Crítica abertzale del paradigma de la izquierda española. Límites teórico políticos de las izquierdas nacionalistas españolas
Iñaki Gil de San Vicente
Varios acontecimientos recientes han reactivado el debate histórico entre la izquierda abertzale y las izquierdas españolas. De atrás hacia delante, hasta hoy mismo, 21 de Junio del 2002, los más significativos han sido, a mi entender, los debates y discusiones sobre la llamada «segunda transición» mantenidos desde 1998, cuando se firmó el acuerdo de Lizarra-Garazi; las discusiones sobre el «soberanismo» vasco y por extensión, sobre qué es «España»; las discusiones sobre el «nacionalismo» en general acrecentadas desde el 11 de septiembre del 2001; los debates en ascenso sobre la estrategia represiva del PP cuando puso en marcha el proceso de ilegalización de Batasuna, y luego, cuando el comportamiento del PSOE agudizó las discusiones dentro mismo de muchas izquierdas estatales y españolas; y, por no extendernos, los debates cuando UGT y CCOO convocaron la Huelga General del 20-J y LAB y ELA, y otros sindicatos vascos, la convocaron para un día antes, para el 19-J.
En realidad, estas últimas discusiones sólo son la continuidad en el presente de viejas diferencias sustanciales, cualitativas entre la izquierda abertzale y las izquierdas españolas. Prácticamente todas ellas ya fueron debatidas en lo esencial dentro de la misma izquierda abertzale a lo largo de las sucesivas escisiones y salidas por el lado reformista de los sectores pro-estatalistas que, por diferentes razones, defendían lo básico y común del paradigma teórico-político de la izquierda española. Pero al margen de estos debates internos, han sido relativamente escasos los debates externos, los mantenidos directamente con las izquierdas españolas, exceptuando discusiones puntuales o en temas concretos como los habidos con el ecologismo español durante la larga oposición de masas contra la nuclearización de Euskal Herria, o los habidos durante las campañas en el Estado durante las elecciones europeas, o los mantenidos por el sindicalismo vasco y los movimientos populares vascos cuando se relacionaban con los estatales, o los habidos en sectores muy específicos sobre la juventud, el rechazo al servicio militar español, etc.
Desgraciada pero significativamente, ahora que todo indica que se puede iniciar por fin un debate serio y a varias bandas, o sea entre las izquierdas de las naciones oprimidas por el Estado español y las izquierdas de la nación opresora, las izquierdas de ese Estado, ahora precisamente se vuelve casi imposible cualquier debate, al menos para las izquierdas de las naciones oprimidas, que no para las del Estado. La razón no es otra que la Ley de Partidos Políticos va a permitir el silenciamiento y la represión de quienes se opongan a la «unidad nacional española». Una lectura de esta Ley muestra como está pensada, además de para ilegalizar inmediatamente a la izquierda abertzale, también para impedir todo debate teórico-político que cuestione a «España» como marco material y simbólico de acumulación de capital. En realidad, siempre la izquierda abertzale ha tenido encima de su cabeza la espada de Damocles de las sucesivas leyes españolas, de manera que nos hemos tenido que autocensurar porque, cada vez más, esas leyes han ido ampliando el delito de «apología» buscando introducir prácticamente cualquier idea que gustase al censor de turno. Cuando la nueva Ley entre en vigor, que será dentro de poco, se extinguirá el formal derecho de libre expresión, la posibilidad ciertamente ya muy reducida ahora mismo, sin la Ley de marras, de hablar y decir libremente cualquier opinión contraria al dogma establecido.
Digo significativamente porque, como ya expuse en otros artículos, esta Ley va a ser impuesta en un momento muy delicado y crucial para la burguesía española. La muy próxima ilegalización de Batasuna abrirá la puerta para ataques represivos posteriores y, sobre todo, para la generalización de un clima de silencio precavido y hasta miedoso. Solamente escribirán y hablarán sin temor alguno quienes sepan que sus ideas son del agrado de «España». El resto, tendremos que volver a las formas ambiguas, a los dobles sentidos, a la astucia y al pensamiento indirecto para seguir defendiendo los derechos de nuestros pueblos oprimidos. Por esto, he el texto en cuatro apartados:
1. CONTENIDO CHAUVINISTA Y RACISTA DEL NACIONALISMO ESPAÑOL.
2. LIMITACIONES INSUPERABLES DEL CHAUVINISMO DE IZQUIERDAS.
3. LIMITES ONTOLÓGICOS, EPISTEMOLÓGICOS Y AXIOLÓGICOS.
4. PARADIGMA TEÓRICO-POLÍTICO DEL NACIONALISMO ESPAÑOL DE IZQUIERDAS.
5. FUNCIÓN REACCIONARIA DEL PARADIGMA ESPAÑOLISTA DE IZQUIERDAS.
1. CONTENIDO CHAUVINISTA Y RACISTA DEL NACIONALISMO ESPAÑOL.
Que la historia la escribe los vencedores es una verdad que se olvida demasiado pronto. Que la historia intelectual del Estado español está surcada desde hace varios siglos por una campaña de desprecio de las identidades y culturas de las naciones oprimidas, es una verdad oficialmente silenciada. Una verdad, empero, tan aplastante en su aplicación sistemática que ahora ya sí son «verdades» los significados de frases hechas sobre los pueblos no españoles. A la vez, para ocultar el chauvinismo de nación dominante, desde hace una década se ha reactivado la propaganda contra el «racismo vasco», aprovechando y sacando de contexto algunas expresiones de finales del siglo XIX de Sabino Arana. El objetivo de esta campaña es ocultar y camuflar el chauvinismo histórico español y en especial su transformación en racismo en los últimos años. La propaganda diaria contra todo lo vasco que se realiza desde varias cadenas de radio, televisión y prensa escrita, no es casual sino que responde a una ofensiva generalizada para recuperar el «orgullo español», reducir a la vez la tendencia al alza de las conciencias de las naciones oprimidas y frenar y hacer retroceder la tendencia al alza de las conciencias de, por llamarlas de algún modo, «regiones fuertes» existente en el Estado español.
De este modo, un cuarto de siglo después de la muerte del dictador Franco, el nacionalismo español vuelve a recuperar sus viejas esencias pero en un contexto mundial y estatal diferente. Sin embargo, existen dos continuidades de fondo que quiero resaltar porque adelantan un aspecto crucial que analizaré luego. Por un lado, primera continuidad pese a los cambios superficiales y formales en el nacionalismo español actual, la recuperación de la mitología tradicional de la Reconquista y del Imperio, con lo que el nacionalismo español ha vuelto a ser furibundamente imperialista; y por otro lado, segunda continuidad en el izquierdismo español, la recuperación por las izquierdas –por llamarlas de algún modo– españolas de la crítica del «racismo sabiniano», ya que fue precisamente en los debates durante la primera salida escisionista de un sector de ETA, que abandonaron esta organización, cuando la Oficina Política acusó al resto de la organización de, entre otras cosas, asumir el «racismo sabiniano» y querer imponer el euskara a los castellano parlantes. Lo importante de un debate escisionista de hace 35 años es que las dos críticas vuelven a oírse a diario provenientes tanto de la izquierda como de la derecha española, y por supuesto del centro. Tal vez sea bueno recordar que aquella escisión inició una línea evolutiva de la que después surgirían diversas corrientes de entre las que destacaron luego prominentes intelectuales del PSOE.
Pues bien, volviendo ahora al tema que nos interesa, la recuperación del nacionalismo imperialista español no afecta sólo, por su agresividad, a Hego Euskal Herria, sino a todas las restantes naciones y culturas oprimidas, y también a la propia cultura e identidad castellana, desvirtuada y tergiversada hasta el extremo para poder así, sobre su irrealidad, más con los añadidos no menos falsos de una imagen folclórica andaluza de pandereta y castañuelas, crear los dos pilares básicos del mito de «España». Habrá otros pilares, como el de la resistencia aragonesa a la invasión napoleónica hasta terminar en la «España» no de los íberos, como hasta ahora, sino en la de los «españoles» desenterrados en las excavaciones arqueológicas de Atapuerca. Se quiere admitirlo o no, vivimos bajo este nacionalismo imperialista que se sustenta en una explícita negación anticientífica de la historia.
