Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Descubren varios textos inéditos de Bertolt Brecht

Efe (24-08-2004)

Varios textos inéditos de Bertolt Brecht, entre ellos quince historias que tienen como protagonista al "señor Keuner", han aparecido en la pequeña localidad suiza de Brüttisellen, en el cantón suizo de Zúrich El autor del hallazgo es el escritor suizo Werner Wüthrich, investigador de la obra del gran poeta y dramaturgo alemán, autor además de un libro sobre Brecht y Suiza, informa el semanario helvético "Weltwoche". El semanario publica en su último número exclusivamente cinco de esas historias hasta ahora desconocidas del señor Keuner, a quien algunos consideran un alter ego del autor de "Madre Coraje", y que la editorial alemana Suhrkamp incorporará junto al resto y las ya conocidas en un nuevo volumen que aparecerá en septiembre.

El prolífico señor Keuner Con este descubrimiento son en total 121 las historias y fragmentos en torno al famoso señor Keuner, entre ellas las incluidas en las famosas "Historias de Almanaque", de 1948. Además de esas historias, el investigador suizo encontró toda una serie de originales como manuscritos para la escena, bocetos escénicos de Teo Otto, fotos y otros documentos relacionados con el exilio suizo del escritor. Un referente en la escritura Brecht vivió exiliado con su familia en Feldmeilen, junto al lago de Zúrich, entre noviembre de 1947 y octubre de 1948, en una casa que había puesto a su disposición la especialista en literaturas románicas Reni Mertens, que traduciría luego su obra al italiano. Tras la muerte de Reni Mertens en diciembre de 2000, una de sus hijas se ocupó de los documentos en su poder relacionados con Brecht y así es como llegaron a Brüttisellen, donde los descubrió Wüthrich, mientras preparaba su libro sobre la estancia del dramaturgo en territorio helvético.

Los textos del señor Keuner publicados por Weltwoche, incluido uno titulado "El señor K. y la política alemana", debieron de salir de la pluma (o máquina de escribir) de Brecht en 1948. El dramaturgo llegó a Suiza en noviembre de 1947 como ciudadano sin pasaporte tras haber huido prácticamente de Estados Unidos, donde le habían citado el FBI y el Comité sobre Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes. Como explicó con ironía el escritor al cineasta Erwin Leiser: "Cuando a uno le acusan de querer robar la estatua de la Libertad, es hora de largarse". En la neutral Suiza, según ha podido averiguar Wüthrich, Brecht, que estaba considerado como un "extremista de izquierdas" fue sometido a espionaje por las autoridades helvéticas, tal vez aconsejadas al respecto por las estadounidenses, que se negaron incluso a concederle permiso ilimitado de residencia. Biografía de Bertol Brech http://es.wikipedia.org/wiki/Bertolt_Brecht Bert (Bertolt) Brecht, nombre completo Eugen Berthold Friedrich Brecht ( 10 de febrero de 1898 en Augsburg-14 de agosto de 1956 en Berlín) es considerado el dramaturgo y poeta alemán más influyente del siglo XX. Ha sido renombrado y galardonado repetidas veces, tanto en el este como en el oeste de Alemania así como también internacionalmente. Nació el 10 de febrero de 1898 en Augsburg (Alemania). Su padre fue Bertolt Friedrich Brecht y su madre Sofie Brecht, nacida Brezing. Bertolt asistió a la escuela primaria desde 1908, a la escuela secundaria en Augsburg hasta 1917, año en el cual obtuvo el bachillerato de emergencia, debido a su implicación en un escándalo escolar. Por suerte, un profesor abogó a su favor. A continuación estudió medicina en Munich. Tuvo que interrumpir sus estudios al año siguiente ya que le llamaron a filas como soldado sanitario en un hospital militar en Augsburg. Durante este tiempo, conoció a Paula Banholzer que en 1919 dio luz a un hijo suyo, Frank. Siendo soldado alemán, Frank cayó en Rusia en 1943. A partir de 1920, Brecht viajó a menudo a Berlín, donde entabló relaciones con gente del teatro y de la escena literaria. En 1924 se trasladó a Berlín. Al principio trabajó en esta ciudad junto con Carl Zuckmayer como dramaturgo en el Deutsches Theater de Max Reinhardt. En el año 1922 se casó con la actriz de teatro y cantante de ópera Marianne Zoff. A partir de aquel momento, el joven artista tuvo papeles en Münchner Kammerspiele y en el Deutsches Theater de Berlín. Un año más tarde tuvieron una hija Hanne. Poco después conoció a su posterior esposa Helene Weigel. En 1924 nació su segundo hijo, Stefan, y tres años más tarde se divorció de Marianne Zoff. En 1929 se casó con Helene Weigel, matrimonio del cual tuvieron una hija, Barbara.

