Conclusiones a la asamblea de los obreros comunistas lombardos
Enrico Berlinguer
Milán, Teatro Lírico, 30 de enero de 1977
En el nombre de la dirección del partido y en el mío propio, os saludo a todos, representantes de las organizaciones comunistas en las fábricas y demás lugares de trabajo de Milán y de toda Lombardía, reunidos en esta asamblea para hacer un balance de las numerosas luchas que habéis protagonizado y para afrontar con mayor seguridad y resolución las tareas arduas y difíciles que la situación italiana impone a todos, pero especialmente a la clase obrera.
Vuestra asamblea se celebra en un momento político y económico muy delicado. La semana pasada se caracterizó por una serie de hechos que han puesto en evidencia un estado de mayor tensión y de confusión entre los partidos y en su interior (especialmente en la Democracia Cristiana) y han repercutido en la actividad del Gobierno. Se han agudizado las divergencias entre las fuerzas políticas sobre las opciones de política económica que hay que tomar frente a una crisis que no presenta ningún síntoma de superación segura Y verdadera. Simultáneamente, Y de aquí los elementos de confusión de los que hablaba, se han ido definiendo nuevas Y complicadas maniobras políticas, encaminadas casi todas, procedan de donde procedan, a hace: retroceder, y posiblemente romper, la configuración de relaciones políticas definida por las elecciones del 20 de junio y el experimento de gobierno que surgió de aquellas votaciones.
La abstención del PCI sobre el gobierno Andreotti y la novedad política que está reclamando un gobierno de unidad democrática y popular.
Como sabéis, los comunistas valoramos desde un comienzo la actual solución gubernamental como inadecuada, tanto en relación con la voluntad política del país, expresada en los resultados del 20 de junio, como, sobre todo, en relación con la gravedad de la situación general del país.
Nuestra abstención tenía y tiene el significado de una posición que evidenciaba, y que sigue evidenciando, la novedad política constituida por la imposibilidad de formar un gobierno con la oposición del Partido Comunista, y, al mismo tiempo, instaba, y sigue instando, a desarrollar dicha novedad en el sentido de un gobierno de unidad popular y democrático. Y novedades ha habido y hay, continúan produciéndose: basta con recordar, por limitarnos a algunos acontecimientos de la semana pasada, que en la Cámara de Diputados se elaboró y votó por todos los grupos parlamentarios democráticos una moción que compromete al gobierno a una lucha enérgica contra la criminalidad, la destrucción y el terrorismo; y ayer precisamente, con el voto de la Comisión de Investigación, se decidió la comparecencia de dos ministros ante el parlamento, que decidirá si han de ser juzgados por el Tribunal Constitucional: ésta es otra de las novedades de la actual situación política.
No obstante, precisamente la experiencia de estos meses, desde el 20 de junio hasta hoy, confirma más que nunca que un gobierno de solidaridad democrática es la solución que necesita hoy el país y que necesitan ante todo los trabajadores.
Hoy es preciso que PCI y PSI refuercen su colaboración para evitar una exhumación del centro-izquierda.
Es evidente que para llegar pronto y de la manera más adecuada a esta solución es preciso que el Partido Comunista y el Partido Socialista refuercen su colaboración y no se desvíen del objetivo convergente que ambos se han propuesto, partiendo cada uno de su propio análisis autónomo. Sería un error muy grave darle a la Democracia Cristiana motivos para pensar que todavía existen posibilidades de vuelta a fórmulas de gobierno que se basan en la división entre socialistas y comunistas, es decir, de una exhumación, más o menos enmascarada, de los viejos gobiernos de centro-izquierda.
Hace tres días, el secretario del PSI, compañero Craxi, insistió por televisión en que la fase de centro-izquierda ha agotado sus posibilidades (nosotros afirmamos que, también ha fracasado, pero la polémica estos momentos tiene poca importancia: lo fundamental es que ambos partidos estén de acuerdo en que ha agotado sus posibilidades). Conviene insistir en esta comprobación, pues no todos se han resignado a levantar acta de ella y sacar hasta las últimas consecuencias. En efecto hay que continuar preparando, sin oscilaciones, la verdadera solución que reclama la situación de crisis del país: un gobierno, como decíamos, de solidaridad democrática.
