Polvo rojo: la transición al capitalismo en China (V): De hierro a óxido
Chuang (colectivo comunista chino crítico)
El colectivo comunista chino Chuang está publicando en la revista de mismo título una serie de artículos sobre la historia contemporánea económica china. De momento llevan publicadas las dos primeras secciones de las tres previstas, respectivamente en los números 1 (2016 y 2019) y 2 (2019) de la revista. En los últimos meses hemos publicado la primera serie «Sorgo y acero: el régimen socialista de desarrollo y la forja de China» en seis entradas -recopilado también en forma de libro– y publicamos ahora la segunda, con cinco entradas. Recordamos que en la primera estudian lo que los autores denominan «régimen socialista de desarrollo» que datan aproximadamente entre la creación de la República Popular en 1949 y principios de los años 70, cuando consideran que se produce la transición al capitalismo. En esta segunda parte, «Polvo rojo» veremos lo que consideran la transición al capitalismo, entre los años 70 y el inicio del nuevo milenio. Este será el esquema de publicación:
Polvo rojo: la transición al capitalismo en China
I. Introducción
II. Parte 1. La Cuenca del Pacífico
III. Parte 2. Fronteras
IV. Parte 3. Sinosfera
V. Parte 4. De hierro a óxido
Visión general: guerras de clases
El ascenso de la zona continental en las cadenas de producción internacionales solo fue posible, sin embargo, por cambios rápidos y de largo alcance en la estructura de clases en descomposición que dejó atrás el régimen de desarrollo. En esta sección detallaremos la formación de la cúspide y la base de un sistema de clases capitalista en la zona continental de China. Las décadas aquí cubiertas son los años finales de la transición, marcadas por una rápida expansión del mercado, una rápida reestructuración financiera, la conversión de empresas de propiedad estatal en conglomerados multinacionales y la destrucción final del cinturón industrial de la era socialista en el noreste. En los primeros años del nuevo milenio, China había completado su transición al capitalismo.
El proceso de transición fue contingente, con la subsunción en la economía capitalista con un carácter marcadamente diferente en diferentes regiones en momentos diferentes. Una característica del caso chino, explorada de principio a fin, ha sido la completa exaptación de ciertos mecanismos del régimen de desarrollo para estabilizar la transición, asegurando las condiciones necesarias para la acumulación de valor. En la transición al capitalismo, las nuevas adaptaciones son por supuesto importantes, como la forma mercancía, el salario y el rol específicamente capitalista del dinero. Pero igualmente importantes son características que tienen su origen en modos de producción previos, adaptados para servir a las necesidades de acumulación. Como se sugiere más arriba, esto se extiende al mercado mismo, siendo exaptadas las redes comerciales precapitalistas en el mundo capitalista tanto En Europa como en Asia.
Otro caso más específico de China que hemos destacado aquí y en otros lugares es el sistema de hukou. Mientras su función en la era socialista era asegurar la división rural-urbana al congelar el movimiento de población, el proceso de transición dió al hukou una función opuesta: facilitar la migración a la vez que se generaba un mercado de trabajo dual en las ciudades, ayudando por tanto a suprimir tanto los salarios como la agitación. El primer proletariado fue un producto del colapso de la economía rural, y durante muchos años, la plena inclusión en esta clase emergente fue básicamente un asunto del estatus del hukou rural de uno. Pero incluso despúes de que las condiciones proletarias se generalizasen, el hukou sigue siendo hasta hoy una dimensión importante del control del estado, ayudando a mantener la acumulación en general.
Un proceso similar de exaptación ayudó a formar la cúpula de la jerarquía de clases, a medida que las élites técnicas y políticas dentro de la burocracia del régimen de desarrollo se fusionaban. Esta fusión posicionó a estas élites de forma que se convirtieron en los principales beneficiarios de la privatización que tuvo lugar en los años 90 y a principios del nuevo milenio, que transformaría este estrato dirigente provisional de «ingenieros rojos» en una clase propiamente capitalista. De esta forma, las capacidades administrativas de la burocracia fueron exaptadas, transformando el partido en un cuerpo gestor de la burguesía.
Pero estos procesos no se produjeron sin conflictos. La transformación de la clase dirigente y el nacimiento del proletariado se produjeron mediante una serie de luchas en la década final de la transición. La primera de ellas fue el movimiento de la Plaza de Tiananmen en 1989, que establecería finalmente los términos de la continuación de las reformas: asegurar tanto que se excluyesen los intereses de la vieja clase obrera industrial y que se definiesen por un proceso de mercadización pilotado por el partido existente, más que por algún órgano político nuevo. El aplastamiento de la agitación garantizó la estabilidad necesaria para atraer nuevas rondas de inversión durante la siguiente década, y para dedicarse a un proceso de reforma financiera de amplio alcance, remodelando el sistema bancario y los mercados de capital en una imitación de los países de altos ingresos.
Abrimos esta Parte V con un análisis de Tiananmen, por tanto, como el suceso que aseguró la posición de la nueva clase dirigente e hizo posible la siguiente década de reformas. La segunda gran lucha en este periodo fue el vaciamiento del corazón industrial del régimen de desarrollo en el noreste durante el cambio de siglo. Este proceso estuvo definido por privatizaciones, despidos y protestas masivas. El resultado final fue la desintegración de los restos finales del sistema de clases del régimen de desarrollo, y el fin de la transición al capitalismo. Cerramos por tanto con la derrota de estas protestas y la creación del cinturón de óxido del noreste.
La plaza Tiananmen y la Marcha a las instituciones
A mediados de los años 80, un número pequeño pero creciente de urbanitas había roto el tazón de hierro de arroz del sistema danwei (unidades de trabajo estatales), con su empleo garantizado y raciones de grano del estado, para saltar a nuevas oportunidades creadas por un mercado de consumo urbano en expansión. El estado fomentó las pequeñas empresas para cubrir la demanda creciente. Se abrieron tiendas por todo Pekín, por ejemplo, vendiendo bienes baratos producidos normalmente por el sector de las ECP (empresas de ciudad y pueblo) y/o por nuevo trabajo migrante, como los trabajadores de Wenzhou que producían populares chaquetas de cuero en pequeñas empresas familiares en el pueblo de Zhejiang en Pekín. En Haidian, el distrito universitario de Pekín en el noroeste de la ciudad, llegaba por la mañana una recua de carros tirados por burros acarreando productos para vender en el mercado abierto. También proliferaron los vendedores callejeros, creando una vida nocturna mucho más vibrante en la ciudad. Las familias empezaron a gestionar restaurantes privados haciendo agujeros en las paredes que separaban las aceras de pequeños edificios danwei. Los clientes pasaban por el agujero hasta un restaurante que se centraba en vender buena comida comercializada para los gustos urbanos cambiantes, marcadamente diferentes del gusto insulso de los restaurantes gestionados por el estado con un servicio terrible.
Este fue el punto en el que se podía ver claramente como la mercadización estaba transformando los espacios fundamentales que conformaban la ciudad de la era socialista. El ajetreo de los mercados, nuevos migrantes estableciendose y la apertura literal de los muros de los danwei autárquicos, todo ello parecía simbolizar una nueva era con libertad de movimiento. Hasta cierto punto, recordaba patrones tradicionales de desarrollo urbano de la zona continental del este de Asia, como el cambio del sistema de distritos de la dinastía Tang a las ciudades abiertas de los Song. Estas ciudades siempre habían estado marcadas por una tensión entre el cierre y la apertura. Al mismo tiempo, el espacio empezó a reflejar nuevas estructuras de poder y desigualdad que estaban justo en sus inicios. El lento goteo de escapados del sistema danwei creó una clase emergente de emprendedores urbanos (conocidos como getihu), que podían ser vistos viajando por la ciudad en motocicletas e incluso coches privados. Mientras tanto, los campesinos entraron con más regularidad en espacios urbanos, como vendedores de productos a pequeña escala y como trabajadores migrantes. Esto derribó una de las divisiones espaciales fundamentales que habían existido en la era socialista, iniciando la transformación del sistema hukou desde un método para sellar las ciudades del campo a un método de segmentación utilizado para imponer disciplina laboral a un nuevo proletariado. Los espacios habitados por campesinos en la ciudad dejaba claro que no entrarían en igualdad de condiciones: el carácter informal de los carros de los vendedores callejeros y la calidad destartalada de los asentamientos de los nuevos migrantes señalaban esto, y empezó a provocar miedos entre los urbanitas de la posibilidad de un creciente chabolismo urbano –algo retratado en la literatura oficial como un riesgo de «latinoamericanización»–.
Para la inmensa mayoría de los trabajadores urbanos, que eran dependientes del sistema de danwei, los estándares de vida mejoraron solo lentamente. Mientras tanto, los cambios llevaron a formaciones y alianzas de clase cambiantes que desestabilizaron la escena política urbana. Proliferaron las historias y quejas por la corrupción. Los coches extranjeros que aparecieron en las calles, con urbanitas conduciendo lentamente para adelantar a autobuses y bicicletas, se convirtieron en un particular objeto de burla, y se extendieron rápidamente historias sobre líderes conduciendo por la ciudad en Mercedes. Al principio el descontento se contuvo principalmente gracias a una combinación de represión estatal y mejora de las condiciones de vida. Pero cuando las reformas de precios y una alta inflación (especialmente de los alimentos) empezaron a recortar los ingresos a partir de mediados de los 80, fue cada vez más difícil para el estado evitar que las críticas al partido se convirtiesen en una protesta abierta. Cuando la inflación empezó a dispararse en 1985 y 1986, los estudiantes iniciaron una serie de protestas a favor de reformas políticas y contra la corrupción. Estas protestas se extendieron desde la provincia de Anhui, donde empezaron a principios de diciembre de 1986, a 17 grandes ciudades por toda China, incluida Pekín. Pero las protestas no consiguieron ganar apoyo fuera de las universidades (las mayores protestas se produjeron en Shanghai y Pekín, y sin embargo solo unos 30.000 estudiantes participaron en cada una de ellas) y fueron rápidamente reprimidas.[1] El Secretario General del Partido Hu Yaobang, visto por otros líderes del PCC, incluido Deng Xiaoping, como demasiado indulgente con el movimiento, dimitió unas semanas más tarde, a mediados de enero de 1987.
Sin embargo, a medida que el viejo sistema danwei continuaba tensionándose bajo las reformas, la insatisfacción de los urbanitas estalló en las mayores protestas de la era de las reformas en la primavera de 1989, con la participación de hasta dos millones de personas en Pekín en el pico del movimiento en mayo. Esta vez los trabajadores urbanos se unieron a una etapa inicialmente puesta en marcha por los estudiantes, pero la alianza en el mejor de los casos fue temporal. Si bien había una diversidad de opiniones en ambos grupos, en general los intereses empujaban a los estudiantes en una dirección y a los trabajadores en otra. A medida que la política se desarrollaba rápidamente, los individuos quedaron atrapados en un movimiento que en realidad nadie controlaba. Los estudiantes –representando a una clase ascendente de emprendedores y gerentes en la economía de mercado en expansión– eran mayoritariamente críticos con la forma en que se llevaban a cabo las reformas. Los trabajadores eran más directamente críticos del contenido de las reformas. Tras la represión del movimiento en junio de 1989, los estudiantes nunca más se volverían a unir a los trabajadores de las viejas industrias socialistas. La clase educada de gerentes se convirtió en la beneficiaria clave de las reformas, mientras los trabajadores salieron perdiendo, abandonados a protestar esporádicamente y solos, hasta que los restos de la clase obrera de la era socialista se extinguiese finalmente en una ola de desindustrialización durante el cambio de siglo.
Al mismo tiempo, el debilitamiento del control del estado sobre los campus universitarios creó un nuevo espacio para el debate político, aunque el estado añadiese educación ideológica tras las protestas de 1986. Los estudiantes buscaban las causas profundas del turbulento pasado político de China, especialmente la Revolución Cultural. Vueltos hacia ideas existencialistas, liberales y neoautoritarias, los estudiantes tendían a argumentar que era a la propia cultura china a la que había que culpar por la represión política, el poder burocrático arbitario sobre la vida cotidiana, la corrupción y el faccionalismo en el partido. Era necesario un nuevo movimiento Cuatro de Mayo, y tenía que ser dirigido por intelectuales.[2] Irónicamente, el neoautoritarismo era una de las ideologías más populares entre los estudiantes.[3] Su idea básica era que solo hacía falta un líder fuerte en el PCC para tomar el control del partido y detener la lucha faccional y la parálisis burocrática que frenaba el progreso de las reformas. Ese líder debería seguir los consejos de los intelectuales, quienes supuestamente sabían cómo reformar la sociedad. Hubo también críticos liberales del autoritarismo entre los estudiantes, junto con un pequeño grupo que era crítico con la dirección de las reformas por dañar los niveles de vida de los ciudadanos ordinarios. Sin embargo, a pesar de toda la vaga charla sobre «libertad» y «democracia» en ese momento, la mayor parte de los estudiantes parecían enamorados de la idea de que solo ellos entendían cómo resolver los problemas de China.[4]
Cuando murió Hu Yaobang el 15 de abril de 1989, los estudiantes empezaron inmediatamente a escribir carteles en los campus y a celebrar discusiones. Hu era especialmente popular entre estudiantes e intelectuales porque se había encargado de la rehabilitación de intelectuales y la reconstrucción de las relaciones del partido con ellos al principio de las reformas. Visto como incorruptible, Hu era un símbolo de un liderazgo correcto dentro del partido obstaculizado por burócratas de línea dura que protegian sus privilegios. Pequeños grupos de estudiantes, especialmente aquellos con buenas conexiones dentro del partido, dejaron coronas conmemorando a Hu en el Monumento a los Héroes del Pueblo en el centro de la Plaza de Tiananmen (como habían hecho residentes urbanos por el primer ministro Zhou Enlai tras su muerte en 1976, lo que llevó al movimiento del Cinco de Abril). La primera protesta estudiantil fue una marcha nocturna de unas 10.000 personas desde el distrito universitario hasta la plaza el 17 de abril. En la cabecera, los estudiantes llebaban una pancarta autoproclamándose el «alma de China» –una formulación elitista que caracterizaría su política durante los siguientes dos meses–. El monumento en el centro de la plaza se llenó pronto de coronas para Hu, y en los primeros días se convirtió en un lugar en el que cualquiera podía saltar al primer saliente del monumento para dirigirse a cientos de espectadores. Por la noche, los manifestantes se reunían a menudo en la puerta de Zhongnanhai, el principal complejo en el que vivían los líderes máximos del PCC.
