Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Entrevista a Carlos Marx

R. Landor

Entrevista a Carlos Marx por R. Landor

New York World, 18 de julio de 1871.

Londres, 3 de julio .- Me encargaron averiguar algo acerca de la Internacional Association, y he tratado de hacerlo. La empresa resulta particularmente difícil en este momento. Indiscutiblemente, Londres es el cuartel general de la asociación, pero los ingleses están asustados, y en todas partes huelen algo internacional, igual como el Rey Jaime creía sentir por doquier olor a pólvora después del famoso complot (1) . Como era de suponerse, la conciencia de la Sociedad se ha incrementado a causa de las suspicacias del público, y si es que los que la dirigen tienen algún secreto que guardar bien un secreto. He visitado a dos de sus más importantes miembros, he hablado con uno de ellos libremente, y aquí les doy a ustedes lo esencial de mi conversación. He corroborado que es una sociedad de auténticos trabajadores, pero que estos trabajadores están dirigidos por teóricos sociales y políticos de otra clase. Uno de los hombres que entrevisté, miembro prominente del consejo, estaba sentado en su banca de trabajo durante nuestra entrevista, y de vez en vez interrumpía nuestra conversación para recibir una queja, presentada en tono nada cortés, de uno de los muchos clientes de la vecindad que lo empleaban. Escuché a este mismo hombre pronunciar elocuentes discursos en público inspirados en cada frase con la energía del odio a las clases que se autodenominan sus amos. Entendí los discursos después de este vistazo echado a la vida doméstica del orador. Seguramente él sentía que tenia cerebro de sobra para organizar un gobierno obrero, y sin embargo se veía obligado a dedicar su vida a las tareas más repulsivas de una profesión mecánica. Era orgulloso y sensible y sin embargo a cada paso tenia que responder con una inclinación a un gruñido y con una sonrisa a una orden que en la escala de las nuevas maneras se hallaba al mismo nivel que el llamado de un cazador a su perro. Este hombre me ayudó a vislumbrar uno de los aspectos de la naturaleza de la Internacional, el resultado del trabajo contra el capital, del obrero que produce contra el intermediario que disfruta. Aquí estaba la mano que golpeará duro cuando llegue el momento, y por lo que toca a la cabeza que proyecta, creo que también la vi, en mi entrevista con el Dr. Karl Marx. El Dr. Karl Marx es un doctor en filosofía (2) alemán, con una amplitud alemana de conocimientos derivada tanto de la observación del mundo viviente como de los libros. Debo pensar que nunca ha sido un obrero en el sentido ordinario del término. Su casa y su aspecto son los de un miembro acomodado de la clase media (3). La sala a la que fui introducido la noche de mi entrevista habría resultado muy confortable para un próspero agente de bolsa que ya hubiera hecho carrera y estuviese empezando a hacer fortuna. Representaba el confort personificado, el apartamento de un hombre de gusto y de posibilidades, pero sin nada en él peculiarmente característico de su propietario. Un hermoso álbum de vista del Rin sobre la mesa, sin embargo, daba un indicio de su nacionalidad. Atisbé cautamente en el florero sobre una mesita buscando una bomba. Olfateé tratando de descubrir petróleo, pero el aroma era el aroma de las rosas. Me arrellané cautelosamente en mi asiento, y aguardé melancólicamente lo peor. El ha entrado y me ha saludado cordialmente, y estamos sentados frente a frente. Sí, estoy tete-a-tete con la revolución encarnada, con el verdadero fundador y espíritu guía de la sociedad Internacional, con el autor del aviso en el que se le advirtió al capital que si se oponía al trabajo debía esperar ver su casa quemada hasta el tejado, en una palabra, con el apologista de la Comuna de París. ¿Recuerdan ustedes el busto de Sócrates, el hombre que prefiere morir antes de profesarles fe a los dioses de la época, el hombre con aquella fina línea de perfil para la frente que acaba ruinmente al final en un rasgo respingado y curvado como un gancho dividido en dos que forma la nariz? Visualicen mentalmente este busto, coloreen la barba de negro, salpicándola aquí y allá con algunos mechones grises; coloquen esta cabeza sobre su cuerpo corpulento de mediana altura, y el doctor está ante ustedes. Pongan un velo sobre la parte superior del rostro y podrían estar en compañía de un miembro de la junta parroquial. Descubran el rasgo esencial, la inmensa frente, y al momento sabrán que tienen que vérselas con la más formidable de todas las fuerzas compuestas: un soñador que piensa, un pensador que sueña. Otro caballero acompañaba al Dr. Marx, un alemán también, creo, aunque por su gran familiaridad con nuestro idioma no puedo estar completamente seguro (4) . ¿Era un testigo del lado del doctor? Eso creo. El Consejo (5), al tener noticia de la entrevista, pudiera pedir al doctor un informe sobre la misma, porque la revolución es ante todo desconfiada de sus agentes. Aquí, pues, estaba su evidencia como corroboración. Yo fui derecho a mi asunto. El mundo, dije, parecía estar a oscuras acerca de la Internacional, odiándola mucho, pero incapaz de decir claramente qué es lo que odia. Algunos, que afirman haber atisbado en la penumbra algo más que sus vecinos, declaran haber descubierto una especie de busto de Jano con una limpia y honrada sonrisa de trabajador en una de sus caras y en la otra una mueca criminal de conspirador. ¿Quería él aclarar el misterio que encubre la teoría? El profesor rió, un poco halagado según sospeché, ante el pensamiento de que estuviésemos asustados de él. "No hay ningún misterio que aclarar, querido señor" , comenzó, en una forma muy pulida del dialecto de Hans Breitmann, "excepto tal vez el misterio de la estupidez humana en aquellos que perpetuamente ignoran el hecho de que nuestra asociación es pública y que los más completos informes de sus actividades se publican para todos los que quieren molestarse en leerlos. Usted puede comprar nuestros reglamentos por un penique, y un chelín invertido en folletos le enseñará acerca de nosotros casi tanto como nosotros mismos sabemos.