Entre las numerosas tareas que impone la lucha por la consecución de este objetivo, la principal es hoy la de neutralizar a tiempo las maniobras encaminadas a anular las novedades y las posibilidades contenidas en el papel que ya desempeña en la actualidad el partido comunista en la vida política italiana.
La ligereza infantil de los que maniobran para romper la actual configuración política.
¿Cómo razona esta gente? ¿Han calibrado bien lo que significaría en la Italia de hoy la vuelta a la oposición del partido comunista, es decir, del partido que ha obtenido más del 34 % de los sufragios electorales y que representa a la mayor parte de la clase obrera de nuestro país? ¿Piensan acaso estos representantes democristianos, o de otros partidos, causarnos dificultades, darnos miedo? Que no piensen que los comunistas le tememos a esa posibilidad. Nosotros mismos la previmos precisamente en el momento en que decidíamos abstenernos en el voto de confianza a este gobierno, y aún hoy la tenemos presente al seguir y valorar la acción general del gobierno. Lo más preocupante, sin embargo, lo que denunciamos, es la ligereza infantil de los que actúan conscientemente para alcanzar este objetivo, sin preocuparse por las consecuencias que un acontecimiento así podría tener, y no para nosotros, desde luego, sino para la condición de las grandes masas populares y trabajadoras, para la vida económica, productiva y social del país e incluso para el mantenimiento de una posición de equilibrio y de dignidad de Italia en las relaciones internacionales.
Desgraciadamente, no faltan personas irresponsables que persiguen tenazmente este objetivo: es, pues, esencial que queden aisladas, que en todos los demócratas auténticos prevalezcan la sensatez y el realismo, que aconsejan trabajar sin fanatismos ni abstractos prejuicios para darle al país la dirección política que, si ha de ser plenamente fiable y democrática, no puede prescindir de la aportación del partido comunista; de cualquier modo, la sensatez y el realismo aconsejan aprovechar mientras tanto, incluso en el actual marco político, todas las ocasiones posibles de reunión y entendimiento entre los partidos populares y democráticos para resolver los problemas más urgentes.
Los acontecimientos de la última semana han constituido una nueva demostración de lo difícil que resulta dar con una solución adecuada y factible a tales problemas, los que se presentan cotidianamente en el esfuerzo por superan la crisis económica. Podemos decir que, aunque con un grave retraso, cuyo coste ha pagado el país, se está trabajando realmente en la búsqueda de medidas capaces de dominar la inflación. Se trata de una tarea en la que el gobierno y todos los partidos democráticos han de continuar hasta el fondo, pues la inflación es hoy el problema más grave que nos amenaza, un problema que, de no abordarse con decisión, podría escapar a toda posibilidad de control.
El retraso, repito, ha sido grave. Durante muchos años, los partidos que estaban en el gobierno han subestimado el peligro de la inflación, permitiendo o incluso potenciando la acumulación de condiciones para un proceso inflacionario salvaje y ocultando la creciente gravedad de la situación de la hacienda pública. Los gobernantes han recurrido a todo tipo de artificios e incluso a verdaderas mentiras: el honorable Emilio Colombo se había convertido en un verdadero especialista en este terreno. Pero hoy nadie puede negar la importancia decisiva y la dramática urgencia de la lucha contra la inflación: el éxito de esta lucha se ha convertido en condición de supervivencia para las masas populares, de consolidación de nuestras instituciones democráticas, de defensa de nuestra independencia.
No es cierto que la única causa de la inflación sea el coste del trabajo.
Sin embargo, cuando se discute sobre la inflación -en la prensa, entre expertos, entre las fuerzas políticas- surgen con mucha frecuencia auténticas mixtificaciones, que se han vuelto insistentes especialmente en los últimos tiempos, sobre todo, la que señala en la evolución del coste del trabajo la principal, o incluso, según algunos, la única causa de la inflación, o, por lo menos, la única sobre la que se puede actuar de forma efectiva. La realidad, como bien han dicho aquí muchos camaradas, es muy distinta.
