Bienvenidos al capitalismo de escasez
José Castillo
La pandemia iba a ser algo pasajero, pero ha terminado suponiendo cambios trascendentales en nuestra cotidianidad; la crisis inflacionaria también iba a ser algo pasajero, vaticinaban los principales gurús económicos, pero ha provocado una desvalorización de los salarios sin parangón en las últimas décadas; finalmente, el periodo de ahorro o racionamiento energético también claman que será pasajero, pero ya no es tan fácil de creer. ¿Estamos ante un episodio pasajero provocado por la guerra de Ucrania o ante una gran mutación del modo de regulación en la gobernanza del sistema capitalista mundial?
Que el sistema-mundo capitalista está en una fase crítica de cambio y cronificación de la crisis económica es asumido por todas las grandes corporaciones del capital y sus instituciones gobernantes, el Foro Económico Mundial lleva hablando desde el inicio de la pandemia de covid19 de un plan de «Gran Reset» para reconstruir la economía mundial y dirigirla a un nuevo ciclo de acumulación. Este cambio de paradigma se enmarca como la finalización y profundización lógica a lo que podemos denominar, siguiendo las palabras del sociólogo Andrés Piqueras, como la Segunda Gran Crisis de Larga Duración del capitalismo que comenzó hacia 1973 y que encontró su salida temporal en el marco de regulación en el modelo financiarizado-neoliberal. El fin de este modelo puede estar llevándonos en la actualidad hacia otra Gran Mutación del modelo de acumulación-regulación capitalista.
Sin embargo, pese a los cantos de sirena que se lanzaron a comienzos de la pandemia augurando un nuevo modelo de «keynesianismo pandémico», sobre todo desde ámbitos políticos progresistas, que se basaría en una suerte de vuelta al paradigma del Estado redistribuidor, la actual crisis inflacionaria y bélica demuestran que los derroteros de la gobernanza capitalista apuntan hacia un modelo de escasez marcado por la pobreza y proletarización crecientes. Todo esto junto al intento de control de la exclusión y sus problemas sociales vía políticas estatales de subsistencia mínima.
Tal y como plantea Giovanni Arrighi, uno de los autores más destacados del paradigma del sistema-mundo capitalista, cada vez que sucede una crisis por los excesos del capital financiero sobre el productivo, esta marca la señal de la decadencia de cierto modelo de crecimiento y de la potencia que se ha hecho hegemónica con el mismo. En esa fase nos encontramos, a una década del estallido del sistema financiero y con tensiones geopolíticas crecientes por el dominio mundial. Pese a no poder vislumbrar todas las características de esta nueva fase, es evidente que vivimos un periodo de transición hacia algo nuevo, y que a todos ojos no se parece en nada a los “felices años” posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Los cambios de fase capitalista
Como hemos mencionado, el capitalismo occidental lleva décadas en crisis, destacados economistas marxistas y heterodoxos hablan de una larga depresión al menos desde la década de 1970 hasta la actualidad. Y los datos estadísticos oficiales demuestran esta tesis; las tasas de reinversión y productividad no han hecho más que caer en las últimas décadas, pese a que se ha tratado de mantener viva la demanda agregada vía crédito fácil, burbuja que estalló con la crisis del 2008. Pero esta vez nos encontramos ante una nueva dimensión de la crisis, ya que el capitalismo se acerca a lo que podemos llamar sus límites biofísicos; por lo tanto, además de sus límites internos debe enfrentarse a los externos, a que los recursos del planeta que han asegurado su reproducción en el tiempo son finitos.
Arabía Saudí ha advertido de que ya ha llegado a su techo de producción de petróleo y que, pese a seguir siendo el principal productor de petróleo del mundo, no tendrá capacidad adicional para aumentar la producción por encima de los 13 millones de barriles por día que se comprometió a tener para 2027. El petróleo sigue siendo una pieza clave en todos los procesos productivos e imprescindible para todo el sistema de transportes. La crisis no es solo un bache puntual, sino que va a traer cambios que serán instaurados como temporales, pero vendrán para quedarse, como el del racionamiento de energía a todos los niveles.
