Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Para construir el socialismo del siglo XXI no es necesario releer el pasado con viejas categorías, sino analizar el presente desde nuevas perspectivas

Carlo Formenti

Sobre un intercambio epistolar entre los amigos del Foro Comunista Italiano y yo

Desde hace algún tiempo, mis amigos del Foro Comunista Italiano me han incluido en su lista de correo. Hace unas semanas me enviaron un archivo con un libro de Roberto Gabriele que lleva el mismo título que mi blog (puede descargarse en la siguiente dirección). Me pidieron que hiciera una valoración crítica del mismo y que posiblemente escribiera un prólogo (o un epílogo) con vistas a la publicación que, si no he entendido mal, está prevista para después de este verano. Leí atentamente el texto en cuestión, sin embargo, a medida que avanzaba en mi lectura pasé de una expectativa benévola (debida al hecho de que los amigos del Foro, en comparación con la galaxia de partidos, grupos y grupúsculos neocomunistas que quedan de la disolución del PCI, del PdRC y de diversos arbustos, tienen al menos el mérito de rechazar el atajo de un reagrupamiento ilusorio por suma de lo existente), a una profunda irritación, debida al hecho de que, una vez más, la mirada se centra principalmente en el pasado en busca de errores y traiciones y de un mítico «hilo rojo» que marcaría la continuidad de una auténtica orientación comunista desde el Manifiesto de 1848 hasta nuestros días. En la onda de tal irritación respondí a la invitación anterior con el correo electrónico que reproduzco casi íntegramente a continuación (con sólo algunas correcciones y adiciones menores).

(…) Tengo la sensación de que todos los de la zona neopostcomunista leéis poco o, al menos, no muy atentamente las cosas que escribo en el blog y/o en mis libros. De lo contrario, os habríais dado cuenta de que estoy muy alejado del sesgo memorialista-nostálgico de planteamientos como el de Gabriele (y de muchos, por desgracia casi todos, los demás amigos del círculo). Para ser brutalmente franco y simplificar al máximo:
1) Ya no creo que exista el socialismo «científico» mencionado en el libro. Lukacs, Gramsci y muchos otros (como el benemérito, al menos en el tema que nos ocupa, Preve) han aclarado de una vez por todas que la de Marx (menos la de Engels) es una filosofía de la praxis que no pretende inferir supuestas «leyes» del proceso histórico (Marx lo negó explícitamente en varias ocasiones y Lukács ha puesto la lápida en su obra maestra La ontología del ser social). Cualquier otra opinión al respecto es basura cientificista y positivista, empezando por las obscenas teorizaciones de Stalin sobre el llamado materialismo histórico y dialéctico. El método marxiano permite comprender
tendencias« y no «leyes» en el proceso histórico y definir «posibilidades» y no previsiones, por no hablar de certezas, en relación con procesos históricos que son en gran medida contingentes e imprevisibles;
2) Cuando oigo hablar del desarrollo de las fuerzas productivas como condición previa «objetiva» para la transición al socialismo, llevo la mano a la pistola, pues la cruda realidad (TODAS las revoluciones socialistas victoriosas han tenido lugar en países «atrasados» y TODAS esas derrotas en países industrialmente avanzados) dicta que esta tontería debe tirarse por la borda ;
3) no hay una especie de hilo rojo que vaya del Manifiesto de 1848 a la Revolución Rusa del 17 , a laRevolución China del 49 y a la era posterior a Mao: que la historia está hecha de infinitas contradicciones, errores, conflictos (de clase y no sólo ideológicos) avances, retrocesos , derrotas, victorias, etc. de los que no se pueden extraer juicios y valoraciones unívocos;
4) En cuanto a Lenin falta conciencia de su planteamiento HEREJE y no restaurador de la ortodoxia marxista, que es luego lo que le permitió ganar en el 17, al igual que falta una reflexión seria sobre el significado de la NEP, la defensa del capitalismo de Estado como etapa necesaria de la transición, y otras cosas que hacen inasimilable el pensamiento de Lenin al rígido y burdo esquematismo estalinista;
5) Por último, estoy harto de las reconstrucciones de la catástrofe comunista como efecto de la traición revisionista (los 56 de Jruschov, el giro de Berlinguer, etc., mientras que Togliatti pasa casi desapercibido). Más bien, sería hora de comprender QUÉ HIZO POSIBLES ESTAS TRANSACCIONES, para reflexionar sobre los fallos que había en el mango…
En resumen, hay que repensar toda la teoría revolucionaria fijándose mucho más en lo que ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial en el resto del mundo, que en nuestra miserable Europa
Carlo Formenti
* * *
Soy consciente de que el lector de este blog, al no haber leído el texto de Gabriele (cosa que puede hacer siguiendo el enlace anterior) puede sentirse desplazado por la dureza de mi crítica. Sin embargo, podrá comprender mejor el objeto de la controversia viendo la doble réplica firmada respectivamente por Paolo Pioppi y el autor del texto que critico, Roberto Gabriele, así como mi posterior contrarréplica.
 

