Sorgo y acero: el régimen socialista de desarrollo y la forja de China (V)
Chuang (colectivo comunista chino crítico)
El colectivo Chuang está publicando en la revista de mismo título una serie de artículos sobre la historia contemporánea económica china. De momento llevan publicadas las dos primeras secciones de las tres previstas, respectivamente en los números 1 (2016 y 2019) y 2 (2019) de la revista. Publicamos a continuación la primera serie, lo que los autores denominan «régimen socialista de desarrollo» que datan aproximadamente entre la creación de la República Popular en 1949 y principios de los años 70, cuando consideran que se produce la transición al capitalismo. Dada su extensión presentaremos los textos en las siguientes 6 entradas separadas:
I: Introducción
II: 1 – Precedentes
III: 2 – Desarrollo
IV: 3 – Anquilosamiento
V: 4 – Perdición
VI: Conclusión – Desligamiento
PERDICIÓN
Crítica de clase en la Revolución Cultural
Class Critique in the Cultural Revolution
Pero esta estructura de clase doblemente dividida no era inmediatamente evidente para aquellos situados en su interior. Por el contrario, las designaciones de clase oficiales de la era pre-revolucionaria fueron el medio principal con el que se concebía la «clase» tanto en el movimiento de las Cien Flores [1] como en la primera parte de la Revolución Cultural. Esto no es sorprendente, dada la persistente relevancia de la categoría para el lugar de uno dentro de la jerarquía de privilegios. Pero a medida que avanzaba la Revolución Cultural, esta definición de clase sería cuestionada, modificada y dada la vuelta por nuevas visiones en competencia sobre las raíces de la crisis del régimen de desarrollo. Finalmente, China vería la gestación de una dispersa y rudimentaria facción «ultraizquierdista» (jizuopai), que empezaría a articular la clase desde el punto de vista de las estructuras de poder realmente activas bajo el socialismo. Aunque se desarrolló rápidamente, esta facción fue blanco del estado y desmantelada mediante la represión militar, el encarcelamiento masivo y la rusticación antes de que pudiese unirse.
Al principio, la visión predominante de «clase» era profundamente conservadora. Los primeros en responder a la llamada del partido a «rebelarse» fueron los hijos relativamente bienestantes de las élites políticas, concentrados en las universidades más importantes del país. Estos estudiantes no notaban intuitivamente la verdadera estructura del sistema de clases en cuya cima se encontraban, y tenían muy poco contacto con la mayoría campesina del país. «Clase» era por tanto entendido de una manera coherente con las categorías administrativas oficiales. Ellos venían de orígenes de clase «buenos», como hijos de cuadros, soldados revolucionarios o mártires, mientras su entorno estaba contaminado con gente de origen de clase «malo»: los que habían sido pequeños tenderos, propietarios de talleres o capitalistas antes de 1949, así como aquellos que habían sido designados «derechistas», «malos elementos» o «contrarrevolucionarios» durante diversas campañas de rectificación. De la misma manera que los estudiantes privilegiados de linaje «rojo» participaban de la gloria de sus padres, también los hijos de estas familias «negras» (esto es, de mal origen de clase) participaban de la vergüenza de sus padres. Aquí la «interpretación predominante del problema de la clase» se expresaba bajo la forma de «teoría de la línea de sangre» (xuetong lun), en la que la clase se entendía que designaba un linaje estilo casta heredado del periodo revolucionario.[2]
Estos primeros meses de la Revolución Cultural, del verano al otoño de 1966, estuvieron básicamente limitados a Beijing, una ciudad en la que la teoría de la línea de sangre coincidía fácilmente con una geografía urbana propicia a su crecimiento. La ciudad era básicamente un centro administrativo, con una gran concentración de funcionarios del partido y de las universidades más importantes. Incluso antes de la revolución, no había sido un centro industrial, habitado en cambio por «una amorfa agregación de pequeños comerciantes, artesanos, trabajadores contratados, monjes y monjas, adivinadores, artistas intérpretes tradicionales, y oficinistas del gobierno, así como miembros de profesiones liberales como profesores y doctores.»[3] Tras la revolución, por tanto, la ciudad se encontró dividida entre funcionarios del estado y diversos residentes de origen de clase «no rojo», con una población muy pequeña de trabajadores comparada con otras ciudades chinas, y una cohorte aún más pequeña de estudiantes de familias campesinas. Esto creaba una situación en la que los estudiantes de Beijing estaban «divididos entre una minoría de familias de cuadros y militares y una mayoría de diversas categorías de urbanitas no rojas, así como aquellas de hogares negros.»[4] En esta atmósfera, el primer grupo de «Guardas Rojos», formado en la Escuela Media (grados 7-12) adjunta a la Universidad de Tsinghua, fundamentalmente defendía la política de línea de clase del partido, criticando y atacando a estudiantes y profesores de origen no rojo.
