Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Ascenso y caída de Syriza

Stathis Kouvelakis

Syriza llegó al poder en enero de 2015, como un partido de la oposición política más avanzada hasta el momento contra la austeridad, esro es, el endurecimiento de las políticas deflacionarias impuestas por el eje Bruselas-Berlín-Frankfurt. Seis meses después, el gobierno de Tsipras se vio forzado a aplicar el paquete de austeridad más duro que Grecia había conocido nunca. Éste fue el resultado predecible de la contradicción encarnada en el programa de Syriza: rechazar la austeridad, pero mantener el euro. ¿Por qué fue tan incapaz Tsipras de promover el mantenimiento dentro de la UE pero fuera de la Eurozona, la posición adoptada por Suecia, Dinamarca, Polonia y otra media docena de países europeos?

En primer lugar, no se debe subestimar la popularidad del euro en los países periféricos del sur de Europa –Grecia, España, Portugal–, para los que la adhesión a la UE significaba acceder a la modernidad política y económica. Para Grecia, en particular, significaba formar parte de Occidente de una manera diferente a la del régimen posterior a la guerra civil impuesto por Estados Unidos. Parecía una garantía del nuevo curso democrático: después de todo, hasta 1974 Grecia no había conocido un régimen político similar al de otros países occidentales, después de décadas de autoritarismo, dictadura militar y guerra civil. La Comunidad Europea también ofrecía la promesa de combinar la prosperidad con una dimensión social, supuestamente inherente al proyecto, y así se selló el acuerdo político surgido tras la caída de la Junta. La adhesión al euro parecía la conclusión lógica de aquel proceso. Disponer de la misma moneda que los países más avanzados –llevar en el bolsillo la misma moneda que los alemanes o holandeses, aunque uno no hubiera dejado de ser un trabajador o pensionista griego mal pagado-, tenía un enorme poder sobre la imaginación de la gente, que aquellos de nosotros que desde el inicio de la crisis habíamos estado a favor de salir del euro tendíamos a subestimar.

Incluso ahora, al cabo de cinco años de una de las terapias de choque más duras jamás aplicadas –y la primera impuesta a un país de Europa occidental– la opinión pública sigue dividida sobre la cuestión del euro, aunque ahora con una mayoría mucho más exigua en favor de la permanecia. Este estado de ánimo también revela una fuerte mentalidad subalterna en la sociedad griega, que probablemente se remonta a la formación del Estado en la década de 1830; una ideología muy asumida por las elites griegas, que siempre se han sentido inferiores a sus homólogas europeas y tenían que demostrarles lo fieles que eran; siempre pensaron que debían algo a las potencias occidentales. Y de hecho, cada vez que su poder se vio amenazado, la intervención occidental jugó un papel decisivo en el mantenimiento del orden social existente, muy en particular en la década de 1940 y durante el período previo al golpe militar de 1967.

En segundo lugar, en contraste con la posición de Suecia, Dinamarca o el Reino Unido, para Grecia el abandono del euro sería extremadamente conflictivo, ya que significaría la ruptura con las políticas neoliberales de los memorandos. Si se pretende ser serio al respecto, hay que estar preparado para una confrontación. Desde 2012, cuando Syriza pasó a ser el principal partido de la oposición, con posibilidades de entrar en el gobierno, estaba claro que Tsipras no la quería, por lo que asumió la permanencia en la Eurozona. La posición original de Syriza se resumías en dos consignas: «Ningún sacrificio por el euro» y «El euro no es un fetiche», lo que dejaba abierta la cuestión de hasta dónde se podía o se debía llegar en la confrontación con el Eurogrupo y la Troika. Sin embargo, esta línea fue dejada de lado poco después de las elecciones de junio de 2012.

En el verano de 2015 fue Tsipras quien utilizó el argumento del miedo, insinuando que salir del euro significaría el caos. A principios de junio, después de que el Eurogrupo rechazara los términos de la propuesta griega, aunque ya todos la entendían como una capitulación, Paul Mason le preguntó al protoministro de Hacienda de Syriza Euclides Tsakalotos qué pasaría si Grecia dejaba el euro. Respondió que eso significaría un regreso a la década de 1930, ¡la del ascenso del nazismo! El propio Tsipras habló de un «suicidio colectivo». Lo que tales declaraciones revelan es que, para los dirigentes de Syriza, tal eventualidad era impensable, un agujero negro. Estaba fuera de su mapa cognitivo, era ajena a su estrategia, que ya había descartado la posibilidad de un enfrentamiento categórico. Creo que eso era lo único que tenían muy claro. El punto principal de la «vuelta al realismo» decidida por los líderes después de perder las elecciones de junio 2012 por un estrecho margen era mostrar que la opción de la salida había sido abandonada definitivamente. Anteriormente parecía haber cierta ambigüedad al respecto, y por tanto ciertos titubeos; pero desaparecieron después de las elecciones de junio de 2012, lo que se justificaba implícitamente insistiendo en que no había que asustar a los votantes más moderados, cuyo apoyo era necesario para ganar las próximas elecciones.

Usted dice que dejar el euro habría supuesto una confrontación sin cuartel, pero para Schäuble, por el contrario, parecía significar una salida más fácil para Grecia. Parecía pensar que la Eurozona sería mucho más coherente sin Grecia y ofreció asistencia concreta.

Bueno, en primer lugar no tenemos suficiente información sobre lo que sucedió exactamente, cuáles eran los términos de la oferta de Schäuble y en qué medida representaban la posición del gobierno alemán en su conjunto. Lo que sí sabemos es que Schäuble dijo que había dos posibilidades, ya fuera tragar el Tercer Memorando o salir del euro, para lo que parecía dispuesto a ofrecer algo de ayuda; pero es difícil creer que eso no fuera a verse acompañado por condicionamientos.

¿Pero aun así eso debería haber sido explorado?

Absolutamente. Eso es exactamente lo que dijimos en la Plataforma de Izquierdas en su momento1. De hecho, uno de los principales argumentos que Tsipras usó contra nosotros fue decir que estábamos del lado de Schäuble; lo repitieron histéricamente durante todo el verano de 2015. Pero había que explorarlo. De hecho, Panagiotis Lafazanis y otros argumentaron en el Consejo de Ministros en mayo que el gobierno debía enviar un representante para mantener conversaciones informales con Schäuble, pero Tsipras lo rechazó. Se negó categóricamente a discutir esa posibilidad.

Háblenos de la formación ideológica de Syriza como partido. ¿El eurocomunismo desempeñó en ella un papel dominante?

Políticamente no hay continuidad lineal entre el eurocomunismo y Syriza. La mayoría de los miembros de Synaspismos, que formaban el grueso de Syriza, venían del Partido Comunista ortodoxo, como Tsipras, Yannis Dragasakis, Maria Damanaki (primera dirigente de Synaspismos), o Dimitris Vitsas (su secretario político hasta hace poco); toda esta gente vino del KKE, que dejaron en 1991. La coalición Syriza, formada en 2004, incluía muchos otros componentes –grupos trotskistas, maoístas, altermundialistas, etc., así como el resto del Partido Comunista del Interior, el eurocomunista AKOA–. Pero la cultura intelectual que impregnaba Synaspismos sí estaba dominada por intelectuales tradicionales procedentes de medios eurocomunistas, y esto tuvo un impacto. De hecho, el instituto teórico del partido lleva como nombre el de Nicos Poulantzas.

¿Podría explicarnos con más detalle las etapas de la evolución de Syriza después de las elecciones de junio de 2012, cuando surgió como grupo principal de oposición a escala nacional con el 27 por ciento de los votos?

Después de las elecciones de 2012 hubo una percepción general de que era sólo una cuestión de tiempo que Syriza llegara al gobierno de una manera u otra. La dirección de Tsipras tomó decisiones muy claras, y en cierto sentido muy enérgicas, en aquel verano de 2012, sobre la línea del partido y sobre el tipo de partido que querían. En primer lugar, necesitaban convertir una coalición heteróclita de organizaciones muy dispares en un partido unificado; esto era reconocido bastante en general, y no había grandes discrepancias al respecto. También querían aprovechar el proceso de unificación para transformar la cultura del partido y su estructura organizativa a un nivel muy profundo. En lugar de esforzarse en reclutar gente que se había significado en las movilizaciones sociales de la época, el objetivo era abrir las puertas al tipo de personas que desean unirse a un partido cuando creen que tiene serias posibilidades de acceder al poder; las mentalidades y costumbres clientelistas están muy profundamente arraigadas en la sociedad griega, incluso en las clases populares; hay una especie de microgestión de las relaciones sociales.