A los estudiantes e intelectuales, sin embargo, se les unieron rápidamente trabajadores jóvenes y urbanitas desempleados, lo más importante es que formando la Federación Autónoma de Trabajadores de Pekín (北京工人自治联合会).[5] Pero estos dos grupos sociales no llegaron a unirse para formar un movimiento social coherente aunque tomasen parte en los mismos acontecimientos. Unidos momentaneamente por su oposición compartida a la corrupción en el partido, que había empeorado con las reformas de mercado, los dos grupos estaban divididos por mucho más que lo que les unía. Desde el punto de vista del estilo de la protesta, los estudiantes reclamaban la propiedad exclusiva sobre el movimiento, temiendo no poder controlar a otros grupos, que podían usar la violencia o dar al estado una excusa para la represión. Intentaron mantener a otros fuera de la protesta o, al fracasar, dejar de lado a otros grupos como meros simpatizantes y no participantes plenos. Como los estudiantes e intelectuales creían que solo ellos eran verdaderamente capaces de «salvar China», a menudo echaban la culpa a los «campesinos» por llevar el país por el mal camino durante la revolución y la era socialista. Durante los primeros días, los estudiantes crearon una organización coordinadora en un intento por controlar el movimiento, la Unión Autónoma de Estudiantes de las Universidades de Pekín (北京高校学生自治会) con un liderazgo elegido. La unión estudiantil organizó un boicot generalizado a las clases universitarias a partir del 24 de abril. A medida que las protestas se desarrollaban, se formaron otras organizaciones estudiantiles que competían por el control. El independiente Grupo Estudiantil de Representantes para el Diálogo de la Universidad de Pekín (北京高校学生对话代表团) intentó discutir sus demandas con líderes del partido, siendo estas discusiones rotas por otros estudiantes. La ocupación de la plaza de Tiananmen fue controlada por la Sede Central para la Defensa de la Plaza (保卫天安门广场总指挥部) otra organización independiente de estudiantes. Los líderes de la Sede Central eran elegidos por aquellos que ocupaban la plaza, y el principal poder de que disponían era el control sobre el sistema de altavoces en el centro de la protesta. Además, los estudiantes separaron con un cordón el centro de la plaza alrededor del Monumento a los Héroes del Pueblo con una serie jerárquica de círculos concéntricos. Para entrar en los anillos exteriores de los círculos, había que ser estudiante, y más hacia el centro era obligatorio ser un líder estudiantil con alguna conexión con la Sede Central. Los estudiantes obligaron a las organizaciones obreras a colocar sus tiendas a lo largo de la calle fuera de la plaza en sí.
Los estudiantes también tenían una relación muy diferente con las reformas comparados con los trabajadores. Los estudiantes en gran medida querían que las reformas fuesen más rápidas, mejor organizadas y más eficientes. Tenían miedo de que la corrupción llevase a un debilitamiento de las reformas. A mediados de la década de los 80, sin embargo, los trabajadores habían empezado a ver sus intereses socavados. Había un nuevo desempleo (a medida que a las empresas estatales, ahora responsables de beneficios y pérdidas, se les daba el derecho a despedir a algunos trabajadores), salarios estancados y lo que es más importante, una alta inflación que alcanzó niveles de hiperinflación a finales de 1988. Para los trabajadores las reformas tenían que ralentizarse o repensarse significativamente. La estabilización de los precios en particular era crucial, pues los trabajadores estaban en el proceso de perder su garantía a un grano barato subsidiado por el estado. Mientras los estudiantes al principio se centraron principalmente en lamentar la muerte del primer ministro pro-intelectual Hu Yaobang, las críticas de los trabajadores al partido y sus políticas reformistas eran más políticas en un sentido general que las de los estudiantes en las primeras etapas del movimiento. Para los trabajadores, la corrupción era vista como un problema no porque debilitase las reformas, sino porque indicaba el surgimiento de una nueva forma de desigualdad de clase. En sus folletos, los trabajadores preguntaban cuánto había perdido el hijo de Deng Xiaoping en las carreras en Hong Kong, si Zhao Ziyang pagaba por jugar al golf y cuántas villas mantenían los líderes. Se cuestionaban además cuánta deuda internacional estaba tomando China en el proceso de reformas.
Los estudiantes y los trabajadores tenían también ideas muy diferentes sobre la democracia. Los estudiantes hablaban vagamente de democracia, pero a menudo pedían que los intelectuales tuviesen una relación especial con el partido. Muchos estaban más interesados en que Zhao se convirtiese en un líder ilustrado más poderoso con el que los intelectuales pudiesen ejercer el rol de consejeros, mostrándole cómo debería funcionar realmente una economía de mercado. Cuando se hablaba con los trabajadores, tenían una idea mucho más concreta de la democracia, que surgía de un largo periodo de luchas obreras en China, claramente visible, por ejemplo, en las huelgas de 1956-1957, la Revolución Cultural y la década de los 70.[6] Para muchos trabajadores, democracia significaba poder de los trabajadores dentro de las empresas en las que trabajaban. Los trabajadores se quejaban de la política de «gobierno de un solo hombre» en las unidades de trabajo, por la que el director de una fábrica era un virtual «dictador».[7]
Los estudiantes, a diferencia de los trabajadores, estaban íntimamente implicados en las luchas faccionales dentro del PCC. Los estudiantes tomaron partido en su mayoría por el reformista a favor del mercado más radical, Zhao Ziyang, quien encabezaba el partido en ese momento. Zhao quería impulsar las reformas con más rapidez. Por otra parte, los estudiantes en su mayoría denigraban a Li Peng, el jefe de estado, mucho antes de que se convirtiese en el mascarón de proa de la ley marcial a finales de mayo. Li, un reformista moderado, era visto como un burócrata al viejo estilo que se interponía en la vía a una transición rápida y eficiente a una economía de mercado racional. Los trabajadores realmente no participaron de esta lucha faccional. Habían ganado poco por participar en las luchas faccionales antes, específicamente durante la Revolución Cultural y el movimiento del Muro de la Democracia a finales de los 70 y principios de los 80. La federación de trabajadores avisaba de que «Deng Xiaoping usó el movimiento 5 de Abril [de 1976] para convertirse en líder del partido, pero después de eso se reveló un tirano.»[8] Los miembros del partido devolvieron el favor en especie, con la Federación de Sindicatos de Toda China apoyando públicamente a los estudiantes pero ignorando a los trabajadores que participaban y a su bisoña organización.[9] Los mayores del partido, sin embargo, dejaron de apoyar la política del Secretario General Zhao de concesiones a los estudiantes a medida que transcurría mayo. En una disputada reunión del Comité Permanente del Politburó en la residencia de Deng Xiaoping, el 17 de mayo, Deng y Li criticaron el enfoque de Zhao, afirmando que estaba dividiendo al partido. Deng presionaba por la declaración de la ley marcial, que fue formalmente anunciada el 20 de mayo. En la madrugada del 19 de mayo, Zhao fue a la plaza a avisar a los estudiantes de que se fuesen, diciéndoles que no deberían sacrificarse por un movimiento que estaba acabado. Luego Zaho abandonó la plaza, habiendo perdido su posición dentro del partido, y fue pronto puesto bajo arresto domiciliario durante el resto de su vida. El anuncio de la ley marcial de finales de mayo agudizó la política de los participantes, con la federación de trabajadores anunciando que «»los servidores del pueblo» [el partido] se tragan toda la plusvalía producida por el sudor y la sangre del pueblo», y que «hay solo dos clases: los gobernantes y los gobernados.»[10] La mayoría de estudiantes, en cambio, todavía mantuvo el apoyo a la facción de Zhao incluso después de que se declarase la ley marcial. Una alianza potencial entre estudiantes y trabajadores no se materializó nunca bajo la presión de un contexto político rápidamente cambiante.
Los estudiantes inicialmente les dijeron a los trabajadores que no hiciesen huelga para que el foco del movimiento se centrase en ellos y pudiesen conservar su poder dentro de él. Tras la declaración de la ley marcial el 20 de mayo, sin embargo, los estudiantes vieron finalmente la importancia de la participación de los trabajadores, aunque de nuevo únicamente en un papel de apoyo, y finalmente pidieron a los trabajadores convocar una huelga general. Para ese momento, sin embargo, la participación en las protestas había caído radicalmente, y era demasiado tarde para que los trabajadores movilizasen plenamente sus fuerzas. No obstante, los trabajadores aún fueron capaces de reunir grandes números para resistirse a la aplicación de la ley marcial. De hecho, los trabajadores siguieron poniendo más gente en las calles aunque el número de estudiantes se redujese. Pero para ese punto, el partido había concentrado más de 250.000 soldados a las afueras de la ciudad. Trabajadores y otros residentes urbanos fueron capaces inicialmente de detener la entrada de los soldados en la ciudad en la noche del 2 al 3 de junio bloqueando carreteras y rodeando a las tropas con vehículos. Esto condujo a que solo hubiese una pequeña cantidad de violencia, con los urbanitas alimentando a menudo a los soldados cansados atrapados por la multitud durante varias horas antes de que abandonasen y saliesen del centro de la ciudad. Esto solo animó a más resistencia la noche siguiente.
La noche del 3 al 4 de junio, sin embargo, el ejército se movió con mas resolución hacia la plaza para poner fin a las protestas. Esa noche fueron principalmente jóvenes trabajadores y desempleados quienes intentaron ralentizar el acercamiento del ejercito a las calles que llevan a la plaza, y muchos de ellos lo pagaron con sus vidas, con cientos de civiles muertos (muy pocos de los cuales eran estudiantes). A lo largo de Chang’anjie –la principal avenida este-oeste que cruza la ciudad en Tiananmen– trabajadores y otros residentes de Pekín construyeron barricadas con autobuses, a menudo prendiéndoles fuego. Se lanzaron cócteles molotov y piedras a los soldados que se acercaban. La intersección alrededor de Muxidi en Chang’anjie en el oeste de la plaza fue particularmente golpeada, con una batalla campal entre trabajadores y soldados. Muchas muertes se concentraron allí. Cuando los primeros soldados en vehículos blindados de transporte de personal (TBP) llegaron a la plaza, algunos estudiantes y residentes siguieron resistiendo, y un TBP fue incendiado. Varios civiles fueron asesinados en los bordes de la plaza. Una vez el cuerpo principal del ejército llegó a la plaza se detuvo, y durante la madrugada negociaron con el resto de estudiantes en la ocupación, permitiéndoles abandonar la plaza y volver a sus campus –aunque no sin que varios de ellos fuesen golpeados por los soldados primero–. Las protestas en la capital habían terminado, pero la represión continuó. Los trabajadores fueron quienes más fueron castigados en términos de sentencias de prisión y ejecuciones en los días y semanas que siguieron, mientras los estudiantes conseguían sentencias más suaves.
La mano dura con los trabajadores participantes se convirtió en una condición para el aceleramiento de las reformas de mercado en los años 90, muy especialmente la liberalización del mercado alimentario a principios de la década de los 90, a la que de otro modo los trabajadores hubieran claramente seguido resistiéndose. A medida que la economía china se integraba progresivamente en el capitalismo global después de 1989, los intereses económicos de estudiantes y trabajadores divergieron aún más. Los estudiantes de los 80 se convirtieron en los estratos medios y empresariales de los 90, beneficiándose de la continuación de las reformas de mercado que permitió la mano dura contra las protestas.[11] A finales de los 90, los trabajadores en muchas empresas de propiedad estatal más viejas fueron despedidos, aumentó la migración rural-urbana, y se creó una clase de «nuevos trabajadores» de bajos salarios y con una existencia precaria dentro del sistema manufacturero global. Cuando las protesatas obreras y campesinas aumentaron de nuevo a mediados de los 90, no se les unieron estudiantes o intelectuales, que se habían desplazado en su mayoría hacia la derecha en el caso de que todavía les importase la política, defendiendo la protección del derecho de propiedad y de expresión o tomando progresivamente posiciones nacionalistas.
De burocracia a burguesía
Los acontecimientos en Tiananmen fueron, retrospectivamente, un momento clave en la formación de una clase capitalista nacional de las ruinas de la burocracia de la era socialista. Las protestas y su aplastamiento establecieron los términos de este proceso de diferentes maneras. Primero, se hizo evidente que había una nueva facción de urbanitas con buena educación que buscaban ahora la incorporación a esta clase gobernante, y eran más proclives, además, a empujar por reformas aceleradas, la expansión de la privatización, y varias estructuras de estado nuevas que (imaginaban ellos) se acomodarían mejor al funcionamiento de una economía de mercado. De esta forma, la posición de los estudiantes en el 89 prefiguró la posición de capitalistas puramente privados que consiguieron su riqueza con poca ayuda del estado y hoy siguen sin estar incorporados, o subincorporados a la estructura existente de clientelismo del partido.[12] Al mismo tiempo, los estudiantes demostraron la importancia de incoroporar a nuevos intelectuales (y a los nuevos ricos más en general) al partido, desde donde también podrían empezar a acumular capital en la economía de mercado.
Segundo, el aplastamiento del movimiento de Tiananmen también dejó claro que el núcleo de una nueva clase capitalista se incubaría principalemente dentro del propio partido. Por supuesto, hubo (y todavía hay) un gran número de capitalistas privados que siguen completamente fuera del partido, y a lo largo de los 80 parecía ser una pregunta abierta cuánto poder e influencia se les permitiría a los nuevos ricos del continente o a viejas familias capitalistas que volvían de Hong Kong o de ultramar. Pero los acontecimientos del 89 dejaron claros los límites de esta influencia. No podía haber tolerancia para reformas que superasen el control del partido –aunque básicamente todas las políticas económicas defendidas por los grupos de estudiantes acabarían siendo aplicadas–. Mientras tanto, el partido mismo se abrió aún más a intelectuales y nuevos ricos. Con la abolición oficial de las designaciones de clase de la era socialista en 1978, el número total de cuadros siguió creciendo y los nuevos miembros vendrían cada vez más de orígenes educados. Este proceso fue en muchas maneras una continuación de la tendencia al crecimiento de los privilegios burocráticos que hacía mucho que asolaban la era socialista. Lo que es más importante: la capacidad de extraer de una clase dirigente ya lista y bien organizada, exaptada de la cúspide de la tumultuosa estructura de clases del difunto régimen de desarrollo, dio a todo el proceso de transición un carácter mucho más estable y sistemático que lo visto en cualquier otra parte –particularmente para un país que no tenía el patronazgo militar directo y la supervisión geopolítica del hegemón dominante, que había garantizado una relativa estabilidad durante la industrialización en Japón, Corea del Sur y Taiwán–.
Exploraremos el carácter actual de la composición de la clase dirigente china en otro lugar –en la parte final de esta historia económica, así como en otros artículos, entrevistas y traducciones– pero para entender la naturaleza de la transición, es esencial rastrear los precursores del desarrollo de una clase capitalista en la zona continental, gestado dentro de la burocracia del partido heredada del régimen de desarrollo. Este fue un proceso marcado por una aparente continuidad, pero definido también por importantes cambios internos en la estructura y prioridades del partido mismo. El aplastamiento de la agitación que definió la revolución cultural ‘corta’ (66-69) dio paso a la revolución cultural ‘larga’ (66-76), durante los dos últimos tercios de la cual cualquier movimiento popular potencial había sido esencialmente derrotado, pero los conflictos faccionales dentro de los rangos superiores del partido existían en una détente difícil –exacerbada por el anquilosamiento del régimen de desarrollo, el creciente poder de la burocracia y la militarización directa de la producción–. Esta détente fue testigo de un continuo crecimiento del número absoluto de cuadros, junto con el mantenimiento del poder y privilegios de aquellos en la cúspide. Pero el periodo también fue testigo de una serie de reformas que, por un lado, parecían surgir del reconocimiento de que el sistema se estaba anquilosando y necesitaba ser modificado, y, por otro, actuaban como herramientas pragmáticas para reprimir a facciones particulares. Para cumplir ambas funciones, se priorizó el reclutamiento entre aquellos con poca educación, y se redireccionó la inversión del estado. El símbolo más claro de este proceso fue el cierre de universidades, la rustificación de los hijos bien educados de funcionarios de alto rango, y la expansión de la educación primaria, particularmente en el campo. Además, hubo varias promociones de alto nivel, colocando a figuras como Chen Yonggui (un líder campesino casi analfabeto de la aldea modelo de Dazhai) en las más altas posiciones dentro del partido.