Desde 1926 tuvo frecuentes contactos con artistas socialistas, los cuales influenciaron su ideología ampliamente. Sus primeras obras ya tuvieron alguna característica de su interpretación de Hegel, cuyas obras conoció desde su primera juventud, así como de sus estudios de las obras de Karl Marx. A los 29 años publicó su primera colección de poemas "Devocionario Doméstico", un año más tarde tuvo el mayor éxito de teatro de la República de Weimar con "La Ópera de los Tres Peniques" (Música de Kurt Weill). Brecht siempre quiso influenciar al público con sus actuaciones, para lo cual eligió los medios de una manera dirigida hacia su meta, como por ejemplo, la radio, anécdotas o el teatro, a través de los cuales podía llegar al público correspondiente. Su meta fue un cambio social que debía alcanzar una liberación de los medios de producción. Incluyó tanto el ámbito intelectual como también el estético. Pueden observarse estas metas ya en sus primeras obras como "Baal", "Tambores en la Noche" y en su colección de poemas "Devocionario Doméstico". La "Ópera de los Tres Peniques", critica, por ejemplo, el orden burgués, del cual se burla representándolo como sociedad de delincuentes.

A comienzos del año 1933, la representación de la obra "La Toma de Medidas" fue interrumpida por la policía y los organizadores fueron acusados de alta traición. El 28 de febrero – un día después del incendio del Reichstag – Brecht con su familia y amigos abandonó Berlín y huyó a través de Praga, Viena y Zurich a Skovsbostrand cerca de Svendborg en Dinamarca, donde pasó cinco años. En mayo del mismo año, sus libros fueron quemados por los nacionalsocialistas.

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Olga incomoda. Por quê?

Emir Sader

Olga incomoda. Ninguém sai do cinema alheio ao belo filme, baseado na obra-prima de Fernando Morais, que desagradou a imprensa e alguns "formadores de opinião". A crítica cinematográfica ficou incomodada, alguns jornais chegam ao limite de praticamente não recomendar o filme, pela baixa avaliação que lhe dão, em comparação com a quantidade de porcarias holywoodianas recomendadas diariamente. Olga incomoda porque conta a história pessoal de dois revolucionários. Incomoda saber que militantes comunistas são seres humanos, que amam, que sofrem, que são felizes, que se identificam profundamente com as causas pelas quais lutam, que não buscam nenhuma vantagem pessoal, mas sim a justiça e a solidariedade. Olga incomoda porque recorda as brutalidades repressivas que se cometeram contra os comunistas, aqui e na Alemanha. Incomoda porque a Alemanha – país ocidental, branco, protestante, anglo-saxão, capitalista – foi poupada por Hollywood, apesar de ter feito a pior "limpeza étnica" da história, contra judeus, comunistas e ciganos (e quando Chaplin fez O grande ditador, teve de sair dos EUA antes mesmo de o filme ser lançado). O filme de Rita Buzar e Monjardim recorda o papel que a Alemanha, como potência imperialista, desempenhou no nazismo. Olga incomoda porque revela a vida de militantes, de gente que optou por entregar o que têm de melhor pela revolução, pela luta anticapitalista. E incomoda – sobretudo os que vivem de interesses, de lucros, de prestígio, de honrarias, de ganhos imediatos, de poder – saber que outro tipo de vida e de valores é possível, dedicado a verdadeiros ideais. Olga incomoda talvez por mostrar Fernanda Montenegro, nossa principal atriz, dando vida à mãe de Luis Carlos Prestes, o mais conhecido dirigente comunista brasileiro. Talvez incomode ouvir a Internacional, em variados arranjos, inclusive como tema de fundo das cenas de amor dos revolucionários. É possível que Olga incomode também porque é uma produção de ótima qualidade, apesar de procurar fugir dos cacoetes de estilo norte-americano a que tanto nos acostumam nos cinemas. Mas sobretudo Olga incomoda porque é um filme que toma posição: é de esquerda – como o são Diários de motocicleta e as fitas de Michael Moore -, quando nos querem convencer de que isso não existe mais, que apenas os critérios estéticos é que contam. E Olga além do mais é um belo filme, humanista, que não poupa os carrascos, que diz as coisas pelos nomes que as coisas têm. Vejam Olga, apesar do que dizem os jornais, apesar da opinião dos conservadores. Que os jovens saibam, que os adultos se recordem, que todos vejam e julguem, com os seus olhos, os seus sentimentos, sua razão e os seus valores. Olga incomoda e é bom que incomode, em tempos que parecem pedir a todos que já não se incomodem com nada.

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Murió otro de los nuestros: Luigi Pintor

Luigi Pintor murió en su casa de Roma el pasado 17 de mayo de 2003. Nacido en esa ciudad el 18 de septiembre de 1925, sufría de un mal incurable. Su infancia transcurrió en Cagliari (Cerdeña), volvió a Roma donde se acercó al movimiento antifascista clandestino. Hermano de Giaime (muerto en diciembre de 1943 por la explosión de una mina), participó en la guerra de liberación en las filas de los GAP (Grupos de Acción Partisana). Arrestado por la banda de Koch, fue condenado a muerte. La condena fue suspendida en el último instante. En 1943 se inscribió en el Partido Comunista Italiano. Trabajó en l’Unità desde 1946 a 1965 primero como redactor y después como co-director (director Alicata y codirectores Tortorella en Milán y Pintor en Roma).