El correo de Pioppi

Querido Formenti,
Le agradezco su respuesta, que he transmitido a Gabriele, quien probablemente querrá responder a su manera. Por lo que a mí respecta, no me molestan ni la franqueza ni el exabrupto por los que se disculpa, que son, en efecto, bienvenidos si sirven para disipar malentendidos. Y me parece que hay muchos malentendidos, ya que usted nos pone en el montón de los neopostcomunistas o de los devotos de una ortodoxia estéril, es decir, de los que siempre han sido el blanco de nuestras críticas.
He leído atentamente sus dos volúmenes sobre la guerra y la revolución (reconozco que limitado a lo que soy capaz) y no es casualidad que le pidiera que leyera y posiblemente comentara el folleto que queremos imprimir. En cambio, creo que usted se ha limitado a «olfatear» nuestros escritos con un enfoque prejuicioso que le hace oler cosas que no le gustan.
De hecho, nuestro trabajo trata de poner el dedo no en la continuidad de una doctrina inoxidable, sino por el contrario precisamente en la necesidad de explicar los momentos de ruptura tanto en la URSS (subrayando que no basta con denunciar el revisionismo y las traiciones, sino que hay que explicar también por qué se produjeron) como en China, donde polemizamos con la tendencia a pasar por alto los conflictos y las contradicciones clamorosas que se han atravesado para llegar a la situación actual, limitándonos a ser propagandistas del socialismo con características chinas como si esto por sí solo resolviera los problemas a los que nos enfrentamos en Italia (el papel asumido por Marx XXI en este sentido es típico).
Verá Formenti,
No somos analfabetos y hemos leído algo, pero no somos académicos y puede ser, de hecho es seguro, que algunas expresiones utilizadas no hayan sido suficientemente aclaradas. Es el caso de la expresión «socialismo científico» que tanto te escandaliza («Hace tiempo que no creo –escribe– que exista algo parecido al socialismo «científico» del que se habla en el libro»). Sin duda hay que historizar esa expresión, que tenía un sentido muy preciso de oposición al utopismo, valorizado también por Marx como precursor, también a la luz de la ambigüedad de la ciencia actual. Pero Marx fue un gran científico, como tal nunca satisfecho con las conclusiones a las que llegó, y como otros grandes científicos dejó un legado que es imposible desdeñar para quienes buscan comprender el proceso histórico en marcha. Tal vez sea mejor hablar de materialismo histórico, como ya propone nuestro folleto en su título, analizando la historia del movimiento comunista internacional a esta luz, o al menos haciendo una lista razonada de las cuestiones a tratar. Todo ello no con espíritu nostálgico, sino con la mirada puesta en el presente y en las contradicciones actuales, como atestiguan las últimas 20 páginas sobre las perspectivas del socialismo en el siglo XXI y el epílogo.
Con Gramsci y Labriola, se puede llamar al materialismo histórico, si se quiere, la «filosofía de la praxis», es decir, la producción humana colectiva no sólo de bienes materiales, sino también de todos los aspectos superestructurales de la sociedad. Más sencillamente, hemos subrayado en el primer capítulo la coexistencia en Marx del científico y del revolucionario, y hemos seguido en los capítulos siguientes los desarrollos, ciertamente no lineales, de esta atención a la realidad y a sus contradicciones y de ser revolucionario al mismo tiempo, que falta en algunos «marxistas» prestigiosos, y que en cambio acompaña subjetivamente a los protagonistas activos y creativos de la gran transformación del modo de producción capitalista de la que Marx el científico había sabido identificar las características básicas y la transitoriedad. En esto hay, en efecto, un «hilo rojo» que hay que redescubrir, y no por nostalgia de un pasado irrepetible.
En este pasado está, y ocupa un lugar muy destacado, Stalin. En tus palabras, aunque con el beneficio del inventario del calor de agosto y otros problemas, se percibe un gran desprecio por su figura, y en esto no haces ningún esfuerzo por distanciarte de la corriente dominante. Bueno, nunca hemos ido por ahí con iconos de Stalin, como tampoco lo hicimos con el librito rojo de Mao. La de «estalinistas», al fin y al cabo, es una etiqueta que suelen poner ad libitum los adversarios, y a estas alturas suele ser sustituida por la de «comunistas». Nosotros aplicamos un método diferente, planteando a cada paso la cuestión de las diversas posibilidades que se presentaban concretamente y de lo acertado o no de las opciones tomadas para las que, como siempre ocurre en la historia, no había respuestas prefabricadas. Este método debería aplicarse también, entre otras cosas, a la cuestión de la NEP, en la que algunos creen ver hoy la solución a todos los problemas de la revolución, sin tener en cuenta las contraindicaciones y olvidando, entre otras cosas, que China partió de la experiencia soviética. En cuanto a los trotskistas, siempre dispuestos a sentar cátedra, y descontando el hecho de que los epígonos de Trotsky son aún peores que el original (léase para creer las sandeces actuales sobre el sionismo), ¿se imaginan qué habría sido de la revolución rusa si Lenin no hubiera conseguido imponerse a Trotsky (y a los demás, incluido Bujarin) en la paz de Brest? ….
 
