Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Sorgo y acero: el régimen socialista de desarrollo y la forja de China (IV)

Chuang (colectivo comunista chino crítico)

El colectivo Chuang está publicando en la revista de mismo título una serie de artículos sobre la historia contemporánea económica china. De momento llevan publicadas las dos primeras secciones de las tres previstas, respectivamente en los números 1 (2016 y 2019) y 2 (2019) de la revista. Publicamos a continuación la primera serie, lo que los autores denominan “régimen socialista de desarrollo” que datan aproximadamente entre la creación de la República Popular en 1949 y principios de los años 70, cuando consideran que se produce la transición al capitalismo. Dada su extensión presentaremos los textos en las siguientes 6 entradas separadas:
I: Introducción
II: 1 – Precedentes
III: 2 – Desarrollo
IV: 3 – Anquilosamiento
V: 4 – Perdición
VI: Conclusión – Desligamiento

ANQUILOSAMIENTO

Colapso y militarización

Aunque se pusieron en marcha para salvarlos, las políticas del Gran Salto en última instancia socavaron los cimientos del régimen socialista de desarrollo al interrumpir la producción y exportación de excedente de grano del campo a la ciudad. Al sacar grandes cantidades de trabajadores de la agricultura mientras al mismo tiempo se requisaba más grano para el consumo industrial, la producción total de grano se quedó muy por debajo de lo requerido. La agricultura, aunque colectivizada, era capaz de producir un excedente pero seguía siendo incapaz del tipo de revolución de la productividad que hubiera permitido este cambio demográfico. La proporción de grano producido por trabajador agrícola no había subido sustancialmente, especialmente cuando lo comparamos con las revoluciones  agrícolas prototípicas que iniciaron las transiciones de los países europeos hacia el capitalismo. El resultado fue el hambre y un colapso económico devastador.

A medida que la producción de grano se desplomaba y el estado requisaba porciones crecientes de lo que se producía para ser exportado a centros urbanos (y una parte más pequeña a la URSS para pagar los préstamos por la ayuda durante la guerra de Corea), los campesinos huyeron del campo en número creciente. Buena parte del pico en la urbanización en los años finales del Gran Salto Adelante (GSA) se debió a estos factores de empuje más que por la atracción del empleo industrial. La inversión se desplomó de 1960 a 1962 a aproximadamente la misma tasa que había crecido en 1958 y  1959.[1] Las pequeñas fábricas cerraron de nuevo y el nuevo sector de la artesanía rural colapsó completamente.

Esto señalaba la primera crisis verdaderamente sistémica del régimen de desarrollo, y fue aquí donde las tensiones visibles en la ola de huelgas de 1957 se extenderían  hasta un colapso en todo el país del proyecto comunista. Con la hambruna, el partido y sus politicas empezaron a perder su mandato popular entre la mayoría campesina. Pero al haber absorbido buena parte de la heterogeneidad del movimiento comunista, el PCC mantuvo la hegemonía estratégica. No podía formarse ninguna oposición independiente. A medida que el mandato popular se perdía, el proyecto comunista era roto en pedazos hasta la raíz para alimentar al régimen de desarrollo. Las potencialidades opuestas que surgieron lo hicieron dentro del partido, convirtiéndose en conflictos faccionales y, más tarde, purgas. Si el primer paso en la disolución del proyecto comunista fue su absorción en el cuerpo del PCC, el segundo paso fue la purificación de este cuerpo en nombre del desarrollo. Los restos disecados de lo que una vez había sido uno de los mayores y más vibrantes movimientos comunistas quedaban reducidos, en los años 70, a poco más que una continua campaña de industrialización.

Las medidas de emergencia tuvieron efecto en 1961, y la producción se concentró en “un pequeño número de plantas relativamente eficientes,” mientras “el control sobre la economía era recentralizado en un intento por restaurar el orden.” El racionamiento de las necesidades básicas se generalizó pues los recursos existentes eran canalizados de vuelta a la agricultura. Se compraron alimentos adicionales en el mercado internacional del grano por primera vez en la era socialista en un intento de impedir la profundización de la hambruna. Mientras tanto, se reabrieron mercados limitados con la esperanza de que aumentasen los ingresos rurales y aumentase el suministro de alimentos a las ciudades. En términos generales, “las importaciones de bienes de consumo y la liberalización del mercado estabilizaron gradualmente los precios a un nivel nuevo, más alto.”[2]

Aunque los precios de los bienes de consumo se estabilzasen a un nivel inflado, las políticas de recorte supusieron “una reducción drástica de las transferencias presupuestarias a las empresas estatales” y “el Consejo de Estado dio directrices a los gestores para que redujesen las medidas de prestación social” y “mantuviesen firmes las riendas sobre los salarios.” Al mismo tiempo, los “Setenta Artículos” adoptados en 1961 limitaron las horas de trabajo diarias a ocho, hicieron hincapié en “las políticas de permiso por enfermedad, maternidad y vacaciones”, y “restauraron los sistemas de pago por pieza y bonificaciones por superar la cuota.”[3] Aunque no siempre populares, la abolición de los sistemas de pago por pieza y bonificaciones durante el GSA había supuesto que “los trabajadores a los que se les pagaba con estos sistemas sufriesen una disminución de ingresos de entre el 10 y el 30 por ciento,” a pesar de los aumentos en las prestaciones no salariales.[4] La restauración de este ingreso, junto con el fin de las horas extra no pagadas en frenéticas ofensivas de producción, fue una concesión destacada a los trabajadores en medio de la crisis. Emparejadas con el riesgo de la inanición, estas concesiones ayudaron a asegurar que la agitación popular fuese suprimida durante la mayor parte de los primeros años 60.

Pero otro medio de control social más exhaustivo se desarrolló también en este periodo. Incapaces de hacer frente al enorme número de campesinos que huían del campo — muchos más que aquellos que habían migrado anteriormente para surtir de personal la ofensiva industrializadora– los Setenta Artículos adoptaron límites estrictos en la contratación de trabajadores. “Prohibieron las transferencias de trabajadores no autorizadas (incluidos los técnicos) y la práctica de contratar en el campo,” restaurando la estabilidad de la estructura celular de empresa danwei.[5] Al mismo tiempo, la fuerza de trabajo industrial fue seriamente reducida. En solo dos años y medio, “entre 1961 y mediados de 1963, los funcionarios estatales consiguieron reducir en 19,4 millones de trabajadores una fuerza laboral industrial estimada en 50,4 millones”, una disminución de aproximadamente el 40%[6] La inmensa mayoría de esta reducción vino de “unos 20 millones de trabajadores enviados de vuelta al campo.”[7]

Una reducción tan masiva de la población urbana nunca hubiera sido posible si no fuese por el exhaustivo sistema de registro de hogares –conocido como el sistema hukou— desarrollado gradualmente durante los años 50.[8] El sistema de registro “fue primeramente restaurado en 1951 para registrar la residencia de la población urbana y rastrear cualquier elemento antigubernamental residual” durante el Movimiento Democrático de Reforma. Se extendió de un sistema exclusivamente urbano “para cubrir tanto las poblaciones rural como urbana en 1955.” El pico migratorio que empezó ese mismo año, a pesar de tener lugar en un momento en el que los ciudadanos chinos disfrutaban legalmente de plena libertad para migrar, vería el intento del estado por monitorizar y controlar el flujo de población “al imponer comprobaciones de los documentos de viaje y otras medidas administrativas en diversos nodos importantes de transporte […] de 1955 a 1957.”[9] En 1958, el marco legal de libertad de movimientos fue abandonado en la práctica, a medida que se adoptaba una regulación más amplia del hukou. Esta encarnación del sistema de hukou se convertiría en una parte integral de la gestión laboral en la transición al capitalismo, y sigue siendo una característica central de la dinámica de clases en la China de hoy.[10]

Al principio esto era simplemente la formalización de la división urbana-rural ya solidificada por las estrategias de inversión del estado. Después de 1958, sin embargo, el estatus como urbanita o habitante rural no solo quedaba fijado desde el punto de vista de donde vivía uno, sino que pasaría también a los recién nacidos mediante la herencia matrilineal. Este estatus solo muy raramente podía ser cambiado a mejor (esto es, de rural a urbano, un proceso conocido como nongzhuanfei), con “una cuota anual de nongzhuanfei establecida por el gobierno central de entre el 0,15 y el 0,2 por ciento de la población”, aunque, en la práctica, la corrupción local implica que “la tasa real sea más alta.”[11]

El hukou no solo fijó a la población, también facilitó el movimiento descendente de segmentos masivos de la población urbana en periodos de crisis. Aunque el reasentamiento se había producido esporádicamente bajo la forma de asignación laboral o reeducación política durante los años 50, solo había sido algo similar a una deportación a gran escala en el caso de los anteriores soldados del GMD enviados a las áreas fronterizas como Xinjiang para surtir de trabajadores nuevos proyectos de construcción –en la práctica una continuación del sistema tradicional tuntian de asentamientos militares de frontera.[12] Durante la crisis, sin embargo, el sistema de hukou sería utilizado para deportar a 20 millones de nuevos migrantes desde las ciudades de vuelta a su lugar oficial de registro en el campo. Pronto vería también la deportación de buena parte del “trabajo de callejón” contratado en el punto más alto del GSA y la “jubilación anticipada” involuntaria de decenas de miles de viejos trabajadores incapaces de seguir el ritmo de producción.