La membresía en estos grupos de guardias rojos estaba muy restringida y la demografía de Beijing aseguraba que «solo alrededor del 15 a 20 por ciento de los estudiantes de la escuela de enseñanza media fuesen eligibles.[5]» Estas facciones conservadoras fueron también notoriamente brutales, realizando asaltos a casas, montando jaulas improvisadas en las que golpeaban e interrogaban a aquellos de origen de clase «negro» y obligando a los estudiantes de linaje políticamente «impuro» a entrar en clase solo por la puerta trasera.» Hubo incluso peticiones hechas en carteles con grandes caracteres reclamando que los hospitales dejasen de hacer transfusiones de sangre de aquellos con linaje rojo a aquellos de familias no rojas, y prohibir completamente las donaciones de individuos de mal linaje.[6]
Por toda la ciudad, a aquellos de origen de clase malo se les negaba el servicio en los restaurantes, en los autobuses y en los hospitales. Se publicaron avisos declarando Beijing, como capital revolucionaria, territorio prohibido para aquellos de famila negra, y las facciones de guardias rojos conservadoras facilitaron deportaciones masivas: «entre finales de agosto y mediados de septiembre de 1977, hasta 77.000 personas fueron desterradas de Beijing a zonas remotas.» Casi la mitad (30.000) de estos desterrados eran simplemente los dependientes de aquellos que tenían un mal estatus de clase antes de la revolución. Mientras tanto, «asesinatos desperdigados de personas de categorías negras se producían diariamente.»[7]
La inclinación conservadora de los primeros meses de la Revolución Cultural, sin embargo, pronto sufriría un contragolpe cuando los estudiantes de origen no rojo se organizaron para su autodefensa. Respaldados por el llamamiento a atacar la «línea reaccionaria burguesa» dentro del partido, aquellos excluidos de los círculos de privilegio de los primeros guardias rojos fueron ahora animados a atacar a cuadros del partido directamente y a oponerse a los estudiantes conservadores que los defendían. Estos ataques pronto se intensificaron y «con la brusca caída de muchos cuadros de alto nivel como compañeros de viaje capitalistas, los nacidos rojos que habían disfrutado anteriormente de poder y privilegio se encontraron caídos al estatus de bastardos de la noche a la mañana.»[8]
Pero esto todavía no generaba un clima en el que visiones de clase realmente alternativas pudiesen arraigar. Ahora, en lugar de la línea de sangre, el foco se situaba sobre «los compañeros de viaje capitalistas en el partido», que eran, como mínimo, retratados como capitalistas conspiradores, «agentes del KMT», o contrarrevolucionarios. Estas extravagantes categorías se aplicaron incluso a funcionarios en la cumbre como Liu Shaoqi y, con el tiempo, Lin Biao. La clase, por tanto, estaba todavía fuertemente unida al estatus de clase prerrevolucionario, solo que ahora convertido en una teoria conspirativa según la cual los antiguos detentadores del poder se habían infiltrado secretamente en el partido hasta la cima y solo tenían que ser erradicados por las masas. Después de que los «compañeros de viaje capitalistas» fuesen expulsados, el partido recuperaría su pureza. Más tarde, esta posición sería modificada ligeramente por la facción de Mao dentro del partido, oscilando entre mantener la versión de clase de la teoría de la conspiración y una concepción que reconocía que el impulso socialista de desarrollo era capaz de producir nuevos compañeros de viaje capitalistas que no fuesen agentes de la vieja burguesía. No obstante, la solución en cualquier caso seguía siendo la misma: cribar los buenos de los malos para revitalizar el mandato popular del partido.