Frente a esto, y bajo esto, los vascos y las vascas nos encontramos en la misma situación que padecen, sienten y valoran otros muchos pueblos, conscientes de los desprecios e insultos lanzados contra ellos por el nacionalismo imperialista de los Estados opresores. Nosotros, como estos pueblos, sabemos lo que está en juego porque lo sufrimos en nuestras carnes y en nuestra historia. Pero, al igual que esos pueblos, también sabemos que los nacionalismos imperialistas no solamente desconocer estas realidades, porque no las padecen, sino que además piensan que cualquier resistencia a su dominación carece de sentido, es ilógica y fanática.
Salvando las pocas distancias que separan estos casos, lo mismo creen los racistas blancos con respecto a los pueblos despreciados como «de color», los chicanos, los afroamericanos, los latinos y los indígenas, por ejemplo en los EEUU, o los aborígenes en Australia, o los indios nativos en América Latina; otro tanto tenemos que decir de los payos respecto a los gitanos, a los africanos, turcos, kurdos, etc.; los eurooccidentales respecto a los euroeslavos, los euronórdicos respecto a los latinos, portugueses y griegos. Lo mismo creen los burgueses engominados y engreídos con respecto a los trabajadores en general, que son seres de segunda, carne de fábrica, precariedad, paro y pobreza. Y en el fondo y en la superficie, los hombres creemos que las mujeres son genéticamente inferiores. Variando en la forma externa pero manteniendo la esencia el nacionalismo imperialista español cree que los gallegos son pusilánimes, que los catalanes peseteros, que los andaluces vagos y, por no extendernos, que los vascos somos brutos, racistas y violentos, como corresponde a los últimos indígenas de Europa.
Cuando el blanco, sea burgués multimillonario o mísero trabajador, ve que el chicano, el afroamericano, el nativo, etc., inferiores por naturaleza y/o por designio divino, no aceptan su suerte y se pone no tanto en pie sino sólo de rodillas, entonces el civilizado occidental procede a toda serie de descalificaciones y amenazas. Además las justifica con supuestas «razones científicas», desde la genética de las razas hasta la sociobiología pasando por diversas filosofías de la historia y todos los tópicos misóginos que «demuestran» lo razonado de sus creencias y lo injustificado de las quejas de los seres o los entes destinados a obedecer, sean bosquimanos, mujeres o vascos. Tales construcciones ideológicas, pues no son otra cosa, además tienen la sorprendente virtud de demostrar que, para colmo, quienes somos inferiores debemos sentirnos felices y contentos con nuestro destino, humildes en nuestra obediencia y colaboradores con los seres superiores a nosotros. O sea, debemos ser «buenos ciudadanos», «esforzados trabajadores», «disciplinados votantes», «ejemplares esposas, virtuosas jóvenes y abnegadas madres». Es así como se comprende que el nacionalismo imperialista español pueda sostener que, en estas condiciones y sólo en estas, por ejemplo los gallegos además de pusilánimes son también maleables y pacientes; los catalanes además de peseteros son también buenos negociantes y realistas con sentido común; los andaluces además de vagos son alegres y parlanchines, y, por no extendernos, los vascos además de brutos también nobles y trabajadores. Pero estas calificaciones son siempre secundarias y condicionales, añadidas a las primarias según y como agrademos y sirvamos al ser superior que en nuestro caso, en el de Euskal Herria, obviamente, son las llamadas «culturas civilizadoras» española y francesa.
Ahora bien, si no nos comportamos con arreglo a nuestra condición, es lógico que merezcamos un correctivo o un castigo proporcional a nuestro pecado e insolencia, así lo creen los superiores que nos observan en todo momento. Se ponen entonces en funcionamiento los múltiples mecanismos del poder estatal y de los subpoderes y micropoderes existentes, y según los casos, hasta se nos intenta reconducir a la jaula, al redil con buenas palabras y hasta con promesas. A los vascos, por ejemplo, se nos ha dicho que nuestro destino es «sentirnos cómodos en España». Otro tanto con respecto al «esclavo feliz» y a la esposa que es convencida para que no se divorcie y siga en el «dulce hogar». Y si pese a tanta magnánima tolerancia del ser superior hacia nosotros, nos obcecamos en delirios de independencia, entonces se desarrollan los demás instrumentos de coerción, miedo y violencia, legales y democráticas, por supuesto. Sin embargo, lo decisivo para el nacionalismo imperialista español y francés, no es tanto la legitimidad de su propia ley sino su efectividad material última.
Solamente cuando descubrimos la terrible verdad de este objetivo práctico, que no es otro que el de mantener el poder de explotación debido a los beneficios que produce al explotador, sólo entonces podemos comprender la débil separación que existe entre la brutal justificación del muy real macho ibérico de que «la maté porque era mía», con el no menos real racismo español contra los emigrantes y contra los vascos y contra quienes osen rebelarse. La tenue separación entre esos comportamientos tiende a desaparecer, además, cuando los medios propagandísticos intervienen masivamente azuzando el nacionalismo imperialista. Mientras tanto, las izquierdas estatales menos integradas en la ideología imperialista de su burguesía, sólo aciertan a balbucear frases pomposas pero huecas, vacías, contra el llamado pensamiento único y una abstracta y afortunadamente lejana lucha contra la globalización. Nosotros, por nuestra parte, sabemos por una contundente experiencia histórica –opresión nacional– que el nacionalismo españolista es tanto más invisible para la inmensa mayoría de la población del Estado cuanto más implacable y feroz se muestra porque únicamente desde esa invisibilidad conceptual se puede mantener su supuesta legitimidad democrática. Así, las víctimas somos convertidas en verdugos. Desmontar este andamiaje ideológico, psicológico e irracional de masas exige un esfuerzo consciente que, dicho con sinceridad, debe empezar por el cuestionamiento crítico y radical de la propia existencia de «España» cárcel de pueblos en vez de cómo «nación de naciones».
2. LIMITACIONES INSUPERABLES DEL NACIONALISMO DE LA IZQUIERDA ESPAÑOLA.
Y esto nos lleva a la segunda cosa que queremos decir. Las izquierdas españolas, casi en su totalidad, no cuestionan la naturaleza expoliadora del Estado al que pertenecen. No cuestionan su contenido imperialista ni su necesidad de seguir manteniendo las opresiones sobre otros pueblos. Excepto una honrosa minoría, a lo máximo que llegan es a reconocer el derecho de autodeterminación aunque insistiendo en la necesidad de la «libre unión» de los pueblos oprimidos. Ahora bien, esta es sólo la parte formal, exterior y superficial del problema porque la cuestión decisiva, al menos para nosotros, los que realmente padecemos la opresión, es el conjunto de condiciones que esas izquierdas, en su gran mayoría, ponen para hacernos dignos de su apoyo. Básicamente, son dos exigencias: que ETA deje la lucha armada y que se acepte la «democracia» actual, el sistema constitucional impuesto en sus aspectos decisivos por el poder fáctico estando todavía el franquismo plenamente operativo.
Antes de pasar a la primera exigencia, y con respecto a la segunda, recientemente CC.OO ha vuelto a reafirmar no sólo su fidelidad constitucionalista sino, lo que es peor, su inflexible decisión estratégica de moverse siempre dentro del actual estatuto autonómico, eso sí, «plenamente desarrollado». Semejante reafirmación en una vía fracasada además de mostrar una ceguera teórico-política insostenible, saca a la luz su asunción práctica del entramado simbólico-material que sustenta interiormente la ideología del nacionalismo imperialista español tal cual funciona en la actualidad. Este ejemplo es uno de entre muchos y una práctica constante en las dos últimas décadas y media. Su gravedad histórica radica en que CC.OO tiene todavía, aunque cada vez menos, una legitimidad izquierdista superior a UGT y a otros sindicatos españoles en la parte de Euskal Herria integrada en el Estado español, y en que, por ello mismo, es mayor su influencia en sectores relativamente combativos, aunque cada vez menos, del movimiento obrero vasco.