Para tomar un ejemplo: en Shanghai, a pesar de sus privilegios por antigüedad, unos 83.540 trabajadores viejos, principalmente mujeres fueron jubilados en el recorte posterior al GSA, perdiendo sus prestaciones sociales y su registro urbano. La mayoría conservaron un salario al ser transferidas al “pequeño sector comercial”, pero esto apenas era un consuelo. Hubo informes de trabajadores deportados volviendo en masse a sus fábricas textiles en Shanghai para atacar a cuadros y gerentes, desvalijar sus casas por comida y saquear las tiendas de arroz.[13] En menos de una década, la agitación de los ruralitas retornados constituiría una gran base de soporte para las facciones “ultraizquierdistas” en la Revolución Cultural.

Junto con la membresía en danwei o la rural colectiva de uno, y el dang’an, un portafolio que contenía el estatuto de clase anterior a la Liberación (ahora un rasgo heredable) y varios registros de desempeño y “actitud”, el hukou se convertiría en uno de los elementos más importantes en un sistema de control social similar al de castas que sería fundamental más tarde para la construcción de la estructura de clases de China en la transición al capitalismo. Esta división del trabajo similar a la casta se formalizó en el curso de los años 60, y el hukou no solo fue empleado para la deportación en tiempos de crisis política o económica, sino cada vez más como una herramienta para dividir aún más la estructura de privilegios de la fuerza de trabajo industrial urbana de manera que se pareciese cada vez más a los sistemas de apartheid racial en otras partes, con la localización urbana contra rural ocupando el lugar de la etnicidad.

Con unas prestaciones sociales demasiado caras y el coste de producir  productos básicos estabilizados con una tarifa inflada, las fábricas que habían sido forzadas a jubilar o deportar a buena parte de su recientemente ampliada fuerza de trabajo se enfrentaban ahora al riesgo de una productividad estancada. El trabajo diario fue recortado y las prestaciones sociales reducidas. El resultado fue “la extensión de edemas y otras enfermedades entre los trabajadores urbanos” causadas por la malnutrición y el exceso de trabajo.[14] En lugar de dirigirse al estado central, ahora se animaba a las empresas a que llegasen a ser autodependientes. En las ciudades costeras, algunas fábricas empezaron empresas comerciales pesqueras, usando las capturas para surtir a sus comedores y vendiendo el excedente en loa mercados recientemente reabiertos.[15]

Todo esto solo hacía que aumentase la necesidad de una fuente de trabajo que pusiese menos estrés sobre la infraestructura urbana. Bajo la dirección de Liu Shaoqi –en aquel entonces aparente sucesor de Mao– se animó a los gestores de fábrica y a los funcionarios locales a resolver la crisis contratando “trabajadores temporales que pudiesen volver a las áreas rurales durante la época de cultivo. Los trabajadores contratados bajo esta política, conocidos como ‘trabajando-y-cultivando’ (yigong yinong), no tenían derecho a los salarios y prestaciones de sus equivalentes a jornada completa.”[16] Estos trabajadores por tanto eran “más baratos” en el sentido que no necesitaban ser incorporados al danwei, y como tenían un hukou rural podían ser devueltos al campo en cualquier momento.

Esta fuerza de trabajo “obrera-campesina” llegaría a ser utilizada principalmente en las empresas de tamaño pequeño y medio, normalmente cumpliendo contratos para empresas mayores, y la contratación rural se combinaba a menudo con otras formas temporales de utilización del trabajo, como el uso de aprendices, trabajadores-estudiantes y trabajadores “de callejón”. Aunque estos trabajadores estaban haciendo básicamente el mismo trabajo que los empleados en grandes empresas industriales, no recibieron ninguna de las expansiones de las prestaciones sociales entre 1962 y 1965. Lo que es más importante, “los trabajadores contratados no tenían derecho a traer a sus dependientes a la ciudad con ellos, reduciendo la presión sobre la vivienda, guarderias, etc.”, por no mencionar que eso los disuadía de buscar una residencia a largo plazo en la ciudad.[17] En el curso de los años 60, por tanto, exactamente el mismo segmento de la fuerza de trabajo que había instigado buena parte de la agitación en los años 56-57, se amplió extraordinariamente.

El GSA se presenta a menudo como si solo hubiese sido un breve periodo de caos de entusiasmo excesivo, después del cual se volvieron a poner en marcha políticas más racionales parecidas a las de los años 50. Termina la movilización total, se restauran los incentivos materiales para la producción, las cifras de técnicos y cuadros se amplian de nuevo, el estado central recentraliza la autoridad de planificación –todo para ser de nuevo revocado y luego finalmente reinstituido en otro ciclo de entusiasmo y recorte durante la Revolución Cultural. Pero estas tendencias tienden a disfrazar cambios más profundos iniciados durante el GSA que fundamentalmente dieron forma al carácter de la era socialista en las siguientes dos décadas. La aplicación del hukou y, a través suyo, la estandarización del sistema obrero-campesino, fue uno de estos cambios. Otro fue la persistente descentralización de la autoridad de planificación y las redes de producción urbana.

A pesar del lenguaje recentralizador, la autoridad de planficación nunca volvió a los ministerios industriales que la habían ejercido, al menos de palabra, durante el Primer Plan Quinquenal. Por el contrario, la descentralización fue simplemente reorganizada, pues “los Setenta Artículos y otras medidas del comité central tomadas en los primeros años 60 recentralizaron poderes en los comités provinciales que habían sido devueltos a las ciudades, condados, distritos, etc. durante el GSA.” Más que reestructurar el estado de arriba abajo concebido en el primer Modelo Soviético, por tanto, los 60 vieron en cambio la solidificación de una estructura semipesada del estado, en la que “los comités provinciales del partido siguieron siendo más poderosos que los ministerios del gobierno central.”[18] Esto era, una vez más, una reproducción de las tendencias vistas en formas tradicionales de gobierno en la región, aunque ahora emparejadas con un sistema celular de control social sin precedentes que se extendía hasta la base de la sociedad.

De manera similar, no hubo un nuevo intento de “modernizar” muchas de las pequeñas y medianas empresas que habían surgido de nuevo durante los años del GSA consolidándolas en grandes conglomerados danwei de propiedad estatal. De hecho, estas redes de producción más flexibles se convirtieron en los principales empleadores de trabajo barato “obrero-campesino”, a menudo cubriendo contratos para las grandes empresas estatales y por tanto proporcionándoles otra fuente de insumos baratos. De esta forma, a muchas ciudades se les permitió reinventar sistemas tradicionales de producción bajo nuevas circunstancias, en los que una mezcla de talleres descentralizados, generalmente sin prestaciones sociales, se aglomeraban en torno a núcleos de grandes fábricas en las que trabajaban trabajadores más privilegiados con un estatus de residencia permanente. Estas grandes fábricas nunca más se incorporaron a las estructuras de prestaciones sociales de arriba abajo, sino que por el contrario conservaron y ampliaron las autarquías que habían desarrollado durante los años 50.