Landor: Casi… Sí, quizá sí; ¿pero no será acaso lo poco que no llegue a conocer lo que constituya el misterio más importante? Para ser muy franco con usted, y para poner el asunto tal como lo ve un observador ajeno a él, este general clamor de desprecio contra ustedes debe significar algo más que la ignorante mala voluntad de la multitud. Y todavía es pertinente preguntar, incluso después de lo que usted me ha dicho, ¿qué es la Sociedad Internacional?

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Nicolai Bujarin

A modo de introducción

        Aunque sea poco conocido,  el debate entre la oposición de derecha y la de izquierda en el movimiento comunista internacional, rotundamente encarnadas por Nikolai Bujarin y león Trotsky, respectivamente, que tuvo su mayor vigencia en la segunda mitad de los años veinte con un antes y un después, tuvo y tiene su traducción española. Lo tuvo en el POUM, caracterizado como “trotsko-bujarinista” por el infortunado periodista soviético Mijhail Koltzov (1), y lo ha vuelto a tener, bajo otras perspectivas entre sectores de la intelectualidad marxista crítica ligada proveniente de la tradición comunista, y el sector más ligado con el trotskismo, más específicamente con lo que fue la LCR, por no hablar de otras posibles resonancias.

       En  caso del POUM que recogió todas las disidencias del PCE, el “bujarinismo” está estrechamente ligado a Maurín y la Agrupación Comunista madrileña liderada por Juan Portela y Julián Gorkin (2), en tanto que el trotskista lo está con Nin y Juan Andrade, todos ellos cofundadotes del PCE. Tanto Trotsky como Nin acusaron una y otra vez a Maurín de “bujarinista”, aunque lo cierto es que éste fue expulsado del Komintern por negarse a condenar a Trotsky, y  conoció una potente radicalización a raíz del ascenso del nazismo al poder. La acusación se fundamentaba tanto en la actitud de Maurín ante el Komintern como por  el criterio que guiaba la formación del “Bloque Obrero y Campesino” (BOC), como una organización más amplia que un parido comunista.

       Sin embargo, este criterio fue aplicado por Maurín en un sentido más clásico, y el BOC no tuvo nada que ver con  el “Kuomintangnismo” ni nada por el estilo, sirvió para integrar justamente a los “bujarinistas” madrileños, y también a los comunistas independentistas como Jordi Arquer y Josep Rovira, que habían organizado pequeñas formaciones de este signo en Cataluña. En el POUM, Portela representó siempre al sector más afín con el PCE y el Frente Popular (y opuesto al trotskismo,  en el sentido de que había que estar “por encima” del dilema Stalin-Trotsky, un criterio en el que abundó especialmente  Gorkin en sus diatribas contra Trotsky en relación a la línea a seguir durante la guerra y la revolución). La presunción  (expresada entre otros por el avieso Antonio Elorza en Queridos camaradas), según la cual, de haber permanecido Maurín al frente del POUM durante la guerra habría actuado en la misma línea que Portela tiene dos argumentos en contra, primero, Maurín fue el principal teórico de la Alianza Obrera y del POUM, segundo, que su discípulo  “Pep” Rebull se mostró muy crítico con actuaciones de Nin, como lo fue colaborar con la Generalitat y defendió una opción que los componentes de la Cuarta Internacional dentro del POUM, vieron como próxima a la suya (3).