Entra en el Comité Central del PCI en el X Congreso de 1962, y después deja l’Unità por diferencias con el director Alicata y es llamado a trabajar en la Oficina de Secretaria en la dirección de Botteghe Oscure.

Después del XI Congreso de 1966, en la “depuración” que golpeó a todos los que apoyaron el disenso de Ingrao, fue mandado al “exilio”, en el Comité regional de Cerdeña, allí fue elegido diputado en las elecciones de 1968 (legislatura que duró hasta 1972). En ese contexto, en noviembre de 1969 fue expulsado del PCI con el grupo “Il Manifesto”, junto a Rosana Rosanda, Lucio Magri, Luciana Castellina y Massimo Caprara. En junio de 1969 estaba entre los fundadores de Il Manifesto revista mensual que en abril de 1971, se transformará en diario. Fue director de Il Manifesto diversas veces. En 1987 Pintor volvió al parlamento como diputado de la izquierda independiente.

En 1991 publicó su primera novela “Servabo”, seguido en 1998 por “La signora Kirchgessner” y “Il nespolo” en 2001. Está a punto de salir “I luoghi del delito”. Todos en las ediciones Bollati Boringhieri.

Existen dos compilaciones de sus editoriales: “Parole al vento. Brevi cronache degli anni 80”, 1990, Kaos ediciones y “Politicamente scorretto. Cronache di un quinquennio 1996-2001”, ed. Bollati Boringhierei, 2001.

Por su valor histórico, acta notarial de un recorrido político y cultural de una de las expresiones más inteligentes y aún útiles del comunismo del siglo XX publicamos a continuación el primer editorial que Pintor escribió para Il Manifesto titulado “Un diario comunista” (28 de abril de 1971) y el último que escribió 24 días antes de morir bajo el título “Sin fronteras” (24 de abril de 2003). Entre ambos editoriales 32 dos años de distancia, entre ambos editoriales, la crónica de la extinción del movimiento comunista históricamente existente en el siglo XX. Entre ambos editoriales el convencimiento de que comunismo habrá aunque se extingan los partidos comunistas del siglo XX. Demos la palabra a Luigi Pintor.

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Las raíces de la burocracia

Isaac Deutscher

Somos testigos de una clara tendencia al aumento de la burocratización de las sociedades contemporáneas, independientemente de sus estructuras sociales y políticas. Los teóricos y occidente nos aseguran que el ímpetu de la burocratización es tal, que vivimos ya bajo un sistema managerial que ha llegado a reemplazar casi imperceptiblemente al capitalismo. Por otro lado, tenemos el enorme, asombroso crecimiento de la burocracia en las sociedades post-capitalistas del bloque soviético, y especialmente en la Unión Soviética. Nos asiste toda la razón al tratar de elaborar alguna teoría de la burocracia que sea más completa y satisfactoria que el cliché tan de moda como en gran medida sin sentido de «sociedad managerial». Sin embargo, no es fácil abordar el problema de la burocracia; en esencia este problema es tan viejo como la civilización misma, aunque la intensidad con que ha aparecido a la vista de los hombres ha variado grandemente según las épocas.

Si he decidido hablar sobre las raíces de la burocracia, es por la razón de que, a mi entender hay que calar muy hondo para hallar las causas más profundas las causas primeras de la burocracia, al objeto de ver cómo y por qué esta lacra de civilización humana ha alcanzado proporciones tan aterradoras. Dentro del problema de la burocracia, del cual el problema del Estado constituye un paralelo aproximado, se concentra buena parte de esa relación entre individuo y sociedad, entre hombre y hombre, que ahora se ha convertido en moda calificar de “alienación”.

El término sugiere el dominio del «bureau», del aparato, de algo impersonal y hostil que ha adquirido vida y poder sobre los seres humanos… En el lenguaje diario, también hablamos de los burócratas sin alma refiriéndonos a los hombres que integran ese mecanismo. Los seres humanos que gobiernan el Estado parece como si carecieran de alma, como si fueran meros dientes del engranaje. En otras palabras, nos enfrentamos aquí, de lleno y directamente, con la reificación de las relaciones entre seres humanos, con la aparición de vida en mecanismos, en cosas. Lo cual nos lleva inmediatamente a la memoria, por supuesto, el gran complejo del fetichismo: en todos los ámbitos de nuestra economía de mercado, el hombre parece hallarse a merced de las cosas, de las mercancías, incluso del dinero. Las relaciones humanas y sociales se objetivan, en tanto que los objetos parecen adquirir la fuerza y el poder de las cosas vivas. La semejanza entre la alienación del hombre respecto al Estado y a los representantes del Estado, la burocracia, y la alienación del hombre respecto a los productos de su propia economía, es evidentemente muy estrecha, estando las dos clases de alienación parecidamente interrelacionadas. Existe una gran dificultad en pasar de las meras apariencias a la entraña misma de la relación entre sociedad y Estado, entre el aparato que gobierna la vida de una comunidad y la comunidad misma. La dificultad estriba en lo siguiente: la apariencia no es sólo apariencia, sino también parte de una realidad. El fetichismo del Estado y la mercancía está, por así decirlo, «incrustado» en el propio mecanismo de funcionamiento del Estado y el mercado. La sociedad se siente enajenada del Estado, a la vez que inseparable de él. El Estado es la carga que oprime a la sociedad, y también es el ángel protector de la sociedad, sin el cual no puede vivir.