A nivel nacional, se formó una nueva geografía desigual a medida que las inversiones se dirigían de nuevo hacia ciertas regiones a expensas de otras. En 1964, las condiciones habían mejorado de tal forma que se inició un nuevo empuje inversor. Pero las condiciones internacionales habían cambiado significativamente desde la primera campaña de industrialización en los años 50. Los Estados Unidos, que todavía tenían decenas de miles de soldados estacionados en Corea, intensificaron sus guerras subsidiarias contra países socialistas, escenificando una fallida invasión de Cuba y redoblando los esfuerzos militares en Vietnam. Mientras tanto, los lazos sino-soviéticos estaban completamente rotos. China no solo había perdido a su principal socio comercial y fuente de ayuda internacional, sino que, en 1969, escaramuzas fronterizas pondrían a los dos países al borde de la guerra. A lo largo de los años 60, por tanto, China se encontró cada vez más aislada. Con la pérdida de su principal socio comercial, la suma de las importaciones y exportaciones chinas habían disminuido a un exiguo 5% del PIB en 1970.[19]

La industrialización en este periodo siguió una lógica militar. En 1964, se lanzó una nueva expansión industrial llamada el “Tercer Frente”, centrando la inversión en el interior de China. El “Tercer Frente” era un concepto geo-militar para designar el frente de batalla menos accesible a potenciales agresores (principalmente los EEUU en el mar y la URSS a lo largo de la frontera norte). El objetivo era “crear toda una base industrial que diese a China independencia estratégica” construyendo fábricas en regiones interiores “remotas y montañosas” en las provincias de Yunnan, Guizhou, Sichuan (la “Primera Fase” del plan), así como Hunan, Hubei, Shannxi, (“Segunda Fase”), y Qinghai, Gansu y Ningxia (fase “Noroeste”). [20]

Finalmente, la escala del pico de inversiones del Tercer Frente, entre 1963 y 1966, superaría la del Primer Plan Quinquenal, aunque se quedase corta respecto al boom inversor visto durante 1958. El Tercer Frente llegó a su cénit cuando la inversión llegó al 30 por ciento del PIB en 1966, antes de caer durante la Revolución Cultural.[21] Las cifras son más significativas si consideramos que esta nueva expansión industrial se había realizado sin la ayuda y el apoyo técnico ofrecido por los soviéticos en los años 50, señalando un periodo en el que la “autosuficiencia” se convertiría en una de las consignas más importantes del socialismo chino.

En el curso de los años 60 y 70, esta lógica de autosuficiencia y militarización saturaría incluso las unidades más básicas de la sociedad china. Aunque los Setenta Artículos supuestamente abogaban por un regreso a las viejas políticas del “Modelo Soviético”, el periodo en realidad vio la formalización, con un disfraz más moderado, de las mismas políticas de gestión industrial partido-céntricas que habían saltado a la palestra al final del Primer Plan Quinquenal y alcanzado extremos durante el GSA. De hecho, los Setenta Artículos “respaldaban explícitamente la doctrina del Octavo Congreso del partido de tener ‘al director de la fábrica bajo el liderazgo del comité del partido'” y mientras “intentaban reestablecer y redefinir ciertas tareas y poderes para los congresos y sindicatos de empresa de los trabajadores de la empresa, […] los comités de partido de empresa matenían firmemente el control de estas dos instituciones.”[22]

A pesar del aumento de técnicos y personal administrativo en este periodo, no se les devolvió el poder a ingenieros o gerentes, y las jerarquías basadas en las capacidades técnicas nunca se desarrollaron como estaba previsto. Por el contrario, los privilegios en el nivel básico seguían estando distribuidos por antigüedad, estatus de empleo y proximidad a industrias priorizadas, mientras el poder político y las funciones de dirección del día a día se concentraron cada vez más en las ramas del partido. La lógica militar del momento aseguraba que solo aquellos con la adecuada persuasión política eran aptos para gestionar industrias importantes. Esto incentivaba a aquellos dentro de la estructura de poder político a conseguir capacitación técnica, y a aquellos con capacitaciones técnicas a probar sus credenciales políticas, creando funcionarios que eran a la vez “rojos” y “expertos”

Divulgada primero durante el Movimiento de Educación Socialista (1963-1966) y luego ampliada a principios de los años 70, esta política vería tanto la militarización directa de la producción (con el Ejército de Liberación Popular (ELP) encargándose de posiciones administrativas después de 1969) y la fusión de poder técnico y político, pues el partido se convirtió prácticamente en sinónimo del estado. El número de cuadros saltó a 11,6 millones en 1965, cayó ligeramente en 1969 en el cénit de la Revolución Cultural “corta”[23], y luego creció vertiginosamente a 17 millones en 1973. Aunque no se dispone de números fiables para el resto de los años 70, en 1980 el número había crecido hasta los 18 millones.[24]

La corrupción creció al mismo ritmo, a medida que los cuadros se apoderaban de los cupones de las raciones, malversaban fondos para “banquetes fastuosos” y dirigían negocios rentables en secreto. Mientras tanto, la empresa privada era revitalizada incluso entre trabajadores, quienes a menudo dirigían pequeños negocios entremedio de sus tareas oficiales.[25] Esta situación de fusión partido-estado, anquilosamiento burocrático y crecimiento del mercado negro llevaría, finalmente, a la formación de la clase capitalista roja[26] y al colapso del régimen socialista de desarrollo en favor de reformas del mercado interno y una creciente integración con las redes de producción capitalista globales.

Racionalización rural

El repliegue de las políticas rurales del GSA llegó a principios de los 60. Estaba claro que el problema de la escasez no estaba resuelto y que la producción agrícola tenía que ser una prioridad: las industrias rurales fueron cerradas y los sistemas de remuneración y distribución fueron reformados continuamente para elevar la producción. Esto significaba reestructurar el control sobre las decisiones de producción y de gestión del trabajo, especialmente mediante la devolución del nivel de rendición de cuentas de la enorme comuna a una escala mucho más pequeña. Mientras algunas de las comunas más grandes fueron reducidas, el cambio más importante tuvo lugar dentro de la misma comuna, que tomó una estructura de tres niveles conocida como el sistema de “propiedad a tres niveles”, institutido en 1962.[27]

Las aldeas en la comuna fueron divididas en equipos de producción (shengchan dui) de 10 a 50 hogares, a los que se les dio el control sobre la tierra y las decisiones de producción. Los miembros del equipo podían escoger a su propio líder. Esta se convirtió en la únidad básica de rendición de cuentas en el campo, el nivel en el cual el producto neto era dividido por los puntos de trabajo de los miembros para decidir la remuneración.[28] La comuna y la brigada de producción de nivel medio (shengchan dadui) se encargarían de diversas funciones institucionales como la administración local, escuelas, hospitales, grandes proyectos de infraestructura y demás. Pero el control y la rendición de cuentas de la producción y la distribución de ingresos tendría lugar en el nivel mucho más pequeño de equipo de producción. Al equipo de producción se le concedía el derecho a rechazar trabajo en los niveles de comuna y brigada.[29] Aunque considerado a menudo una “devolución” de autoridad, este concepto no capta plenamente la raíz de los cambios que se estaban produciendo. En realidad, el control de la comuna sobre el trabajo y la producción se desintegró en el GSA, y el sistema colectivo en el campo tuvo que ser casi completamente reconstruido de abajo arriba. Esto se convertiría en uno de los principales objetivos del Movimiento de Educación Socialista de 1963.[30]

Para recuperarse del desastre del GSA, los colectivos rurales fueron forzados a centrarse en la agricultura y abandonar la mayor parte de las actividades suplementarias y de artesanía. Un componente crucial del repliegue fue una directiva de 1960 dictando que al menos el 90% del trabajo rural tenía que ser en producción agrícola.[31] A mediados de 1960 el empleo industrial de brigada y comuna había caído al 7% del trabajo rural.[32] Pero esto todavía le parecía demasiado al partido central, “que propuso cerrar las industrias rurales en masse y devolver sus trabajadores al frente agrícola.”[33] El trabajador rural ya no iba a ser contratado más para la producción industrial rural. Esta agriculturización del campo barrió la naturaleza dual milenaria de la economía rural, y profundizó aún más la división rural-urbana.[34] Lo que es más importante, este intento improvisado y fragmentado de reconfigurar la producción rural produjo una estructura rural autárquica, en gran parte autodependiente y autocontenida a nivel local, aunque unificada a nivel nacional como un único motor de producción de grano para el estado.