Además, ha sido y es una constante sostenida contra viento y marea la práctica obstruccionista de CCOO y de UGT en algo tan decisivo como el desarrollo de un marco vasco de relaciones laborales. Por motivos que no podemos exponer en detalle ahora, entre los que destacan su dependencia presupuestaria total con respecto a la burguesía española y a su Estado, estos sindicatos necesitan y desean mantener, reforzar y ampliar el «marco español de relaciones laborales», para lo cual participan conscientemente en los ataques contra los derechos laborales, sociales y sindicales del pueblo trabajador vasco, e incluso en la política del PP de desmantelamiento gradual de la muy limitada descentralización administrativa concedida por el tardofranquismo, oficialmente denominado «Estatuto de la CAV». Ambos sindicatos están interesados objetiva y subjetivamente en reforzar del ultracentralismo laboral y sindical español.
Su convocatoria de Huelga General del 20-J, sin considerar en absoluto a los sindicatos no españoles de nuevo confirma además de su concepción estatal, también su desprecio nacionalista español hacia los derechos elementales de otros pueblos trabajadores no españoles que tienen sus propios sindicatos. La normalidad con la que han procedido al despreciar esa existencia real, indica también que no sienten ninguna duda al respecto, que conciben su nacionalismo como lógico en sí mismo. Peor aún, la reacción furiosa y enervada con la que han respondido a la negativa vasca –al derecho vasco de expresarse en cuanto tal con otro día diferente de Huelga General– de participar ese día y a su propuesta para adelantarla al día 19-J, así como los comentarios realizados ayer día 20-J, etc., todo ello confirma otra vez pero a un nivel más preocupante, la facilidad extrema con la que pierden los nervios, se desquician y se lanzan al insulto y la descalificación.
Dejando de lado, porque no es este el momento, que CCOO y UGT no tienen en absoluto legitimidad ni credibilidad alguna por sus permanentes claudicaciones desde aquellos humillantes Pactos de la Moncloa hasta hoy mismo, que se han multiplicado –sobre todo CCOO– bajo el gobierno del PP hasta lo que parecería inconcebible de no disponer por nuestra parte de una concepción teórico-política de lo que es el reformismo sindical y qué función cumple, no entrando en esto, sí hay que denunciar la soberbia altanera con la que una y otra vez salen en defensa de la españolidad práctica, expresada en el lo sindical y lo laboral mediante la supeditación del sindicalismo abertzale a los dictados de la burguesía española y de su Estado. Un mal pensado diría que así pagan indirectamente, hincando la pica de los Tercios españoles en las fábricas vascas, lo que cobran de la patronal, de la banca, de los ministerios estatales, etc., pero el problema es más hondo porque ambos sindicatos eran ya esencialmente españolistas antes de cargarse de deudas y préstamos del capital.
Pero lo decisivo radica en la primera exigencia y, ya más concretamente, en su forma de realizarse. La inmensa mayoría de las izquierdas estatales exigen a Batasuna y a la izquierda abertzale en su conjunto que presione a ETA para que abandone su intervención militar. Peor aún, estas izquierdas acusan a la izquierda abertzale de cosas que no hace, y sin embargo, pese a todos los reiterados fracasos y hasta ridículos cometidos por el poderoso sistema represivo español, incapaz de demostrar con pruebas y datos judicialmente verídicos la identidad entre ETA y Batasuna, y el conjunto de la izquierda abertzale, esas izquierdas se han empecinado en afirmar esa identidad prácticamente desde el mismo día de la aparición legal de la primera Herri Batasuna. El grueso de las izquierdas españolas ha sostenido desde hace tiempo la misma tesis que la derechona más franquista aunque con diferentes argumentos pero con la misma acusación de fondo. De este modo, gradual e imparablemente, la criminalización ascendente de todo lo vasco desarrollada por el Estado español era apoyada de un modo u otro por esas izquierdas.
Sin embargo, la solución era muy fácil. Cada vez que acusaban, cada vez que insistían en que ETA debía y debe abandonar la lucha armada, en vez de perder el tiempo dirigiéndose a quien no deben podían optar por el camino más corto y directo, más efectivo, que no es otro que el de propiciar un debate público y abierto con ETA bien en su propia prensa, bien en otra, bien en todas ellas. Hubiera sido lo correcto, lo revolucionario. Hubiera servido para facilitar la resolución del histórico e irresuelto problema español, problema que todos padecemos, también los propios españoles porque es necesario no olvidar nunca que un pueblo que oprime a otros pueblos, nunca será libre. Pues bien, las diferentes izquierdas no sólo no hicieron una cosa tan sencilla como la indicada sino que se volvieron más y más beligerantes contra la izquierda abertzale. Existen dos bloques de razones principales que explican este giro nacionalista español, además de otras secundarias, y son, por un lado, el miedo a la represión directa, a la pérdida de influencia entre las gentes españolas o de otras naciones, y al rechazo público, etc.; por otro lado, y relacionado con lo anterior pero con una lógica propia, el progresivo afianzamiento del nacionalismo español en esas izquierdas, en el sentido de aceptar las razones de fondo de la ideología imperialista de la burguesía española, aunque en apariencia y en la propaganda partidaria y/o sindical no se la defienda abiertamente.
Pero esta deriva degenerativa hacia la aceptación explícita de la ideología nacionalista española por el grueso de las izquierdas estatales, si es que alguna vez se había liberado realmente de ella, es sólo una parte del problema. La recuperación del caudal del río españolista se ha producido sobre todo gracias a los torrentes de cuatro grandes afluentes. Ya hemos visto uno de ellos, la reespañolización de la mayoría de las izquierdas, y los otros tres son, además, la propia y necesaria recuperación interna, endógena, de la ideología nacionalista que el capitalismo español hace en su mismo proceso productivo simbólico y material, en su necesidad de periódica mejora de sus sistemas de autolegitimación como Estado imperialista. Según sea el complejo lingüístico-cultural, nacional, histórica y socialmente dominante en un contexto de acumulación capitalista, aparte de otros factores, la burguesía propietaria de ese capitalismo potencia conscientemente la dinámica de producción de la ideología nacionalista dominante que legitima y lubrica la acumulación de capital. Se trata de una necesidad que periódicamente adquiere más importancia que otras veces, y que conjuga la producción endógena de ideología, y su producción exógena a la estricta explotación económica porque corresponde a la explotación política, etc. Cada formación social capitalista tiene sus propias característica peculiares en esta dinámica, pero el modo de producción en cuanto tal tiene necesidad básica de esta periódica producción de ideología nacionalista opresora.
Sobre estas dos bases, actuó también una tercera, la producción política desde las múltiples instancias estatales, paraestatales y extraestatales de la ideología nacionalista española desde el primer día de gobierno de la UCD hasta el hoy mismo por parte del PP, pasando por todos los años del PSOE. Y aquí no puedo olvidar, además de la intervención planificada de los sistemas educativos, mediáticos, culturales, universitarios, etc., tampoco el creciente esfuerzo reespañolizador desde mediados de la década de 1981, cuando la entrada en la OTAN y luego en el MCE acercaba la proximidad de la Unión Europea mediante el Tratado de Maastricht. La burguesía española, su Estado y los partidos que aceptaban su ideología nacionalista, multiplicaban su nacionalismo imperialista para cohesionar la solidez interna del Estado ante las exigencias de la UE. No puedo hacer un seguimiento de este proceso en el que tuvieron un papel destacado muchos intelectuales orgánicos cercanos o afiliados al PSOE, que más adelante, desde la mitad de la década de 1991, coquetearían abiertamente con el PP o se integrarían en sus aparatos gubernativos e institucionales.
Por último, el cuarto afluente reforzador del nacionalismo español, convirtiéndolo abiertamente en imperialista interno y en subimperialista externo, fue la necesidad de aumentar la explotación de las naciones oprimidas en el interior del Estado, e impulsar un proceso de expansión subimperialista del capitalismo español especialmente en América Latina, aprovechándose de las ventajas relativas que otorga la lengua española en aquellos países. Interiormente, la burguesía española multiplicaba su nacionalismo imperialista contra catalanes, gallegos, vascos, andaluces, asturianos, aragoneses, castellanos, etc., parando el seco la anterior descentralización administrativa –oficialmente denominado «Estado de las Autonomías»– e intensificando la recentralización madrileña. Entre 1991 y el 2002, la concentración de sedes fiscales de grandes empresas en Madrid ascendió del 82,4% al 90,2%, respectivamente. A la vez, en el exterior, como hemos visto, el capitalismo financiero, de telecomunicaciones y de aviación civil, básicamente, se lanzaron como tiburones asesinos contra los pueblos amerindios. Este imperialismo interno y suberimperialismo externo no sólo exigían sino que a la vez producían su correspondiente ideología nacionalista opresora, y racista.
