Sorgo y acero: el régimen socialista de desarrollo y la forja de China (I)
Chuang (colectivo comunista chino crítico)
El colectivo comunista chino Chuang está publicando en la revista de mismo título una serie de artículos sobre la historia contemporánea económica china. De momento llevan publicadas las dos primeras secciones de las tres previstas, respectivamente en los números 1 (2016 y 2019) y 2 (2019) de la revista. Publicamos a continuación la primera serie, lo que los autores denominan «régimen socialista de desarrollo» que datan aproximadamente entre la creación de la República Popular en 1949 y principios de los años 70, cuando consideran que se produce la transición al capitalismo. Dada su extensión presentaremos los textos en las siguientes 6 entradas separadas:
I: Introducción
II: 1 – Precedentes
III: 2 – Desarrollo
IV: 3 – Anquilosamiento
V: 4 – Perdición
VI: Conclusión – Desligamiento
Transiciones
A finales del siglo XVI, se publicó en Europa uno de los primeros relatos en formato largo de la vida en «China». El autor era un mercenario portugués llamado Galeote Pereira quien había luchado en nombre de Ayutthaya contra los birmanos en la primera guerra de la era moderna en la parte continental del este de Asia. Más tarde se convirtió en un pirata en los Mares del Sur de China, dedicándose al pillaje de las provincias costeras en el inicio de lo que se convertiría en una epidemia de piratería de siglos facilitada por el crecimiento del mercado mundial. La dinastía Ming respondió con su Campaña de Exterminio de la Piratería y Pereira fue capturado en Fujian y exiliado al interior, de donde escapó a Europa años después gracias al soborno y a la ayuda de los mercaderes portugueses en Guangzhou.
Su relato de la experiencia, editado y publicado con la ayuda de los jesuitas, fue uno de los pocos relatos de primera mano disponibles sobre «China» desde los tiempos de Marco Polo. Pero Marco Polo había llegado de una Europa estancada, provinciana, para observar las operaciones internas de la civilización más avanzada que el mundo había visto hasta entonces bajo la forma de la dinastía Yuan (Mongol). Pereira, por su parte, había venido de una Europa muy cambiada y había llegado a una «China» mucho más cambiada, ambas al borde de un gran caos inminente.
Si hubo algún momento de total indeterminación en el nacimiento del mundo capitalista, fue este. El dado ya se había lanzado pero todavía no había caído. Con la mayor armada, la tecnología más avanzada y una productividad agrícola sin precedentes, la dinastía Ming seguía siendo la mayor y más poderosa estructura política del mundo. Igualaba y superaba a Europa en todos los aspectos, y la cuestión de la «fallida» transición de China al capitalismo (conocida como la «Paradoja de Needham») se convertiría en una especie de adivinanza iniciática para los futuros estudiosos de la región. Pereira había llegado en medio del deterioro de los Ming, causado en parte por las industrias de la plata de portugueses y españoles y las nuevas redes de comercio de las que él mismo era un producto.
Pero la característica más sorprendente del informe de Pereira no era la accidentada historia de su autor ni sus descripciones del ornamentado pero efectivo sistema judicial Ming. Más bien era el hecho curioso de que, entre todos los «chinos» con los que habló, ninguno había oído hablar de «China» ni de ninguno de sus correlatos supuestamente nativos (variantes de Zhongguo —el país o países del «medio» o «central»). Pereira mismo había viajado exclusivamente por lo que hoy es el sur de China, atravesando las provincias de Fujian, Guangdong, Guangxi y Ghizhou. Estas regiones eran huéspedes de una miríada de «dialectos» locales, la mayor parte tan mutuamente incomunicables entre ellos como las «lenguas» europeas, a menudo centradas en vínculos locales y redes comerciales que conectaban las regiones costeras del sur de Asia. Ni estaban estas regiones habitadas exclusivamente por la etnia «Han» —e incluso la existencia de tal categoría ha sido puesta recientemente en cuestión. [1] Por el contrario, la región había sido el hogar de los Hui, Baiyue, She, Miao-Yao, Zhuang y otros numerosos grupos etnolingüísticos.
