A propósito de la invocación de la posición del Lenin sobre el derecho de autodeterminación
Recientemente, en un intercambio hecho público, Alberto Garzón respondió a Pau Llonch, que le echó en cara un texto de Lenin para recriminarle su rechazo a un referéndum unilateral y sin garantía, que él no estaba por las sagradas escrituras sino por el análisis concreto de la situación concreta. No es una respuesta inadecuada; invita a no caer en la patrística y menos cuando ésta se reduce al recordatorio descontextualizado de escritos supuestamente “canónicos”. Sin embargo, no hay porque no tomar en consideración el pensamiento y la acción de Lenin en su conjunto –no en la foto fija de un momento– como parte de la tradición de la izquierda, que no se ha de tomar como receta pero sí como experiencia acumulada. Lo malo del asunto es que a Lenin se le acostumbra, en esta cuestión, a recordar por una imagen fragmentada de la reflexión de un momento, entre 1913 y 1917, cuando en sus habituales polémicas políticas enfatizó de manera particular la consideración de que el derecho de autodeterminación significaba el reconocimiento de la igualdad de las naciones, en derechos, y por tanto también el de la constitución de una nación como estado independiente, separándose si era el caso de aquel al que hasta entonces había estado integrado.
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