Un punto de encuentro para las alternativas sociales

La rivalidad interimperial entre Estados Unidos y China en África

Lee Wengraf

Una nueva respuesta al debate que se inició en enero de 2018 con la publicación en las páginas de la Review of African Political Economy (ROAPE) de un artículo de John Smith critico con la visión de David Harvey sobre el imperialismo en el siglo XXI. Tras esa crítica inicial a la posición de Harvey, y la respuesta de este, publicamos la contraréplica de Smith. No hubo más intervenciones de ninguno de los dos, pero sí de otros autores que se incorporaron al debate. Empezamos con una primera respuesta de Adam Mayer a la que sigue la de Patrick Bond que es a su vez criticada por Walter Daum. Tras la intervención de Andy Higginbottom, quien hace un repaso a las intervenciones de varios de los anteriores autores, es Esteban Mora quien plantea una crítica a la orientación del debate. Esta crítica será respondida por una nueva intervención de Walter Daum. En la siguiente entrada, Esteban Mora continúa el debate sobre la naturaleza del imperialismo en roape.net (y en concreto la entrada de Walter Daum). Lee Wengraf se incorpora a la discusión con este artículo sobre la rivalidad de las que él considera potencias imperialistas mundiales en África.

 

En el debate sobre el imperialismo que ha tenido lugar en roape.net durante el último año, los colaboradores han abordado cuestiones clave sobre los flujos relativos de valor y poder entre el Norte y el Sur Global. En el intercambio entre John Smith y David Harvey se presta gran atención a la cuestión de la «fuga de riqueza» entre estas regiones del mundo. Al evaluar el panorama actual del imperialismo mundial, Smith describe correctamente la rápida transformación de la economía china de los últimos años cuando escribe: «China es mucho más que una “nación emergente” muy grande y de rápido crecimiento», y las condiciones mundiales se caracterizan por «el creciente desafío de China a la dominación imperialista» . Sin embargo, a pesar de estos comentarios, Smith reduce las conclusiones de Harvey sobre el papel crítico desempeñado por China al privilegiar el papel de la «geografía» en su análisis:

Sin embargo, en su respuesta a mi crítica, Harvey eleva la geografía por encima de todo lo demás, agrupando a China, cuyo PIB per cápita en 2017 se situaba entre Tailandia y la República Dominicana, junto con Corea del Sur, Taiwán y el Japón imperialista en un «bloque de poder [sic] de Asia Oriental distinto en la economía mundial». Dado el estado moribundo de la economía japonesa, cuyo PIB ha crecido una media inferior al 1% anual desde 1990, y conociendo la explosiva rivalidad económica, política y militar de Japón con China, preguntarse si este «bloque» está ahora drenando riqueza de la Europa capitalista y Norteamérica es plantear la pregunta equivocada.

En mi opinión, Harvey no se limita a plantear la cuestión del papel de China como una mera cuestión geográfica, sino que, en términos más generales, se refiere a la centralidad de «Oriente» en una nueva fase del desarrollo capitalista y a la remodelación de la economía mundial. Dada la explosiva evolución de la economía china y sus objetivos estratégicos a escala mundial, resulta difícil entender que preguntarse si este «bloque» está drenando la riqueza de la Europa capitalista y de Norteamérica sea plantear la pregunta equivocada.

Dicho esto, tanto la contribución de Smith como la de Harvey dejan de lado la dinámica central crítica del imperialismo contemporáneo: la de una aguda rivalidad interimperial que domina el globo en la actualidad. Este elemento ausente en el debate ha sido destacado brillantemente por las contribuciones de Esteban Mora en roape.net, cuando argumenta que no sólo deberíamos buscar una conexión entre países «drenados» y países que «drenan», sino más bien una relación de beneficio mutuo entre una clase capitalista internacional. Curiosamente, Mora critica las teorías de la dependencia que sustentan el debate y argumenta que no pueden captar la totalidad de las relaciones en el mercado internacional, ni las operaciones reales del imperialismo.