No es inusual en absoluto que los primeros miembros de la clase capitalista de un país surjan de los escalones más altos de la estructura de clases cada vez más arcaica que precede a la transición. En algunos casos, este proceso toma la forma de una subsunción forzada en la economía global impuesta por las potencias europeas sobre los pueblos conquistados –donde era común que los aparatos coloniales delegasen poder selectivamente en un subconjunto de líderes locales preexistentes dispuestos a capitular ante el estado colonial, dando a la nueva clase estructura y apariencia de continuidad con el sistema de poder «indígena»–. Pero incluso fuera de las colonias, el mismo fenómeno ha sido una característica de casi todos los casos de transición capitalista. Esto incluye el ejemplo de libro de Inglaterra, donde los primeros cercamientos que llevaron al aumento de la productividad agraria y el rápido crecimiento de la economía industrial fueron instigados de hecho por terratenientes ya empoderados por la aristocracia.[13] La continuidad es igualmente aparente en los primeros desarrollados «tardíos», como Alemania y Japón, con el rol de los terratenientes feudales combinados con una burocracia estatal preexistente para facilitar la transición de forma que mantuviese el poder de varias clases dominantes precapitalistas –pero también transformadas de hecho en capitalistas, o como mínimo terratenientes y rentistas en el sentido descrito por Marx–.[14]
Nada de esto implica que estas clases hubiesen sido ya de alguna manera capitalistas, ni que la burocracia estatal heredada por los alemanes y japoneses fuese en algún sentido «estatal capitalista» antes de la mercadización. Lo absurdo de esta afirmación es patente: solo porque diversos modos de producción feudales, tributarios u otros indígenas dieran paso al capitalismo, y muchas familias de las viejas clases dominantes conservasen su poder, esto no significa que estos sistemas precapitalistas fuesen ya en realidad capitalistas, aunque habían tomado forma indirectamente por competición con las primeras potencias capitalistas. Pero a menudo se usa exactamente este tipo de argumento para China. Como muchos dentro de la burocracía del partido-estado conservarían el poder y lo transmitirían de hecho a sus hijos, se supone que debía haber algún núcleo capitalista secreto dentro de la burocracia todo el tiempo, liberado finalmente por una astuta combinación de tragedia y traición.
No es solo que esta cadena lógica esté aquí al revés, sino que también hay un error analítico al mezclar clase y poder. Solo porque el poder pueda pemanecer en distintos modos de producción –encarnados en las mismas familias, los mismos locales e incluso en un estado que tome el mismo nombre– las relaciones de clase que generan ese poder sufren sin embargo un cambio. La clase no es un simple indicador para aquellos que tienen autoridad y aquellos que no, ni es una herramienta sociológica para separar la población en categorías por ingreso o educación. La clase es una polaridad inmanente generada por el carácter social de la producción. Es una propiedad que surge de la forma en que se hacen las cosas y se cubren las necesidades humanas básicas en un modo de producción dado. Mantenidas constantemente y reproducidas continuamente por este proceso, el poder de una clase dirigente es en gran medida el poder sobre los medios de producción y la fuerza que garantiza que esa producción continue, pero raramente es un poder sobre la naturaleza del modo de producción en sí. En este sentido, ni siquiera aquellos en la cúspide de un sistema pueden escoger simplemente cambiarlo, pues su posición está limitada por dinámicas inerciales en buena medida fuera de su control.[15] Esto es particularmente cierto para el capitalismo, donde la clase emana continuamente del circuito de capital.
El conflicto de clase, por tanto, no designa simplemente el tira y afloja entre dos grupos de interés sino un conflicto más fundamental sobre la clase misma: cuando el circuito de acumulación empieza a desmoronarse, el interés fundamental de la burguesía es restaurarlo por cualquier medio necesario, mientras el impulso de lo que solía llamarse un proletariado con «conciencia de clase» es la ruptura continua del circuito, que abre el potencial de la autoabolición del proletariado como clase mediante la revolución. Es esta una distinción importante, porque deja claro que los movimientos de masas aún pueden ser movilizados al servicio de la restauración de la acumulación, aunque tengan la apariencia de un conflicto de clase. De hecho, el poder de clase de la burguesía necesita la participación del proletariado en casi cada etapa de su despliegue. La actividad que define a la burguesía como clase (aparte de su actividad componente cotidiana, como poseedores de capital y aquellos que extraen la plusvalía del trabajo de la inmensa mayoría) es el mantenimiento perpetuo de la comunidad material de capital. Es en este sentido que el Partido Comunista Chino se convirtió en última instancia en un partido del capital, actuando como asistente de la acumulación original y como el órgano de gestión intra-clases para la burguesía nacional.
Dado que la clase no es estática, sino un proceso emergente, solo podemos entender el crecimiento de un sistema de clases capitalista en China mediante su relación con la naturaleza cambiante de la producción. Ni siquiera las muchas reformas que trajeron al partido intelectuales y, más tarde, a hombres de negocios, hubieran podido garantizar la existencia de una clase capitalista sin la creación simultánea de su polo opuesto, mutuamente dependiente: el proletariado. Los relatos que exageran las primeras etapas de la formación de una clase dirigente, por tanto, tienden a colocar estas reformas internas en el centro de la narrativa. Aunque es verdad que una concentración de poder intensificada en la clase burocrática (combinada con la purga política de líderes de baja extracción que empezó con el arresto en 1976 de la Banda de los Cuatro) ayudó ciertamente a facilitar una creación tranquila de una clase capitalista, el mero cambio y concentración de poder dentro de una burocracia no la convierte en una burguesía. En realidad, estas reformas fueron simplemente precursores importantes, que solo podían ser completados con el surgimiento de relaciones de mercancía, la proletarización de la inmensa mayoría de la población y la existencia de una amplia exposición a la economía global.
El periodo que estudiamos aquí es en gran medida la era de tales precursores, más que la era en la que un clase plena y claramente capitalista empuñase el poder. Esto implica que los conflictos faccionales siguieron dentro de la burocracia durante todo el periodo, ayudando a menudo a facilitar el proceso cíclico de reforma y retirada que marcó el periodo. Pero el proceso de componer una nueva clase capitalista es muy contingente, y aunque la transición ni es causada ni completada por la «traición» de la clase dirigente precapitalista, el carácter local de esta clase en formación puede ejercer una influencia desproporcionada sobre la trayectoria de la transición. Comparar el colapso de la Unión Soviética y la subsunción del régimen de desarrollo chino debería ser una prueba lo suficientemente clara de este hecho. En el caso chino, la nueva clase dirigente desarrolló su forma inicial como una alianza, y luego fusión, de élites políticas y técnicas que habían ascendido al poder de alguna manera separadamente dentro de la turbulenta estructura de clases del régimen de desarrollo. Antes de que fuese una burguesía, por tanto, la clase capitalista tomó su forma preliminar como una clase de «ingenieros rojos» que había ascendido al poder mediante la maquinaria del partido, dándole un interés particular en asegurar la estabilidad del partido mismo. Fue esta estabilidad la que permitió al partido nutrir el crecimiento de una nueva burguesía.[16]
Las vacilaciones en las reformas educativas son clave para este proceso, pero las categorías que se utilizan pueden a menudo llevar a confusión. Buena parte de la discusión sobre la violencia en la Revolución Cultural, por ejemplo, destaca los ataques a los «intelectuales» o aquellos cuyas familias tenían orígenes de clase «contrarrevolucionarios». El giro a las reformas, mientras tanto, fue testigo de la abolición de las designaciones oficiales (que se habían convertido de facto en hereditarias) y un movimiento para la reapertura de universidades, ofrecer ser miembros del partido a grupos anteriormente vetados y hacer volver a los jóvenes rusticados a la ciudad (y a menudo a las universidades de nuevo reabiertas). En la narrativa que ve las reformas como algo inicidado por un acto de traición, este parece ser un cambio en el que aquellos anteriormente designados «contrarrevolucionarios» estaban ahora retomando el poder –como si la transición fuese puramente un deslizamiento hacia atrás, dirigido por las mismas fuerzas que habían encabezado la primera transición frenada en la era republicana–. Pero este no es el caso. Muchos de los que tenían malos orígenes de clase bajo el régimen de desarrollo habían, para este momento, heredado esas designaciones de padres que habían transmitido pocos privilegios de clase prerevolucionarios, si alguno, el más importante de los cuales sería por supuesto la transferencia intergeneracional de riqueza. Por esta cuestión precisamente la educación sería tan importante en los debates sobre el poder de clase en las postrimerías del régimen de desarrollo.
Pero incluso la categoría de «intelectual» es engañosa. En su actual connotación en español, este término parece implicar una determinada facción académica o artística de élites, quizá como mucho estirándose para incluir el trabajo de think tanks, planificadores políticos y otros que actúan en la esfera política o en calidad de asesores. Hoy el término apenas cubre los papeles interpretados por ingenieros u otros con un conocimiento técnico de alto nivel. No obstante, dada la importancia dada a la edución en el régimen de desarrollo, aquellos con estos conocimientos técnicos constituían una gran parte de los «intelectuales» que se encontraban en el centro de los debates sobre política educativa. Y no hay ambigüedad sobre hacia qué lado cayeron estos debates: mientras tan tarde como 1985 »el grueso de miembros del partido eran todavía de clases con una educación pobre» la composición estaba cambiando rápidamente, «pasando los nuevos miembros categorizados como intelectuales del 8 por ciento en 1979 al 50 por ciento en 1985».[17] Pero esta no era en ningún caso una nueva generación de la vieja clase precapitalista de intelectuales clásicos. Por el contrario, «el núcleo de la Nueva Clase estaba formado por cuadros y expertos rojos [esto es, aquellos con poder político] que se habían formado en Tsinghua y otras universidades durante la era comunista.»[18] En ese mismo periodo se produjeron jubilaciones masivas en el partido, especialmente entre los ahora viejos miembros que se habían unido antes o justo después de la revolución –muchos de ellos campesinos o trabajadores con poca educación en ese momento– cambiando el equilibrio en favor de estos nuevos miembros.[19]
El flujo de «intelectuales» al partido era en realidad el flujo de aquellos con una elevada formación técnica e influencia política preexistente (a menudo hijos de aquellos que habían tenido posiciones de privilegio dentro del régimen de desarrollo). Por encima de todo esto, muchos habían sufrido un cierto grado de dificultades durante la Revolución Cultural, como la rusticación o los ataques a sus familias –aunque notablemente no las masacres, aplastamientos militares y largas sentencias de prisión infligidas a los trabajadores radicales–. Aunque más tarde el foco educativo de estas nuevas élites se diversificaría algo, en los primeros años la ciencia y la ingeniería dominaban. La tendencia quedaba clara a medida que estas élites se graduaban en las posiciones más altas en el partido: «La proporción de miembros del Buró Político formada por individuos con títulos en ciencia e ingeniería había crecido enormemente, aumentando de cero en 1982 a el 50 por ciento en 1987, el 75 por ciento en 1998 y el 76 por ciento en 2002.»[20] Durante el XVI Congreso del Partido en 2002, «los nueve miembros del Comité Permanente del Buró Político, los hombres más poderosos del país, tenían formación como ingenieros, y cuatro, incluido Hu [Jintao], habían sido alumnos de Tsinghua».[21] Solo las dos últimas décadas han visto la composición educativa de la clase capitalista en China empezar a desplazarse más hacia la norma global –precisamente cuando la base de la estructura de clases tomase una forma plena mediante las privatizaciones en masa, permitiendo a esta clase precursora de ingenieros rojos convertirse por fases en una clase propiamente capitalista-.
Antes de este punto, sin embargo, la naturaleza preliminar de esta nueva clase también implicaba que los privilegios aún se concedían mucho más fácilmente a quienes tenían conexiones políticas y formación técnica que a quienes controlaban directamente la producción. Cuando se produjo la privatización a gran escala, no fue coincidencia que los gerentes de empresas de propiedad estatal exitosas y los funcionarios locales y provinciales aliados con ellos procediesen en gran parte de esta clase en formación. La privatización supondría que «la mayor parte de las empresas de propiedad estatal y colectivas se convirtiesen en la propiedad de sus gerentes», completando la transición formal de poder de un mero privilegio político a la propiedad directa de los medios de producción.[22] Esto también significaba que la riqueza de estas élites estaba vinculada mucho más directamente con el circuito de producción de valor, creando una dependencia mutua (si bien desigual y explotadora) entre la clase dirigente y el proletariado.
No obstante, la herencia de los «ingenieros rojos» arrastraría una cierta inercia. El sistema clientelista creado dentro del partido se mostraría pronto una forma eficiente de movilizar capital e impedir conflictos faccionales desestabilizadores entre miembros de la clase dirigente. Los mecanismos disciplinarios del estado del régimen de desarrollo, supervisados por burócratas «rojos», se convertiría también en algo útil para establecer y mantener las condiciones necesarias para la continuación de la acumulación. Quizá de la manera más directa: el importante rol que se le concedería a las recientemente mercadizadas EPE (transformadas en conglomerados globales) aumentó el poder de los gerentes de alto nivel y otros que habían ascendido en la escalera de la ingeniería industrial en la época de la transición, produciendo algunos de los capitalistas más ricos que dirigen algunas de las corporaciones más poderosas del mundo hoy. En general, esta inercia daría como resultado finalmente la división entre capitalistas «dentro del establishment» (体制内) y aquellos «fuera», presagiando futuros grandes conflictos.
La resurección del sur
Los diez años que van desde principios de los años 90 al amanecer del nuevo milenio fueron un periodo en el que la economía interior de China empezaría a estar plena y directamente integrada en el mercado capitalista global, dejando de estar aislada por los «compartimentos estanco» impuestos sobre la moneda y el comecio de mercancías durante la década anterior.[23] Los 90 serían también testigos de cómo el carácter costero de la nueva estructura industrial de China tomaba plena forma, estableciendo una nueva división geográfica que atravesaba y agudizaba la desigualdad de la era socialista entre lo urbano y lo rural. El desarrollo costero y la integración global empezaron con una nueva ola de inversión directa extranjera tras el contenimiento con éxito por parte del estado de la crisis urbana de 1989, que había estado marcada por una rápida inflación y un descontento social generalizado. Cuando los levantamientos en Pekín y otros lugares fueron aplastados y la inflación bajada mediante un periodo de recorte económico, el estado chino mostró su estabilidad, en agudo contraste con la ola creciente de levantamientos populares por todo el bloque socialista. Aunque los gobiernos occidentales buscaron una serie de sanciones tras el ampliamente publicitado Incidente de la plaza Tiananmen, el capital había empezado ya a llegar a raudales desde la red de bambú.