«China» era principalmente un producto de la imaginación occidental. La gente a la que Pereira preguntaba tenía problemas para entender incluso la pregunta de cuál era su «país», pues no había correlatos indígenas claros del concepto. Al final, explicaban que había un gobernante pero muchos países, que seguían usando sus nombres antiguos. La combinación de estos países formaba el «Gran Ming», pero cada uno de ellos conservaba buena parte de su especificidad local. Este detalle fue una mera curiosidad cuando el relato fue publicado en Europa, que había establecido a «China» como su arcana y antigua contraparte —menos el nombre de un país que una designación de los límites externos de la expansión y colonización capitalista inicial. Tales proyectos tendían a encallar en el territorio continental del este de Asia, que demostró ser capaz de un comercio masivo de bienes y plata pero resistente a una verdadera incorporación en la nueva economía mundial. China designaba una especie de obstrucción, una amenazante excepción a las nuevas reglas que se estaban estableciendo en el oeste.[2]
Hoy, en una economía golpeada por la crisis, China es definida de nuevo por sus excepciones. Su ascenso asombroso parece prometer una escapada casi mesiánica de decádas de crecimiento en declive: el espejismo de una nueva América, completado con el «Sueño chino» y el celo moral de su confucianismo-PCC puritano. Para los economistas occidentales, toma la forma de un sinokeynesianismo de mano firme, a medida que se inician nuevos proyectos de infraestructura de instituciones financieras globales más benévolas, como el Banco de Desarrollo de China, prometiendo la salvación de los últimos remotos hinterlands. En el discurso oficial del estado chino, esto representa nada más que la lenta transición al comunismo, con una larga escala de «socialismo con características chinas», en la que los mecanismos capitalistas se usan para desarrollar las fuerzas productivas hasta que la riqueza general sea posible.
En ambas narrativas, China sigue siendo una excepción oscura, de alguna manera amenazante, a pesar de su completa incorporación a la economía mundial. De alguna manera parece exenta de las reglas, con una vaga intuición de que con una gran población, un gobierno tan poderoso, una concentración tan masiva de capital fijo, etc. los chinos deberían ser por tanto una especie de deus ex machina para el drama del actual declive económico global. El problema con esta lectura es el mismo con el que se enfrentó Pereira hace siglos: el objeto mismo de la investigación se demuestra ilusorio. El mercenario entra en el corazón del imperio solo para descubrir que el imperio no existe.
Uno de nuestros principales objetivos en Chuang es dispersar este espejismo. Esperamos examinar China con claridad y propósito comunista. Pero la única forma de entender la China contemporánea y sus contradicciones es empezar con una investigación sobre la creación de «China» como tal. Aquí, nuestra historia no empieza con una historia supuestamente antigua (como tanto los historiadores occidentales y chinos quieren tan firmemente que creamos), ni empieza con la historia de amor del proyecto revolucionario chino, alternativamente glorificado y demonizado en la izquierda.
«China» es, y siempre ha sido, una categoría económica. El espejismo occidental del «Lejano Este» surge para designar la persistencia tozuda de varios modos de producción no capitalistas en la zona continental del este de Asia. Después de que la «apertura» de China mostrase la incoherencia fundamental del imperio Qing, los nacionalistas de la última época del imperio, a menudo educados en Occidente, seleccionaron de la historia de la región para construir una narrativa de un estado-nación chino coherente que se extendía hasta la antigüedad. Este proyecto fue pronto continuado tanto por liberales como anarquistas y comunistas. Dado que esta narrativa indígena de «China» surgió en medio de un imperio averiado, gobernado legalmente por una fuerza «extranjera» (los manchúes) y de hecho por otra (Occidente), una de las características clave de la recientemente imaginada nación «china» fue su cimentación en una cultura e identidad étnica Han suprimidas. La oposición a los Qing tomó primero el caracter de una restauración del gobierno Han, y organizaciones de resistencia recién formadas como las sociedades secretas eran percibidas como partidarias de esta esencia nacional perdida. Su eslogan: Fan Qing Fu Ming — Derrocar a Qing, Restaurar a Ming.
