Guerra preventiva, americanismo, y antiamericanismo
Mito y realidad en el antiamericanismo de izquierdas
La invasión de Irak, en marzo de 2003, estuvo acompañada de un curioso fenómeno ideológico: el intento de silenciar a un movimiento de protesta sin precedentes y de grandes dimensiones, acusándolo de antiamericanismo. Con nuevas guerras asomando en el horizonte, este supuesto antiamericanismo fue y continúa siendo considerado como algo más que una posición política errónea. Es considerado como una enfermedad, un síntoma de desajuste con la modernidad y de indiferencia a los fundamentos de la democracia. Esta enfermedad –se alega- incluye a los antiamericanos de la derecha y de la izquierda y señala una de las peores páginas de la historia europea. Por lo tanto, la conclusión que se extrae es que la crítica a Washington y a la guerra preventiva representa una amenaza real. Sería fácil responder a esto señalando al antieuropeísmo, con una larga tradición detrás de él, que se instala en el otro lado del Atlántico. Es muy significativo que en este clima ideológico y político nadie recuerde el terror ejercido por le Ku Klux Klan en nombre del “americanismo puro”, o del “americanismo cien por cien”, frente a los negros y los blancos acusados de desafiar la supremacía blanca (en MacLean 1994, 4-5, 14). Así mismo nadie parece recordar la caza de brujas de McCarthy contra los sostenedores de ideas o sentimientos no americanos.
Consideremos entonces la cuestión principal. ¿Existe algún fundamento histórico para la equiparación entre antiamericanismo de izquierdas y de derechas? Evidentemente, el joven Marx declara que los Estados Unidos eran “el país de la completa emancipación política” y “el ejemplo más perfecto del estado moderno”, que aseguraba el dominio de la burguesía sin excluir a priori a ninguna clase social del disfrute de los derechos civiles (ver Losurdo 1993, 21-22). Ya puede verse en esto una cierta indulgencia: difícilmente ausentes, en los Estados Unidos las discriminaciones de clase adoptaban una forma “racial”.
La posición de Engels es aún más drásticamente pro-americana. Después de establecer una distinción entre la “abolición del estado” desde la perspectiva comunista, feudal y burguesa, agrega: “En las naciones burguesas la abolición del estado significa la reducción del poder estatal al nivel del de Norteamérica. Ahí, los conflictos de clase se desarrollan sólo de forma incompleta; los enfrentamientos entre las clases están constantemente camufladas por la emigración al Oeste de la superpoblación proletaria. "La intervención del poder estatal, reducida al mínimo en el Este, no existe en el Oeste” (Marx y Engels 1955, 7: 288). Más que un ejemplo de la abolición del estado (incluso en el sentido burgués), el Oeste aparece como el sinónimo de un crecimiento del ámbito de la libertad: no hay ninguna referencia al sufrimiento de los indios americanos, así como está silenciada la esclavitud de los negros. La posición es similar en Orígenes de la familia, la propiedad privada y el Estado: Estados Unidos es mencionado como el país donde, al menos durante determinados períodos de su historia y áreas geográficas, el aparato político y militar separado de la sociedad tiende a desaparecer (Marx y Engels 1955, 21: 166). El año es 1884: en ese momento la población negra no sólo está privada de los derechos civiles adquiridos inmediatamente después de la Guerra Civil, sino que está sometida a un sistema de apartheid y sujeta a una violencia que incluye las formas más crueles de linchamiento. En el Sur de los Estados Unidos el estado era probablemente débil; mucho más fuerte era el Ku Klux Klan, una expresión de la sociedad civil que, sin embargo, podía ser el lugar de ejercicio de un poder brutal como ese. Justo un año antes de la publicación del libro de Engels, la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos declaraba inconstitucional una ley que prohibía la segregación de la población de color en los centros de producción y en los servicios (como los ferrocarriles) administrados por compañías privadas, con el argumento de que tales compañías estaban exentas de cualquier interferencia gubernamental.
Es importante observar, al nivel de política internacional, que Engels parece hacerse eco de la ideología del destino manifiesto tal como sugiere su celebración de la guerra librada contra México: gracias al “coraje de los voluntarios americanos”, “la hermosa California fue arrebatada a los indolentes mexicanos que no sabían que hacer con ella”. Aprovechando la ventaja que le otorgaban estas enormes conquistas “los dinámicos Yankees” habían insuflado nueva vida a la producción y circulación de riqueza, al “comercio mundial”, y a la difusión de la “civilización” (Zivilisation) (Marx y Engels 1955, 6: 273 – 275). Engels pasa por alto un hecho destacado en esa misma época por los abolicionistas norteamericanos: la expansión de los Estados Unidos significaba la expansión de la esclavitud.
En la historia del movimiento comunista es bien conocida la influencia del taylorismo y el fordismo en Lenin y Gramsci. En 1923 Nikolai Bujarin llega aún más lejos al afirmar que: “Necesitamos el marxismo más el americanismo” (en Figes 2003, 24). Un año después, Stalin parece considerar al mismo país que participó en la intervención contra la Rusia soviética con tanta admiración que advierte a los cuadros del partido que si realmente aspiran a realizar los “principios del leninismo” deberán asimilar “el pragmático espíritu americano”. Aquí, “Americanismo” y “pragmático espíritu americano” significan no sólo espíritu positivo sino también rechazo a los prejuicios, lo que ellos consideran en definitiva democracia. Como Stalin explica en 1932, Estados Unidos es ciertamente un país capitalista; sin embargo, “las tradiciones industriales y la práctica productiva tienen algo de democrático en sí, lo que no puede decirse de las viejas naciones capitalistas en Europa, donde el espíritu de la aristocracia feudal pervive” (ver Losurdo 1997, 81-86).
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