¿Eso incluía a gente que previamente había estado en el PASOK y que lo habían visto desaparecer por el sumidero?

Sí. Este proceso también incluía la incorporación de figuras asociadas con la clase política. Esto no se hacía para ganar votos, porque esas personas estaban completamente desacreditadas en términos electorales; era una señal para las elites: nos estamos convirtiendo en un partido normal. Una vez más, se trataba de personas procedentes del entorno del PASOK, que había servido en los gobiernos de Simitis o Papandreou, aunque no fueron muchas, porque eso suscitó una reacción en contra dentro de Syriza. Panagiotis Kouroumblis, por ejemplo, que ahora es Ministro del Interior y de la Reconstrucción Administrativa; o Alexis Mitropoulos, vicepresidente del Parlamento en el mandato anterior; o Christos Spirtzis, ex Presidente de la Cámara Técnica de Grecia y actual Ministro de Transportes e Infraestructuras Públicas, bien conocido por sus conexiones con intereses comerciales en el sector de la construcción. Tsipras y Dragasakis establecieron lazos muy estrechos con Louka Katseli, que había sido una figura de alto nivel en los gobiernos del PASOK. Aunque no se unió a Syriza, hubo una colaboración oficial, y ahora es gobernadora del Banco Nacional de Grecia. Este proceso se repitió en los niveles intermedios del partido. La dirección de Syriza hizo todo lo posible para introducir a esas personas en las listas electorales de 2015, aunque sólo obtuvo un éxito parcial, ya que hubo fuertes reacciones de las ramas locales y en los ejecutivos regionales.

Convertir a Syriza en un partido centrado en su líder fue el segundo aspecto del proceso. El objetivo era pasar de un partido militante de la izquierda, con una fuerte cultura de debate interno, heterogeneidad, participación en los movimientos y movilizaciones sociales, a un partido de miembros pasivos que pudiera ser más fácilmente manipulado por el centro, y más proclive a identificarse con la figura del líder. Fue sorprendente que las dos mayores reuniones del partido –primera conferencia nacional en noviembre de 2012, y congreso fundacional en julio de 2013–, fueran convocadas ambas a quemarropa; sólo dispusimos de un mes para prepararlas. Cierto es que había que moverse con rapidez debido a la coyuntura política, pero aquellos procedimientos por la vía rápida sirvieron para crear cuerpos hinchados demasiado grandes para la toma eficaz de decisiones. En el congreso fundacional participaron 3.500 delegados. El primer Comité Central tenía 300 miembros, el segundo 200, y se seguía discutiendo cómo reducirlo. Era obvio que la dirección quería erosionar la cultura política militante y avanzar en la construcción de una maquinaria electoral verticalista.

¿Cómo se combinaba eso con el realineamiento político que acaba de mencionar?

La reestructuración interna del partido fue de la mano con el giro a la derecha. Desde el verano de 2012 la posición sobre el euro se transformó en una visualización constante de fidelidad a la Eurozona. Esto quedó patente en los viajes de Tsipras a las instituciones globales, principalmente en Estados Unidos –el Instituto Brookings, etc.–, pero también a lugares mucho más exclusivos como el Club Ambrosetti, que desempeñó un papel crucial en la política italiana durante la década de 1970 y en el desarrollo del «compromiso histórico». Fue en octubre de 2013, en la Escuela LBJ de Asuntos Públicos en Austin, Texas, donde realizó la famosa declaración –«Grecia no debe salir de la Eurozona: eso sería un desastre para Europa»– que cerró efectivamente el debate. La deriva también era notables en relación con la deuda. Eric Toussaint, que jugó un papel destacado en la Comisión de Auditoría de la deuda creada por la presidente del Parlamento Zoe Konstantopoulou, ha confirmado que hubo un claro cambio en la dirección de Syriza en el verano de 2012, cuando revirtieron su posición anterior de repudiar la deuda y organizar una campaña internacional contra su legitimidad. Las formulaciones en los documentos del partido no cambiaron, pero se daba el tipo usual de doble discurso: en el programa hay declaraciones sobre el socialismo, sin sacrificios por el euro; vamos a seguir adelante cueste lo que cueste, etc.; pero ya no se expresaban públicamente, sobre todo, por parte de Tsipras y el círculo en torno a él.

En segundo lugar, a partir de 2012 el tipo de práctica política favorecido por la dirección de Tsipras no iba más allá del parlamentarismo. Estaba claro que Syriza quería derribar la coalición de Samaras, pero sólo mediante tácticas parlamentarias, centrándose en las elecciones presidenciales a finales de 20142. No querían una estrategia de movilizaciones populares para impulsar hacia adelante el proceso. Es cierto que la gran oleada de movilizaciones de 2010, 2011 y principios de 2012 había menguado, precisamente porque las energías se habían desviado ahora al nivel político. Pero no había absolutamente ninguna percepción de derrota de aquellas movilizaciones; sólo se infería que no podíamos lograrlo todo mediante la ocupación de las plazas y que necesitábamos una alternativa política y electoral. Entre 2013 y 2015 hubo varios momentos en que se podrían haber relanzado movilizaciones: cuando Samaras cerró la empresa de radiodifusión pública, ERT, en junio de 2013; el asesinato de Pavlos Fyssas por Amanecer Dorado en septiembre de ese año; la huelga de los trabajadores del transporte a principios de 2013, y posiblemente también las de los profesores en junio y septiembre de 2013.

En ese momento la dirección de Tsipras también comenzó a construir puentes que facilitaran la incorporación de gente perteneciente al núcleo del aparato del Estado –círculos militares y diplomáticos– y a subrayar su lealtad a los principios fundamentales del Estado griego. Su gente realizó aproximaciones al ala más centrista de Nueva Democracia, en torno a Kostas Karamanlis; uno de los resultados fue la elección de Prokopis Pavlopoulos, una figura emblemática de esa agrupación, como Presidente de la República en febrero de 2015. El primer encuentro entre Tsipras y Shimon Peres fue en agosto de 2012. Por supuesto, no había sido aprobado por ningún órgano del partido, ni lo habría sido en ese momento. Fue también entonces cuando Tsipras atrajo a su círculo a varias figuras militares y diplomáticas que orientaron claramente su enfoque de las cuestiones internacionales y geopolíticas.

Así pues, ¿Tsipras tuvo completa autonomía con respecto al partido?

Su operación no tuvo un éxito total. Tsipras nunca consiguió hacer lo que Pablo Iglesias ha hecho en Podemos, donde no hay ni un solo diputado del ala izquierda del partido. Iglesias ha logrado excluir totalmente a la gente en torno a los Anticapitalistas del ala parlamentaria, personas como Teresa Rodríguez y la oposición en la Asamblea de Vistalegre, que no estaban de acuerdo con su modelo extremadamente verticalista del partido. Hubo mucha más resistencia a eso en Syriza, porque sólo se había transformado parcialmente hasta el verano pasado, manteniéndose en gran medida como un grupo de activistas que habían pasado su vida en la izquierda radical griega.

Pero las posiciones clave las tenían personas de la antigua dirección de Synaspismos, y sí, eran completamente autónomas incluso con respecto a los órganos de dirección del partido. El personal de confianza de Tsipras estaba fuera del control de cualquier órgano del partido. Así sucedía por ejemplo con la Comisión para el Programa, esencialmente dominada por la Comisión de Economía dirigida por Yannis Dragasakis. Se trata de una figura casi balzaciana, oscura y pública al mismo tiempo; un hombre que siempre se mueve por los pasillos, o tras puertas cerradas, pero que al mismo tiempo disfruta de la imagen de ser muy serio y razonable, cuando en realidad es exactamente al revés. Estaba supuestamente a cargo de la Comisión que debía elaborar el programa de Syriza, con el resultado de que a principios del otoño de 2014, cuando las elecciones se avecinaban, Syriza no tenía todavía un manifiesto. La razón era política y no técnica: Dragasakis quería tener las manos completamente libres. Sabía que no podía poner en un papel el programa que realmente deseaba, ya que el partido no lo aceptaría, pero era el más abierto en decir que la única opción posible era la gestión mejorada del marco de los memorandos.

¿Cuál era su bagaje político?

