Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Reseña de Sobre izquierda alternativa y cristianismo emancipador, de Francisco Fernández Buey

Antonio García Santesmases

Francisco Fernández Buey, Sobre izquierda alternativa y cristianismo emancipador. Edición de Rafael Díaz-Salazar, Trotta, Madrid, 2021.

 

En este libro encontramos una feliz confluencia entre dos mundos. Si alguien ha representado el esfuerzo intelectual y político por hallar un lugar, un espacio, una identidad a la izquierda de los partidos socialistas, éste ha sido Francisco Fernández Buey. Si alguien ha analizado el cristianismo emancipador en varias obras, éste ha sido Rafael Díaz-Salazar. Pocas veces un título responde mejor a la personalidad del autor de estos textos y al editor que los ha recopilado.

Señala Rafael Díaz-Salazar, en la magnífica «Introducción» con la que se inicia el volumen, la necesidad de contextualizar los artículos, pensando en una generación joven que pueda acceder a los mismos. No es vana la advertencia. Fernández Buey muere en agosto del 2012 y, por tanto, vive los efectos del 15M del 2011; sin embargo, no llega a conocer todo lo ocurrido desde entonces: las elecciones europeas del 2014, la abdicación de Juan Carlos I, la irrupción de Podemos y Ciudadanos, la radicalización del independentismo en Cataluña, la moción de censura contra Rajoy, la aparición de un partido de ultraderecha en España, la formación de un gobierno de coalición de izquierda. Son muchos los acontecimientos que hemos vivido incluso para aquellos para los que la vida política comienza en mayo del 2011. Son sólo diez años, pero han tenido una intensidad extraordinaria. No podemos olvidar que del congreso del PSOE en Suresnes en 1974 hasta la llegada a la Moncloa solo transcurren ocho años.

Por ello es imprescindible contextualizar muchos de estos textos. Es necesario para entender el pensamiento de Fernández Buey, pero también para entender los acontecimientos que entonces vivimos. Fernández Buey no solo responde a un contexto político. Es actor en ese contexto histórico. Una fecha importante aparece desde el comienzo. Me refiero a 1989. El prólogo de Fernández Buey al libro de Díaz-Salazar El proyecto de Gramsci, unido a la carta que le dirige –publicada en el libro– cuando se produce la caída del muro de Berlín y comienza el debate acerca de la necesidad de proceder a la disolución de los partidos comunistas son esenciales para entender esta confluencia y de ahí la interrogante que a los dos les abruma: ¿tiene sentido mantener unos partidos que nacen en la coyuntura de la revolución de octubre de 1917?; ¿tiene sentido su pervivencia cuando ha acabado la URSS y desaparece el Pacto de Varsovia?; ¿no es acaso preferible superar la división entre socialistas y comunistas y formar una casa común de la izquierda?; ¿hay que articular una fuerza a la izquierda de los partidos socialistas con plena autonomía sobre ellos?

El debate fue central en muchos países y especialmente significativo en Italia, en la patria de Gramsci y de Togliatti, de Berlinguer, de Ochetto y de Ingrao. Fue también muy relevante en España. Ya se había producido el referéndum de la OTAN en 1986 y la huelga general de los sindicatos en diciembre de 1988. Izquierda Unida había logrado sobrevivir a la desaparición de principios de los ‘80 cuando el PCE quedó reducido a cuatro diputados y comenzaba a remontar electoralmente. Tenía un nuevo liderazgo encarnado en Julio Anguita. El PCE ya no se presentaba a las elecciones, lo hacía a través de Izquierda Unida que para algunos era una coalición electoral y para otros debía ser el germen de un partido político.

Fueron años de debates y polémicas entre la posición de Sartorius y la posición de Anguita, un debate que atravesó CCOO entre la posición de Antonio Gutierrez y la posición de Agustín Moreno, avalada por el fundador del sindicato Marcelino Camacho; un debate en el que también se implicaban las nacionalidades históricas como reflejan la posición de Madrazo en Euskadi, de Esquerra Galega y de Iniciativa per Catalunya. Un debate que tuvo una gran visualización pública en la ruptura interna ante el tratado de Maastricht que provocó una división profunda entre el posicionamiento de los partidarios del no como Anguita y Monereo y los que defendían el sí crítico como Sartorius, Ribó o Antonio Gutierrez.

