Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Carta a los compañeros de Espai Marx

Joan Tafalla

Estimados amigos y, sin embargo, camaradas,

Hace unos días, Joaquín, observando el estado de ánimo de mis últimas notas e intervenciones y mi insistencia sobre que un pesimista es un optimista bien informado, me envió esta pequeñísima y preciosa nota:

“En la nota 130 del Q 9 [de Gramsci] hay una reflexión sobre optimismo/ pesimismo que seguro que te gusta”.

Copio de la traducción de Manuel Sacristán: “Optimismo y pesimismo. Hay que observar que muchas veces el optimismo no es más que una manera de defender la pereza propia, la irresponsabilidad, la voluntad de no hacer nada. Es también una forma de fatalismo y de mecanicismo. Se espera en los factores ajenos a la propia voluntad y laboriosidad, se los exalta, y la persona parece arder en ellos con un sacro entusiasmo. Y el entusiasmo no es más que una externa adoración de fetiches. Reacción necesaria, que debe partir de la inteligencia. El único entusiasmo justificable es el acompañado por una voluntad inteligente, una laboriosidad inteligente, una riqueza inventiva de iniciativas concretas que modifiquen la realidad existente” (Antonio Gramsci, Antología, Selección, presentación y notas de Manuel Sacristán, Siglo XXI, México, 1970. En la edición crítica de los Cuadernos de Cárcel a cargo de Valentino Gerratana, se encuentra en el tomo II QC, 9 (XIV), apartado 130, pp. 1191-1192. Torino, Einaudi, 1975).

Efectivamente, ya tenemos demasiada edad para continuar con la adoración externa de fetiches. Ya tenemos demasiados tiros pegados como para continuar profesando un optimismo infantil y desinformado.

La historia no siempre (o casi nunca) va en la dirección del llamado progreso. El desarrollo de las fuerzas productivas casi nunca choca con las relaciones sociales de producción. Sólo las situaciones de carácter catastrófico han generado revoluciones, con la condición de que en nuestro campo la cultura política y social fuera autónoma respecto de la de las clases dominantes. Si pasa eso, si las clases subalternas salen a la palestra y tratan de imponer su propia concepción autónoma del mundo el resultado es siempre como dijera Benjamin, el apretar el freno del progreso capitalista.

Cuando esa condición no se cumple, las situaciones catastróficas solo han ocasionado el hundimiento de las clases en disputa o, peor aún la aparición de los cirujanos de hierro, de lo que SAR [Santiago Alba Rico] ha llamado la pedagogía del millón de muertos y, con ella la nuestra destrucción durante generaciones. Esta, siento reiterar mi pesimismo, es la alternativa en la que nos encontramos.

Sólo con la inteligencia de lo que realmente acontece, sólo con el conocimiento, se puede intentar detectar (o intuir) el sentido de las cosas, su dinámica interna. A partir de ese conocimiento que no por intuitivo debe rehuir de la mayor cantidad posible de datos, se puede tratar de librar batallas con la idea de evitar el desmoronamiento de nuestras filas, de impedir la incorporación de numerosos de nuestros cuadros al ejército de enfrente, se puede tratar de reagrupar fuerzas en puntos convenidos, se pueden librar aquellas batallas que sea necesario librar con el menor coste en bajas, y con la idea de hostigar y desgastar al enemigo, pensando siempre en agrupar fuerzas, ganar aliados, en acumular.

El «d’abord on s’engage, après on voit» solo puede entenderse bajo estas condiciones. Si no sería una auténtica irresponsabilidad. Nos llevaría a repetitivos y patéticos Waterloos.

Gracias Joaquín por recordarme este paso, fundamental, de Gramsci.

Desde que intuí la derrota en la transición y me apunté, desde mi modesta situación, con tantos otros, a la construcción de aquel PCC [Partit dels Comunistes de Catalunya] que pretendió dar respuesta a esa derrota, tuve siempre presente el tono de esta reflexión gramsciana.

La continué teniendo presente cuando en los años noventa, aquel PCC se transformó una especie de ala izquierda del régimen. La tenía presente cuando clamaba en el desierto por volver a empezar de cero en aquellos años de barro, mierda y sangre (que son la materia prima de las trincheras en los ejércitos derrotados).

Era esa reflexión la que me llevó a impulsar (con otros, claro) cosas tan raras como la encuesta obrera, o la agrupación de fuerzas por abajo en el Vallès, localidad por localidad de los que no estaban conformes con la subalternidad a la que nos condenaba la derrota moral, cultural y política del último rescoldo del comunismo. Me consta que fue esa misma reflexión la que llevó a Joaquín a tratar recuperar para nosotros la idea de democracia como algo opuesto al capitalismo. Supongo que era lo que llevó a Lauren, a Josep, a César [De CoBAS] a mantener contra viento y marea un sindicalismo de clase… A Fidel y a otros a empezar a agrupar a gente desde el territorio. A Manolo Cañada a ascender a la base para continuar la lucha desde esa elevada posición, a Salvador a gastar su vida en la contrainformación y … a tantos otros cuya lista se hace interminable.

La serenidad, la prudencia de este paso gramsciano me parece básica para enfrentar cualquier nueva singladura que se nos ocurra sin convertirla en un nuevo episodio de «Allonsanfans» (Taviani).

A quien haya seguido hasta aquí, le pido disculpas por esta megalómana socialización de un estado de ánimo.

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