Sostenibilidad sin igualdad es imposible: los ricos del mundo son espantosamente insostenibles
Ashish Kothari
Más de la mitad del daño ecológico que se ha producido por todo el globo en los últimos 50 años ha sido causado por los EEUU, Europa y Gran Bretaña, que conjuntamente suponen el 15% de la población mundial. Según un nuevo informe de Jason Hickel y otros, solo los EEUU ya son responsables del 27%, seguidos por Europa y Gran Bretaña con el 25%.
Esto a su vez oculta una realidad aún más clara. Incluso dentro de estos países culpables, hay enormes desigualdades en la extensión del daño ecológico hecho por diferentes sectores de la sociedad. Globalmente, el 10% de la gente más rica (unos 630 millones de personas, la mayoría de ellos de los países industrializados, pero cada vez más también de los países árabes, China e India), son responsables del 52% de las emisiones acumuladas de carbono. Como demostraba un informe de Oxfam, este 10% agotó el presupuesto global de carbono en casi un tercio (31%) en el periodo 1990-2015. Por el contrario, el 50% más pobre (cerca de 3,1 mil millones de personas) son responsables de solo un 7% de emisiones acumuladas y usaron solo el 4% del presupuesto disponible de carbono en ese periodo. Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, el 1% de los más ricos del mundo suponía más del doble de las emisiones de carbono combinadas del 50% más pobre, … y el 10% de las personas con mayores ingresos usa alrededor del 45% de toda la energía consumida para el transporte terrestre y aproximadamente un 75% de toda la energía para la aviación comparado con solo un 10% y un 5% respectivamente para el 50% de los hogares más pobres.
Los ricos del mundo viven de una forma muy insostenible. Según Global Footprint Network [Red De Huella Ecológica Global], la ‘huella ecológica’ media (o impacto medioambiental) de todas las personas de la Tierra, en 2018, fue de 2,8 hectáreas globales (una hectárea global es «la cantidad anual mundial de producción biológica para uso humano y asimilación de desechos humanos, por hectárea de tierra y zonas pesqueras biológicamente productivas». Un límite sostenible aproximado según la Red, es de 1,7 hectáreas globales, lo que significa que de media ya estamos superando el límite en un 60%. Pero lo más grave es que los países más ricos (como EEUU, Canadá, o los Emiratos Árabes Unidos) tienen una huella ecológica media de más de 8 en 2018 (lo que significa que los más ricos en estos países superarían de largo incluso esa cantidad excesiva). El método de huella ecológica ha sido criticado por muchas razones (su propia página web recoge algunas), entre ellas las debilidades metodológicas, pero sus conclusiones generales son avaladas por un estudio tras otro y, francamente, por el puro sentido común. Enormes mansiones con campos de golf privados y piscinas, usar frecuentemente aviones y yates privados y otros elementos de este estilo de vida de los muy ricos simplemente no pueden acercarse de ninguna manera al concepto de sostenibilidad.
Saber del excesivo consumo de las élites, y la desigualdad o desigualdades en el uso de recursos, no es nuevo. Pero estudios recientes, como los citados anteriormente, revelan de manera impresionante el impacto global de estos IAC –Individuos de Alto Consumo– y cuánto mayores que los de los pobres son sus niveles de consumo. Estos hechos se vuelven aún más relevantes cuando recibimos cada día noticias deprimentes y aterradoras de lo mucho que gime ya la Tierra por la actividad humana, y lo cerca que estamos de la catástrofe climática (en la que ya están sumidas muchas partes del mundo). Y los niveles de desigualdad en el consumo y uso de recursos se vuelve más intolerable cuando se comprende que el peor impacto del colapso ecológico, incluida la crisis climática, lo sufren los más pobres, quienes para empezar no son responsables de él. La actual ola de calor en India, por ejemplo, con el mes de marzo más caluroso en 122 años de registros, es más debilitante para quienes tienen que trabajar en el exterior, como campesinos, jornaleros, barrenderos, o en lugares de trabajo mal ventilados, y aquellos (básicamente la misma gente) que no tienen aire acondicionado en sus hogares. Pero los ricos de India, mientras se quejan cuando ocasionalmente tienen que salir de vez en cuando al sol, tienen casas, oficinas y coches con aire acondicionado, que se suman al calentamiento. La Oficina Internacional del Trabajo estima que para 2030, «se espera que India pierda en términos absolutos el equivalente a 34 millones de trabajos a jornada completa en 2030 como resultado del estrés calórico», la mayor parte en los sectores de la agricultura y la construcción. Impactos desproporcionados similares se notan también en los ciclos crecientes de inundaciones y sequías, ciclones y tormentas, alteraciones en los patrones de lluvia y nieve, aumento del nivel del mar, agotamiento de los caladeros de pesca, pérdida de biodiversidad en bosques y otros ecosistemas, y otras dimensiones del colapso ecológico en curso.