Paolo Pioppi
 
(Pido disculpas a Pioppi si no he citado también el último párrafo de su correo electrónico, pero su contenido era irrelevante para los temas de debate)

Una puesta a punto sobre el comunismo real

respuesta a una carta de Carlo Formenti

Ante el carácter «herético» del correo electrónico enviado por Carlo Formenti en respuesta a nuestra petición de prologar el folleto Por una interpretación materialista de la historia del movimiento comunista, nos vemos obligados a hacer una defensa oficiosa del movimiento comunista tal como lo entendemos, aunque ello refuerce en él la idea del carácter «memorialista-nostálgico» de nuestra posición.

No queremos lanzar anatemas –no es ésta la fase– sino reiterar con fuerza una posición, por otra parte recurrente a lo largo del texto de nuestro panfleto, que nos parece la única que puede darnos la clave para interpretar la actual fase histórica y, al mismo tiempo, proporcionar también a los comunistas la lucidez para afrontar los dramáticos acontecimientos que todos tenemos ante nosotros.

Vayamos al fondo de las cuestiones planteadas por Formenti. ¿Existe un «socialismo científico» al que puedan referirse los comunistas para comprender las contradicciones del capitalismo y fijar su estrategia? Formenti argumenta que no, e introduce el concepto de «tendencias» y no de «leyes» en la forma en que Marx definió la cuestión. Podemos pasarnos el tiempo debatiendo sobre esto, pero para nosotros es el fondo lo que prima sobre la forma. En otras palabras, no hay movimiento comunista que no base su acción en una interpretación científica de los fenómenos históricos en la que basar su estrategia.

¿Qué es El Manifiesto de 1848? ¿Qué es El Capital en el que Marx analiza la dinámica del sistema capitalista? ¿Qué es, finalmente, la concepción materialista de la historia a la que Marx y Engels dedicaron parte de sus obras? Para nosotros, ésta es la base científica sobre la que descansa la continuidad del movimiento comunista, y aunque criticamos los esquematismos interpretativos que caracterizaron la fase engelsiana de al menos parte del movimiento comunista, reiteramos con Lenin que «sin teoría no hay revolución posible», y las fuentes de la teoría para nosotros son las que hemos citado.

Con el segundo punto de su respuesta, nos parece que el camarada Formenti ha cometido un verdadero desliz interpretativo, malinterpretando el sentido de lo que hemos escrito y acabando por hacer afirmaciones que no resisten un análisis de los hechos.