Si se quiere llevar a cabo un análisis serio y una valoración honesta de las causas de la situación actual y de las soluciones a adoptar, no se pueden olvidar los espantosos despilfarros y distorsiones que se han producido de forma continuada en el curso del caótico desarrollo de los años cincuenta y sesenta, y especialmente la provocada por la política clientelista y electoralista de los gobiernos dirigidos por la Democracia Cristiana. Y tampoco se puede ignorar el estado de monstruoso desorden y desequilibrio de la hacienda pública y del sector público: los mecanismos de dilatación creciente, incontrolada y con frecuencia improductiva del gasto público son, como acertadamente señala desde hace tiempo también el partido republicano, uno de los factores fundamentales de inflación sobre los que es necesario y posible intervenir. Hay que recordar asimismo la incidencia sobre el déficit de la balanza de pagos y, por consiguiente, sobre el tipo de cambio y sobre la tasa de inflación, de las condiciones de atraso de nuestro campo, el abandono de extensísimas zonas y de sectores vitales de la agricultura italiana.
El aumento de los costes de las empresas, del coste global de producción, no depende, pues, exclusivamente del nivel de las remuneraciones del trabajo, sino también del coste del dinero, del coste de los transportes, del mal funcionamiento de los servicios públicos, de la congestión de las zonas de mayor desarrollo industrial y urbanístico. Nosotros afirmamos, en definitiva, que también ha de estudiarse y afrontarse el problema de la dinámica del coste del trabajo comparándola a la de los demás países europeos, pero ha de hacerse en un marco de valoraciones más amplio y más acorde con la realidad. Hay que tener en cuenta, en concreto, el hecho de que la evolución del coste del trabajo por unidad de producto varía según el grado de utilización de las instalaciones, la evolución de la producción y la productividad.
Pues bien, los sindicatos obreros han demostrado ser muy conscientes de estos problemas en el planteamiento y desarrollo de la negociación con la Confindustria, que se ha concluido con un importante acuerdo que constituye hoy el centro de animadas discusiones y también de polémicas.
Como han señalado ya el camarada Corbani en su informe y el camarada Lama en su intervención, nuestra valoración de dicho acuerdo interconfederal es plenamente positiva. Consideramos infundadas e inaceptables todas las valoraciones que tienden a minimizar su significado y su alcance. ¿En qué otro país, les preguntamos a los detractores de este acuerdo, han dado los sindicatos una prueba de madurez y responsabilidad comparable a la que han dado en Italia? ¿Dónde han querido y sabido los sindicatos aceptar sacrificios para los trabajadores con empleo en función de medidas más eficaces de saneamiento y de redistribución, en función de una lucha más decidida contra la inflación y por la reducción del desempleo? ¿No ha sabido acaso la Federación Sindical Unitaria convertirse con esta actitud -al margen de toda mezquindad o miopía corporativa- en portavoz de los intereses de las más amplias masas populares, de los parados, de las poblaciones de Mezzogiorno, de las mujeres, de los jóvenes que buscan trabajo?
Rechazar los ataques demagógicos a la estrategia positiva de la Federación Sindical Unitaria.
La opción que, con plena autonomía, ha tomado la Federación Sindical Unitaria, cuya estrategia se centra hoy en los objetivos prioritarios de la lucha contra la inflación, del desarrollo de las inversiones productivas, del consumo colectivo y del empleo, más que en el aumento monetario de las retribuciones, constituye un hecho de extraordinaria importancia democrática y nacional. Al impulsar esta estrategia -de la que el reciente acuerdo con la Confindustria es también una plasmación- los sindicatos obreros de nuestro país han demostrado ser como se ha dicho aquí, un ejemplo de serenidad, de dignidad, una gran fuerza de renovación, y han reforzado el peso que ya habían adquirido en la vida nacional, un peso en cuya defensa y potenciación está cada vez más comprometido nuestro partido. Es, pues, esencial que los trabajadores comunitas, y en .primer lugar los comunistas que militan y ocupan cargos de responsabilidad en el sindicato, defiendan con convicción y combatividad la estrategia, la línea general de la federación unitaria, luchen porque se aplique en la .práctica con la mayor coherencia posible y contribuya a un reforzamiento, sobre esta base, de la autonomía y de la unidad del movimiento sindical.