No fue hasta finales de 1966 y principios de 1967 que se empezaron a formular puntos de vista más radicales sobre las clases, a medida que la Revolución Cultural se extendía desde Beijing a otras ciudades chinas donde las batallas faccionales entre estudiantes serían reemplazadas por movilizaciones sociales más amplias entre los segmentos tanto privilegiados como desfavorecidos de la población urbana. El primer pico de esta movilización general se produjo en Shanghai en el invierno de 1966-1967. Este proceso de radicalización sería más tarde conocido como la «Tormenta de enero,» coronada por la «Comuna de Shanghai» a principios de febrero.[9] Pero, a pesar de su nombre radical, la Comuna de Shanghai era en realidad la primera de una serie de derrotas que llevarían finalmente a imposibilitar las potencialidades liberadas en los primeros años de la Revolución Cultural.
De todas las ciudades chinas, Shanghai había sido un semillero de agitación durante buena parte de la historia socialista. Completamente diferente de Beijing, estaba poblada por una clase trabajadora enorme, muchos de los cuales habían experimentado la ola de huelgas una década antes. Pero a diferencia de finales de los 50, cuando los trabajadores mayores habían encabezado la represión de las huelgas de una minoría de temporales y jóvenes, Shanghai ahora tenía a una parte mucho mayor de su fuerza de trabajo en posiciones incluso más precarias. Se estima que, a mediados de los años 60, los trabajadores temporales y los «obreros-campesinos» comprendían hasta el 30 a 40% de la fuerza de trabajo no agrícola de Shanghai.[10] Una gran parte de estos trabajadores temporales eran mujeres, pues el sistema «canalizaba a las mujeres a trabajos de menor paga y menos seguros en talleres vecinales de pequeño tamaño, tiendas al por menor, y equipos de trabajo temporales,» con unas 100.000 mujeres empleadas en estas ocupaciones en 1964.[11]
Mientras tanto, los salarios habían seguido estancados y las prestaciones sociales no salariales se iban limitando a medida que las inversiones se alejaban del «primer frente» de las ciudades costeras al «tercer frente» de las provincias occidentales. Lo que es más importante, las políticas de racionalización después del GSA habían llevado a millones deportados al campo en programas de rusticación. Solo en Shanghai, «la fuerza de trabajo industrial fue reducida (jingjian) en aproximadamente un 15 a 20 por ciento –más de 300.000 trabajadores– entre 1961 y 1963. Unos 200.000 de estos trabajadores fueron trasladados a áreas rurales […] y por tanto perdieron su precioso estatus residencial urbano.»[12] A pesar de su apoyo al estado en 1957, muchos de los atrapados en este despido masivo eran trabajadores veteranos, pues su costo de mantenimiento era más alto. Cuando la inversión se amplió de nuevo a mediados de los 60, una reserva de rusticados fue también «reasentada en los suburbios rurales para ser recontratados como trabajadores temporales», conservando su hukou rural.[13]
Esto en la práctica reproducía la explosiva situación urbana que había existido en 1957, pero a una escala mucho mayor. Los trabajadores temporales no solo empezaron a ralentizar la producción a finales de 1966, sino que, cuando le siguieron los despidos, empezaron a formar sus propias organizaciones independientes. En noviembre de 1966, se había formado la primera gran organización de trabajadores temporales, llamada «Cuartel General Rebelde de Trabajadores Rojos». A diferencia de los grupos de estudiantes de Beijing, esta no era una pequeña facción organizada alrededor de una o dos instituciones, sino una red coordinadora masiva que «pronto se convirtió en uno de los mayores grupos rebeldes en la ciudad, alardeando de más de 400.000 miembros» Ni se limitó esta tendencia a Shanghai. En el mismo mes, trabajadores temporales de todo el país formaron el «Cuartel General de Trabajadores Rojos Rebeldes de Toda China», y «el grupo rápidamente se amplió, estableciendo filiales en más de una docena de provincias» y realizando sentadas en las sedes centrales del FNS y el Ministerio de Trabajo.[14]