Dragasakis era una figura importante en el Partido Comunista Griego (KKE), que entró en el gobierno de coalición con Nueva Democracia en 1989; lo hizo entonces en el Ministerio de Economía. Con el tiempo aprovechó las conexiones que tenía con la nomenklatura de los países de Europa del Este para facilitar acuerdos comerciales entre los empresarios griegos y las nuevas élites económicas emergentes allí en la década de 1990. También tenía estrechas relaciones con los círculos de negocios griegos, especialmente con los banqueros. La elite económica griega consideraba a Dragasakis un hombre clave en Syriza en el que podían confiar, lo que ciertamente no era el caso de Tsipras, a quien no conocían en absoluto. Tsipras había sido una figura de segundo rango en Synaspismos hasta que en 2008 fue extraido de la nada por Alekos Alavanos, quien le ofreció el co-liderazgo en un intento de revitalizar el partido.

Sin embargo, Tsipras fue la figura clave en la evolución de Syriza, ¿no es así?

Si, absolutamente. De hecho Dragasakis había renunciado a la Secretaría del partido en 2010, cuando las cosas parecían haberse estancado. Fue Tsipras que lo trajo de vuelta y lo puso a cargo de la Comisión de Economía, aunque en realidad Dragasakis, a pesar del título que posee, no sabe nada de economía. Sin embargo, la responsabilidad política estaba en manos de Tsipras. Esto es claro como el cristal.

Entonces, ¿cómo se confeccionó el Programa de Salónica de septiembre de 2014?

Todo el mundo sabía que las elecciones serían probablemente en los próximos meses, por lo que Syriza necesitaba desesperadamente un programa. Un documento de 150 páginas que se distribuyó durante el verano, supuestamente redactado por Dragasakis, pero que en realidad era sólo un copia-y-pega de documentos de diferentes comisiones del partido, era un desastre. Por eso se redactó a toda prisa un programa de emergencia que se presentó en la feria anual internacional de Salónica en septiembre, donde es costumbre que los líderes políticos griegos hagan cierto tipo de declaraciones programáticas. La Plataforma de Izquierdas se esforzó en ello, y en varias cuestiones el Grupo de los 53, la izquierda del bloque mayoritario, empujó en la misma dirección. Como resultado, el Programa de Salónica predijo el desastre que se avecinaba. Por un lado, un conjunto de compromisos que rompían claramente con la política de austeridad: nacionalización de los bancos, renegociación de la deuda con una gran amortización, restauración del salario mínimo y de la legislación laboral desechada por los memorandos; el fin de la sobre-imposición aplicada en los últimos años, especialmente en los hogares de ingresos bajos y medianos; desarrollo del empleo público; restauración de la electricidad para los hogares a los que se la habían cortado; comidas extras en las escuelas, etcétera.

Pero el reverso de la moneda era que todas las medidas que implicaban un coste fiscal debían ser aplicadas en el marco de un presupuesto equilibrado y sin nuevos impuestos, especialmente sobre el capital. Algunas de las propuestas, como el empleo en el sector público, debían ser financiadas con subvenciones de la UE, lo cual presuponía un acuerdo con el otro lado. Así que estaba claro, si se lee el programa con cuidado, que la línea real de la dirección era la del «honorable compromiso», un término acuñado por Dragasakis. La contradicción intrínseca en la proclamación de un término medio entre los memorandos y los que eran, en principio, los compromisos de Syriza, ya se había incrustado en el Programa de Salónica.

Las estructuras de poder de la UE no obligadas a rendir cuentas se habían expandido y endurecido entre 2010 y 2015: objetivos fiscales obligatorios y ajuste estructural para todos, no sólo para los países de la Troika. El adversario que las izquierdas griegas y europeas afrontan es pues muy potente, altamente movilizado y bien armado en términos de su propio programa y de las herramientas a su disposición. ¿Hubo algún reconocimiento o análisis de esto por el gobierno de Tsipras?

Si y no. Una de las razones por las que la dirección de Syriza comenzó a dar marcha atrás en 2012, creo, es que entendió que de haber ganado las elecciones se habría producido una confrontación que no podían controlar. Hasta entonces sólo habían surfeado sobre la dinámica de la situación. Tras todo el parloteo sobre la necesidad de aplastar el neoliberalismo y demás, cuando cobró visos de realidad se asustaron. Aquél fue el momento de la verdad. Al mismo tiempo, tenían muchas ilusiones sobre lo que podían obtener de Europa. Cuando Tsipras fue a hacer frente a los que eran, en cierto modo, los adversarios reales, los representantes de los círculos de poder europeos y estadounidenses, la lógica de lo que decía era: «Mira, dejo a un lado mi radicalismo, que os asusta con razón, pero en el que yo no creo realmente. Ahora veo las cosas de manera diferente, y estoy dispuesto a ser un buen chico, mucho más razonable de lo que se piensa, pero debo obtener algo a cambio». Realmente creía que podía conseguir algo, eso estaba claro.

El resultado, se podría decir, fue objetivamente la peor traición política perpetrada por cualquier fuerza contemporánea de izquierdas, al menos en Europa. Pero «traición» es un término insuficiente. Tiene connotaciones morales y psicológicas que no son particularmente útiles para el análisis político. También sugiere que los hechos respondían a un plan, lo cual no es cierto en este caso. El plan, cuando Tsipras asumió el cargo en enero de 2015, era: «Vamos a tratar –por difícil que sea– de encontrar un buen compromiso, y luego trataremos de avanzar desde ahí». Se vieron totalmente sorprendidos por su absoluta impotencia e incapacidad para conseguir nada real. Se le podría llamar ingenuidad, aunque eso tampoco sea un término útil por las mismas razones. Más que «ingenuidad», se trata del estado de ánimo de una izquierda que ya ha aceptado una posición subalterna. Un ejemplo: en abril de 2015, cuando ante la insistencia de los prestamistas Tsakalotos sustituyó a Varoufakis al frente del equipo negociador griego, Amélie Poinssot, una periodista francesa altamente cualificada de Mediapart, le preguntó por lo que más le había sorprendido como ministro. Tsakalotos contestó que se había preparado muy a fondo para su primer viaje a Bruselas y había presentado un documento cuidadosamente estudiado, pero se lamentaba del bajo nivel del debate: «¡Los demás ministros de finanzas se limitaban a recitar reglas y procedimientos!» Vivía en una especie de pesadilla habermasiana, que presuponía una voluntad de encontrar un terreno común, un «trato ganar-ganar», que era la jerga de los primeros meses de Syriza. No sólo es que les faltara la percepción del antagonismo de clase, sino hasta el mínimo realismo elemental que cualquier figura política necesita para sobrevivir.

¿No le había sucedido a Varoufakis algo similar?

Varoufakis es una figura más compleja. Como sabemos ahora, estaba haciendo cosas fuera de escena que indicaban su conciencia de la necesidad de ir más allá de lo que se decía en público. Sin embargo, firmó el acuerdo del 20 de febrero de 2015, lo defendió enérgicamente y fue el primero en declarar, ya en febrero de 2015, que Grecia debía asumir el 70 por ciento del Memorando. Aunque tiene una gran responsabilidad por lo sucedido, tuvo una percepción más clara de la situación y estaba dispuesto a adoptar una actitud de mayor confrontación dentro de ese marco; de hecho, ésa fue la razón por la que Tsipras lo nombró. Tsipras se dio cuenta de que, aun si era puro teatro, tal posición era necesaria aunque sólo fuera a fines de legitimación, o posiblemente para conseguir algunas concesiones, y de que Dragasakis sería incapaz de desempeñar ese papel. Necesitaba una figura más llamativa como Varoufakis.

¿Para buscar un buen compromiso?

Sí, para intentar alcanzar esa quimera.

El primer paso del BCE durante la semana en que Syriza llegó al gobierno fue endurecer las condiciones de los préstamos a los bancos –apretando el gaznate de la economía griega– mientras el capital huía del país. ¿Cuál es su valoración de la respuesta del gobierno? ¿Qué podría haber hecho?

Establecer controles de capital, eso es obvio. James Galbraith, quien formaba parte de un pequeño equipo creado por Varoufakis para trabajar en escenarios y propuestas, dijo en una importante entrevista el verano pasado que había sugerido a Tsipras en aquel momento establecer controles de capital, y que Tsipras rechazó categóricamente la idea, ya que «se habría puesto en peligro la pertenencia de Grecia a la Eurozona».

Pero Chipre impuso controles de capital durante casi dos años y seguía sin embargo en la Eurozona.

