2030: Nuestro tren desbocado cae por el acantilado de Séneca
B
El crecimiento exponencial rara vez acaba bien –vale, nunca lo hace–. Pero, ¿cómo acaba entonces? Bueno, para usar la cita de Ernest Hemingway: «De dos maneras. Gradualmente, luego de repente«. Como nos acercamos cada vez más a esa ominosa fase «repentina» –que se pondrá en marcha hacia 2030–, sentí la necesidad de resumir lo que hemos aprendido hasta ahora sobre la energía y su papel en la economía. Pero, ¿por qué no puede continuar durante demasiado tiempo el largo y lento estancamiento de la civilización industrial? ¿Por qué parece inminente una repentina caída en picado?
Lo que sigue no es una predicción, sino más bien una explicación de cómo las cosas podrían (y acabarán) volverse extremadamente difíciles de repente. Y cuando digo de repente, no quiero decir de un día para otro, sino a lo largo de un periodo que puede durar desde varios años hasta una década o dos. Sin embargo, en comparación con el ritmo histórico de acumulación de riqueza y el correspondiente aumento de la demanda de energía, esto se sentirá definitivamente como un viaje loco por el acantilado de Séneca. Dicho esto, el inicio y la velocidad del declive que se avecina–como se verá– dependen de varios factores y de una gran incertidumbre. En muchos casos sólo se dispone de datos aproximados, pero eso no cambia lo más mínimo los principios subyacentes, sólo el calendario y el grado en que se desencadenarán las cosas. Pero, ¿qué me hace estar de acuerdo con el profesor Ugo Bardi, que escribió –citando a Lucio Anneo Séneca– «los aumentos son de crecimiento lento, pero el camino a la ruina es rápido»?
Para empezar, y a pesar de todos los aspavientos, seguimos obteniendo alrededor del 85% de nuestra energía primaria de los combustibles fósiles –igual que hace cincuenta años–, pero a diferencia de los años 50 y 60 ya no podemos aumentar exponencialmente el ritmo de su extracción. Y aunque eso es una noticia estupenda para el clima y el futuro de la biosfera de la Tierra, no lo es tanto para la civilización industrial. La economía mundial no puede funcionar sin petróleo barato. La minería, la agricultura y el transporte de larga distancia dependen del gasóleo y el fuelóleo a bajo precio. El petróleo es el recurso maestro: hace posible la producción de todos los demás recursos. Desde los alimentos a la madera y desde los minerales a los metales, todos los recursos se cosechan y se extraen utilizando maquinaria que funciona con petróleo, y se refinan utilizando la energía y el calor del carbón o del gas natural, ambos extraídos, perforados y extraídos utilizando el petróleo como fuente principal de energía… Lo mismo ocurre con todas las materias primas y recicladas que se utilizan en los paneles solares y las turbinas eólicas, por no hablar de otros miles de productos fabricados a partir del propio petróleo, incluyendo: plásticos, asfalto (asfalto), lubricantes, pintura, productos de limpieza, fibras (ropa), zapatos, cosméticos, y muchos-muchos más).
El petróleo sigue siendo la mayor fuente de energía mundial –casi el 30 por ciento– y es fundamental para el transporte, donde suministra más del 90% del total de combustibles para el transporte. – Kurt Cobb
Sin embargo, el hidrógeno y las baterías, las «alternativas» más pregonadas, no podrían sustituir al petróleo en el ámbito de la logística, la minería o la agricultura, ya que ambas tecnologías son una forma de almacenar energía (a pérdida), y no una fuente de energía propiamente dicha. Así, para sustituir al petróleo no sólo habría que desenterrar todas las materias primas necesarias para construir estas tecnologías (usando petróleo, qué si no), sino multiplicar la capacidad de la red eléctrica para atender las demandas de carga de baterías y producción de hidrógeno. (De nuevo, hacerlo extrayendo, fundiendo y fabricando todo ese cobre y aluminio, así como otros metales que van a parar a los paneles solares, las turbinas eólicas y la red… Quemando copiosas cantidades de combustibles fósiles, por supuesto). Nuestro «problema» –como descubrió un estudio reciente de Rystad, pero no lo reconoció– es que no tenemos más que un par de años para llevar a cabo esta tarea, ya que estamos a punto de agotar el suministro mundial de petróleo en cinco cortos años, enfrentándonos a un precipitado declive después:
En una perspectiva más realista de la producción de petróleo, la producción total alcanzaría su máximo en 2030 con 108 millones de bpd y descendería a 55 millones de bpd en 2050, con unos precios del petróleo que se mantendrían en torno a los 50 dólares por barril en términos reales. En este escenario, alrededor de un tercio del petróleo recuperable del mundo, 500.000 millones de barriles, quedaría varado debido a explotaciones no rentables.