Un retorno a la distribución según el trabajo fue un aspecto clave de esta reconstrucción. Después del GSA, sin embargo, el sistema de remuneración sufrió ajustes continuos hasta la descolectivización a principios de los 80. A pesar de que se les echase la culpa en parte a los sistemas de distribución y remuneración por el debilitamiento de la productividad agrícola durante el GSA, era difícil encontrar una solución factible.[35] Los pagos siguieron siendo en especie. En las áreas rurales más pobres, “el dinero en efectivo prácticamente desapareció, forzando a la gente a vivir casi enteramente de los ingresos en especie procedentes de la producción colectiva.”[36] En 1978, los pagos medios en metálico suponían menos de un tercio de la remuneración por hogar, con unos 15 dólares US ese año.[37]

El problema clave era cómo encontrar una forma de aumentar los incentivos por trabajo para el trabajo agrícola, mejorar la producción económica y elevar la calidad, por un lado, sin aumentar una desigualdad que llevase al desmoronamiento del sistema colectivo, por otro. “Se demostró imposible diseñar sistemas de pago que produjesen el mismo tipo de trabajo diligente, automotivado, para el colectivo, que el que caracterizaba a campesinos trabajando para su propia familia.[38] Antes de la colectivización, por supuesto, el trabajo de los hogares había sido disciplinado en un sistema patriarcal para elevar el rendimiento total aunque esto significase añadir trabajo cada vez más ineficiente –el sistema pre-colectivo en otras palabras, no era más natural que el sistema colectivo. Los sistemas de remuneración colectiva evolucionaron con el tiempo y fueron a menudo bastante complejos. En una brigada de los 70, por ejemplo, la lista de las normas de puntos por trabajo contenían más de 200 tareas diferentes que requerían diferente contabilidad. Los requerimientos de calidad en particular eran difíciles de establecer y hacer cumplir.[39] Además, había muchísima diversidad regional.[40]

En 1961, el estado promovió un sistema de contratos por hogar, por el cual cada año diferentes parcelas comunales eran contratadas a hogares con cuotas específicas vinculadas a ellas. La cuota sería entregada al estado a cambio puntos por trabajo, que podían entonces ser intercambiados con el colectivo por pagos en especie y algo de dinero en metálico. Inicialmente se permitió a los hogares quedarse con todo lo que producían por encima de la cuota. Este era un compromiso probablemente necesario por parte del estado, que claramente lo estaba teniendo difícil para reconstruir el sistema de extracción rural. Para ganar más control sobre el excedente, tras el primer año el estado empezó a exigir que se entregase también el grano por encima de la cuota, pero por un número mayor de puntos de trabajo que el grano de cuota.[41]

Pero la creciente desigualdad creada por este sistema de contrato por hogar llevó a una disminución de su popularidad y se intentó un nuevo sistema de tasación de tareas a partir de 1963. A diferentes tareas se les asignaban diferentes números de puntos por trabajo dependiendo de la dificultad percibida de la tarea. Era complejo administrar y supervisar el sistema, y seguía creando desigualdades –especialmente entre géneros. Las peleas entre los trabajadores y quienes registraban eran comunes. Además, el sistema pagaba a la gente por la cantidad, no la calidad de su trabajo, y esto llevó a menores rendimientos, especialmente comparado con el sistema de contrato por hogar.[42]

Alrededor de 1966, en un ejemplo bien estudiado (y en diferentes momentos en otros lugares) se instituyó el nuevo “sistema Dazhai”. Este era un sistema de valoración mutua por el que los trabajadores asignaban colectivamente puntos por trabajo basados en la valoración del trabajo de cada miembro del equipo y la actitud hacia el trabajo. Inicialmente el sistema funcionó bien y la producción aumentó en consonancia. Pero el foco subjetivo sobre las actitudes causó problemas entre los aldeanos con el tiempo, y el sistema cambió para valorar solo el trabajo cumplido. Pero muchos aldeanos todavía veían el sistema como un juicio de valor subjetivo. A medida que crecía la acritud, se celebraban menos reuniones de valoración. Finalmente, los líderes abandonaron completamente las valoraciones, asignando simplemente a los miembros los mismos puntos que habían recibido la vez anterior, transformando el sistema en un régimen más fijo y reduciendo de nuevo los incentivos.[43]

A medida que el sistema Dazhai se desintegraba a principios de los años 70 (cuando la agricultura se estaba desplomando por toda China), muchos equipos volvieron a los sistemas de tasa por tarea, y finalmente, el intercambio de tareas se delegó a grupos cada vez más pequeños. A finales de los 70, la producción era contratada a pequeños grupos de hogares o incluso, al final, a hogares individuales, con pagos en puntos por trabajo según la cuota y tasas por encima de la cuota.[44] Esta historia ofrece un agudo contraste con el argumento habitual de que hubo un repentino cambio en la organización de la producción y la remuneración rural a finales de los años 70. De hecho, el sistema fue inestable y en constante cambio desde 1949 hasta principios de los 80, cuando se llegó a un sistema más estable.

Los campesinos también ganaron ingresos mediante los mercados privados, que volvieron a principios de los 60. Estos mercados y las parcelas privadas que se les proporcionaban seguían siendo pequeñas, sin embargo, con un 5 a 7% de la tierra cultivable. Pero los campesinos intentaban poner más energía en las parcelas privadas que en las colectivas, un problema que molestaba constantemente a los cuadros.[45] Esta tendencia parece haber sido exacerbada por la pérdida de fe de los campesinos en el sistema colectivo y en el liderazgo rural del partido. El sistema de remuneración colectivo continuamente en cambio, en otras palabras, era un síntoma de la descomposición del sistema de producción y distribución rural  que siempre se había centrado en la extracción del excedente agrícola y en la acumulacion nacional en lugar de en las necesidades locales. Durante el periodo colectivo hubo solo un exiguo crecimiento de los ingresos campesinos.[46]

Además, bajo el sistema colectivo, el poder adoptó una estructura celular, cada vez más segmentada y limitada en cada nivel de la burocracia. La vida social y económica rural se volvió autocontenida.[47] Dentro de esta estructura celular, los puntos por trabajo mostraban solo el valor en especie del trabajo de la unidad que reportaba (la comuna o el equipo de producción dependiendo del periodo). El producto excedente no vendido al estado junto con los pagos del estado serían entonces divididos por el total de puntos por trabajo del año, y se pagaría a los individuos según sus puntos por trabajo. Pero los puntos por trabajo no permitían valorar o comparar el trabajo entre unidades, solo contabilizar las diferencias dentro de ellas. De este modo, los puntos por trabajo no permiten una comparación del “valor” de los productos del trabajo, no se comunican a través del sistema social, y por tanto, el trabajo como tal nunca fue abstraído mediante el intercambio de mercado. Los puntos por trabajo, por tanto, no expresaban el tiempo de trabajo socialmente necesario como una relación que pudiese dominar la producción social. No había ley del valor en el campo chino.

A lo largo de la era socialista, la relación rural-urbana estuvo cada vez más subdividida. Incluso las unidades rurales individuales estaban cada vez más desconectadas unas de otras. La red de relaciones de mercado que había formado el continuo rural-urbano antes de los años 50 fue cortada por la toma del estado de toda comercialización. A pesar de la retórica del partido sobre la abolición de la diferencia entre las esferas rural y urbana, las desiguadades rural-urbanas e intrarurales crecieron durante el periodo colectivo, desde 1955 en adelante.[48]

La producción rural y el sistema colectivo

En cualquier caso, a diferencia de la estructura más rígida de la comuna del GSA, la comuna a tres niveles posterior a 1962 se convirtió en un sistema flexible para organizar la producción rural y la reproducción social y para facilitar la extracción de excedente de grano. La producción agrícola empezó a crecer lentamente de nuevo, y algo de industrialización rural también volvió en los años 70. El sistema colectivo llevó a repartir el riesgo entre todo el colectivo, reduciendo los riesgos para los granjeros individuales inherentes a la agricultura. Mientas tanto, los niveles de vida rurales aumentaron desde el punto de vista de la salud y la educación.[49]  La atención médica básica llegó al campo, y aunque estaba mal financiada, ayudó a cortar la mortalidad infantil drásticamente y subió la esperanza de vida.[50] La matriculación en las escuelas rurales se dobló desde los años 60 a los 70.[51] Además, la comuna rural era eficiente en la acumulación de fondos de prestaciones sociales colectivas que asegurasen un mínimo de supervivencia durante los tiempos normales para las familias desfavorecidas.[52]