Estas son las grandes condiciones objetivas y subjetivas –quedan otras también importantes aunque no estructurales como, por ejemplo, la necesidad de la industria político-mediática española para mantener una cota de mercado propio ante la avalancha de culturilla mercantil estadounidense, para lo que se aumentaron las ayudas directas e indirectas estatales, y las inversiones privadas, en la producción de mercancías de consumo cultura generalmente de muy baja calidad pero muy alienadoras y nacionalistas españolas– que contextualizan el proceso degenerativo de las izquierdas españolas y su creciente rechazo chauvinista teórico-político de las reivindicaciones de los pueblos oprimidos. Y estas son las razones, también, que explican porqué esas izquierdas no llegan nunca a aceptar la reiterada y repetida afirmación de Batasuna de su estanca separación con ETA. Esas izquierdas, aunque no digan explícitamente lo contrario, es decir, que sí existe esa supuesta relación nunca demostrada judicialmente, sí insisten en exigir a Batasuna no sólo que presione a ETA sino que además responda teórico-políticamente por ETA, y por tanto la represente en los debates, cosa manifiestamente imposible. Este problema es de suficiente importancia como para que detenerse un poco más en él, aunque es comprensible que para las izquierdas españolas carezca de cualquier relevancia.
3. LIMITES ONTOLÓGICOS, EPISTEMOLÓGICOS Y AXIOLÓGICOS.
Es importante porque muestra los límites ontológicos, epistemológicos y axiológicos de las izquierdas españolas al enfrentarse a su verdadero problema interno, que no es otro que el problema español, o dicho en otras palabras, su impotencia para romper práctica y teóricamente con el Estado-nación de su burguesía propia por cuanto es el espacio geoproductivo material y simbólico de la acumulación ampliada del capital. O sea, al enfrentarse a su identidad substantiva en cuanto partes funcionales de la cárcel de pueblos que es su Estado-nación, al margen ahora de su retraso y debilidad histórica. Por ello mismo, al tener que cuestionarse su identidad decisiva, es decir, al tener que atacar a su propia nación-burguesa y convertir la opresión imperialista que su burguesía ejerce contra las naciones oprimidas en lucha revolucionaria contra su misma nación-burguesa, en ese momento decisivo y crítico, duda, echa para atrás, se revuelve contra las naciones oprimidas y en defensa implícita o explícita de su burguesía imperialista.
Este comportamiento surge del límite ontológico que impide a la izquierda española cualquier crítica radical de su propia identidad ya que ha aceptado la definición oficial de «España» que ha tardado en elaborar el bloque de clases dominante. Hablamos de la definición oficial impuesta por la constitución vigente, orden aceptado y defendido hasta con los dientes por la izquierda, excepto una muy minoritaria izquierda. No sirve de nada que algún despistado de IU, por ejemplo, lleva una bandera republicana en algún acto público, porque no se resuelve el límite ontológico, sino sólo se retrasa un poco su nefasta dominación. Hay que recordar que esta constitución refuerza y asegura los intereses irrenunciables de la burguesía española –el derecho de propiedad privada de los medios de producción, la «unidad nacional española» del mercado capitalista, las relaciones sociales burguesas bajo el imperio del salario, el papel extraconstitucional del ejército como guardián, el papel extraconstitucional de la monarquía, etc.– existente con mucha antelación, con tanta como tiempo tiene de existencia «España».
La intelectualidad izquierdista y progresista española, pese a su republicanismo ideológico, jamás se atrevió a cuestionar las raíces explotadoras del Estado-nación que quería construir, raíces que no son otras que el patriarcado, la explotación de clase y la opresión nacional. Sólo algunos sectores suyos, nunca mayoritarios, aceptaron mal que bien conceder pequeñas prerrogativas autonomistas a las clases criollas dominantes en Cuba y Filipinas, para evitar procesos independentistas y para mantener en lo posible la «unidad nacional española». El progresismo republicano que ideó un modelo débil y renqueante de Estado-nación ni podía ni quería bucear hasta el fondo explotador sobre el que se estaba levantado la arquitectura ideológica justificadora, y mientras las masas catalanas se rebelaban a comienzos del siglo XX porque no quería ser la carne del cañón imperialista español en sus masacres en Marruecos, esa burguesía republicana divagaba en sus cómodos despachos. De hecho, esos mismos intereses no fueron cuestionados por las izquierdas mayoritarias españolas entre 1931-1939, y en sus contenidos nacionalistas españoles ni siquiera por la CNT-FAI. Las izquierdas mayoritarias españolas, PSOE y PCE salieron en defensa de la burguesía republicana, cada vez más débil y predispuesta a pasarse al franquismo.
La limitación ontológica surge, por tanto, de la propia historia de las izquierdas, de su incapacidad para pensar una nación no burguesa, una nación sin opresión nacional interna. Desde su primer día de existencia, el PSOE asumió la ontología nacionalista burguesa del Estado, aunque la cuestionara en aspectos importantes pero formales, como la Iglesia, por ejemplo, y aunque sus sectores menos reformistas, como Largo Caballero, se caracterizaran por una verborrea izquierdosa y hasta insurreccional en octubre de 1934, pero siempre dentro del encuadre ontológico de «España» como ser que se define a sí mismo desde su propia esencia interna, sin posibilidad alguna de pensarse antagónicamente en su contradicción social interna, de clase, y sin aceptar que su existencia se basa en la opresión de otras naciones a las que se le niega su propia existencia óntica, como seres que existen por sí, fuera y al margen de «España» e incluso antes que ella, por cuanto esa «España» es una invención muy reciente, tan reciente que el mismo PSOE fue fundado con anterioridad.
De hecho, la mejor forma de escaparse de esta crisis de identidad profunda es la de autoengañarse, la de huir hacia delante, la de negar el problema, la de acallar los posibles remordimientos provenientes de su anterior conciencia revolucionaria, de pasar a apoyar a su clase opresora, etc., Ese autoengaño tiene, a su vez, diversas manifestaciones, pero aquí sólo podemos analizar la consistente rechazar abierta o solapadamente las afirmaciones de Batasuna y fusionarla con ETA cuando una y otra vez, casi a diario durante muchos años, se exige a Batasuna que se comporte como una especie de «oficina teórica» de ETA, en vez de atreverse a buscar un debate público y abierto con esta organización.
Llegamos así a las limitaciones epistemológicas de la izquierda española ya que el rechazo de un debate público, que no una simple entrevista en prensa por muy larga que sea, con un contrincante afecta más que cualquier otra cosa a la posibilidad de un avance en el pensamiento colectivo sobre un tema crucial. Por su misma importancia, por ser el problema de la esencia misma de «España», un debate de esa naturaleza también afecta al método y lógica de los pensamientos que debaten públicamente. Si además de un debate importante pero puntual, fuese un proceso largo y múltiple de esclarecimiento entre las naciones oprimidas y el Estado nacionalmente opresor, entonces casi inmediatamente entrarían en tensión el orden epistemológico español simultáneamente a su orden ontológico. Nadie puede ser tan ciego o fanático como para no darse cuenta de que un proceso así afectaría de inmediato a otras naciones oprimas, contagiaría de optimismo a otros pueblos. Pero, además de esto, la izquierda española se encontraría con un serio problema epistemológico anterior a que se iniciase esa dinámica, consistente en su propia autocrítica, es decir, en «dar la vuelta al calcetín» de su modo de pensamiento anterior, proceder a una autocrítica rigurosa y radical y, luego, afrontar en la práctica pública los resultados de la autocrítica.
En la acción política mantenida durante años, las izquierdas españolas han callado ante el ejercicio permanente de la opresión nacional de su burguesía. Durante años, esa izquierda ha amoldado y ha supeditado su pensamiento oficialmente izquierdista a la práctica real de su clase dominante en una cuestión clave para ella. Cuando una izquierda se rebaja a tales grados de abyección colaboracionista es que su práctica diaria se rige por un pensamiento que se ha amoldado al interés esencial del poder, y por tanto se rige por un método de pensamiento no contradictorio con el pensamiento dominante, el de la clase dominante. Desde esta subsunción real que no formal del pensamiento de izquierdas en el de la burguesía, es ya imposible otra epistemología antagónica a la dominante. La coherencia servil y lacayuna de la izquierda en su servidumbre ante su burguesía, sostenida durante años, no puede obrar el milagro de la transustanciación y aparecer en un instante como la coherencia del pensamiento libre y crítico.