De nuevo, algunos de los más oscuros y complejos aspectos de la relación entre sociedad y Estado se reflejan clara y curiosamente en nuestro lenguaje corriente. Cuando decimos «ellos», refiriéndonos a los burócratas que nos gobiernan, «ellos» que gravan con impuestos, que hacen las guerras, que realizan toda serie de cosas en las que la vida de todos nosotros se halla comprometida, expresamos un sentimiento de impotencia, de enajenación del Estado; pero somos asimismo conscientes de que sin el Estado no habría vida social, desarrollo social ni historia. La dificultad en distinguir la apariencia de la realidad estriba en esto: la burocracia desempeña ciertas funciones que son obviamente necesarias e indispensables para la vida social; sin embargo, también desempeña funciones que teoréticamente pueden calificarse de superfluas.

Los aspectos contradictorios de la burocracia han conducido, por supuesto, a dos concepciones filosóficas, históricas y sociológicas del problema, contradictorias y diametralmente opuestas. Aparte de muchos matices intermedios se dan tradicionalmente dos enfoques básicos sobre la cuestión de la burocracia y el Estado: el burocrático y el anarquista. Recordarán ustedes que a los Webbs(1) les gustaba dividir a la gente en aquellos que apreciaban los problemas políticos desde un punto de vista burocrático, o anarquista. Lo cual es, desde luego una simplificación, aunque sin embargo hay razones que abonan esta división. El enfoque burocrático ha tenido sus grandes filósofos, sus grandes profetas y sus sociólogos célebres. Con toda probabilidad el mayor apologista filosófico del Estado fue Hegel, así como el mayor apoloIogista sociológico del Estado fue Max Weber.

No cabe duda de que la vieja Prusia fue el paraíso de la burocracia y que, por consiguiente, no es algo puramente accidental el que los mayores apologistas del Estado y la burocracia procedieran de Prusia. De hecho, Hegel y Weber, cada cual a su manera y a niveles distintos de pensamiento teorético, son los metafísicos de la burocracia prusiana que generalizan partiendo de la experiencia de dicha burocracia prusiana y proyectan esa experiencia sobre la escena de la historia mundial. Por tanto, es necesario tener presente los postulados básicos de esta escuela de pensamiento. Para Hegel el Estado y la burocracia eran ambos el reflejo y la realidad de la idea moral, esto es, el reflejo y la realidad de la razón suprema, la realidad del Weltgeist, la manifestación de Dios en la historia: Max Weber, que en cierto modo es un descendiente, un nieto de Hegel (un nieto pigmeo quizás) incluyó la misma idea en el catálogo típicamente prusiano de las virtudes de Ia burocracia.

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Lejos de la historia, una operación mediática: Comunismo, las falsificaciones de un » libro negro «

Gil Perrault

EL MUNDO DIPLOMÁTICO ¦ Diciembre de 1997 ¦ Páginas 22 y 23

http://www.monde-diplomatique.fr/1997/12/PERRAULT/9660

EL balance de los " crímenes del comunismo » establecido por el historiador francés Stéphane Courtois en su " Libro negro " suena como una requisitoria. El autor levanta un paralelo escandaloso entre comunismo y nazismo e invoca la idea de un tribunal de Nuremberg para juzgar a los responsables. Que importa para que las cifras citadas sean manipuladas, incluso falsas, o que varios coautores se hayan disociado de Stéphane Courtois, numerosos periodistas, sin haberse tomado el trabajo de leer el libro, lo elogiaron hasta el ditirambo.

Mucho tiempo después, las cifras continúan siendo aproximadas y abastecen sólo un orden de dimensiones. Para la represión de Sétif (1945), las estimaciones van de 6 000 a 45 000 muertos. En el Madagascar (1947), habrían habido 80 000 víctimas. En Indochina (1946-1954), las cifras varían según las fuentes a de 800 000 a 2 millones de muertos, y en Argelia 1954-1962 de 300 000 a 1 millón. Incluso sin tener en cuenta Túnez y Marruecos, y absteniéndose de evocar las responsabilidades francesas en catástrofes más recientes, como el genocidio ruandés, esta contabilidad siniestra atestigua que, en proporción a su población, Francia se coloca en el pelotón de cabeza de los países masacradores de la segunda parte del siglo.