No hay que vacilar en rechazar los ataques demagógicos y pseudorrevolucionarios de los que es objeto la línea de la federación sindical. Estos ataques encubren posiciones corporativas y subalternas, son estas posiciones -y no la línea reafirmada can tanta fuerza desde esta tribuna por nuestro compañero Luciano Lama- las que conducen a un desgaste del partido del movimiento obrero italiano y amenazan con conducirlo a la división, al aislamiento, a la derrota. La línea que defendemos es la única que puede garantizar la consolidación de las grandes conquistas de estos años, la afirmación plena del papel dirigente de la clase obrera, la salvación y la renovación de Italia.
Quiero añadir que los comunistas aprobamos también la forma en que la federación sindical unitaria ha defendido el mecanismo de la escala móvil. Ha sido un acierto defender de ataques indiscriminados y de propuestas inaceptables esta gran conquista social, este mecanismo encaminado a proteger de la inflación los salarios y los ingresos más bajos, que bastan a duras penas para satisfacer las necesidades vitales de los trabajadores y sus familias. Por eso no podían aceptarse, y nuestro partido las rechazó enérgicamente, las propuestas aireadas hace días por la Democracia Cristiana y el gobierno, que pretendían alcanzar también a los salarios situados entre los cuatro y los seis millones brutos anuales o incluso a todos los salarios a través de la imposición de un tope a los aumentos de escala móvil. Se consideró, en cambio, conveniente, tal como se hizo hace unos meses con el decreto aprobado luego por el parlamento, pedirles a los trabajadores con salarios medios y altos un sacrificio, un préstamo forzoso sobre los aumentos de escala móvil, y se juzgó necesario asimismo, por razones equitativas, además de las motivaciones económicas generales, eliminar las escalas móviles denominadas «anómalas».
Esto no significa que no queden planteados otros problemas, es decir, que no sean necesarios y posibles, más allá del acuerdo entre sindicatos y Confindustria, nuevas intervenciones del gobierno y del parlamento para combatir la inflación y para elevar la competitividad de las empresas, pero hay que meditar cuidadosamente en qué han de consistir estas intervenciones y, sobre todo, cuál ha de ser su signo social.
En torno a estas cuestiones se está desarrollando hoy una intensa lucha de clases y política, así como una maniobra sediciosa por parte de ciertos sectores de la Democracia Cristiana, que en vano se trata de ocultar tras análisis aparentemente objetivos que hablaba de los trabajos de la comisión de la dirección del partido preparatorios de nuestro proyecto, Italia sólo puede salir de la crisis si cambia, si se vuelve diferente).
La novedad histórica que caracteriza la actual crisis italiana desde el punto de vista político y de clase.
¿Cuál es la característica más significativa, desde el punto de vista político y de clase, de la crisis actual? El hecho de que el mundo capitalista, y con él el viejo personal político que todavía ocupa posiciones de poder, se ve obligado a dirigirse a nosotros a la clase obrera, a los trabajadores, a los comunistas, como fuerza que se ha vuelto indispensable para poner de nuevo las cosas en su sitio, para hacer funcionar la máquina de la economía y la del Estado, para devolver su eficiencia todo el sistema social italiano. Este hecho contiene una ambigüedad y una trampa, que percibimos claramente sin necesidad de mentores, pero también una auténtica novedad histórica que hay que destacar: las viejas clases dominantes y el viejo personal político saben que ya no están en condiciones de imponer sacrificios a la clase obrera y a los trabajadores italianos: los sacrificios hoy nos los tienen que pedir y nos los piden, pero ya no nos los pueden imponer, como hacían, en gran medida, en los anos cincuenta y sesenta. Eso supone, en mi opinión, el reconocimiento implícito de que somos nosotros, es la clase obrera, son las cIases trabajadoras, la nueva fuerza dirigente de la sociedad y del Estado.
En efecto, !a clase obrera, los trabajadores y sus organizaciones económicas, sindicales y políticas se han vuelto tan fuertes, están tan extensamente presentes no sólo en la sociedad civil, sino también en las instituciones democráticas y en la vida del Estado, se han consolidado tanto a través de su política democrática, constructiva y unitaria que se han convertido en la fuerza determinante, insustituible tanto para evitar una caída que nos arrastraría a todos como para participar en la dirección de la vida y de los esfuerzos de un país como Italia, en crisis y ansioso de renovación.
