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Un Fantasma que no deja de incomodar. Crítica al «Libro negro del comunismo» ANTICOMUNISMO NECROFÍLICO

Wolfgang Wippermann

En tiempos de creciente „malestar“ en la Europa del “bienestar”, donde partidos políticos se sirven de hechos históricos para legitimarse y afirmarse ante los tímidos vaivenes en las preferencias del electorado, se pareciera querer asestar el golpe de gracia a un antiguo fantasma: al ideal comunista. A fines del año pasado aparece en París “El Libro Negro del Comunismo. Crímenes, Terror, Opresión”, en el que bajo la labor compiladora del historiador Stéphane Courtois se reúne una serie de ensayos que pretenden documentar los crímenes de los llamados sistemas y movimientos comunistas y hacer una evaluación ética de los mismos. Su leitmotiv es satanizar toda práctica política que haya tenido como emblema el ideal de Marx. “El Libro …” no sólo ha generado airadas protestas, como la del Primer Ministro de Francia, Lionel Jospin, sino que ha motivado una fuerte polémica entre historiadores, básicamente en Francia y en Alemania.
En Alemania, este libro ha sido recibido con beneplácito no solamente por la mayoría de historiadores, sino por amplios sectores del quehacer político y de la opinión pública: qué mejor manera de absolver los crímenes propios o los de padres y abuelos que consolándose con que otros fueron peores que los nuestros. La discusión en torno al “Libro…” trae consigo, pues, cuestionar el procesamiento histórico, político y ético del holocausto en la Alemania nazi; un país que se ufana de sus sólidas estructuras democráticas y donde sin embargo refugiados bosnios son sacados a la fuerza de sus alojamientos durante la madrugada y embarcados en aviones sin retorno. Ejemplo solamente de un pasado con una solución de continuidad hasta el presente.
Hay quienes, sin embargo, rechazan estas expresiones de propaganda ideológica. Entre ellos se encuentra el autor del artículo que sigue a continuación, Wolfgang Wippermann, profesor de Historia Moderna en la Universidad Libre de Berlín, reconocido investigador del nacionalsocialismo, y quien a pesar de su filiación socialdemócrata es un crítico radical de los crímenes del nazismo. Es asimismo tenaz opositor de la llamada „Teoría del Totalitarismo“, que relativiza los crímenes del fascismo equiparándolos con los pretendidamente cometidos por „dictaduras comunistas“, omitiendo todo análisis de las estructuras ideológicas y políticas, y restando importancia a las particularidades de la ideología rascista -sustentando con ello su continuidad en nuestra época-. Con ello lo que se persigue es condenar toda forma de “dictadura”, buscando legitimar la democracia liberal, obviando cualquier crítica a sus fundamentos teóricos y prácticos sin mencionar, por ejemplo, que (se) sustenta (en) la desigualdad del libre mercado o que en su nombre se comete crímenes de lesa humanidad (ver Vietnam o la Cantuta). (*)

Crítica al «Libro negro del comunismo»

ANTICOMUNISMO NECROFÍLICO

Por: Wolfgang Wippermann

“¡Todos los caminos del marxismo llevan a Moscú!”- se podía leer en los años 50, en una propaganda de la CDU (Unión Democrático Cristiana). Y en el “Libro negro del comunismo” se lee que “la URSS de Lenin y Stalin” era “la matriz del comunismo moderno”.
¿Qué es el comunismo? ¿No hubo ninguna diferencia entre Stalin y Gorbachov, y entre Dubcek y Pol Pot? ¿No hay que distinguir entre el comunismo al que se aspira y el “socialismo realmente existente”?. Tales diferencias o les son desconocidas, a los autores del “Libro negro…”, o les da igual. No quieren reconocer que en otros análisis se diferencia con precisión entre “bolchevismo”, “stalinismo”, “trotskismo”, “titoísmo”, “maoísmo”, “eurocomunismo”, “reformismo”, etcétera. En vez de esto, parten de la existencia de un comunismo único. Este es su primer error.

Los trucos baratos de Courtois

El segundo error consiste en afirmar que el comunismo ha tomado, en todas partes y desde el principio, una dimensión criminal. Esto no solamente es falso, sino que es una calumnia. Por ejemplo, contra los comunistas que han luchado en las brigadas internacionalistas contra Franco, y en la resistencia contra Mussolini y Hitler. ¡Estos antifascistas no eran criminales!

