Sin daño aquí no significa que no haya daño allí: el Green New Deal y el Sur Global
Vijay Kolinjivadi, Ashish Kothari
El año 2019 y los primeros meses de 2002 han visto aparecer crisis ecológicas sin precedentes. Ya antes del Covid-19, las crisis ecológicas se propagaban por el mundo: incendios incontrolados en la Amazonia brasileña, temperaturas veraniegas nunca vistas en la Antártida, inundaciones récord en el mediooeste estadounidense, olas veraniegas de calor en Europa e incontables muertes de animales en incendios forestales en Australia.
Al mismo tiempo, una avalancha de focos de tensión conflictivos, golpes de estado violentos y desigualdades económicas cada vez más visibles dieron lugar a movilizaciones igualmentes sin precedentes por el cambio social, de Chile, Ecuador, Bolivia y otros lugares de América Latina a India, Francia, Líbano, Haití, Argelia y Sudán. Por toda Europa y Norte América, movimientos juveniles en las calles cada viernes han exigido justicia climática y un mundo en el que valga la pena vivir. India ha sido testigo de una huelga general de trabajadores de 250 millones de personas este año —la mayor huelga en la historia mundial–. En la actualidad, el mundo lucha con una parálisis de actividad a una escala nunca vista antes, debida a un virus microscópico.
Aunque las causas de estas crisis sociales y ecológicas son diversas y geográficamente específicas, hay trazos comunes en el tipo de respuestas por parte de los ciudadanos –llamadas a la autonomía respecto a estados opresivos y una creciente resistencia frente a élites globales hambrientas de poder y de beneficios que empujan sin descanso a la gente y a la naturaleza más allá del punto de tolerancia–. Las respuestas correspondientes de los estados han ido de la mano duda y la denigración de los movimientos por parte de gobiernos derechistas a unos pocos movimientos políticos positivos de gobiernos ricos «amigables con lo verde» como los países nórdicos. Solo unos pocos políticos mainstream se han atrevido a diferir en lo básico.
Entre las respuestas más radicales están sin duda el manifiesto «Green New Deal» (GND) [Nuevo Acuerdo Verde, de la misma forma que no solemos traducir el New Deal de los años 30 hemos optado por usar también en este caso el original inglés, nota del tr.] del ex-candidato presidencial Bernie Sanders y declaraciones y manifiestos paralelos del ex-candidato a primer ministro del Reino Unido Jeremy Corbyn. Una propuesta similar también ha sido adelantada por la Unión Europea. El GND, en sus diferentes versiones, proclama proporcionar una alternativa a la destrucción social y ecológica causada por el modelo de «desarrollo» dominante, especialmente a algunos de los arquitectos clave de este modelo, como la industria de los combustibles fósiles. En particular, su blanco es la devastación que contribuye a la crisis climática y surge de ella.
Sin embargo, no se reconoce lo suficiente que un GND que promete transformar la economía en regiones sobre-desarrolladas del mundo tiene implicaciones importantes para las vidas, sustentos y ecosistemas en el mundo «en desarrollo». Aquí examinamos hasta que punto las GNDs del Norte global pueden encarar fuerzas sistémicas que se basan en la degradación ecológica y la desigualdad en el Sur Global y las perpetúan. ¿Qué suponen las políticas de GND en Estados Unidos o Europa para lugares como India, que continúan cargando con los costes del «progreso» para poblaciones privilegidas en Occidente y, cada vez más, en ciudades del mismo Sur Global?
En este artículo, destacamos primero qué es lo que convierte en único al GND en nuestro momento histórico actual. A continuación describimos lo que un GND en el Norte Global supondría para el Sur Global, a no ser que se adopte una perspectiva más internacionalista –tanto desde el punto de vista de pasar los costes del desarrollo a regiones marginalizadas del mundo como del legado histórico de patrones racializados de extracción de recursos y creación de riqueza–. Explicamos por qué toda GND reforzará los «negocios como siempre» [business as usual] si no consigue incluir al Sur Global y no toma posiciones claras contra el capitalismo, el estatismo y el patriarcado. Finalmente, ofrecemos alternativas para el desarrollo de las que un GND globalmente integrado podría sacar inspiración. A lo largo de todo el texto, usamos en particular ejemplos de India.
¿Hasta qué punto es «nuevo» el Green New Deal?