¿Por qué? ¿No podemos simplemente inyectar más dinero (inversiones) en exploración y desarrollo tecnológico para sacar esa cantidad restante del subsuelo, aunque el mundo siga ardiendo? ¿Y por qué en apenas 20 años hemos perdido la mitad de nuestra producción actual, mientras que tardamos más de medio siglo en ver un aumento similar en comparación con los niveles de extracción de 1970? En efecto, ¿por qué los aumentos son de un crecimiento tan lento, y por qué el camino hacia la ruina es tan rápido? Como siempre, las razones son múltiples, así que veamos todos los factores en juego uno por uno.
1. Aumenta exponencialmente el coste energético de extraer petróleo, el recurso maestro. A medida que los yacimientos ricos (grandes campos continentales) se agotan y son sustituidos cada vez más por otros más costosos de explotar, se quema cada vez más energía durante la producción. Mientras que en 1970 sólo había que reinvertir en la extracción el 3% de la energía obtenida del petróleo, ahora es una proporción equivalente al 15.5% de la energía bruta producida a partir de los líquidos del petróleo, mientras que en 2050 esta cifra será del 50%. Este fuerte aumento del coste de la energía se traducirá pronto en un auténtico acantilado energético neto, razón principal del efecto Séneca descrito anteriormente. En la práctica, esto significa que, aunque todavía podamos utilizar 85 millones de barriles de petróleo (equivalente) de los poco más de 100 millones que se producen hoy en todo el mundo, la energía neta procedente del petróleo caerá en picado hasta los 27,5 millones de barriles de petróleo equivalente (tomando como base la cifra de producción de 55 millones de barriles prevista para 2050). Dicho de forma más sencilla: en el transcurso de apenas dos décadas –a partir de 2030– perderíamos dos tercios de la energía procedente de combustibles líquidos en comparación con la que podemos utilizar hoy, lo que equivale a una disminución del 5-6% de la energía neta anual. (Similar a lo que experimentó el mundo durante 2020, pero esta vez todos y cada uno de los años).Ten en cuenta: El 90% de todo el combustible de transporte / agricultura / minería aún proviene del petróleo.
2. Falta de descubrimientos y agotamiento acelerado de los yacimientos más antiguos. El ritmo de hallazgo de nuevo petróleo es muy inferior al de consumo real desde hace décadas, añadiendo unos 11.000 millones de barriles anuales de media, frente a los 30.000 millones que se consumen cada año. En 2022 y 2023, concretamente, las petroleras han descubierto 5.000 millones de barriles solamente, sustituyendo apenas una sexta parte de lo consumido ese año. La razón es sencilla: todos los grandes yacimientos petrolíferos se han encontrado ya hace mucho tiempo, y lo que queda aporta muy poco al panorama general (además de costar mucha energía encontrarlo). El problema es que, mientras que los yacimientos más antiguos se agotan lentamente al principio, su ritmo de agotamiento se acelera con el tiempo. Desgraciadamente, esta fase de aceleración coincide ahora con el rápido agotamiento de los yacimientos más nuevos, más pequeños y no convencionales (como el petróleo de esquisto), lo que se traduce en tasas de agotamiento globales cada vez más altas cada año que pasa. Así pues, cuanto más tardemos en alcanzar el pico de producción invirtiendo en ampliar la producción de petróleo de los yacimientos existentes, más pronunciada será la caída.