       Pienso que el reconocimiento que obtuvo Bujarin en los años setenta tiene mucho que ver con las tentativas de un “comunismo democrático” en partidos comunistas como el italiano. No hay que olvidar que Togliatti, aunque se plegó a Stalin para  salvar la vida había mostrado sus simpatías con Bujarin, y que otros líderes comunistas como Angelo Tasca y el propio Gramsci, se encontraban en esa misma línea (4). Como es sabido, el líder de la revolución húngara de 1956, Imre Nagy, había sido afín a Bujarin, y la huellas de éste –en su fase del socialismo a paso de tortuga, manteniendo la alianza obrero-campesina de la NEP-, se pueden encontrar bajo diversas formas en cierto titoismo (que en Cataluña representó Joan Comorera), en Alexander Duceck, y otros disidentes. Durante la “perestroika”, sectores muy significativos de los partidos comunistas europeos, y muy significativamente del PSUC, llevaron a cabo una extensa campaña que comprendía no solamente la exigencia de su “rehabilitación” (concepto equívoco donde los haya), sino también su revalorización. Seguramente la expresión más acabada de esta campaña fue la biografía de Bujarin escrita por el reconocido historiador y sovietólogo norteamericano Stephan F. Cohen, sobre la cual se incluye en este “dossier” un trabajo crítico escrito por Tamara Deutscher, la compañera de Isaac Deutscher, y colaboradora de E. H. Carr.

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El miedo suma…. 77

Sergio Cararo

El miedo suma…. 77

Sergio Cararo*

Pensiones, precariedad, decisiones de política militar, Tren de Alta Velocidad, privatizaciones, distanciamiento entre representación política y realidad social. La contradicción entre las expectativas y la realidad crece impetuosamente. El gobierno Prodi y los poderes fuertes aceleran el paso pero temen las repercusiones. La normalización del cuadro político pasa a través de la criminalización de las luchas o de los sujetos disonantes. Por eso, se rescata de los armarios la demonización de los movimientos de los años 70, evocando continuamente unos espectros que tendrían todas las posibilidades para materializarse.

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Fascismo y antifascismo en la cultura comunista. La resistencia antifascista y la internacionalización del movimiento comunista

Alejandro Andreassi Cieri

Universitat Autònoma de Barcelona1

Domenico Losurdo señala en su libro Il revisionismo storico, que la Resistencia contra el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial también fue blanco de la oleada ensayística e historiográfica revisionista que, principalmente desde los años ochenta del siglo pasado, se dedicó a demonizar el arco revolucionario que iniciado en 1789 se extendió hasta las luchas revolucionarias y anticoloniales de la segunda mitad del siglo XX.2 Las consecuencias nefastas del régimen de Stalin en la URSS, con los gulags y los crímenes cometidos en nombre de la revolución, fueron presentadas por ese pensamiento conservador como “pruebas” de la “perversidad originaria” inscrita en el propio proyecto e ideario emancipador moderno desde su arranque con la Revolución francesa, y por lo tanto todos los acontecimientos que estuvieran vinculados fáctica o ideológicamente con él debían ser igualmente condenados, o al menos reducidos en su jerarquía moral.3 Esa devaluación de la lucha antifascista responde a clichés confeccionados durante la Guerra Fría, confeccionados por los intereses ideológicos de uno de los bloques más que por el rigor académico, ya que no se detienen en la complejidad de las relaciones políticas nacionales e internacionales del período de entreguerras, donde la instauración de las dictaduras fascistas con su exaltación de la violencia, su militarismo y racismo exacerbaron los enfrentamientos en el seno de las sociedades europeas o crearon nuevas tensiones. Es por ello que la intención de este texto es la de explorar las relaciones que mantuvo el movimiento comunista con el problema del fascismo y concretamente con la resistencia antifascista, para ofrecer otra visión de esa etapa de la historia europea.

1. Definiciones del fascismo

Puede considerarse que el combate antifascista de los comunistas conoce dos etapas diferenciadas por la definición que hacen del fascismo. La primera, desde 1922 hasta 1935; se caracterizaría porque no establecen mayores diferencias entre fascismo y capitalismo, siendo el primero y la democracia parlamentaria dos formas de dictadura capitalista y por lo tanto la lucha antifascista sería un momento más del enfrentamiento histórico entre capital y trabajo que se resolvería con el derrocamiento revolucionario del capitalismo. La segunda etapa se iniciaría con la celebración del VIIº Congreso de la IC, en 1935 y finalizaría en 1945.4 En esta, en cambio, se establecerían ciertas diferencias entre ambos sistemas, por lo que no todos los sectores favorecidos por el capitalismo lo serían por el fascismo, lo que permitiría una amplia alianza de estos con la clase obrera para poder enfrentar a los sectores capitalistas monopólicos, ultranacionalistas y militaristas, por ende más agresivos, representados por el fascismo.