Nos referimos a la parte de la carta en la que dice que le dan ganas de sacar la pistola cuando oye hablar del desarrollo de las fuerzas productivas como condición de la transición al socialismo, ya que las revoluciones socialistas victoriosas han tenido lugar, sin excepción, en países «atrasados» y desde luego no en los puntos avanzados de desarrollo. Entonces, parece decir Formenti, ¿qué tiene que ver la revolución con el desarrollo de las fuerzas productivas?

Formenti olvida dos cosas: la experiencia china y la naturaleza de la crisis que llevó al colapso del socialismo en la URSS y en los países socialistas europeos. Ambas plantean, por supuesto, la cuestión de las fuerzas productivas. En el caso de China, es más que evidente que la derrota de la Revolución Cultural y la victoria de Deng Xiaoping se produjeron precisamente sobre la cuestión del desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, sobre cómo acelerar un proceso de crecimiento económico que resultó decisivo para la supervivencia del socialismo. Por otra parte, en lo que respecta a la URSS y a los países socialistas europeos, el colapso se produjo debido a la incapacidad del grupo dirigente del PCUS para iniciar las transformaciones que habrían podido frenar una crisis interna que desembocó en la contrarrevolución.

Los hechos históricos han demostrado que con un polo imperialista muy activo, la cuestión del equilibrio económico con el sistema capitalista dirigido por Estados Unidos es uno de los retos decisivos para los comunistas en el poder si quieren construir el socialismo. No sólo eso, sino que la fuerza económica de China y de la red de los BRICS está cavando la tumba del imperialismo occidental dirigido por Estados Unidos. ¿Tiene esto algo que ver con el desarrollo de las fuerzas productivas?

Formenti arremete contra quienes atribuyen la crisis del movimiento comunista a las «traiciones» de Jruschov, Togliatti, Berlinguer y otros, y sostiene que, para entender esas traiciones, hay que fijarse en la situación objetiva. Además, añade, también hay que mirar más allá de nuestra «miserable Europa» y comprender lo que ha ocurrido y está ocurriendo en el resto del mundo.

Pues bien, mientras tanto –y esto está bien subrayado en el panfleto– no somos de los que insisten en el término «revisionismo», factor puramente ideológico, en la interpretación de los hechos históricos de los que hablamos. De hecho, más allá de los anatemas, hay que explicar contextualmente por qué la URSS se derrumbó y el PCI se autoliquidó. La responsabilidad de los Jruschov o de Occhettos tiene evidentemente algo que ver, así como el reconocimiento de que, más allá de las causas objetivas, hay que hablar de contrarrevolución, como en Francia se hablaba entonces de Thermidor.

No se puede pasar por alto estas cosas mirando a otra parte y recomenzar el discurso sobre la revolución comunista desde cero. Hay que mirar todo el proceso histórico que han vivido los comunistas y encontrar el «hilo rojo» de su acción en la lucha por la transformación social.

Lo que ocurrió en esta «Europa miserable» en los años 90, tanto en el Este como en el Oeste, afecta a todo el movimiento comunista, no sólo por las consecuencias que se derivaron, sino porque es un punto crítico en el desarrollo del movimiento comunista, con el que hay que contar precisamente en lo que respecta al análisis teórico.

En conclusión, no consideramos escandalosa la carta de Carlo Formenti, y pensamos que sobre las cuestiones a las que se refiere debemos volver a ellas y confrontarlas, dada también la ausencia de discusión en el ámbito comunista. Pero sin perder la brújula, que para nosotros está representada por la experiencia histórica del movimiento comunista y las elaboraciones teóricas que lo acompañaron. De los críticos del movimiento comunista real seguimos esperando una demostración práctica de la eficacia de su acción. Por eso nos adherimos a Hegel cuando afirma que lo real es racional.

Roberto Gabriele

Mi contrarréplica

¿No debemos «perder la brújula»? ¡Ojalá la hubierais perdido también vosotros, como yo me esfuerzo por hacer desde hace algunos años con mis modestos medios intelectuales, junto con algunos otros supervivientes del naufragio del comunismo occidental! Si efectivamente la brújula por la que os orientáis es la que se desprende de vuestros escritos, queridos amigos y camaradas, sólo puedo invitaros a tirarla por la borda. Pero veamos algunas cuestiones básicas (esquemáticamente, porque no puedo volver a escribir los cientos de páginas que he dedicado al tema).