Exactamente. Estaba claro que el círculo de Tsipras no quería tomar ninguna medida de autodefensa. Es cierto que el establecimiento de controles de capital significa que el euro no es exactamente equivalente a las demás monedas. Pero hubiera sido un paso vital. Se había puesto en marcha un asalto bancario masivo; los ahorros fluían fuera del país, y la liquidez del sistema bancario se basaba exclusivamente en el mecanismo del prestamista de último recurso una vez que el principal canal financiero había sido cortado por el BCE a principios de febrero. Todo el ambiente durante las primeras semanas de febrero fue extremadamente conflictivo. Las negociaciones fueron muy difíciles. En Atenas la gente había empezado a tomar las calles en apoyo de Syriza; incluso hubo cierta solidaridad en otras ciudades europeas. Un escenario de confrontación todavía parecía creíble, pero estaba siendo socavado debido a la presión sobre el sistema bancario griego. Los controles de capital podrían haberla interrumpido y evitar la capitulación del 20 de febrero, cuando Syriza aceptó la extensión del protocolo. Ellos trataron de venderlo como un compromiso para ganar tiempo, pero nadie podía creerlo, ya que habían rechazado las medidas de autodefensa elementales que provenían no sólo de las filas de la Plataforma de Izquierdas –veníamos pidiendo controles de capital desde el principio–, sino también de personas de su propio equipo.

Con el acuerdo de 20 de febrero de Syriza abandonó su repudio del segundo memorándum de la Troika y en su lugar lo prorrogó durante cuatro meses, hasta el 30 de junio de 2015, con la promesa de honrar todos los pagos a los acreedores; Por otra parte, los fondos de rescate de 7.2 millardos de € especificados por el Memorando sólo se entregarían si Grecia llevaba a cabo todas las medidas: recortes de pensiones, despidos, etc. Nunca estuvo del todo claro lo que Tsipras y Varoufakis estaban negociando durante aquel primer período de tres semanas. ¿Cambiaron sus demandas?

Estaban negociando lo que llamaban un «programa puente» para llegar hasta junio. Esperaban que no fuera acompañado por las mismas condiciones. Querían ganar tiempo hasta el verano, porque sabían que los pagos de la deuda serían inferiores después, ya que la mayor parte de los pagos en 2015 se debían realizar entre febrero y agosto. La táctica de Varoufakis fue negociar permanentemente, con lo que poco a poco se aflojarían los grilletes del Memorando. Se tomaba en serio lo de llevar el juego del gallina hasta el límite más alejado posible, porque creía realmente que Schäuble y el Eurogrupo harían concesiones sustanciales, ya que el coste ideológico para ellos sería si no demasiado grande. Pero pasaba por alto completamente la asimetría de la situación: tras la aparente sofisticación de todas las teorías de juegos se halla una falta de realismo político elemental.

Naturalmente, Schäuble y el resto de los ministros de Finanzas se atuvieron a la letra del acuerdo del 20 de febrero: ni un céntimo del préstamo de 7.2 millardos de € de «rescate» hasta que hubieran visto totalmente cumplidas las medidas del Memorando. Aun así, ¿el gobierno de Syriza ha mantenido los pagos de intereses?

Sí. Tsipras no consiguió nungún dinero de la Eurozona durante todo ese período. Por eso Syriza se apropió de todas las reservas en efectivo de las instituciones públicas –hospitales, escuelas, municipios, universidades– para entregárselas al FMI y al BCE, como pago de los intereses cumplidos cada mes. Y así, los 7,2 millardos de € se pagaron exclusivamente con cargo a reservas nacionales; Grecia fue el único país en el mundo que ha pagado su deuda pública de esa manera. Ningún líder griego había hecho eso antes, aunque, por supuesto, ni a Papandreou ni a Samaras se le habían negado los fondos de rescate. Pero es instructivo que Tsipras prefiriera entregar ese dinero antes de considerar la posibilidad de una ruptura.

Schäuble dijo de Tsipras en el momento del acuerdo de febrero de 2015: «Me gustaría ver cómo vende esto en casa». ¿Cómo lo hizo?

Quitándole importancia. El discurso de Tsipras y sus seguidores parecía sugerir: «Es algo que nos han impuesto contra nuestra voluntad; aunque hicimos todo lo posible, no había otra opción. Pero ya que va en contra de nuestras creencias, desplegaremos toda la inventiva de los descendientes de Ulises para eludir y socavar esas condiciones, para trampear y torcerlo en algún sentido positivo dentro de las limitaciones existentes. Sí, lo hemos aprobado formalmente, pero en lo más hondo de nosotros mismos, no creemos en el documento que firmamos». Ésta era la versión oficial: «Se trata de un golpe de estado; puede que hayamos cometido errores, pero esencialmente somos las víctimas». Tsipras se lo dijo poco más o menos así a Costas Lapavitsas en abril de 2015, justo después de que Varoufakis hubiera enviado la segunda lista de reformas, que incluían medidas que podían tener un severo efecto recesivo. Cuando Lapavitsas se lo indicó a Tsipras, éste respondió: «Mira, diremos que vamos a hacer eso, ¿pero crees realmente que lo haremos?» Cuando el Eurogrupo dijo que los griegos no eran serios, había en ello cierta parte de verdad. Es como la astucia del subalterno que dice: «Sí, por supuesto», pero luego trampea. Tsipras estaba jugando a ese juego. Así es como vendió al electorado su capitulación en septiembre de 2015.

¿Cómo describiría las relaciones de Syriza con los medios de comunicación griegos?

Ése es un punto clave. Usamos el término diaploki –literalmente, «interconexión»– para describir la colusión de intereses privados y públicos cuyo centro geométrico son los medios. Por supuesto es un fenómeno mucho más amplio, probablemente mundial. Los periódicos y canales de televisión griegos pertenecen a empresarios que hacen negocios con el Estado y tienen relaciones directas y privilegiadas con los políticos. No hace falta decir que los medios de comunicación fueron masivamente hostiles a Syriza durante su ascenso. La cobertura de la campaña electoral de 2012 tenía efluvios latinoamericanos, con las cadenas de televisión transmitiendo un mensaje golpista: ése no es un partido de gobierno legítimo, haremos cualquier cosa para evitar que llegue al poder. El nivel de violencia simbólica era increíble. El tono de la cadena pública, la ERT, era más mesurado, pero siempre ha sido dirigida por los sucesivos gobiernos: cogestionada, si se quiere decir así, por Nueva Democracia y el PASOK. Con el fin de conseguir un trabajo allí, incluso el de limpiador, había que estar en la lista de uno de los dos partidos. Eso es perfectamente normal en Grecia; se aplica a la mayor parte del sector público.

La figura clave en la estrategia de Syriza con respecto a los medios ha sido el colaborador más cercano de Tsipras, Nikos Pappas. Su padre fue una figura destacada del KKE (Interior), y desempeñó un papel importante en la insurrección estudiantil de 1973; se convirtió en funcionario del partido a tiempo completo después de la caída de la Junta, siempre en su facción más derechista, muy europeísta. En la década de 1990 su hijo estaba activo en el Synaspismos Juvenil, donde conoció a Tsipras; son de la misma edad.

Estudió economía en Escocia y consiguió un trabajo en el aparato del partido cuando regresó a Atenas. Pappas quedó esencialmente a cargo del trabajo sucio. Se las arregló para explotar la delicada relación de los magnates de los medios con la ley y los bancos. Muchas de esas pandillas nunca pagaban sus impuestos y le debían mucho dinero al Estado. Ni siquiera la radiodifusión pública seguía los procedimientos legales; no había ningún proceso de licitación. Sus empresas están muy mal gestionadas, ninguna es realmente rentable; deben miles de millones a los bancos. Por eso un gobierno les puede chantajear fácilmente, amenazándoles con cortar sus líneas de crédito, etc. Sabían que si Syriza llegaba al gobierno podían verse en peligro. Pero Syriza también quería un modus vivendi, y Pappas rápidamente comenzó a hacer tratos. «Usted debe dinero, lo que está haciendo es ilegal; Tengo información de que está en la Lista Lagarde –es decir, con cuentas no declaradas en bancos suizos–; así pues, usted va a contratar a diez personas de mi confianza, y sus medios de comunicación dirán esto y lo otro». Ese tipo de cosas se han institucionalizado totalmente. Llegar a un acuerdo con los medios de comunicación formaba parte de la forja de un acuerdo estable y permanente con la burguesía griega. Políticamente hablando, ése era el centro de todo el proyecto.

