Carrillo: más sombras que luces
Carlos Gutiérrez
Carrillo: más sombras que luces
Resulta difícil abordar el análisis de una figura histórica como ha sido, de eso no cabe ninguna duda, Santiago Carrillo. Y resulta aún más complicado remar contracorriente y no dejarse arrastrar por esa ola de “beatificaciónes” que se extiende sobre todos aquellos que participaron en ese inmenso ejercicio de gatopardismo político que fue la llamada Transición española.
De ningún modo pretendo en estas líneas cebarme con alguien que ya no puede replicar o hacer leña del árbol caído. Creo que es más necesario que nunca centrar el papel de Santiago Carrillo y tratar de explicar cuál fue su papel en la Transición. Y lo creo más necesario que nunca, por que nos encontramos en unos momentos en los que el régimen surgido de la Transición está en cuestión. Hasta ahora, al menos entre la mayoría de la población, se había aceptado la versión de una Transición que nos había llevado a un estado de democracia perfecta y de bienestar inigualable. Ahora, incluso si hablamos en términos de mayorías sociales, esto es, cuando menos, discutido.
Y el papel de Santiago Carrillo en ese engaño a la clase trabajadora de nuestro país que supuso la Transición fue central. No podemos olvidar que era el secretario general del único partido de oposición al franquismo organizado y de masas. Por lo tanto, si se quería cambiar todo para que nada cambiara, si se pretendía que la misma oligarquía siguiese con las riendas del país, era necesario neutralizar al Partido Comunista de España.
El Partido Comunista de España fue el único, de tamaño significativo, que mantuvo la lucha contra el franquismo, y el único que mantuvo su estructura en el interior. El grado de mérito de Carrillo en esta cuestión es discutible, y seguramente hay otros militantes y algunos dirigentes que tuvieron mucho más merito que el en este mantenimiento de la lucha. De igual modo, y esto ha sido crucial, el PCE tuvo la rara “habilidad” de apartar o aburrir a sus cuadros políticos más preparados, esto, independientemente de las diferencias de pensamiento, lo podemos comprobar durante toda su historia, nombres como Joaquín Maurín, Fernando Claudín o Manuel Sacristán no tuvieron la influencia que merecía su bagaje intelectual.
Carrillo, y el partido que dirigía, actuaron durante la Transición de un modo suplicante, y aceptaron que, de un modo implícito, debían pedir perdón por existir. Esa postura suplicante se escenificó de un modo muy claro con la foto de toda la dirección del PCE, capitaneada por Carrillo, aceptando la legalidad monárquica y la bandera que había sido enarbolada por los que acabaron con la legalidad republicana.
No es fácil discernir si Carrillo formaba parte de la operación germano-americana que propició la Transición, o sí cayó en la trampa que le tendieron y destruyó al Partido Comunista por ambición o ineptitud. Desde luego sería extremadamente grave que Santiago Carrillo hubiese participado en el proceso iniciado por la socialdemocracia alemana, en connivencia con la CIA, para la creación de un PSOE que no tenía nada que ver con la tradición del socialismo español, y que sería una perfecta herramienta para la instauración de un modelo bipartidista al uso. El papel del PCE, en el marco de esta operación, sería el de un partido testimonial y que abandonaba las perspectivas de lucha a cambio de una menguada presencia institucional.
La otra posibilidad es que Carrillo se creyese el nuevo Togliatti y pensase que había llegado el momento de su Svolta di Salerno, particular, si es así, su error fue monumental. Una formación política inconsistente, y una malhadada tradición, que acostumbraba a copiar modelos, pudo hacer que Carrillo considerase que el PCE podría alcanzar resultados electorales tan buenos como los que conseguían sus homólogos italiano y francés. Desde luego que no se podía comparar ni el momento de la decisión de Togliatti ni toda la influencia que tuvo el PCI en la redacción de la Constitución Italiana.
Lo cierto el que el PCE, sólo a cambio de su legalización, renunció a todo. Renunció a algo tan importante para todos los seres humanos, y en especial para los militantes políticos, como son los símbolos: la lucha por la república o la bandera republicana son los más significativos. Y el PCE, liderado por Carrillo, destruyó sus estructuras y liquidó las células en aras a dotarse de unos organismos territoriales que fueran más homologables al resto de partidos. Y aún más, este cambio de modelo organizativo tenía que venir acompañado de un cambio del tipo de militante, era necesario ir mutando de militante a afiliado.
La responsabilidad de Carrillo en la firma de los Pactos de la Moncloa es vital. Este acuerdo, en el que se santificaban la propiedad privada de los medios de producción y la economía de mercado, fue rechazado por UGT, el sindicato socialista, y por algunas secciones sindicales de CCOO, por aquel entonces sindicato ligado al Partido Comunista. Los Pactos de la Moncloa fueron la certificación de la renuncia a la lucha al margen de las instituciones y el paso definitivo para la consolidación del programa que iba a conseguir la perpetuación de la oligarquía surgida del franquismo. Algunos dirigentes, como Francisco Frutos, bastante más tarde Secretario General del PCE, y entonces dirigente del PSUC, calificaban a los Pactos de la Moncloa como una “autopista al socialismo”, podemos pensar que tal vez Frutos lo pensaba, pero sería demasiado ingenuo creer lo mismo de Carrillo.
Y todo esto trajo consigo los flojos resultados en la primera cita electoral y un desánimo que hizo que, a partir de ahí, la destrucción se fuese acelerando y la militancia fuera descendiendo de un modo extremadamente rápido. Carrillo nunca acepto su responsabilidad en este desastre, y con su salida, expulsado, del PCE pretendió dejar claro que el problema era el PCE y el comunismo, pero de ningún modo sus errores o traiciones. Lo cierto es que Carrillo acabó con el Partido Comunista de España, acabó, al menos, con el PCE como proyecto revolucionario y como herramienta de transformación social. Además el, junto con otros dirigentes, fue el que sentó las bases para la posterior “disolución blanda” del PCE, esto es, para que el PCE siguiese existiendo formalmente, pero que renunciase a la intervención política autónoma.