La desigualdad de la riqueza también es importante porque bloquea recursos financieros que podrían ser vitales para las inversiones necesarias para una sostenibilidad genuina y una transición justa para salir de la crisis climática y otras crisis. Según un informe de destacados gestores de patrimonio, solo en los EEUU, «casi 45 millones de hogares estadounidenses transferirán un total de 68,4 billones de dólares en riqueza a sus herederos y a organizaciones benéficas en el curso de los próximos 25 años». En comparación, la promesa climática de París por parte de los países ‘desarrollados’ de aportar cien mil millones de dólares a los países ‘en vías de desarrollo’ aún no se ha alcanzado.
Y ni siquiera estoy hablando de la otra miríada de impactos sociales, económicos, culturales y psicológicos de la desigualdad, tanto para los que tienen carencias económicas (mucho peor, obviamente) como para los financieramente ricos (las enfermedades de la riqueza, la tensión de tener que mantener costosos estilos de vida y vivir según las expectativas de sus estratosféricos compañeros de viaje, etc.)
Es importante destacar que no se trata solo del consumo en sí, sino más bien de todo el complejo producción-comercio-consumo que se encuentra en el núcleo de esta insostenibilidad. Empresas capitalistas como Amazon, con una huella ecológica global de las mayores del mundo, usa diversos tipos de manipulación de datos y doble lenguaje para ocultar su contribución real a los gases de efecto invernadero. Y luego se blanquean mediante iniciativas como Climate Pledge, o concediendo becas a grandes ONG que luego callarán convenientemente los crímenes globales de las corporaciones. Estos ejercicios obtienen una gran publicidad y el aplauso público, pero la historia real tras la pantalla verde permanece oculta; por ejemplo, hasta ahora, según Forbes, el Amazon de Jeff Bezos ha dado menos de un 1% de su fortuna para tales causas. Sin duda, parte del dinero que da ayudará a algunas gentes y al medio ambiente, pero si realmente fuese en serio cuando reconoce que el cambio climático es la amenaza más grande para el mundo y su compromiso para hacer algo al respecto, una forma mucho más efectiva sería reestructurar de manera fundamental la forma en que Amazon hace negocio. Pero eso recortaría los beneficios de la compañía y los ingresos de Bezos…
Como hemos mencionado anteriormente, los patrones de consumo de recursos y la insostenibilidad que vemos entre los países pobres y ricos se aprecian también dentro de cada país. La desigualdad ha crecido de manera continuada en la mayor parte de los países, y con ello, la brecha del impacto ecológico entre las élites y los marginados también se ha ampliado. En India, una estimación grosera que hicimos en Churning the Earth, un libro que escribimos Aseem Shrivastava y yo hace unos años era que los ricos estaban consumiendo 17 veces más que los pobres. Esta desigualdad dentro de un país como India queda oculta cuando se hace la media en las cifras de emisiones de carbono, o se presentan las huellas ecológicas; India tiene una media muy baja (por ejemplo, muy por debajo de las 1,7 hectáreas globales de límite sostenible de huella ecológica), pero esto es así porque centenares de millones de personas con bajo consumo permiten a unas pocas decenas de millones de individuos de alto consumo ocultarse tras ellas.
No se trata solo de estadísticas. Tiene enormes consecuencias tanto para la sostenibilidad ecológica como para el bienestar de los sectores económicamente marginados. Una cantidad masiva de acaparamiento de tierras y devastación ecológica causada por los proyectos extractivistas, el vertido de residuos y demás, lo hacen las élites poderosas y a costa de los pobres; es una forma de colonización interna o ‘subcolonialismo’. Las élites del Sur (que son vistas por tanto como parte del ‘Norte global’) están vendidas a la economía neoliberal y hambrientas de cada vez más beneficios y poder, tanto que simplemente reproducen los patrones explotadores y acumulativos de los ricos del Norte.
En la COP climática en Glasgow el pasado noviembre, el primer ministro de India Narendra Modi exigió con razón un fondo de un billón de dólares de los países ricos para ayudar a los más pobres en su transición climática. Pero en su propio país, no está dispuesto ni siquiera a tomar medidas fiscales sencillas que redistribuirían parte de la enorme riqueza de su 1% más rico para ayudar a los pobres a adaptarse a los impactos del cambio climático. Por el contrario, su gobierno hace todo lo posible para ayudar a algunos industriales amigos a acumular más y más beneficios. Bajo su mandato como Ministro Principal del estado de Gujarat y luego como Primer Ministro del país, la riqueza del empresario Gautam Adani ha aumentado hasta los cuarenta mil millones de dólares. Según Forbes, en 2022 India tiene 167 milmillonarios con una riqueza combinada de 750.000 millones de dólares. India es hoy el tercer país más rico (tras los EEUU y China), pero según Oxfam, el 77% de su riqueza la posee el 10% más rico. La residencia privada de 27 pisos de Mukesh Ambani en Mumbai, el hombre más rico de India, es una representación abismal de esto. Una casa que costó mil millones de dólares, en una ciudad en la que más de seis millones de personas (la mitad de su población) vive en barrios marginales con viviendas, saneamiento e instalaciones cívicas deficientes. Tanto las empresas de Adani como de Ambani están implicadas en operaciones ecológicamente devastadoras en India y fuera de ella, incluida (en el caso de Adani) la mayor mina de carbón del mundo en tierras indígenas adyacentes a la Gran Barrera de Coral en Australia. Mientras tanto, todo el Plan Nacional de Acción Climática del gobierno indio recibe unos míseros 4 millones de dólares en su presupuesto nacional de 2022-23 (en comparación con los diez mil millones de dólares solo para la construcción de autopistas, ¡lo que aumentará considerablemente la intensidad climática del desarrollo de India!). En general, existe una escandalosa desatención de las medidas urgentes necesarias para ayudar a los pobres a enfrentarse a los impactos de cambio climático, o para los trabajadores en sectores como el de los combustibles fósiles para transicionar a sectores de producción más limpios.