Se necesita de un período más o menos largo, siempre traumático de autocrítica y autosuperación, para emanciparse de las cadenas que condicionan el pensamiento de las izquierdas. Pero además también se necesitan otras dos condiciones anteriores como son, una, que envejezcan biológica e intelectualmente las actuales generaciones de izquierdas, formadas en los años de plomo del franquismo, y que sean suplantadas por nuevas generaciones; y otra, que esas jóvenes izquierdas vayan descubran la naturaleza opresora del Estado-nación de su burguesía y asuman la lucha revolucionaria contra ese Estado como una necesidad no sólo internacionalista coherente para con las naciones oprimidas, sino como la primera tarea revolucionaria interna para romper el espinazo del capital en su propio país y construir una nación antipatriarcal, del pueblo trabajador e internacionalista. Las dificultades para lograrlo son de enormes porque, aparte de las limitaciones ontológicas y epistemológicas, también presionan en su contra las axiológicas, las que impiden que las izquierdas elabores sus propios valores ético-morales revolucionarios antagónicos y cualitativamente superiores a los burgueses.
Porque, y a este problema crucial volveremos posteriormente, toda axiología y más la que se relaciona con los problemas político-económicos, depende más temprano que tarde de las estructuras materiales de producción material, y más aún, cuando esas estructuras tienen un determinante contenido de expoliación y explotación colectiva e individual, entonces toda axiología descubre sus relaciones de dependencia con y hacia el poder vigente. No existen los valores neutrales en una sociedad basada en la opresión. Más aún cuanto más neutrales y hasta «democráticos» dicen ser en un sistema antidemocrático por naturaleza, entonces, más injustos, parciales y reaccionarios son. Pero con esta lógica crítica y radical llegamos a la necesidad de plantearnos el contenido democrático del sistema constitucional vigente. Es obvio que es esencialmente antidemocrático, y es igualmente obvio que está pensado para facilitar y legitimar la opresión de género, de clase y nacional. Ahora bien, esas opresiones producen beneficios materiales y simbólicos a los hombres, aunque sean obreros; a la burguesía y en cascada a su bloque social de apoyo, y a los miembros de la nación opresora, aunque sean sus clases oprimidas y sus mujeres.
Llegados al secreto último y decisivo –el beneficio simbólico-material obtenido con la explotación– el problema de los valores ético-morales, de la axiología en su núcleo duro, aparece con toda su fuerza revolucionaria y emancipadora. Las izquierdas de la nación opresora difícilmente son conscientes de que ellas mismas se benefician en parte de la opresión nacional que el Estado de su burguesía ejerce sobre otros pueblos. Y si son conscientes, se callan con hipocresía, cinismo y egoísmo injustificables desde una axiología humanista básica, desde una ética y una moral mínimamente democrática. Sin embargo, todos sabemos las ingentes cadenas de todo tipo que sujetan a las burocracias político-sindicales supuestamente izquierdistas, sus poltronas, sus relativamente grandes sueldos, su buena vida comparada con la que tienen sus ex compañeros de trabajo o los militantes y sindicalistas de base. Conocemos las impagables deudas que tienen con el capital, su dependencia diaria hacia el Estado y el gobierno de turno, etc. No quieren romper con esas cadenas y perder sus beneficios corporativos, de casta burocrática absorbida por el capital y por el nacionalismo imperialista español. No se pueden esperar valores ético-morales progresistas de esta casta burocrática que, además de vender a su propia clase, viven bien gracias a la parte que la burguesía española les cede de lo obtenido con los beneficios expoliados a las naciones oprimidas por el Estado.
Las limitaciones ontológicas, epistemológicas y axiológicas se relacionan mutuamente, se refuerzan y se sostienen entre sí porque, además de otros factores, el deseo egoísta inconsciente por obtener un beneficio extra aunque sea mediante la opresión, este deseo es consustancial a la personalidad alienada inherente al orden capitalista. Dado que las izquierdas españolas no cuestionan ni teórica ni prácticamente dicho orden, por eso mismo, colaboran en el mantenimiento de la personalidad egoísta. En caída libre al infierno de la cesión absoluta, son «normales» son intentos de legitimarse como los conversos frente a sus compatriotas, y protegerse así de sus descalificaciones y ataques, obteniendo su benevolencia. Además de achacar a la izquierda abertzale y a ETA las causas fundamentales de las derrotas obreras y populares en el Estado español de las que ellas son muy responsables, como veremos, también ayudan a criminalizar más al pueblo oprimido y a reforzar el nacionalismo imperialista. Lo primero es tan obvio que no vamos a extendernos en ello, y lo segundo, reforzar el nacionalismo español, se realiza mediante de doble camino de legitimar la «democracia» e impedir cualquier debate constructivo y clarificador.
El fortalecimiento de nacionalismo español se caracteriza por su profunda carga irracional de desprecio y rechazo de la palabra del pueblo oprimido. Cuando las izquierdas nacionalistas españolas se niegan a diferenciar ETA de Batasuna, y cuando descargan sobre la segunda la responsabilidad de responder teórica y políticamente por la primera, niegan totalmente los argumentos de Batasuna, de ETA y de toda la izquierda abertzale. En lo esencial, no hay diferencia alguna entre este rechazo permanente a aceptar la palabra del oprimido, en este caso Batasuna, y el rechazo sistemático del racista a aceptar la palabra del pueblo inferior, del amo a aceptar la palabra del esclavo, del señor la del siervo, del oficial la del soldado, del patrón la del obrero, del hombre la de la mujer. Es una constante en la historia de la mentalidad del poder cuestionado el que rechace sin paliativos dar alguna credibilidad a la palabra del oprimido que se resiste a su poder. Ningún poder cuestionado puede dar una pequeña credibilidad a la palabra del oprimido porque sería reconocer que tiene razón en algo, en poco pero en algo. Un ser superior no tiene porqué rebajarse a ello, a no ser que de una muestra de debilidad. Sí puede mostrar cierta tolerancia pero siempre en la medida en que el inferior previamente aceptar su superioridad, se arrepienta y se humille.
De entre los abundantes comportamiento de las izquierdas españolas que confirman lo dicho, he escogidos dos por su significado absoluto: el silencio ominoso ante la tortura y el silencio ominoso ante la monarquía Las izquierdas españolas conviven con la tortura y saben que se tortura, pero se callan y miran para otro lado porque todo lo relacionado con la tortura es cuestión de Estado, y por tanto intocable. También conviven con la monarquía y saben que monarquía y democracia son incompatibles siempre que por democracia se entienda otra cosa que no un simple celofán puesto sobre la dictadura burguesa, una clase que perfectamente puede acumular capital recurriendo a una dictadura militar, al nazi-fascismo, al bonapartismo, a un Estado autoritario, a una república, a una monarquía e incluso a una monarquía democrática. Pero en este último caso, las izquierdas debieran decir públicamente que esa democracia acaba donde empieza la monarquía y empieza donde acaba ésta. El problema, como el de la tortura, es precisamente delimitar ese instante, marcar las fronteras. Como con las características de la tortura, que puede ser blanca, psicológica, sexual, física, etc., con los poderes de las monarquías sucede otro tanto, porque aunque la ley dice una cosa, la realidad dice otra. Pero los límites ontológicos, epistemológicos y axiológicos de las izquierdas españolas le imposibilitan decir algo al respecto, y menos aún hacer.
El nacionalismo español se caracteriza por su negativa esencial a conceder siquiera el mínimo reconocimiento de que el pueblo oprimido, el que fuera, puede disponer de algo de credibilidad. Y porque está tan convencido de ello, el Estado español se cree exento y libre de cumplir sus propias promesas, los pactos que ha firmado y los acuerdos que ha rubricado. Del mismo modo que traicionó, abandonó y vendió por un plato de guisantes yankis al pueblo saharaui, incumpliendo su palabra y entregándolo atado de pies y manos a invasor y torturador marroquí, de la misma forma ha traicionado e incumplido todos, absolutamente todos los acuerdos firmados con los vascos. Pero las izquierdas nacionalistas españolas tampoco pueden diferenciarse substancialmente de su Estado-nación en esta cuestión. Su negativa a aceptar la separación entre ETA y Batasuna confirma que también están atrapadas por los tópicos de la ideología imperialista hacia las naciones oprimidas.
