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David Harvey niega el imperialismo

En enero de 2018 se publicó en las páginas de la Review of African Political Economy (ROAPE) un artículo de John Smith critico con la visión de David Harvey sobre el imperialismo en el siglo XXI. A este artículo le siguió la respuesta de Harvey, una contraréplica de Smith y posteriormente algunas aportaciones de otros autores. Es este un tema capital de discusión teórica y creemos que vale la pena recuperarlo y traducirlo al español. En esta primera entrada publicamos la crítica inicial a la posición de Harvey, y en posteriores semanas el resto, en lo que se conoce como el ‘debate Harvey-Smith’.

David Harvey, autor de El nuevo imperialismo y otros aclamados libros sobre capitalismo y economía política marxista, no sólo cree que la era del imperialismo ha terminado, sino que piensa que incluso ha dado marcha atrás. En su Comentario a A Theory of Imperialism, de Prabhat y Utsa Patnaik, dice:

Los que pensamos que las viejas categorías del imperialismo no funcionan demasiado bien en estos tiempos no negamos en absoluto los complejos flujos de valor que expanden la acumulación de riqueza y poder en una parte del mundo a expensas de otra. Simplemente pensamos que los flujos son más complicados y cambian constantemente de dirección. La histórica fuga de riqueza de Oriente a Occidente durante más de dos siglos, por ejemplo, se ha invertido en gran medida en los últimos treinta años (subrayado mío, aquí y en todo el texto – JS, p.169).

Por «de Oriente a Occidente» léase «de Sur a Norte»; es decir, países de bajos salarios y lo que algunos, incluido este autor, insisten en llamar países imperialistas. Para repetir la asombrosa afirmación de Harvey: durante la era neoliberal, es decir, los últimos 30 años, no sólo Norteamérica, Europa y Japón han cesado su saqueo secular de la riqueza de África, Asia y América Latina, sino que el flujo se ha invertido: los «países en desarrollo» están drenando ahora la riqueza de los centros imperialistas. Esta afirmación, hecha sin ninguna prueba que la respalde ni estimación de la magnitud, repite afirmaciones similares en obras anteriores de Harvey. En Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo, por ejemplo, afirma:

Las disparidades entre países en la distribución global de la riqueza y la renta se han reducido mucho con el aumento de la renta per cápita en muchos países en vías de desarrollo. La transferencia neta de riqueza de Oriente a Occidente que había prevalecido durante dos siglos se ha invertido y Asia oriental en particular ocupa ahora un lugar destacado como motor de la economía global (p. 170).

La primera frase de la cita exagera enormemente la convergencia mundial: una vez que se elimina a China del cuadro, y una vez que se tiene en cuenta el gran aumento de la desigualdad de ingresos en muchas naciones del Sur, no se ha hecho ningún progreso real en la superación de la enorme brecha en los salarios reales y los niveles de vida entre «Occidente» y el resto.

La segunda frase queda refutada con un somero examen de la transformación más importante de la era neoliberal: el traslado de los procesos de producción a países con salarios bajos. Las empresas transnacionales con sede en Europa, Norteamérica y Japón han liderado este proceso, reduciendo los costes de producción y aumentando los márgenes comerciales mediante la sustitución de mano de obra nacional relativamente bien pagada por mano de obra extranjera mucho más barata. En su obra Outsourcing, Protecionism, and the Global Labor Arbitrage Stephen Roach, entonces economista senior de Morgan Stanley responsable de sus operaciones en Asia, explicaba por qué:

En una época de exceso de oferta, las empresas carecen más que nunca de capacidad de fijación de precios. Por ello, las empresas deben ser implacables en su búsqueda de nuevas eficiencias. No es sorprendente que el principal objetivo de estos esfuerzos sea la mano de obra, que representa la mayor parte de los costes de producción en el mundo desarrollado… Los salarios en China y la India oscilan entre el 10% y el 25% de los de trabajadores de calidad comparable en Estados Unidos y el resto del mundo desarrollado. En consecuencia, la externalización al extranjero que extrae productos de trabajadores con salarios relativamente bajos en el mundo en desarrollo se ha convertido en una táctica de supervivencia cada vez más urgente para las empresas de las economías desarrolladas.

