Reforma constitucional o proceso constituyente: el PSOE como el verdadero partido del régimen
Manolo Monereo
El PSOE ha sido el partido del régimen del 78 y su futuro está unido a él. Puede parecer exagerado pero si analizamos las cosas en el largo plazo y sin prejuicios, nos daremos cuenta de que los fundamentos y los consensos básicos del actual régimen los ha marcado el Partido Socialista. Esa es su grandeza y su debilidad. No es este el momento de hacer un análisis de los últimos 30 años de vida pública española, solo insistir en eso que Felipe González llamó cuestiones de Estado y que se fueron convirtiendo en la verdadera “Constitución material” por arriba y por debajo de la “Constitución formal” del 78.
En primer lugar, hoy se tiende a olvidar el alineamiento sin fisuras con la Administración Norteamericana y con la OTAN. Los gobiernos del PSOE nunca han tenido dudas sobre estas cuestiones, sabiendo como sabían que una parte mayoritaria de la opinión pública española es pacifista y que la izquierda social y cultural defendió siempre el no alineamiento. Se dirá que Zapatero retiró las fuerzas de Irak; esto es verdad, pero se olvida, de un lado, que era una promesa firme y clara de Zapatero que tenía detrás las mayores manifestaciones públicas de la historia democrática de España y, de otro, que una de las últimas decisiones de Zapatero fue la ampliación de la base de Rota, desde un posicionamiento muy definido en favor de la estrategia político-militar norteamericana contra Rusia y China.
En segundo lugar, la Unión Europea. Las crisis hacen que todo parezca mucho más claro. Hoy sabemos que la UE era algo más que los fondos FEDER y su famoso “modelo social”. Para el PSOE, representando a los poderes económicos y a las élites políticas, la UE ha sido una auténtica “fuga” de los problemas estructurales de España y una apelación permanente a una benéfica Europa que nos iría resolviendo las dificultades que surgieran en el camino. Hoy sabemos que la UE es el problema y que detrás de tanta palabrería hueca lo que se esconde es un diseño neocolonial que nos hace cada vez más dependientes y subalternos de una Europa bajo hegemonía alemana.
Lo tercero tiene que ver con lo que podríamos llamar programa conjunto PSOE-PP. La Unión Europea sigue siendo en nuestro país el “debate imposible”. Tanto Izquierda Unida como Podemos parten de un supuesto irreal: que España es un Estado soberano. Y no lo es. Somos, dígase como se quiera, un protectorado de los “poderes fuertes” europeos. Tanto el Tratado de Lisboa como los otros tratados, que lo han profundizado y agravado, dejan un margen de maniobra muy pequeño para los gobiernos elegidos democráticamente en el sur de Europa. El verdadero programa de coalición PSOE-PP son justamente estos tratados, es decir, las “líneas rojas” que todos los gobiernos han de respetar. La “seguridad” que da Pedro Sánchez a los poderes fácticos es precisamente su aprobación y su respeto escrupuloso a los tratados europeos que obligan, más allá de la retórica, a aceptar el modelo neoliberal.
En esto tampoco hay que engañarse mucho. El PSOE siempre ha sabido que la UE significa disciplinar nuestra economía, ajustar sistemáticamente los costes salariales y, al final, es lo fundamental, limitar sustancialmente el poder económico del Estado. Cuando salimos de las palabras y vemos lo que realmente se vota, nos damos cuenta de hasta qué punto el Partido Socialista tiene un “programa oculto” al que somete su programa visible para ganar elecciones. Pongamos un ejemplo claro. Se dice que se está contra el austericidio y por la defensa de los derechos sociales y, sin mayor contradicción, se aprueban los tratados de estabilidad (que hacen obligatorio el austericidio) y se acepta el llamado Tratado Trasatlántico (TTIP, por sus siglas en inglés), que será una enorme vuelta de tuerca más en favor de políticas neoliberales contrarias a los derechos laborales y sindicales de los asalariados y que nos sigue alineando con los intereses geopolíticos de la gran potencia norteamericana. Se podría decir que la política, en este sentido, es el conjunto de medios para engatusar y engañar a la opinión pública. Este es el verdadero ‘síndrome Hollande’: defender en la oposición una política más o menos “social”, llamarla de izquierdas sería demasiado, y cuando se llega al gobierno aplicar el programa de la derecha.