A pesar de ser tomada como prueba de la naturaleza socialista de China, sin embargo, la colectivización debería ser entendida como una institución impuesta por el estado diseñada para asegurar la separación básica rural-urbana que sustentaba el régimen socialista de desarrollo. Su función primaria fue facilitar la extracción del excedente absoluto bajo la forma de grano. Más que una ruptura del crecimiento “involucionista” del periodo imperial, la organización colectiva del trabajo rural “fue en algunos aspectos una mera ampliación de la vieja granja familiar”[53] Como la granja familiar patriarcal, el trabajador no podía ser despedido del colectivo. Asímismo, lo que les importaba a aquellos que estaba a cargo (patriarca o planificador), “era el nivel absoluto de producción, del cual colgaban las cuotas estatales para impuestos y la compra obligatoria. Cuanto más alta la producción, mayor la parte del estado.”[54]

Con un aumento en la fuerza de trabajo agrícola y una ligera caída en la cantidad de tierra cultivable, la cantidad de tierra por trabajdor agrícola disminuyó en el curso de la era socialista, de 0,58 hectáreas en 1957 a 0,34 ha en 1957.[55] En otras palabras, el crecimiento del rendimiento provino principalmente de un aumento masivo de insumos de trabajo, mientras la productividad de ese trabajo cayó. Las tasas de participación laboral (tanto rural como urbana) crecieron: había más gente trabajando y la gente trabajaba más.[56] En los años 20, los campesinos trabajaban de media 160 días al año, mientras a finales de los 70, la media había aumentado a entre 200 y 275 días por año.[57]

Buena parte de esta movilización de “trabajo excedente” rural se utilizó para construir infraestructuras agrícolas de bajo costo que llevaron a algunos verdaderos éxitos, como el aumento de la tierra irrigada de 20 millones de hectáreas en 1952 a 27 millones en 1957 y 43 millones en 1975.[58] Los retornos de estos proyectos a menudo eran bajos, pero eso no le importaba al estado, pues estaba más preocupado por aumentar la cantidad absoluta de producción que la productividad del trabajo. La fuerza de trabajo agrícola creció de 193 millones en 1957 a 295 millones en 1975,[59] pero como la población y por tanto la oferta de trabajo crecía, la tendencia fue movilizar tanto excedente rural como fuese posible, independientemente de su productividad.

Nuevos patrones de cultivo también ayudaron a la intensificación del uso de la tierra.[60] Un aumento de la producción de grano traía consigo una menor diversificación en otros cultivos. La producción per cápita del aceite de semillas, por ejemplo cayó de los años 50 a los 70, llevando a un estricto racionamiento y a una “dieta monótona y austera”.[61] El estado promovió una política de “tomar el grano como el eslabón clave”, lo que quería decir que la producción de grano se priorizaba sobre otros cultivos. Esto se hacía cumplir mediante cuotas de producción de grano, de manera que las comunas y más tarde los equipos de producción tenían poca o ninguna autonomía desde el punto de vista de la diversificación de la producción. La inmensa mayoría de la tierra y el trabajo tenía que dedicarse a la producción de grano, para cumplir las cuotas. La presión sobre el grano se fortaleció aún más por una política de incremento de la autosuficiencia regional, incluso en áreas en las que la producción de grano no era muy adecuada, lo que llevó a un aumento de la desigualdad regional.[62]

Por supuesto, el objetivo de la estrategia del PCC durante el periodo socialista no fue poner fin a la involución. Por el contrario, el objetivo fue extraer tanto excedente absoluto como fuese posible para desarrollar la economía industrial. Con el tiempo esto podría haber llevado a reinversiones en modernización agrícola y a un aumento del empleo urbano, produciendo un desarrollo transformador. Esto formaba parte claramente de la visión a largo plazo, aunque la productividad del trabajo rural probablemente solo empezó a subir a mediados-finales de los 70. De hecho, el producto de grano per capita no alcanzó de nuevo el pico anterior al GSA hasta finales de los años 70, creciendo rápidamente en los 80.[63]

Algo de industrialización rural volvió a surgir durante el “Nuevo Salto Adelante” de 1970, bajo el nombre de “empresas de comuna y brigada”, que iban supuestamente a “servir a la agricultura.”[64] En los años 70, estas industrias se suponía que debían proporcionar bienes de producción a la esfera agrícola en lugar de procesar productos agrícolas para el mercado urbano.[65] Como industrias intensivas en capital, estas empresas colectivas no empleaban una gran cantidad de trabajo rural –el 90% seguía en la agricultura[66]— pero se convertirían en una base importante para un proceso de industrialización rural más amplio en los años 80 y 90, lo que sería esencial para la transición capitalista. Elevó el “valor” de los puntos por trabajo en los colectivos –en el sentido que estuvieron entonces vinculados a una mayor cantidad de producto, sin embargo.[67]

Integrada por el estado solo en lo más alto, a la economía nacional principalmente la moldeaba la extracción rural y el desarrollo industrial urbano. Los residentes rurales fueron en gran parte perdedores en esta relación. A lo largo del periodo colectivo, el estado se centró en restringir el consumo y aumentar la extracción del excedente absoluto, y la tasa de acumulación se disparó. La acumulación rural neta se dobló a mediados de los años 50. La tasa de acumulación total subió del 22,9% en 1955 a 26,1% en 1956, y en 1959 (durante el GSA) alcanzó un pico de alrededor del 44%.[68] Aunque la tasa cayó a un mínimo del 15% durante el recorte posterior, creció de nuevo a lo largo de los años 60 y 70, oscilando alrededor del 35%.[69]

El papel de la ideología

Aunque las dos décadas entre el fin del GSA y la llegada de la era de la reforma se presentan a menudo como una lucha de toda la sociedad entre “dos líneas” mantenidas por facciones diferentes del partido,[70] la realidad es que estas luchas faccionales eran ellas mismas básicalmente epifenómenos de diversas crisis económicas y sociales que surgieron en el curso de la era socialista. El retrato de los políticos y la política en esta era como el producto de la “lucha de dos líneas” es básicamente una ilusión reforzada por las campañas de propaganda del estado en China durante y después del hecho, así como por la exportación de estas fuentes sesgadas a diversas facciones político-académicas en los países occidentales en el curso de los años 60 y 70, cuando el “maoísmo” llegó a designar una corriente política diferenciada.

Un ejemplo prototípico de este problema es el Manual de Shanghai. Publicado originalmente como Fundamentos de política económica en Shanghai en 1974, durante el pico de la influencia del estado durante la Revolución Cultural “larga”, el libro estaba pensado como un resumen de la ideología del partido en ese momento. Presumiblemente describiendo la “economía política socialista” tal como era teorizada y practicada en China, el manual fue traducido y publicado, acompañado de diversos ensayos, por maoistas estadounidenses con el título de La economía maoista y el camino revolucionario al socialismo : el Manual de Shanghai.[71] El manual, junto con otras recopilaciones de propaganda de estado y reportajes de tours de extranjeros a fábricas modelo,[72] ha sido tomado como un punto de referencia común tanto por partidarios como detractores.[73]

El problema, ya sea para la persuasión política, es que los datos expuestos en el Manual son puramente mitológicos. Dejando de lado la pobreza teórica del texto, ningún sistema como el descrito en el libro existió nunca. Del mismo modo, las prácticas observadas al hacer tours por factorías modelo a menudo estaban limitadas a esas fábricas. Aunque algunos rasgos eran compartidos indirectamente entre la realidad y estos pueblos Potemkin, todas las características fundamentales eran diferentes. El Manual se entiende mejor como una especie de texto religioso más que como una descripción de la economía de la era socialista. Los recorridos por empresas modelo se convirtieron en una especie de peregrinaje, reforzando el estatus sagrado de estos textos para los radicales occidentales. Los académicos que basan sus estudios en pronunciamientos políticos se dedican por tanto a una especie de glifomancia, desmontando detalles ínfimos de los discursos de los líderes y reordenándolos para que encajen en una narrativa que diga lo que uno quiera que diga.

La “lucha de dos líneas”, por tanto, no fue el rasgo determinante de ninguna fase de la era socialista. Por el contrario, muchas prácticas divergentes fueron unidas por el estado, que pidió prestado y remodeló formas de utilización del trabajo, coordinación industrial y control social de Rusia, así como de países explícitamente capitalistas, mientras al mismo tiempo revivía y reinventaba prácticas mucho más antiguas que había heredado de los japoneses, los nacionalistas y de los periodos Qing y Ming. Mientras tanto, se inventaron nuevas prácticas, totalmente únicas de la experiencia socialista china (aunque algunas serían más tarde imitadas en otros lugares).

