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The Dead (Dublineses): de literatura a cine sensible

Antonio Ruiz

Hace más de treinta años vimos una película cuyos últimos diez minutos de metraje nos deja sorprendidos y abocados a pensar, necesariamente, en lo que allí se dice y muestra. No tenemos noticias de que se haya vuelto a proyectar en cines comerciales, si en televisión, pero siempre pensamos que la única forma de discernir si la cinta ha mantenido en el tiempo ese cine-arte, que en su momento captamos, solo era posible en la sala oscura que es donde se puede conseguir la complicidad espectador-espectáculo. Casualmente, esta semana la hemos podido ver en la Filmoteca de Catalunya y comprobar lo mencionado.

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James Joyce escribió en 1914 una obra de quince relatos que tituló Dubliners, el último y más largo que subsume la esencia del resto lo tituló “The Dead” (Los muertos). Algunos de sus principales personajes son mencionados en su posterior obra Ulises, incluso un experto en Joyce argumenta que el principal personaje del relato, Gabriel Conroy es la vía del autor para exponer su ímpetu ético crítico, ante la paralización mental y social de su ciudad, Dublín.

John Huston hacía años que quería realizar la adaptación cinematográfica del relato de Joyce: «Estoy adaptando un cuento de Joyce que tenía pensado llevar al cine desde hace 30 años pero, con tantos filmes que he tenido que hacer para poder pagar a mis ex mujeres y médicos, hasta ahora no había sido posible».

A la edad de 80 años, en los primeros meses de 1986, inicia el rodaje. Siempre había pensado realizarlo en Dublín pero su precaria salud no se lo permitió y fue realizado en unos estudios de Los Ángeles. La dirigió en silla de ruedas y mascarilla de oxígeno. Murió en agosto de ese mismo año, sin apenas tiempo de montarla, a pocos días de cumplir 81. Su estreno comercial fue en 1987. En la ficha técnica consta el nombre de su hijo, Tony Huston, como guionista y también sabemos que fue las manos y piernas de su padre cuando este ya no podía, pero es de suponer que después de tantos años pensando en realizar el relato en cine y siendo un reconocido guionista, tenía claro como “transmitir” el texto en imágenes.

John Huston, “personaje” original y hombre de cine (director, guionista, actor), dirigió su primera película El halcón maltés (1940-41), obra homónima de Dashiell Hammett , causando un gran impacto por la forma de exponer la historia y creando un estilo propio que pasó a llamarse “cine negro”.

Huston realizó 37 películas de géneros diversos en 40 años. Siempre interesantes las personales y no tanto las de encargo, pero nosotros nos quedamos con la primera por su impactante estilo que aún perdura, y con la última que nos ocupa; por ese regalo de despedida donde consigue transmitirnos esa sencilla y sutil sensibilidad humana.

Título: The Dead (Dublineses en España)

Dirección: John Huston. Guión: Tony Huston. 1987. 81minuto.

Argumento: El día de la Epifanía de 1904 está a punto de empezar una de las fiestas más concurridas de Dublín, la de las señoritas Morkan. Entre los invitados se encuentra Gabriel Conroy, sobrino de las anfitrionas y marido de la hermosa Gretta. Esa noche, los invitados disfrutan de una magnífica velada. Gabriel, muy enamorado de su esposa, observa la emoción de Gretta cuando suena una antigua canción de amor. De vuelta a casa, ella le confiesa un secreto.

El texto de Joyce apenas tiene cuarenta páginas: van llegando los invitados en una noche fría de invierno con nieve y frio, mucho frio. Es una fiesta con música de piano, bailes, cena con pavo y discurso… Una cena tradicional en casa de tres solteras (las tres gracias, dirá el sobrino en su discurso) con familiares, amigos y conocidos. Durante la velada se mantienen conversiones sobre temas recurrentes: religión, pro Irlanda, pro ingles y mucho güisqui los varones. Todo como se supone que debía ser la clase media en el Dublín de principios del siglo XX.

La acción va transcurriendo de forma dinámica, correctamente realizada, y uno piensa que se trata de eso, exponer la vida y costumbres de esas personas en lugar y tiempo pero, al llegar el final de la velada en que se van despidiendo, Gretta, la mujer del sobrino Gabriel, el protagonista del relato, al bajar las escaleras se detiene con una expresión de sorpresa y lejano recuerdo sensitivo, al escuchar una voz de tenor cantando una antigua canción, el marido, que la espera al final de la escalera, la observa en la penumbra.

A partir de este momento se introduce en la narración un elemento suprasensible para Gabriel, que hace que todo parezca igual pero ya no es lo mismo. Más tarde, cuando lleguen al hotel ella contará, llorará, y dormirá, él no, tiene mucho que pensar.

Lo importante del relato a partir de un hecho, es transmitir cinematográficamente que nosotros ya no somos espectadores, somos y sentimos como el protagonista, nos arrastra a identificarnos con la voz en off (pensamientos de Gabriel). Ya no vemos igual la narración dada desde el principio, nos ha imbuido, subsumido la historia. La grandeza y dificultad de la película, no está en lo que se cuenta la pareja, que no deja de ser algo común, si no en conseguir, desde el principio, que sin saberlo nos ha ido introduciendo ante una situación que aislada seria banal y en el devenir nos plantea un pensamiento universal.

La película recoge el noventa por ciento del texto de Joyce, hay algún personaje pequeño añadido y adaptación escénica, el resto, incluido los diálogos, es igual. Es más, el texto utiliza la vox en off del protagonista, y en la película, que sería más fácil pero menos creativo, sólo aparece en la última escena cuando la cámara capta el exterior y no su rostro, precisamente es en esta última escena, mientras vemos caer la persistente nieve, cuando reflexionamos en el tiempo histórico que va muriendo: el siglo XIX, las cosas, las personas, las costumbres… En el texto está todo, pero, en nuestro caso, no nos llega con la fuerza de la película, y esto en cine, sinceramente, es muy difícil.

Escena final de Dublineses

 

Antonio Ruiz 7/01/21

 

 

 

 

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