Pero ¿en nombre de qué nos piden ayuda los viejos grupo dominantes? Evidentemente, no reconocen pedirla para salvar el capitalismo, para conservar sus privilegios de clase: dicen que los sacrificios de lo obreros sirven para conseguir tres objetivos de interés general: sanear la economía nacional, poner en marcha la recuperación productiva y mantener y elevar el nivel de empleo. ¿Qué respuesta hemos de dar a estos tres objetivos? No nos cabe la menor duda: respondemos con tres afirmaciones, pero añadiendo inmediatamente algo más. Si se pretende alcanzar esos objetivos manteniendo el sistema social italiano en su configuración actual, en sus actuales estructuras económicas e ideas básicas, que no cuenten con nosotros, no lo aceptamos. Y no lo aceptamos no sólo por razones de partido, por motivos ideológicos, sino porque tal pretensión carece de sentido, es un proyecto inviable, imposible de alcanzar: por ese camino no sólo no se renueva el país, sino que ni siquiera se sanea y se salva; por ese camino no sólo se perpetúan todas las contradicciones y las injusticias existentes, sino que se crean otras nuevas. Para alcanzar esos tres objetivos de interés general no hay hoy más que un camino hay que salir siquiera gradualmente, de los mecanismos y de la lógica que han regido el desarrollo italiano de estos últimos veinticinco años, de sus pseudovalores y, sobre todo, como señalaba acertadamente el camarada Lama, de las costumbres que ha creado; y que hay que introducir, añadimos, en la sociedad y en economia italianas, por lo menos algunos de los fines, valores y métodos propios del ideal socialista.
La absurda pretensión de “Sus Señorías” y los objetivos de nuestra concepción de la austeridad.
La política de austeridad, tal corno la entendemos nosotros, puede ser asumida por el movimiento obrero precisamente porque puede cortar por la base la posibilidad de continuar basando el desarrollo económico italiano en la insensata hinchazón del mero consumo privado, que es fuente de parasitismos y privilegios, y conducir hacia una configuración económica y social inspirada y orientada por los principios de máxima productividad general, racionalidad, honestidad, justicia, disfrute de bienes auténticos, como son la cultura, la instrucción, la salud una relación libre y sana con la naturaleza. “Sus Señorías”, como diría nuestro Fortimbrás, persiguen, por el contrario, un objetivo absurdo, porque pretenden en definitiva mantener el consumismo que ha caracterizado el desarrollo económico italiano de los últimos veinte o veinticinco años y, al mismo tiempo, reducir los salarios.
La política de austeridad ha de dirigirse precisamente contra esta política restauradora y reaccionaria, es decir, tanto contra la demencia consumista como contra el intento de cargar los costes de la salida de la crisis sólo sobre las espaldas de la clase obrera y de los trabajadores. Ese es el terreno donde se produce hoy el enfrentamiento de clases, pero también, añadiría, el de dos concepciones de la civilización; ahí reside también el significado innovador de una política rigurosa de austeridad.
Al oírnos hablar tanto de austeridad, algunos han creído que podían hacer ironía fácil:
¿Acaso -han preguntado- os estáis convirtiendo los comunistas en ascetas, en moralistas? Responderé con las palabras que pronunció, mientras arreciaba todavía la guerra de Vietnam, el primer ministro de aquel país, el camarada Phan Van Dong: «El socialismo no significa ascetismo. Afirmar algo semejante sería ridículo, reaccionario. El hombre ha nacido para ser feliz: lo que ocurre es que para ser feliz no es necesario tener un automóvil… Más allá de cierto límite material, las cosas materiales no importan demasiado, y entonces la vida se concreta en sus aspectos culturales y morales. Nosotros deseamos que nuestra vida sea una vida completa, multilateral, rica y plena, una vida en la que el hombre exprese todos sus valores reales. Esto es lo que da sentido a la vida y valor a un pueblo».
Creo, camaradas, que habría sido muy conveniente que a vuestra asamblea, abierta por un ecuánime y eficaz informe del camarada Corbani y a lo largo de la cual hemos escuchado intervenciones tan ricas, interesantes y concretas, hubieran asistido ciertos difamadores ele la clase obrera y del partido comunista.