El tercer error del “Libro negro…”, que en realidad es un libro antizquierdista, es la comparación en cifras de los “crímenes del comunismo” con los genocidios de los fascistas. Esta comparación no es compartida por todos los autores (algunos incluso se han distanciado de ello), pero es la tendencia del libro, y la misma es enfatizada por el compilador Stephan Courtois de la siguiente manera: “la muerte de un niño kulako, en Ucrania, que el régimen de Stalin abandonó al hambre, tiene tanta importancia como la muerte de un niño judío en el ghetto de Varsovia que murió de hambre, víctima del régimen nazi”.

¿Quién quiere y puede contradecir esta afirmación? La muerte por hambre de un niño siempre es lamentable. ¿Pero dónde están los libros negros en los que se lamenta el destino de los niños que murieron en estados capitalistas y que todavía hoy en día siguen muriendo en países del Tercer Mundo?
Pero volvamos al “niño kulako”, de Ucrania. La afirmación de que fue “abandonado al hambre”, es algo por comprobar, según la opinión de varios historiadores. Es seguro, en cambio, que no murió por su origen ucraniano. Pero justamente esto ocurrió con el “niño judío en el ghetto de Varsovia. Fue asesinado tan sólo porque se trató de un “niño judío”. Todos los judíos, sean mayores o menores, hombres o mujeres, pobres o ricos, fueron considerados por los nacionalsocialistas como parte de una “raza inferior” y asesinados sin excepción. Ese no fue el caso de todos los “kulakos” (que no solamente los había en Ucrania) y naturalmente tampoco de todos los ucranianos.

Courtois obvia esas diferencias inventando una nueva palabra. Se refiere al “genocidio de clase”, al que compara con el “genocidio de raza” de los fascistas, equiparándolos. Esto es un truco muy barato. Prescindiendo de que según la opinión de los antropólogos y biólogos contemporáneos no existen razas humanas, las clases son algo totalmente distinto que “razas” y “pueblos”; así que no se puede cometer ningún genocidio contra clases. Como si no bastara, Courtois opina que el fanatismo de raza de los nazis proviene de la misma raíz científica que el marxismo. Por eso equipara el “cientificismo histórico-social”, con que se refiere al marxismo con el “cientificismo biologista” de las ideologías fascistas sobre la raza. Eso de elevar el antisemitismo y al racismo a un nivel de ciencia, e identificarlos con el marxismo, es en verdad inaceptable. No se puede equiparar ” totalitarismo de clases” con “totalitarismo de razas”. Esto no tiene nada que ver con la ciencia de la historia, sino con la manipulación política de la historia.

Courtois y sus colegas cambian la historia afirmando que los orígenes del comunismo se encontrarían en el “régimen de Terror” de los jacobinos franceses. Así se condena a toda la izquierda europea, mientras que se excusa y se defiende a la derecha. Pero esta estrategia histórico-política se topa con un obstáculo. Y éste es el holocausto. Tal hecho no se puede defender. Puede, sin embargo, negarse o relativizarse la importancia del holocausto, comparándolo con otros crímenes. Y esto último es lo que hace Courtois, afirmando que los nacionalsocialistas “solamente ” asesinaron a 25 millones de hombres mientras que el comunismo causó 100 millones de víctimas. Eso nos debiera enseñar que el comunismo fue cuatro veces peor que el fascismo.

¿Cómo llegó Courtois a esas cifras absurdas? Primero, disminuyendo el número de víctimas del genocidio rascista del fascismo, y, segundo, contabilizando solamente los civiles muertos en la guerra rascista del nacionalsocialismo. Con este método, también se niega los crímenes de la Wehrmacht (ejército alemán) que se cometieron sobre todo contra combatientes y partisanos (aunque muchos de ellos no lo eran realmente). Parece que esto no les importa mucho a Courtois y a sus colegas franceses.

En cambio, en la relación de crímenes „del comunismo” se contabiliza todo. También a los comunistas que fueron asesinados por comunistas, y también a todas las víctimas de la hambruna en la URSS, China y en otros países comunistas del Tercer Mundo. Esto último se reafirma sosteniendo que todas estas hambrunas fueron provocadas intencionalmente por los comunistas, ya que habrían utilizado el hambre como “arma política”.

Este historicismo, que compara en cifras, con una calculadora, tiene el propósito de relativizar los crímenes fascistas. Y como si no bastara, Courtois culpa a la “colectividad internacional judía” de mantener despierta, por razones políticas, “la memoria” de este “genocidio”. En una entrevista con la revista francesa Est-Quest diagonale, ha repetido y precisado ese reproche. Allí ha criticado a una ominosa “fracción de la comunidad judía internacional” por defender los “privilegios morales y a menudo políticos de su monopolio [para juzgar] los crímenes contra la humanidad”. Esto casi ya suena revisionista . Por eso, aquí también vale el lema: Wehret den Anfängen! (¡Combatir los inicios del resurgimiento nazi!).

