberg subraya la “forma secreta en que se dirige el partido”. La rama de Los Angeles, conocida como XO1XO5, utiliza la contraseña “kur-heiny, que significa ‘¿Avanzas?’”, escribe. “La respuesta es: teip, que significa ‘sí’.”
Copia un carta firmada por los rusos Nikolai Bujárin y Ian Berzin, que dice que estaba oculta en el forro del abrigo de un bolchevique, sobre cómo debían actuar los americanos. Ordenan al partido a que exhorte a soldados y marineros a hacer campaña “contra los oficiales” y a armar a los trabajadores. Advierten de autorizar a los miembros a tomar parte en actividades filantrópicas o educativas, insistiendo en que forman “organizaciones de lucha para tomar el control del Estado, para derrocar al gobierno y establecer la dictadura del proletariado”.
Robert Minor, un dibujante y radical que cubrió la guerra civil rusa, tiene un lúcido y lírico informe de una entrevista con Vladimir Lenin en Moscú fechado en diciembre de 1918. A Lenin le fascinaba América, la consideraba “un gran país en muchos aspectos” y cosió a preguntas a Minor. “«¿Cuánto tardará en llegar la revolución a América?» No me preguntó si llegaría, sino cuándo.” Minor, que aún no se había unido al partido, consideró a Lenin un hechicero. “Cuando arroja su dogma, se ve al Lenin luchador. Es de hierro. Es el Calvino político”, dice Minor en sus notas mecanografiadas. “Sin embargo, tiene su otra cara. Durante toda la discusión estuvo moviendo su silla hacia mí”, escribe. “Me sentí extrañamente sumergido por su personalidad. Llenaba la habitación.”
Cuando abandonó el Kremlin, Minor se fijó en dos hombres a bordo de limusinas. “Unos meses antes eran sangrientos agentes del capital de rapiña”, escribe. “Pero ahora son «comisarios del pueblo» y conducen bonitos automóviles como antes y viven en bonitas mansiones.” Gobiernan “bajo banderas de seda rojas para protegerse de cualquier desorden. Han percibido los olores de rosas igual de dulces bajo otro nombre.”
Esta descripción es “muy importante”, dijo John P. Diggins, historiador del Graduate Center de la Ciudad Universitaria de Nueva York. Afirmó que espera ingentes tesis y libros como resultado de estos nuevos archivos. Los historiadores han empleado demasiado tiempo discutiendo sobre la servidumbre del partido a Moscú, desatendiendo el trabajo de los comunistas en la organización obrera, en la lucha contra el racismo y su aportación filosófica al marxismo.
Cada caja ofrece un fragmento diferente de historia. Una contiene una hoja informativa de 1940 de estudiantes de la Ciudad Universitaria de Nueva York en que critican a Gran Bretaña por traicionar a los judíos en Palestina; otra adjunta un folleto de 1964 del Ayuntamiento Metropolitano sobre la vivienda en que exhorta a la huelga de alquileres “para resistir el descontrol de apartamentos de más de 250 dólares”. Hay poemas manuscritos al “Turn, Turn!, Turn!” de Pete Seeger, una carta de W. E. B. du Bois de 1939 en que niega haber recibido dinero de Japón para realizar propaganda a su servicio y quejas detalladas de brutalidad policial contra afroamericanos.
Montones de correspondencia carcelaria de activistas o miembros del partido muestran la parte humana subyacente a la retórica. “Querida esposa Lydia”, escribe Minor a lápiz después de ser detenido en 1930 durante una reunión obrera en Union Square (Manhattan). “Esa pequeña media hora de hoy me ha parecido la más breve de toda mi vida. ¡Y tan indescriptiblemente dulce!”.
El partido comenzó como una organización revolucionaria clandestina, pero alcanzó sus mayores éxitos y popularidad a finales de los años treinta como parte del Frente Popular, al cual se adhirió por orden de Moscú, según Maurice Isserman, historiador de Hamilton Collage que ha escrito varios libros sobre el comunismo americano. Al mismo tiempo, afirma, algunos miembros del Partido Comunista fueron reclutados en una red de espionaje que se expandió fuertemente durante la Segunda Guerra Mundial y finalmente se infiltró en el equipo de trabajo sobre la bomba atómica.