La enorme escala de la externalización de la producción a países con salarios bajos, ya sea a través de inversiones extranjeras directas o de relaciones indirectas de plena competencia, significa una gran expansión de la explotación de la mano de obra del Sur por parte de las compañías transnacionales estadounidenses, europeas y japonesas, legiones de trabajadores que, además, están sometidos a una mayor tasa de explotación. En ocasiones, David Harvey parece reconocer esta realidad. En su crítica a los Patnaiks, por ejemplo, dos párrafos antes de su afirmación de que Oriente está drenando ahora la riqueza de Occidente, señala que «Foxconn, que fabrica ordenadores Apple en condiciones laborales de superexplotación para mano de obra inmigrante en el sur de China, registra un beneficio del 3%, mientras que Apple, que vende los ordenadores en los países metropolitanos, obtiene un 27%». Sin embargo, esto, y el panorama más amplio que tan elocuentemente ilustra, implica nuevos y muy crecientes flujos de valor y plusvalía hacia las transnacionales estadounidenses, europeas y japonesas procedentes de trabajadores chinos, bangladeshíes, mexicanos y de otros países con salarios bajos, y da razones para creer que esta transformación marca una nueva etapa en el desarrollo del imperialismo. David Harvey, desafiando la evidencia, pero reflejando una opinión generalizada entre los marxistas de los países imperialistas, cree que ocurre lo contrario.

El enigma del capital de Harvey no sólo proporciona la primera iteración de su opinión de que «Oriente» está drenando ahora la riqueza de «Occidente», sino también su fuente: Harvey cita con aprobación las «délficas estimaciones del Consejo Nacional de Inteligencia de EE.UU., publicadas poco después de la elección de Obama, sobre cómo será el mundo en 2025». Quizá por primera vez, un organismo oficial estadounidense ha predicho que para entonces Estados Unidos… ya no será el actor dominante…. Sobre todo, “continuará el desplazamiento sin precedentes de la riqueza relativa y el poder económico, aproximadamente de oeste a este, que ya está en marcha”» (pp. 34-35). Harvey repite esto, pero con su propio giro: «Este “desplazamiento sin precedentes” ha invertido la prolongada fuga de riqueza desde el este, el sudeste y el sur de Asia hacia Europa y Norteamérica que se viene produciendo desde el siglo XVIII» (p. 35).

Sin embargo, en otra parte del libro, Harvey reconoce que «inundadas de excedentes de capital, las empresas estadounidenses comenzaron a deslocalizar la producción a mediados de los años sesenta, pero este movimiento no cobró fuerza hasta una década más tarde», y que el desplazamiento de la producción a «cualquier lugar del mundo –preferiblemente donde la mano de obra y las materias primas fueran más baratas–» estaba impulsado por la decisión de los capitalistas estadounidenses de exportar su capital (directamente, a través de la IED, o indirectamente, a través de los mercados de capitales) en lugar de invertirlo en casa. Todo ello implica un creciente poder metropolitano sobre las economías receptoras y una mayor explotación de su mano de obra viva, para lo cual el término más apropiado es «imperialismo». Una pista que ayuda a explicar cómo Harvey racionaliza su negación del imperialismo puede encontrarse en El nuevo imperialismo, donde dice que «las corporaciones capitalistas transnacionales… se extienden por el mapa del mundo de formas que eran impensables en fases anteriores del imperialismo (los trusts y cárteles que Lenin y Hilferding describieron estaban todos muy estrechamente ligados a determinados Estados-nación)». (pp.176-177). En otras palabras, es el «capital global» desarraigado, desterritorializado y despersonalizado el que se beneficia del traslado de la producción a los países de bajos salarios, no las multinacionales estadounidenses y europeas y sus propietarios capitalistas.

El comentario de David Harvey al nuevo libro de los Patnaik destaca también por su referencia a la superexplotación, notable por su ausencia en el resto de su obra sobre el imperialismo y la teoría del valor:

La masa continental tropical y subtropical cuenta con una enorme reserva de mano de obra que vive en condiciones propicias para la superexplotación. En los últimos 40 años (y esto es nuevo), el capital ha intentado movilizar cada vez más esta reserva de mano de obra en busca de mayores beneficios mediante el desarrollo industrial. Si hay un mapa que confirma el carácter distintivo de la masa continental tropical, es el que muestra la ubicación de las zonas francas industriales, el 90% de las cuales se encuentran en la masa continental tropical. Y es la reserva de mano de obra lo que atrae, no la base agraria (aunque la proletarización parcial que se produce a medida que la reproducción social se lleva a cabo en la tierra mientras que el capital sólo explota la mano de obra con un salario inferior al vital es sin duda importante) (p. 165).