El resultado fue un sistema geográficamente desigual que era estirado en múltiples direcciones a la vez y que podía ser forzado a algún tipo de coherencia –como régimen de desarrollo– solo por la actividad del estado, controlado por el PCC, y en última instancia fusionado con él. Pero este estado no era reducible a los líderes a la cabeza del partido. Era en sí mismo una especie de caos estructurado, dependiendo fundamentalmente de complejas redes de clientelismo y disciplina, así como del apoyo fiel de aquellos quienes habían visto mejoradas sus vidas por la revolución y las políticas que siguieron.

A causa de esto, el experimento chino en cualquier momento dado se podría decir con exactitud que se estaba deslizando hacia el capitalismo, replicando el sistema ruso, siguiendo el japonés en un militarismo nacionalista expansivo, revitalizando antiguas formas de gobierno comunes a los regímenes hidráulicos de la China imperial o inventando alguna nueva forma de gran sistema totalitario que penetrase en las vidas cotidianas de la gente a un nivel sin precedentes. Pero ninguno de estos aspectos nos da el cuadro completo, y en última instancia todos disfrazan las tendencias a largo plazo de la era.

A medida que proliferaban las crisis en la estructura básica del régimen de desarrollo, la capacidad de sancionar políticas flaqueó y el partido-estado tuvo que resucitarse periódicamente mediante la movilización de masas. Unidades de producción relativamente autosuficientes solo podían ser unidas mediante la presencia progresivamente omnipresente del estado central, en última instancia bajo la forma del ejército, pues el ELP tomó el control directo de muchos ministerios tras el aplastamiento de los movimientos de oposición emergentes en 1969. Pero, a medida que el estado-partido se hacía más omnipresente, también aceleraba su propia osificación, bajo la forma de aumento de la corrupción, la burocracia y el acrecentamiento del poder en sus capas medias a expensas del centro.

El núcleo dinámico del régimen de desarrollo era inestable. Aunque capaz de extraer excedente absoluto bajo la forma de grano, la revolución de la producción agrícola soñada por los primeros líderes comunistas nunca se materializó. Al final, el estado se convertiría en algo capaz de poco más que de escoger patronazgo, la asignación (progresivamente limitada y descentralizada) de “cantidades” abstractas de recursos, y la distribución de diversas formas de castigo, casi militares por su carácter y variando solo en el grado. El resto de la administración diaria de la producción y la vida social se cedió a unidades económicas cada vez más autárquicas, aparentemente parte del enorme aparato estatal central, pero en realidad con importantes grados de autonomía.

Este hecho final implicaba que el proyecto fuese siempre dependiente de la retención del apoyo entre segmentos importantes de la población. Por un lado, este apoyo se conseguía cumpliendo las promesas de mejorar los niveles de vida básicos de la gente y dividiendo cuidadosamente las nuevas prestaciones de manera desigual entre la población. Igualmente importante, sin embargo, fue la creación de un régimen mitológico de amplio espectro que servía a una función similar a la del estado –ayudar a unir el proyecto de desarrollo mediante medidas coercitivas y distributivas– solo que aquí operando a través de una compleja red de vínculos sociales/emocionales. Esta cultura o mythos de la era socialista se refleja en todo, desde las interacciones sociales básicas a nivel de danwei o colectivo rural, a los estándares culturales para las protestas contra o en apoyo del estado, como el uso de carteles con grandes caracteres, a campañas de masas de un estilo más de arriba abajo, como el culto a la personalidad construido primero en torno a Liu Shaoqi[74] y después en torno a Mao Zedong.

Pero este régimen mitológico no era el producto exclusivo de líderes conspiratorios. Aunque muy moldeado por las decisiones del CCP, el partido a menudo simplemente estaba adaptando decisiones autóctonas a nuevos fines. El actor más importante seguía siendo la contingencia y, detrás de eso, la gente. La gente normal situada en diversos niveles en la estructura de poder siguió dando forma, modificando, dando apoyo y oponiéndose a diversas tendencias culturales. Incluso expresiones aparentemente extremas del mythos de la era socialista, como el culto a la personalidad, no se pueden entender simplemente como un episodio de histeria de masas. La ideología gobernante, aunque en última instancia ayudase a preservar el régimen socialista de desarrollo, lo hizo solo mediante su capacidad de obtener la complicidad de grandes franjas de la población al cubrir determinadas necesidades espirituales, emocionales y sociales, especialmente cuando el mecanismo distributivo del estado no conseguía cubrir las materiales.

Como el estado, sin embargo, esta ideología gobernante se anquilosaría progresivamente con el tiempo, volviéndose menos receptiva a las necesidades y contribuciones de la gente normal. Esto también hizo que la cultura de la era fuese más limitada, pues potencialidades  para expresiones de vida bajo el socialismo (así como fronteras imaginativas de su futuro) estaban imposibilitadas. A medida que el estado se volvía más omnipresente y militarizado, también lo hacía la mitología gobernante. El ascenso del culto a la personalidad de Mao es el símbolo más destacado de esto. Conteniendo corrientes ortodoxas, heterodoxas y directamente heréticas, el mythos socialista se volvería progresivamente tirante y caótico, dando finalmente como resultado retos explosivos a la ortodoxia favorecida. Pero estos mismos retos estarían limitados, al final, por los mismos términos que la ortodoxia, de la misma forma que todas las herejías son en última instancia dependientes de los términos de la religión con la que intentan romper.

Aunque los mitos y la propaganda de la época no se pueden tomar como descripciones precisas de la vida bajo el socialismo, no son en absoluto insignificantes. Pero solo al leerlos como mitos podemos percibir su verdadera importancia. En tiempos de crisis sistémica, son precisamente los operadores culturales los que tienen un papel desorbitado al determinar lo que parece posible a los actores integrados en una situación particular. Aunque los límites materiales son siempre definitivos, la cultura y la conciencia condicionan qué límites y posibilidades se perciben en realidad. Un límite no percibido supone la catástrofe. Una posibilidad no percibida, la tragedia.

La clase bajo el socialismo

Más que un periodo de histeria de masas o lucha faccional, la Revolución Cultural solo puede ser entendida como un producto de los conflictos internos del régimen socialista de desarrollo. El intento por articular estos conflictos fue a menudo un procedimiento de desgarro de la sociedad, como queda claro en los debates del periodo sobre la definición de “clase” bajo el socialismo. Al ser llamados a repetir las luchas revolucionarias de sus padres, los jóvenes que habían crecido durante la era socialista en China producirían visiones en competición y violentamente contradictorias del término y de dónde se encuentran las raíces de los antagonismos internos del socialismo.

El proceso empezaría entre los estudiantes con el estímulo del estado central. Pero, como en el periodo de las Cien Flores, los conflictos que formalizó la Revolución Cultural ya estaban presentes. El GSA y la racionalización posterior habían apaciguado la agitación, pero también habían exacerbado las divisiones que habían dado lugar a la ola de huelgas de 1957, con una parte mucho mayor de la población urbana empleada ahora como “obreros campesinos” u otros trabajos temporales. Esto implicaba que el movimiento “estudiantil” se extendiese a los lugares de trabajo incluso con más rapidez esta vez, pues los trabajadores lanzaron nuevas olas de huelgas, expulsaron a cuadros y funcionarios de fábrica, chocaron con facciones rebeldes opuestas y, en varias ciudades, tomaron las armas y entraron en conflicto directo con el ELP.

La clase, sin embargo, no se puede entender en términos simples. La era socialista fue un periodo de gradual formación de clase, rematado por el surgimiento de una clase dirigente unificada a medida que las élites técnicas y políticas unían fuerzas para suprimir las energías incontrolables liberadas durante la Revolución Cultural. Esta clase gobernante tenía también la tarea de asegurar que, tras la supresión y redirección de la agitación popular, el desmembramiento de proyecto socialista no diese como resultado el colapso catastrófico y la balcanización del estado y la economía chinos –el resultado de muchos declives dinásticos anteriores. Pero, dada la ausencia de los imperativos de acumulación capitalistas y la demografía fuertemente rural del país, no se produjo una verdadera clase proletaria en la era socialista. La formación de un proletariado chino sería en cambio una de las características más destacadas de los años de reforma, y el conflicto de clase entre este proletariado y la burguesía “roja” (con los hijos de los funcionarios superiores constituyendo el 91% de los millonarios de China en 2008[75]) es la dinámica que deifne la crisis política china hoy.