Francia perseveró con tanta obstinación que el observador podría deducir de ello que el crimen estaba ontológicamente vinculado al sistema político vigente. Porque es precisa hablar de crimen. La represión desarrollada durante dos décadas en dos continentes presenta las características del crimen contra la humanidad tal como es definido por el nuevo Código Penal francés: « práctica masiva y sistemática de ejecuciones sumarias, de secuestros de personas seguidos de su desaparición, de la tortura o de actos inhumanos (…) »

La única organización política de importancia que se levantó contra este encadenamiento tan cruel como imbécil fue el Partido comunista francés (PCF). La memoria de sus veteranos está poblada de memorias de una lucha difícil llevada en una soledad casi absoluta. François Bayrou, heredero político de una democracia cristiana implicada más que cualquier otra formación en la represión colonialista, pasaba tranquilamente ente ese pasado y sin asumir responsabilidades inoportunas, cuando blandía, en la cámara, El Libro negro del comunismo contra el lado opuesto del hemiciclo. La memoria también puede ser de geometría variable.

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Harry Magdoff, economista estadounidense

Diego Guerrero Jiménez

NECROLÓGICA.

Crítico del keynesianismo, defendió el socialismo y la planificación. Harry Magdoff (1913-2006), nacido en el Bronx neoyorquino, enseñó en la New School y dirigió la Monthly Review (MR). Fue investigado por los comités macartistas EL PAÍS – Gente – 05-01-2006 2006 no ha empezado bien para la Economía política: el 1 de enero murió Harry Magdoff (1913- 2006), no mucho después que el fundador de la Monthly Review (MR), su amigo Paul Sweezy. Henry Samuel Magdoff había nacido en el Bronx, en la familia de un pintor de brocha gorda judío-ucraniano. Antes de licenciarse en Economía, entró en contacto con la obra de Marx y fue expulsado de la universidad por radical. Luego ocupó cargos en la Administración y fue economista jefe del servicio de estudios del Departamento de Comercio. Ayudado por quien resultó ser un espía soviético, se vio implicado en acusaciones de espionaje, y tras dos años como asesor del candidato presidencial H. Wallace, a quien apoyaba el ala radical de los sindicatos, sufrió a los comités de investigación macartistas y fue vetado en la Administración. Trabajó entonces en el sector privado y enseñó en la New School antes de llegar a la dirección de la MR (1969), a la que, junto a Sweezy, consiguió situar durante décadas, y no sólo en EE UU, al frente del movimiento socialista, la nueva izquierda y la Economía Radical. Magdoff fue un teórico del imperialismo, estudioso precoz de la «financiarización» y fino crítico del keynesianismo. En La era del Imperialismo (1969) -un éxito de ventas en pleno movimiento por los derechos civiles y la oposición a la guerra de Vietnam – hacía un sistemático análisis del imperialismo estadounidense tras la II Guerra Mundial, de la «globalización» del capital monopolista y de las «fuerzas» que gobiernan su política exterior. Más allá de las «ambiciones personales» de sus actores, le interesaban las «causas profundas» del nuevo imperialismo («neocolonialismo»), que identificaba con «el monopolio» (aunque añadía confusas reflexiones sobre la composición del capital en los países pobres como causa de una relación real de intercambio favorable a los ricos). Desde esa posición, Magdoff no creía que la expansión imperialista de Bush fuera sólo el proyecto de un reducido grupo de la clase gobernante, ligado a los sectores militar y petrolero: en su opinión, creer en intrigas o conspiraciones es una ilusión, ya que no hay división seria en la oligarquía norteamericana ni en su política exterior. Magdoff señaló en 1965 el papel crucial de la expansión financiera como medio de contrarrestar la «tendencia al estancamiento», y en varios libros con Sweezy se inquietó por los efectos a largo plazo de una política dirigida a salvar el sistema financiero del tipo de «colapso y deflación» que preludiaron la Gran Depresión. En los setenta ambos resucitaron la tesis del estancamiento como «estado normal» del capitalismo monopolista, por su supuesta incapacidad para estimular la innovación y la inversión. Por eso, habría que «explicar» las etapas de rápido crecimiento (los sesenta) más que las de estancamiento (los setenta-ochenta). Hay, por último, un Magdoff menos conocido: el rotundo crítico del keynesianismo como nuevo liberalismo. Pensaba que «el espíritu y la sustancia del neoliberalismo estaban bien vivos en Washington y la comunidad financiera en la época de la socialdemocracia keynesiana», pero entonces era sólo «un aspecto callado de la disciplina que se imponía al tercer mundo, mientras que ahora los principios neoliberales se proclaman en voz alta como la fe verdadera». Denunciaba así «la mitología del Estado del bienestar keynesiano» y que «las propuestas reformistas de los progresistas buscaran vías para restablecer la armonía keynesiana, cuando deberíamos estar trabajando por cambios que cuestionen el capitalismo y la ideología del sistema de mercado». No sorprende esto en quien defendió siempre el socialismo y la planificación, la necesidad de desarrollar un «nuevo tipo de democracia que satisfaga las necesidades básicas de todos» y abogaba, en su último trabajo en la MR (2005), por la idea de que «el capitalismo debe ser sustituido por una economía y una sociedad al servicio de la humanidad». Diego Guerrero es profesor de Economía Política en la Universidad Complutense de Madrid. Participante en el foro de este sitio web profesionalespcm.org

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Rosa, Vladimir y la democracia

Joaquín Miras Albarrán, Joan Tafalla

“Los bolcheviques son los herederos históricos de los “levellers” ingleses y de los jacobinos franceses”

Rosa Luxemburgo, 1917.