4. PARADIGMA TEÓRICO-POLÍTICO DEL NACIONALISMO ESPAÑOL DE IZQUIERDAS.
Desde la segunda mitad de la década de 1961-70 se generalizó la tesis de que la intervención de ETA debilitaba estructuralmente al movimiento obrero tanto en Hego Euskal Herria como en el Estado español. Su «racismo sabiniano» y su pretensión de imponer el euskara a la población castellano parlante, contradecían los principios socialistas. Luego, conforme transcurrían los años y el franquismo se acercaba a su fin, esta tesis adquirió formas diferentes pero su contenido se mantuvo invariable. Desde diversas posturas, frecuentemente contrarias por cuanto se reclamaban de grandes corrientes internacionales entonces opuestas, se sostenía que la intervención de ETA distraía al movimiento obrero de sus objetivos estratégicos, llevándole por caminos típicos del individualismo pequeño burgués nacionalista; se añadía, además, que dividía al movimiento obrero al no mantener el marco estatal de lucha de clases, y se terminaba diciendo que su acción facilitaba las resistencias de los sectores más reaccionarios del franquismo, atemorizando a los «aperturistas» y limitando las posibilidades de avanzar en la aglutinación de «fuerzas democráticas». Durante la llamada «transición» –transición ¿de dónde a dónde?– las críticas se volvieron más agrias y duras, centrándose en la «degeneración terrorista» de ETA y hasta «contrarrevolucionaria», porque cuestionaba de raíz el «avance de la democracia constitucional».
Desde comienzos de la década de 1981-90, aproximadamente, y conforme se confirmaba la derrota estratégica del movimiento obrero, vendido desde dentro por la sucesión sin fin de claudicaciones del PCE-CCOO y del PSPE-UGT y aplastado desde fuera por una burguesía envalentonada precisamente por esas claudicaciones, las cada vez más pequeñas y debilitadas organizaciones situadas a la izquierda de ambos bloques político-sindicales empezaron a señalar a ETA como una de las causantes de la derrota, correspondiendo al PCE y al PSOE la otra responsabilidad. A la vez, ya en Hego Euskal Herria, las organizaciones que habían roto con ETA en la segunda mitad de la década de 1961-70, argumentaron a lo largo de la década de 1981-90 que la acción de ETA debilitaba estructuralmente lo nuevos movimientos sociales y populares, militarizándolos, negando su especificidad concreta, supeditándolos a objetivos ajenos y exteriores, atrayendo sobre ellos la represión policial y atemorizando a los posibles nuevos miembros de estos colectivos.
Más tarde, conforme el Estado español incrementaba su nacionalismo imperialista a comienzos de la década de 1991, según aparecían «casualmente» grupos «pacifistas» de todo pelaje que promovían la «movilización de la sociedad civil contra el terrorismo», y según las organizaciones de izquierda iban enflaqueciendo y envejeciendo en edad, la crítica del efecto dañino del militarismo de ETA sobre los movimientos sociales se fue transformando parcialmente en crítica de ese militarismo en sus efectos sobre la sociedad en general. Por último, durante la breve experiencia del proceso de Lizarra-Garazi, dichos críticos se mostraban eufóricos al estar convencidos de la definitiva desaparición de ETA, pero, al concluir esa experiencia volvieron a exigir el cese de sus actividades.
A lo largo de esta evolución del debate teórico-político se pueden extraer, como mínimo, dos cosas: La primera es que todas estas críticas se mueven siempre dentro de lo que podríamos denominar como «paradigma oficial» de la teoría política estatalista que podemos resumir en tres dogmas: uno, el marco estatal de lucha es el decisivo y estratégico, mientras que los regionales o de las «nacionalidades» son siempre secundarios y tácticos; dos, el «socialismo» sólo puede construirse dentro del marco estatal ya existente, por lo que las «nacionalidades» y regiones deben optar por la unión dentro del Estado, y último, las tácticas de lucha y su interrelación en cada «nacionalidad» deben supeditarse siempre a la unidad estatal del proceso. Es un paradigma oficial que en ningún momento pretende entrar al meollo de la estrategia abertzale tal cual se formó en lo básico entre finales de 1966 y comienzos de 1967, y que podemos resumir muy brevemente en tres diferencias cualitativas con respecto al paradigma oficial estatalista: Uno, Euskal Herria como marco nacional de lucha de liberación nacional y social, como contexto de lucha de clases del pueblo trabajador; para lo que y por lo que, dos, la Independencia, el Socialismo y la Re-euskaldunización constituyen la unidad dialéctica activa en la práctica, y la unidad de objetivos necesarios e irrenunciables; para lo que, y tres, la interrelación de las formas de acción política global es el sistema táctico adecuado según la evolución concreta del proceso de liberación nacional y social.
Las izquierdas españolas en ningún momento han intentado contrastar la experiencia concreta vasca con los principios entonces enunciados. Solamente han criticado a la izquierda abertzale desde los dogmas del paradigma oficial estatalista, ya resumidos antes, lo que es coherente con su creencia nacionalista española de superioridad teórico-política y de obligada centralidad estratégica de todos los procesos de lucha de las naciones oprimidas. Se trata, en realidad, del mismo error profundo cometido por el paradigma político eurocéntrico al negarse a estudiar las luchas revolucionarias de liberación nacional de los pueblos no occidentales, intentando hacerles copiar el modelo eurocéntrico, una obsesión desastrosa e inservible. Incluso cuando las críticas provenían de izquierdas de origen vasco, se hacían desde otros paradigmas esclerotizados, descontextualizados e introducidos a golpe de dogma en la realidad vasca, como es el caso de muchos marxismos-leninismos, maoísmos, trotskismos, etc., cuyo único método de debate y de hacer «teoría» sólo era el recurso a la cita sagrada más oportuna en cada momento en vez de al análisis concreto de la realidad concreta.
De este modo, tanto por la impotencia del paradigma oficial en sus varias corrientes como por el silencio y las mentiras descaradas de la industria político-mediática española, léase «prensa democrática», asistimos a un distanciamiento teórico-político –que es el tema que ahora analizo — entre, por un lado, los logros innegables de la izquierda abertzale y del conjunto de nuestro pueblo a lo largo de estas dos últimas décadas y, por otro, la falsa imagen contraria que tienen buena parte de estas izquierdas, convencidas no sólo de que en el Estado español ETA viene a ser, «salvando las distancias», lo que significa Le Pen en el Estado francés, no sólo que la izquierda abertzale es un movimiento «fascista» y por tal enemigo de toda democracia y del movimiento obrero, sino que además, Batasuna está ya derrotada política y electoralmente, aislada socialmente y enrocada en una defensa numantina y fanática. Según estas críticas, en la izquierda abertzale no existe ninguna autocrítica, ninguna forma de debatir la sucesión de derrotas y retrocesos.
La segunda cosa hay que destacar es que, sin romper con el paradigma oficial, también se aprecia una clara licuación, emblandecimiento y giro hacia el lenguaje más ambiguo e impreciso que se pueda imaginar en las formas más recientes de las críticas, pero, eso sí, reforzando los contenidos represivos, criminalizadores y marginalizadores de la izquierda abertzale. Desde la llegada del PP al gobierno de Madrid muchas izquierdas españolas han degenerado abiertamente y sin pudor alguno en simples grupos de intelectuales orgánicos del Estado español ya desde la perspectiva del PSOE ya desde la del PP, y menos desde la de IU y otras minorías ciertamente reducidas. Expresiones anteriores que todavía conservaban reminiscencias de la existencia objetiva de contradicciones sociales, nacionales, de género, etc., –«burguesía», «clase obrera», «problemas nacionales», «derechos humanos colectivos», «tortura», «capitalismo», «violencia patriarcal», etc.– casi han desaparecido del vocabulario político sustituidas por otras como «agentes sociales», «productores», «democracia española», «individuo», «defensa de la ley», «globalización», «abusos sexuales», etc.