¿Pero qué era lo «Ming» que estos primeros nacionalistas buscaban restaurar? En un sentido, esta demanda recordaba aquella indeterminación fundamental —cuando el dado de la historia todavía estaba en el aire y parecía que el Gran Ming, más que Europa occidental, podía haber dado luz al capitalismo con toda su sangre y gloria. Al mismo tiempo, «Restaurar a Ming» era una especie de promesa. Significaba el desarrollo al estilo occidental, la creación de «China» como una entidad comparable (y en pie de igualdad) con aquellos países occidentales que habían dividido la región en una confusión de acuerdos de comercio y puertos abiertos. Fue esta promesa la que daría sus frutos en el siglo XX.
La historia que contamos a continuación explica la creación a lo largo de un siglo de China como una entidad económica. A diferencia de los nacionalistas, no esperamos desvelar ninguna línea secreta de cultura, idioma o etnicidad para explicar el caracter único de la China de hoy. A diferencia de muchos izquierdistas, tampoco buscamos rastrear el «hilo rojo» de la historia, descubriendo donde «se equivocó» el proyecto socialista y qué se podría haber hecho para conseguir el comunismo en algún universo alternativo.[3] Por el contrario, pretendemos investigar el pasado para comprender nuestro momento presente. ¿Qué augura la actual ralentización del crecimiento chino para la economía mundial?¿Qué esperanza ofrecen, si lo hacen, las luchas contemporáneas en China para cualquier proyecto comunista futuro?
Nuestro objetivo a largo plazo es responder a estas preguntas —componer una perspectiva comunista coherente sobre China que no esté enfangada por la historia de amor de revoluciones muertas o la histeria de las súbitas tasas de crecimiento. Ofrecemos a continuación la primera de una historia en tres partes del surgimiento de China a partir de los imperativos globales de la acumulación capitalista. En el próximo ensayo cubrimos la parte explícitamente no capitalista de esta historia, la era socialista y sus precursores inmediatos, que vieron el desarrollo de la primera infraestructura industrial moderna en la Asia oriental continental. La segunda sección, cubrirá la «Reforma y apertura» iniciadas a finales de los 70, terminando con la destrucción del «cuenco de arroz de acero» durante la ola desindustrializadora de los 90. La sección final, cubrirá el periodo que siguió a la desindustrialización y que perdura hasta hoy, incluida la transformación capitalista de la agricultura y la creación del proletariado contemporáneo en China.
Esta periodización no es arbitraria. Segmentamos esta historia según la periodización global establecida por el colectivo comunista anglófono Endnotes y según los cambios clave en el grado de incorporación de la región a los imperativos de la acumulación global. La primera sección cubre el periodo no capitalista, aquel en el que el movimiento popular dirigido por el Partido Comunista Chino (PCC) consiguió destruir el viejo régimen y detener la transición al capitalismo, dejando a la región atascada en una estasis contradictoria entendida en aquel momento como «socialismo». El sistema socialista, al que nos referiremos como «régimen de desarrollo», no era ni un modo de producción ni una «etapa de transición» entre el capitalismo y el comunismo, ni siquiera entre el modo afluente de producción y el capitalismo. Como no era un modo de producción, tampoco era una forma de «capitalismo de estado» en la que se siguiesen los imperativos capitalistas bajo el disfraz del estado, siendo reemplazada simplemente la clase capitalista en la forma pero no en la función por la jerarquía de burócratas del gobierno.