En todos aquellos debates hay alguien que no aparece en primer plano, que no se sitúa dentro del debate político-institucional, pero que fue decisivo para marcar un lugar, un espacio, una identidad a la izquierda de los partidos socialistas y de los sindicatos. El que logra sustentar unos principios alternativos, desde el campo prepolítico, fue Francisco Fernández Buey. Unos principios basados en un nuevo internacionalismo que pretendía recoger lo mejor de la tradición marxista con las aportaciones del mundo libertario, que tuviera en cuenta las reivindicaciones del ecologismo y la aportación de las comunidades cristianas de base en América Latina y en España. Un planteamiento con un fuerte contenido ético-utópico muy alejado del realismo político y de las estrategias de un partido de gobierno. Siempre reticente a cualquier pacto con los partidos socialistas, inclusive a nivel municipal o autonómico.

No es extraño que Anguita encontrara en Fernández Buey alguien que le donaba los fundamentos que necesitaba a la hora de escribir sobre república o laicidad, autodeterminación o federalismo, multiculturalidad o comunitarismo. De todo esto escribió Fernández Buey, pero su aportación más relevante venía, a mi juicio, de reivindicar una identidad comunista alejada de la historia de la III Internacional. Esto aparece claramente en la tercera parte de este libro, dedicada a la construcción de una izquierda alternativa.

El lector de la obra de Fernández Buey –el que pertenece a la generación del ‘68– podrá matizar este punto alegando, con razón, que tanto Gramsci como Togliatti pertenecen a la cultura comunista de la Tercera Internacional. Es cierto cuando Fernández Buey afirma, con un punto inequívoco de provocación, que él se consideraba comunista antes que marxista, que para él lo central era el comunismo. Uno se puede preguntar si por comunismo entendía Fernández Buey algo semejante a lo que entendían los miembros de la generación de la Juventud Socialista Unificada, los Carrillo, Claudín, Semprún (más joven entonces), Azcárate, o Sánchez Vázquez.

Me parece que la respuesta es claramente negativa. En Fernández Buey –y en muchos de los discípulos de la escuela de Manuel Sacristán– el mundo comienza con el magisterio de Sacristán. Un hombre, como Fernández Buey, que escribió tantos libros y que reflexionó acerca de Hannah Arendt, Primo Levi, Walter Benjamin, Korsch o Luckács no tiene reflexiones acerca de la España de los años treinta, no se consideraba deudor o heredero de aquella tradición.

Esa ruptura con la cultura y la memoria republicana, con la herencia del Frente Popular, tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Tiene sus inconvenientes de cara a pensar políticamente como podrá ser el reencuentro que propone entre el mundo comunista y el mundo libertario. Y no sólo por el drama que supuso la guerra civil española y los sucesos de mayo de 1937, sino porque es en ese contexto en el que se crea el PSUC y se produce el conflicto entre anarquistas y comunistas que algunos como Ken Loach, con mejor o peor fortuna, han llevado al cine en Tierra y Libertad. Esa historia está ahí y pesaba en la generación de López Raimundo, de Teresa Pàmies, de Ramon Mercader, de Julian Gorkin, de Andreu Nin, de Joan Comorera. Ese drama no aparece en la obra de Fernández Buey.

Al situarse más allá de esta historia llena de heroísmo y de crueldad, Fernández Buey logra articular una identidad comunista a partir de los de abajo, de las víctimas, de los excluidos, de los que sobran en el mundo del capitalismo explotador. ¿Una identidad más cercana al cristianismo evangélico que a Lenin?. Pienso que sí.

A pesar de situarse en ese nivel prepolítico, no deja de denunciar la insolvencia de la izquierda socialista y comunista y de los sindicatos de clase a la hora de cambiar al mundo de base, yendo a la auténtica raíz de los problemas. Advierte del peligro para una izquierda emancipatoria el compartir gobiernos municipales o autonómicos con los partidos del sistema, en los que incluye junto a conservadores y liberales, a los socialdemócratas y los verdes. Advierte igualmente del peligro de aceptar las tesis nacionalistas y de sucumbir a los cantos de sirena del nacionalismo de izquierda como cree que ha pasado con los partidos y movimientos a la izquierda del PCE. ¿Cómo hacer política en este contexto?