¿Pero no han seguido comportándose de forma absolutamente injuriosa los canales de televisión privados?

Realmente no. El cambio se produjo en 2014 con las elecciones europeas y regionales, en las que triunfó Syriza. A partir de ese momento no había duda de que iba a ganar las próximas elecciones generales, y la actitud de los principales medios de comunicación privados cambió. La línea ahora era: Tsipras es más razonable de lo que la gente piensa, pero necesita deshacerse de su ala radical más incorregible, en particular de la Plataforma de Izquierdas. Lo mismo parecieron pensar los medios internacionales.

Mientras tanto, la ERT había sido cerrada por Samaras en el verano de 2013, ¿no es así?

Cierto, en cuestión de horas. Lo anunciaron a las cinco de la tarde y la cerraron a las nueve, creo. La emisión concluyó, pero la policía antidisturbios no entró para evacuar el edificio hasta noviembre, de modo que el edificio permaneció ocupado durante varios meses y se convirtió en un concurrido centro para todo tipo de movilizaciones, conciertos, manifestaciones… Los empleados crearon un canal de televisión alternativo, que siguió funcionando on-line después de que la policía cerrara los transmisores. Fue extraordinario: un gran edificio central permanentemente ocupado por sus trabajadores, que estaban desarrollando un modelo de información alternativo. Si Syriza hubiera tenido la voluntad política necesaria, podría haber convertido aquello en algo que habría cambiado la dinámica de la situación, pero no lo hizo. Lafazanis fue la única figura importante de Syriza que visitaba el edificio todos los días.

En abril de 2015 Syriza volvió a abrir la ERT y re-contrató a la mayoría de las personas que habían sido despedidas, pero volvió al modelo de una antigua empresa de radiodifusión controlada por el Estado. La figura que designó para ejecutarlo, Lambis Tagmatarchis, era un miembro ornamental del corrupto grupo de los medios del PASOK durante los años de Simitis y Papandreou. No hubo ninguna intervención de la troika para hacer que lo nombrara. Fue una decisión totalmente independiente.

¿Qué aspectos positivos de su programa llevó a la práctica el gobierno de Syriza entre enero y julio de 2015?

Muy pocos. El nivel de la actividad legislativa descendió hasta extremos sin precedentes. Durante ese primer período no se aprobaron más de diez o doce proyectos de ley. La mayoría eran positivos, pero muy limitados: un paquete mínimo para hacer frente a la crisis humanitaria, aproximadamente una sexta parte del paquete anunciado en el programa de Tesalónica, incluida la reconexión de la electricidad, pero centrándose casi exclusivamente en los casos más desesperados; la cuota de entrada al hospital de 5 € –una medida del Memorando muy odiada– fue desechada; las prisiones de alta seguridad fueron abolidas, lo que fue positivo; también de derogó la reforma del código de la nacionalidad. Los atrasos en el pago de impuestos podían saldarse ahora en un centenar de pagos mensuales –esos atrasos eran enormes, de alrededor de 90 mil millones de €, o la mitad del PIB–; pero esa medida fue revocada parcialmente por el Tercer Memorando. En algunos casos, los ministros de la Plataforma de Izquierdas pudieron impulsar algunas iniciativas. Por ejemplo, Lafazanis bloqueó la privatización de la tierra alrededor de El Pireo y de la empresa nacional de la energía.

¿Qué papel jugó la Plataforma de Izquierdas en la crítica pública a la dirección?

En mi opinión, no hicimos lo que deberíamos haber hecho. Dado que las figuras más conocidas de la Plataforma de Izquierdas estaban en el Consejo de Ministros, estaban absorbidas por sus responsabilidades ministeriales y no podían jugar el mismo papel político público que antes. Tratamos de sustituirlas mediante la promoción de otras personas que tenían más libertad para expresarse, pero no fue fácil. Sin embargo, todos los debates internos durante ese período fueron muy públicos: cuando los sitios web de la Plataforma de Izquierdas criticaban las decisiones del gobierno, lo que era frecuente, se convertía en noticia de primera plana. En cada etapa estábamos dispuestos a discutir sobre lo que pensábamos de la situación. Atacamos ferozmente el acuerdo del 20 de febrero en el Comité Central, y dejamos claro que no íbamos a aceptar ninguna rendición.

El Comité Central se reunió sólo tres veces entre enero y julio; la última reunión, después de la capitulación, fue un fracaso total. Aun así, las mociones de la Plataforma de Izquierdas consiguieron el 40 por ciento de los votos en la primera reunión, y el 44 por ciento en la segunda, lo que significaba que otras corrientes estaban apoyando nuestras posiciones. Esas enmiendas eran auténticos textos alternativos que expresaban nuestro desacuerdo total con lo que hacía el gobierno. Nuestro propósito consistía en atraernos a toda la izquierda del bloque mayoritario, incluida no sólo una parte del Grupo de los 53, sino también figuras como Zoe Konstantopoulou, Manolis Glezos o los maoístas; incluso personas como Yiannis Milios, que aun siendo anticapitalista se negaba a cualquier discusión sobre la necesidad de abandonar el euro. La Plataforma de Izquierdas actuó pues como polo de atracción, especialmente entre las bases, pero el propio partido no jugó un papel significativo. La Plataforma de Izquierdas no reaccionó a la marginalización del partido como debería haber hecho. Deberíamos haber presentado nuestro propio programa alternativo. Acordamos en abril preparar un texto y Lapavitsas había comenzado a trabajar en él, pero la dirección de la Plataforma de Izquierdas nunca le dio la luz verde. Y luego nos vimos superados por los acontecimientos en junio y el período previo al referéndum.

¿Cuáles eran los puntos principales del programa?

Hubiera sido una hoja de ruta concreta articulada en torno a las cuatro medidas que hemos planteado constantemente desde el inicio de la crisis: impago de la deuda, nacionalización de los bancos, imposición de controles de capital y preparación para una moneda alternativa, en ese orden. También habría supuesto la adopción de medidas legislativas unilaterales: el restablecimiento de la legislación laboral, estableciendo una tasa especial sobre el capital para demostrar una clara voluntad política. La luz verde nunca llegó, creo, porque eso habría significado que los cuatro ministros de la Plataforma de Izquierdas abandonaran el gabinete. Pero se deberían haber preparado al menos para abandonarlo. La dirección de Tsipras fue implacable, mientras que nosotros nos ateníamos a las reglas: argumentando en las secciones y en el Comité Central, publicando material en nuestros sitios web, organizando eventos… Pero habían marginalizado al partido y no rendían cuentas a nadie. El proceso de toma de decisiones quedaba sellado en el interior del gabinete: en realidad ni siquiera en su totalidad, sino en los círculos informales alrededor de Tsipras y Dragasakis, lo que mosotros llamamos el «para-centro del poder». Para mí era más fácil ser más abierto, forzar los límites de lo que se podía decir, ya que no era miembro del gobierno; pero deberíamos haber abierto otros frentes, librando una guerra no convencional.

Es cierto que esto habría necesitado un apoyo más amplio, más allá del partido. He estudiado un buen número de situaciones latinoamericanas buscando puntos de comparación y reflexión. En Chile, donde la izquierda de la Unidad Popular trató de movilizar a la gente más allá de los aparatos partidarios, la revista Chile Hoy jugó un papel importante en el reagrupamiento de las personas a la izquierda del Partido Socialista con los movimientos sociales, elementos de la izquierda radical cristiana, de la extrema izquierda, etc. Ese tipo de posibilidades son necesarias para poner en práctica una estrategia no convencional que realmente pueda desestabilizar a la dirección. No quiero minimizar nuestra responsabilidad colectiva, ni tampoco la mía personal; pero hay otros responsables del fracaso. La coalición Antarsya de extrema izquierda tiene algunos activistas potencialmente muy interesantes y podrían haber contribuido, pero eran demasiado sectarios. Para los sectarios, los más cercanos a ellos aparecen siempre como el mayor obstáculo, por lo que en lugar de tratar de construir algo con nosotros –y cuando la confrontación final se acercaba, tratar de desbloquear la situación–, se pasaban el tiempo denunciando a la Plataforma de Izquierdas con más fuerza que a la propia dirección de Syriza. Y por supuesto, el sectarismo extremo del KKE ha contribuido a la evolución negativa desde 2010 en adelante. Se podría haber evitado la coalición con los Griegos Independientes si en 2012 el KKE hubiera aceptado una línea mínimamente unitaria con Syriza. Eso habría reagrupado a todas las fuerzas de izquierda surgidas de la matriz comunista en una nueva dinámica política, que en esas circunstancias habría tenido posibilidades reales. Eso es exactamente lo que el KKE no quería, porque habría abierto una dinámica más imprevisible de lo que podían imaginar.

