Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Recuerdo de J.M. Valverde desde su tumba

Ángel Martínez Ciriano

Sólo oirás mi silencio, como rumor de fuente,
como la paz de un lago, creada por tus manos,
trayéndote el reflejo de Dios para alabarte.
Confundidas las almas
en las anchas llanuras del silencio, en su noche
sin borde, esperaremos…
José María Valverde

 

Nada literario, nada sobre su variada y rica obra como crítico literario, pensador, traductor, historiador de las ideas y la literatura. Ni siquiera como poeta, su faceta primordial y preferida, eclipsada, contra su voluntad y deseo, por sus otras facetas docentes y literarias.

Nuestro recuerdo desde este alto llano numantino, donde reposan sus cenizas junto a las de Pilar, su esposa, es el recuerdo de la persona más íntima, de sus gestos, de sus chistes, de sus confidencias, de sus incertidumbres…, y de sus miradas, de sus últimas miradas, las de «la hora de la verdad», como él solía llamar a ese momento al que uno, habiéndose despojado de todo lo superfluo, se enfrenta «ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar», en palabras de su querido Antonio Machado.

Nada sobre su palabra, sobre la que tanto se ha dicho y escrito. «Se escribe porque no se tiene bastante carácter como para no escribir», repetía esta cita de Karl Kraus.

En estas tardes estivales tranquilas y de montes de violeta, divisando desde su tumba los campos de trigo y girasoles que pintan de verde y amarillo los campos sorianos, nos quedamos con sus gestos corporales: su arqueo de cejas y sus largas manos con los que redondeaba sus palabras y transmitía sus hondas impresiones; sus chistes mil veces contados y que tanto le hubiera gustado recopilar y publicarlos (de forma anónima, ¡claro!, añadía); sus confidencias, algunas no exentas de cierta «maldad» e ingenioso sarcasmo; sus penetrantes e insondables miradas, que –¡quién sabe!– tal vez expresaran «este mundo inefable que adivino, / esta revelación que nunca acierto / a expresar, que me aprieta y que me mata».

Pero sobre todo nos quedamos con sus silencios –«aspecto sonoro de la nada», en «mairenianas» palabras–, que se hicieron más acusados en los últimos tiempos (esos tiempos de la «hora de la verdad»).

Esos silencios tan significativos y, por supuesto, tan intensamente dialogados consigo mismo en ese «Yo-que-me-hablo y Yo-que-me-escucho». Esos silencios impenetrables de los que apenas alguna vez dejaba escapar alguna pista: «Confiamos / en que no será verdad / nada de lo que pensamos», repetía enigmáticamente (de nuevo, con palabras de A. Machado) con cierta frecuencia, abriendo así un resquicio a la esperanza a sus viejas angustias e incertidumbres de siempre, reflejadas en una estremecedora carta –escrita unos meses antes de su fallecimiento– a Evangelista Vilanova, monje de Montserrat: «Porque escribiendo y hablando he podido quedar bien, pero siempre he estado en “noche oscura” (…) Desde siempre he contado con que llegaría al final en tinieblas: eso sí, sin dejar de clamar, de luchar –contra mí–».

Veinticinco años después de su muerte, sobre su tumba coronada por una elegante, por su sobriedad y sencillez, cruz de hierro de la escultora Carme Riera Domènech, en la soledad y el silencio del cementerio de este pequeño pueblo de los campos de Soria, que tan bellamente cantó su admirado maestro Antonio Machado, el recuerdo de sus silencios y miradas nos sobrecoge y emociona: «… prosigan su vivir interrumpido: / yo vuelvo a mi silencio sin respuestas».

En Hinojosa del Campo (Soria), agosto de 2021
Ángel Martínez Ciriano (yerno de José María Valverde)

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