Zinoviev, en el IV Congreso de la COMINTERN (diciembre de 1922), definiría al fascismo como la forma en que se manifestaba la ofensiva política que la burguesía emprendía en el ámbito de la economía contra la clase obrera, como una guardia blanca que, al mismo tiempo intentaba ganar el apoyo de las clases medias urbanas y rurales así como de algunos sectores obreros decepcionados por los fracasos de la democracia liberal.5 Con él coincidiría, Clara Zetkin, en el pleno del Comité Ejecutivo de la IC (23/6/1923), agregando que el fascismo era un fenómeno típico del capitalismo en crisis, que expresaba el recurso a la violencia de las clases dominantes frente al fracaso del Estado burgués tradicional para defender sus intereses y del movimiento obrero revolucionario. Siguiendo ese hilo argumental, Karl Radek proponía considerarlo como “contra-revolución preventiva”.6 Eran declaraciones que se ajustaban a la promoción por la Comintern (IC) del Frente Único Proletario como respuesta al descenso de la oleada revolucionaria inmediata a la revolución de Octubre y al ascenso del fascismo, junto al fortalecimiento de regímenes autoritarios en varios países europeos.

Estas tesis sobre el fascismo serían influidas por el clima de hostilidad de los gobiernos europeos hacia la URSS, ya que además del enfrentamiento ideológico, o alimentado por él, los líderes conservadores de Gran Bretaña y Francia rechazaban cualquier acuerdo con la URSS si no reconocía la deuda contraída por el régimen zarista y no ofrecía reparaciones a los propietarios afectados por las nacionalizaciones decretadas por el gobierno revolucionario. Las presiones de las derechas británicas y francesas, a las que se sumaron las de la Standard Oil, cuyos intereses eran respaldados por el gobierno norteamericano, devolvieron a los soviéticos la impresión de que no cesaba la amenaza de una alianza ofensiva, similar a la experimentada durante la guerra civil de 1918.1920. Al rechazo diplomático a la URSS se agregaban las declaraciones favorables al fascismo de personalidades próximas o pertenecientes a esos mismos ámbitos políticos y culturales, que reforzaban la concepción del fascismo como una gran ofensiva, que en defensa del capital, pretendía acabar con el primer estado socialista y con todo el movimiento revolucionario internacional.7 Winston Churchill se referirá a Mussolini en los siguientes términos en su discurso ante la Liga Antisocialista británica, el 18 de febrero de 1933: “El genio romano personificado por Mussolini, el más grande legislador vivo, ha demostrado a muchas naciones cómo se puede resistir al avance del socialismo y ha señalado el camino que puede seguir una nación cuando es dirigida valerosamente. Con el régimen fascista, Mussolini ha establecido un centro de orientación por el que no deben dudar en dejarse guiar los países que están comprometidos en la lucha cuerpo a cuerpo con el socialismo”.8 También los medios políticos liberales norteamericanos saludarán al dictador italiano con estos términos: “Este es el momento del pragmatismo, no del dogmatismo- del realismo, pero de un realismo que puede también ser rico en ideas espirituales, y yo quiero dejar registrado en el inicio de este libro sin pretensiones mi fe en Benito Mussolini, el gran premier italiano, y en el fascismo, el fruto de su maravilloso cerebro, como la expresión más elevada de la filosofía pragmática de gobierno, cuya fórmula invariable es la pregunta «¿Esto funciona?»-”.9 Ludwig von Mises, pope del liberalismo, “… veía en el squadrismo mussoliniano un «un remedio momentáneo dada la situación de emergencia» y adecuado al objetivo de salvar la «civilización europea»: «El mérito de tal modo adquirido por el fascismo vivirá eterno en la historia»”.10

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ROSA LUXEMBURGO: UNA HEROÍNA DE LA REVOLUCIÓN

      Nota introductoria. “A lo largo del  pasado año hemos asistido a toda clase de eventos relacionados con el centenario de Hannah Arendt. Se han publicado trabajos biográficos, se han publicado “dossiers” en los diarios, y se han organizado numerosos debates. Sin embargo,  tal como mandan los cánones establecidos en la coyuntura cultural dominante, solamente en algún caso se ha hecho referencia a sus posicionamientos “consejistas” (una corriente surgida en el seno de los primeros partidos comunistas –sobre todo en el holandés y en el alemán- que situaba a los consejos obreros como alternativos a los sindicatos y al parlamentarismo, y entre cuyos representantes se pueden citar el joven Lukács, Karl Korsch, Otto Rühle, Hermann Gorter, etc),  y apenas si se ha citado la amistad de Marthe, su madre, con Rosa Luxemburgo, a la que Hannah admiró profundamente. Una muestra de esta vinculación la encontramos en este trabajo –con el que podemos polemizar en algún que otro punto como en el del marxismo de Rosa-, que hemos recuperado de El desafío de Rosa Luxemburgo, editado en Proceso, Buenos Aires, 1972, junto con trabajos de Bertand D. Wolfe, Gilbert Badia, León Trotsky, Lenin (el libro está precedido por una cita suya: “Rosa Luxemburgo fue y seguirá siendo un águila”), J.P. Netl, John Knieff, Daniel Bensaïd, Alian Nair, Michael Lowy y Paul M. Sweezy…El texto de Hannah fue traducido de la reviste Preuves, París, noviembre, 1967. PGA”. 