Les habría servido de advertencia y quizás de enseñanza: ele advertencia a todos los que se dedican a difundir cada día noticias catastróficas sobre el estado de las relaciones directas que tiene nuestro partido con la clase obrera y con los trabajadores; de enseñanza para los que todavía no han comprendido el alto grado de madurez política de los obreros comunistas y para todos los que quieran comprender cómo abordamos los comunistas nuestros problemas, los de los trabajadores y los del país, y cómo superamos las dificultades que van surgiendo en nuestro trabajo, en nuestro camino.
Sólo puede ser mayoritaria una línea unitaria y constructiva, sin concesiones en el terreno de los principios.
Vuestra asamblea ha dado la prueba tangible de que la línea que seguimos, tanto en los problemas contingentes como en los de mayor alcance, se va afirmando, superando resistencias que nacen de la presencia de otras líneas políticas y de incomprensiones provocadas por reacciones espontáneas apresuradas. Aunque se trata de una línea necesariamente compleja, difícil de aplicar día a día con coherencia y flexibilidad, las intervenciones de tantos camaradas en esta asamblea demuestran su validez, su capacidad de convencer a nuevas masas obreras y trabajadoras. Es la única, en nuestra opinión, que lleva en sí la posibilidad de afirmarse, de vencer.
Otras hipótesis, otras líneas políticas y sindicales, pueden obtener en algunos lugares adhesiones temporales, pero a la larga resultan derrotadas porque carecen del rigor analítico y de la solidez de perspectiva que caracterizan nuestra línea y la de los sindicatos unitarios. Me refiero a las líneas que, por otra parte, son y seguirán siendo inevitablemente minoritarias, porque están viciadas de corporativisrno, de sectarismo, de derrotismo, de subordinación. Sólo puede ser mayoritaria una línea unitaria, constructiva, real, verdaderamente renovadora, democrática y de masas como la que nosotros impulsamos.
Pero la labor de orientación ha de continuar, intensificarse y fundirse con el desarrollo de la iniciativa unitaria en las fábricas y fuera de las fábricas, utilizando especialmente, entre los muchos que se han indicado aquí el instrumento de las conferencias de producción, del que ha hablado con tanta eficacia e inteligencia eI camarada de la Necchi que me ha precedido en el uso de la palabra.
El eje general de nuestra política sigue siendo, hoy más que nunca, la búsqueda de la más amplia unidad de la clase obrera, de los trabajadores, de las fuerzas democráticas y populares. Pero no, caigamos en el error de creer, que la unidad se puede desarrollar cediendo en el terreno de los principios y diluyendo y aguando los rasgos distintos del Partido Comunista Italiano.
Una de las características de nuestro partido es su notable capacidad y agilidad -que casi todos nos reconocen- para captar las novedades de la situación interior e internacional, y para adaptar a tales novedades nuestra acción política, en un desarrollo y puesta al día incesante tanto de la elaboración corno de la actividad practica y de los métodos de trabajo dentro de una línea de continuidad. Hoy, como todos vosotros advertís sin duda, se está produciendo una creciente presión -que, por otra parte, es perfectamente explicable, porque nuestra fuerza ha crecido tanto que molesta a muchos, y existen bastantes interesados en hacerla retroceder y reducir por lo menos en parte- encaminada a empujarnos hacia cosas que consideramos viejas, superadas y, en cualquier caso, equivocadas.
Cuatro respuestas a adversarios y a autotitulados amigos:
a) sobre nuestro internacionalismo
Pongamos algunos ejemplos para descubrir el juego de algunos de nuestros adversarios o de los que se autotitulan nuestros amigos. Sobre nuestro internacionalismo por ejemplo: formulamos críticas, en ocasiones duras, a hechos concretos y también a ciertos rasgos antidemocráticos presentes en regímenes políticos del Este europeo. ¿Son correctas estas críticas? Creemos que sí: responden a nuestra concepción del socialismo a nuestras responsabilidades ante la clase obrera: y hay algo más: no nos limitamos a criticar, sino que nos esforzamos también, aunque en medida insuficiente, por analizar, comprender las causas de esos rasgos. Sin embargo, una vez dejado esto bien sentado, respondemos con una negativa a los que nos quieren conducir a la ruptura con los partidos comunistas, a los que nos quieren impulsar a negar lo que fue la Revolución de Octubre v las demás revoluciones que se han producido en el Oriente europeo y asiático y el papel que desempeñan la Unión Soviética y los demás países socialistas en el equilibrio internacional y en la lucha por- la paz mundial, a los que quieren que neguemos el carácter socialista de las relaciones de producción que existen en estos países.