Y esta difuminación de los contenidos, de la riqueza conceptual y de la carga teórica, que se ampara en el abuso facilón del tópico de «pensamiento único» –la realidad es más compleja y peligrosa que eso–, permite al paradigma oficial presentar a cualquier enana agrupación oscura como un «gran movimiento cívico contra la intolerancia abertzale», o multiplicar por diez o por veinte el número de asistentes a los actos y manifestaciones oficiales, o manipular encuestas y sondeos, o tergiversas resultados electorales, o minimizar al extremo las enormes movilizaciones populares vascas en defensa de su identidad más esencial, o silenciar la impresionante riqueza e independencia autoorganizativa y autogestionada de muchos colectivos y movimientos populares, o silenciar la fuerte y estructural presencia del sindicalismo abertzale combativo y luchador, o desconocer la existencia de una ágil y extendida red de sistemas de prensa libre, crítica y autocrítica, capaz de mantener informado verazmente a un pueblo al que le son negados los más elementales derechos de libertad de información, debate y decisión. La izquierda abertzale es la primera y más directamente interesada en reconocer abiertamente sus errores innegables, pero también quiere defender sus logros objetivos y subjetivos. Sabe que le es positiva cualquier comparación con otros proceso de lucha existentes en el Estado español y en muchas partes de Europa.
La nublada y hueca demagogia que caracteriza al paradigma dominante desde 1996, permite al Estado español crear una virtualidad aparentemente real que demostraría justo todo lo contrario de lo que realmente se está produciendo en Hego Euskal Herria. Así, la mayoría popular y social que opta conscientemente por la soberanía, por el derecho de autodeterminación, por la recuperación del euskara, por la vuelta de los prisioneros a su tierra, por la territorialidad nacional vasca, por el respeto de la voluntad democráticamente expresada de nuestro pueblo, etc., así, nada de esto es valorado en su justa y decisiva importancia, excepto por los expertos en contrainsurgencia internacionales y del Estado español. Y menos aún es conocido el avance en la socialización de los principios reivindicados por la izquierda abertzale. Solamente se conoce lo que el Estado dice que existe, aunque no exista. No negamos nuestra responsabilidad en no haber comprendido a tiempo esta nueva manipulación, pero también decimos que no somos los únicos responsables.
Pues bien, estas dos características, a saber, la permanencia del paradigma teórico-polítido oficial y su readecuación desde que el PP llegó al gobierno, aunque ya antes el PSOE comenzó a hacerlo, han evolucionado a la misma velocidad que la de la desintegración de la mayoría de las izquierdas, que nacieron de escisiones de éstas o que se crearon de la nada copiando modelos internacionales. ¿Quiere decir esto que estamos ante el comienzo del fin de esos grupos? En algunos casos sí y en otros no. De hecho, han desaparecido ya la gran mayoría de organizaciones que proliferaron hasta comienzos y mediados de la década de 1981, cuando el famosos «desencanto» les dio la puntilla y justificó que bastantes de antiguos ultraizquierdistas se afiliaran oportunamente al PSOE en ascenso. Ciertamente, sobreviven muy pocos de aquellos grupos, y muchos de los que de alguna manera continúan en la «vida pública» lo hacen dentro de ONGs despolitizadas y convertidas más en refugios de derrotados y negocios de chupópteros que en colectivos de voluntariado social. Otros sobrevivirán porque, de un lado, son funcionales para el capitalismo estatal, como el PSOE e IU, por ejemplo, y, de otro lado, siguen existiendo las contradicciones objetivas, explotaciones e injusticias sociales que fuerzan a la subjetividad obrera y popular a reorganizarse en grupos de izquierda.
Pero una cosa son los vaivenes de estas izquierdas y otra es la pervivencia del paradigma estatalista que de un modo u otro se mantiene desde finales del siglo XIX, cuando el grueso del primer movimiento obrero organizado alrededor del PSOE asumió el marco estatal, cuando el anarquismo ibérico no planteó ninguna crítica rigurosa del nacionalismo españolista y de la opresión de los pueblos dentro del Estado, y que, por no extendernos, luego fue reforzado por el PCE desde su misma aparición. Este paradigma seguirá existiendo porque corresponde a una necesidad del propio capitalismo español, feliz por disponer de dos grandes bloques ideológicos justificadores de su nacionalismo imperialista como son, uno, el suyo propio, el de las derechas que confluyen periódicamente en grandes partidos al estilo de la CEDA, del franquismo, de la UCD, o del PP, y otro el autodefinido como «progresista», «democrático», o «de izquierdas» y que en los momentos de crisis de la unidad nacional española siempre corre en ayuda del primero. Según la intensidad de esta crisis y sus formas concretas de plasmación, ambos paradigmas estatalistas se relacionan y hasta negocian entre sí para ofrecer una propuesta común a las burguesías de las naciones oprimidas y a sus apoyos sociales, o para atemorizarlas e incluso golpearlas duramente. Es desde la identidad española de ambos paradigmas sobre sus divergencias sociales y clasistas, como comprendemos las oscilaciones entre lemas aparentemente antagónicos en lo adjetivo pero idénticos en lo sustantivo como «Antes una España roja que rota» y «Antes una España azul que rota«.
5. FUNCIÓN REACCIONARIA DEL PARADIGMA ESPAÑOLISTA DE IZQUIERDAS.
¿Estamos condenadas, entonces, las naciones oprimidas a permanecer siempre sojuzgadas bajo la unión práctica de ambos paradigmas? ¿No demuestra esto que los independentistas, progresistas y demócratas no españoles debemos reconsiderar nuestras posturas y pasar a establecer alianzas estrechas con las «verdaderas» izquierdas españolas para acelerar conjuntamente la extinción del estatalismo de izquierdas? Estas y otras preguntas similares se nos hacen en los debates teórico-políticos que mantenemos con nuevos grupos izquierdistas españoles o con viejos revolucionarios que están volviendo a la militancia activa. Las preguntas adolecen, sin embargo, de los mismos errores del paradigma estatalista oficial de las izquierdas tradicionales, aunque las preguntas están hechas sin dobles intenciones. Comprendo las extraordinarias dificultades con las que chocan estos nuevos colectivos y/o militantes que vuelven a la lucha, para emancipar su pensamiento teórico-político de las sólidas cadenas de la ideología nacionalista española. Resulta verdaderamente difícil y meritorio superar la ideología nacionalista de la propia burguesía cuando esa ideología legitima además del orgullo nacional sobre todo las ganancias materiales y simbólicas que se obtienen con la opresión de otros pueblos por el propio Estado.
La razón es muy sencilla de comprender una vez que descubrimos que toda opresión nacional tiene como directo y prioritario objetivo obtener una precisa, contable y palpable ganancia material y simbólica que beneficia, en primer lugar, a la clase dominante de la nación opresora; en segundo lugar, a las clases llamadas «medias», al funcionariado, a las fuerzas militares y represivas, al aparato propagandístico y cultural, etc., y en tercer lugar y en cascada decreciente pero cierta, a los restantes sectores sociales, de modo que, al final del goteo, hasta la última explotada y oprimidas de las mujeres del Estado opresor obtiene un pequeño beneficio siquiera de orgullo nacional imperialista e interclasista, pero beneficio al fin y al cabo. Y es muy cierto que hace falta una especial conciencia desalienada y solidaria por parte de las masas oprimidas pertenecientes a la nación opresora para renunciar a esos pequeños beneficios que su burguesía le concede tras quedarse ella con la mayor parte del expolio. Queremos insistir en que tales beneficios son además de materiales, contabilizados al final en millones de euros, también políticos, administrativos, territoriales, culturales, artísticos, psicológicos, emocionales y hasta sexuales. La expoliación de un pueblo por otro es global, afecta a la totalidad de sus recursos, de sus valores de uso, de su fuerza de trabajo simple y compleja, de su medioambiente y sistema ecológico, de sus capacidades de recuperación y reciclaje de la fuerza de trabajo social.