La versión de Bernie del GND tenía un claro enfoque tanto sobre temas ecológicos como de justicia social. Se centraba considerablemente en la necesidad de enfrentarse a la crisis climática, apartándose completamente de los combustibles fósiles y yendo hacia energías renovables, mientras se apoyaban explícitamente los movimientos populares que piden estas medidas. Es importante que a diferencia de las propuestas sobre el cambio climático dominantes, enfatizaba la necesidad de resolver los problemas de justicia social en el periodo de transición, especialmente para los más vulnerables (gente con bajos ingresos, ‘de color’, niños, ancianos y discapacitados). Acentuaba la necesidad de crear empleos dignos ecológicamente orientados para los trabajadores que posiblemente se verían afectados, y poner las infraestructuras de transporte y los sistemas energéticos en manos públicas (incluidas cooperativas de trabajadores) en lugar de en los de la industria de los combustibles fósiles. Se incluían también medidas para conservar las tierras públicas para una «agricultura ecológicamente regenerativa y sostenible» y una restauración ecológica, lo que hubiera generado millones de empleos (algo inestimable en un periodo de desempleo sin precedentes). La renegociación de los acuerdos de comercio internacionales para «asegurar estándares climáticos fuertes y vinculantes, derechos laborales y derechos humanos» era otro compromiso positivo. El GND de Bernie también apuntaba explícitamente a la especulación de los avariciosos peces gordos de la industria de los combustibles fósiles.
La campaña de Bernie, aunque ahora suspendida, había ganado impulso gracias al poder de los movimientos sociales que piden derechos laborales y justicia ambiental. No surgió porque un líder visionario luchase por conseguir un cambio radical sin ayuda de nadie –especialmente en un sistema político como el estadounidense básicamente reñido con cualquier cambio sistémico significativo y progresista–. Los ejemplos relativamente recientes de Bolivia, Venezuela, Ecuador y Grecia han mostrado que los partidos izquierdistas que formaron gobierno fracasaron en diverso grado al intentar sostener transformaciones socioculturales y organizaciones políticas consistentes, de base y democráticas.
El incumplimiento de las fuerzas de izquierda de sus objetivos políticos provoca el riesgo de un poderoso contragolpe que las fuerzas de derechas (nacional e internacionalmente) han buscado a menudo explotar. Quienes estén por una transformación progresista deben saber que un GND solo tendrá éxito en la medida en que se levanten movimientos populares a una escala sin precedentes para construir una autonomía suficiente y hacer al estado responsable de una democracia política y económica. A esto se le conoce también como poder dual, la creación de «contra-instituciones» que resuelvan las necesidades de los marginados a la vez que son gestionadas por ellos mismos. La democracia debe ser reinventanda con su significado original –poder del pueblo, no poder del pueblo que se supone representar al pueblo–. Como de manera elocuente declaró B.R. Ambedkar, uno de los fundadores de la Constitución india y firme defensor de los derechos de los dalits, en su último discurso a la Asamblea Constituyente de India el 25 de noviembre de 1949:
«[No debemos] conformarnos con la mera democracia política. Debemos hacer de nuestra democracia política también una democracia social. La democracia política no puede durar a menos que en su base se encuentre la democracia social.»
Otros errores adicionales cruciales también obstaculizarían el potencial del GND para un verdadero cambio. El principal, que las variantes actuales del GND mantienen una dependencia importante de soluciones tecnológicas a problemas que no son necesariamente de naturaleza tecnológica. Tampoco dicen nada de la necesidad de reducir el total de consumo material o de demanda energética (excepto la «impermeabilización» para reducir el consumo doméstico). Así por ejemplo, no reconocen que aunque los EEUU hiciesen una transición completa a energías renovables y tecnologías como coches eléctricos, seguiría habiendo una explotación insostenible de la naturaleza y de los recursos naturales.
Además, al centrarse con fuerza en la reducción de carbono, el GND ignora otras importantes crisis ecológicas, como las de la pérdida de biodiversidad y ecosistemas, dirigidas por el consumo incontrolado en el Norte Global. Finalmente, aunque se compromete a obligar a hacerse responsables a las empresas de los objetivos climáticos nacionales y de los estándares laborales, no asegura que también se harán responsables globalmente (más allá de las emisiones de carbono). De manera similar, mientras las propuestas de Bernie se comprometían a terminar con la desigualdad creciente en los EEUU, mediante impuestos a los mil millonarios de los combustibles fósiles y «empleos verdes» para sectores de bajos ingresos, no está claro cómo se resolvería esta desigualdad de forma que simplemente no se pasase fuera de los EEUU.
Como tal, el GND no puede plantear adecuadamente un reto a las estructuras del capitalismo y el patriarcado, y desde una perspectiva global sigue enraizado en el colonialismo «verde». Perpetúa de hecho la búsqueda de materias primas baratas y cuerpos negros y marrones que trabajen para conseguir un crecimiento «verde».