Otra tarea consistía en ayudar a aclarar los costes-beneficios económicos reales de abandonar el sistema del euro, para que los griegos pudieran tomar una decisión informada.

Sí. No soy althusseriano, pero en este caso la noción de obstáculo epistemológico es válida. El mantra del europeísmo de izquierdas, la creencia en un «buen euro», bloquea cualquier comprensión de cuáles podrían ser las alternativas. Un nivel de experiencia técnica es obviamente necesario en este caso; incluso si eso significa que no sea fácilmente accesible para el público en general, el conocimiento de su existencia actúa poderosamente como argumento en la opinión pública. Eso es también necesario, y no debe seguir siendo una discusión entre expertos. Ésa fue la responsabilidad de la Plataforma de Izquierdas, y nuestro balance es mixto. Hicimos buena parte del trabajo, en el sentido de que todo el mundo sabía desde el principio de la crisis que nos parecía que la solución tenía que involucrar la salida del euro y una confrontación total con la Troika y la oligarquía griega. Hemos luchado coherentemente sobre esa base desde 2010. Sin embargo, no hemos podido proporcionar una visión alternativa adecuadamente elaborada y un contra-programa que desencadenara un debate público más amplio.

¿Fue clara la Plataforma de Izquierdas en su momento con respecto a la postura de Tsipras durante ese período?

Desde el principio sabíamos que la capitulación era una opción posible. Nuestro cálculo era que el Eurogrupo y la Troika podrían querer humillar tanto a Tsipras que incluso él diría que no, o que se podrían crear condiciones en las que tendría que hacerlo porque iban demasiado lejos. Pero juzgamos mal la temporalidad del proceso: la guerra de desgaste a la que recurrió el gobierno, con todas aquellas pseudo-negociaciones, duró meses. Después del acuerdo del 20 de febrero se impuso un clima de pasividad y agotamiento. También subestimamos los efectos concretos y simbólicos de apoderarse de las reservas de las instituciones públicas para pagar la deuda hasta que no quedó nada en las arcas públicas. Cuando ya no había dinero no sé lo que podríamos haber hecho, incluso si hubiéramos tomado el control de la situación. Deberíamos haber reaccionado en aquel momento, pero no lo hicimos. Cuanto más cerca estábamos del momento crítico, catártico, que era el referéndum y la capitulación que le siguió, menos posibilidades teníamos de controlar la situación.

Cuando se anunció el referéndum pensamos que nuestro enfoque había ganado la partida. Habíamos apostado a que, llegados a un punto muerto, Tsipras tomaría finalmente una iniciativa de este tipo y que liberaría energías. Eso es exactamente lo que ocurrió durante aquella semana loca: el referéndum desencadenó una radicalización en toda la sociedad que se expresó en la votación. A finales de junio Tsipras estaba dispuesto a aceptar el ultimátum del Eurogrupo, pero había un estado de ánimo rebelde en todas partes, no sólo dentro del partido, sino también fuera de él, y no podía capitular sin ofrecer al menos un simulacro de batalla. Eso era el referéndum para él. Pero él no había anticipado lo radical que sería, con controles de capital, los bancos cerrados, la gente haciendo cola para conseguir en los cajeros automáticos un máximo de 60 € al día.

La manifestación del viernes 3 de julio en Atenas –antes del domingo del referéndum– fue una de las mayores de la historia griega. Fue extremadamente impresionante, no sólo en número sino en su espíritu combativo y estado de ánimo. El movimiento de las plazas también había atraído a mucha gente, pero el estado de ánimo era entonces más disperso y menos militante. Ahora era una multitud politizada, llamando a la batalla. Aquella noche Tsipras se dirigió al otro lado de la oficina del primer ministro, la Mansión Máxima, que está cerca de la plaza Syntagma. Cuando entró en la avenida que conduce a la plaza, la multitud se extendía a lo largo de kilómetros, hasta el Hotel Hilton. Una inmensa multitud lo llevó a Syntagma, en un triunfo accidental de estilo Perón. El resultado fue que Tsipras se asustó mucho físicamente. Empezó a sudar y cortó el discurso que había preparado en tres cuartas partes. Iba a ser una charla de cuarenta minutos y habló sólo durante ocho, improvisando sobre lo mucho que les gusta Europa a los griegos y demás zarandajas. El ambiente era exactamente el que el enfoque de la Plataforma de Izquierdas había pretendido, pero llegaba demasiado tarde, tanto en términos de las posibilidades materiales que existían en aquel momento como en el sentido de que, para Tsipras, aquello era realmente un epílogo, una prepararación para la capitulación final, una forma de decir que él había jugado todas las cartas posibles y había demostrado que no se podía hacer nada más.

¿La dirección de Syriza estaba dividida sobre el referéndum?

Sí. Los elementos más corruptos o derechistas del gabinete estaban en contra de convocarlo. Dragasakis se oponía ferozmente; Stathakis habló en su contra; Panousis, el ministro del Interior de la época, también se oponía. Pensaban que el riesgo era doble. En primer lugar, el de que la situación se saliera de control y Tsipras se viera impugnado, aun entendiendo que no era ése el propósito. En segundo lugar, eran conscientes de la inminencia de la capitulación y pensaban que un referéndum no haría más que incrementar sus costes. Hablé con algunos intelectuales cercanos a Dragasakis que publicaron en aquel momento un texto en la prensa griega pidiendo a Tsipras que cancelara el referéndum. Así pues, introduciéndonos en la mente de Alexis Tsipras vemos que la situación estaba en un punto muerto, que el plazo del 30 de junio estaba a punto de cumplirse, que ya había hecho su mejor intento de capitulación con el texto de 47 páginas que presentó a finales de mayo; el Eurogrupo lo había rechazado y respondió con el paquete Juncker, exigiendo esencialmente que Grecia aceptara todas las condiciones de la Troika. Era un ultimátum: lo tomas o lo dejas. Y claramente, dentro del partido se palpaba que la gente no estaba dispuesta a aceptarlo. Lo mismo ocurría con la opinión pública de manera más general: parlamentarios de Syriza y ramas locales estaban recibiendo mensajes desde más allá de los círculos de activistas. La gente estaba muy enojada con las negociaciones del Eurogrupo, miles de personas firmaron llamamientos en las redes sociales diciendo: «¡Tsipras, vuelve ahora! ¡Toma el siguiente vuelo!» La idea del referéndum estaba en el aire, impulsada en realidad por algunos miembros del gobierno, no especialmente por nosotros.

¿No había tenido esa idea ya antes Yorgos Papandreou, en 2011?

Sí, en cierto modo. Pero también Tsakalotos y otros habían dicho: «¿Por qué no un referéndum sobre la austeridad, si se trata de eso?» En cuanto a Tsipras, la única certeza que tenemos es que sólo piensa acerca de las tácticas. Hay dos posibilidades que no se excluyen mutuamente: La primera es que pensaba que podía conseguir lo que dijo: una señal más del apoyo popular para mejorar su posición en las negociaciones. La pregunta planteada sería lo suficientemente vaga –No o Sí al paquete Juncker– como para no plantear la cuestión de la ruptura con el euro. Él debió de imaginar que se llevaría a cabo en una atmósfera relativamente controlada y calmada; subestimó por completo el efecto del cierre de los bancos, la escasez de divisas, etc., cuando el BCE elevó la presión cortando el mecanismo de financiación de emergencia a los bancos. La tensión subió de repente el lunes 29 de junio con los bancos cerrados. En aquel momento estaba claro, pienso, que Tsipras esperaba que ganar el Sí, o en todo caso que venciera el No por un margen muy estrecho.