3. El coste energético de la extracción de materias primas aumenta exponencialmente. Al igual que ocurre con los combustibles fósiles, a medida que los ricos yacimientos de cobre (y muchos otros metales fundamentales) se agotan y se sustituyen por otros cada vez más costosos de explotar, el coste energético unitario de la extracción de recursos aumenta bruscamente. Esto se debe principalmente a la disminución de la ley del mineral (es decir, el porcentaje de metal que se encuentra en una tonelada de roca) en las nuevas minas en comparación con los pozos más antiguos, ahora agotados. En consecuencia, cada vez hay que transportar más roca a la superficie para mantener los niveles actuales de producción de metal. Como seguimos extrayendo todos los minerales con excavadoras y dúmperes diésel, este proceso provocará un aumento superexponencial del coste energético global de las materias primas, ya que el aumento de los costes energéticos de la producción de gasóleo se multiplicará por la mayor cantidad de mineral que habrá que cargar con pala en camiones y transportar hasta una refinería. Hay que tener en cuenta que, si algún día se pudiera explotar la minería utilizando únicamente la energía solar proporcionada por las células fotovoltaicas, seguiríamos encontrándonos con el mismo problema. El agotamiento de los ricos yacimientos minerales se traduciría en un coste energético global cada vez mayor para producir paneles solares, dispositivos que luego se utilizan para alimentar nuevas minas que producen minerales de calidad aún más baja, lo que resulta en una inversión energética (y material) aún mayor necesaria para mantener la producción de nuevas células fotovoltaicas… Y así sucesivamente en un círculo vicioso. Ahora, añádase el hecho, de que «lograr cero emisiones netas de carbono en 2050 requerirá un enorme aumento del 460% en la producción de cobre, lo que exigirá poner en marcha 194 nuevas minas a gran escala en los próximos 32 años». Todo ello utilizando un tercio de la energía neta disponible del petróleo en comparación con la que tenemos hoy, incluso mientras las leyes del mineral siguen cayendo como una roca. ¿Suena plausible? Seguro que bromeas.
4. El aumento de la complejidad tecnológica conduce a una mayor demanda de energía. Cuando una tecnología determinada alcanza sus límites físicos, requiere otra racha de innovación y el descubrimiento de nuevas tecnologías. La parte tranquila es que el progreso tecnológico siempre se produce a costa de una mayor complejidad: añadiendo más capas, materiales más exóticos, cadenas de suministro más largas, procesos de fabricación más elaborados, etc. Todo ello requiere más mano de obra, más recursos humanos y más energía. Todo ello requiere más mano de obra, más recursos y, en última instancia, más energía. La fabricación de chips es un buen ejemplo. Cuando se introdujo el primer microchip en el mercado no se necesitaban cadenas de suministro de seis continentes, ni rayos láser que hicieran explotar pastillas de zinc a alta frecuencia (para producir la luz ultravioleta necesaria para la litografía de vanguardia), ni mucho menos un proceso de fabricación de mil pasos, ni gigafábricas que consumieran tanta electricidad como una metrópolis.
5. AI. La Inteligencia Artificial necesitaría millones de microchips para construirse, por no hablar de los centros de datos a escala de gigavatios que consumirán la producción total de una central nuclear o varias turbinas quemando cantidades incalculables de gas natural. No es de extrañar entonces que las emisiones de carbono de Google se hayan disparado la friolera de un 48% en los últimos cinco años? «Efectivamente, un reciente estudio de científicos de la Universidad de Cornell concluye que los sistemas de IA generativa como ChatGPT consumen hasta 33 veces más energía que los ordenadores que ejecutan software para tareas específicas. Además, cada consulta en Internet realizada con IA consume unas diez veces más energía que las búsquedas tradicionales en Internet». El consumo masivo de agua y la necesidad de materiales exóticos como el germanio, el itrio, el arsénico, el galio o la alúmina de alta pureza –cuyas tasas de reciclaje siguen estando por debajo del 1%– de la IA no son más que la guinda del pastel.
6. «Nuevas» fuentes de energía. La conexión de «renovables» a la red también aumentará la complejidad, ya que toda la red eléctrica tendrá que ser revisada para dar cabida a una proporción cada vez mayor de energía eólica y solar dependiente de las condiciones meteorológicas. Así, a partir de un cierto nivel de penetración, su utilidad empieza a disminuir, ya que cada vez hay que incorporar más baterías, conmutadores, transformadores, etc. al sistema para compensar la intermitencia de la energía de dichas «renovables». Lion Hirth en su estudio de 2013 titulado: El valor de mercado de las energías renovables variables: el efecto de la variabilidad de la energía solar y eólica en su precio relativo ha descubierto que añadir energía eólica por encima del 30% de la electricidad total producida y energía solar por encima del 15% reduce efectivamente a la mitad su valor de mercado. Al menos hasta que se alcance el siguiente umbral, en el que las compañías eléctricas tendrían que invertir en equipos aún más sofisticados y complicados y en almacenamiento de energía. Así pues, la afirmación de que la energía solar y eólica es más barata que los combustibles fósiles sólo es cierta en la medida en que estas tecnologías se produzcan y se mantengan en equilibrio con los viejos y contaminantes combustibles fósiles a los que pretenden «sustituir».
7. Cambio climático. La necesidad de más CA, unida a una mayor demanda de hormigón y acero para reparar infraestructuras dañadas por tormentas, inundaciones, huracanes e incendios forestales –o construidas para defenderse de ellos–, también actuará como acelerador de la demanda energética. Por no hablar de la sustitución de infraestructuras envejecidas, incapaces ya de soportar esa carga.
8. Paradoja de Jevons. Si una tecnología se hace más accesible debido a mejoras en la eficiencia (ya sea a través de un nuevo método de extracción, o técnica de fabricación, o el propio producto final se hace más eficiente energéticamente), cada vez más personas podrán permitírsela, lo que llevará a su adopción generalizada… En última instancia, resultando en un aumento exponencial en el uso de la energía a nivel mundial, lo diametralmente opuesto a lo que los inventores tenían en mente. Mientras tuviéramos un suministro neto de energía creciente, esto no se consideraba un problema, sino que contribuyó en gran medida a una adaptación generalizada de la tecnología; creando expectativas crecientes y masas ansiosas de más. Como civilización global, hemos sido testigos de un crecimiento exponencial durante los dos últimos siglos: nuestra población, alimentos, materiales y, lo que es más importante, el consumo de energía se ha duplicado cada veinte o treinta y cinco años, en línea con el crecimiento del PIB, a pesar de los enormes esfuerzos realizados para aumentar nuestra eficiencia energética. La eficiencia energética es una putada: crea más demanda de la que satisface.
9. Millones de personas se unen a la multitud del alto consumo. Nunca antes en la historia de la humanidad tanta gente había pasado simultáneamente por su periodo de desarrollo económico intensivo en energía. El cambio del orden mundial y la rápida industrialización del Sur Global ya se pueden apreciar en su aumento de la demanda energética; un hecho oculto a la vista por la enorme cantidad de energía «ahorrada» en el Occidente, ahora en rápida desindustrialización. El consumo de los países en vías de desarrollo acabará sustituyendo al de Occidente, y es de esperar que la paradoja de Jevons vuelva con fuerza.
10. El principio de máxima potencia. Existe una regla en ecología denominada principio de máxima potencia formulada por Lokta en 1925. Se puede resumir de la siguiente manera: «Los sistemas que sobreviven en la competición son los que desarrollan más afluencia de poder y lo utilizan mejor para satisfacer las necesidades de supervivencia». Esto no sólo es cierto para los sistemas biológicos, sino también para las políticas humanas. Industrializarse o ser colonizado es el nombre del juego aquí. Las naciones no pueden renunciar voluntariamente al uso de la energía, para no arriesgarse a la malnutrición, el descontento y la explotación por parte de otros. De esta regla, y de todo lo anterior, se deduce que la humanidad en su conjunto tratará de exprimir al máximo la energía de este planeta, y sólo será detenida por el agotamiento de los recursos, una catástrofe climática, una guerra mundial… o la combinación de todo lo anterior.
11. Guerras, caída de las exportaciones, embargos, puntos de estrangulamiento bloqueados. La geopolítica y las desavenencias entre Eurasia y Occidente seguirán produciendo turbulencias que provocarán caídas repentinas del suministro de petróleo y producirán picos de precios que acabarán con economías enteras. Sin embargo, salvo una guerra nuclear, todos estos fenómenos serán temporales.
Reflexionando sobre el artículo de Ugo Bardi que explica el efecto Séneca (publicado en 2011) –y a la luz de lo anterior– está claro que el bucle de retroalimentación que conducirá a la caída acelerada de esta civilización no se iniciará por la contaminación o el cambio climático. Por el contrario, seremos testigos de lo que suceda cuando la fuerza imparable de un aumento exponencial de la demanda de energía se encuentre con el objeto inamovible de un pico y una caída de la producción neta de energía procedente del petróleo y, en última instancia, de TODAS las demás fuentes, alrededor de 2030. (Para conocer la opinión actual del profesor Bardi sobre este tema, haga clic aquí). Esto no quiere decir que el cambio climático no vaya a desempeñar un papel cada vez más importante en el declive de la modernidad –especialmente a largo plazo– o que no acabe con la civilización si se mantiene la situación actual. Sin embargo, el fuerte descenso que se avecina en la producción neta de energía a partir del petróleo (junto con una caída absoluta en el número de barriles que salen a la superficie) se llevará sin duda la palma.
Este predicamento energético neto tampoco puede remediarse con más inversiones, como sugiere Exxon Mobil’s Global Outlook… Un documento diseñado para asustar a los responsables de la toma de decisiones para que inviertan más en exploración, extracción y, en última instancia, contaminación, sin decir la verdad sobre la precipitada caída de la rentabilidad energética de las inversiones. Para que una compañía petrolera invierta con éxito en la apertura de nuevos yacimientos (que, por cierto, requerirían más energía que nunca), tendría que estar segura de que los precios se mantendrían lo suficientemente altos como para cubrir el aumento de la inversión inicial y los mayores costes de explotación. Por otra parte, la economía mundial no puede pagar simultáneamente intereses cada vez más altos por sus deudas y tragarse precios del petróleo cada vez más altos (necesarios para los productores). Entonces, ¿qué ocurre? Por esta razón podríamos estar ya más allá del pico, como concluyó Gail Tverberg.
Esta es la razón por la que nos enfrentamos a un próximo pico en la producción absoluta: debido a que el petróleo se está volviendo demasiado barato para invertir en él y, al mismo tiempo, demasiado caro para mantener en marcha la economía mundial cargada de deudas.
Las civilizaciones son sistemas adaptativos complejos, regidos por las leyes de la termodinámica, la disponibilidad de insumos energéticos y materiales, así como la tolerancia de su entorno a la contaminación. Así pues, el papel de la economía –vista desde esta perspectiva– no es otro que extraer toda la energía que pueda y convertirla en un enorme montón de materia, calor residual y contaminación. El hecho de que recicle parte del material utilizado en el proceso importa sorprendentemente poco: ya que el propio reciclaje depende de la disponibilidad y calidad de la energía, que –al menos en su forma actual– está sujeta a un rápido agotamiento.
Huelga decir que ninguna de estas entradas y salidas es fácil de estimar, por lo que predecir cuándo y con qué rapidez llegará la fase de declive acelerado es tan inútil como predecir el tiempo dentro de cinco años. Todo está en movimiento, y cada parte afecta a las demás de alguna manera. Pero una cosa es segura: no hay equilibrio cuando se trata de grandes sistemas termodinámicos como las sociedades humanas. O crecen o, al agotarse la energía, se desinflan y colapsan. Así pues, aunque podamos debatir sobre la rapidez o la duración del declive de la civilización, no cabe duda de que el actual modelo industrial no puede durar demasiado. Tan pronto como la producción mundial de energía deje de crecer –debido al agotamiento de los ricos yacimientos de combustibles fósiles y minerales– nuestros acuerdos actuales dejarán de funcionar, y la fase acelerada y autorreforzada de declive se pondrá en marcha produciendo el mayor precipicio de Séneca que el Homo sapiens haya experimentado jamás.
Hasta la próxima,
B
Fuente: blog del autor, The Honest Sorcerer, 23 de septiembre de 2024 (https://thehonestsorcerer.medium.com/2030-our-runaway-train-falls-off-the-seneca-cliff-cd51db4e7dfb)