Por el contrario, el régimen de desarrollo socialista designa la descomposición de todo modo de producción y la desaparición de los mecanismos abstractos (ya sean afluentes, filiales o mercantilizados) que gobiernan los modos de producción como tales. Bajo estas condiciones, solo estrategias fuertes de desarrollo dirigidas por el estado fueron capaces de conducir el desarrollo de las fuerzas productivas. La burocracia creció porque la burguesía no podía hacerlo. Dada la pobreza de China y su posición relativa en el largo arco de la expansión capitalista, solo el «gran empujón» de los programas de industrialización de un estado fuerte, unidos a configuraciones locales resilientes de poder, fueron capaces de construir con éxito un sistema industrial. Pero la construcción de un sistema industrial no es lo mismo que la transición con éxito a un nuevo modo de producción.
Este sistema industrial no era inmediata o «naturalmente» capitalista. La historia es básicamente contingente. En la era socialista, los mercados no existían como lo habían hecho anteriormente (bajo el sistema imperial) ni como lo harían en el futuro (bajo el capitalismo). El dinero existía nominalmente, pero no era guiado ni por los imperativos mercantiles del modo afluente de producción ni por los imperativos del valor del sistema capitalista —era, en cambio, el simple reflejo mecánico de la planificación estatal, que no era calculado según los precios sino según las cantidades puras de producto industrial. El dinero no podía funcionar como el equivalente universal. Mientras tanto, se extraían rentas en el campo bajo la forma de grano mediante las «tijeras de precios», pero esta extracción no era un reflejo del sistema de impuestos imperial, ni dio como resultado la desposesión del campesinado y la privatización de la tierra agrícola. Quizá lo más importante es que el campesinado quedó fijo a su lugar más firmemente que en ningún otro periodo de la historia china. La división rural-urbano que tomó forma en aquellos años se convertiría en una característica fundamental del régimen de desarrollo. No hubo una urbanización substancial bajo el socialismo, a parte de la causada por la reconstrucción de la inmediata posguerra y el crecimiento natural, y la transición demográfica (en la que la población agrícola rural es sustituida por trabajadores urbanos en la industria y los servicios) no se produjo.
Mientras tanto, no hubo ninguna evidencia de algún tipo de transición hacia el comunismo, que seguía siendo un simple horizonte ideológico. La fuerza de trabajo se expandió, las horas de trabajo tendieron a crecer, y la socialización de la producción creó unidades productivas locales autárquicas y atomizadas, proporcionando una vida colectiva a pequeña escala pero fracasando en la creación de la nueva sociedad comunal que se había prometido. La libertad de movimiento disminuyó a medida que proliferaron las crisis, se formaron dos clases de élite perceptibles, se amplió la división rural-urbano, y empezó a tomar forma una clase de trabajadores desposeídos en las décadas finales del periodo. Proliferaron las huelgas y otras formas de descontento, culminando con la «corta» Revolución Cultural de 1966-1969, cuya supresión llevaría finalmente a una plena transición capitalista.
A lo largo del periodo revolucionario y hasta finales de los 50, nos referimos a este proceso como un «proyecto comunista». Este proyecto fue increíblemente diverso durante su existencia, y se definió siempre por su estatus como movimiento de masas con profundas raíces en la población. En sus primeras etapas, su fundamento teórico y dirección estratégica fueron predominantemente de comunistas anarquistas. Con el tiempo, la visión particular y la estrategia del PCC conseguirían la hegemonía —pero esto también significó que el PCC absorbiese parte de la heterogeneidad del movimiento, que tomaría la forma de facciones (y purgas) dentro del partido mismo. Esta hegemonía no fue impuesta sobre el proyecto, sin embargo. Fue el resultado de un mandato popular dado al PCC, que había sido fundamental en la formación de un exitoso ejército campesino y un movimiento clandestino de trabajadores durante la ocupación japonesa.