Nota previa: Cómo relacionarnos con dos clásicos

Nos aproximamos a dos personas que participaron plenamente en la oleada de luchas de clase de principios del siglo XX y usaron de su capacidad intelectual para tratar de comprender y reorientar la situación por la que transcurría el movimiento revolucionario. Ambos estuvieron a la altura de las circunstancias y dieron lo mejor de sí mismos en la lucha. Nos legaron su pensamiento y su obra. Las luchas de clases en las que participaron ocurrieron al otro extremo del siglo que nos antecede, al comienzo del ciclo de luchas revolucionarias más intenso de la historia de la humanidad.

Hoy, como entonces, la explotación capitalista sigue siendo el enemigo de la humanidad. No debemos olvidar esto; porque, entre otras cosas, implica que las clases subalternas fueron derrotadas en ese ciclo de lucha de clases. El enemigo explotador es el mismo, el capitalismo, pero el mundo en el que ellos vivieron tiene poco que ver con el nuestro. Incluso los movimientos políticos que ellos animaron ya no existen. No podemos apelar a ellos para que su pensamiento nos procure la fórmula adecuada en la que orientar nuestra lucha, la estrategia a seguir.

Pero su pensamiento trató de aferrar los problemas que se planteaban a los revolucionarios durante la lucha de clases revolucionaria en un determinado momento histórico. Si comprendemos su momento, los dilemas que afrontaron, encontraremos en las respuestas que trataron de elaborar una fuente de inspiración para nuestro presente y nuestra lucha. No podemos ser luxemburguistas, o leninistas, o trotskistas, pero sí podemos inspirarnos en ellos porque su talla intelectual hace que su pensamiento sea perenne: son parte de nuestros clásicos. Compararlos puede ser tarea útil si la emprendemos para comprender mejor las peculiaridades respectivas de su pensamiento, esto es, la forma original con la que dieron respuesta a los problemas políticos de su época. Puede ser un disparate si tratamos de convertirlos en doctrina sistemática. Ellos pensaron su presente con cabeza propia, usando libremente de un legado intelectual revolucionario. Eso es lo que nos toca a nosotros.