En Alemania, donde el “Libro negro…” ha sido saludado con entusiasmo por muchos ex-izquierdistas y, desde luego, por los derechistas, ya no estamos confrontados con los inicios de aquel resurgimiento sino con su desarrollo. En verdad, el libro se publica en un momento oportuno; porque, aquí, relativizar directa e indirectamente el holocausto, negándolo, y minimizarlo desde la comparación, es ya una práctica bastante expandida. Esto es lo que se hace cuando se compara el “Tercer Reich” con la RDA (República Democrática Alemana); porque ello sólo se puede hacer si uno se abstrae del holocausto y de la guerra (rascista). ¿Puede y debe uno abstraerse del holocausto? Hacer tal cosa, es también una minimización comparativa. Tanto más grotesco es pensar, como lo hace Jürgen Fuchs -que se compara en su nuevo libro con el sobreviviente de Auschwitz, Primo Levi-, haber descubierto en la RDA un “Auschwitz de las almas”.

Patetismo forzado y cómico de un pastor

Joachim Gauck y Erhart Neubert -cuyas contribuciones en el original francés del “Libro negro”, respecto a la RDA, parecen haber sido simplemente ignoradas-, mejor se hubieran distanciado de tales comparaciones y contabilizaciones de mal gusto. Desgraciadamente no lo han hecho. También Gauck caracteriza a la RDA, luego de haber vacilado un poco, como un régimen totalitario que dejó “huellas de desestructuración y destrucción en las almas”. Y Neubert incluso opina que en la RDA existieron “casi todas las formas de crímenes masivos con motivación política” del comunismo. Para demostrar esta afirmación harto cuestionable, Neubert enumera casi todo lo que, de alguna manera, no era verdad. Así, destaca la “construcción de bloques habitacionales uniformes”, y el “doping estatal” que recibieron los deportistas de la RDA cuyas consecuencias Neubert describe de este modo: “A los hombres les crecían senos y las mujeres se convirtieron en hombres”. Pero aun peor que estas devastaciones biológicas habrían sido las devastaciones síquicas que provocó el comunismo en la RDA. Esto conduce a Neubert a la pregunta desesperada: “¿Quién contabiliza las almas maltratadas de los niños?.

Este patetismo de pastor ya parece forzadamente cómico. Sin embargo, con ello el “Libro negro…” no se convierte, de ninguna manera, en algo divertido. Por el contrario, es peligroso porque denuncia al comunismo, a la izquierda en general, de ser criminales y relativiza directa e indirectamente los crímenes del fascismo. Ambas cosas, naturalmente, les vienen como anillo al dedo a nuestros políticos. Si el pasado comunista fue cuatro veces peor que el nuestro, entonces podemos salir tranquilos de la “sombra” muchas veces evocada de este pasado; para volver a la antigua posición de amo y para poder jugar otra vez el papel de una superpotencia.

En favor de una teoría crítica de la democracia

Estos son los aspectos de la política social y exterior del debate sobre el “Libro negro”, que es, en lo esencial, una controversia sobre la legitimidad y necesidad del término totalitarismo. Puesto que nuestra situación no coincide con la de Francia y la de otros países, aquí no se trata solamente de una teoría científica sino de la autodefinición de la RFA (República Federal Alemana), que se consideraba, contrariamente a la RDA antifascista, un estado antitotalitario. Por eso, la teoría del totalitarismo tenía aquí la característica de una ideología estatal. En los tiempos de la guerra fría y del fraccionamiento de Alemania, esto tal vez se podía comprender. Hoy, después del declive del comunismo, este anticomunismo necrofílico parece ser desplazado. Ya no necesitamos crear enemigos. Tenemos que llegar, finalmente, a una comprensión positiva del término central de nuestra Constitución. El “orden fundamental liberal-democrático” ya no puede ni debe ser definido como algo “antagónico al totalitarismo”, como ocurre en los comentarios acerca de la Constitución. La democracia debe ser definida con valores positivos.

La teoría del totalitarismo no es capaz de eso y sugiere además que la democracia es amenazada, exclusivamente, por los extremos de izquierda y derecha (los cuales casi siempre son definidos arbitrariamente) de la sociedad. El peligro también puede provenir de arriba o del centro de la sociedad. La democracia puede ser amenazada por la democracia. Tenemos que darnos cuenta de ello y mirar, en lugar de ver exclusivamente el pasado, el presente y el futuro. Para este propósito, en lugar de la vieja teoría del totalitarismo necesitamos una teoría crítica de la democracia.

(Tomado del periódico alemán: «Neues Deutschland»; 6/6/98)

(*). El prólogo y la selección del tema fue realizado por nuestro colaborador desde Perú para la página cultural).

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