La respuesta está en defender una perspectiva prepolítica, de educación moral, de escucha de las distintas culturas soslayando las heridas del pasado. Al no heredar las querellas del pasado, se tiene la ilusión de poder comenzar de nuevo. Creo que en la política real esta perspectiva tiene más de ilusión que de realidad y el hecho es que la generación posterior a Anguita se vio abocada a tener que tomar decisiones estratégicas en un contexto donde las reivindicaciones nacionalistas, los combates sindicales y el gobierno de las izquierdas en Catalunya abrían un nuevo escenario.

No busque en lector reflexiones sobre estos temas en este volumen, pero esa ausencia genera una enorme admiración por la obra de Fernández Buey, hasta el punto de hacerle aparecer como un clásico. Produce un movimiento de extraordinaria empatía en los activistas de la izquierda social que se mueven fundamentalmente por convicciones morales sin implicarse en decisiones estratégicas siempre oscuras.

El interlocutor ideal para este proyecto, el compañero inmejorable para esta tarea era Rafael Díaz-Salazar. Por eso decía al principio que pocas veces aparece mejor plasmada esta feliz coincidencia entre el intelectual gramsciano ateo y el cristiano emancipatorio que también es gramsciano. No es sólo la coincidencia entre un magnífico profesor de una Facultad de Humanidades y uno de los mejores sociólogos de la religión en nuestro país. Es la confluencia entre dos militantes y activistas –especialmente en el ámbito del internacionalismo– que coinciden en no ser socialdemócratas, no ser nacionalistas, no ser sindicalistas y no haber estado nunca tentados por la política institucional.

En esta coincidencia hay un último punto que quisiera comentar para terminar. En las contribuciones de Fernández Buey se subraya la importancia de conectar, de concretar, de circunscribir la alianza posible entre cristianos y marxistas a los acuerdos morales. Esto aparece claramente en la primera parte del libro. Creo que este planteamiento podía tener sentido en una situación de dictadura donde lo esencial era concretar plataformas de actuación, más allá de las creencias de cada cual.

En una situación de democracia pluralista, de democracia parlamentaria, de competición política, es mucho menos necesario y menos atractivo centrar el tema únicamente en los aspectos morales. La militancia en partidos y en sindicatos, pero también en movimientos como el ecologista o el feminista, hace que sea muy difícil hacer presente los motivos religiosos cuando la agenda política está ocupada por otros problemas. Este fenómeno estudiado por sociólogos de la religión como José María Mardones o por teóricos del cristianismo como Alfredo Fierro va unido a un segundo problema. Es mucha la gente que acude a la religión precisamente para encontrar lo que no hay en la vida política-institucional y tampoco en un mundo prepolítico cargado de resonancias ético-políticas.

De la misma manera que Fernández Buey quedó seducido por la personalidad de Simone Weil, tal como aparece en la segunda parte del libro, y no dejó de mostrar su entusiasmo viendo la complejidad de su biografía, son muchos los que prefieren entender lo que hay detrás del revival de las religiones a pesar de la modernidad ilustrada y positivista. Entenderlo teniendo en cuenta las dimensiones metafísica y escatológica de todo movimiento religioso. No sólo su dimensión moral.

Un retorno de la religión que puede mostrar la cara oscura del fundamentalismo y el tenebroso mundo de las sectas, pero también resaltar las reivindicaciones del nuevo indigenismo. Un mundo que está ahí a la espera de ser interpretado, con rigor y con pasión, por socialdemócratas republicanos o por anticapitalistas alternativos. Esta obra propone una interpretación. Un mundo cristiano emancipador sobre el que tanto reflexionó Fernández Buey al recordar a su maestro Manuel Sacristán y a Jaume Botey, a Jose María Valverde y a Juan García Nieto, al mundo de la revista Éxodo y a Cristianismo y Justicia; es decir, a todos esos lugares donde era requerido para recoger la herencia, entre otros, de Bartolomé de las Casas. Otro de los autores analizados en la obra que estoy comentando.

Hemos echado mucho de menos a Fernández Buey estos años cuando se ha hablado tanto de la Leyenda Negra y de 1492. Le hemos echado de menos, pero le podemos volver a recordar gracias a esta edición magníficamente cuidada de su mejor interlocutor, de Rafael Díaz -Salazar.

Fuente: Sistema, 261/2021, pp. 130-134.

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