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José-Amalia Villa se ha ido

Gregorio Morán

La Vanguardia, 04/02/200

La verdad es que no sé ni dónde nació. ¿En Madrid, en Gijón, en México, en Salamanca? Quizá en alguna de ellas porque eran las ciudades que siempre recordaba como vinculadas a su vida, de aquellas que tenía historias para contar y que aparecían difuminadas en una memoria en la que cada recuerdo era una muesca en carne viva. Para un puñado de gentes fue la representación de la coherencia, de la dignidad y de ese valor cívico que se ha ido achicando en el país conforme todos nos hicimos iguales o muy parecidos en el ejercicio de ventilación de la memoria. Seis personas la despedimos en un flamante cementerio de Madrid, La Paz, sarcástico nombre para incinerar a una persona que vivió en guerra con el destino, un lugar de esos donde la ciudad pierde su nombre, bordeando una carretera antaño frecuentada por cazadores de conejos, la de Colmenar. Un sitio apropiado para convertir en ceniza a una mujer que peleó por cambiar la vida con esa rara elegancia de los que están nimbados por la discreción. José-Amalia Villa fue una mezcla de símbolo y leyenda, o para mejor decir, primero fue leyenda, y el tiempo y la dignidad, que no suelen ir parejos, la fueron convirtiendo en símbolo. Pertenecía a una cofradía de ciudadanos insólitos, orgullosos de sí mismos en un sólo punto que los distinguía del común: habían pasado por todo y no eran alérgicos a nada, salvo a la estupidez. Un ejercicio de salud mental que tiene un costo demoledor en soledad y aislamiento. Había recorrido tantas cárceles, había aguantado tanta bobería con pretensiones universales, había conocido a tantos hijos de puta masculinos, femeninos y neutros, que con el tiempo y la sordera acentuada se rodeó de un blindaje humano hecho de carácter bronco, respuestas inequívocas y un desdén olímpico por todo lo que significara notoriedad y salseo. "Lo peor de las prisiones de mi época – me dijo un día- es que nunca estabas sola para poder llorar". Así que José-Amalia Villa tardó mucho en llorar y eso deja huella cuando la vida te ha dado tantos motivos para hacerlo. Lo consiguió en la de Segovia, prisión fría con notoriedad en tiempos donde no había recinto carcelario que no recordara al camposanto. Y fue gracias a una huelga de hambre, la primera que se recordaba en una cárcel de mujeres. Sucedió en 1949 y el hecho de que las recluyeran en celdas de castigo en condiciones infrahumanas se tradujo para ella en algo que nunca olvidaría; al fin estuvo sola para poder llorar sin que su dignidad se afectara. Lo afirmaba secamente con una frase muy suya: "No podía darles la satisfacción de verme llorar; ni a las carceleras ni a mis compañeras de celda". Y en verdad que tenía mucho que llorar. La detuvieron dos veces, lo suficiente. Se dio la particularidad, digna de la época, que fue su propio padre, un masón cobarde hasta la infamia, el que la denunció por su participación como enfermera en el ejército republicano. Voluntaria de excepción en tiempos en los que una señorita de buena familia como ella no se echaba al frente con un mosquete. La primera detención fue breve pero decisiva. La dejó dos secuelas que condicionaron su vida. La más evidente, la sordera. La manta de hostias que le aplicaron, en presencia de su padre, le provocaron perforación del tímpano. Tenía 21 años recién cumplidos. La casualidad hizo que en ese edificio – hoy museo y antaño centro de miserias, que se llamaba Dirección General de Seguridad, Puerta del Sol, kilómetro cero- compartiera celda con otra señora bien, que había estudiado en Salamanca con Unamuno, mal casada con un sobrino de Ángel Ganivet y que como él acabaría sus días en suicida. Se llamaba Matilde Landa y había vivido la Guerra Civil como compañera del italiano Vittorio Vidali, el legendario e inquietante Comandante Carlos de las Brigadas Internacionales, que moriría como respetado senador comunista en Trieste. El encuentro de José-Amalia con Matilde en la misma celda de la DGS marcará el resto de su vida. Convertida en un muñeco roto por las torturas y acuciada por la presión moral de estar detenida con una niña de apenas nueve años, Matilde Landa no tiene otra salida que confiar en su vecina de celda. No era difícil, José-Amalia Villa era de las que dejaban huella a primera vista. El caos de las últimas semanas de la Guerra Civil en Madrid, con el golpe de Casado y la incompetencia manifiesta de sus líderes, dejó al Partido Comunista en situación tan precaria que delegaron la secretaría general del Partido en Matilde Landa. Apenas si sobrevivió unos días en la clandestinidad imposible de aquel Madrid recién reconquistado. Y ahora estaba allí, contándole a una compañera de detención lo inmediato que debía hacer para informar que todo, es decir, lo poco que había, se había ido al demonio. José-Amalia Villa, esa muchacha que gustaba más de Mozart – ¡pobre, qué año te espera!- que de Beethoven, que leía a Romand Rolland y a Gorki, que le preocupaba la eternidad como a Unamuno, que admiraba al Ortega y Gasset anterior a la República, que hablaba francés de corrido, que tenía un padre masón y rico, y un hermano donjuán y socialista, se encuentra en el brete de tener que decidir si hacerse comunista. ¡Vaya escena! Dos mujeres jóvenes en una cochambrosa celda de la DGS metiéndose en la ciénaga sucia que deja la guerra y tratando de recuperar lo que ya está perdido para siempre. Allí se convirtió en militante José-Amalia Villa, y salió e hizo lo que había que hacer y pocos se atrevían. Y un buen día, perdonen el sarcasmo, se le acercó un tipo al parecer de mediana estatura y unos ojos vivos. Arrollador en su capacidad de atraer, de seducir y de mandar. Pasaría a la historia, es un decir, como Heriberto Quiñones, el personaje más ignorado y secreto de toda la historia del comunismo en España. Aún se desconoce su nombre verdadero y su origen, fuera de una supuesta procedencia de Besarabia, entonces territorio disputado entre Rumanía y la Rusia soviética. Lo único cierto es que se trataba de un hombre de la Komintern, la III Internacional Comunista, que había trabajado en Polonia, Francia, Sudamérica y España, donde se detecta su presencia a partir de 1931. Pasa por asturiano, con documentación impecablemente falsa. Será responsable del comunismo español en la clandestinidad durante el año 1941 y dejará una huella imborrable de talento político y de valor físico, porque no huyó, sino que asumió sus responsabilidades hasta el final. Un final atroz, torturado por la policía franquista, que solicitó la ayuda de la Gestapo y que le dejó con la columna vertebral quebrada. Lo fusilaron atado a una silla en las tapias del cementerio del Este, en Madrid, un día espantosamente frío junto a dos de sus ayudantes en la dirección del PCE, Luis Sendín y Ángel Cardín. Lo del día frío no es literatura. Lo recordaba José-Amalia Villa porque oyó los disparos desde la vecina cárcel de mujeres, entonces en Ventas, junto a la emblemática plaza de toros madrileña. Había vivido con él apenas nueve meses, los suficientes para una pasión tan acendrada que se mantendría durante toda la vida, con una fidelidad a su memoria que conmueve. Ella pasaría unos diez años de cárcel desde su detención en diciembre de 1941 y viviría otra escena que también marca: enterarse de que la dirección del Partido Comunista español, en el exilio, ha denunciado a Heriberto Quiñones como un agente inglés infiltrado.Lo conocían todos los dirigentes, lo habían tratado Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo y Fernando Claudín. Pero eran tiempos en los que lo mejor era buscar un chivo expiatorio, inventarse un traidor que cargara con tantos fracasos. En la misma cárcel de Segovia, donde lograría al fin estar sola y llorar, también le correspondería a José-Amalia Villa transcribir el documento en el que los tres líderes del comunismo español, Pasionaria, Carrillo y Claudín, acusaban a Heriberto Quiñones, el que había muerto con la columna destrozada gritando: "Viva la Internacional Comunista" , de "carroña infiltrada en el partido". Cuando José-Amalia salió de la cárcel siguió siendo la que era, y jamás quiso cruzar una palabra con aquella chusma que había sido capaz de quitarle a un valiente lo único que tenía, la dignidad de un revolucionario. Murió el jueves de la pasada semana, sola, como había vivido, atendida en sus cuidados por un puñado de amigos incombustibles. En los últimos meses de vida se fue despidiendo de todo; un buen restaurante, escogí Sacha y lo probó todo; un museo, y la volvieron a El Prado; un paisaje, y la llevaron al Guadarrama; una conversación, y estuvieron atentos a sus palabras. Ella hubiera querido morir antes, pero el destino no lo permitió. Hace ya veinte años le dediqué Miseria y grandeza del Partido Comunista de España y le puse unos versos de Luis Cernuda, como si fueran la joya que nunca hubiera aceptado de sus amigos: "Si renuncio a la vida es para hallarla luego, conforme a mi deseo, en tu memoria". Cuando nos vimos la última vez, hace unos días, me pidió dos cosas: que estuviera en su incineración y que no escribiera este artículo.