Para los marxistas, la dinámica del imperialismo no está impulsada meramente por la necesidad de acceder a recursos y mercados, aunque sin duda este impulso desempeña un papel. Más fundamentalmente, estas dinámicas son una expresión del impulso competitivo para controlar esos recursos por encima y en contra de los rivales imperiales. Inextricablemente ligada a esos objetivos estratégicos está la importancia de la estabilidad política o, en caso necesario, la dependencia del poder militar para respaldar sus intereses. Como escribió V.I. Lenin hace un siglo en Imperialismo: fase superior del capitalismo, la competencia económica en el corazón del capitalismo suele lanzar a los Estados-nación a un curso de colisión, recurriendo a una serie de tácticas, desde los acuerdos de «libre comercio» hasta la guerra abierta; la creciente guerra comercial entre Estados Unidos y China es una de las expresiones más recientes de esta rivalidad. Como señala Andy Higginbottom en su contribución al intercambio en ROAPE, «China aún no está “muy por delante” del imperialismo occidental, pero se está poniendo rápidamente a su altura y amenaza con empezar pronto a superarles. Ahora mismo, hay toda una industria de observadores de China, pero la cuestión es en qué contexto y contra qué competencia se alza China».

Esas tensiones imperiales se manifiestan hoy en el África subsahariana, donde Estados Unidos y China, pero también los países de la Unión Europea, los Estados del Golfo y otras potencias mundiales como Rusia y la India compiten ferozmente por aprovechar las oportunidades que ofrece el nuevo auge de «África en ascenso». El terreno de la «nueva pugna» por el África del siglo XXI se caracteriza por la ampliación de las redes de inversión, extracción de recursos y militarización en todo el continente. Las multinacionales extranjeras, en asociación con las clases dominantes africanas, han acelerado enormemente una nueva carrera por las materias primas y los mercados, que recuerda notablemente a la carrera colonial por África de finales del siglo XIX y, como señalan Smith y Harvey, a la superexplotación de las clases trabajadoras del continente. Y la «pugna» actual –no muy diferente de la anterior– ha lanzado a las potencias imperiales del mundo a una competencia cada vez más aguda a escala mundial. Sobre todo, el conflicto actual es más pronunciado entre la rivalidad interimperial entre China y Estados Unidos, un conflicto global que gana terreno en el continente africano.

Tanto para China como para EE.UU., las nuevas cotas de inversión, comercio y préstamos en el continente en el siglo XXI (pulse aquí para ver las tendencias recientes) son expresiones del afán estratégico por estrechar lealtades con los Estados africanos y asegurarse la preeminencia económica, es decir, el acceso a recursos y mercados. Según datos de EY, la cuota de África en la IED mundial ha ido en aumento y se incrementó hasta el 11,4% en 2015, y la inversión de capital en logística, transporte y comercio minorista creció un 32%. El crecimiento a principios de este siglo se anunciaba en la prensa económica como «África en ascenso», pero el desplome de las materias primas a mediados de esta década provocó una brusca desaceleración a mediados de la década, seguida de una lenta recuperación. El PIB del continente registró una media del 1,3% en 2016 y del 2,4% en 2017, con previsiones del 3,1% en 2018, y del 3,6% en 2019 (pulse aquí para ver el informe del Banco Mundial ). Según el Banco Mundial, el crecimiento del producto interior bruto (PIB) en el África subsahariana ha sido muy desigual, concentrándose en las mayores economías del continente: Nigeria, Sudáfrica y Angola.