b) sobre capitalismo y socialismo
Otro ejemplo: nosotros afirmamos –y también aquí creo que estamos en lo cierto, por que se trata de una afirmación basada en la experiencia, en el conocimiento de la realidad de nuestro país y de Occidente, y no de una afirmación instrumental – que el mercado, la empresa y el beneficio pueden y deben mantener una función incluso en el marco de una economía orientada por una voluntad pública democrática. Sin embargo, nos guardamos bien de aceptar los consejos de los que nos querrían convertir en paladines del capitalismo, o incluso en defensores de su superioridad sobre el socialismo.
c) sobre nuestro método de centralismo democrático
Los comunistas tratamos de imprimirle un carácter cada vez más democrático a nuestra vida interna, a los métodos de formación de las decisiones y de elección de los dirigentes, pero algunos de nuestros adversarios querrían que de éste y otros aspectos de nuestra renovación sacáramos la conclusión de que hay que legitimar las tendencias organizadas y abandonar el método de vida interna que llamamos «centralismo democrático». Pero ¿saben lo que es el «centralismo democrático»? Me parece que no. En cuatro palabras, centralismo democrático significa que, dejando muy claro que son inadmisibles las corrientes y fracciones, en nuestro partido hay plena libertad de opinión y de propuesta, que si en una organización de partido, a cualquier nivel, o en el conjunto de partido hay posiciones contradictoras, se puede decir que se decida con una votación, v, si se considera necesario, con una votación sobre un documento. La posición que obtiene la mayoría se convierte en la posición de todo el partido y, por consiguiente, todos han de respetarla y aplicarla en el trabajo y en las iniciativas concretas, lo que no impide que se conserve el derecho a mantener la propia opinión y a plantear de nuevo las propias tesis en las formas las instancias organizativas y los momentos que los estatutos prevén y tutelan. Eso es, ni más ni menos, el centralismo democrático. No creemos que otros partidos tengan una vida democrática interna tan intensa como la del nuestro.
d) sobre nuestros grandes maestros Gramsci y Togliatti
Un último ejemplo, camaradas, para terminar. Este año celebraremos el 40° aniversario de la desaparición de nuestro Antonio Gramsci. Algún compañero afirmó acertadamente hace unas semanas que no es posible encontrar en Gramsci una explicación o justificación de todos los aspectos de nuestra política actual. Yo añado Que no sólo no es posible sino que sería absurdo, incluso que algunos análisis y algunas sugerencias de Gramsci están claramente superados. Pero he aquí que cierta gente, la misma de antes, se basa en este hecho para aconsejarnos Que nos deshagamos de él Que lo echemos al mar. Pues bien, ¡no!, Gramsci y Togliatti siguen siendo nuestros grandes maestros: sin sus aportaciones en el pensamiento y en la acción nuestra política ni siquiera habría surgido, ni podría desarrollarse en las direcciones actuales. Por eso hacemos una llamada a todos nuestros camaradas, especialmente a nuestros jóvenes, y también a algunos pontífices de la cultura, para que lean y relean, con espíritu crítico, por supuesto, a Gramsci y a Togliatti y aprendan de ellos no sólo lo que escribieron, sino también el método adecuado para comprender e interpretar como revolucionarios la historia que avanza, la realidad que se transforma.
Que no se hagan, pues, ilusiones, los que apuntan y presionan desde las columnas de ciertos periódicos y revistas para empujar a nuestro partido bien hacia atrincheramientos dogmáticos, conservadores, que nos volverían incapaces de captar lo nuevo y desarrollar y superar elaboraciones antiguas que ya no tienen validez, bien hacia la dilapidación de nuestro gran patrimonio.
A nuestros camaradas, en este momento en que, una vez más, el partido y el pueblo italiano pasan por una dura prueba, les decimos que hemos de dedicar todas nuestras energías a un incesante esfuerzo de innovación e invención y, al mismo tiempo, pertenecer fieles a los principios comunistas. Y, frente a ciertos petulantes, permitidme, camaradas, que recuerde como conclusión aquel famoso verso de Dante con el que Marx cerró el prólogo a la primera edición del Capital: «Segui il tuo corso e lascia dir le gentí».