No define la superexplotación, pero incluso su invocación es un punto de partida importante. Sin embargo, parte… pero no llega: El «capital» sigue siendo una abstracción incorpórea y desterritorializada, y no los millonarios propietarios de empresas multinacionales congregados en los países imperialistas, lo que le permite eludir la conclusión obvia: que este nuevo y enormemente importante desarrollo implica un gran impulso a los flujos de valor desde los países de bajos salarios hacia los centros imperialistas. La ofuscación de Harvey sobre las continuas divisiones imperialistas se extiende, más adelante en la misma página que la cita anterior, a la afirmación de que las condiciones en los mercados laborales de los países «metropolitanos» y de bajos salarios están convergiendo y las fronteras entre ellos están desapareciendo:

la distinción entre la reserva [ejército de trabajo] en el centro metropolitano y en la periferia se ha reducido mucho por la globalización en los últimos tiempos, de tal manera que podemos pensar razonablemente que la confrontación capital-trabajo está más unificada ahora en todos los espacios de la economía global.

La negación del imperialismo por parte de Harvey es todo menos clara. Sus credenciales como científico social progresista y teórico marxista no podrían sobrevivir a un rechazo categórico de la relevancia contemporánea del imperialismo, o a la negativa a reconocer la persistencia de sus formas más desnudas y familiares. En lugar de ello, ofusca, siembra la confusión y pretende ser agnóstico sobre esta cuestión de cuestiones. En su crítica a la teoría de Patnaik, por ejemplo, habla del «problema del imperialismo –si es que existe–» y pone como ejemplo

el caso del algodón, cuyo precio a la baja ha sido destructivo, en particular para los productores de África Occidental. No se trata de negar las transferencias de riqueza y valor que se producen a través del comercio mundial y el extractivismo, o de las políticas geoeconómicas que perjudican a los productores primarios. Se trata más bien de insistir en que no subsumamos todas estas características bajo la rúbrica simple y engañosa de un imperialismo que depende de una forma anacrónica y engañosa de determinismo geográfico físico. (p. 161).

La última parte de esto se refiere a la teoría distintiva desarrollada por Prabhat y Utsa Patnaik en A Theory of Imperialism; si la caracterización que hace Harvey de ella es justa está fuera del alcance de este artículo, pero está muy claro que el objetivo de Harvey no es alguna variante específica de la teoría del imperialismo, es la teoría del imperialismo tout court, y todos los que se consideran antiimperialistas.

En conclusión: La afirmación de Harvey de que «Oriente» explota ahora a «Occidente», una afirmación respaldada nada más que por su autoridad, es falsa. No podría estar más equivocado, ni respecto a una cuestión más importante. La raíz de su error es su negación de que el desplazamiento mundial de la producción a los países de bajos salarios representa una profundización de la explotación imperialista. En un extracto de mi libro, Imperialism in the Twenty-First Century (El imperialismo en el siglo XXI), rastreo la incapacidad de Harvey para reconocer o analizar este rasgo característico de la globalización neoliberal a través de varias de sus obras, desde su célebre Limits to Capital (Los límites del capitalismo y la teoría marxista).

Extracto sobre David Harvey del libro de John Smith El imperialismo en el siglo XXI  (pp. 199-202)

Destacado entre los teóricos marxistas contemporáneos, David Harvey ha publicado una serie de influyentes libros sobre la teoría del valor de Marx, sobre el neoliberalismo y sobre el nuevo imperialismo. Debido a la amplia audiencia que han ganado sus puntos de vista, es necesario someterlos a una rigurosa evaluación, una tarea que sólo puede esbozarse aquí.

El argumento central de la teoría de Harvey sobre el nuevo imperialismo es que la sobreacumulación de capital empuja a los capitalistas y al capitalismo a recurrir cada vez más a formas no capitalistas de saqueo, es decir, formas distintas a la extracción de plusvalía del trabajo asalariado, desde la confiscación de la propiedad comunal a la privatización del bienestar, que surgen de la invasión del capital sobre los bienes comunes, ya sea la propiedad pública o la naturaleza virgen.