Esto nos lleva a las estructuras y relaciones sociales que engendran y mantienen este complejo de producción-comercio-consumo, que incluye en la época contemporánea el capitalismo y el estatismo (dominación por parte del estado nación), a su vez apuntalados por viejas estructuras como el patriarcado, el racismo o el castismo. Acompañando a todo esto está el antropocentrismo, la idea de que la Tierra está hecha para que la usemos y explotemos los humanos como queramos. La gigantesca industria militar forma parte de estas estructuras; y la intensa rivalidad de los estados nación y la hostilidad continuan dirigiendo tanto el insostenible y desigual complejo producción-comercio-consumo-militar, como también hace virtualmente imposible llegar a un consenso global sobre las acciones de emergencia que deben adoptarse para evitar un mayor colapso ecológico.
¿Qué se puede hacer? Se han hecho durante décadas diversas sugerencias para aumentar los impuestos sobre los ingresos, riqueza y sucesión, u otras formas de redistribución de la riqueza, que se han aplicado raramente y en varios países nada en absoluto. Thomas Pickety, cuyo libro El capital en el siglo XXI ha sido ampliamente debatido, sugirió un impuesto sobre la riqueza global que reduciría considerablemente la desigualdad. Se han hecho propuestas para poner un límite a los salarios que no han recibido el favor de los gobiernos. En Suiza, la propuesta tuvo la fuerza suficiente para conseguir un referéndum nacional, pero fue derrotada por un amplio margen. Son ciertamente posibles medidas reguladoras para frenar el consumo, pero, de nuevo, difícilmente encontrarán el favor en un entorno de economía neoliberal para la que fomentar el consumo es una vaca sagrada. Incluso se podría pensar en una Línea de Consumo Sostenible que nadie pueda cruzar, garantizada no por decreto gubernamental sino por normas sociales.
En última instancia, es la raíz del problema la que tendrá que ser abordada, en primer lugar en las estructuras que crean o mantienen la desigualdad, como hemos mencionado más arriba. Es necesario que se lleven a cabo transformaciones fundamentales en las esferas de la vida económica, política y socio-cultural. La vaca aún más sagrada de la propiedad privada, por ejemplo, debe ser desafiada de frente; la Tierra y todos sus elementos son un bien común, para el beneficio de toda la humanidad y toda la vida no humana, no para ser privatizada para el beneficio y placer de unos pocos. La propiedad de los medios de producción y reproducción debe pasar a los trabajadores y productores; el rol invisibilizado de la mujer y otros sectores marginados debe ser reconocido y recompensado de forma adecuada. Toda la actividad económica debe estar contenida dentro de límites ecológicos, y en lugar de las tasas de crecimiento del PIB, diversos tipos de bienestar (incluido el no humano) , deben convertirse en los indicadores de progreso. La economía debe convertirse, como así ha sido en muchas economías comunitarias durante milenios, en un espacio para cuidar y compartir, en lugar de para la explotación egoísta. Es difícil ver a gobiernos nacionales y agencias de la ONU moviéndose hacia tales medidas. Pero hay miles de ejemplos de estas economías y politicas por todo el mundo, incluyendo aquellas que trabajan hacia la Democracia Ecológica Radical. La única esperanza para abordar los problemas inextricablemente vinculados de la desigualdad, la falta de equidad y la insostenibilidad es la unión de tales iniciativas en movimientos populares masivos de resistencia cada vez mayores, reclamando espacios económicos y políticos, afirmando formas regenerativas de vivir y trabajar, tejiendo alternativas radicales por todo el mundo, y reviviendo una relación mutuamente respetuosa con el resto de la naturaleza.
Traducción: Carlos Valmaseda
Fuente: https://www.meer.com/en/69636-sustainability-without-equality-is-impossible
Foto de portada: Niños que viven en la pobreza tienen solo desechos peligrosos para jugar © Ashish Kothari