La clase era una clasificación profundamente caótica e intrínsecamente desigual, especialmente en el primer periodo socialista. En estos primeros años, todavía no existían relaciones de clase constantes a escala de toda la sociedad. Como la estructura económica misma, la clase sufrió un proceso de agitado a medida que las anteriores estructuras de poder y producción eran desmanteladas. En el curso de la guerra revolucionaria y continuando en los primeros años 50, la inmensa mayoría de la población china estaba en la práctica desclasada en relación al orden social anterior. Esto lo simboliza con mucha fuerza la movilidad física de la población, pues millones abandonaron sus roles sociales previos para unirse al proceso revolucionario. Una vez ganada la revolución, no hubo una vuelta simple a la normalidad. La tierra fue redistribuida, rompiendo la estructura de clases del campo. Las fábricas fueron finalmente nacionalizadas y las funciones de gerencia entregadas a una serie de diferentes instituciones. Incluso donde los técnicos prerevolucionarios conservaron sus posiciones, el contexto en el que ejercían el poder había sufrido un cambio fundamental.

Este desclasamiento fue un resultado intencionado del proyecto revolucionario, que buscaba impedir la rehabilitación de las estructuras de clase de principios del siglo XX arrancadas de raíz. Durante la primera década del periodo socialista, la revitalización de las viejas estructuras de poder fue una posibilidad concreta, pues muchas habían sufrido una transformación incompleta y muchos beneficiarios del antiguo sistema habían encontrado su camino hacia posiciones ventajosas en el nuevo. El viejo régimen y sus élites eran considerados un gran obstáculo al proyecto de desarrollo, al sostener tanto tradiciones arcaicas (e improductivas) como una activa animosidad a los esfuerzos redistributivos que constituían el acto fundador del desarollo. Esta situación llevó a la construcción de un sistema nacional de designación de clase, usado tanto para monitorizar aquellos que previamente habían detentado poder como para redistribuir recursos a aquellos que habían estado en la base del viejo sistema.

Las designaciones de clase fueron más detalladas en el campo, donde el PCC tenía años de experiencia estudiando la anterior estructura de poder y detallando cómo eran asignados sus privilegios y quién explotaba a quién. Las designaciones urbanas fueron ligeramente más reducidas. Hasta la llegada del sistema de designación de clase, el PCC solo recientemente había empezado a funcionar de nuevo en las ciudades y las ciudades mismas estaban afectadas por el caos económico y demográfico, con importantes sectores de trabajadores desempleados, sin hogar y a menudo en medio de una migración. Las designaciones urbanas, por lo tanto, fueron definidas según una clasificación relativamente simple, separando a los artesanos de los trabajadores de empresa, por ejemplo, pero sin designar consistentemente el tamaño de la empresa. Otras designaciones cajón de sastre, como “desocupado”, fueron inventadas para absorber las multitudes que no encajaban fácilmente.

A pesar de sus claras deficiencias, no se puede presentar este sistema como una medida totalitaria impuesta a una población reacia: “Aunque el sistema fue impuesto mediante la agencia del poder del estado, disfrutó de un apoyo considerable durante los primeros años de la RPC entre […] importantes segmentos de la población.”[76] En ese momento, el sistema estaba pensado que fuese temporal, y distinguía la “clase de origen” (jiating chushen), o el estatus de clase prerrevolucionario de la familia, del propio “estatus de clase” actual (geren chengfen). Funcionarios policiales en este primer periodo reconocían que hasta los terratenientes “podían cambiar sus etiquetas de clase en cinco años si tomaban parte en trabajos físicos y obedecían la ley, y los campesinos ricos podían ser reclasificados pasados tres años.”[77]

Pero el sistema tendría un poder de permanencia que sobreviviría de lejos su mandato popular. De hecho, como parte del dang’an (el portafolio político de uno) se convertiría en una de las principales medidas administrativas utilizadas para el control social a medida que las crisis se extendían cada vez más. La consolidación del sistema de designación de clase como una característica permanente del régimen de desarrollo se produjo “al mismo tiempo que la construcción del ubicuo sistema de hukou” y la designación de clase, como el hukou, se convertiría pronto en un atributo heredable a medida que la “clase de origen” se destacaba sobre el “estatus de clase”, para finalmente fusionarse los dos.[78]

Las viejas categorías de clase también evolucionaron rápidamente a nuevos significados cuando llegaron a designar posiciones relativas dentro de la jerarquia de privilegios. Aquellos que estaban en el fondo en el viejo sistema se encontraban en una posición beneficiosa en el nuevo. De manera similar, se formaron nuevas designaciones de clase  para categorías no económicas. Estas incluían tanto categorías deseables, como “soldado revolucionario”, “cuadro revolucionario” o “dependiente de martir revolucionario”, como designaciones políticas indeseables. Al principio, estas últimas fueron usadas para designar participantes activos en regímenes previos represivos, ya fuesen el GMD, los japoneses o los señores de la guerra, entre las que se incluyen “oficial militar de una autoridad ilegítima” y “Agente especial del KMT [GMD]”. Pero a medida que el sistema de designación de clase se movilizaba para reprimir la agitación interior, se expandió para incluir “derechistas”, “malos elementos” y “compañeros de viaje capitalistas”.[79]

La estructura de clase de la era socialista solo empezó realmente a tomar forma después de los efectos desclasantes que había establecido la revolución. En el curso de los años 50, el régimen de desarrollo produjo una serie de divisiones más o menos coherentes en el grado de acceso al excedente absoluto producido en el periodo socialista. El acceso a este excedente era la relación básica que determinaba las clases y sus relaciones entre sí.

El sistema de clase que finalmente tomó forma estuvo marcado por una doble división. En primer lugar, la división entre élites y no élites. Estas élites, sin embargo, no estaban en absoluto unificadas. Había un conflicto interno dentro de la clase de élite entre las élites políticas, en el partido y el ejército, y lélites técnicas como ingenieros, científicos, administradores e intelectuales. Durante buena parte de este periodo hubo una parte importante, aunque en disminución, de trabajadores privilegiados en las industrias pesadas con antigüedad y buen origen de clase que constituían la porción inferior de esta clase de élite –para ser arrojados fuera durante la era de reformas.

En segundo lugar, estaba la división entre productores de grano y consumidores de grano. Esta era la división urbana-rural, designando la clase (campesinos) de la que se extraía el excedente absoluto en su forma primaria (como grano), y la clase trabajadora urbana a quien se canalizaba este excedente para ser convertido en bienes de producción. Durante la era socialista, la inmensa mayoría de la población de China pertenecía a la clase de productores de grano. A pesar de diversas reorganizaciones y catástrofes, esta clase permanecería relativamente homogénea, con diferenciales de niveles de vida determinados principalmente por factores contingentes como el clima y la geografía. Hubo muy poca movilidad de productor de grano a consumidor de grano y, después del GSA, la movilidad rural-urbana se invertiría hacia más ruralización. La urbanización se detuvo completamente en 1960, deteniéndose el crecimiento de la población a un incremento de aproximadamente un 1,4 por ciento anual durante las dos siguientes décadas, la mayor parte del cual resutado del crecimiento natural de la población a medida que la tasa de natalidad se estabilizaba tras la hambruna.[80]

Mientras tanto, la clase de consumidores de grano se estratificaría progresivamente a medida que el régimen de desarrollo se volvía más inestable y las desigualdades entre élites y no élites se disparaban. Un segmento creciente de la población se quedó en la base de la clase de consumidores de grano, constituyendo un proto-proletariado formado por trabajadores temporales, aprendices, “obreros-campesinos” y rusticados retornados [utilizamos la palabra rusticados para referirnos a los que en chino se conocen como zhiqing y en inglés como sent-down, rusticated, o “educated” youth, es decir, los jóvenes que a partir de los años 50 fueron transferidos de un entorno urbano a uno rural de forma forzada o voluntaria. Aunque en español existe el término ‘rusticar’ no tiene el mismo significado que en inglés, en este sentido de ser enviado al campo. No obstante, al no encontrar ningún término habitual para este concepto hemos decidido utilizar esta especie de neologismo, nota del tr.]. Este segmento se definía por su creciente precariedad en relación con el privilegio del consumo de grano. Empezando con un número relativamente pequeño de migrantes, “trabajadores de callejón” y aprendices, las continuas crisis empujaron a una parte creciente de la clase consumidora de grano a esta posición. Esto supuso que, en el curso de la era socialista, grandes segmentos de la población fuesen arrojados a esta zona gris entre la producción y el consumo del excedente de grano.