Estados Unidos se subió con entusiasmo al carro de la inversión en África con un giro significativo hacia el petróleo africano en la primera década de este siglo. Durante este tiempo, las exportaciones de petróleo africano a EE.UU. superaron a las de Oriente Medio. Aunque la extracción de petróleo en África por parte de empresas estadounidenses no es nada nuevo –Exxon Mobil presume de su presencia en el continente desde hace más de un siglo–, el reciente aumento reflejó una «implicación» cualitativamente más profunda. Las importaciones estadounidenses de petróleo han cambiado significativamente en los últimos años con la «revolución del esquisto» y el espectacular crecimiento de su industria petrolera nacional, especialmente en Texas. A mediados de la segunda década, las exportaciones africanas a Estados Unidos eran una fracción de lo que habían sido sólo unos años antes.

En su contribución al debate sobre el imperialismo, Smith concede un lugar central a la cuestión de los flujos de inversión y valor entre el Norte y el Sur Global. Smith tiene razón al argumentar que la riqueza y los beneficios se extraen del Sur Global a través de múltiples canales, tanto lícitos como de otro tipo. En el África subsahariana, por ejemplo, los flujos ilícitos de capital –a través de la fijación de precios abusivos en las transferencias y otros esquemas fiscales– desempeñan un papel importante. Smith escribe: «En cuanto al África subsahariana, … [las transferencias netas de recursos] de este continente a países imperialistas (o a paraísos fiscales autorizados por ellos) entre 1980 y 2012 ascendieron a un total de 792.000 millones de dólares, que las transferencias ilícitas de África a países imperialistas como proporción del PIB son mayores que las de cualquier otra región, y que la fuga de capitales del África subsahariana está creciendo más de un 20% anual, más rápido que en cualquier otra parte del mundo».

Dar un paso atrás nos permite ver los procesos históricos que subyacen a estas condiciones: la dinámica actual de extracción de beneficios de África es una expresión tanto de la herencia de unas economías coloniales muy asimétricas –orientadas a la exportación de productos primarios– como de las enormes deficiencias normativas también heredadas del periodo anterior a la independencia (he escrito en otro lugar de roape.net sobre el relato histórico de Walter Rodney de 1972 sobre estos procesos). La reestructuración neoliberal –impulsada por las instituciones financieras internacionales y los Estados occidentales– exacerbó estas debilidades históricas y sentó las bases para la recuperación de la rentabilidad mundial tras el periodo de recesión de la década de 1970. Por encima de todo, el neoliberalismo cimentó la dominación imperial de Estados Unidos sobre sus rivales, mediante unas condiciones comerciales y de inversión favorables y un asalto a las clases trabajadoras africanas –y del Sur Global–. Como Harvey ha escrito ampliamente, el orden neoliberal ha desencadenado una lucha por la dominación imperial por parte de las grandes potencias unida a una carrera a la baja de las clases trabajadoras del mundo. Es esta dinámica competitiva la que enmarca las relaciones mundiales y ha facilitado la actual «nueva pugna por África» y el auge sin precedentes del continente. Como en otros lugares, la aguda rivalidad en África –expresada en esta «nueva pugna» por los recursos y las inversiones– no tiene que ver en absoluto sólo con Occidente.

Como competidor relativamente tardío en este terreno, China ha sabido aprovechar la era del asalto neoliberal en el África subsahariana para espolear un crecimiento económico masivo y contribuir a impulsar su propia posición como rival mundial dominante de Estados Unidos. Y lo que es más importante, el inmenso crecimiento de China ha impulsado una gran búsqueda de materias primas para apoyar su pujante industrialización. La economía china depende en gran medida de las exportaciones africanas y, en 2009, China se convirtió en el mayor socio comercial de África, con un volumen de comercio entre ambos cuatro veces mayor que con Estados Unidos (véanse los recientes artículos del Financial Times aquí). Aunque la IED de EE.UU. en África supera a la de China, la tendencia de la inversión china es al alza, mientras que la de EE.UU. ha ido a la baja. Además, los préstamos del Exim Bank de China, muy centrados en proyectos de infraestructuras de gran envergadura, eclipsan a los de Estados Unidos.