Pero, además, el sistema capitalista arrastra la habitual contradicción entre el valor ficticio generado por el entramado financiero mundial y la plusvalía y valor real producido, lo que responde a un estancamiento de la tasa de ganancia que vuelve a caer en nuestros días. Muestra de ello es que la producción industrial global cayó un 2,7% en abril, tras haber caído un 1% en marzo. Concretamente, en Alemania, la principal potencia industrial europea, el componente de compras prospectivas e inventarios manufactureros medido por el índice PMI (Índice de Gestores de Compras, por sus siglas en inglés) ha caído en picado hasta los niveles de 2008, por lo que es probable que la fabricación alemana y la demanda industrial mundial ya estén en recesión.
El fin del ciclo financiarizado con centro en Estados Unidos lleva en declive más de una década, pero ninguna otra zona de la geografía del sistema-mundo capitalista muestra de momento el suficiente dinamismo como para poder arrastrar al sistema mundial en su conjunto a un nuevo ciclo de acumulación basado en la producción real de valor y ganancia. Además de que este nuevo ciclo se enfrentaría a los mencionados límites biofísicos. Ante este agotamiento de reservas energéticas y primarias vitales puede surgir un modo de regulación y gobernanza capitalista nuevo, con la guerra por los recursos como elemento de regulación a nivel externo y la imposición de medidas de racionamiento a la población a nivel interno. De todas maneras, el impacto y alcance de este nuevo modo de regulación capitalista tendría distintos efectos y formas en la periferia o en el centro del sistema.
Capitalismo de escasez en la periferia
Está claro que esta posible transición hacia un modelo de regulación capitalista donde la escasez y el racionamiento sean la norma social no afectará por igual a los países del llamado centro del sistema que a los de la periferia. Ya que en estos segundos la escasez material real ha sido la norma más que la excepción durante los siglos de modernización capitalista. Sin embargo, podemos decir que, en esta fase bélica de reconfiguración de las relaciones capitalistas globales, la llamada periferia de tardía industrialización se verá especialmente golpeada por las interrupciones en las cadenas de suministros de alimentos, pudiendo producirse hambrunas a gran escala como la que ya se vislumbra por el bloqueo del trigo ucraniano y la solución que han tenido que buscar las potencias globales para su desbloqueo provisional.
El trigo de Ucrania y Rusia se exporta principalmente a Oriente Medio y al norte de África. Por su parte, Rusia es el mayor exportador mundial de fertilizantes, con un 15% del suministro mundial. En la actualidad, de los 195 países del mundo, al menos 34 son incapaces de producir su propia comida debido a limitaciones de agua o de tierra, de estos 34 la mayoría se sitúan en la lista de los principales importadores alimenticios de Rusia y Ucrania, situados en la región del Norte de África y Oriente Medio. Entre estos países también hay claras diferencias, los países productores de petróleo del Golfo pueden acceder a otras vías de suministro de alimento gracias a sus divisas procedentes de los hidrocarburos, pero existen otros países africanos que no, ya que dependen de que el trigo ruso y ucraniano es más barato por su calidad proteica inferior respecto a otros exportadores de esta materia prima.
Por ejemplo, Egipto, que obtenía hasta ahora más del 85% de sus importaciones de trigo de la región del Mar Negro y necesitará encontrar proveedores alternativos, que serán más caros. Otros países de la región, como Yemen y Siria, están en una posición aún más grave a causa de su dependencia de las ayudas alimentarias, ya que el Programa Mundial de Alimentos (World Food Program) tiene también dificultades para aprovisionarse. En una época donde el índice de precios alimenticios ha llegado a récords históricos, la predicción del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas es que 2022 será «un año de hambre catastrófica».
Precisamente, los datos de la misma FAO ya alertan de que la inflación alimentaria mundial ha hecho subir de manera considerable y en el rango temporal de un solo año el porcentaje de personas en situación de inseguridad alimentaria, sobre todo en África, América Latina y el Caribe. En este contexto, los países más desfavorecidos ya han optado por una estrategia de proteccionismo alimentario. Uganda y Ghana han prohibido la exportación de granos y otros productos agrícolas. Este último país ha vivido una subida repentina del 27% de la inflación y numerosas protestas recorrieron las calles del país el mes de mayo por la situación de hambre que empezaba a expandirse.