En cuarto lugar, el PSOE ha sabido siempre quién manda y ha respetado escrupulosamente sus intereses: este ha sido siempre su consenso básico. La glorificación permanente del monarca y la sistemática ocultación de sus corrupciones ha ido acompañada de una sumisión escrupulosa a los que detentan el poder económico y financiero. Cuando se habla de las crisis de nuestro modelo productivo se tiende a olvidar que detrás de él hay un determinado modelo de poder, una determinada matriz político-institucional que lo organiza y lo reproduce. El que el poder básico lo detente el capital financiero e inmobiliario tiene mucho que ver con la estructura productiva del país y su inserción en la división desigual del trabajo en la UE.
Convendría detenerse un poco y explicar cómo funciona un Estado capitalista en condiciones de democracia de mercado. Políticamente, lo fundamental es saber cómo mandan los que no se presentan a las elecciones. La clave es que el sistema político-institucional, es decir, el Estado, debe garantizar el poder del capital y, a la vez, asegurar que aquello que los ciudadanos eligen sea compatible con los intereses de los poderes económicos o que, al menos, no los cuestionen sustancialmente. Es la conocida y contradictoria función de combinar la acumulación del capital con la legitimación democrática del sistema. La llamada “gobernabilidad” tiene que ver con esta contradicción, que se ha agudizado mucho con la presente crisis ya que, es el dato crucial de la época, el capitalismo realmente existente hoy “exige sacrificios humanos”, es decir, expropiar libertades, derechos sociales y bienes comunes para poner en marcha de nuevo el proceso interminable e indefinido de acumular renta, riqueza y poder para los que mandan, para una oligarquía despótica y sin proyecto de país.
El bipartidismo ha sido siempre un modo de organizar el sistema político para impedir que surjan alternativas que cuestionen o limiten el poder de aquellos que mandan, insisto, sin presentarse a las elecciones. Ahora se habla mucho de que hay que hacer política más allá del eje izquierda-derecha. El problema real ha sido casi siempre el mismo: una derecha que lo es, y sin complejos, y una supuesta izquierda que practica un “reformismo sin reformas”, sumisa al poder y sin proyecto alternativo. Resumiendo, una izquierda que no lo es, que, precisamente por ello, hace del eje derecha-izquierda el eje de su legitimación social.
No es casualidad que durante mucho tiempo la patronal y los grupos de poder económicos hayan preferido al Partido Socialista. Los gobiernos de González y de Zapatero aseguraron los intereses generales de los que mandan, neutralizaron a los sindicatos e impidieron que surgieran alternativas a su izquierda. Esta ha sido la durísima experiencia de la Izquierda Unida de Julio Anguita e, imagino, el gran reto que debe afrontar Podemos. Hay una cosa clara: los poderes apostarán hasta el final por el bipartidismo y la única duda es si, en último término, sacarán a escena a Susana Díaz, persona de confianza del capital financiero y estrechísima servidora de las reglas de juego del poder. Andalucía pone de manifiesto que el bipartidismo sigue siendo fuerte y que puede ser la plataforma para el relanzamiento del PSOE en toda España.
La propuesta de Pedro Sánchez de una reforma constitucional, ordenada y limitada, tiene que ver con esto que se acaba de decir: configurarse como el partido “orgánico” del régimen, es decir, eje y centro del sistema y garantía última de su estabilidad. La lampedusiana formula de reformar la Constitución para no cambiar de Constitución tiene que ver con esto: mantener los poderes fuertes de la misma, la Monarquía en primer lugar, e impedir un proceso constituyente que haga que el soberano ejerza como tal. Dicho de otro modo: propiciar una nueva restauración borbónica y oligárquica que canalice y desvié las aspiraciones de cambio de la sociedad, especialmente de las nuevas generaciones. Se trataría de crear una nueva centralidad: entre el inmovilismo y la ruptura democrática. Son palabras que asocian imágenes y crean referentes. Vender moderación frente a los extremos y cambiar sin riesgos.
Por ahora el PP no quiere abrir este nuevo campo de juego político. Se considera con fuerza suficiente para garantizar el futuro del sistema. Seguramente piensa que el PSOE es demasiado débil y que siempre lo tendrá de aliado subalterno cuando se trate de eso que eufemísticamente se llama “cuestiones de Estado”. El partido de Pedro Sánchez juega a otra cosa: que el impulso de Podemos lo convierta de nuevo en interlocutor privilegiado de los poderes dominantes y volver a ser lo que siempre ha sido: garante último del sistema y baza decisiva de su continuidad. El partido continúa, con una “pequeña diferencia”: ellos, los que mandan, saben que su control de la política y de los políticos no está asegurado como antes y que se están produciendo cambios que cuestionan su poder. Veremos.