El PCC mantuvo su hegemonía del proyecto comunista en la primera posguerra al encabezar las campañas de redistribución popular en el campo y al reconstruir las ciudades. Con los fracasos de finales de los 50 (hambrunas en el campo y huelgas en las ciudades costeras), no solo se puso en cuestión el mandato popular del PCC, sino que el proyecto comunista mismo empezó a osificarse. A medida que la participación popular se evaporaba como respuesta a estos fracasos, lo que había sido un proyecto comunista de masas se redujo a sus medios: el régimen de desarrollo. Este régimen solo se podía mantener mediante una intervención cada vez más extensa del Partido, que se fundió con el estado (como un aparato administrativo burocrático de facto) y cortó su enganche con el proyecto comunista.
Incluso en el cénit de su diversidad, sin embargo, este proyecto se definía en última instancia por un horizonte comunista particular que había surgido de la combinación del movimiento de los trabajadores europeos y la propia historia de la región de revueltas campesinas milenarias. Hoy este horizonte comunista ya no existe. No tiene sentido «tomar partido» sobre estos asuntos históricos, simplemente porque no hay simetría entre el entonces y el ahora —las condiciones materiales (rápida expansión industrial, gran periferia no capitalista, etc.) que estructuraron este primer horizonte comunista están ausentes, aunque sigan las crisis fundamentales del capitalismo. No tiene sentido preguntarse si los comunistas hoy se enfrentarán a los mismos problemas: no lo harán. Por el contrario, queda solo la pregunta de cómo el comunismo y la estrategia comunista pueden ser concebidos sin este horizonte.
A los comunistas de hoy, entre los que nos incluimos, la práctica, estrategia y teoría del PCC (así como otros dentro de esta corriente comunista histórica) nos parecen en el mejor de los casos ajenas y, en el peor, abominables. A pesar de los duros límites materiales del momento, podemos decir claramente que muchas acciones del PCC son simplemente injustificables. Otras son esotéricas o incomprensiblemente arrogantes. Pero este tipo de juicios de valor tienen poca función analítica. Ya se han escrito numerosos relatos sobre la era describiéndola desde el punto de vista de «falsos» comunistas traicionando a los «verdaderos», o simplemente como el producto de líderes celosos y avariciosos. La historia que revisaremos no es una historia de morales. El proyecto comunista chino fue un fenómeno colectivo, creado por el esfuerzo y con el apoyo de millones. Intentaremos escribir una historia de este proyecto colectivo y su muerte definitiva.
Con ese fin, nuestro objetivo es explicar la era socialista china, más que abordar las cuestiones del socialismo del siglo XX en general. Ciertamente, estudios comparativos de diferentes proyectos revolucionarios valdrían mucho la pena, pero estos estudios exigen unidades justas de comparación. Hoy, la literatura sobre China y otros estados socialistas tiende a estar fuertemente moldeada por la experiencia rusa. Una de nuestras tesis fundamentales es simplemente que China no es Rusia. Aun influenciados por la experiencia rusa, los intentos chinos por emularla nunca fueron completos, y en cualquier caso fueron aplicados en un contexto fundamentalmente diferente. Lo que es más importante, el punto de referencia ruso estuvo moviéndose constantemente, y los chinos a menudo sacaron de periodos divergentes de la historia rusa al diseñar sus propias formas de gestión empresarial y planificación industrial.
Más allá de esto, la geografía de la influencia rusa fue desigual. Fuera del núcleo industrial nororiental, la producción china estuvo fuertemente moldeada por otros sistemas de gestión empresarial, planificacion económica y administración del estado. Si los chinos tomaron a Rusia como un modelo, también heredaron muchos otros: desde la era imperial, el régimen nacionalista del periodo republicano, los japoneses, y las empresas occidentales en las ciudades costeras. Todas estas influencias se combinaron en esfuerzos conscientes por crear una nación inequívocamente «china», completada con una economía nacional unificada. El resultado fue un sistema desigual mucho más descentralizado de lo que se puede ver en la era de la propaganda.