En el contexto del Sur Global, por tanto, el GND no ha conseguido ilustrar qué es lo que tiene de «nuevo». Dicho de otra forma, es simplemente inadecuado y, de hecho, injusto, en nuestro mundo actual hiper-conectado (expuesto por el Covid-19), limitar un GND a la política nacional de países del Norte Global. Por ejemplo, si un GND para Europa promete ser «climáticamente neutral» ¿qué recursos y fuerza de trabajo se emplearán para cubrir las descontroladas demandas de energía y consumo de Europa?
Es esta una pregunta especialmente importante dado hasta qué punto las tecnologías renovables para economías «más limpias», «más verdes» dependen de las mismas tierras y prácticas laborales social y ecológicamente deterioradas así como de fuentes de energía tradicionales. Están también convenientemente localizadas en países del Sur Global, como Bolivia y la RD del Congo, donde las salvaguardas reguladoras son más laxas. El campo de juego desigual de recursos y marcos reguladores trabaja en favor de aquellos que no solo han usurpado históricamente recursos y cuerpos de trabajo por todo el mundo, sino que dictan actualmente el modus operandi del desarrollo, incluidas sus variantes «verdes y eco-amigables». Lo que se olvida fácilmente en las conversaciones «eco-amigables» es justamente cómo los modelos de desarrollo del Norte Global se basan estructuralmente en la deshumanización, por la que centenares de millones de personas de todo el mundo son seducidos y privados de sus diversas formas de conocer el mundo, y rebajados a espectadores consumistas pasivos y adictos a las pantallas, incapaces o reacios a reconocer las consecuencias de sus patrones de consumo (y mucho menos a actuar).
¿El Green New Deal como «transferencia de costes» del capital?
La central eléctrica térmica Torrent Power en Sabarmati, Ahmedabad, es una de las plantas de generación eléctrica mediante la quema de carbón más antiguas de India. Ahmedabad, como muchas ciudades indias, tiene uno de los peores niveles de contaminación del aire del mundo. En Delhi, el aire ha sido equiparado por el Ministro Principal Arvind Kejriwal a una «cámara de gas» en la que simplemente respirar es equivalente a fumar más de 50 cigarrillos al día. La transición a una energía renovable más limpia es más necesaria que nunca, para combatir los apuros diarios de miles de millones de personas en los países en rápido «desarrollo» que se enfrentan a una contaminación intolerable y a unos desplazamientos de población masivos por culpa de la minería, las centrales térmicas y las líneas de transmisión, y por la lucha global contra el cambio climático.
Pero en un mundo obligado por los imperativos del capitalismo global y el estatismo, los países «financieramente ricos, pobres en recursos» miran cada vez más hacia los países «ricos en recursos» en el Sur Global para garantizar cubrir sus necesidades alimentarias y energéticas. Mientras los jugadores tradicionales (por ejemplo Estados Unidos y Europa) que han participado en el «salvaje Oeste» de la caza imperialista siguen en el juego, nuevos jugadores como India y China también quieren una parte del pastel. De hecho, la idea misma de «desarrollo nacional» es cada vez más irrelevante en una era en la que corporaciones trasnacionales apoyadas por estados actúan activamente para desposeer a gente de sus tierras y su soberanía alimentaria y cultural nacional, regional y mundialmente. India, por ejemplo, actúa de forma activa internamente en estrategias de «apropiación de tierras» para biofuel, desarrollo industrial, parques de negocios e infraestructuras de transporte, y externamente en alimentar el boom de inversiones en depósitos de minerales o proyectos agroindustriales. Empresas indias (apoyadas por su gobierno) participan en la producción de «energía verde» en el desierto de Atacama en Chile con la excusa del «desarrollo sostenible» en el sector minero, y en el acaparamiento de enormes cantidades de tierras de cultivo y pasto en Etiopía, supuestamente para ayudar a la economía local.
Sin prestar atención a la más amplia economía política de la producción económica globalizada que trasciende fronteras nacionales, una GND en Europa, EEUU, Canadá, Corea del Sur, y sus variantes en China (por ejemplo la «Civilización Ecológica«) serán un puro artificio para ocultar la búsqueda imperialista subyacente de naturaleza barata y trabajo barato para cubrir las demandas (cada vez más «eco-amigables») de la gente más rica. En otras palabras, la GND debe revisar la cultura de «trasferencia de costes» que el desarrollo globalizado requiere; esto es muy diferente de hacer simplemente una transición a una economía energética más eficiente y «verde».