Al problema del hambre se le une en la periferia global el de la deuda y la subida de tipos de interés generalizada, que dificultará la refinanciación de los Estados más débiles y mermará su capacidad importadora de alimentos y de otros bienes básicos. La quiebra de Sri Lanka puso de relieve que el problema de financiación de los países capitalistas es de máxima actualidad. Según una información publicada por el portal de noticias económicas Bloomberg, hay al menos 15 países con riesgo de incurrir en impago en los próximos meses, con una prima de riesgo por encima del 10% (>1000 bps), entre los que destacan países como Líbano, Bielorrusia, Ucrania o Túnez.
Las consecuencias de las turbulencias económicas globales son claras, más de 260 millones de personas adicionales podrían verse sumidas en la pobreza extrema este año 2022, según un reciente informe de la ONG Oxfam Intermón. Tal es la situación, que la clase capitalista ha comenzado a alertarse por las posibles consecuencias sociales de esta desigualdad creciente. Larry Flink, CEO de BlackRock, se ha pronunciado advirtiendo de que le preocupa mucho más la subida de los precios alimentarios que la de los de la gasolina u otros carburantes.
Capitalismo de escasez en el sistema central
En los países del centro del sistema-mundo capitalista, como en Europa, la situación no llegará hasta el extremo de una escasez tan generalizada, pero sí que se instaurará un nuevo régimen regulatorio en el que los precios altos de la energía y su racionalización de uso se instaurarán como realidades permanentes. Pese a la intervención que distintos gobiernos puedan realizar sobre la factura de la luz, la verdad es que el tiempo de la energía barata parece haber llegado a su fin. Por ejemplo, y pese a la relativa prontitud para un juicio absoluto, el tope al precio de la energía impuesto por el Gobierno de España ha rebajado la factura de la luz, pero según datos de Facua, la factura de junio de este año fue la tercera factura más cara de la historia: el usuario medio abonó 133,85 euros, un 65% más que hace un año.
En cuanto a la cantidad de gas real que acumula la Unión Europea actualmente, en total, los Estados miembros acumulan 597 TWh de gas (teravatios por hora) de los 1.100 TWh de capacidad total con la que cuenta la UE, una cantidad cercana al 55%. Para octubre la UE espera tener sus depósitos de gas al 90%. Para ello, y debido a que los gasoductos provenientes de Rusia están funcionando a capacidades bastante alejadas de sus máximos, la UE ha propuesto ya a sus Estados miembros un plan de ahorro energético, que ha comenzado a aplicarse en pleno verano, sin esperar al invierno.
El objetivo es que entre familias y empresas se ahorren entre 45.000 millones y 30.000 millones de metros cúbicos de gas. Sin embargo, no es lo mismo el ahorro que puede realizar una familia al de una rama industrial totalmente dependiente del gas natural, como es el caso de los hornos de las fundiciones de algunas industrias. En este sentido, el país que más va a sufrir es Alemania, ya que cuenta con la industria europea más dependiente del gas natural ruso, debido a su política de descarbonización y cierre de centrales nucleares y escasa sustitución por otras fuentes de energía.
La Comisión Europea lo ha dejado claro, por ahora, este ahorro energético no responde directamente a ninguna política climática, el objetivo es amortiguar la situación de emergencia que supondría un parón en la industria alemana por la falta de energía y que supondría un «momento Lehman» de hundimiento para toda la economía europea. Por eso los Estados miembros ya están aplicando políticas de ahorro energético. Desde controlar las temperaturas de aires acondicionados y calefactores en lugares públicos, hasta recomendaciones de duchas más cortas o de mantener todos los electrodomésticos apagados en caso de no estar usándose. Las medidas son variopintas, pero sin duda está claro que este invierno va a ser más oscuro y frío de lo que los países occidentales estaban acostumbrados.
El alcance del racionamiento energético dependerá de dos factores: el primero, el clima, ya que un invierno duro y frío podría disparar la demanda de gas natural para calentar los hogares. El segundo factor es la demanda internacional de gas, si países con un gran consumo industrial como China recuperan su consumo prepandemia podemos encontrarnos en una situación donde el flujo de gas ruso se incremente hacia el sureste asiático en detrimento de Europa. De todas maneras, un corte total a Europa por parte de Rusia parece imposible, ya que supondría un gran desbarajuste en los ingresos gubernamentales rusos; dado que, hoy por hoy, los países europeos son los mayores clientes de gas ruso. Una situación que no puede revertirse en el corto plazo, debido a todas las infraestructuras que requeriría construir en poco tiempo.