A los inversores extranjeros se les dio una fuerte señal con la «Gira por el sur» (南巡) de Deng Xiaoping en 1992, que fue tanto una declaración simbólica del compromiso de la administración con la continuación de las reformas como un anuncio de que un amplio rango de nuevos sectores, incluido el inmobiliario, se abrirían a la inversión extranjera. Particularmente importante desde el punto de vista de la integración en el mercado global fue una nueva política que permitía a los manufactureros con financiación extranjera la oportunidad de vender en el rápidamente creciente mercado interior a cambio de inversión. Este paquete de políticas de reforma fue ratificado en el XIV Congreso del Partido en octubre de 1992, la primera vez que el nivel más alto del partido apoyaba formalmente la adopción de China de una «economía socialista de mercado».[24] El cambio en la retórica justificaba un apoyo renovado a fuerzas del mercado interior en múltiples frentes: recorte aún más de los restos de la planificación centralizada, extensión de los precios de mercado a la mayor parte de la economía, institución de un nuevo sistema de impuestos que trataba más equitativamente a la propiedad privada y el dar a las empresas de propiedad estatal más capacidad para despedir trabajadores. Al mismo tiempo, el cambio simbolizaba el final del atrincheramiento conservador respecto a la inversión extranjera. Se permitió a empresas privadas nacionales formar empresas conjuntas con firmas extranjeras, las bolsas de Shenzhen y Shanghai (fundada y reabierta, respectivamente, unos años antes) permitían ahora a extranjeros la compra de un número limitado de acciones por primera vez, y la tasa de cambio dual fue abolida en favor de una tasa de mercado unificada (muy regulada) en 1994.[25] Todo esto abrió la puerta a la reestructuración fundamental que se produciría durante la década, liquidando de hecho la vieja clase urbana de trabajadores industriales consumidores de grano.[26]
El crecimiento de las exportaciones ya había asegurado que China tuviese un gran y creciente excedente comercial, que ayudó a disminuir el miedo a encontrarse con el tipo de problemas de pago que habían plagado la era del comercio basado en el petróleo. Aseguradas por este excedente, las reformas fueron seguidas por un aluvión de inversión extranjera en los nuevos centros costeros. En 1993, la IED alcanzó los 25 mil millones de dólares, que era «casi un 20% de la inversión fija nacional», y la participación en la producción industrial nacional de firmas con inversión extranjera en ese mismo año «puede haber sobrepasado el 10%».[27] Aunque el papel continuo representado por el estado chino establecería comparaciones entre el «Milagro chino» y sus predecesores en Taiwán, Corea del Sur y Japón, este periodo de rápido crecimiento fue mucho más dependiente de la inversión extranjera y mucho menos dirigido por grandes monopolios de propiedad estatal (o simplemente bien conectados) que en ninguna otra economía «milagro». En 1991, con la IED entrante en algo más del 1 por ciento de su PIB, China ya había igualado o superado la relación IED / PIB alcanzada por Japón, Corea del Sur y Taiwán durante sus booms industriales o sus últimos períodos de internacionalización. En 1992, la proporción había subido a más del 2 por ciento, y en 1994 alcanzaba un asombroso 6 por ciento, haciendo que el auge chino fuese mucho más comparable con olas de crecimiento similares dirigidas por la exportación experimentadas en el sudeste asiático, «donde entradas de flujo de alrededor del 4%-6% del PIB habían sido comunes.»[28] Pero incluso esto se queda corto, pues el interior menos desarrollado de China actúa como un amortiguador estadístico cuando estas cifras se promedian para el país en su conjunto. En las provincias de Guangdong y Fujian –ambas comparables en población y extensión con muchos países del sudeste asiático– el periodo entre 1993 y 2003 sería testigo de una IDE anual media respecto al PIB provincial del 13 y el 11 por ciento respectivamente.[29]
La nueva geografía de producción era pronunciada: entre 1994 y 1998, la Región Sudeste en su conjunto (Guangdong, Fujian y Hainan) contribuyó con un 46 por ciento de todas las exportaciones de China, seguida por el Bajo Yangtze (Shanghai, Jiangsu y Zheijiang) con el 21 por ciento y el núcleo industrial de la era socialista del Noreste con el 23 por ciento. El resto de provincias contribuían entre todas con un simple diez por ciento.[30] Este desequilibrio no era una coincidencia. Por un lado, señalaba la ascendencia del comercio marítimo y los centros logísticos costeros. Por otro, era también una reliquia de redes de mercado precapitalistas mucho más viejas que se remontaban a las dinastías Ming y Qing, ahora renacidas bajo la forma de la red de bambú. Guangdong y Fujian eran las dos grandes provincias de origen de la mayoría de las familias chinas de ultramar –e incluso aquellos que habían vivido en el sudeste de Asia durante décadas conservaban a menudo algún tipo de lazo lingüístico, familiar o al menos cultural con estos lugares. En muchos casos, estas conexiones eran bastante directas, con emigrantes recientes en Hong Kong y Taiwán buscando volver a conectar con parientes que se habían quedado en la zona continental tras la revolución. En Dongguan, por ejemplo, los residentes «tenían al menos 650.000 parientes en Hong Kong y Macao» en 1986, «y otros 180.000 (huaqiao) en otros países extranjeros, principalmente en Norte América.» Hasta «la mitad de los contratos que habían sido firmados [por cuadros locales] lo fueron con antiguos residentes de Dongguan viviendo ahora en Hong Kong.»[31] Pero incluso a chinos de ultramar que habían vivido durante varias generaciones en otros países el estado chino les concedió términos de inversión extremadamente favorables, y el capital de la red de bambú fue tratado frecuentemente como si fuese una fuente interna. El temprano ascendente del delta del río de la Perla y, en un grado menor, de lugares como Xiamen en Fujian era por tanto resultado directo de estas conexiones globales. Una vez estas áreas habían sido industrializadas, ejercieron una enorme fuerza de gravedad para la mano de obra y la inversión, asegurando su posición aunque empezaran a llover nuevas fuentes de IED al pais en el curso de los años 90.
Aunque Hong Kong y Macao siguieron siendo fuentes dominantes de inversión, la importancia de Taiwán creció rápidamente y la IED desde los EEUU, la UE y Japón (a menudo mediante holdings libres de impuestos en las Islas Vírgenes) llegó a chorros. La importancia de las empresas de propiedad totalmente extranjera en la inversión total realizada también empezó a crecer, alcanzando un máximo a finales de los 80 y de nuevo a mediados de los 90.[32] Pero el rol de la inversión directa por parte de los países desarrollados seguiría contenido, con la IED de los EEUU, la UE, Japón y Canadá suponiendo solo una cuarta parte de la IED entrante acumulada entre 1985 y 2005. En comparación, «a nivel mundial, los países desarrollados representaron el 92% de la IED en 1998-2002».[33] Mientras tanto, el volumen absoluto de inversión internacional se disparó, alcanzando niveles de récord en el cambio de milenio. Tanto la inversión total en China como la participación de China en el creciente total global aumentó notablemente en este periodo. Solo los EEUU y el Reino Unido recibieron más IED entrante en estos años, y ambos fueron superados por China en el siglo XXI. De todos los países en desarrollo, la participación de China en la IED mundial fluctuó entre el 20 y el 50 por ciento.[34] Esto señalaba no solo la propia dependencia de China del capital extranjero y las industrias de exportación, sino también su creciente capacidad para superar a sus competidores en el sudeste asiático para asegurar esta inversión.
Volver a centrarse en Asia oriental
Las tendencias de la tasa de beneficios de los mayores productores del mundo definieron este proceso. No es una coincidencia que, por ejemplo, el boom de la inversión china se produjese al mismo tiempo que la breve recuperación de la rentabilidad experimentada por la industria de los EEUU, particularmente la manufacturera. En los 90 se produjo un aumento continuo del PIB en los EEUU en el mayor periodo sin recesión nunca experimentado (justo por debajo de una década)[35] unido a una disminución del desempleo, baja inflación y aumento de la productividad debido al crecimiento de la computerización. El crecimiento del empleo alcanzó niveles récord, el crédito al consumidor siguió expandiéndose y le siguió un auge del consumo. Todo esto fue facilitado, a su vez, por el abaratamiento de los bienes de consumo producidos vía cadenas de suministro en la Cuenca del Pacífico, con China pudiendo asegurar proporciones crecientes de este comercio a lo largo de la década –en última instancia a expensas de sus competidores del sudeste asiático–.[36] En este periodo, la industria manufacturera china, con un uso significativamente más intensivo de mano de obra y baja tecnología no amenazaba a los productores de alta tecnología estadounidenses, pues se especializó en bienes mucho más abajo de la cadena de producción. Este tipo de producción simplemente no era viable dentro de los EEUU (debido a salarios más altos) y no obstante los beneficios a menudo iban a parar a corporaciones estadounidenses mediante jerarquías de contratos. Pero la demanda estadounidense era solo parte de la imagen. Al final, el ascenso chino solo pudo ser asegurado mediante varias crisis.
Primero, el estallido de la burbuja de las acciones hizo que el poder de Japón en la región se redujese. Los Acuerdos del Plaza habían dificultado enormemente la producción interna japonesa, llevando a una rápida salida de capital hacia el exterior a partir de mediados de los años 80, junto a la especulación en el interior. Cuando estalló la burbuja en 1990, arrojó a la economía japonesa a dos décadas de estancamiento relativo. Incluso antes de los Acuerdos del Plaza, la rentabilidad ya había disminuido y la mayor parte de las firmas japonesas habían respondido con una avalancha de capital en instrumentos financieros especulativos y el boom de los mercados inmobiliarios. Tras el estallido de la burbuja, les dejó con una carga de una masa de acciones gravemente desinfladas y grandes pagos de intereses por los créditos obtenidos durante el auge. Aunque los beneficios se mantuvieron estables, estas firmas tuvieron que dirigir cada vez más sus ingresos hacia el pago de esta deuda, más que a financiar nuevas inversiones. Esto a pesar de la disponibilidad inmediata de préstamos a intereses extremadamente bajos ofrecidos en nombre de la estimulación de una recuperación económica. La tradicional respuesta monetarista a la crisis (aumentar la liquidez y la oferta de dinero) se estancó ante el desplome de la demanda de nuevos créditos a medida que las firmas buscaban rectificar sus hojas de balance. El estado japonés intervino por tanto para mantener la economía a flote, proporcionando un nivel de demanda base para el sistema bancario y la canalizacion del dinero a nuevas infraestructuras y otros proyectos vagamente keynesianos. Aunque esto fue insuficiente para estimular una recuperación plena, podría decirse que evitó un colapso total.[37] El resultado fueron dos Décadas Perdidas de crecimiento extremadamente lento, desempleo persistentemente alto (aunque no abrumador), aumento de la precariedad entre la mano de obra y un sentimiento nacionalista en lento crecimiento.
Para China, el resultado del declive japonés fue claro. El capital japonés era demasiado débil en este periodo para actuar como un contrapunto importante a la red de bambú, aunque fue la inversión japonesa la que había estimulado buena parte de la primera acumulación de la red. Al mismo tiempo, tasas internas de crecimiento bajas todavía garantizaban un flujo estable de IED de Japón a China y otros lugares. A diferencia de la IED con destino a China procedente de la red de bambú, los fondos japoneses no estaban tan centrados en Guangdong y Fujian. El comercio China-Japón, por el contrario, ayudó a estimular el boom de la costa central y norte, en particular en Shanghai, el mayor receptor de inversión japonesa en los 90. Entre 1991 y 1994, la IED japonesa en China creció a una tasa del 53 por ciento por año.[38] Llegó a su pico en 1995 con 4,5 mil millones de dólares, o aproximadamente el 8,8 del total de IED en China, para luego disminuir durante la segunda mitad de los 90, alcanzando un mínimo en los años de la Crisis Financiera Asiática antes de rebotar en el nuevo milenio.[39] Pero a pesar de continuar su prominencia como inversor (y su dominio en I+D y patentes de alta tecnología) el capital japonés se vio ahora forzado a compartir influencia con la red de bambú, y por tanto no pudo imponer las jerarquías japoncéntricas más rígidas sufridas en otras partes de la región. Mientras tanto, los capitalistas en la red de bambú (así como aquellos en Corea del Sur) verían pronto aumentar la interdependencia económica con la zona continental china como una alternativa rentable a la dependencia de Japón.
El segundo gran punto de inflexión fue la Crisis Financiera Asiática, que empezó en Tailandia en 1997. Las tasas de beneficios de la manufactura tailandesa, la construcción y los servicios habían empezado a diminuir ya en 1990. Mucho más dependientes de las exportaciones que los precedentes japoneses, surcoreanos o taiwaneses, la manufactura había empezado a enfrentarse a límites verticales y horizontales debido a su posición en las jerarquías del comercio mundial. Primero, las empresas tailandesas eran incapaces de aplicar con éxito tecnologías de ahorro de la mano de obra, impidiéndolas subir en la cadena de valor. Segundo, estaban atrapadas en una «crisis de realización» que creció en intensidad durante los años 90, en los que los productores tailandeses fueron incapaces de asegurar una porción de la demanda de mercado suficiente frente a una competencia creciente, particularmente de China. El estancamiento en Japón significaba también que la demanda del consumo en la mayor economía de Asia se desplomaba. Los EEUU y Europa se convirtieron por tanto en los mercados de exportación más importantes, y la competición por el acceso a estos mercados se convirtió cada vez más en un juego de suma cero. Con la participación china en el mercado de importaciones de los EEUU creciendo del 3,1 por ciento en 1990 al 7,8 por ciento en 1998, la magra y estancada proporción de Tailandia del 1,4 por ciento durante el mismo periodo era prueba de esta «crisis de realización» y, unido a salarios en aumento en la manufactura, llevó al rápido crecimiento de la inversión especulativa en banca, seguros e inmobiliaria, similar en carácter a la burbuja de acciones japonesa.[40]
Mientras tanto, las reformas monetarias chinas de 1994 tuvieron el efecto de devaluar el yuan pero no hacer flotar la divisa completamente, aumentando aún más la competitividad a la vez que mantenía un nivel moderado de aislamiento de la especulación monetaria. La IED en Tailandia llegó a un punto mínimo ese mismo año, y cuando se recuperó, el grueso de la inversión fue al sector inmobiliario, más que a la manufactura. Todo esto fue facilitado por una ola de medidas de liberalización y desregularización impulsadas por el estado tailandés. Los límites al sector financiero fueron levantados y, lo que es más importante, frente a una deuda creciente, «el estado desmanteló la mayor parte de los controles de divisas y abrió el Servicio Bancario Internacional de Bangkok, que permitía que obtener préstamos en el extranjero en monedas extranjeras y la reconversión en baht tailandés», que se mantuvo «vinculado a una canasta de monedas favoreciendo al dólar» y luego flotó en 1997.[41] El resultado final fue el colapso de la burbuja inmobiliaria seguido por una ola de especulación monetaria que arrojó a toda la región a la crisis. En Tailandia, los salarios reales cayeron debido a una combinación de devaluación e inflación y el desempleo aumentó más del doble. Los trabajadores despedidos fueron al campo, elevando la tasa de pobreza rural y llevando a una ola de agitación populista. En Indonesia, la inflación creció rápidamente, una ola de disturbios antigubernamentales y antichinos agitó al país, y el régimen de Suharto fue forzado a dimitir. En Corea del Sur, el mercado de acciones se hundió, las instituciones financieras colapsaron, varios chaebols fueron reestructurados, comprados o entraron en bancarrota, y el FMI tuvo que intervenir para rescatar al gobierno gravemente endeudado.
Aunque el crecimiento y la inversión en China también disminuyeron, lo peor de la crisis fue evitado. Los EEUU siguieron siendo un fuerte mercado para la exportación (y se haría aún más importante tras su propia burbuja dot.com), el yuan estaba protegido de una especulación rampante, la tasa de beneficio de la manufactura seguía robusta y, lo que es más importante, todos los grandes competidores regionales de China estaban básicamente eliminados. El resultado fue que, para el fin del milenio, la zona continental de china se convertiría en el centro de una nueva Sinosfera de capital, pronto capaz de superar a los japoneses en la hegemonía económica en la Cuenca del Pacífico. Quizá lo que sea más importante, esta secuencia de crisis financieras asiáticas era una justificación convincente para nuevos experimentos de control monetario, finanzas y la gestión de grandes conglomerados, destacando la capacidad de la clase capitalista china, coordinada por el partido-estado, de intervenir en peligrosos ciclos de especulación dirigidos por los intereses provincianos de pequeñas fracciones de la clase. Esta lógica de protección monetaria y supevisión de la gestión definiría la reestructuración de las industrias fundamentales en el cambio de milenio. Pero la integración de China en el mercado nunca pudo ser completamente inmune a las mismas dinámicas que habían afectado a sus vecinos.