En India, donde la generación solar de energía ha llegado a ser la más barata del mundo, la transición a una generación de energía renovable no podría ser una bendición mayor. Pero mientras la producción descentralizada de energía para asegurar una soberanía energética limpia a nivel de panchayat [gobierno local rural] o municipio urbano es un rayo de esperanza, hacer la transición de megaciudades enteras basadas en el carbón para mantener y ampliar el comercio y la producción mediante la generación industrial de energía renovable es un asunto completamente distinto. El movimiento hacia una infraestructura de transporte más eficiente, como vehículos eléctricos, y la proliferación de la digitalización y de dispositivos con wifi en todos los sectores de la economía han ofrecido oportunidades para alejarse de un salto de las sucias industrias del petróleo y el gas. Al mismo tiempo, ha espoleado la búsqueda de tierras y materias primas minerales nacionalmente y en el extranjero para asegurar esta producción.
El plan de India de hacer la transición de todos los vehículos a la energía eléctrica en una década obligará a una carrera «en pie de guerra» con China para adquirir reservas críticas de litio y cobalto en lugares como el Congo, Bolivia y Chile. Las baterías de iones de litio, cobalto, neodimio, silicio y coltán son cruciales para las baterías de coches eléctricos, ordenadores y dispositivos móviles. La creciente demanda de estas mercancías por parte de las mayores compañías del mundo, como Google, Apple y Microsoft, ha dado como resultado algunas de las más deplorables condiciones de trabajo del mundo, en las que mujeres embarazadas están impotentes para evitar que ellas y sus hijos trabajen en las minas. También ha perpetuado directamente uno de los conflictos armados más largos de África.
La reducción de daños en India, en su alejamiento del carbón contaminante y el aire irrespirable hacia una sociedad hi-tech, alimentada con energías renovables, implica la creación de daños en el Congo, donde se les hace asumir el coste a vidas consideradas menos valiosas. También implica la creación de daños a nivel nacional, en los pastos de Kachchh y Andhra Pradesh, las costas del sur de India y el desierto de Rajastán, donde la vida salvaje, los campesinos y los pastores se enfrentan a una adquisición siempre creciente de los territorios de los que dependen.
Por supuesto, no podemos hacer comparaciones directas entre países del Norte y el Sur Globales en su capacidad de adoptar políticas de GND. Como afirma Alex Lenferna al defender un «Green New Deal Global», el poder activar paquetes de estímulo a gran escala que inyecten dinero a la economía solo es viable para países del Norte Global que pueden hacerlo a muy bajas tasas de interés, respaldados por altas calificaciones crediticias. A su vez, esto es posible por la riqueza histórica usurpada de las antiguas colonias y más recientemente por las corporaciones multinacionales radicadas en el Norte. Por el contrario, países de toda América Latina, África y Asia siguen encadenados por la deuda en una economía neoliberal, con políticas de ajuste estructural impuestas por el FMI que asfixian cualquier inversión en políticas públicas e infraestructuras.
Capitalismo racial, (eco)fascismo y el Green New Deal
La narrativa de «aunque no haya daño aquí todavía lo hay allí» explicada más arriba refleja todas las trampas de una guerra de clases global, con divisiones por raza, clase y género. Al mismo tiempo, el creciente imperialismo de frontera, justificado cada vez más con términos etno-nacionalistas y xenófobos, garantiza que estas divisiones del trabajo refuercen condiciones que perpetuan la precariedad de vidas en los márgenes. El Registro Nacional de Ciudadanos (NRC por sus siglas en inglés) y Ley de Enmienda de Ciudadanía (CAA) recientemente promulgados en India, basados en una visión supremacista hindú de «desarrollo» que castiga cualquier disenso contra esta visión como «antinacional«, es un ejemplo claro. El fortalecimiento de la India de Modi para satisfacer las necesidades de recursos imperialistas del capital mundial permite a India el espacio para no sólo extraer recursos y mano de obra mundiales, sino también para cerrar los ojos y acosar a cualquiera que sufra las consecuencias. No es diferente de los EEUU bajo Trump, Brasil bajo Bolsonaro, Turquía bajo Erdogan, y otros estados bajo régimenes despiadados y plutocráticos.
Algunos también han señalado que un GND que trata el cambio climático como una «amenaza» a la seguridad implica de manera irresponsable que el status quo (presumiblemente sin el cambio climático) es algo «seguro». Para los miles de millones de cuerpos negros y marrones que sirven como materia prima para la producción, para las mujeres cuyo trabajo afectivo y regenerativo en casa y en el puesto de trabajo no son reconocidos, para las poblaciones indígenas cuyas visiones del mundo han sido sistemáticamente destruidas, y los millones de especies no humanas empujados más allá del borde de la extinción, el status quo es cualquier cosa menos seguro.