Sostiene que el nuevo imperialismo se caracteriza por «un cambio de énfasis de la acumulación a través de la reproducción ampliada a la acumulación a través de la desposesión», siendo ésta ahora «la principal contradicción a la que hay que enfrentarse» (The New Imperialism, Oxford: Oxford University Press, 2003, pp. 176-77). Harvey tiene razón al llamar la atención sobre la continua e incluso creciente importancia de las viejas y nuevas formas de acumulación por desposesión, pero no reconoce que el cambio de énfasis más significativo del imperialismo va en una dirección totalmente diferente: hacia la transformación de sus propios procesos centrales de extracción de plusvalía a través de la globalización de la producción impulsada por el arbitraje laboral mundial, un fenómeno totalmente interno a la relación capital-trabajo.

Los límites del capital de Harvey (Londres: Verso, 2006; publicado por primera vez en 1982. Publicado en español por Fondo de Cultura Económica como Los límites del capitalismo y la teoría marxista) tiene un título deliberadamente ambiguo. Este libro intenta descubrir los límites al implacable avance del capital, y también identificar las limitaciones de El capital, de la teoría de Marx sobre el desarrollo capitalista. Limits to Capital tiene mucho menos que decir sobre el imperialismo que el propio El capital. De hecho, el imperialismo sólo recibe una breve y desganada mención (pp. 441-2): «Gran parte de lo que pasa por imperialismo se basa en la realidad de la explotación de los pueblos de una región por los de otra….. Los procesos descritos permiten que la producción geográfica de plusvalía diverja de su distribución geográfica». En lugar de profundizar en esta importante idea, no se le presta más atención. Harvey retoma el tema del desplazamiento geográfico de la producción a los países de bajos salarios en The Condition of Postmodernity (Oxford: Blackwell, 1990, p. 165; La condición de la posmodernidad, Amorrortu 2008), donde esto no se ve como un signo de profundización de la explotación imperialista, como implica su comentario de pasada en Limits to Capital, sino de su declive acelerado:

A partir de mediados de los años setenta… los países de reciente industrialización… empezaron a hacer incursiones importantes en los mercados de ciertos productos (textiles, electrónicos, etc.) de los países capitalistas avanzados, y pronto se les unieron otros países de reciente industrialización, como Hungría, India, Egipto y los países que habían seguido estrategias de sustitución de importaciones (Brasil, México)… Algunos de los cambios de poder desde 1972 en la economía política mundial del capitalismo avanzado han sido realmente notables. La dependencia de Estados Unidos del comercio exterior … se duplicó en el periodo 1973-80. Las importaciones de los países en desarrollo se multiplicaron casi por diez.

Esto pone la realidad cabeza abajo: lejos de significar un desplazamiento de poder hacia los países de bajos salarios, el crecimiento del comercio exterior refleja una enorme expansión del poder de las transnacionales imperialistas sobre estos países –y de la creciente dependencia de estas corporaciones de la plusvalía extraída de sus trabajadores–.

Esta conclusión viene sugerida por el reconocimiento de Harvey, en la misma obra, de (p. 153) «la mayor capacidad del capital multinacional para llevar al extranjero los sistemas fordistas de producción en masa, y allí explotar la fuerza de trabajo femenina extremadamente vulnerable en condiciones de salarios extremadamente bajos y seguridad laboral insignificante».

Además, el desplazamiento global de los procesos de producción a naciones con salarios bajos fue impulsado por las transnacionales para reforzar su competitividad y rentabilidad, y con gran éxito, aunque Harvey lo presenta como una prueba del declive de la competitividad imperialista. Según Harvey, el capital central intenta resolver su crisis de sobreacumulación a través de un arreglo espacial, que implica la producción de (p. 183) «nuevos espacios dentro de los cuales la producción capitalista pueda proceder (a través de inversiones infraestructurales, por ejemplo), el crecimiento del comercio y las inversiones directas, y la exploración de nuevas posibilidades para la explotación de la fuerza de trabajo».

Esto es lo que Marx llamó un concepto caótico. En lugar de la vaguedad deliberada de la exploración de nuevas posibilidades para la explotación de la fuerza de trabajo, ¿qué tal algo mucho más directo como la intensificación de la explotación de la mano de obra barata? Al final, los intentos de Harvey de añadir una dimensión espacial a la teoría marxista del capitalismo fracasan porque se olvida de discutir las implicaciones espaciales de los controles de inmigración, de la profundización del gradiente salarial entre naciones imperialistas y semicoloniales, del arbitraje salarial global.