Deudas
Aunque en última instancia fuesen claves para su éxito, estas crisis regionales, combinadas también con nuevos límites internos, amenazaron la estabilidad de la transición china. Otro periodo de recorte de gastos había seguido a los sucesos en Pekín en 1989, cuando líderes reformistas fueron purgados del partido, la inflación fue contenida y los planificadores buscaron de nuevo reducir la extensión del mercado. Pero el intento mismo de restringir la fuerza del mercado solo creo las condiciones para que se extendiese aún más. Por un lado, la supresión de la agitación generada por la desigualdad de la transición ayudó a restaurar la estabilidad en la economía, y esta estabilidad convencería a los inversores internacionales de que las condiciones eran lo suficientemente seguras como para garantizar futuros retornos.[42] Por otro lado, la agitación era una señal de crisis más profundas. Durante los años 80, los líderes locales eran animados a canalizar cantidades masivas de capital a las ECP y el desarrollo inmobiliario comercial, independientemente del riesgo. Para facilitar este proceso, cientos de bancos no regulados surgieron por todo el país, convirtiéndose en una inversión presuntamente lucrativa en el proceso. La inexistencia de una política financiera se había unido al boom del crecimiento para crear una enorme burbuja de ECP, probablemente la primera crisis claramente capitalista de la nueva era. A principios de los 90, estaba claro que muchas ECP simplemente no eran productivas, los bienes inmobiliarios comerciales a menudo estaban extremadamente sobrevalorados y los nuevos bancos estaban compuestos principalmente de créditos incobrables.
Mientras tanto, como los sucesos en Tiananmen habían sido testigos de un breve embargo del crédito decretado contra el país, el déficit comercial había crecido justo cuando el acceso a la financiación externa estaba temporalmente limitado. Parte de los recortes, por tanto, fueron un intento deliberado de reducir la demanda doméstica para la inversión imponiendo cuotas estrictas y suprimiendo los aumentos de salario. El crédito bancario se ralentizó, creciendo solo un 10,6 por ciento entre 1988 y 1989, comparado con casi el 30 por ciento en años anteriores. Le siguió una bajada de la inversión fija, disminuyendo el ocho por ciento en 1989, y desplomándose «del 32% del PIB en 1988 al 25% en 1990.»[43] El estado aumentó de nuevo su participación en el total de inversión, y las demandas de los urbanitas fueron cubiertas parcialmente con un foco renovado en la protección a las EPE de los efectos de la austeridad. Pero aparte de unas pocas políticas preferenciales por los urbanitas, nuevos controles de precios (especialmente sobre bienes de producción) y algún aumento en las asignaciones de la planificación, los conservadores dentro del partido fueron incapaces de ofrecer algún plan realmente extensivo para hacer retroceder las reformas o incluso solucionar los muchos problemas que habían surgido de la inestabilidad de la transición. Por el contrario, parecían condenados a repetir el mismo programa mínimo e insuficiente que había sido ofrecido cada vez que las reformas parecían salirse de control. Y, de nuevo, los efectos fueron inducir una recesión que ayudó a limpiar el mercado, restaurar la estabilidad y crear las condiciones para una nueva ola de reformas.[44]
La recesión vio disminuir el consumo junto con la inversión, retirando los hogares el dinero que pudiesen de programas especulativos y poniendo sus ingresos en cuentas de ahorro. La caída de la demanda eliminó también la escasez persistente que se había formado en los últimos años de los 80, y esto a su vez permitió que el mercado se reorientase hacia fuentes menos especulativas de demanda. A pesar del embargo del crédito, los mercados extranjeros siguieron abiertos a las exportaciones chinas y las ZEE a la IED. Por primera vez, las exportaciones empezaron a superar de manera constante a las importaciones como proporción del PIB.[45] Mientras tanto, el desempleo aumentaba, especialmente en las áreas rurales, proporcionando un aún mayor ejército de reserva de mano de obra para los centros de producción en la costa. Unido al colapso de los regímenes socialistas en todo el este de Europa (y pronto la URSS misma), la creciente población excedente parecía presagiar futuros descontentos. Pero los conservadores no tenían ningún plan funcional para reiniciar el crecimiento o para incorporar esta población de vuelta a la economía planificada. Mientras tanto, la inversión extranjera ya había empezado a volcarse desde nuevos lugares como Taiwán, ansiosa por explotar los mismos factores que habían empezado a catapultar a Hong Kong para convertirse en un centro global de finanzas.[46]
El intento de proteger a las EPE urbanas de lo peor de la recesión, aunque tuvo un éxito marginal en sofocar mayor descontento entre los trabajadores, en última instancia provocó un desplazamiento del lento crecimiento de la rentabilidad dirigido por la competitividad visto a finales de los 80 a un rápido hundimiento de la rentabilidad en 1989 y 1990. A medida que la proporción de EPE sin beneficios empezaba a crecer, el sector estatal se volvió cada vez menos fiable como fuente de financiación. Esto recortó aún más el potencial del estado para actuar como un reemplazo para el mercado.[47] Mientras estas tendencias seguían erosianando la base de cualquier retorno a gran escala a la planificación, una nueva agenda reformista era improvisada como respuesta a las muchas políticas macroeconómicas a las que los conservadores parecían incapaces de enfrentarse. Un punto central de esta agenda fue la reforma y consolidación del sistema bancario, que modernizaría el acceso a los ahorros de los hogares. Fue esta una reforma fundamental, que atajaría las crisis recurrentes de inversión estatal y colocaría el sistema financiero sobre unas bases completamente nuevas. Un cambio así había sido posible solo porque el aumento de los ingresos (ahora más a menudo monetizados) había garantizado que los ahorros personales hubiesen estado aumentando rápidamente a partir de 1978. Pronto, esta masa de ahorros de los hogares serviría como la fuente única más importante de inversión, capaz de reemplazar la disminición de las contribuciones del sector de propiedad estatal.[48]
En el momento de la llegada del periodo de transición, no había un verdadero sistema bancario en China, y el único modelo financiero fácilmente disponible era una borrador de proyecto dejado por los consejeros soviéticos en los años 50. Nominalmente, solo había un banco: el Banco Popular de China (BPC), que era un subdepartamento en el Ministerio de Finanzas, empleando solo a ochenta personas en 1978 y no cumpliendo casi ninguna de las funciones asociadas a la banca. Pero el auge de las ECP en los años 80 aumentó la demanda de inversión y dejo clara la necesidad de una infraestructura de inversión fuera del aparato de planificación que fuese capaz de tratar con la dispersión y complejidad de la estructura industrial emergente. El resultado fue una rápida y básicamente incontrolada proliferación de instituciones financieras a lo largo de los años 80, en las que se incluye de todo, desde bancos a tiendas de empeño: «En 1988, había 20 instituciones bancarias, 745 compañías de crédito e inversión, 34 compañías de seguro, 180 tiendas de empeño y un número desconocido de compañías financieras [incluidos ‘bancos’ locales y cooperativas de crédito] extendidas caprichosamente por todo el país.» Todo esto fue hecho en nombre de la «modernización» financiera con nuevas instituciones financieras surgiendo en todos los niveles de gobierno y reflejando de este modo la descentralización de la infraestructura de planificación que se había producido en medio de la era socialista.
Durante este boom, fueron en realidad los cuadros del partido de nivel local quienes tuvieron el poder institucional sobre el sistema bancario y condujeron su rápida expansión. A lo largo de la década, en el BPC, por ejemplo, los gerentes de las ramas superiores eran nombrados por órganos locales del partido en lugar de por el estado central. Igual que en el aparato descentralizado de planificación de la era socialista, el interés estructural de los comités locales del partido era estimular el crecimiento, pues su desempeño político era medido por la producción económica de sus distritos. Ahora, sin embargo, el crecimiento ya no era medido solo en términos de pura producción, sino a menudo en valor, y específicamente «valor añadido» para la exportación. Al mismo tiempo, estaba el beneficio añadido de malversar fondos, firmando contratos lucrativos con Hong Kong (denominados en valiosos dólares de Hong Kong o estadounidenses), y beneficiarse directamente de la labor de los trabajadores en las nuevas empresas. En el pasado, similares presiones estructurales habían incentivado a los cuadros a exagerar la producción, particularmente en productos industriales o agrícolas clave, para asegurar más material del aparato de inversión del estado central. El mismo tipo de exageración se produjo en los años 80, pero ahora tenía una apariencia más claramente especulativa: todos los sectores inmobiliarios y de ECP del distrito eran presentados como industrias con un crecimento irrefutable, con cada nueva ola de inversores interesada en mantener la ilusión, al menos hasta que pudiesen vender sus acciones. Más que exagerar la producción para asegurar inversión adicional del estado central, los gobiernos locales creaban su propia infraestructura financiera inconsistente, especulativa y extremadamente volátil para atraer la masa creciente de beneficios flotantes fuera del plan y fondos privados de inversión. Entre 1984 y 1986, el número de préstamos creció más de un 30 por ciento cada año, para luego bajar ligeramente hasta algo por encima del 20 por ciento anual desde 1987 a 1991. Esto, a su vez, estimulaba una inflación rampante, y cuando el estado intentó imponer algún control administrativo sobre el nuevo sistema financiero el resultado fue una gran demanda en las sucursales bancarias locales, lo que ayudó a avivar el descontento en los años finales de la década.[50]
El recorte conservador, sin embargo, buscaba simplemente restringir el crédito, reprimendo la inversión total con la esperanza de volver la economía a la infraestructura de planificación. Pero el sector de propiedad estatal ya era demasiado dependiente de la economía no planificada, y el intento solo aceleró su atrofia. Aparte del anémico plan y el nuevo sistema bancario volátil, simplemente no había ninguna otra infraestructura para la inversión. La revitalización inicial de la reforma que siguió al recorte, por tanto, era dependiente de este sistema financiero extremadamente no regulado y con la tarea de forzarlo a un doloroso periodo de reestructuración. Irónicamente, sería el nuevo régimen reformista quien hiciese estallar la burbuja. Los sucesos de 1989 ya habían demostrado lo volátil que podían ser una inflación rampante y una especulación incontrolada. Ahora, con las EPE entrando en déficit y los bancos que las habían financiado cargados de más y más préstamos incobrables, la necesidad de amplias reformas financieras era evidente. El mismo año de la Gira del Sur de Deng, golpeó una recesión global y la inflación se disparó de nuevo, amenazando la revitalización de la agenda reformista. Pero a diferencia de la década de los 80, los reformistas habían formulado al menos un boceto de solución al problema. Ahora, en lugar de hacia los vagos proyectos dejados por los consejeros soviéticos, el estado se fijó en el sistema financiero estadounidense como modelo. El esfuerzo fue liderado por Zhu Rongji, el antiguo alcalde de Shanghai que fue promocionado a viceprimer ministro en 1991 por su existosa gestión de la ciudad. Concurrente a su mandato, Zhu también sirvió como gobernador del Banco Popular, donde supervisó la política monetaria. En esta doble tarea, empezó a imponer reformas financieras a nivel nacional a partir de 1993, justo cuando la inflación anual en las grandes ciudades había sobrepasado de nuevo el veinte por ciento. La economía fue empujada a otro periodo de austeridad –pero esta vez fue impuesto por la facción reformista, en lugar de por los conservadores–.[51]
En primer lugar, la descentralización fue abordada a múltiples niveles. El sistema impositivo, que se había convertido en un revoltijo de tasas tributarias negociadas localmente, a menudo específicas para cada empresa, sufrió reformas de gran envergadura en 1994. Estas reformas tuvieron como modelo los sistemas federalistas usados en muchos países occidentales, con categorías de impuestos claramente definidas y repartidas entre los gobiernos local y central. Dado el nivel de descentralización que se había convertido en la norma tanto política (desde los años 60 en adelante) como financieramente (desde los años 80), el efecto neto de estas reformas fiscales fue empezar a recentralizar la autoridad fiscal, y aumentar por tanto la capacidad del estado central de llevar a cabo sus propias políticas.[52] Al mismo tiempo, el sistema financiero en sí fue centralizado, consolidando la proliferación de pequeños mecanismos de inversión vagamente definidos en una infraestructura coherente dominada por los «Cuatro Grandes» bancos comerciales de propiedad estatal: El Banco Industrial y Comercial de China (ICBC por sus siglas en inglés), El Banco Agrícola de China (ABC), el Banco de Construcción (CCB) y el Banco de China (BOC). A cada uno de los Cuatro Grandes se le dio un mandato ligeramente diferente, con el ICBC dominando los préstamos y depósitos en las ciudades, el ABC haciendo lo mismo en el campo, el CCB proporcionando financiación a proyectos y el BOC gestionando el comercio exterior y las transacciones de divisas. Junto a los Cuatro Grandes, se formaron tres grandes bancos políticos: el Banco de Desarrollo de China, el Banco de Exportación e Importación y el Banco de Desarrollo Agrícola. A estos bancos se les encargó poner en marcha proyectos políticos anunciados por el estado central, como una infraestructura de construcción a gran escala o la promoción internacional de las exportaciones chinas. En el cambio de siglo, los Cuatro Grandes solos controlarían más de la mitad de todo el capital conservado por todas las instituciones bancarias y los bancos políticos otro cuarto. El resto estaba compuesto de pequeñas cooperativas de crédito, el sistema postal de ahorros y bancos comerciales por acciones, todos ellos dependientes de los Cuatro Grandes, que todavía hoy dominan el préstamo interbancario.[53]
El doble colapso de la burbuja inmobiliaria de Hainan en 1993 y la Guangdong International Trust & Investment Company (GITIC) en 1998 ilustra el arco general de la era: separada de Guangdong y convertida a la vez en una provincia y en una ZEE en 1988, la pobre isla tropical de la provincia de Hainan recibió un repentino flujo de jóvenes especuladores, con inversiones coordinadas por 21 compañías fiduciarias no reguladas, las mayores de las cuales eran en realidad las secciones financieras de gobiernos provinciales. Aunque siguiendo el modelo de Shenzhen, la ZEE de Hainan parecía dejar siempre el desarrollo de la industria de exportación (y la explotación de recursos naturales locales) para un futuro próximo. En cambio, la política de ZEE permitiendo la venta de uso de la tierra animó al grueso de estos especuladores a ir directamente al sector inmobiliario. En el espacio de unos pocos años, «se materializaron 20.000 empresas inmobiliarias –una por cada 80 personas en la isla–. Hasta el puerto fue comprado (por un promotor japonés) y convertido en enormes torres de condominios, pues el terreno industrial se vendía por mucho menos que el residencial. Tras la Gira del Sur de Deng Xiaoping en 1992, reafirmando el compromiso con el proyecto de reformas y la importancia del sur de China en este proceso, parecía que nada podía detener el ascenso de los valores inmobiliarios de Hainan.[54]
Pero en realidad, los inicios de la consolidación financiera de Zhu Rongji destruyeron la confianza de los inversores en la burbuja de Hainan, que empezó a colapsar ya en 1993. El estallido de la burbuja dejó una masa de deudas incobrables que ascendían aproximadamente a un diez por ciento del presupuesto nacional, acumuladas en una sola ZEE en un periodo de cinco años –y a Hainan se le retiró pronto también su estatus de ZEE–. Pero a pesar de este primer colapso de la década, la mayor parte de los problemas financieros más grandes del país persistieron: los déficits en las EPE nunca se habían solucionado y la acumulación de préstamos de dudoso cobro simplemente no podía ser ignorada mucho más tiempo. Esto quedó meridianamente claro con la bancarrota del GITIC en 1998, durante la Crisis Financiera Asiática. Fue «la primera y única bancarrota formal de una gran entidad financiera en China», y el GITIC había controlado buena parte del préstamo internacional que había ido a Guangdong, para entonces la provincia más rica del país.[56] Comparado con las crisis nacionales que golpearon a muchos de sus vecinos en el sudeste asiático, el colapso del GITIC fue relativamente contenido. No obstante, el doble fracaso de Hainan y el GITIC demostró que un sistema financiero dirigido por estas volátiles empresas de inversión y fideicomisos podría amenazar con una crisis financiera similar en China.