Este marco de crisis ecológicas como amenazas a la seguridad también arriesga a que se abra la puerta a inquietantes implicaciones malthusianas. En el libro de 1968 La bomba demográfica, el autor y ecologista Paul Ehrlich describía un barrio de chabolas de Nueva Delhi desde la ventana de su taxi como una «muchedumbre infernal», describiendo su miedo a ser incapaz de volver a su hotel y el reconocimiento de experimentar «emocionalmente» lo que él llamaba «sobrepoblación».
Esta percepción se basa en el miedo a que más cuerpos buscando una «buena vida» hagan que esta no sea sostenible para aquellos que ya gozan de tales privilegios. El imaginario sobre la «amenaza» sirve para borrar la carga real de destrucción ambiental –el 10% más rico de la población es responsable del 50% de las emisiones mundiales; en India la persona más rica consume 17 veces más que la más pobre. Así, un GND que considera la crisis climática como una amenaza, sin reconocer la cruda desigualdad en el consumo mundial, se puede reempaquetar fácilmente en términos ecofascistas.
Un Old Deal más eficiente
Las preocupaciones por el crecimiento del (eco)fascismo, los movimientos de extrema derecha y las respuestas del capital global al GND están entrelazadas. Si bien derrumbar estos tres grupos de interés corre el riesgo de enmascarar algunos matices, también ayuda a ilustrar su objetivo común de «optimizar» el mundo al eliminar violentamente formas alternativas de pensar o ser. Seamos claros: la mirada poderosa del sector privado sobre el GND tiene como objetivo puramente garantizar beneficios futuros y minimizar riesgos. No tiene interés en los derechos de los trabajadores, las demandas de trabajos dignos, salarios, seguridad alimentaria, vivienda o asistencia sanitaria, o en la sostenibilidad ecológica, todos los cuales son objetivos centrales del GND avanzado por socialdemócratas como Bernie y Alexandria Ocasio-Cortez.
El miedo existencial (y malthusiano) del «business-as-usual» a perder los privilegios como resultado de «externalidades» sociales y ecológicas inesperadas ha forzado (probablemente a regañadientes) a las élites locales desde la extrema derecha al centro-izquierda a considerar el cambio climático como un «riesgo de inversión«. Desde el director ejecutivo de BlackRock Larry Fink, al director ejecutivo de Amazon Jeff Bezos (el hombre más rico del mundo), al presidente de los EEUU Donald Trump, tirar miles de millones de dólares o plantar un billón de árboles no son solo buenas relaciones públicas sino un buen retorno a la inversión para estabilizar el riesgo. Hasta el pasado año, Amazon había amenazado con despedir a los empleados que hablasen públicamente del cambio climático. De hecho, el mantenimiento de los negocios-como-siempre no podría haber quedado más claro que con el reciente compromiso de Microsoft de llegar a ser «negativa en carbono» en 2030 con el director ejecutivo Satya Nadella declarando que un «objetivo de la corporación es encontrar soluciones rentables a los problemas de la gente y el planeta.» Este punto de vista recuerda el de las Naciones Unidas, que hace mucho que patrocina una triple objetivo, poniendo a la gente y al planeta en el mismo plano que los beneficios.
La idea de que los beneficios pueden continuar a la vez que se protege a la gente y al planeta es seductoramente peligrosa en un momento de desigualdad global y cambios climáticos sin precedentes dirigidos precisamente por esta lógica. Sugiere los mitos ilusorios y termodinámicamente imposibles de un mundo en el que la todalidad de las relaciones hombre-naturaleza pueden ser manipuladas según «algunos cálculos o algoritmos«. Como un disco rayado, los economistas ecológicos hace mucho que han explicado que las mejoras en la eficiencia en una empresa orientada al beneficio se enfrentarán finalmente con la Paradoja de Jevon –que el aumento en la eficiencia en energía y materiales lleva a precios más baratos y a una mayor demanda, y por tanto será compensada instantáneamente en una economía en perpetuo crecimiento–. No existe ninguna prueba de un desacople ecológico de un aumento del crecimiento económico. La pandemia del coronavirus –con resultados de mejora ecológica por la disminución del crecimiento económico– no podrían haber dejado más clara la falacia del desacoplamiento.
La ironía aquí es que mucha de la misma gente que apoya un sistema responsable de incontables muertes y destrucción, está lanzando miles de millones de dólares de inversión en desarrollo «verde». El GND de la Unión Europea, aunque parece impresionante sobre el papel al ofrecer 100 mil millones de euros por año para «inversión verde», es una de las varias propuestas que ofrecen demasiado poco, demasiado tarde y con motivaciones finales no muy sutiles. La cuestión no es la cantidad de apoyo financiero, sino alejar el riesgo de las empresas privadas (y los individuos ricos) y hacerlo caer sobre el público y las generaciones futuras. En un caso clásico de «querer nadar y guardar la ropa», la UE ha aprobado un gaseoducto de miles de millones de dólares para transportar gas natural al estado con apartheid de Israel.
El director ejecutivo de Microsoft proclama que debemos «confiar en la tecnología» y poner mil millones de dólares en una «fondo de innovación». Sin embargo, es la proliferación sin fin de desarrollos de alta tecnología –del 5G a la Inteligencia Artificial y el aprendizaje profundo– lo que ha hecho que el desarrollo y la expansión capitalista sean más rápidos y baratos en los campos de la alimentación, la energía, el desarrollo urbano, las comunicaciones y las finanzas. La alienación social, la desigualdad y las consecuencias ecológicas de estas «eficiencias» inducidas por la técnica son cada vez más visibles, las incertidumbres para las generaciones futuras más palpables. Estas consecuencias a menudo contrarrestan las mejoras potenciales que estas tecnologías prometen.
Las soluciones técnicas rápidas reproducen intrínsecamente las desigualdades sociales y no son adecuadas para generar los cambios relacionales necesarios entre los humanos y nuestros entornos vivos y no vivos. La innovación tecnológica no sale de la nada; está integrada en relaciones estructurales de poder basadas en una tendencia a la eficiencia para favorecer a grupos ricos privilegiados, con movilidad social, y a sus patrocinadores en el gobierno. Entender y revertir las causas origen de la desigualdad social y la degradación ecológica, al estar basadas en el racismo, la dominación de clase y el patriarcado sistémicos, nunca se supuso que debía formar parte de la estrategia de solución tecnológica.
Lanzar simplemente montones de dinero al aire y esperar que se «filtre» hasta llegar a todas las manos de manera equitativa es igualmente ingenuo. Como han dicho Noam Chomsky, Naomi Klein, David Graeber, Medha Patkar, Alnoor Ladha y otros en una crítica corta y aguda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), los actuales enfoques de crecimiento económico que no se abordan directamente la desigualdad, necesitarán cien años para eliminar la pobreza (no los quince prometidos), si es que lo hacen, y en el proceso expandirán la economía global por un factor de 12. Esto es imposible de mantener para una Tierra ya quejosa, pues el crecimiento económico siempre exige entradas de recursos, energía y trabajo y produce deshechos. El «desarrollo» sostenible, impulsado agresivamente por instituciones de desarrollo mundiales en el Sur Global, es de hecho un oxímoron, pues nada basado en una expansión continua del uso de material y energía puede nunca ser sostenible en un planeta finito. Desgraciadamente, ninguno de los GND articulados hasta ahora, incluido el de Sanders, reconocen esto, o la necesidad de reducir sustancialmente (‘decrecer’) el consumo ya insostenible del Norte Global.
Los ODS son un ejemplo útil de las contradicciones de los enfoques del estilo «economía verde». A pesar de una multitud de elementos progresistas que podrían reducir el sufrimiento y aplazar el colapso ecológico, el marco de los ODS no incluye las transformaciones sistémicas necesarias para enfrentarse a crisis globales. No contienen un análisis de las raíces estructurales de la injusticia y la insostenibilidad, se centran en el crecimiento económico y la globalización como motores del desarrollo a pesar de tantas pruebas de su naturaleza insostenible y perversa, siguen siendo dependientes de los estados-nación en lugar de buscar una democratización más radical, ofrecen poco para frenar la influencia desregulada de las grandes corporaciones, e ignoran múltiples sistemas de conocimiento, particularmente de las poblaciones indígenas.
Una llamada a alternativas al desarrollo
Para encontrar sendas que rompan con el modelo dominante de desarrollo, debemos romper las estructuras socioeconómicas que afianzan este modelo. Debemos buscar alternativas al desarrollo, en lugar de una forma alternativa de desarrollo. Esta búqueda nos lleva inevitablemente a comprender que no hay un solo camino, sino una multiplicidad de visiones y sendas, un pluriverso. Esto no significa que cualquier cosa y todo encaje: los enfoques que socaven las posibilidades de que otras florezcan no pueden ser parte de este pluriverso.
Por todo el mundo, numerosas iniciativas satisfacen las necesidades y aspiraciones humanas sin arrasar la Tierra. Toman forma respetando la diversidad y resiliencia de la naturaleza y las culturas humanas, reduciendo las desigualdades socioeconómicas, y planteando retos e intentando reemplazar estructuras de opresión, injusticia e insostenibilidad. Muchas de estas iniciativas están vinculadas a movimientos que se resisten al «desarrollo» extractivista; otras afirman la relevancia moderna de prácticas y visiones del mundo tradicionales; mientras otras surgen de sociedades industrializadas y retan su naturaleza explotadora.
Una recopilación reciente de más de 100 ensayos resalta muchas de estas iniciativas: redes globales que unen miles de ejemplos prácticos de agroecología, comunes, slow food, conservación comunitaria, monedas alternativas y movimientos de transición; visiones del mundo y enfoques construidos sobre tradiciones indígenas, espirituales y otras como swaraj, hurai, tao y kyosei (de Asia), buen vivir (y sus muchos paralelos por toda América Latina), ubuntu (y sus paralelos por toda África), cuidado del país (de Australia), minobimaatisiiwin (y otras cosmologías nativas norteamericanas); reinterpretaciones radicales de religiones mayoritarias, y enfoques ideológicos y de otro tipo de sociedades industrializadas o o modernas (como decrecimiento, ecosocialismo, ecofeminismo, alterglobalización, software libre y diseño descolonial).
Aunque son muy diferentes entre sí, estos enfoques radicales muestran valores y principios compartidos: lo común y colectivo sobre el individualismo egoísta (pero sin negar las identidades y aspiraciones individuales); autonomía y libertad con responsabilidad; respeto por los derechos humanos y la naturaleza no humana; autodependencia y localización; simplicidad o ideas de «suficiencia»; democracia directa que permita la participación equitativa de todos; y demás. Intentan una transformación en al menos cinco esferas de la vida:
Sabiduría ecológica, integridad y resiliencia: mantener procesos eco-regenerativos que conserven ecosistemas, especies, funciones, ciclos; respeto por los límites ecológicos desde los niveles locales a los globales; e infundir sabiduría y ética ecológicas en todas las empresas humanas.
Bienestar y justicia sociales: garantizar que las vidas sean plenas y satisfactorias, física, social, cultural y espiritualmente; alcanzar la igualdad entre comunidades e individuos en privilegios políticos, prestaciones sociales, derechos y responsabilidades; alcanzar la armonía comunal y étnica, donde las jerarquías y divisiones basadas en fe, género, casta, etnia, capacidad y otros atributos sean reemplazadas por relaciones no opresivas, no jerárquicas y no discriminatorias.
Democracia directa y delegada: instituir una democracia en la que la toma de decisiones empieza en la unidad más pequeña de asentamiento humano, en la que cada humano tenga el derecho, la capacidad y la oportunidad de tomar parte, y de construir sobre esta unidad niveles de gobierno superiores mediante delegados que respondan hacia abajo a las unidades de democracia directa; y donde la toma de decisiones no se base simplemente en el «una persona, un voto» sino más bien en el consenso a la vez que da apoyo a las necesidades y derechos de aquellos actualmente marginados.
Democracia económica: desarrollar marcos económicos en los que los individuos y las comunidades locales (incluidos productores y consumidores siempre que sea posible combinados como ‘prosumidores’) tengan control sobre los medios de producción, distribución, intercambio, mercados; donde la localización sea un principio clave y el comercio y el intercambio más grandes se construyan sobre el principio del intercambio equitativo; donde la propiedad privada abra paso a los comunes, eliminando la distinción entre propietario y trabajador.
Diversidad cultural y democracia del conocimiento: respetar formas pluralistas de vivir, ideas e ideologías; alentar la creatividad y la innovación; garantizar que la generación, transmisión y uso del conocimiento (tradicional/moderno) sean accesibles para todos, y hacer del aprendizaje y profundización espiritual y ético un elemento central de la vida social.
El GND tiene el potencial para ser un reto poderoso al status quo. Sin embargo, en la medida en que el GND permanezca confinado dentro de las desigualdades existentes entre el Norte y el Sur globales, en la medida en que no desafíe fundamentalmente la hegemonía del «desarrollo» impulsado por el crecimiento y la unilateralidad de los modos de vida modernos «occidentales», y en la medida en que no asuma el liderazgo de los movimientos y luchas de base que exigen un cambio político, seguirá siendo totalmente insuficiente y finalmente incapaz de evitar el colapso ecológico y social mundial. A no ser que avance hacia un enfoque de transformación sistémica, el GND no traerá la paz duradera, la justicia y la resiliencia que necesitamos.
