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Realidades sobre el terreno: David Harvey responde a John Smith

David Harvey

En enero de 2018 se publicó en las páginas de la Review of African Political Economy (ROAPE) un artículo de John Smith critico con la visión de David Harvey sobre el imperialismo en el siglo XXI. Es este un tema capital de discusión teórica y creemos que vale la pena recuperarlo y traducirlo al español. La semana pasada publicamos esa crítica inicial a la posición de Harvey, y presentamos en esta segunda la respuesta de Harvey.

 

John Smith está perdido en el desierto y se muere por conseguir agua. Su fiel sistema GPS le dice que hay agua dulce a diez millas al Este. Como cree que «de este a oeste» hay que «leer de sur a norte», se dirige hacia el sur para no volver a ser visto. Esta es, por desgracia, la calidad del argumento que esgrime contra mí.

El Oriente del que hablo cuando comento que la riqueza se ha desplazado de Occidente a Oriente en los últimos tiempos, está constituido por China, ahora la segunda economía más grande del mundo (si Europa no se considera como una economía) seguida de Japón como la tercera economía más grande. Si añadimos Corea del Sur, Taiwán y (con un poco de licencia geográfica) Singapur, tenemos un bloque de poder en la economía mundial (al que en su día se hizo referencia como el modelo de «gansos voladores» del desarrollo capitalista) que ahora representa aproximadamente un tercio del PIB mundial total (en comparación con Norteamérica, que ahora representa algo más de un cuarto). Si echamos la vista atrás y observamos el mundo tal y como estaba ordenado en, digamos, 1960, el asombroso ascenso de Asia Oriental como centro de poder de la acumulación mundial de capital resultará cegadoramente obvio.

Los chinos y los japoneses poseen ahora grandes partes de una deuda pública estadounidense en espiral. También se ha producido una interesante secuencia en la que cada economía nacional de Asia Oriental ha buscado una solución espacial para las enormes cantidades de capital excedente que se acumulaban dentro de sus fronteras. Japón comenzó a exportar capital a finales de los sesenta, Corea del Sur a finales de los setenta y Taiwán a principios de los ochenta. Gran parte de esa inversión se dirigió a Norteamérica y Europa.

Ahora es el turno de China. Un mapa de la inversión extranjera china en 2000 estaba casi totalmente vacío. Ahora, una avalancha de ellas está pasando no sólo a lo largo de la «Iniciativa de la Franja y la Ruta» a través de Asia Central hacia Europa, sino también a través de África Oriental en particular y hacia América Latina (Ecuador tiene más de la mitad de su inversión extranjera directa procedente de China). Cuando China invitó a líderes de todo el mundo a asistir a una conferencia sobre la «Iniciativa de la Franja y la Ruta» en mayo de 2017, más de cuarenta líderes mundiales acudieron a escuchar al presidente Xi enunciar lo que muchos vieron allí como el inicio de un nuevo orden mundial en el que China sería una (si no la) potencia hegemónica. ¿Significa esto que China es la nueva potencia imperialista?

Este escenario presenta microcaracterísticas interesantes. Cuando leemos relatos sobre las terribles condiciones de superexplotación en la industria manufacturera del Sur global, a menudo resulta que son empresas taiwanesas o surcoreanas las que están implicadas, incluso cuando el producto final llega a Europa o Estados Unidos. La sed china de minerales y materias primas agrícolas (soja en particular) hace que las empresas chinas estén también en el centro de un extractivismo que está destrozando el paisaje en todo el mundo (véase América Latina). Un somero vistazo a las apropiaciones de tierras en toda África muestra que las empresas y los fondos de riqueza chinos están muy por delante de todos los demás en sus adquisiciones. Las dos mayores empresas mineras que operan en el cinturón de cobre de Zambia son indias y chinas.

Entonces, ¿qué tiene que decir sobre todo esto la teoría fija y rígida del imperialismo a la que apela John Smith?

Según John Smith, no abordé la cuestión del imperialismo en Los límites del capitalismo. Sólo lo mencioné una vez, dice. El índice registra unas 24 menciones y el último capítulo se titula «La dialéctica del imperialismo». Es perfectamente cierto que allí encontré que la concepción tradicional del imperialismo derivada de Lenin (y posteriormente grabada en piedra por gente como John Smith) era inadecuada para describir las complejas formas espaciales, interterritoriales y específicas de cada lugar de producción, realización y distribución que estaban teniendo lugar en todo el mundo.

Más tarde me intrigó encontrar en Giovanni Arrighi a un compañero de espíritu que, en La geometría del imperialismo (escrito por la misma época), abandona el concepto de imperialismo (o, para el caso, la rígida geografía de centro y periferia establecida en la teoría de los sistemas mundiales) en favor de un análisis más abierto y fluido de las hegemonías cambiantes dentro del sistema mundial. Ninguno de nosotros niega que el valor producido en un lugar acaba siendo apropiado en otro y que hay un grado de vileza en todo esto que es espantoso. Este es, sin embargo, el proceso (y subrayo el significado de «proceso») que intentamos trazar, descubrir y teorizar lo mejor que pudimos. Marx nos enseñó que el método materialista histórico no parte de conceptos para luego imponerlos a la realidad, sino de las realidades sobre el terreno para descubrir los conceptos abstractos adecuados a su situación. Partir de conceptos, como hace John Smith, es incurrir en un  rancio idealismo.

Así que, basándome en lo que está ocurriendo sobre el terreno, prefiero trabajar con una teoría del desarrollo geográfico desigual, de la proliferación y diferenciación de las divisiones del trabajo, de la comprensión de las cadenas mundiales de mercancías y de las fijaciones espaciales, de la producción de lugares (la urbanización en particular, –un tema vital que John Smith ignora–) y de la construcción y destrucción de las economías regionales dentro de las cuales puede formarse durante un tiempo una cierta «coherencia estructural» (o «régimen de valor regional»), hasta que poderosas fuerzas de devaluación y de acumulación a través de la desposesión pongan en marcha las fuerzas de la destrucción creativa. Estas fuerzas no sólo afectan a lo que ocurre en el Sur global, sino también en el Norte en proceso de desindustrialización.

Trato de ver esto cuidadosamente a través del prisma de las movilidades geográficas diferenciales del capital, el trabajo, el dinero y las finanzas, y de observar el creciente poder de los rentistas y el cambiante equilibrio de poder entre las diversas facciones del capital (por ejemplo, entre la producción y las finanzas), así como entre el capital y el trabajo. Esto es con lo que yo sustituyo la burda y rígida teoría del imperialismo que defiende John Smith. No niega la inmensa acumulación de poder monetario que tiene lugar en manos de unas pocas corporaciones y unas pocas familias adineradas, ni las terribles condiciones de vida a las que está reducida gran parte de la población mundial. Pero tampoco imagina que las clases trabajadoras de Ohio y Pensilvania vivan en las faldas del lujo. Reconoce la importancia de la teoría de Marx de la plusvalía relativa, que hace posible que el nivel de vida físico de la mano de obra aumente significativamente incluso cuando la tasa de explotación aumenta hasta niveles dramáticos imposibles de alcanzar mediante la plusvalía absoluta obtenida en los ámbitos más empobrecidos de la acumulación de capital que a menudo dominan en el Sur global. Además, como Marx señaló hace tiempo, las transferencias geográficas de riqueza de una parte del mundo a otra no benefician a todo un país, sino que se concentran invariablemente en manos de clases privilegiadas. En los últimos tiempos, en Estados Unidos, a los Wall-Streeters y a sus secuaces les ha ido espléndidamente, mientras que a los antiguos trabajadores de Michigan y Ohio les ha ido muy mal.

Miremos todo esto en retrospectiva. En la década de 1960, los sectores privilegiados de la clase trabajadora estaban en gran medida protegidos dentro de las fronteras de sus Estados nacionales en el Norte global y podían luchar por el poder político dentro de su espacio. Consiguieron estados de bienestar mediante tácticas de socialdemocracia y recibieron algunos de los beneficios que se derivaban del aumento de la productividad. La contrapartida capitalista fue intentar debilitar ese poder y bajar los salarios fomentando la inmigración. Los alemanes miraron a Turquía, los franceses al Magreb, los suecos a Yugoslavia, los británicos a sus antiguas colonias y Estados Unidos reformó sus leyes de inmigración en 1965 para abrirse a todo el mundo. John Smith olvida que todo esto fue subvencionado por el Estado capitalista a instancias de la clase capitalista. Pero esa solución no funcionó. Así que, a partir de los años 70, parte del capital (pero no todo) se fue allí donde la mano de obra era más barata. Pero la globalización no podía funcionar sin reducir las barreras al intercambio de mercancías y a los flujos monetarios, y esto último significaba abrir la caja de Pandora al capital financiero, que durante mucho tiempo se había visto frustrado por la regulación nacional. El efecto a largo plazo fue reducir el poder y el privilegio de los movimientos de la clase trabajadora en el norte global, precisamente poniéndolos al alcance competitivo de una mano de obra global que podía obtenerse casi a cualquier precio. Mantengo la afirmación de que las clases trabajadoras dentro de la estructura global del capitalismo contemporáneo son mucho más competitivas entre sí ahora que en la década de 1960.

Al mismo tiempo, el cambio tecnológico ha ido restando importancia a la mano de obra en muchas esferas de la actividad económica (por ejemplo, Google y Facebook). Mientras que las nuevas estructuras que conectan el trabajo intelectual y organizativo del norte global con el trabajo manual del sur global han eludido el poder tradicional de la clase trabajadora en el norte global, dejando tras de sí un paisaje desolador de desindustrialización y desempleo para ser explotado por cualquier otro medio posible.

Un último comentario que tipifica el tipo de polémica a la que se dedica Smith como sustituto de la crítica razonada. Se burla de la forma en que supuestamente «anhelo» un retorno a «un imperialismo del New Deal más benévolo» en El nuevo imperialismo. El contexto muestra que yo estaba diciendo que ese era el único camino posible dentro de un modo de producción capitalista. En aquel momento (2003) estaba claro que no existía ningún movimiento obrero global que fuera remotamente capaz de definir una alternativa al capitalismo y que el capitalismo se dirigía hacia una desagradable sacudida del tipo de la ocurrida en 2007-8 (sí, predije claramente la probabilidad de ello en El nuevo imperialismo en 2003). Dado que la previsible crisis subsiguiente se resolvió despojando aún más a poblaciones enteras de gran parte de su riqueza y del valor de sus activos, creo que habría sido mejor para la izquierda apoyar entonces una alternativa keynesiana (que, por cierto, fue aplicada más tarde por China).

Esta era, a mi juicio político en aquel momento, la única manera de que la izquierda pudiera crear un espacio de respiro para contrarrestar la deriva, en aquel momento claramente trazada por el movimiento neoconservador, hacia una solución militarista violenta y superexplotadora que se hiciera eco de lo que ocurrió en los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial. En retrospectiva, creo que tenía razón en esto, aunque reconozco que muchos no estarán de acuerdo conmigo. Por desgracia, este dilema sigue vigente. Pero una cosa es la crítica razonada y otra la polémica innecesariamente burlona.

David Harvey es Catedrático de Antropología y Geografía en el Graduate Center de la City University de Nueva York.

Fuente: Review of African Political Economy https://roape.net/2018/02/05/realities-ground-david-harvey-replies-john-smith/

2 comentarios en «Realidades sobre el terreno: David Harvey responde a John Smith»

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