Esta creciente implicación económica hace que China se juegue más, estratégica y políticamente, a pesar de las pretensiones pasadas del gobierno chino de no injerencia política. Su Iniciativa de la Franja y la Ruta, que se espera que cueste aproximadamente 1 billón de dólares en todo el mundo, incluirá proyectos de desarrollo críticos en África. El Foro de Cooperación China-África, reunido en Pekín en septiembre de este año, renovó las promesas por parte de China de elevados niveles de gasto, para incluir el apoyo a la industrialización. El imperialismo chino en África no es idéntico al estadounidense: tiene su propia dinámica y obligaciones, incluida la adhesión a la política de «una sola China» con respecto a Taiwán y otras condiciones políticas, al tiempo que suele condicionar los préstamos a futuros derechos de producción. En otras palabras, aunque China ha sabido aprovechar la puerta abierta por la desregulación neoliberal y la privatización por parte de Occidente, su compromiso tiene un carácter propio.

No obstante, la centralidad de esta dinámica imperial es inevitable. La postura del imperialismo estadounidense con respecto a China en África se remonta a los expresidentes estadounidenses George W. Bush y Barack Obama: a pesar de un cambio de enfoque de la «asociación» bajo Obama al unilateralismo del actual presidente Donald Trump, existe una línea de continuidad en sus objetivos estratégicos de fortalecer el capital estadounidense en todo el mundo. A Estados Unidos se han unido recientemente, entre otros, Gran Bretaña y Alemania, que se burlan abiertamente de la política china en África como «diplomacia de la crisis de la deuda» –por el carácter promisorio de sus relaciones bilaterales–, al tiempo que promueven las inversiones occidentales. Muy recientemente, de hecho, Trump dio a conocer un nuevo programa para aumentar la inversión estadounidense en el continente, una medida que sólo puede entenderse como una respuesta a la implicación de China en África (véanse los artículos del New York Times aquí). Sin embargo, el agresivo nacionalismo de Trump y las recientes dádivas masivas a «su propia» clase dominante demuestran que este tipo de políticas siguen llevando a los trabajadores, tanto en Estados Unidos como en todo el mundo, a una carrera hacia el fondo. La desigualdad de clases no ha hecho más que intensificarse durante el «boom» africano; el aumento de los beneficios empresariales en Estados Unidos no hace más que disimular una división de clases similar (véase el reciente artículo aquí), a pesar de las celebraciones de la prensa económica sobre una economía saneada. Contrariamente a la opinión de Smith (y de Adam Mayer en su contribución al debate), aunque las clases trabajadoras del mundo puedan estar en posiciones diferentes dentro de las cadenas de suministro y producción, esas mismas clases trabajadoras comparten los mismos intereses dentro de un sistema más amplio construido sobre el beneficio.

Por encima de todo, esta competencia imperial se ve agudizada por la creciente militarización de Estados Unidos y China, así como de otras grandes potencias, en todo el continente. La primera base militar de China en el extranjero se encuentra en la pequeña nación de Yibuti, en África Oriental, justo al lado del Campamento Lemonnier de Estados Unidos. Las contribuciones de China a las operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU en África han aumentado enormemente, al igual que las de Rusia, que tiene más «fuerzas de paz» en África que Francia, Estados Unidos y el Reino Unido juntos. Este es el panorama del aumento de las tensiones mundiales y el telón de fondo de la agenda de «seguridad ante todo» de la administración Trump, incluido el aumento del mando militar estadounidense en África (AFRICOM) –que ahora cumple poco más de una década– y la ampliación de la huella militar de Estados Unidos en el continente, en el que hay miles de tropas dispersas.

Según el periodista de investigación Nick Turse, «África… ha sido testigo del aumento más significativo de despliegues de operaciones especiales. En 2006, la cifra correspondiente a ese continente era de apenas el 1%; a finales de 2017, se situaba en el 16,61%. En otras palabras, hay más comandos operando allí que en cualquier otra región excepto Oriente Medio… El año pasado, las fuerzas de Operaciones Especiales actuaron en al menos 33 países de ese continente… La primavera pasada, el presidente Donald Trump suavizó las restricciones impuestas por Obama a las operaciones ofensivas en [Somalia]» (véase el artículo de Nick Turse de principios de año). El aumento de la militarización sólo puede entenderse en el contexto de las mayores apuestas y la competencia más aguda a medida que los conflictos económicos se expresan en formas militares cada vez más peligrosas.