      

        La biografía monumental, al estilo inglés bien docu­mentada, cargada de notas y generosamente sembrada de citas- es uno de los géneros más admirables de la historiografía, y fue un rasgo de genialidad por parte de J. P. Nettl elegir la de Rosa Luxemburgo, cuya vida podría. parecer la menos indicada para este tipo de empresa (1). En efecto, se trata de un género clásico apto para relatar la vida de grandes hombres de estado o de personajes importantes, y Rosa Luxemburgo no tiene nada en común con ellos. Aun en su propio medio, el del movimiento socialista europeo, ella ha sido más bien un personaje marginal que conoció contados mo­mentos de esplendor o de gloria, y su influencia tanto por sus acciones como por sus escritos, apenas puede compararse con la de sus contemporáneos, Plekhanov, Trotsky y Lenin, Bebel y Kautsky, Jaurés y Millerand.

       Muy joven aún, Rosa Luxemburgo abandonó su Po­lonia natal, para entregarse a una intensa actividad en el partido socialdemócrata alemán; continuó desem­peñando un papel decisivo en la historia tan descuidada y mal conocida del socialismo polaco, y durante casi veinte años fue el personaje más discutido e incom­prendido de la izquierda alemana. Cabe preguntarse cómo Nettl ha logrado llevar a cabo su propósito tra­tándose de una mujer que, si bien actuó con tanto em­peño en el ámbito de la política europea de su tiempo. nunca fue reconocida oficialmente. En realidad, el éxito o el fracaso de una biografía al estilo inglés no sólo depende de la gloria del personaje elegido, o del inte­rés que pudo revestir su existencia; en este género literario la historia no se toma como el inevitable fondo de determinada vida humana, sino que se trata de lo­grar que la luz incolora de una época histórica se re­fracte a través del prisma representado por una fuerte personalidad, de manera que el espectro resultante ofrezca una coherencia perfecta, lograda mediante la unión de una existencia y un mundo. Dicho de otra manera, el éxito parece ser una condición previa para el buen resultado de una obra de este tipo. y es preci­samente el éxito -aun en su propio universo, el de la revolución- lo que le ha sido negado a Rosa Luxem­burgo durante su vida, en la hora de su muerte, y aun después. ¿Será que el fracaso en que terminaron todos sus esfuerzos, por lo menos en lo que respecta al lugar que se le reconoce oficialmente, está, de un modo u otro, ligado al siniestro fracaso de la revolución en este siglo? ¿No veríamos la historia con una luz diferente si la observáramos a través del prisma de su vida y sus obras?

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Trotsky en los años treinta

Pepe Gutiérrez-Àlvarez

En los años treinta, León Davidovich Bronstein era la encarnación viviente del “espíritu de Octubre”, el par de Lenin, apartado de la primera línea de la vida política por un tercer exilio, subestimado por un dictador en ciernes que acabaría removiendo mar y tierra para asesinarlo. Trotsky era la mayor leyenda revolucionaria de aquel tiempo, hacía tiempo que Lenin y Rosa Luxemburgo habían muerto, Gramsci estaba neutralizado en una cárcel fascista (1), apenas si se sabían cuatro cosas de Stalin al que desde hace tiempo se le publicitaba como el sucesor de Lenin. Esta leyenda se había forjado en una intensa actividad militante que se remontaba cuanto menos a la revolución rusa de 1905, cuando llegó a ser el presidente del soviet de Petrogrado, y desde entonces sobresalió como un socialista de izquierdas, escritor y polemista, políglota, amén de destacado internacionalista durante la Gran Guerra durante la cual ejerció como agitador y periodista, viajó por Europa, con una parada en España y Estados Unidos donde su huella fue especialmente importante.

Se trata de un revolucionario cuyo talante contradice los tópicos reaccionarios, ya que salvo cuando dirigió el Ejército Rojo, nunca tuvo otras “armas” que sus ideas, su pluma y sus palabras. Los que en los últimos años han tratado infructuosamente de encontrar en su trayectoria, en plena guerra civil por ejemplo, una muestra de crueldad, tienen que limitarse a señalar que firmó tal o cual documento, actos cuyas consecuencias, a la larga, fueron otras que las previstas, cosa que en el marco del drama de aquellos tiempos puede entenderse y explicarse (2). Como todo el mundo sabía, su nombre fue inseparable de la revolución rusa fue noticia –alarmante y siempre denostada- en los periódicos de todo el mundo. Fue un desbordante comisario del pueblo para Asuntos Exteriores en 1918 y, a continuación, de Asuntos Militares y Navales, de 1918 a 1925. Desde 1923 dirigió movimientos de oposición a la deformación, y luego contra la creciente deformación de la revolución llevada a cabo por la burocracia soviética.