En primer lugar, sin embargo, algunas referencias que considero indispensables para cualquiera que desee razonar sobre la realidad histórica a la que nos enfrentamos: 1) Lukács (no el de Historia y conciencia de clase, que él mismo despachó con la frase «yo era entonces más hegeliano que Hegel», sino el de la obra maestra Ontología del ser social); 2) Arrighi (todos los últimos escritos, pero en particular Adam Smith en Pekín) 3) algo de Preve (el del 84 no el del comunitarismo); algo de Losurdo (no el que escribió que los comunistas deberían aprender de lo mejor del liberalismo); 4) Zhok (véase la Critica della ragione liberale); 5) Visalli (véase el análisis de las teorías de la dependencia desde Baran-Sweezy hasta el cuarteto Amin, Arrighi, Wallerstein, Frank); 6) algunos escritos de Vladimiro Giacché sobre la transición al socialismo; por último, queriendo inmodestamente autocitarme, mis escritos sobre Lukács (en particular Ombre rosse y la introducción a la nueva edición de Ontología). Dicho esto (evidentemente no es mi intención inducirles a leer lo que se acaba de enumerar, que sólo sirve para aclarar mi punto de vista, cuando sea de interés) procedo por puntos.

¿Sin teoría no hay revolución? Claro, sólo hay que entender el significado del término teoría… Porque si por teoría se entiende el llamado «socialismo científico», puede que no me lleve las manos a la pistola, pero desde luego me las llevo a la cabeza. Por lo tanto: no creo que haya una ciencia burguesa y una ciencia proletaria (los científicos soviéticos que pensaban así parieron monstruos como las teorías de Lysenko sobre la evolución). La ciencia moderna es una y es una mezcla inextricable de conocimiento objetivo sobre el mundo e intereses de clase que, en muchos casos y últimamente cada vez en mayor medida, invalidan todo o parte de ese conocimiento. Lukács y otros han dejado claro de una vez por todas que el pensamiento de Marx no forma parte de la ciencia en cuestión (si acaso, sus interpretaciones ilustrado-positivistas, sobre todo en el terreno económico, forman parte de ella).

La única ciencia reconocida por Marx, escribe Lukács, es la historia. Pero cuidado, no se refiere aquí a ese oprobio estalinista que es el diamat (materialismo histórico y dialéctico) que dio origen a las otras tonterías de las «cinco etapas» (por cierto, producto –desgraciadamente cómplice Engels– de la ambición de construir una «ciencia unificada» de la historia, la naturaleza y la sociedad), por la que se excluye a priori la idea de la existencia de algo así como la «necesidad» histórica (las llamadas leyes históricas): el análisis histórico no hace predicciones a priori sobre el futuro, sino que descubre a posteriori las dinámicas (tendencias) que han producido determinados resultados del proceso histórico (por cierto, Marx, en una polémica carta al revisor ruso de El Capital, negó explícitamente que hubiera pretendido identificar leyes universalmente válidas del proceso histórico: el texto se cita en la antología India, Cina, Russia publicada en 1960 por Saggiatore).

Si entonces quisiéramos extraer del Manifiesto del 48 la descripción de tales leyes, me siento peor: se trata de un texto ultractualizado y lleno de predicciones rotundamente erróneas (la reducción de las clases al binomio capital-trabajo, la negación del potencial revolucionario de las masas campesinas, la teoría del empobrecimiento progresivo y, por último, pero no por ello menos importante, la globalización: la tesis que entusiasma a los apologistas del imperio de las barras y estrellas à la Negri pero que la incuestionable inversión de tendencia actual está falsificando). Este juicio podría extenderse a muchos otros textos canónicos, con la excepción de la mayor parte de El Capital.