En consecuencia, independientemente del alcance que finalmente tenga el racionamiento energético, lo que ya se puede vislumbrar es que de este invierno la clase obrera europea saldrá notablemente más empobrecida, ya que la mayoría de la población europea ha estado enfrentando durante todo el año 2022 unas cifras de inflación cercanas al 10%. Al contrario, como ejemplo paradigmático, según datos del ministerio de Trabajo español, los salarios subieron en el primer trimestre una media del 2,36%, lejos de las cifras que marcaba el IPC, siempre superior al 6%.
Por tanto, el relato del ahorro energético también tiene consecuencias psicosociales en el sentido de que gran parte de la población percibe que sus ahorros se han reducido, pero ahora existe un relato en pro del ahorro y de una vida más austera justificado por el escenario bélico. En este contexto, la tasa de ahorro de los hogares españoles ha entrado en negativo en el primer trimestre por primera vez en tres años, lo que presupone que los ahorros acumulados durante la pandemia no eran tan grandes como el relato oficial presuponía. El índice de confianza de los consumidores de la eurozona se ha hundido también hasta niveles mínimos desde el año 2012, en plena crisis del euro.
Este escenario de capitalismo de escasez va a tener repercusión en las legislaciones nacionales, que preparan un escenario de mayor castigo para controlar a una población más pauperizada. El Congreso de los Diputados español dio luz verde en junio a una reforma del Código Penal que prevé castigar con prisión pequeños hurtos en caso de reincidencia. Todo ello con el objetivo de estigmatizar a quienes más va a afectar este encarecimiento de la vida, como menciona el juez Ramiro García de Dios Ferreiro, por regla general, de 23 juicios señalados en el conjunto de los juzgados, 20 son exclusivamente de tentativa de hurto de productos de menos de 400 euros en comercios.
Otros Estados europeos preparan también un endurecimiento de su normativa legal en el ámbito laboral. Noruega, uno de los principales sustitutos exportadores de gas y petróleo en detrimento de Rusia, intervino el derecho a huelga de los trabajadores de la empresa estatal energética a finales de junio por el miedo de que las reclamaciones huelguísticas de los trabajadores por un alza salarial pudieran disminuir en un 13% el suministro de gas del país.
Conclusiones políticas
No es la primera vez en la historia del sistema capitalista mundial en la que coinciden una crisis energética y una crisis inflacionaria, ya que el mismo escenario se vivió en los años posteriores a la conocida crisis del petróleo de 1973. Sin embargo, en aquel entonces la economía capitalista mundial solamente comenzaba a vivir el largo declive que sufriría en las siguientes cinco décadas, con la concatenación incesable de crisis de mayor o menor medida solamente paliadas vía crédito y crecimiento artificial, al menos en el polo europeo-estadounidense. Ojo, que el escenario sea de escasez no quiere decir que las grandes empresas oligopólicas que gestionen esta escasez vayan a dejar de tener beneficios extra, ya que el precio al alza les favorece, como demuestran las cuentas de récord de las principales empresas energéticas.
Además, al contrario que en la década de 1970, hoy no existe un movimiento obrero fuertemente organizado en la mayoría de países occidentales. Coincidiendo con la crisis inflacionaria de los años 70, la mayoría las patronales doblaron el brazo de la clase obrera organizada imponiendo pactos de rentas muy por debajo de la inflación, al estilo de los Pactos de la Moncloa. Sin embargo, lo que en el contexto actual destaca es la existencia de una amplia capa de población excluida temporal o permanentemente de los circuitos del trabajo asalariado, lo que la hace todavía más dependiente de las ayudas estatales de subsistencia mínima que se le puedan ofrecer. Tras el shock pandémico, que ya introdujo nuevas modalidades en la regulación social, bajo el escenario bélico podemos avanzar a lo que todas luces se puede caracterizar como un capitalismo donde el consumo de energía y ciertos recursos será el primer objetivo social a regular. Bienvenidos al capitalismo de escasez.
José Castillo es investigador doctoral en el departamento de Geografía Política de la Universidad Complutense de Madrid.
Fuente: El salto (https://www.elsaltodiario.com/opinion/bienvenidos-al-capitalismo-de-escasez)