Recordemos que no hace mucho, desde la izquierda oficial española se nos acusó a los vascos y vascas de «insolidaridad» con el «resto de españoles» debido a que nuestras reivindicaciones soberanistas mermaban supuestamente las ayudas sociales, sanitarias, educativas, etc., destinadas a regiones menos desarrolladas del Estado. Recordemos que la versión oficial de la historia española ha reducido a simples «privilegios» vascos lo que real e históricamente son restos muy mermados y condicionados de derechos nacionales inalienables que tuvimos en el pasado y que nos fueron arrebatados mediante atroces guerras de invasión nacional. Recordemos que los Conciertos Económicos no son ni siquiera «privilegios» porque fueron un soborno tramposo y esquilmador que Madrid ofreció a la burguesía vascongada para, además de agradecerle su decisivo apoyo en la victoria militar española de 1876, también recuperar su muy debilitada legitimidad interna precisamente por esa ayuda vital al capitalismo español y, por último, aplacar en lo posible la rápida recuperación de la conciencia nacional vasca tras esa derrota y sus represiones posteriores. Recordemos que el Estado español ha sacrificado consciente y premeditadamente a las economías de las naciones oprimidas y pueblos periféricos con culturas propias –el campo, la pesca, la industria, etc.– para negociar las ayudas de la Unión Europea, para cambiarlas por inversiones extranjeras en el centro del Estado, en Madrid, o simplemente en las cuentas corrientes de la burguesía. Recordemos que el PP ha anunciado que va a centralizar todavía más el poder socioeconómico en Madrid en detrimento de las muy reducidas atribuciones de las comunidades autonómicas.
Por todo esto comprendemos lo difícil que resulta emanciparse del nacionalismo imperialista español, que justifica no sólo el expolio material de las naciones oprimidas, sino también su expolio deportivo tan de actualidad en el capitalismo actual que ha mercantilizado y politizado alienadamente el deporte de masas. ¿Puede España permitir que selecciones nacionales vasca, catalana, gallega… de fútbol, por ejemplo, debiliten mucho su selección «nacional» –realmente internacional– reduciendo su calidad con todos los efectos inmediatos que ello acarrea? ¿Y qué sucedería entonces en la industria político-deportiva y propagandística montada alrededor de las Olimpiadas? Estas preguntas no son tontas ni secundarias, sino que inciden directamente en una característica del nacionalismo imperialista español de siempre, agravada además por la evolución del capitalismo actual, como es el de buscar beneficio socioeconómico, ideológico, político, etc., en la industrialización y mercantilización de todo. El problema crece cuando analizamos la opresión lingüístico-cultural, las prohibiciones al desarrollo tecnológico y científico, las prohibiciones a presencia internacional, etc. Pero también aparece en su machista y misógina brutalidad cuando una y otra vez se demuestran las especiales torturas contra las mujeres vascas por tener la desgracia de ser eso, vascas y mujeres.
Vuelvo aquí al problema anterior de los límites ontológicos, epistemológicos y axiológicos del paradigma de las izquierdas españolas. El capitalismo actual, obsesionado por la necesidad de asegurar el beneficio, busca mercados en los que invertir sus capitales excedentarios abriendo nuevas ramas productivas, aunque sean en deportes, medioambiente y ecología, consumismo selecto y turismo de aventura, pornografía, culturas exóticas, folclore, etc.; pero también masificando la alienación social generalizada para facilitar el beneficio mediante la idiotización sociopolítica y nacionalista opresora. Un obrero precarizado y al borde del enfurecimiento social, se pacifica y desahoga con el «orgullo español» al ver cómo gana su «selección nacional» en cualquier deporte, o cuando su Estado desembolsa cientos de miles de euros para conseguir que un «astronauta español» salga al espacio exterior. Un parado vota a la derecha reaccionaria si se le repite miles de veces que su mala suerte viene en parte de «los privilegios vascos». La mezcla de la naturaleza del Estado español con las crecientes urgencias del capitalismo en ese marco, refuerza los límites ontológicos de sus izquierdas que no pueden comprender la esencia opresora del Estado-nación de su burguesía; los epistemológicos, pues su pensamiento no puede romper con el burgués en las cuestiones básicas, y los axiológicos, pues sus valores son los del capital.
La experiencia vasca y la de todos los procesos emancipadores, indica que la mejor forma que tienen las izquierdas de la nación opresora para acelerar su proceso revolucionario, o simplemente democrático, es la de unir dialécticamente la lucha social con la lucha contra el nacionalismo imperialista de su clase dominante. La experiencia de un siglo y medio de lucha de clases en el capitalismo desarrollado eurocéntrico y también en aquellos procesos exteriores, es que el Estado burgués tiene en la opresión nacional de otros pueblos uno de los instrumentos de reformismo, consenso y manipulación interclasista más efectivos que se pueda imaginar. Por esto, cuando una y otra vez leo las críticas de las izquierdas estatalistas de que la lucha abertzale debilita su proceso propio, constato además de una clara reacción chauvinista y de egoísmo nacionalista opresor, también una suicida ignorancia teórico-política de lo que es la realidad de la lucha de clases en una nación opresora de otras naciones, en un Estado que se fortalece internamente gracias a los beneficios que extrae del saqueo imperialista, en un contexto de alienación, intimidación, corrupción e individualismo generalizado típico y obligado a una gran cárcel de pueblos.
La experiencia vasca también muestra que la mejor solidaridad internacionalista práctica de una nación oprimida para con las clases trabajadoras del Estado opresor no consiste, como afirman sus izquierdas, en supeditar nuestra liberación a la suya, sino al contrario, en acelerarla, en avanzar más y mejor en nuestra propia democracia y liberación nacional y social. Pienso que uno de los factores más decisivos en los grandes avances revolucionarios en el mundo ha sido, además de otros, la pérdida de la confianza en sus burguesías opresoras por parte de las masas oprimidas del propio Estado, al ver cómo las naciones exteriores se emancipaban y al hacerlo demostraban las grandes debilidades insuperables del Estado opresor. Las clases oprimidas de la nación opresora han sufrido verdaderos traumas psicopolíticos y de confianza en sus clases dominantes al ver cómo estas no podían mantener la opresión de otros pueblos. La propia historia del declive imperial español así lo confirma. A la vez, han aprendido que su enemigo propio no es tan fuerte como aparenta y que se puede vencer. De igual modo, nuestra mejor ayuda solidaria para con otras naciones igualmente oprimidas por el mismo Estado imperialista o por otros, es la de avanzar en nuestra independencia porque también les confirma la debilidad interna del opresor común. Estas lecciones históricas son innegables y sólo se pueden rechazar desde el peor nacionalismo opresor.
Desde luego que también es necesario que las izquierdas del Estado dominante impulsen la desalienación ideológica de sus clases trabajadoras, en vez de correr en ayuda de la burguesía estatal, como ha sido y es el comportamiento histórico de las izquierdas españolas. Pero esto escapa ya totalmente a la voluntad, objetivos y necesidades de la izquierda abertzale. Sería injusto e inmoral para con nuestro pueblo que los independentistas sacrificásemos su liberación en aras de salvar al Estado ocupante, aparentando una supuesta democratización. Sería además una ceguera absoluta por cuanto despreciaríamos toda su sangrienta historia anterior y, a la vez, ignoraríamos las contundentes lecciones teóricas sobre la naturaleza objetiva de los Estados español y francés, como marcos necesarios para la acumulación ampliada de capital. Si la izquierda independentista vasca procediera así renegaría de su identidad euskalduna y socialista, revolucionaria.
Por el contrario, sí puede ayudar y mucho desde la solidaridad internacionalista consistente en debatir y contrastas experiencias prácticas entre los diversos procesos de liberación nacional y de lucha de clases. La izquierda abertzale quiere aprender de los demás procesos, y piensa que también puede aportarles algo, siquiera a que no repitan sus errores, sobre todo el de confiar en las promesas del opresor. Pero la izquierda abertzales choca una y otra vez contra la explícita negativa de muchas izquierdas nacionalistas españolas a cualquier debate constructivo. Negativa que se transforma en un sistemático boicoteo y obstrucción con las peores artimañas, presiones y chantajes a terceros para impedir su presencia en foros internacionales. Especial tarea realizan aquí CCOO, PCE e IU. Y cuando consigue sortear los obstáculos, no son raras las provocaciones, los cortes en sus intervenciones y los insultos lanzados por miembros de esas izquierdas. ¿Son conscientes de que con ese comportamiento socialimperialista perjudican sobre todo a su propio pueblo, benefician a su clase dominante y fortalecen la opresión que padecemos vascos, catalanes, gallegos, etc.? Todo parece indicar que no porque, al menos en bastantes casos, la tendencia dominante es la de fortalecer y expandir el nacionalismo imperialista de su burguesía, pero, como añaden algunos, con un contenido «progresista».
EUSKAL HERRIA 2002/6/ 21