Otra de nuestras tesis fundamentales es que hubo una cruda diferencia entre lo que la China socialista dijo y lo que hizo. Demasiada literatura actual (tanto académica como la producida por la izquierda) usa datos poco fiables extraidos de fuentes cuestionables.[4] Se basa en pruebas obsoletas recopiladas en un momento en el que había ganancias o pérdidas en juego en la «línea» de uno en cosas como la Revolución Cultural. Los métodos básicos utilizados en esta literatura son idealistas. La propaganda se examina como si fuese una descripción real del sistema industrial. Las fábricas modelo se describen como si fuesen el reflejo de la realidad. Los mitos del socialismo chino se espera que coincidan, uno por uno, con la composición real de la sociedad china. China se convierte de nuevo en una especie de espejismo, esta vez reformulado para las nuevas coordenadas de la Guerra Fría. El resultado es una versión Pueblo de Potemkin de la China socialista, por una parte denigrada y por otra mantenida como una de las pocas luces parpadeantes en la oscuridad de un siglo perdido.
Hoy no nos jugamos nada con ninguna de las dos. Las únicas apuestas que vemos son las planteadas por nuestro momento actual: una China que es central para la economía global pero también golpeada por crisis, con un crecimiento que se ralentiza y una población desgarrada entre un futuro ausente y un pasado inalcanzable. Si nos jugamos realmente algo, merece entonces un análisis histórico que valga la pena. Nuestro objetivo es usar las medidas disponibles más concretas y fiables para narrar una historia materialista de China. La mitología socialista representada en la propaganda, las ceremonías populares y las costumbres cotidianas no son ignoradas sino relegadas a su significado real: el de un proyecto ideológico que asume en última instancia la resiliencia de una religión, capaz de expresar ciertas esperanzas, miedos y verdades sociales, pero incapaz de describir la economía realmente existente. Nos centraremos en los números objetivos, pruebas recientemente desclasificadas y un conjunto de etnografías más fiables y proyectos de investigación de archivo.
El resultado, esperamos, es un cuadro de la China socialista como realmente fue, ni un erial totalitario ni el reino de los cielos. El país que ilustramos a continuación no fue la «China de Mao» en ningún sentido de la frase. Fue un proyecto construido por millones de personas y su resultado definitivo (aunque no históricamente determinado) es la China que vemos hoy —una China que mantiene unida la economía mundial con una raíces que se desintegran. Una China que, esperamos, será finalmente deshecha por más millones de chinos, junto con miles de millones de otros destruyendo sus mil países y, con ellos, esta monstruosa economía que nos enyuga a cada uno con todos y a todos con nadie.
[1] Véase: Will Fletcher, “Thousands of genomes sequences to map Han Chinese genetic variation,” Bionews, 596(30 November 2009), <http://www.bionews.org.uk/page_51682.asp>
[2] Véase aquí el informe original de Pereira: Charles Ralph Boxer; Pereira, Galeote; Cruz, Gaspar da; Rada, Martín de (1953), South China in the sixteenth century: being the narratives of Galeote Pereira, Fr. Gaspar da Cruz, O.P. [and] Fr. Martín de Rada, O.E.S.A. (1550-1575), Número 106 de las Obras publicadas por la Hakluyt Society, Impresas para la Hakluyt Society.
Véase también el ensayo de Arif Dirlik sobre la creación de “China/Zhongguo” para una visión general más amplia de esta historia: Arif Dirlik, “Born in Translation, ‘China’ in the Making of ‘Zhongguo’”, Boundary2, July 29, 2015. <http://boundary2.org/2015/07/29/born-in-translation-china-in-the-making-of-zhongguo/#sixteen>
[3] Para una visión general de esta tendencia en la historia izquierdista, véase: Endnotes 4, Unity in Separation, October 2015, Bell & Bain, Glasgow, pp. 73-75.
[4] Para los ejemplos recientes más leídos de esto, véase: Chino, “Bloom and Contend: A Critique of Maoism,” Unity and Struggle, 2013, y Loren Goldner, “Notes Toward a Critique of Maoism”, Insurgent Notes, Issue 7, October 2012.
Fuente: Chuang, nº 1
Traducción de Carlos Valmaseda
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