A pesar de su devoción a la línea soviética, el partido fue todavía influyente en los círculos de izquierda y obreros durante los primeros años de la guerra fría. Pero en 1948 sufrió un triple revés: la expulsión progresiva de los comunistas, el golpe comunista en Checoslovaquia, apoyado por los soviéticos y que decepcionó a muchos de sus miembros y el pánico rojo, que devastó sus bases. Las revelaciones de los crímenes de Stalin en 1956 desilusionaron a muchos de los que permanecían en el partido y le asestaron un golpe casi mortal.
El Partido Comunista de los EEUU se puso en contacto hace un año con Tamiment, que se ha dedicado al estudio de la historia movimiento obrero y la política progresista. El Sr. Nash dijo que la llamada le sorprendió. “La verdad es que no me había percatado de que todavía existía”, admitió.
Durante el verano el Sr. Nash afirmó que un grupo de estudiantes y él rastrearon las oficinas del partido en la calle West 23 de Manhattan. Recogieron frenéticamente documentación antes de que vinieran los contratistas a renovar el espacio, que estaba alquilado. La donación incluye 20.000 libros, diarios, panfletos y un millón de fotografías procedentes de los archivos de The Daily Worker.
Sam Webb, presidente nacional del Partido Comunista de los EEUU, afirmó que “creímos que Tamiment podría conservar mejor la colección y proporcionarle un público mucho más amplio”. Dijo que difícilmente se podría revisada carpeta alguna antes de la donación.
La principal fuente de documentación del partido americano abierta al público ha sido hasta ahora la Biblioteca del Congreso, que microfilmó una serie de documentos del Partido Comunista de los EEUU que habían sido enviados a los archivos soviéticos 50 años antes para su custodia. John Earl Haynes, historiador de la Biblioteca del Congreso y primer americano que consultó los archivos soviéticos, ha afirmado que el hecho de que la Universidad de Nueva York disponga de copia del material de la Biblioteca del Congreso “dará a Tamiment el envidiable rango de poder ofrecer a los investigadores el acceso a lo que está tanto en Moscú como en la nueva colección del Partido Comunista de los EEUU”.
Cuando la colección se abrió en 2000, la Biblioteca del Congreso dijo que “el Partido Comunista de los EEUU ha sido siempre una organización reservada” y que “la anterior escasez de documentación archivada ha constituido el mayor obstáculo para la investigación del movimiento comunista americano”, además de motivo de debates “altamente crispados”.
La crispación continúa. En un artículo de la semana pasada de la página web de The New Republic desvinculado de los archivos donados, el historiador Ronald Radosh atacaba al recientemente creado Centro sobre la Guerra Fría y los Estados Unidos de la Universidad de Nueva York, parcialmente patrocinado por la Biblioteca Tamiment. Le acusaba de haber planificado su calendario primaveral de manera “totalmente parcial y banderiza” y afirmaba que los invitados al encuentro del viernes son “todos sin excepción comunistas o compañeros de viaje suyos aún comprometidos”.
El Sr. Nash, codirector del centro, caracterizó el acto del viernes como de relaciones públicas y afirmó que en el conjunto de su programa están representados todos los puntos de vista.
Después de revolver cajas y cajas, el Sr. Nash trasladó una vitrina que contenía una fotografía de los archivos, un cuadro de ocho oficiales americanos que habían luchado en la guerra civil española como parte de la Brigada Abraham Lincoln. En la siguiente sala estaba Moe Fishman, de 92 años y uno de los últimos supervivientes de la Brigada, que casualmente estaba en la biblioteca ese día para la filmación de un documental. Había traído la bandera azul hecha jirones. Preguntado sobre si él aparecía en la fotografía, caminó rápidamente hacia ella, se puso sus gafas e intentó ver. “No estoy”, afirmó, “yo no era oficial”. Pero “tengo una igual en casa”, añadió.
Patricia Cohen es una reportera que trabaja para el New York Times.