La cuestión es que Marx no era un «marxista», es decir, no era un científico, y al fin y al cabo (diga lo que diga Preve, que incluso le da la licencia de idealista) ni siquiera era un filósofo (véanse las glosas a Feuerbach), lo suyo era más bien (los últimos en entenderlo en Italia, antes de que Lukács lo reiterara, fueron Labriola y Gramsci, a añadir a la lista de lecturas de arriba) filosofía de la praxis que evitaba la oposición metafísica entre idealismo y materialismo y leía la realidad concreta en función de la lucha de clases. De ahí que estuviera dispuesto a reformular la teoría de tanto en tanto a partir de esos análisis concretos (véase la hipótesis, en total contraste con las afirmaciones anteriores, de la posibilidad de una transición directa al socialismo de las comunidades campesinas rusas sin pasar por la horca del capitalismo, retomada por los marxistas latinoamericanos y africanos para realzar el potencial anticapitalista de ciertas comunidades originarias: cf. Linera, Dussel, Cabral, etc.).

Volviendo a la cuestión de las fuerzas productivas aquí, tu lectura de los «hechos» (que, notoriamente, si se observan a través de las gafas equivocadas dan resultados bastante extraños) es curiosa. Los hechos nos dicen que de las teorías de Marx y Engels sobre la transición al socialismo (véase lo que escribe Giacché sobre ellas) no queda hoy piedra sobre piedra. En primer lugar, el «hecho» sigue siendo que ningún país industrial avanzado ha hecho (aparte de los intentos abortados tras la Primera Guerra Mundial) la revolución (porque sus respectivos proletariados estaban felizmente integrados en el sistema), mientras que ésta tuvo lugar en los «eslabones débiles» (Lenin docet) y tuvo como protagonistas a las amplias masas campesinas aliadas a proletariados en formación y pequeñas burguesías urbanas.

Entonces, ¿qué nos dice el éxito de China? Nos dice que para resistir el impacto del cerco capitalista era necesario reintroducir el mercado, y no sólo en el campo, sino también en la gran industria. La sociedad china actual es una sociedad de mercado, en la que el partido-Estado mantiene el control de las finanzas y de ciertos sectores clave e impide que la burguesía acceda al poder político. Se trata de un sistema mixto sin precedentes históricos, que nadie había previsto y que sólo Arrighi ha empezado a analizar seriamente (apreciando las características histórico-culturales específicas de la nación china). Lenin había tenido intuiciones similares en la época de la NEP (desarrolladas sólo en parte, ya que la situación socioeconómica rusa era muy diferente de la china medio siglo después). No tengo espacio aquí para discutir las analogías con los experimentos de las revoluciones bolivarianas y las de las colonias portuguesas.

¿Y la Unión Soviética? ¿Crees seriamente que su colapso se debió a que perdió la carrera por desarrollar sus fuerzas productivas frente al Occidente capitalista? ¿No te sugiere nada la rapidez con la que surgió una sociedad en la sombra y se hizo rápidamente con el control de la nación, la economía, la cultura, etc.? Por supuesto que fue una contrarrevolución, pero no un golpe de burócratas y revisionistas vendidos, ¡no hay contrarrevolución sin raíces de clase! Las clases en Rusia, a pesar de las destituciones del régimen, nunca desaparecieron y las clases burguesas explotaron los intersticios del sistema para preparar su propia venganza, que celebraron en cuanto tuvieron la oportunidad (que les dio una clase dirigente incapaz de leer la composición social y la dinámica de su país).

Paso por alto a Stalin (el mérito de la derrota del nazismo prefiero atribuírselo al patriotismo heroico de su pueblo y a la pericia de los generales que sobrevivieron a sus purgas) porque no creo que su «obra» ofrezca ningún punto teórico serio para la discusión. Ça suffit por ahora (me he extendido demasiado), concluiré diciendo que me temo que no hay «hilos rojos» que recuperar y que no concluiremos nada a menos que reconozcamos que estamos en el año cero y que la tarea más urgente no es escrutar el pasado, porque allí no encontraremos respuestas para los desafíos tan reales y terribles a los que nos enfrentamos, sino analizar el presente con nuevas herramientas.

Carlo Formenti

Fuente: Intercambio publicado en el blog del autor, Socialismo del secolo XXI, 10 de agosto de 2024 (https://socialismodelsecoloxxi.blogspot.com/2024/08/costruire-il-socialismo-del-secolo-xxi.html)

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