Esto estimuló aún más la centralización de los Cuatro Grandes en las manos del gobierno central, pero también llevó directamente a la aplicación del segundo gran componente de la reforma financiera, de nuevo encabezado por Zhu (aunque formulado por Zhou Xiaochuan, presidente del CCB), y de nuevo siguiendo el modelo del sistema estadounidense: el plan era separar todos los créditos incobrables que tenían los Cuatro Grandes en una serie de compañías de gestión de activos, que salvarían entonces lo que pudiese ser salvado de las inversiones originales durante una serie de años –esencialmente el mismo método exactamente usado por los EEUU para abordar la crisis de Ahorros y Préstamos–. Esto repararía la hojas de balance de los Cuatro Grandes y pondría al sistema financiero chino en general más en línea con los estándares internacionales. El proceso, sin embargo, nunca se completó, y su fracaso llevaría al sistema financiero chino a depender de la financiación bancaria, respaldada por los depósitos de los consumidores, y hacerla particularmente propicia a inflar burbujas especulativas cada vez mayores con tal de mantener la inversión.[57]
Auge y caída rural
Estas reformas financieras nacionales tuvieron igualmente un efecto devastador en el campo, donde hacía mucho que se venía gestando una burbuja. Iniciada en los años 80 por la subida de los ingresos rurales, el rápido crecimiento de la industria rural y la resurrección de los mercados rurales, los 90 verían la etapa final de esta burbuja rural, rematada por su colapso. La integración de las ECP con el sector industrial urbano en rápida reestructuración (el nexo EPE-ECP explorado anteriormente), fue un factor de este colapso. Pero más allá de esta dependencia externa, la burbuja rural estaba desgarrada por contradicciones totalmente endógenas que no hacían sino garantizar una caída definitiva. En todo momento la agricultura permaneció fuertemente protegida de las presiones del mercado mundial y la tierra rural siguió siendo nominalmente comunal. Estas mismas protecciones proporcionaron la base para un aumento de ingresos y relativa estabilidad. Unido al rápido crecimiento en buena parte no regulado del crecimiento de la industria rural competitiva, sin embargo, estas condiciones crearían un auge y caída que destruiría definitivamente el campo socialista.
Después de que las protestas urbanas del 89 se hubiesen calmado algo, el estado empezó a volver a aplicar serias reformas de mercado para los subsidios alimentarios urbanos. Estos subsidios alimentarios, un vestigio del régimen socialista de desarrollo, habían actuado para reducir el coste de la vida de la clase trabajadora urbana. Pero los intentos de reestructurar estos programas habían sido suspendidos debido a la inflación rampante causada por las reformas de los precios en 1988 y 1989 y el descontento que siguió. Irónicamente, por tanto, fue la supresión violenta y decidida de estas protestas urbanas lo que hizo que las reformas impopulares fuesen posibles. El nuevo paquete de reformas era una continuación de intentos anteriores de reducir el impacto de los subsidios sobre los gastos estatales, que habían subido de nuevo en respuesta a la inflación de finales de los 80. Pero, a diferencia de los primeros 80, esta vez el estado atacó a los precios alimentarios urbanos en lugar de a los precios de compra rurales. Los precios urbanos del grano fueron liberalizados en 1991 (subiendo el precio urbano del grano un 35 por ciento) y 1992 (subiéndolo un 25 por ciento), y en 1993 el sistema oficial de racionamiento alimentario urbano fue cancelado. Asímismo, subir los precios agrícolas estimuló la producción, provocando un aumento de los ingresos rurales y la expansión de la economía rural. Los precios de los productos agrícolas, los ingresos rurales, y el poder de compra crecieron.[58] El relajamiento del crédito a finales de los 90, tras un periodo de recortes después de la inflación y la protestas de finales de los 80, inició un periodo de rápido crecimiento económico rural.[59]
El auge de la economía rural pronto tomó un impulso independiente, autosostenido, a pesar de los intentos del estado de frenarlo en una economía nacional sobrecalentada. La inflación estaba de nuevo en ascenso en 1992, llegando a su pico en 1994 con cerca del 25 por ciento que había tenido a finales de los años 80. A mediados de 1993, como parte de unas reformas financieras nacionales, el estado instituyó una aguda contracción del crédito bancario, pero la contracción del crédito no tuvo el efecto deseado sobre la economía rural. La inflación siguió alta durante 1996 principalmente por el crecimiento económico rural autoreafirmante y la liberación de los precios de los granos para la alimentación urbana llevó a una liberalización de los mercados rurales de grano seguida por la subida de los precios de los productos agrícolas. Como respuesta, el estado tuvo que subir de nuevo los precios de compra de grano en 1994 para mantener su cuota del mercado.[60] Los ingresos de los hogares rurales crecieron a pesar del hundimiento del crédito estatal, y la demanda de consumo rural se disparó entre 1994 y 1996. Esta demanda nutrió a la industria rural. La autofinanciación rural siguió creciendo a mediados de los 90 aunque la financiación del estado se contrajese en otros lugares.[61]
Cebado por esta demanda, el sector de las ECP siguió creciendo y empleando a más mano de obra rural durante este periodo, expandiendo aún más los ingresos rurales. La industrialización rural, en otras palabras, era otro factor clave en el crecimiento económico rural independiente y acelerado, y los primeros 90 constituyeron el periodo de más rápida expansión de las ECP. En 1996, el sector contribuía con casi el 40 por ciento de la producción industrial bruta, desde un 10 por ciento en 1979, creando cinco millones de nuevos puestos de trabajo por año.[62] Como con la agricultura, el crecimiento de las ECP siguió tras la institución de controles sobre el crédito en 1993. Aunque muchas ECP tenían nexos EPE-ECP o en última instancia abastecían de bienes a las ZEE, otras tantas producían para la demanda local directamente o tenían el carácter de proyectos piramidales, creciendo sin ninguna clara conexión con la demanda real en el mercado interior o de exportación. El resultado de este crecimiento desenfrenado fue que la economía rural fuese vista cada vez más como algo incontrolable y por tanto otra fuente de inestabilidad social potencial.
A partir de 1996, sin embargo, la dinámica autorreferente de la economía rural colapsó, llevando a una crisis rural que vino a ser conocida en China como «los tres problemas rurales» (三农问题). Al destruir la base de los ingresos rurales, la crisis empezó la gradual destrucción de la subsistencia rural fuera del mercado que había definido al campo en la era socialista, dando como resultado un aluvión de emigración hacia afuera. Los que dejaban el campo se unirían ahora a generaciones más antiguas de migrantes y urbanitas de clase baja en el creciente proletariado de China. Un elemento central de este cambio fue la ruina de las ECP colectivas (como opuestas a las de propiedad privada), algo que se produjo junto a cambios en la estructura nacional de impuestos y finanzas públicas y un esfuerzo renovado por parte del estado por impulsar la producción de grano. La descentralización fiscal de los 80 había beneficiado a los gobiernos provinciales, pero los ingresos del estado central como proporción de los ingresos totales del estado cayeron a principios de los 90. Esto afectó negativamente la capacidad del estado central de dar forma a la economía.[63] Como parte de las reformas financieras de alcance estatal dirigidas por Zhu Rongji, la reacción del estado a este problema fue repartir las finanzas local y central, y aumentar la parte del centro del total a partir de 1994. Igual que con las reformas bancarias explicadas más arriba, fue este un intento intencionado de «modernizar» el sistema fiscal imitando el sistema federal: en lugar de que el estado central tomase una parte negociada de los impuestos recaudados a nivel local, como había sido la práctica, se designaron ahora diferentes tarifas e impuestos como ingresos locales o centrales. Estó hirió a la economía rural, especialmente en regiones que dependían fuertemente de la agricultura, pues se asignaron más ingresos al centro en el proceso. Mientras tanto estas reformas provocaron que la brecha entre las provincias más ricas y las más pobres se ampliase. No obstante, el factor más importante fue la dramática reestructuración de la industrial rural.
El estado central había empezado a ver las ECP como una fuente incontrolable de inflación, pues las ECP insolventes, funcionando como empresas colectivas, eran cada vez más frecuentemente financiadas por subsidios del gobierno local (especialmente tras la restricción de otras fuentes de crédito), endeudando a los gobiernos locales y espoleando el aumento de precios. Ya en 1993, Zhu Rongji había hecho un llamamiento a limitar el crecimiento del sector «de manera que los recursos pudiesen ser liberados para la expansión del sector exportador.»[64] Al mismo tiempo, el incremento del control del centro sobre los ingresos locales empezó a hacer que la promoción de ECP fuese un inversión menos atractiva para los funcionarios locales, pues el estado central tomó el control de una parte mayor de los ingresos por impuestos que generaban.[65] Cuando los controles iniciales de crédito fracasaron, el estado estableció mayores restricciones al préstamo a las ECP en particular, agravando aún más la crisis de deuda rural y justificando así el agresivo movimiento del estado central en 1996 forzando a muchas empresas colectivas a cerrar o privatizarse. Aunque ya operaban en el mercado, la privatización de las empresas colectivas supuso la transferencia de propiedad de los colectivos de aldea o ciudad (cuyos miembros se suponía generalmente que recibían dividendos todos), a uno o más individuos (normalmente los gerentes existentes pero a menudo capitalistas no locales), que en principio responderían más a las fuerzas de mercado y estarían menos restringidos por el nepotismo, la pequeña corrupción y las regulaciones colectivas, como la exigencia de emplear a residentes locales en lugar de migrantes más baratos de cualquier otra parte.
Como el estado había fracasado durante tanto tiempo en poner esta fuente de inflación bajo control, la privatización era vista ahora como la única alternativa. Pero la estructura de propiedad ya había ido en esta dirección desde hacía más de una década: como hemos visto más arriba, una razón para el cambio oficial de terminología de ECB a ECP en 1984 fue incluir la creciente variedad de estructuras de propiedad, que incluía empresas rurales poseídas por hogares individuales y compañías de múltiples inversores privados o públicos. El modelo Wenzhou de ECP se definía por la propiedad privada, pero el estudio de 1981 sobre Sichuan citado más arriba, por ejemplo, muestra que la propiedad privada o casi privada de empresas industriales se estaba volviendo algo común por toda la China rural, y otro estudio mostraba que las ECP privadas eran el tipo de más rápido crecimiento a finales de los 80.[66] Esta tendencia parece haber sido dirigida principalmente por las fuerzas de mercado, con la política estatal desalentando la propiedad privada inicialmente y más tarde, en 1984, intentando simplemente regularla mediante el reconocimiento oficial para, finalmente, en 1996, cambiando con la ola de mercadización (y como respuesta al nuevo problema de la inflación rural) adoptar la posición opuesta: en realidad presionando para que muchos de estos colectivos que todavía no habían sido privatizados o cerrados como respuesta a las fuerzas de mercado (muchos de los cuales sobrevivían gracias a una deuda masiva de las instituciones financieras locales) lo hiciesen por decreto del estado. Estos cierres políticos se unieron a la competición del independientemente creciente sector privado para crear una crisis general de las empresas rurales colectivas, cayendo tanto el número absoluto de ECP como sus cifras de empleo en 1997.[67] Esto coincidió con el cambio del gobierno central sobre la estrategia de desarrollo nacional hacia empresas privadas orientadas a la exportación con inversión extranjera en las regiones costeras, que descansaban sobre trabajo migrante de las mismas áreas rurales cuyas fuentes de desarrollo en las anteriores dos décadas estaban ahora implosionando.
La recesión en las áreas rurales (especialmente aquellas dependientes de la agricultura) se vió reforzada por una renovada intervención estatal en los mercados de grano, deprimiendo los ingresos en el campo. El crecimiento del consumo rural fue negativo entre 1997 y 1999, y la brecha rural-urbana empezó a crecer de nuevo.[68] Los términos del comercio rural-urbano se deterioraron tanto para la industria como para la agricultura.[69] Sin embargo, en medio de las reformas de las EPE (presentadas abajo), el estado estaba más preocupado por el descontento urbano que por el rural. Temiendo el retorno de las protestas urbanas de finales de los 80, el estado intentó pasar parte de la carga de las reformas de las EPE sobre la población rural forzando de nuevo a los campesinos a cultivar grano barato para los trabajadores urbanos. Con una nueva política de responsabilidad provincial sobre el grano instituida en 1995, los suministros de grano crecieron en 1996 y los precios cayeron, suprimiendo el componente agrícola de los ingresos de los hogares rurales.[70] Todo esto naturalmente privó a los gobiernos de aldeas y pueblos rurales de ingresos, especialmente en regiones agrícolas que habían perdido recientemente sus ingresos de las ECP locales. Estos gobiernos se volvieron cada vez más depredadores sobre su población campesina, desencadenando un fuerte aumento de las protestas campesinas contra impuestos y tarifas misceláneas.[71] Mientras tanto, la emigración rural continuó, especialmente entre los jóvenes, construyendo las filas del proletariado urbano. En general, las contradicciones del periodo se expresaron más claramente en una nueva geografía económica: las regiones agrícolas del interior cayeron en recesión, y la brecha entre lo rural y lo urbano creció. En muchas áreas costeras, en cambio, las áreas rurales estaban cada vez más entrelazadas con los mercados industriales y de exportación. Las reformas urbanas avanzaron a toda máquina mientras la agricultura y la economía rural se estancaron. Mientras esto llevó a una serie de reformas de mejora de lo rural a principios de los 2000, muy especialmente la abolición del impuesto agrícola en 2006, la reforma de mercado de la esfera rural empezó a acelerarse de nuevo alrededor de 2008, aunque siguió por detrás del ritmo de las reformas urbanas.