En The New Imperialism, publicado en 2003, Harvey dedica dos páginas a la globalización de los procesos de producción. Comienza insertando este desarrollo en su tesis básica de la sobreacumulación de capital (pp. 63-4): «La mano de obra barata y fácil de explotar, unida a la creciente facilidad de la movilidad geográfica de la producción, abrió nuevas oportunidades para el empleo rentable del capital excedente. Pero en poco tiempo esto exacerbó el problema de la producción de capital excedente en todo el mundo».

Separando formalmente a los capitalistas industriales de los capitalistas financieros, atribuye el origen impulsor de la ola de externalización al poder desatado de los capitalistas financieros que afirman su dominio sobre el capital manufacturero, en gran detrimento de los intereses nacionales de Estados Unidos (pp. 64-65):

Una batería de cambios tecnológicos y organizativos… promovió el tipo de movilidad geográfica del capital manufacturero del que el capital financiero, cada vez más hipermóvil, podía alimentarse. Aunque el cambio hacia el poder financiero aportó grandes beneficios directos a Estados Unidos, los efectos sobre su propia estructura industrial fueron muy traumáticos, si no catastróficos…. Oleada tras oleada de desindustrializaciones golpearon industria tras industria y región tras región…. Estados Unidos fue cómplice del debilitamiento de su dominio en el sector manufacturero al desatar los poderes de las finanzas en todo el mundo. El beneficio, sin embargo, fueron productos cada vez más baratos procedentes de otros lugares para alimentar el consumismo sin fin con el que EE.UU. estaba comprometido.

Dejando a un lado su perspectiva nacionalista y proteccionista, y su incapacidad para advertir que las mercancías más baratas procedentes de otros lugares son posibles gracias a una mano de obra más barata en otros lugares, es decir, a la superexplotación, el argumento de Harvey contiene un fallo garrafal. La externalización no fue impulsada tanto por el despertar de las finanzas como por el estancamiento y el declive de la tasa de beneficios de la industria manufacturera y los esfuerzos de los capitanes de la industria por contrarrestarlo.

El aumento de las importaciones de productos manufacturados baratos hizo mucho más que alimentar el consumismo, también apoyó directamente la rentabilidad y la posición competitiva de los gigantes industriales norteamericanos, y fue promovido activamente por ellos. Lejos de poner fin al dominio de Estados Unidos –en otras palabras, a la capacidad de sus corporaciones para capturar la mayor parte de la plusvalía–, la externalización ha abierto nuevas vías para que los capitalistas estadounidenses, europeos y japoneses afiancen su dominio sobre la producción manufacturera mundial.

El error fundamental de Harvey sólo explica hasta cierto punto el terrible reformismo de su conclusión de El nuevo imperialismo, donde aboga (pp. 209-211) por «un retorno a un imperialismo más benévolo de tipo New Deal, preferiblemente alcanzado a través del tipo de coalición de potencias capitalistas que Kautsky previó hace mucho tiempo…. [Esto] es sin duda suficiente para luchar en la coyuntura actual», olvidando lo que escribió dos décadas antes en su conclusión de Los límites del capitalismo (p. 444): «El mundo se salvó de los terrores de la Gran Depresión no gracias a algún nuevo acuerdo glorioso o al toque mágico de la economía keynesiana en las tesorerías del mundo, sino gracias a la destrucción y la muerte de la guerra global».

John Smith se doctoró en la Universidad de Sheffield y actualmente trabaja por cuenta propia como investigador y escritor. Fue trabajador en una plataforma petrolífera, conductor de autobús e ingeniero de telecomunicaciones, y es activista desde hace mucho tiempo en los movimientos contra la guerra y de solidaridad con América Latina. Ganador del primer premio Paul A. Baran-Paul M. Sweezy Memorial Award con una monografía original sobre la economía política del imperialismo, Imperialism in the Twenty-First Century de John es un examen fundamental de la relación entre los principales países capitalistas y el resto del mundo en la era de la globalización neoliberal. Puede ponerse en contacto con él en johncsmith@btinternet.com.

Esta entrada [la original en inglés] es una versión ligeramente ampliada de «David Harvey niega el imperialismo», publicado en Nuestra América XXI, número 14 (diciembre de 2017), a su vez esta es una versión editada de una versión editada de «A critique of David Harvey’s analysis of imperialism», publicado en agosto de 2017 por MROnline.

Fuente: ROAPE, enero de 2018: https://roape.net/2018/01/10/david-harvey-denies-imperialism/