Esta clase no era verdadero proletariado en el sentido marxista, pues su trabajo no estaba integrado en los circuitos globales capitalistas, y no existía internamente un proceso de acumulación capitalista del valor. Su susbistencia estaba ligada con más fuerza al salario que otros trabajadores, pero sin embargo en última instancia siendo autónomos de él, pues eran provistos hasta cierto punto por colectivos rurales o pequeños danwei urbanos. Lo que es más importante: aunque eran trabajadores contratados, el mercado de trabajo no existía en el periodo socialista. Su trabajo, en cambio, era asignado a empresas por parte de las autoridades de planificación provinciales (y a veces de empresa o del estado central) de la misma forma que la maquinaria o los recursos para la construcción de nuevas instalaciones. Como estos bienes de producción o insumos de recursos, incluso este trabajo contratado era asignado en “cantidades” con la factura salarial convertida a unidades monetarias post facto.

Al mismo tiempo, se puede decir que esta clase había constituido un proto-proletariado. Representaba la ruptura de la división productor/consumidor de grano de una forma que tendía hacia la creación de aglomeraciones de trabajadores urbanos separados de cualquier medio de subsistencia que no fuese el salario. Esta clase también tenía en su estructura básica (como trabajo contratado migrante) una tendencia hacia la creación de un mercado de trabajo, la dependencia del salario y la creación de instituciones de propiedad privada de medios de producción –que podían ahora empezar a distinguirse de la fuerza de trabajo pues las empresas empezaron a cortar el vínculo entre asignaciones reproductivas que no fuesen de mercado y el empleo. Fue este proto-proletariado el que más tarde actuaría como el núcleo de la nueva clase trabajadora en el curso de la era de la reforma, y muchas características del proto-proletariado socialista serían llevadas a las relaciones de clase post-socialistas chinas.

[1] Naughton 2007, p.63, Figure 3.2

[2] Ibid, p.73

[3] Frazier, p.215

[4] Ibid, p.214

[5] Ibid, p.215

[6] Ibid, pp.217-218

[7] Naughton 2007, p.72

[8] Aunque aparentemente modeladas según el sistema de propiska ruso (pasaporte interno), el hukou tenía sus propios precedentes nacionales en varias encarnaciones de sistemas de registro pre-1949, que eran usados para recolección de impuestos y conscripción.

[9] Chan 2009, p.200

[10] Véase “No Way Forward, No Way Back” en el mismo número de la revista original.

[11] Chan 2009, p.201

[12] Para una breve visión general del Bingtuan en Xinjiang, véase: “Dispatches from Xinjiang: The Story of the Production and Construction Corps,” Beijing Cream, 3 de julio, 2014.

[13] Frazier, pp.218-219

[14] Ibid

[15] Ibid, pp.220-221

[16] Ibid, p.217

[17] Sheehan, p.98

[18] Frazier, p.216

[19] Naughton 2007, p.379

[20] Ibid, pp.73-74.

[21] Ibid, pp.57, 63, Figuras 3.1 y 3.2

[22] Frazier, p.216

[23] La Revolución Cultural se periodiza de dos maneras. Una se centra en la Revolución Cultural “corta”, cubriendo el periodo de movilización de masas entre 1966 y 1969 mientras la otra se centra en la Revolución Cultural “larga”, considerándose que se extiende toda la década 1966-1976.

[24] Wu, p.25, Figura 1

[25] Frazier, p.255

[26] Para una descripción a fondo de este proceso, véase: Joel Andreas, Rise of the Red Engineers, Stanford University Press, 2009.

[27] Xin 2011, p. 143, fn 1. Riskin 1987, p. 129.

[28] Unger 2002, p. 75.

[29] Riskin 1987, p. 129.

[30] Nolan 1988, p. 50.

[31] Riskin 1987, p. 128.

[32] Ibid., p. 129.

[33] Ibid., p. 129.

[34] Eyferth 2009; Naughton 2007, p. 273.

[35] Xin 2011, pp. 130-131.

[36] Selden 1988, p. 161. Véase también Nolan 1988, p. 57.

[37] Naughton 2007, p. 236.

[38] Nolan 1988, p. 52.

[39] Ibid., p. 52.

[40] Jonathan Unger ha descrito una trayectoria general para su evolución desde principios de los años 60 hasta finales de los 70 usando datos de la aldea Chen en la provincia de Guangdong, en los que nos basamos para esta sección. Unger 2002, capítulo 4; véase también Riskin 1987, pp. 129-130.

[41] Unger 2002, p. 75.

[42] Ibid., p. 76-78.

[43] Unger 2002, pp. 79-89; Naughton 2007, p. 236.

[44] Unger 2002, pp. 89-90.

[45] Nolan 1988, pp. 58-9. Riskin 1987, p. 129, para las figuras.

[46] Nolan 1988, p. 65.

[47] Vivienne Shue, The Reach of the State: Sketches of the Chinese Body Politic. Stanford University Press, 1988, pp. 132-47.

[48] Selden 1988, p. 14.

[49] Nolan 1988, p. 67.

[50] Hershatter 2011, capítulo 6; váse también Nolan 1988, pp. 67-8.

[51] Ibid., p. 68.

[52] Naughton 2007, pp. 236-8.

[53] Huang 1990, 199.

[54] Huang 1990, 200.

[55] Nolan 1988, 64.

[56] Selden 1988, p. 161: “entre 1957 y 1980 la tasa de participación de la fuerza laboral urbana creció del 30 al 55 por ciento de la población urbana.”

[57] Naughton 2007, p. 237.

[58] Nolan 1988, 56.

[59] Nolan 1988, 64.

[60] Naughton 2007, p. 254.

[61] Ibid., p. 254.

[62] Ibid., pp. 239-40.

[63] Ibid., pp. 252-3. Vease también Nolan 1988, p. 63.

[64] Naughton 2007, p. 273.

[65] Ibid., p. 273.

[66] Ibid., p. 273.

[67] Ibid., p. 274.

[68] Selden 1988, p. 116; Riskin 1987, pp. 141-2.

[69] Naughton 2007, p. 57.

[70] Véase Sheehan, p.92 para un resumen de esta teoría de las “dos líneas”, también presente, con algunas variaciones en Meisner, Andors, Naughton, Andreas y Lee.

[71] Raymond Lotta, ed., Maoist Economics and the Revolutionary Road to Socialism: The Shanghai Textbook. Banner Press, 1994.

[72] Para el modelo prototípico de tour de fábrica, véase: Charles Bettelheim, Cultural Revolution and Industrial Organization in China, Monthly Review Press, 1974.

[73] Para los partidarios, véase Raymond Lotta, “The Theory and Practice of Maoist Planning: In Defense of a Viable and Visionary Socialism,” postfacio a la edición impresa original en inglés del Manual de Shanghai;  para los detractores, véase: Chino, “24. The Shanghai Textbook and Socialist Transition: 1975”, Bloom and Contend, 2013.

[74] Para una descipción en profundidad del uso del PCC de las tradiciones populares autóctonas y las posteriores batallas culturales en la historia revolucionaria, incluida la construcción del culto a la personalidad de Liu Shaoqi, véase: Elizabeth Perry, Anyuan: Mining China’s Revolutionary Tradition. University of California Press, 2012.

[75] Vease: Boston Consulting Group, Wealth Markets in China. 2008 Report. <http://www.bcg.com.cn/export/sites/default/en/files/publications/reports_pdf/Wealth_Markets_in_China_Oct_2008_Engl.pdf>

[76] Wu, p.41

[77] Ibid, p.42

[78] Ibid, p.43

[79] Para una lista más completa véase: Richard Kraus, Class Conflict in Chinese Socialism. New York, Columbia University Press, 1981, pp.185-187.

[80] Chan 2010, p.

Fuente: Chuang
Traducción de Carlos Valmaseda

5 comentarios en «Sorgo y acero: el régimen socialista de desarrollo y la forja de China (IV)»

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *