Entrevista a José A. Tapia, autor del libro Cambio climático: ¿Qué hacer?
Salvador López Arnal
José A. Tapia Granados es profesor titular del Departamento de Ciencias Políticas de la Universidad Drexel, en Filadelfia, donde vive desde hace seis años. Antes vivió en Ann Arbor —donde trabajó once años para la Universidad de Michigan—, en Nueva York —donde estudió economía— y en otras ciudades de Estados Unidos. Pero se considera madrileño porque creció y vivió casi treinta años en Madrid, donde estudió medicina. Es coautor con Rolando Astarita de La Gran Recesión y el capitalismo del siglo XXI(Madrid, Catarata, 2011) y autor de Rentabilidad, inversión y crisis(Madrid, Maia, 2017). Su libro Cambio climático: ¿Qué hacer? fue publicado por Maia Ediciones en noviembre pasado. La presente entrevista virtual realizada desde Barcelona a Filadelfia tuvo lugar a finales de abril de este año 2020 glorioso y pandémico.*
¿En qué consiste el cambio climático? ¿Es equivalente a calentamiento global?
Por lo que yo sé, los científicos especialistas en el tema, que son los meteorólogos, geofísicos, oceanógrafos y demás estudiosos del clima, entienden ambos términos como fundamentalmente equivalentes, ya que “cambio climático” se refiere sobre todo a un calentamiento general, un aumento de las temperaturas medias de la atmósfera y los mares causado por las actividades humanas en la época industrial, que va acompañado de otras alteraciones del clima, fundamentalmente el aumento de frecuencia de fenómenos climáticos extremos como sequías, olas de calor, lluvias torrenciales, huracanes, etc.
El “qué hacer” del título hace pensar en un libro con finalidades políticas. ¿Es así? ¿A quién va dirigido el ensayo?
El “qué hacer” del título hace referencia a que el propósito del libro no es describir el cambio climático ni sus causas fisicoquímicas, sino discutir diversas propuestas para enfrentar el problema, partiendo del reconocimiento de que el problema es real y debido a lo que hacemos los seres humanos. El ensayo va dirigido a todas las personas con un mínimo de formación científica (simplemente lo que se aprende en la enseñanza secundaria) que están mas o menos convencidas de que el cambio climático es un problema real y grave y piensan que hay que hacer algo al respecto.
Dedicas tu libro a Paul Mattick. ¿Qué significado tiene hoy la obra de este gran economista marxista?
Bueno, aquí hay que aclarar que hay dos Paul Mattick, padre e hijo, ninguno de los cuales es economista. El padre, a quien no conocí porque murió en EEUU en 1981 cuando yo todavía vivía en Madrid, había nacido en Alemania y escribió varios libros y docenas de artículos sobre temas económicos, aunque no tenía ninguna formación académica y de hecho los trabajos que tuvo en EEUU fueron como técnico en la industria automovilística, creo que su especialidad eran las pinturas y esmaltados. Pero era un experto en Marx. Para quienes estén interesados en la teoría económica de Marx es muy recomendable su Crisis y teoría de las crisis, que Maia publicó en una nueva versión en castellano hace unos años (una traducción previa publicada por Península en 1977 deja mucho que desear). En Marx y Keynes, que se publicó en inglés y en alemán en los años sesenta y apareció en castellano en una edición mejicana, Mattick hizo una crítica demoledora del keynesianismo y mostró claramente que entre las ideas de Keynes y las de Marx hay una clara separación que lamentablemente no entienden muchos intelectuales de izquierdas. Hay bastantes libros de Mattick traducidos al castellano, en muchos casos con versiones en castellano casi tan malas como la traducción de El Capital de Wenceslao Roces. Una de esas traducciones malas es la de un libro, especialmente interesante por otra parte, titulado Rebeldes y renegados, una recopilación de ensayos de tema político más que económico. El Paul Mattick hijo a quien dedico este libro es amigo mío. Actualmente está retirado y vive en San Antonio, Tejas, y fue muchos años profesor de filosofía en la Universidad Adelphi, en Long Island, cerca de Nueva York. Pero siguió los pasos de su padre y se metió en los temas económicos, tanto que durante muchos años fue el editor del International Journal of Political Economy, que publicó originales y traducciones al inglés de artículos de tema económico, a menudo de autores que seguían la teoría económica de Marx. De las personas que conozco, yo diría que Paul es quizá quien más sabe sobre Marx, sobre sus ideas económicas y sobre cualquier otra cosa. Es interesante por ejemplo que a su juicio el materialismo dialéctico es básicamente un mito que tiene poco que ver con Marx. Su libro publicado en inglés en 2018, Theory as Critique—Essays on Capital, es una colección a mi juicio muy valiosa de ensayos sobre El capital. Sería bueno que se tradujera, si se traduce bien.
El ensayo se abre con tres citas, la tercera es de Ban Ki-Mon: “Tenemos el pie apretado en el acelerador y vamos hacia un abismo”. ¿Qué abismo es ese?
Por el contexto en el que Ban Ki-Mon dijo la frase, yo entiendo que se estaba refiriendo al abismo de las catástrofes que puede desencadenar o que desencadenará el cambio climático; por ejemplo, una alteración suficiente de los patrones climáticos que haga que las cosechas se reduzcan sustancialmente y haya mucha menor disponibilidad de alimentos y hambrunas terribles; por ejemplo, una subida del nivel del mar que deje a cientos de millones de personas en zonas anegadas, con las consiguientes emigraciones masivas y conflictos consiguientes; por ejemplo, una tercera guerra mundial de alguna forma desencadenada por algún proceso de los anteriores y que probablemente sería con armas nucleares. Lamentablemente, hay diversos abismos, todos posibles y todos ominosos, todos cada vez más probables si siguen en marcha los procesos económicos que llevan actuando ya dos o tres siglos. Algunos de esos abismos podrían implicar el fin de la humanidad y, casi todos, el fin de la civilización, si es que se puede hablar de tal cosa en un mundo “salvaje” como el que nos ha tocado vivir.
Me salgo un poco del tema central de la entrevista. ¿La pandemia que estamos sufriendo tiene alguna relación con el cambio climático?
Pues no sé, yo creo que no, pero no estoy seguro. Alguna gente de izquierdas dice que esta pandemia, igual que las epidemias del Ebola o del SARS, está claramente conectada con el capitalismo y dan algunas razones que parecen plausibles, pero en el siglo XIX y en siglos anteriores, cuando esas razones no existían había también pandemias, por lo que a mí esas razones no me parecen muy convincentes. Yo veo una conexión clara del cambio climático y el capitalismo, pero no veo que la pandemia de COVID-19 esté conectada claramente con ninguno de los dos.
En el prefacio señalas que, a pesar del gran acuerdo que existe entre las comunidades científicas, hay científicos que siguen negando la existencia de este aumento de las temperaturas medias, que sea antropogénico o que vaya a tener consecuencias significativas para nuestra especie. ¿Se trata de científicos desinformados? ¿Científicos al servicio de intereses no científicos?
A mi juicio hay que diferenciar entre los niveles de negación. Quien hoy niegue que las temperaturas están aumentando o es un ignorante como quienes piensan que la tierra es plana, o un despistado que no atiende a lo que tiene delante de las narices, o un retrasado mental. Pero hay de todo esto entre los científicos y entre la gente digamos culta, sea de derechas o de izquierdas, porque hay bastantes negacionistas de izquierdas, algunos hasta se definen como marxistas leninistas. Negar que el aumento de temperaturas medias sea causado por las actividades humanas es otro nivel de negación, seguro que hay más científicos negacionistas que niegan esto que lo otro, ya que para concluir con conocimiento de causa que el calentamiento atmosférico es antropógeno o antropogénico hacen falta conocimientos de paleoclimatología que, por ejemplo, con mi bagaje biomédico y económico yo no tengo. Que entre los científicos que saben de esos temas haya una enorme mayoría que piensan que el proceso es debido a las actividades humanas a mí me es suficiente para pensar que probablemente lo es, pero no puedo darle a esa conclusión la misma seguridad que le doy a la conclusión de que las temperaturas medias atmosféricas están subiendo. En cuanto a si los científicos que niegan el cambio climático o alguno de sus aspectos están pagados por intereses petroleros, de la industria del carbón, automovilística o lo que sea, no dudo que sea así en bastantes casos, pero tampoco creo que eso sea aplicable a todos los negacionistas. Por ejemplo, no creo que Freeman Dyson, que murió hace solo unos meses y era un físico de reputación, estuviera a sueldo de la industria. Dyson decía que el cambio climático es real y antropogénico, pero dudaba de que sus consecuencias fueran tan alarmantes como otros científicos afirman, incluso pensaba que bastantes de sus consecuencias podrían ser beneficiosas, lo cual fue muy criticado por expertos en climatología.
Cuando se habla de energías alternativas o renovables, ¿en qué energías se está pensando? ¿Debemos incluir entre ellas a la energía nuclear?
Energías alternativas” es un término ambiguo, yo prefiero evitarlo. Energías renovables son las que no se agotan con el paso del tiempo, son ejemplos la energía hidroeléctrica, la geotérmica, la eólica y la solar. Realmente estos tipos de energía sí se agotan con el paso del tiempo, porque la materia del sol se está “quemando” y el sol acabará por extinguirse, de la misma manera que el interior de la Tierra acabará enfriándose, pero estas fuentes energéticas se debilitan tan lentamente que de hecho pueden considerarse constantes, o 100% renovables. Otra cosa son las energías que no producen emisiones de CO2, entre las que se incluye la energía nuclear que, por otra parte, no es renovable, porque el combustible nuclear también se agota relativamente pronto. Claro que algunos pronucleares dicen que hay reactores nucleares de nuevo diseño que pueden reciclar el combustible y que en ese sentido casi no contaminan y además se pueden considerar fuentes de energía renovable. Yo no soy experto en nada de eso, pero pienso que esas centrales nucleares “modernas” por ahora son una quimera a la que no puede hacerse caso.
Desde algunas posiciones ecologistas se defiende la idea de que ya no estamos a tiempo, que la catástrofe, nos guste o no, hagamos lo que hagamos, está llamando a nuestras puertas. De lo que se trata es de ver qué “fin del mundo” es el menos dañino para nuestra especie. ¿No hay más alternativa que esa?
Yo creo que lamentablemente hay demasiados datos que apuntan a que vamos hacia la catástrofe climática, que es a mi juicio la más perentoria de las catástrofes ecológicas que nos amenazan. La idea de que se puede cambiar el curso previsible de la historia hacia metas claramente deseables siempre ha sido muy atractiva para la gente de izquierdas, pero en el caso del cambio climático, yo lo veo francamente difícil. El cambio climático amenaza llevarnos hacia situaciones catastróficas en las próximas décadas y la vinculación de los procesos que generan gases de efecto invernadero con la economía capitalista es tan fuerte que parece imposible detener las emisiones o reducirlas suficientemente para que las catástrofes climáticas se aminoren significativamente sin cambiar el sistema económico mundial. Pero cambiar el sistema económico mundial no es asunto de poca monta, a mí no me parece que, por muy deseable que sea, ese cambio sea previsible en las próximas décadas. Ojalá me equivoque, pero a no ser que nos engañen las apariencias, una gran mayoría de la humanidad no es consciente de que este sistema económico nos está llevando a la catástrofe. Y hay toda una maquinaria de propaganda destinada a mantener a la gente en esa ignorancia. Pero lo que hagamos ahora puede hacer que la catástrofe climática sea mayor o menor. No es lo mismo que las temperaturas suban 3 grados centígrados a que suban 7 o que suban 10, de la misma manera que no es lo mismo que en esta pandemia en la que estamos muera un millón de personas o mueran 20 millones o mueran 100.
Si nuestra forma de vivir es tan peligrosa para nosotros mismos, si estamos tan cerca del abismo-desastre, ¿cómo es que las clases dominantes, hegemónicas, las élites, los sectores sociales más poderosos, salvo excepciones, no toman cartas en el asunto? ¿Piensan que la cosa no va con ellos, que la gran hecatombe pasará lejos de sus casas y propiedades?
Bueno, hay bastantes que sí toman cartas en el asunto. Por ejemplo, Bill Gates parece que ha donado mucho dinero para investigar en ingeniería climática. Es una forma de abordar el problema del cambio climático buscando una solución tecnológica fácil que deja toda la estructura social tal como está, de forma que pueda mantenerse el statu quo y continuar la explotación de la mayoría de la humanidad por parte de las élites poseedoras de capital. Otra cosa es que esa ingeniería climática sea un disparate ético y científico. Es un disparate ético porque por ejemplo echar cantidades enormes de partículas a la atmósfera para que llegue menos radiación solar a la Tierra y baje la temperatura implica hacer un experimento en el que el conjunto de la humanidad es el conejillo de Indias. Y, además, a juicio de científicos con los que concuerdo, es un disparate científico porque se basa en muy pocas observaciones y además observaciones (fundamentalmente erupciones volcánicas), sobre las que no es fácil generalizar. Pero volviendo a lo de las élites, que la comunidad internacional haya aprobado por ejemplo los acuerdos de París es señal de que hoy los sectores dominantes representados por los gobiernos son conscientes de que las catástrofes climáticas que también les afectarán a ellos están acercándose, e intentan hacer algo para frenarlas. Otra cosa es que lo que hacen esté siempre limitado por una tendencia a rechazar cualquier cosa que suponga una traba para la economía de mercado. Que las élites son cada vez más conscientes de que hay que hacer algo se nota también por ejemplo por la evolución de la profesión económica, porque cada vez más economistas se muestran partidarios de políticas como los impuestos al CO2 para reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero. Lo que está pasando ahora mismo con la pandemia quizá sugiere que las élites pueden actuar de forma mucho más drástica incluso contra sus intereses a corto y medio plazo. Porque para hacer frente a la crisis de mortalidad que representa la pandemia y aminorarla en lo posible, la mayor parte de las élites, representadas por los gobiernos, han actuado de formas que parecían impensables hace solo unos meses. Quizá es así porque la pandemia se ve como un problema puntual que hay que resolver, luego ya volveremos al business as usual. No sé, hay muchas incertidumbres planteadas ahora mismo. Estamos entrando en una situación de crisis económica mundial asociada a una pandemia, para esa situación no existen precedentes históricos. En 1918 la pandemia de gripe se estima que mató entre 50 y 100 millones de personas, pero entonces la población mundial era aproximadamente una cuarta parte de la población mundial actual. Y no había una crisis económica asociada. Y ni en la Gran Depresión de 1929, ni en la Gran Recesión de 2008 ni en la recesión mundial de mediados de la década de 1970 había ninguna pandemia de ninguna clase.
¿Cuáles son los temas principales que desarrollas a lo largo del libro?
Yo diría que son tres, en primer lugar, la descripción de la conexión entre nuestro sistema económico y el cambio climático; en segundo lugar, la discusión de las propuestas que hay hoy sobre el tablero para combatir el cambio climático; en tercer lugar, la discusión de algunas propuestas alternativas sobre qué hacer individual y colectivamente.
¿Sería posible una descripción sucinta de esa conexión entre nuestro sistema económico y el cambio climático?
Creo que sí. El sistema económico actual, que puede denominarse capitalismo o economía de mercado o economía del dinero o como queramos, tiene como característica intrínseca la competencia entre distintas empresas, que se disputan las ventas de los artículos producidos para ser vendidos. La consecuencia es una tendencia intrínseca del sistema a abaratar la producción y producir un volumen cada vez mayor de productos, esa es la tendencia a largo plazo que se ve interrumpida por crisis recurrentes en las que la producción se desploma. Pero la tendencia a largo plazo es al crecimiento del producto económico, lo que conlleva un consumo cada vez mayor de energía, que hoy por hoy y sin que se vislumbre una alternativa a corto o medio plazo, es producida por el uso de combustibles fósiles que al quemarse generan gases de efecto invernadero.
¿Esa conexión rige también en sociedades que se definen, lo sean o no, como no capitalistas? Pienso en Cuba, por ejemplo, incluso en China que parece o dice defender un sistema mixto.
Contestar esta pregunta es difícil porque algunos conceptos desde los que se plantea no son obvios, sino conceptos controvertidos. ¿Qué es una economía no capitalista? ¿Podemos decir que una economía dada, digamos la economía de Orzonaga (un pueblo de León) o la de Mali o la de Laos o la de Cuba, es capitalista o no capitalista? Si consideramos que el tipo de economía está solo definido en el conjunto de un país, decir que la economía de Orzonaga es o no capitalista es tan absurdo como decir que los glóbulos rojos de Julián o de Fernanda son o no glóbulos rojos religiosos o aficionados a los toros, porque ser religioso o aficionado a los toros son atributos de personas, no de las partes de una persona. Si consideramos que el sistema económico actual existe a nivel mundial, y hay cada vez más razones para pensar que es así, también deja de tener sentido decir que Mali, Cuba o China son o no son capitalistas. Si se rechaza esta idea de un sistema económico único en el mundo y se admite que los tipos de economía han de definirse para cada país entonces tiene sentido preguntarse si China es un país capitalista. Si se admite que la pregunta tiene sentido, y yo tiendo cada vez más a pensar que no por lo que dije antes, yo contestaría que sí, pero muchos dirían, y es obvio, que China no es una economía capitalista típica, como la de los países de Norteamérica o Europa occidental, quizá la denominación capitalismo de Estado sea apropiada. Desde que el mercado comenzó a tener un papel cada vez mayor en China en la época de Deng Xiao-ping, China se ha convertido en el primer país del mundo por volumen total de emisiones de CO2, sin duda porque allí se produce una proporción muy considerable de lo que se vende en los mercados capitalistas mundiales. Mucho de lo que se produce en China sale de empresas de propiedad estatal, pero otro tanto sale de empresas de propiedad privada, china, o de capitales extranjeros radicados en China, o de empresas de propiedad mixta. En cualquier caso, los ciclos de capital que tienen lugar en los procesos en los que participan esas empresas radicadas en China sirven para explotar a los trabajadores chinos, de los que se extrae plusvalor que se redistribuye entre países diversos, con una parte considerable que se queda en China donde es apropiada por una clase que creo legítimo denominar burguesía china. Si consideramos que hay una conexión entre crecimiento económico y cambio climático y que el crecimiento económico y con él el de las emisiones de CO2 es propio del capitalismo, todo esto contribuye a reforzar la idea de que la economía china es una economía capitalista.
¿Y en el caso de Cuba?
Cuba es un caso diferente, una economía diminuta en el contexto mundial, gestionada también por un partido comunista que, a diferencia del PC chino, ha mantenido en una medida importante el igualitarismo original de la revolución, aunque lo que se oye parece indicar que hay escasez y penuria económica y es obvia la penetración del capital internacional, sobre todo europeo, para explotar el turismo. Consecuencia del estancamiento económico cubano es que sus emisiones de CO2 per capita prácticamente no han crecido desde hace casi cuatro decenios y se mantienen en niveles muy bajos, tuvieron un pico de 3,5 toneladas en 1982 y estaban en 3,1 toneladas en 2014, año en el que las emisiones de Uruguay fueron 2,0 toneladas per capita, las de Argentina 4,8, las de España 5,0, las de China 7,5 y las de EEUU 16,5, todo ello según datos del Banco Mundial. Cuba es por lo tanto un país que contribuye muy poco al cambio climático, cosa de la que los críticos del régimen cubano no suelen hablar. Si para Cuba es apropiado usar el calificativo de capitalismo de Estado es una cuestión que a mi juicio está por verse, en el caso de China me parece que usar ese apelativo es mucho más apropiado que en el caso de Cuba.
Entre las propuestas que hay en el tablero para combatir el cambio climático, ¿cuáles serían las más importantes, las que tienen más consenso?
Lamentablemente las propuestas que tienen más consenso son las que según todas las apariencias son también las más inútiles. Por ejemplo, los topes a las emisiones con mercados de permisos de emisión ya se han puesto en vigor en la Unión Europea, desde 2005, y en California, desde 2013, pero todo indica que estos mercados son inútiles para frenar las emisiones. Pero los bancos y las empresas, sobre todo las eléctricas, están a favor porque hacen negocio con esos esquemas. Los impuestos al CO2 por ahora solo se han implementado en medida muy escasa y no a nivel nacional, por ejemplo, en la provincia de Columbia Británica. Hay ahora muchos economistas que apoyan este tipo de impuesto con devolución íntegra de la recaudación fiscal correspondiente al público, pero las fuerzas políticas y los gobiernos no parecen tener ningún interés en estas propuestas. Yo creo que la idea de un impuesto al carbono con devolución íntegra a la ciudadanía es interesante, yo le daría apoyo, a ver si funciona, aunque creo que no se pondrá en vigor en ningún sitio, al menos con la intensidad necesaria para disminuir las emisiones. Pero quizá me equivoco, ojalá.
En cuanto a propuestas alternativas, sugieres en el libro que evitemos en todo lo posible el uso de aviones, de automóviles o de productos desechables, o el de energía para calefacción y refrigeración. Tal vez colectivos de ciudadanos muy conscientes del peligro obren (de hecho, ya lo están haciendo) en esa dirección (con inconsistencias en algunos casos) pero, ¿cómo conseguir que grandes mayorías dejen de usar el avión o los automóviles, o no usen energía para la calefacción de sus viviendas?
Pues no lo sé, pero lo que sí sabemos es que las cosas nuevas siempre comienzan por muy pocos. Quienes hace pocas décadas decían que darle bofetadas o varapalos a los chicos o a las mujeres es una barbaridad eran considerados unos tontorrones, todo el mundo “sabía” que la letra con sangre entra y que las mujeres son inferiores a los varones y la mujer tiene que obedecer al marido. Cásate y sé sumisa, como dice no sé qué obispo español. Quienes rechazaban esas ideas al principio eran muy pocos y a menudo sufrieron no solo el ridículo por hacerlo. Hoy quien pega a un niño o una mujer en muchos países tiene que enfrentarse incluso a penas de cárcel y quienes siguen diciendo que las mujeres son inferiores son considerados unos retrógrados. Por otra parte, los usos de energía que mencionas son bastante distintos, los aviones y los automóviles gastan mucho más que la calefacción y, además, la eficiencia de esta se puede aumentar mucho mediante termostatos y diseño apropiado de los edificios. La calefacción puede alimentares 100% con energías sin emisiones mientras que eso es hoy por hoy impensable para el transporte aéreo. Además, en un clima donde la falta de calefacción puede hacer que en una vivienda se hiele el agua del inodoro, la calefacción es tan básica como la alimentación.
En la cuarta propuesta sugieres impulsar los cambios sociales que favorezcan los principios democráticos. ¿A qué cambios sociales te refieres? Que sean cambios que favorezcan los principios democráticos, ¿nos garantiza que las comunidades implicadas tomen medidas que protejan el patrimonio común de la humanidad? ¿No podrían centrarse en ellas mismas sin pensar en términos globales?
Sí, claro, podría ocurrir que las mayorías elijan no preocuparse para nada de las generaciones venideras o que las mayorías de un país decidan pisotear los intereses de otro país. Eso es lo que ocurría por ejemplo cuando países con un régimen democrático, como era digamos Francia a comienzos del siglo XX, tenían colonias cuya población era privada de derechos civiles. O cuando hay una guerra entre países con regímenes democráticos, como Alemania y Francia en la Primera Guerra Mundial. Lamentablemente la existencia de libertades civiles y derechos democráticos no garantiza que todo se haga bien, ni mucho menos, pero no veo otra alternativa. En los regímenes autoritarios todo eso también es posible y en ellos operan además muchos mecanismos que favorecen que las decisiones que se tomen sean en contra de las mayorías del país y de la mayoría de la humanidad. Por otra parte, para mí la esencia del socialismo es ser un sistema económico y político donde las mayorías deciden cómo se regula la sociedad y qué se produce o se deja de producir. Y yo estoy a favor del socialismo.
La quinta propuesta es proteger nuestras vidas y la de los que nos rodean de las consecuencias del cambio climático. ¿Podemos hacerlo? ¿Desde qué perspectiva se afirma en el libro que tenemos que proteger nuestras vidas?
Hoy día hay cosas que por el cambio climático implican riesgos significativos; por ejemplo, hoy que los incendios forestales son cada vez más frecuentes, puede ser muy arriesgado vivir “en el campo”, rodeado de un estupendo bosque. Y las inundaciones tanto por lluvias torrenciales como por subidas temporales del nivel del mar en tormentas, afectarán cada vez más a millones de personas. Todos tenemos cierto grado de libertad para elegir dónde vivimos, lamentablemente unos tienen mucha más libertad que otros en esas elecciones. Pero opciones a menudo las hay, pero para que alguien por ejemplo quiera dejar de fumar, que se haga consciente de que fumar es dañino es importante. Y para ello, nada mejor que ver a otra gente que deja de fumar. Los seres humanos somos grandes imitadores, si veo a otro hacer o dejar de hacer algo, ¿por qué no lo voy a hacerlo yo también? Es absurdo que una persona consciente del cambio climático, si tiene opciones, viva por ejemplo en una de las muchas viviendas construidas en zonas que tienen alta probabilidad de inundación.
En la última propuesta haces un llamamiento al activismo ecologista, se habla incluso en algún momento de desobediencia civil. Pero ya hay activismo en muchos países del mundo, aunque no sea de amplias mayorías en ocasiones, y en el libro se mencionan varias acciones de “insurgencia climática”. ¿Cómo se puede ampliar un círculo que tiene por ahora un radio social pequeño para que pueda ser más efectivo?
Pues no lo sé, ya me gustaría tener una respuesta a eso. Por ahora solo se me ocurre seguir con la labor de hormiguita, explicar las cosas y hacer lo que podamos en cada momento.
Haces también una llamada a acciones que pueden ser ilegales contra el cambio climático. ¿Cómo se puede justificar la ilegalidad de estas acciones? No parece, en principio, que trasgredir la ley, en sociedades que suelen considerarse democráticas, sea una buena forma de comportarse cívicamente.
Hay muchos ejemplos históricos de acciones ilegales en sociedades consideradas democráticas que son perfectamente defendibles desde un punto de vista de una ética de progreso social. Un ejemplo obvio es el de la esclavitud en EEUU. Una constitución democrática que hasta que fue reformada tras la guerra civil permitía la esclavitud. En muchos países en el siglo XIX o incluso a comienzos del XX las constituciones democráticas negaban el voto a los que no llegaban a cierto nivel de ingreso o a las mujeres. En los estados del sur de EEUU se estableció un régimen llamado de Jim Crow en el que se hacía la vista gorda a los linchamientos y la violencia de todo tipo contra los afroamericanos, además de segregarlos manteniéndolos en los peores trabajos, obligándolos a ir de pie o sentarse en sitios separados en el transporte público y de otras muchas formas. Las acciones de desobediencia civil que contribuyeron a erosionar toda esa segregación racista o las acciones de las sufragistas que en países diversos pedían el voto para las mujeres eran a menudo ilegales y no por ello son rechazables. Parece confirmado que Extinction Rebellion (XR) fue la organización que estuvo detrás del cierre del aeropuerto londinense de Gattwick entre el 19 y el 21 de diciembre de 2018, cuando cientos de vuelos fueron cancelados y unos 140.000 pasajeros sufrieron los efectos de la acción, obviamente ilegal. Y digo “parece confirmado” porque he leído una entrevista en un periódico español con una activista de XR que lo reconoce y otras personas me han dicho que sí, que fueron ellos. Pero la entrada “Gatwick Airport drone incident” de Wikipedia, extensa y muy bien elaborada, no dice nada de esta atribución. Esta acción claramente ilegal si se difunde como protesta contra el transporte aéreo puede ser mucho más eficaz que miles de octavillas. Y por supuesto, contribuye directamente al objetivo buscado, reducir las emisiones que en sí son un acto que se puede considerar criminal, contra la población mundial actual y, sobre todo, contra las generaciones futuras. No hay que ser demasiado legalista, porque lo que es ilegal hoy puede ser ilegal mañana y viceversa. Claro que acciones como esta de Gattwick pueden ser muy contraproducentes, mucha gente podría pensar que quienes hacen algo así son gente antisocial a la que hay que castigar duramente. En Francia durante la ocupación alemana las acciones de la resistencia eran calificadas de terrorismo por el gobierno y sin duda una gran parte de la población las consideraba rechazables. Imaginemos que por lo que fuera algo en esa acción de Gattwick se hubiera torcido, que un avión hubiera despegado y se hubiera estrellado tras chocar con uno de los drones de XR. Hubiera sido una tragedia y un revés tremendo para el movimiento, con militantes encarcelados si no muertos por la persecución policial. Lamentablemente, casi cualquier acción humana tiene riesgos, sea legal o ilegal. Si vas por la calle en bicicleta puedes atropellar a un jubilado que cruzó despistado y matarlo. Lo que están haciendo muchos gobiernos ahora mismo, prohibir a la gente que salga a la calle, seguro que es ilegal en el marco jurídico habitual, pero se habrá pasado una ley para que deje de serlo, y a la mayoría de la población le parece bien. Yo creo que no hay que confundir civismo con legalismo. El mismo James Hansen se ha hecho detener en Washington DC, por hacer algo ilegal. Creo que se encadenó a alguna columna o algo así, cerca de la Casa Blanca. Lo que es incívico a mi juicio es mantener el status quo en el que cada día se producen y se consumen millones de mercancías de las que perfectamente podríamos prescindir (como está demostrando la presente situación desencadenada por la pandemia). Esos millones de mercancías son los que están destruyendo nuestro planeta en general y el clima en particular.
¿Quieres añadir algo más?
Solo que lo que está ocurriendo ahora con la pandemia demuestra que sabemos bastante poco de cómo va a ser el futuro. Lo cual es una razón a la vez contra el pesimismo y el optimismo, contra la esperanza y la desesperanza.
Fuente: El Viejo Topo, junio de 2020.