Post-Script
Confinamientos sin precedentes en respuesta la la pandemia del Covid-19 y la economía chirriando hasta detenerse han puesto una presión enorme sobre centenares de millones de trabajadores. Aunque está por ver si una sociedad postpandemia puede priorizar nuevas relaciones entre los humanos y la naturaleza, la prisa de los gobiernos y corporaciones por «volver a la normalidad» amenaza con precipitar al mundo a una austeridad y ajustes estructurales económicos sin precedentes. Este escenario debe ser combatido a todo coste. La presión por mantener el trabajo y los ritmos de productividad bajo la cuarentena sugiere que el momento de la respuesta se está esfumando.
Dado que Bernie Sanders se retiró de la carrera presidencial, su propuesta de GND ha sido dejada de lado. Nada podría ser más desafortunado, pues la pandemia exige simple y llanamente una transformación económica radical a una escala a la que solo el GND de Sanders estaba remotamente cerca. Mientras el desempleo se dispara en los EEUU a alturas nunca vistas desde la Gran Depresión de los años 30, el rescate de bancos, compañías aéreas y los segmentos más ricos de la sociedad mediante el paquete de «estímulo» de dos billones de Trump es una farsa. Garantizar un acceso seguro a alimentos, vivienda y asistencia sanitaria para la gente parece ser una prioridad distante.
En India, medio millón de migrantes se han visto forzados a caminar a sus aldeas natales después de que se impusiese un confinamiento de 21 días sin aviso previo y sin provisiones para los más pobres. Fue muchos días más tarde, al enfrentarse a un daño indiscutible por esta estrategia, que el gobierno anunció un inadecuado paquete de medidas de socorro. La guerra retórica contra el virus como «enemigo común de la humanidad» y la insistencia en un rápido retorno al crecimiento de «los negocios-como-siempre» supone directamente un ataque frontal a la naturaleza.
Un GND en una situación de recuperación postpandémica recuerda de manera aún más inesperada el «New Deal» original posterior a los años 30. Sin embargo, esta vez un acuerdo «verde» solo puede ser ecológicamente centrado y relevante para las crisis social y ecológica si organizaciones de base de ayuda mutua y movimientos sociales son tanto sus medios como sus fines. Solo puede ser nuevo si «Verde» no es solo un prefijo embellecedor a la vez que se mantiene una relación que presupone a la humanidad como el maestro supremo establecido para conquistar y domar una vez más al mundo. El covid-19 nos ha enseñado que una relación así es en última instancia fútil y fatal.
Un «Nuevo Acuerdo Verde» debe tratar fundamentalmente de cambiar cómo se tratan los humanos entre sí a lo largo de las líneas de clase, raza, género y casta, así como cambiar nuestras relaciones con la conectividad temporal y espacial del mundo vivo y del no vivo. Es la hiperconectividad del capitalismo global lo que comprime el espacio y el tiempo para exacerbar la voracidad de la enfermedad, e intensifica las desigualdades de vida y muerte. No puede haber nada «Verde» o «Nuevo» si nuestra respuesta a la pandemia se limita al rápido remedio de una vacuna.
Mientras siga existiendo una fe en la vuelta a la «normalidad» –que ha demostrado ser mortal– los ecomodernistas que defienden una racionalidad eurocéntrica o la retórica estilo Trump de «Hacer América Grande de Nuevo» estarán esperando entre bastidores una vacuna que busca ganar otro día. Desde su perspectiva, el control sobre otros humanos, sobre la naturaleza sobre los ritmos espaciales y temporales del mundo vivo es la raison d’être del progreso. El covid-19 ha destruido completamente esta perspectiva, por lo que se hará todo lo posible por borrar este episodio de nuestra memoria colectiva.
No debemos permitir que esta narrativa sea la lección de esta crisis sanitaria. Por el contrario, debemos aprovechar este momento. La crisis ha germinado numerosas iniciativas y redes de solidaridad para ayudar a aquellos más afectados, incluso en sociedades muy individualizadas. Ha engendrado una nueva búsqueda de una reconexión ética y espiritual con la Tierra, y creado una nueva legitimidad para iniciativas radicales de abierta localización, autodependencia y autonomía. Estas pueden ser las bases para nuevas sendas pluriversales a un mundo justo y sostenible.
Vijay Kolinjivadi es investigador post-doctoral en el Institute of Development Policy, Universidad de Amberes en Bélgica.
Ashish Kothari reside en India. Participa en Kalpavriksh, Vikalp Sangam, y Global Tapestry of Alternatives.
Fuente:
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