Como teórico marxista, la aportación más reconocida de Trotsky fue la teoría del “desarrollo desigual y combinado y la doctrina acorde de la "revolución permanente”. Con la teoría de la “revolución permanente” desafió la opinión de que un prolongado período de desarrollo capitalista debe seguir a una revolución antifeudal, durante la cual gobernaría la burguesía o cualquier otra combinación de fuerzas sociales (por ejemplo, la “dictadura revolucionaria y democrática de los obreros y campesinos”) como sustitutivo. Por otros caminos, Lenin adoptó en las Tesis de abril de 1917 una línea semejante a estas concepciones (por eso fue tildado de “trotskista”) y las puso en práctica en la revolución de Octubre en contra de la línea tradicional del Partido Bolchevique, defendida en la época por Kamenev, Zinoviev y Stalin…

Otra de las características del pensamiento de Trotsky es el rechazo de las falsas pretensiones que hacen del marxismo un sistema universal que proporciona la clave de todos los problemas. Se opuso a los charlatanes que adoptaban el disfraz de marxismo en la esferas tan complejas como la “ciencia militar”, y combatió los intentos de someter la investigación científica, la literatura y el arte en nombre del marxismo, ridiculizando el concepto de “cultura proletaria”. Subrayó el papel de los factores no racionales en la política (“En la política no hay que pensar de forma racional, sobre todo cuando se trata de la cuestión nacional”) y desechó las grandes generalizaciones cuando se olvidaban de lo más concreto, de los individuos. Lector voraz y políglota, marxista de gran cultura en la tradición de Marx y Engels, ensayista, crítico literario, historiador, economista, etc., Trotsky se granjeó muchos enemigos entre aquellos cuyo marxismo combinaba la estrechez y la ignorancia con una propensión a plantear exigencias fantásticas, revistió tales características que hicieron exclamar a Marx: “No soy marxista”.

Su evolución desde finales del siglo XIX hasta sus últimas aportaciones sobre la Segunda Guerra Mundial está marcada por continuas rectificaciones y audacias que a veces entran en abierta tensión con sus esquemas militantes, obsesionados por dar respuesta a una situación política trágica que desborda, con mucho, la extrema debilidad organizativa del movimiento que contribuyó a crear. Hay múltiples Trotsky: normalmente volaba como un águila, pero en ocasiones lo hacía también mucho más bajo, una diferencia que estaba muy determinada por la proximidad o la lejanía del tema que abordaba, un factor perfectamente verificable por sus torpezas y limitaciones….

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Guerra y anarquismo en Rusia

Pepe Gutiérrez-Àlvarez

El rechazo libertario al “comunismo” no proviene –ni mucho menos- de la revolución de Octubre, que fue saludada con entusiasmo por todos ellos. Proviene de unos acontecimientos y unas medidas que no se pueden comprender fuera del análisis de lo que significó la guerra civil.

Repasando algunos de los trabajos publicados sobre lo que podemos llamar la “cuestión anarquista en la revolución rusa”, todo parece indicar que entre éstos y la corriente derivada del bolchevismo (los comunistas) no exista más posibilidad que el diálogo de sordos. Cierto es que sí por “comunistas” se entiende la historia oficial estaliniana, no hay mucho que hablar.

En ella, los anarquistas suelen ser olvidados, o catalogados –en el mejor de los casos- como una variante menor del populismo o del izquierdismo, y como tales fueron triturados por la marcha triunfal de una historia que, como finalmente se ha visto, caminaba hacia la descomposición y la destrucción, y no solamente del estalinismo ya que en su caída ha comprometido la propia idea de socialismo y de la revolución. La consecuencia de esta caída no ha beneficiado las alternativas democráticas del socialismo, sino que ha dado lugar a una hegemonía neoconservadora tan apabullante que la historia social ha llegado a semejar un túnel sin salida. Una anécdota que encuentro significativa me la brindó un viejo amigo libertario al que, casualmente, me encontré que salía de una tertulia de radio, allá por la mitad de los años noventa. Cuando me explicó algo de la discusión, me confesó bastante turbado: “Chico, al final he tenido hasta que defender que no todo en Stalin había sido malo…

No pude por menos que decirle aquello de “Quién te ha visto, y quién te ve”, pero el asunto era serio. La prepotencia neoliberal ha acabado situando a toda la izquierda radical en el banquillo de la historia. Baste anotar a título de ejemplo los comentarios de Hugh Thomas, comparando a Durruti con Ben Laden. Se ha creado una historia oficial neoconservadora en la que el comunismo es el Gulag, y punto. Así lo certifican en el Babelia (04-06-05) que reseña el libro de Anna Applebaum, Gulag, y otros. A lo largo de un amplio “dossier” con este pretexto, no hay la menor referencia antecedente zarista, ni a la “Gran Guerra”, tampoco a la guerra civil, ni al cerco internacional. Ni media palabra sobre el esquema de Octubre justificado como prólogo de una revolución europea…Con el Gulag se ha querido condenar la revolución francesa de 1789, y hasta el insigne Vargas Llosa lo utilizó como admonición en un acto internacional sobre el “apartheid”, advirtiendo a los líderes nacionalistas que no fueran a crear un Gulag, ¿y qué dientres era lo que había existido antes?.