La segunda posibilidad es que ya hubiera tomado la decisión de firmar el Tercer Memorando pero creyera necesaria una muestra de valentía en el último momento para legitimarla; para poder decir: «Miren, yo he usado todas las armas que teníamos y no he podido conseguir más; no hay otra alternativa». Así pues, ésas eran sus intenciones. La verdad es que se sentía totalmente abrumado por la dinámica desatada por el referéndum. Era como el aprendiz de brujo que ha liberado fuerzas que luego tienen su propia dinámica autónoma. En unas pocas horas demolió todos los puentes y el enfoque orientado al consenso que había estado construyendo durante tres años. Quizá lo más útil del engañoso documental en YouTube de Paul Mason, #ThisIsACoup –¡aunque por supuesto no fuera un golpe!– sea la grabación de lo conmocionadas y asustadas que estaban las figuras clave del gobierno cuando vieron los resultados del referéndum, la escala del voto Oxi [NO]. Dice mucho de lo que esas personas tenían en mente. Y el contraste entre ellos y el jubiloso Varoufakis que, en su forma políticamente poco fiable, estaba sin embargo dispuesto a ir un paso más allá. Al final Varoufakis no aceptó la capitulación –no estaba listo para eso, a pesar de estar en contra de la salida del euro, o al menos muy reacio a considerarla. Por eso es por lo que se fue.

Después del extraordinario 61 por ciento de Noes en el referéndum del 5 de julio, no sólo Tsipras, sino casi todos los diputados de Syriza votaron por la capitulación: sólo dos parlamentarios de Syriza votaron en contra y otros ocho se abstuvieron. ¿Fue eso una sorpresa? ¿Hubo alguna represalia contra ellos por parte del público, después de una votación tan explícita?

No fue una sorpresa; pero sí, generó un trauma enorme. Activistas del distrito de Fócida, cerca de Delfos, un área relativamente pobre, me contaron que en los pueblos pequeños los representantes Syriza salían de casa a las 5:00 a.m. y regresaban muy tarde para evitar encontrarse con nadie. Se avergonzaban. En Atenas la gente del partido no apareció en sus puestos de trabajo durante días, porque no podían dar la cara a sus colegas. Figuras muy conocidas no se atrevían a ir de compras en sus propios barrios. Grecia se convirtió en un país de locos en el que el 6 de julio se nos pedía olvidar lo que había sucedido el día anterior; ¡en el que el primer ministro se reunía con la parte vencida y aceptaba todos sus términos! Desde el 14 de julio en adelante, después de la última reunión del Eurogrupo, el partido empezó a desintegrarse y sus miembros a dejarlo en masa. Syriza es ahora una sombra de lo que fue. Nunca había sido un partido de masas, hablando con propiedad, y el número máximo de miembros que alcanzó fue de 35.000. Como punto de comparación, Nueva Democracia cuenta con 400.000 miembros registrados; el PASOK tenía aún más antes de 2009. La mayoría de los activistas lo han dejado; los que se quedaron en Syriza o bien tienen algún tipo de puesto gubernamental o trabajan para el partido. Ha perdido totalmente su base sindical, que se pasó a la Unidad Popular. El único sector social en el que Syriza no tuvo apenas pérdidas fue el académico, como efecto de la estatización, la descomposición ideológica y la eurofilia loca que forma parte de la condición simbólica de cualquier profesor universitario griego.

Syriza aprobó el Memorando en agosto. Tsipras convocó inmediatamente elecciones para el 20 de septiembre. Teniendo en cuenta el resultado del referéndum, ¿por qué le fue tan mal a la Unidad Popular en las elecciones?

En primer lugar, deberíamos haber actuado más rápido. Tuvimos una reunión privada de la Corriente de Izquierda, el principal componente de la Plataforma de Izquierdas, el 16 de julio, y allí tomamos la decisión de abandonar Syriza. Pensamos que se reforzaría nuestra posición si esperábamos hasta que el memorando fuera realmente aprobado, declarando: esto es algo que no se puede aceptar. Pero fue un error táctico retrasarlo hasta agosto, una vez que se habían convocado las elecciones. Tsipras manipuló evidentemente el calendario para convocarlas el día después de la aprobación del Memorando, así que teníamos sólo cuatro semanas para poner en marcha una nueva formación política. El electorado no sabía lo que era la Unidad Popular. La gente podía identificar a Lafazanis como una figura, pero en los centros de votación decían: «¿Quiénes son estos?», y muchos se sorprendían al saber que habíamos dejado Syriza. Otro factor clave fue que, incluso después de la ruptura, no presentamos ningún programa alternativo desarrollado. Hubo una falta de confianza por parte de la dirección central de la Unidad Popular; se comportaron como si todavía fueran la oposición interna de Syriza. No se habían liberado suficientemente de esa línea de pensamiento y esa práctica.

Ésas son algunas de las razones. Otra fue la desmoralización reinante. Las personas que estaban totalmente en contra de lo que había sucedido simplemente se quedaron en casa el día de las elecciones. La participación cayó a un mínimo histórico. Tsipras ganó con sólo 1,9 millones de votos. En comparación, el PASOK había conseguido más de 3 millones en 2009. La Unidad Popular no es una fuerza insignificante. Cuenta con más de 5.000 miembros, con un núcleo militante diversificado: el grueso de sus fuerzas proviene de la Plataforma de Izquierdas, pero también hay una corriente del Grupo de los 53 de Syriza, que incluye figuras importantes de las campañas en favor de los inmigrantes y de los derechos sociales, y los llamados althusserianos de Antarsya. Pero se ve debilitada por el hecho de no tener representación en el parlamento, lo que significa que los medios no están obligados a tenernos en cuenta. Eso conlleva también, por supuesto, consecuencias financieras; el partido es mucho más débil en términos de recursos que de capacidad combativa. Sin embargo, incluso en ocasiones como el reciente aniversario de la insurrección de la Politécnica o las protestas sociales, la Unidad Popular ha demostrado que tiene una mayor capacidad de movilización que la más o menos «Nueva» Syriza, como podríamos llamarla.

¿Cuáles son los términos del Tercer Memorando que la «Nueva» Syriza está impulsando ahora?

Grecia es ahora un semi-protectorado: una especie de Kosovo a lo grande. Hay un nuevo paquete de austeridad, con más recortes e impuestos, para una economía que ya ha perdido una cuarta parte de su PIB. El gobierno griego ha perdido su poder legislativo, ya que cualquier proyecto de ley tiene que ser aprobado por el Cuarteto antes de ser presentado al Parlamento. En cuanto al poder ejecutivo, el órgano de recaudación de impuestos, la Secretaría General de Ingresos Públicos, es ahora totalmente «independiente» del gobierno elegido y está en realidad controlado por personas nombradas de Bruselas. Los decretos emitidos por la Secretaría tienen el mismo valor que las decisiones del Consejo de Ministros, según dice el Memorando. Luego está el Consejo de Disciplina Fiscal, con cinco miembros, que funciona en la misma línea. No tiene que rendir cuentas a ninguna autoridad gubernamental, está estrechamente vigilado por el Cuarteto y puede imponer recortes en los gastos si sospecha que puede haber una desviación de los objetivos fiscales, que exigen un 3,5 por ciento de superávit desde 2018. Privado de sus palancas, el Estado griego también está siendo despojado de sus restantes activos. Los aeropuertos ya han sido vendidos a una empresa alemana, cuyo principal accionista es el estado federal de Hesse. Los bancos se han vendido esencialmente a fondos buitre. Los embargos de viviendas recomenzarán este mes de febrero. Syriza está muy orgullosa de las medidas obtenidas que supuestamente protegerán al 25 por ciento de las hipotecas; lo que significa que el 75 por ciento restante quedan expuestas a la recuperación por los bancos.

El gobierno de Tsipras está tratando de ganar tiempo demorando las negociaciones, especialmente sobre la reforma de las pensiones, un tema explosivo porque las pensiones son ya muy bajas en Grecia; además, para cientos de miles de hogares, que a menudo abarcan dos o tres generaciones, constituyen la única fuente de ingresos. Syriza está jugando con los plazos impuestos por el Cuarteto: primero diciembre, luego enero; cada nuevo plazo se presenta como una especie de victoria. Luego está la agricultura. Grecia es el último país de Europa occidental con un sector primario significativo: alrededor del 10 por ciento de la población activa son agricultores en pequeña escala. Existe un plan deliberado de eliminar este sector mediante el exceso de impuestos, para reestructurarlo, concentrarlo y abrirlo a los agronegocios, hasta ahora casi inexistentes en Grecia. El tipo de capitalismo griego a pequeña escala que ha existido durante décadas está siendo eliminado también en los servicios. La costa está siendo vendida a precio de saldo, ya sea para operaciones inmobiliarias o a la industria turística a gran escala; en Grecia el sector turístico está dominado principalmente todavía por empresas familiares. El objetivo es una Grecia con mano de obra barata, sin derechos sociales y algunas ruinas y playas. Una mezcla de Bulgaria y Túnez, con el régimen político de Kosovo, como ya he dicho. Ése es el futuro que Syriza está propiciando.