Mientras tanto, la noción de «subimperialismo», tal y como la defendió Patrick Bond en el debate, no consigue explicar plenamente esta dinámica interimperial. Las llamadas potencias «emergentes» o subimperiales de China, Rusia e India compiten por el dominio de la escena mundial, sin contentarse con (simplemente) «lubricar» los intereses de las potencias «más antiguas». Del mismo modo, las clases dominantes africanas no se limitan a desempeñar un papel de «lugartenientes» o «compradores» en un orden mundial dominado por Occidente, sino que tratan de facilitar la acumulación de capital para sus propias clases dominantes, un proyecto que es a la vez independiente y limitado por las grandes potencias imperiales. Así, los líderes políticos africanos albergarán instalaciones militares y adjudicarán lucrativos contratos de extracción en pos de sus propios objetivos; objetivos no obstante marcados por los legados del colonialismo y el neoliberalismo que hacen que las economías africanas se combinen e integren de forma desigual en el sistema capitalista mundial. El nacionalismo de los recursos representa una estrategia de las clases dominantes africanas para «renegociar» los términos de esa relación, una estrategia a su vez limitada por una herencia de economías excesivamente dependientes de las exportaciones de productos primarios y de los precios mundiales que puedan sostenerla.

No se puede exagerar la urgencia de un análisis de izquierdas sobre la centralidad de esta agudización de la rivalidad interimperial, tal y como la describió Lenin. La resistencia por parte de las clases trabajadoras africanas como productoras de (plus)valor en el «punto de extracción» y –mientras la industrialización espoleada por la inversión china en África sigue creciendo– el punto de producción debe entenderse como una lucha de clases que exige solidaridad, independientemente de qué actores imperiales estén implicados. Como demostró sin lugar a dudas la crisis de las materias primas de 2015, la crisis sistémica de la competencia capitalista y los peligros del exceso de capacidad se dejarán sentir con fuerza en las economías «orientadas a la exportación» del África subsahariana. El nuevo Acuerdo Continental Africano de Libre Comercio convertiría a África en la mayor zona de libre comercio del mundo, con un PIB combinado de más de 3,4 billones de dólares y un enorme impulso al comercio intraafricano. Un acuerdo así, si es que llega a hacerse realidad, pone de relieve la insuficiencia de los proyectos de izquierda que prevén una «desvinculación» del sistema mundial. Este impulso competitivo global –impulsado por China y Estados Unidos– está en curso de colisión y se desarrolla en un continente armado hasta los dientes. Del mismo modo, la izquierda debe movilizarse contra todas las formas de racismo y opresión en este período volátil, desde la xenofobia antichina en África hasta la movilización de la derecha en la frontera entre Estados Unidos y México contra la caravana de migrantes centroamericanos. La izquierda debe insistir en un abrazo compartido de nuestras luchas contra el imperialismo y todas sus manifestaciones actuales.

Lee Wengraf es escritora y activista residente en Nueva York. Sus trabajos sobre África se publican en International Socialist Review, Counterpunch, Pambazuka News, AllAfrica.com, en roape.net y en Review of African Political Economy. Su nuevo libro Extracting Profit: Neoliberalism, Imperialism and the New Scramble for Africa se presentó en el Seminario de Teoría Marxista Contemporánea del Kings College, el 21 de noviembre de 2018.

Fotografía de portada: Una reunión de los BRICS en Johannesburgo, Sudáfrica (27 de julio de 2018).

Fuente: ROAPE -16 de noviembre de 2018 (https://roape.net/2018/11/16/u-s-china-inter-imperial-rivalry-in-africa/)

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