La conversación con mi amigo fue o más o menos por el siguiente cauce. Después de casi un siglo de historia, hay que constatar que el triunfo de la revolución social no se ha mostrado precisamente como un camino tan fácil y lineal, tal como pudieron llegar a la creer los clásicos. Por lo tanto, el proceso histórico que le acompaña, lejos de resultar breve. Tal como se puede comprender desde la actual situación reaccionaria, puede abarcar un tiempo histórico muy dilatado. Desde este punto de vista, la impaciencia revolucionaria puede haber sido en muchos casos una manera de confundir los sueños con la realidad, todo un peligro al decir certero de Rosa Luxemburgo. Nos ha tocado un momento en el que, si bien sigue siendo meridiano que el capitalismo conlleva la barbarie y pone en peligro la propia supervivencia de la especie humana (de la animal, no hablemos), sin embargo, no existe ninguna alternativa que aparezca tan evidente como la combinación de socialismo y libertad, que para aplicarse tendría que hacerse sobre el cadáver del egoísmo propietario.

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La configuración inicial del “trotskismo”

Pepe Gutiérrez-Álvarez

No han falta voces que –al igual que con el “caso” de la guerra española-, han mostrado su “hartazgo” ante nuevas reediciones sobre el gran dilema comunista entre estalinismo y trotskismo, a su parecer una historia ya perdida. Sin embargo, quizás ocurra –como con la guerra española- que resulta que es ahora más que antes, que contamos con la perspectiva y la “distanciación” suficiente para precisar unas cuestiones cuya importancia “histórica” está fuera duda, y que también lo está por cuento todo proceso de reconstrucción requiere un balance objetivo y preciso de los grandes nudos de una historia que continúa bajo otros imperativos.

Comencemos con dos notas. Una, Lenin polemizo con sus adversarios dentro de la socialdemocracia rusa lo mismo que con sus propios partidarios, entre otras cosas porque la polémica y la libertad de tendencias fue algo connatural al socialismo de su tiempo; segundo, no se empezó a oponer “leninismo” y “trotskismo” hasta la confrontación de la primera Oposición de izquierda con la di­rección en 1923, o sea que Lenin no tienen da que ver con este debate. Los adversarios de Trotsky se han dedicado a definir una continuidad entre la lucha política de Trotsky en esta época y el “trotskismo” de 1904 a 1917.

Se pretende que los conflictos entre Trotsky y Lenin durante estos trece años anunciaban ya el enfrentamiento que se dará a partir de 1923, todo es una misma cosa al margen de lo sucedido en los años constituyentes de la revolución. De esta manera se transfería a las polémicas de Lenin contra Trotsky al presente pretendiendo que tenían el mismo significado, Trotsky era culpable de un “pecado original”, y la “troika” pasaba a representar a Lenin agonizante (1). El conflicto se insinúa en el discurso del 15 de diciembre de 1923 de Zinoviev, aunque éste se remite todavía al “viejo trotskismo”. Poco después se estructura la publicación de tres discursos de Zinoviev, Kamenev y Stalin bajo los no muy originales títulos -sucesivamente- de ¿Bolchevismo o trotskismo?, Leninismo o trotskismo y Trotskismo o leninismo. Finalmente, Bujarin, que se encuentra en su fase más moderada (él es el teórico del “socialismo en un solo país” y del avance al socialismo “a paso de tortuga”), será el que ofrezca una mayor base teórica a esta filiación en su discurso del 13 de diciembre de 1924, y que editara con el nombre de Sobre la teoría de la Revolución Permanente.

Trotsky ofreció a menudo una afirmación similar a la que coloca al pie de página en su obra La Revolución Permanente: “En casi todos los casos, al menos en los más importantes, en que me he opuesto a Lenin, desde el punto de vista táctico o de organización, él tenia la razón” Al mismo tiempo, afirma la justeza de su “pronóstico político”, considerando, por otra parte, que no era esto lo que le separaba de Lenin verdaderamente. Lo que les enfrentaba eran “sus divergencias sobre la concepción del partido”.

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Orwell y el comunismo

Pepe Gutiérrez-Álvarez

      Desde que en la edición del domingo 22 de junio del 2003, el corresponsal de El País en Londres, Walter Oppenheimer, ofreció la crónica sobre como “Orwell delató a 38 simpatizantes comunistas”, se han dado diversas polémicas sobre este gesto final, efectuado cuando estaba enfermo de tuberculosis en el pulmón izquierdo. Orwell fue hospitalizado en junio de 1948, y aunque se recupera vuelve a recaer. Es también la época en acaba la redacción de 1984, que en un principio quiso titular El último hombre en Europa.