Aplastando el cuenco de arroz de acero
El tecer y último componente de las reformas financieras de Zhu tuvo como objetivo a las EPE. El objetivo último era hacer que las empresas chinas fuera del sector exportador de industria ligera fuesen globalmente competitivas y abiertas a la inversión extranjera (aunque restringida a una parte minoritaria de la propiedad). Al incluir las Cuatro Grandes instituciones financieras y muchas de las grandes EPE en los mercados mundiales, la economía de propiedad estatal «interna» (体内制) podía atraer con éxito grandes cantidades de nuevos capitales y reservas extranjeras, ayudando a modernizar la producción y disminuir el riesgo de futuros déficits. Las primeras OPA sobre EPE se presentaron en la Bolsa de Hong Kong ya en 1993, y «a finales de la década, eran cientos las empresas incluidas en las bolsas de Hong Kong, Nueva York, Londres y Shanghai».[72] Entre 1993 y 2010, se recaudarían 262 mil millones de dólares estadounidenses en los mercados internacionales de capital de esta forma –una cifra justo por debajo de todo el PIB de China en 1985–.[73] Mientras tanto, este proceso requería de la reinvención de unidades de planificación amorfas, a menudo extremadamente desagregadas en algo parecido a corporaciones modernas. Las enormes EPE que surgieron –y que hoy pueblan el Fortune 500– fueron las historias de éxito soñadas por reformadores chinos como Zhu y hechas realidad por banqueros de inversión norteamericanos a lo largo de los años 90 y principios de los 2000. Estas nuevas corporaciones monopolistas eran llamadas jituan (集团) o «conglomerados», funcionalmente similares a los monopolios occidentales, los zaibatsu japoneses y los chaebol coreanos.[74] Pero estos éxitos fueron el producto de una violenta reestructuración económica que vería cerrar a las EPE de pobre rendimiento por todo el cinturón industrial del noreste de China, generando una ola final de descontento que marcó el final de la transición capitalista de China.
La década de 1990 había sido testigo de una mayor erosión del sistema de clases de la era socialista, con una producción industrial cada vez más atendida por una fuerza de trabajo cada vez más proletarizada y en gran parte migrante. El sistema de hukou, una vez una herramienta para fijar la población a la tierra (y por tanto asegurando la división rural-urbana), se demostró ahora útil como forma de despojar a los trabajadores recién llegados de todos los derechos de bienestar en las zonas industriales del cinturón del sol. El sistema también dio una justificación legal para la deportación si la agitación se les escapaba de las manos. Este es el clásico ejemplo de una institución de la época socialista exaptada en el régimen de acumulación capitalista, y el hukou, usado ahora como una forma de gestión de la fuerza de trabajo, se convertiría en un elemento integral del rápido crecimiento de la economía china tras el cambio de milenio. Estructuralmente, tiene un gran parecido con otras instituciones de gestión de la fuerza de trabajo (de iure y de facto) usadas durante mucho tiempo en los países capitalistas, y se ha comparado a menudo con el apartheid o Jim Crow.
La continuación de la clasificación del sistema de hukou de los trabajadores migrantes como residentes «rurales» también tendía a hacer el proceso de alguna manera más opaco en las estadísticas oficiales. Las estimaciones sobre el número total de trabajadores migrantes van entre ocho y cuarante millones en 1989-1990 a entre doce y cien millones en 2000.[75] Algunos gobiernos locales (más específicamente en Guangdong) realizaron sus propios estudios locales y proporcionaron datos más coherentes, pero la magnitud exacta de la migración a nivel nacional en este periodo sigue sin estar clara. Lo que sí está claro es que la población migrante experimentó un crecimiento bastante rápido y, como fuerza de trabajo principal usada en las zonas de exportación e industrias nuevas orientadas al mercado, esta fuerza laboral suponía partes cada vez mayores de la fuerza de trabajo industrial total. A mediados de los 2000, los trabajadores migrantes casi con toda seguridad eran más de cien millones, y esta enorme fuerza de trabajo suponía «el 57,5 por ciento de la mano de obra industrial de China y el 37 por ciento de sus empleados del sector servicios». En las industrias de la ropa, textil y construcción, en particular, estos migrantes suponían entre el setenta y el ochenta por ciento del total.[76] A menudo constituían la mayoría de la población en muchas áreas recientemente industrializadas, y ciudades como Shenzhen se encontrarían pronto con una población urbana en su setenta u ochenta por ciento compuesta de residentes «rurales», muchos registrados en pueblos repartidos por lejanas provincias como Sichuan. En resumidas cuentas, la proletarización de la fuerza de trabajo china estimuló lo que probablemente ha sido la mayor migración en masa de la historia de la humanidad.[77]
Una gran división generacional definió al nuevo proletariado respecto a la clase trabajadora de la época socialista. Los trabajadores migrantes tendían a ser jóvenes, y las primeras dos generaciones eran predominantemente femeninas. Muchos habían nacido y crecido casi completamente fuera del régimen socialista de desarrollo, siendo el lenguaje de «reforma y apertura» una constante de su educación. Por el contrario, los restos de la clase trabajadora de la época socialista tendían a ser mayores y en su mayoría hombres, habiendo experimentado muchos los diversos altibajos del régimen de desarrollo mientras conservaban siempre una posición de privilegio en relación al tumulto experimentado por estudiantes, intelectuales, trabajadoras y campesinado. Los trabajadores más jóvenes de las EPE de hecho habían heredado sus puestos de sus padres. Los más viejos habían luchado en la revolución o la habían vivido de niños, dándoles un estatus casi sacrosanto en la jerarquía de clases heredada de la época socialsta.[78]
Este estatus especial ayuda a explicar la larga e interminable naturaleza de la privatización del sector estatal durante la transición. Los sucesos de 1989 demostraron lo volátil que podía ser la agitación urbana, y el estado todavía descansaba en muchas de las redes de clientelismo que lo conectaban a empresas clave por todo el país. Estas redes estaban compuestas, en parte, de muy reales beneficios materiales asignados a la empresa, incluida tanto la dirección como muchos trabajadores, especialmente aquellos con más antigüedad. La privatización solo se podía producir si se dividía a esta población, e incluso entonces solo conducida por el estímulo de una enorme crisis económica regional. La división de las lealtades políticas entre los trabajadores de EPE y la dirección se consiguió mediante el proceso de consolidación: Las empresas utilizaron de todo, desde las influencias políticas hasta las cifras de productividad reales, para ganar puestos dentro de las nuevas y masivas empresas estatales jituan creadas a petición de los banqueros de inversión internacionales, lanzando OPA extremadamente rentables en las bolsas de valores mundiales durante las décadas de 1990 y 2000.
Pero aquellas que perdieron su inclusión en los jituan no fueron cerradas inmediatamente. Por el contrario, siguieron funcionando y, a pesar de las primeras OPA, en 1996 el sector EPE en su conjunto informaba de un déficit neto por primera vez desde su inauguración, con una caída drástica de la cantidad de los beneficios empresariales remitidos al gobierno central.[79] En su conjunto, los beneficios de las EPE se desplomaron desde el 15 por ciento del PIB en 1978 a por debajo del 2 por ciento en 1996-1997.[80] El problema era evidente, pues la mayoría de EPE todavía parecían incapaces de funcionar dando beneficios, y por tanto tendían a arrastrar hacia abajo la acumulación de valor en general. Pero este problema por sí mismo no era razón suficiente para arriesgarse a otra ola de agitación como la sufrida en 1989. En cambio, la justificación llegaría bajo la forma de la Crisis Financiera Asiática, que hundió a casi todas las grandes economías que rodean China, incluida la gran mayoría de sus competidores regionales en manufactura. En comparación, China salió indemne de la crisis, aunque el colapso del GITIC (véase más arriba), convenció al partido de los riesgos con que amenazaba una exposición no regulada al mercado mundial.
Cuando Zhu Rongji ascendió al cargo de primer ministro in 1998, se le encargó inmediatamente la tarea de limpiar las consecuencias de la crisis. Por un lado, usó la oportunidad para cerrar definitivamente el GITIC y poner finalmente en marcha su plan para abordar los créditos incobrables acumulados en las décadas anteriores –muchos de ellos el resultado ahora del mal desempeño tras los recortes en 1989–. Una serie de compañías de gestión de activos se escindieron de los grandes bancos, y los bancos mismos pudieron lanzar OPA a principios de los 2000, a menudo vendiendo partes minoritarias a grandes instituciones financieras occidentales.[81] Por otro lado, Zhu usó la crisis como un estímulo para lanzar finalmente una campaña de plena privatización de las EPE de bajo desempeño, recordando la campaña de privatización del estado de ECP dos años antes. En parte, se llevó a cabo con la esperanza de que la fuente de muchos de los créditos incobrables en el sistema financiero pudiesen ser arrancados, impidiendo una futura crisis financiera. Pero la política también estaba destinada a acompañar reformas financieras y fiscales que pondrían a China más en línea con los estándares internacionales –algo necesario para ser miembro de la OMC, un prerequisito imporante para la ampliación de la mercadización–. Con otros manufactureros regionales todavía tambaleándose por el crack, China tuvo una breve ventana en la que pudo reivindicar un dominio casi incontestado en los mercados mundiales de manufacturas.
Internamente, la limpieza de EPE no rentables fue un proceso tumultuoso. Durante los primeros 90, el porcentaje de trabajadores industriales empleados en EPE sufrió solo un ligero descenso, del 68 a cerca del 65 por ciento en 1997. Pero a partir de 1998, el número empezó a desplomarse, cayendo a un mero 36,3 por ciento en 2003 –esta parte constituida ahora principalmente por el empleo en los monopolios jituan reestructruados, diseñados de acuerdo con los estándares globales–.[82] La demografía de la población desempleada también sufrió un notable cambio. Mientras históricamente eran las mujeres trabajadoras y la población joven, en el fondo en el sistema de antigüedad, quienes habían sufrido tasas más altas de desempleo, la ola de despidos a partir de los 90 golpeó con la mayor dureza a los viejos trabajadores permanentes del sector estatal. La magnitud de la reestructuración fue importante: «En cuestión de siete años, la población despedida se disparó a la asombrosa cifra de entre dieciocho y veinte millones en 2001, desde menos de siete millones en 1993.»[83] Esto suponía aproximadamente el cuarenta por ciento del total de la fuerza de trabajo de las EPE, disminuyendo aún más los colectivos urbanos (empresas públicas menos privilegiadas, similares a sus equivalentes rurales).[84] En total, el proceso fue testigo de una caída de la proporción total de la mano de obra empleada en la manufactura de cerca de un 14 por ciento a un mínimo de menos del 11 por ciento.[85] Aunque se recuperó ligeramente tras 2001, la proporción nunca ha alcanzado de nuevo su pico anterior, sirviendo la reestructuración de las EPE para desindustrializar buena parte del noreste, creando un enorme cinturón de óxido.
Pero el desempleo en las viejas industrias socialistas no significaba simplemente una pérdida de acceso al salario. Para los trabajadores jóvenes de la EPE, los salarios no pagados tendían a ser el tema más importante, pues la aplicación de sistemas de contratación y varias otras reformas habían convencido a muchos de no esperar demasiado de la continuación de las prestaciones de bienestar. Los trabajadores mayores, por el contrario, habían vivido durante mucho tiempo de la compensación extrasalarial que venía con el empleo (编制) en una gran empresa industrial. Esto incluía la vivienda y la sanidad asignados mediante el sistema de danwei, y muchos podían recordar tiempos en los que la comida, el entretenimiento y varios subsidios al consumo habían estado incluidos en el empleo también. Lo que es más importante, las jubilaciones se financiaban a menudo a través de la empresa, y la reestructuración amenazaba no solo con privar a los trabajadores cerca de la jubilación de sus prestaciones, sino también privar a muchos trabajadores jubilados recientemente de su única fuente de ingresos. De manera similar, infraestructuras públicas como carreteras, viviendas y redes de servicios públicos empezaron a erosionarse cuando la inversión en las EPE disminuyó.[86]
El descontento fue parcialmente silenciado por el carácter aislado, «celular» de las empresas, combinado con las ofertas hechas a muchos antiguos trabajadores, especialmente bajo la forma de vivienda: a principios de lso 2000, «el 42 por ciento de los hogares en los que el cabeza de familia es un trabajador ha comprado su vivienda a sus organizaciones de trabajo», a menudo pagando precios extremadamente bajos, «aproximadamente un 40 por ciento del precio de mercado» para adquirir su vieja vivienda danwei. En algunos lugares, esto resultaría increíblemente lucrativo, pues las familias de antiguos trabajadores podían aprovechar los precios inmobiliarios disparados que acompañaron la siguiente burbuja especulativa. Pero incluso en provincias más pobres, muchos trabajadores se convirtieron en caseros, y los gerentes de viejas fábricas y cuadros locales usaron la oportunidad para asignarse más viviendas de mejor calidad antes de la privatización, permitiéndoles después dominar los mercados inmobiliarios.[87] Pero estas ofertas eran solo parciales, y las viejas jerarquías se traspasaron a la nueva era de corrupción haciendo que muchos trabajadores desempleados se quedasen en unidades de vivienda superpobladas, dependiendo de los ahorros y el trabajo informal para sobrevivir.[88] La respuesta inmediata a la reestructuración fue a menudo la protesta directa: «Solo en la provincia de Liaoning, entre el 2000 y el 2002, más de 830.000 personas estuvieron envueltas en 9.559 ‘incidentes de masas’». Aunque concentrados en el noreste, «a nivel nacional, el Ministerio de Seguridad Pública registro 8.700 de estos incidentes en 1993, subiendo a 11.000, 15.000 y 32.000 en 1995, 1997 y 1993 respectivamente.» en «2003, unos 58.000 incidentes fueron organizados por tres millones de personas,» una cifra que incluye a «campesinos, trabajadores, profesores y estudiantes,» pero siendo la mayor parte «1,66 millones de trabajadores despedidos, jubilados y en activo, suponendo el 46,9 por ciento del número total de participantes ese año.» En 2004, el número había saltado a 74.000, y en 2005, 87.000 con la agitación en el campo[89] y en las nuevas industrias costeras[90] sumándose a las protestas que seguían contra la desindustrialización en el noreste.[91]
Aunque conservando a menudo el lenguaje de un sistema «socialista», este periodo de reestructuración fue una ola de privatizaciones masiva. Por primera vez, el estado central (en el XV Congreso del Partido en 1997) permitió a los funcionarios locales inducir la bancarrota de EPE no rentables y proceder con las ventas y subastas, así como las muchas fusiones y adquisiciones que ya se habían estado produciendo en el proceso de consolidación de las EPE. La privatización también siguió en los sectores colectivos urbanos y rurales durante estos años, con empresas más pequeñas a menudo alineando la propiedad formal con la realidad a través de una compra por parte de la gerencia.[92] Las EPE que quedaron fueron primero corporativizadas según la Ley de Compañías de 1994, que abrió la puerta a formas híbridas de propiedad, la consolidación de los nuevos jituan y la plena privatización. La intención de la política, expresada como «coger lo grande y dejar ir lo pequeño,» era simultáneamente devolver la responsabilidad de las empresas «pequeñas» a los gobiernos locales, quienes eran libres de reestructurarlas como les pareciese conveniente, y ceder el control sobre las recientemente ampliadas EPE jituan al estado central, quien podía controlar su introducción en el mercado mundial. La Comisión Estatal de Supervisión y Administración de Activos (CESAA) fue fundada en 2003 para administrar la propiedad del gobierno central sobre estas empresas no financieras, y fue seguida por el establecimiento de varios CESAA provinciales y muncipales para gestionar jituan ligeramente más pequeños. Los jituan que siguieron bajo el control central fueron empresas en su mayoría a gran escala, con uso intesivo de capital en sectores «estratégicos» como el petróleo, los servicios públicos, la industria militar y las telecomunicaciones.[93]
Los procesos combinados de privatización de las EPE, incluida la bancarrota masiva y la reforma financiera, permitieron que la relación deuda-capital social de las EPE disminuyese y luego se estabilizase a mediados de los 2000, al menos sobre el papel. De un pico de 2,11 en 1994, la relación deuda-capital social cayó a menos del 1,5 en 2004, muy por debajo de la media regional durante la década anterior.[94] Parte de esto se debió a la cancelación de la deuda con la bancarrota de EPE de bajo desempeño, pero una gran parte fue simplemente un juego fantasma en el que los préstamos incobrables se canalizaron a las empresas de gestión de activos de Zhu con la ayuda de fondos masivos inyectados en el sistema financiero por el estado. Las empresas de gestión de activos estaban ellas mismas pobremente estructuradas, dejando a los Cuatro Grandes bancos y al estado expuestos todavía a los préstamos incobrables cuando los bonos usados para financiar las empresas de gestión de activos maduraron después de una década.[95] La burbuja creada en los 80 y los 90 no fue por tanto pinchada decididamente por la reestructuración, aunque se puede defender que algo se deshinchó.