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La lucha por la hegemonía en el frente intelectual: la práctica política de Manuel Sacristán Luzón

Joaquín Miras Albarrán

“El pecado del intelectual es echar un velo sobre la realidad”

M.S.L.

El propósito de esta ponencia es facilitar una primera aproximación a la obra de Manuel Sacristán Luzón para un posible  lector novel, imbuido, como Sacristán, de inquietud moral revolucionaria. Toda introducción esclarecedora  a la obra  de Manuel Sacristán Luzón debe comenzar refiriéndose a su compromiso político como comunista. Manuel Sacristán se organizó –es el término apropiado- en el Partido Comunista en Cataluña, el PSUC, en 1956, y fue hasta el final de su vida un Comunista y un marxista.

Como podemos leer en la penúltima conferencia que pronunció, sobre Lukacs, menos de 4 meses antes de su muerte,  al final de su vida seguía reiterándose en sus principios y reconociéndose públicamente comunista y marxista, aunque matizaba la primera palabra, y se decía “comunista de izquierdas” [1] .

Es necesario resumir  -hoy como siempre, por lo demás- lo que significa ser comunista. Más si se tiene la pretensión de que el texto sirva como aproximación hermenéutica a la obra de Sacristán por parte de las generaciones jóvenes actuales. El comunismo es una corriente de la tradición de la democracia que se caracteriza por considerar que la explotación económica y la dominación humanas sólo pueden ser resueltas mediante la lucha de clases y la transformación revolucionaria de la sociedad. Esta ruptura con el orden político y económico capitalista tiene como objetivo la socialización de los medios de producción y cambio, que deben convertirse en propiedad de la comunidad, es decir, en propiedad o cosa pública. En este proceso de lucha, el Estado debe comenzar a ser reabsorbido por la Sociedad Civil, pues se fundamenta en la división jerárquica, burocrática de la actividad entre los hombres –mandar/obedecer-  y reproduce la dominación.

Estas ideas eran compartidas por Manuel Sacristán. Consiguientemente, Sacristán militó, como ya he escrito en un partido comunista –el PSUC-. Conviene aclarar estas dos palabras subrayadas. Un partido comunista, tal como lo entendía Sacristán, no es una organización formada por profesionales de la política que elaboran programas electorales y ejecutan su actividad política desde las instituciones del Estado, a modo de ingeniería social, usando de los recursos financieros y humanos puestos a su alcance por el propio Estado. Este tipo de actividad política, basada en la división jerárquica del trabajo, aun cuando se impulse en nombre de ideales emancipatorios, se hace siempre por cuenta y a beneficio del capital, y no es sino un ejercicio de lo que Gramsci denominó Revolución Pasiva: El Estado atiende a la resolución de aquellas necesidades más exacerbadamente sentidas por los explotados a condición de que estos renuncien a su condición de ciudadanos y permanezcan desorganizados y políticamente inactivos, en lugar de ejercer su soberanía y constituirse en poder organizado.

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