Así pues, ¿cabe decir que Syriza se ha calzado los zapatos del PASOK como partido griego representante del centro-izquierda neoliberal?

El PASOK fue en otro tiempo algo mucho mejor. Durante mucho tiempo la gente lo asociaba con importantes mejoras sociales: el Estado del Bienestar construido en la década de 1980 y la profunda democratización de entonces. A diferencia de otros países europeos, los últimos años 70 y primeros 80 fueron una buena época en Grecia. Había una confianza real en que podríamos seguir nuestra propia vía de cambio social e independencia nacional. Fue un período creativo; los avances en campos como el derecho laboral y la educación se encuentran entre los más progresistas de Europa. Había una sensación de optimismo que se prolongó durante décadas; incluso en la década de 2000 todavía significaba algo, a pesar de la corrupción. La corrupción también produce gente corrupta; el PASOK corrompió la sociedad griega y las clases populares, y el efecto fue devastador. Pero luego el PASOK fue devorado por los memorandos. Son como Molochs que necesitan constantemente nuevos sacrificios. A este respecto, Syriza relevó al PASOK de Yorgos Papandreou como iguiente víctima sacrificial.

¿A quién puede comparar Tsipras ahora como figura política? ¿Cuál es la diferencia entre él y Renzi, por ejemplo?

Renzi no viene de la izquierda; nunca pretendió ser una figura radical. Tal vez se podría comparar a Tsipras con Achille Occhetto, el líder del Partido Comunista Italiano que liquidó toda la tradición del partido. Occhetto visitó la sede de la OTAN en Bruselas y dijo: «Éste es el centro de la paz mundial». Visitó Wall Street y dijo: «Éste es el templo de la civilización». Son cosas que ningún socialdemócrata, y ni siquiera un conservador, diría nunca . El marxista italiano Constanzo Preve señaló que los antiguos izquierdistas que se desintegran internamente tienden a dejar de creer en nada. Después de haber tomado decisiones que los sitúan en una posición en la que la totalidad de su marco de valores está abocada a colapsar, llegan a hacer cosas que ningún político socialdemócrata burgués o de derechas intentaría. Al igual que los antiguos nomenklaturistas del COMECON, que dirigieron las reformas neoliberales más feroces, cuando su mundo interior se derrumba se convierten en portadores de un nihilismo que los hace capaces de cualquier cosa con el fin de mantenerse en el poder. Tsipras, que construyó toda su posición política con la promesa de abolir los memorandos, ahora se ha convertido en su leal servidor.

En el nihilismo político pueden suceder cosas asombrosas. El gobierno de Syriza se ha convertido en uno de los más agresivos de la región. El giro pro-israelí en Grecia fue iniciado por Konstantinos Mitsotakis en la década de 1990, y luego profundizado por Simitis y Papandreou. Syriza había prometido romper la cooperación militar con los israelíes. En los primeros siete meses hubo intentos de menor importancia de desarrollar cierta independencia en la política exterior, pero en las relaciones con Israel se mantuvo una continuidad discreta. Ahora el Ministerio de Asuntos Exteriores ha emitido un comunicado expresando su desacuerdo con la política de la UE de etiquetar de forma diferente los productos de los Territorios Ocupados. Tsipras visitó Jerusalén y la reconoció como la capital de Israel; ni siquiera los estadounidenses han hecho eso. En septiembre del año 2015 Grecia participó en un ejercicio militar a una escala sin precedentes en el Mediterráneo oriental, con Israel, Egipto, los EE.UU. y Chipre. Es una orientación estratégica: están entrando en pánico por la situación en la región y piensan que alinearse con los estadounidenses y los israelíes proporciona cierta seguridad. Esto es lo que quiero decir al hablar de nihilismo: Schäuble pidió recortes de pensiones o embargos de viviendas para entregarlas a los bancos, pero nunca pidió sumisión a Netanyahu.

¿Qué lecciones debería extraer la izquierda europea de la experiencia de Syriza?

En primer lugar, que es imposible luchar contra la austeridad o el neoliberalismo en el marco de la unión monetaria existente y, muy probablemente, de la Unión Europea como tal. Una ruptura es indispensable. En segundo lugar, la práctica política de los partidos de la izquierda radical necesita vitalmente articular la política parlamentaria con movilizaciones populares; cuando éstas se pierden, aquélla se hace inane, y en realidad refuerza el actual colapso de la política representativa. En tercer lugar, se necesita una reinvención adecuada de una visión anti-capitalista amplia de la sociedad; ni un retorno a las viejas recetas, ni una tabula rasa mítica.

Era previsible que la derrota en Grecia se propagara como una onda de choque negativa al resto de Europa. Aunque hay otros factores involucrados, creo que ha jugado un papel en que Podemos diga que no va a romper con el euro, ni siquiera con el Pacto de Estabilidad, y que haya revisado su posición sobre la deuda. En la actualidad, ni siquiera plantea una ruptura con la austeridad como condición para la colaboración a nivel gubernamental. Iglesias dice que de lo que se trata es de elevarse por encima del hombro del PSOE y de orientar la socialdemocracia hacia la izquierda. Los portugueses han extraído una conclusión similar; allí el impacto de la derrota de Syriza es aún más evidente. Puedo entender que el acuerdo alcanzado por el Bloque de Izquierda y el Partido Comunista portugués con los socialistas era hasta cierto punto un movimiento táctico, dado que la derecha había perdido su mayoría en el Parlamento y se trataba de permitir a los socialistas hacerse con el gobernalle; de lo contrario la derecha se pondría de nuevo al mando. Pero para las formaciones de la izquierda radical es un error fundamental asumir una línea que para la socialdemocracia es meramente complementaria. No necesitamos que los partidos radicales de izquierda lleguen a un acuerdo con la socialdemocracia para limitar las ejecuciones hipotecarias, aumentar el salario mínimo en 50 €, cancelar algunas redundancias en el sector público, etc. Si realmente creemos que eso es lo mejor que podemos conseguir, habría que operar dentro del marco de la socialdemocracia y tratar de obtener algunas mejoras concretas. Sin embargo, para una corriente política que supuestamente tiene una visión alternativa para la sociedad, aceptar eso como horizonte puede equivaler a renunciar a esa visión.

Ése es el peligro al que el resto de la izquierda radical se enfrenta en Europa ahora, tras el intento fallido de Syriza: el peligro de renunciar a la propia idea de un cambio más radical. Pero no todo el mundo llega a las mismas conclusiones. Mélenchon ha organizado debates en París sobre la necesidad de un Plan B. Creo que ha llegado a conclusiones más correctas a partir del caso griego, y ha denunciado la capitulación de Tsipras. Ahora habla abiertamente de la necesidad de que todos los partidos de la izquierda radical europea elaboren planes alternativos que incluyan la opción de dejar el euro y la preparación para una confrontación a gran escala. Hay una conferencia similar en Madrid organizada por la izquierda de Podemos –Anticapitalistas– y otras fuerzas de la izquierda radical en España, que también incluye parte de la izquierda radical catalana, etc. Así pues, hay fuerzas que están sacando las conclusiones pertinentes.

La paradoja del caso griego es que, a pesar de que terminó en desastre, en algunos momentos nos dio una idea de lo que podría ser una alternativa. La secuencia del referéndum fue vital para relanzar el proceso de radicalización popular. Mostró una manera apropiada de combinar el éxito electoral y la movilización popular. Fue un acontecimiento importante: la primera vez que un pueblo ha respondido «No» a un ultimátum de los poderes gobernantes de Europa, al menos a esa escala. Debemos permanecer fieles al significado de ese evento y rechazar la narrativa dominante que nos pide que finjamos que nunca ocurrió.

 

1La Plataforma de Izquierdas era un bloque dentro de Syriza dirigido por Panagiotis Lafazanis, Ministro de Energía en el primer Consejo de Ministros de Tsipras desde enero hasta julio de 2015. Él y los otros 25 parlamentarios de la PI rompieron con el partido en agosto de 2015.

2El Parlamento elige al presidente griego con una mayoría cualificada, que Samaras no tenía.

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