        La recaída le lleva a ser ingresado en el sanatorio de Graham, en el sur de Inglaterra, y fuertemente medicado, falleció el 21 de enero de 1950. Entre sus papeles se encontraron unas notas sobre los sueños que le habían obsesionado durante los dos últimos años: “A veces es el mar o la playa, más a menudo grandes y espléndidos edificios, o calles, o barcos, en los que suelo perderme, pero siempre con un peculiar sentimiento de felicidad y de estar al sol al despertar. Indudablemente todos estos edificios, etc, significan la muerte. Soy casi consciente de ello incluso soñando, y estos sueños se hacen más frecuentes cuando mi salud empeora y pierde la esperanza de recuperarme. Lo que nunca puedo entender es por qué, si no tengo miedo a la muerte (miedo al dolor y al momento de morir, pero no a la extinción), esta idea tiene que aparecer en más sueños bajo distintos disfraces” (1).

      De entre sus últimos papeles de este tiempo se encontraba un cuaderno sobre el que el gobierno británico no ha levantado el secreto oficial, y que por lo tanto se han hecho públicos. Se trata del documento FO 1110/189 (FO indica Foreign Office), ya de lectura libre en el Archivo Nacional Británico y en que se ofrece una lista de 38 "criptocomunistas”. Se trata de un cuaderno informal que en el que el escritor fue estableciendo una lista privada de ciudadanos occidentales a su parecer eran criptocomunistas o “compañeros de ruta”, según el término acuñado por Trotsky en Literatura y revolución para describir  los que hacía parte del viaje con la revolución, y luego aceptado como parte del léxico del movimiento comunista aunque ya no se trataba de la revolución sino de colaborar con la política exterior soviética, una colaboración concebida por los más idealistas como un contrapeso del nazi-fascismo, o bien de la prepotencia imperialista que continuaba subyugando a los pueblos colonizados.

      El cuaderno dejó de ser un secreto cuando fueron reseñados en la biografía autorizada, George Orwell. A life, de Bernard Crick publicada a principios de los años ochenta.  Crick defiende la lista de Orwell, argumentando que “no era distinto de los ciudadanos responsables que hoy pasan información a la brigada antiterrorista sobre personas que conocen y piensan que son activistas del IRA. Se consideraba una época muy peligrosa, el final de los cuarenta” (2). Y añadía que Orwell siempre se manifestó contrario a cualquier medida represiva contra el Partido Comunista británico. Al biógrafo le otorgaron la razón un sector de la intelectualidad británica que coincidía en la reafirmación del mito de la exis­tencia de un grupo intelectual, unido por sus vínculos con Moscú, y agrupados oscuramente en un intento sedicioso de preparar el terreno para el es­talinismo en Gran Bretaña, un temor que a finales de los años cuarenta podía hacer perder el sueño a mucha gente, pero que actualmente carece del más mínimo fundamento documental. No obstante había algo que fallaba en el razonamiento, primero por que, como se verá, ninguno de los implicados tuvo la menor relación con actividades ilegales, nada que permita una más que abusiva comparación con los republicanos irlandeses. De hecho, muy pocos entre los señalados se distinguieron como  tales “compañeros”. Solamente uno de ellos (Peter Smollet), se ha comprobado que fue ciertamente un agente soviético.

      No obstante, el cuaderno se convirtió en “gran noticia” cuando un intelectual tan orgánico –y tan bien pagado- como Timoty Garton Ash publicó en el diario The Guardian (22-06-03) una relación de 38 componentes incluidos en el documento oficial, asegurando que Orwell recurrió a la delación (según su propia definición) por su amor imposible con Celia Kirwan, militante laborista ligada a la corriente de izquierdas presidida por Aneurin Bevan (con la que Orwell estaba muy identificado tiempo atrás) y funcionaria. Fue la hija de Celia la que lo entregó a Garton Ash como si fuera una primicia. El artículo apareció en varias cadenas de prensa internacional. La prensa amarilla no desaprovechó la ocasión. Así el Daily Telegraph cuando divulgó la noticia  la tituló de la siguiente manera  en primera plana:  "Icono socialista con­vertido en un delator”.  Anotemos que normalmente el socialismo de Orwell no es algo que suela subrayar en la prensa convencional. 

      Garton Ash era lo suficientemente inteligente para no tener que destruir el “icono socialista”, la bastaba con darle la vuelta siguiendo las pautas del neolenguaje. El suyo es un Orwell mediáticamente consagrado como “el escritor que captó la esencia del totalitarismo y avistó el futuro con libros como Rebelión en la granja y 1984”. En aras de esta tentativa de un Orwell a la medida neoliberal, Garton en imponer varias maniobras con concuerdan con las tesis sobre el “final de la historia”. Desde este canon, el socialismo de Orwell no era más que una respuesta quijotesca a unos molinos de vientos (el Capital, el colonialismo británico, el fascismo, etc), que ya no existían (al menos no lo busquen en los escritos de Garton Ash). El comunismo tampoco, pero debe de estar algo más vivo porque para el popular historiador,  Orwell es ante todo un anticomunista. Y esto en el sentido que la gente como Garton le dan al concepto.

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