En cambio, el efecto final del proceso fue la total proletarización de la clase trabajadora restante de la era socialista, concomitante con la destrucción del campo socialista y la proletarización más gradual del campesinado. Combinado con la migración y las mercadización de las áreas rurales, la gran mayoría de la fuerza de trabajo de China era ahora dependiente directa o indirectamente del mercado, aún más dependiente de inyecciones constantes de grandes paquetes de inversión y olas de nueva especulación, junto con la cuarentena de los colapsos locales en los mercados inmobiliarios, para empujar hacia adelante unos cuantos años más la crisis –un proceso que tendía solo a hinchar la burbuja y empezar a disminuir los retornos de la inversión–. La base del nuevo sistema de clases estaba plenamente creada. A principios de los 2000, por tanto, la transición al capitalismo en China había alcanzado su fin.
En cierta forma, la evolución industrial de China también ha hecho un círculo completo. Esta historia empezó, después de todo, en la Manchuria ocupada, donde la comunidad material de capital había descendido bajo la forma de ocupación japonesa, el polvo de la industria manchado con sangre. Tomado durante la revolución, el noreste se había convertido en el corazón palpitante del régimen de desarrollo, imaginado como baluarte capaz de mantener a raya el poder envolvente del sistema capitalista mundial. Ahora, casi un siglo después de su inauguración, el gran corazón industrial de la revolución había sido reducido a óxido y la comunidad material había vuelto, elevándose el polvo rojo en los deltas de los ríos y el smog gris entre los bosques de grúas de construcción. Más allá y por debajo de las costas resplandecientes, el paisaje solo podía ser descrito como apocalíptico: campos y talleres abandonados a medida que los jóvenes abandonaban el campo colapsado, gobiernos locales reducidos a poco más que una máquina depredadora dirigida por funcionarios cebados mediante el robo apenas disimulado; las grandes fábricas de Manchuria vaciadas de trabajadores y máquinas, sus formas esqueléticas cerniéndose sobre el paisaje como los pilares derruidos de un mundo caído; y en el polvo rojo de esas nuevas ciudades, masas de personas que huían de esas historias de colapso apiñadas en fábricas abarrotadas, viviendo en los espacios apretujados entre los brillantes rascacielos nuevos que ellos mismos han construido, moviéndose constantemente entre empleos, entre ciudades y entre vidas al servicio de la lógica inhumana inescrutable de la comunidad material de capital.
Notas
[1] Julia Kwong, “The 1986 Student Demonstrations in China: A Democratic Movement?” Asian Survey 28(9), 1988, pp. 970-985.
[2] El Cuatro de Mayo fue un movimiento en 1919 dirigido por intelectuales que implicaba una crítica cultural de la política china. El PCC surgió de este movimiento.
[3] Sobre el desarrollo del neoautoritarismo chino, véase Joseph Fewsmith, China Since Tiananmen: The Politics of Transition, Cambridge University Press, 2001, pp. 86-93.
[4] A menos que se indique lo contrario, la información de esta sección procede de conversaciones con participantes en el movimiento.
[5] Buena parte de la información de esta sección sobre la participación de los trabajadores procede de Andrew G. Walder y Gong Xiaoxia, “Workers in the Tiananmen Protests: The Politics of the Beijing Workers’ Autonomous Federation,” The Australian Journal of Chinese Affairs 29, January 1, 1993. El resto de conversaciones con participantes.
[6] Jackie Sheehan, Chinese Workers: A New History, Routledge, 1998.
[7] Walder y Gong, p. 18.
[8] Citado en ibid., p. 8.
[9] Ibid., p. 7.
[10] Citado en ibid., p. 8.
[11] Una ilustración es la popular película American Dreams in China (中国合伙人), una dramatización de la fundación de la compañía de educación New Oriental. Empieza con los fundadores como descarados estudiantes universitarios a finales de los 80, canalizando el antiautoritarismo de Guardias Rojos, pero ahora para desafiar la sabiduría recibida de sus profesores sobre los males de la sociedad estadounidense («¿Usted qué sabe? ¡Usted no ha estado nunca en América!») Esta actitud prooccidental se desarrolla paradójicamente en una dirección nacionalista durante los 90, cuando los protagonistas buscan armar a otros jóvenes de movilidad ascendente con el dominio del inglés y la autoconfianza para conseguir riqueza y poder en el mercado mundial a la vez que remodelan su propio país.
[12] La influencia de estos capitalistas privados interpretó un papel en las décadas siguientes, y lo exploraremos con más detalle en la tercera parte de nuestra historia económica. También se discute en nuestra entrevista con Lao Xie «Un estado adecuado para la tarea». Además un buen caso de estudio del fenómeno se puede ver en la aldea de Wukan, con el estudio de los capitalistas privados examinado con detalle aquí: Shannon Lee, “Looking back at Wukan: A Skirmish Over the Rules of Rule,” Wolf Smoke, July 14, 2017. <https://wolfsmoke.wordpress.com/2017/07/14/wukan/>
[13] Este punto fue el más famoso de Robert Brenner en lo que se convertiría en el «Debate de Brenner». Véase: Trevor Aston and C.H.E. Philpin (eds), The Brenner Debate: Agrarian Class Structure and Economic Development in Pre-Industrial Europe, Past and Present Publications, Cambridge University Press, 1985.
[14] Para un resumen de los debates sobre el caso japonés, que fueron formativos del marxismo japonés, véase: Germaine Hoston, Marxism and the Crisis of Development in Prewar Japan, Princeton University Press, 1987.
[15] Por esto negamos la narrativa de una «traición» denguista como causa de la transición. Aquí, como en otras partes, los movimientos de la historia simplemente no se pueden reducir a las decisiones de «grandes hombres».
[16] Lo que sigue procede en gran parte del trabajo de Joel Andreas, quien ha hecho algunas de la investigaciones históricas más extensas sobre el proceso exacto por el que tomó forma una clase capitalista en China tras el colapso del régimen de desarrollo. Dicho lo cual, argumentaremos que Andreas se encuentra confortablemente en el campo de aquellos que exageran el papel de los conflictos faccionales en la transición, retratando las reformas como una traición denguista –y, por asociación, leyendo mal la dinámica de la Revolución Cultural al exagerar la fidelidad de Mao a las facciones más radicales en ese conflicto–. Véase en particular: Joel Andreas, Rise of the Red Engineers: The Cultural Revolution and the Origins of China’s New Class, Stanford University Press, 2009.
[17] Andreas 2009, p.235
[18] ibid, p.234
[19] ibid, p.240
[20] ibid, p.246
[21] ibid, p.242
[22] Ibid, p.250
[23] No obstante, fue este un proceso escalonado y no sería hasta aproximadamente 2010 que los mercados de tierra rural y la transformación de la agricultura empezaron a tomar un carácter capitalista localmente. Sin embargo, este escalonamiento no significa que la transición estuviese todavía en marcha. Las muchas características de la vida local que conservaron pistas del pasado tras los primeros 2000 eran ahora claramente vestigios, a menudo fuertemente generacionales: los viejos dominaban en estas aldeas, por ejemplo, y los residentes de mediana edad eran ahora jubilados que habían pasado su tiempo como trabajadores migrantes. Aunque la tierra no fuese una mercancía, los jóvenes raramente sabían cómo cultivarla, y planeaban en cambo migrar a las ciudades y trabajar en fábricas, como habían hecho sus padres. Los padres y abuelos, mientras tanto, vivían cada vez más frecuentemente de los giros, más que de la agricultura de subsistencia, y las nuevas generaciones de migrantes se volvieron cada vez más remisas a volver.
[24] Naughton 1996, p.288
[25] Ibid, pp.298-303
[26] Ibid, p.289
[27] Ibid, p.303
[28] Naughton 2007, p.405, Figura 17.2
[29] Ibid, pp.404-405
[30] Ibid, p.397, Tabla 16.3
[31] Lin 1997, pp.171 y 174
[32] Naughton 2007, p.412, Figura 17.3
[33] Ibid, p.413
[34] Khondaker Mizanur Rahman, “Theorizing Japanese FDI to China,” Journal of Comparative International Management, Volumen 9, Nº 2, 2006. p.17
[35] Véase el National Bureau of Economic Research, “US Business Cycle Expansions and Contractions.” <http://www.nber.org/cycles/>
[36] Véase Brenner 2002, Capítulo 9.
[37] Para un relato detallado de la crisis japonesa, incluida una comparación sistemática con la Gran Depresión y la Gran Recesión, véase: Richard C. Koo, The Holy Grail of Macroeconomics: Lessons from Japan’s Great Recession, Wiley, 2009.
[38] Thomson 1997, p.7
[39] Rahman 2006, p.18
[40] Glassman 2004, pp.176-180, Figuras 6.1 y 6.2
[41] Ibid, pp.184-187
[42] Fueron de particular importancia las acciones del primer ministro de Singapur, Lee Kuan Yew, quien dirigió la región a la reinversión en la zona continental de China a pesar de los deseos de muchos países occidentales, quienes buscaban sanciones comerciales más fuertes. Singapur y otras potencias regionales se identificaban con el potencial de la estabilidad del régimen y el riesgo de una inestabilidad más profunda si se forzase de nuevo a un aislamiento de la zona continental.
[43] Naughton 1996, pp.275-276
[44] ibid, p.279
[45] Entre 1990 y 2005, las exportaciones como proporción del PIB superaron las importaciones en todos los años menos uno (1993). La década anterior fue el caso opuesto, cuando las importaciones coincidieron con las exportaciones (en la primera mitad de la década) o las superaron (en la segunda). Véase: Naughton 2007, p.378, Figura 16.1
[46] Naughton 1996, pp.280-283
[47] ibid, pp.284-286, Tabla 8.1
[48] Naughton 2007, pp. 430-433, Figura 18.2
[49] Carl E. Walter y Fraser J.T. Howie, Red Capitalism: The Fragile Financial Foundation of China’s Extraordinary Rise, John Wiley & Sons, 2012, p.35
[50] ibid, pp.34-37, Figura 2.3
[51] Naughton 1996, pp.304-306
[52] Naughton 2007, Capítulo 18
[53] ibid, pp.454-458
[54] Walter y Howie 2012, pp.37-39
[55]ibid, p.38
[56] Ibid, p.39
[57] Véase ibid, Capítulo 3. Para nuestros propósitos aquí, el proceso de reforma financiera se menciona solo brevemente. Volveremos al tema en la Parte 3 de esta historia económica, cuando describamos la formación del sistema financiero contemporáneo y la formación de la crisis económica.
[58] Albert Keidel, China’s Economic Fluctuations: Implications for Its Rural Economy, Carnegie Endowment for International Peace, 2007, pp. 55-57.
[59] Ibid., p. 55.
[60] Ibid., pp. 55-59.
[61] Ibid., pp. 88-89.
[62] Li Hongbin, y Scott Rozelle. “Privatizing rural China: Insider privatization, innovative con-tracts and the performance of township enterprises,” The China Quarterly 176, 2003, p. 981.
[63] Wang, Shaoguang y Hu Angang. Zhongguo guojia nengli baogao [A report on China’s state capacity], Hong Kong: Oxford University Press, 1994.
[64] Hung, Ho-fung. The China boom: Why China will not rule the world, Columbia, 2016, p. 71.
[65] Kung, James Kai-sing, y Yi-min Lin, “The decline of township-and-village enterprises in China’s economic transition,” World Development 35(4), 2007, pp. 569–584.
[66] Griffin y Griffin 1984 ,p. 216; Byrd y Lin 1990, p. 11.
[67] Li y Rozelle 2003, p. 981.
[68] Keidel 2007, p. 92 figura 4.11.
[69] Ibid., p. 90 figura 4.10.
[70] Alexander F. Day & Mindi Schneider, “The end of alternatives? Capitalist transformation, rural activism and the politics of possibility in China,” The Journal of Peasant Studies, 2017, p. 7; Food and Agriculture Organization, Poverty alleviation and food security in Asia: Lessons and challenges, 1999 <http://www.fao.org/docrep/004/ab981e/ab981e00.htm#Contents>; Jack Hou, y Xuemei Liu, “Grain policy: Rethinking an old issue for China,” International Journal of Applied Economics 7(1), 2010 pp. 1-20; Hou y Liu 2010; Keidel 2007, pp. 57 y 89.
[71] Véase “Gleaning the Welfare Fields: Rural Struggles in China since 1959,” Chuang, Issue 1, 2016. <http://chuangcn.org/journal/one/gleaning-the-welfare-fields/> Traducción también en estas páginas.
[72] Ibid, p.13
[73] Esto es además de los 943 mil millones de dólares de IED durante los mismos años, así como 389 mil millones de dólares recaudados en los mercados internos de capital mediante los mismos medios. Veáse ibid, pp.11-15.
[74] Es común en la literatura occidental seguir refiriéndose simplemente a los jituan como «EPE», a pesar de que se parecen más a la variedad de monopolios capitalistas que a las empresas de la era socialista. Hemos escogido referirnos a ellos como jituan, o jituan EPE, para destacar su similitud con sus predecesores zaibatsu y chaebol. Los detalles de su funcionamiento serán explorados en la Parte 3 de nuestra historia económica.
[75] Para otra visión general de algunas de estas estimaciones, véase: Zhong Zhao, “Migration, Labor Market Flexibility, and Wage Determination in China: A Review,” The Developing Economies, Volumen 43, Nº 2, Diciembre 2004. <http://econwpa.repec.org/eps/lab/papers/0507/0507009.pdf>
[76] Ching Kwan Lee, Against the Law: Labor Protests in China’s Rustbelt and Sunbelt, University of California Press, 2007, p.6
[77] Kam Wing Chan, “China, Internal Migration,” in Immanual Ness and Peter Bellwood, eds., Encyclopedia of Global Migration, Blackwell Publishing, 2013.
[78] Lee 2007, p.36
[79] Jeffrey Sachs y Wing Thye Woo, “The SOE Sector Under Reform,” en Garnaut y Huang 2001, p.285
[80] Naughton 2007, p.105
[81] Para una historia detallada del proceso véase: Walter y Howie 2012
[82] Lee 2007, p.40, Tabla 2
[83] Ibid, p.73
[84] Naughton 2007, p.301
[85] Véase “No Way Forward, No Way Back: China in the Era of Riots,” Chuang, Issue 1, 2016, Figure 5, <http://chuangcn.org/journal/one/no-way-forward-no-way-back/>
[86] Lee, pp.70-73
[87] Ibid, p.126
[88] ibid, pp.128-139
[89] “Gleaning the Welfare Fields.”
[90] “No Way Forward, No Way Back.”
[91] Todas las cifras y citas tomadas de Lee 2007, p.5
[92] Naughton 2007, pp.105-106
[93] ibid, pp.301-304
[94] ibid, p.307, Tabla 13.4
[95] See: Walter y Howie 2012.
Traducción de Carlos Valmaseda
Fuente: http://chuangcn.org/journal/two/red-dust/iron-to-rust/
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