Combinada con la agitación de los trabajadores temporales, los rusticados –especialmente los jóvenes rusticados– empezaron a volver a las ciudades de las que habían sido deportados, demandando que se les devolviesen sus empleos y estatus de hukou urbano. Los rusticados también formaron sus propios grups independientes, el mayor de los cuales era el Cuartel General Rebelde de los Trabajadores de Shanghai en Apoyo de la Agricultura, con «unos 100.000 miembros y simpatizantes.» El número total de grupos rebeldes en Shanghai se disparó a más de 5.300.[15]
Las autoridades municipales pronto cedieron a las demandas de los trabajadores. El resultado fue que «las fábricas volvieron a vivir, aunque con mucha más violencia, el patrón ya visto en el GSA, cuando los comités del partido abrieron de par en par las puertas de la fábrica a forasteros y dieron estatus de empleado a jornada completa a multitud de nuevos trabajadores.» Mientras tanto, las estructuras de planificación fueron de nuevo simplificadas y descentralizadas aún más, «siendo reemplazados departamentos funcionales por ‘grupos’ (zu) con amplios poderes sobre el trabajo, las finanzas, la planificación y otros asuntos.» Las empresas administradas centralmente disminuyeron «de unas 10.500 en 1965 a solo 142»[16]. Esto dio a las empresas y a las autoridades municipales el poder de otorgar de nuevo salarios con un amplio rango y el pago de bonificaciones, así como transferir el estatus de temporal a permanente.[17]
Las luchas faccionales entre trabajadores también aumentaron. Los conflictos más visibles fueron aquellos entre los «Guardias Escarlatas», organización formada por «trabajadores especializados, activistas del partido y cuadros de nivel bajo y [que] habían disfrutado anteriormente de apoyo de los líderes municipales,» y el Cuartel General Revolucionario de los Trabajadores Rebeldes (CGRTR), una organización paraguas de varias de las otras grandes organizaciones de trabajadores. Los Guardias Escarlatas fueron derrotados por el CGRTR), y el «ferrocarril que une Shanghai con Beijing fue cortado.» Mientras tanto, la producción caía precipitadamente, y la economía de la ciudad estaba prácticamente paralizada porque numerosos trabajadores abandonaban sus puestos […]»[18] En la ciudad, la escasez de suministros llevó a tiendas saqueadas y una gran retirada de fondos pues la gente tenía miedo de la seguridad de sus ahorros.
Mientras se extendía esta parálisis económica y política, se abrió una ventana por la que los trabajadores pudieron tomar el control directo, si bien inicialmente caótico, sobre la producción y la vida cotidiana. Este proceso fue facilitado por las estructuras establecidas en sus nuevas organizaciones, que en este punto eran todavía independientes del partido. Pero en Shanghai este fenómeno duraría poco. La proclamación de la Comuna de Shanghai representaba la capacidad del partido de dividir y conquistar estos nuevos grupos de trabajadores. «La toma del poder» se enfrentó al carácter contradictorio de esfuerzos del estado central por restaurar el orden cuando las autoridades locales habían colapsado y las demandas de los trabajadores se volvieron excesivas y «economicistas». Agentes del estado intervinieron en nombre de los mismos trabajadores que habían alterado el orden en primer lugar, presentando esta intervención como si fuese producto de la actividad de los propios trabajadores.
La primera etapa de esta restauración, a finales de enero, vería el llamamiento al ELP para «tomar el control de las instalaciones de comunicación y transporte, supervisar la estabilización política y la producción económica, y dirigir la educación ideológica.»[19] En realidad, los militares estaban tomando los nodos de infraestructuras clave para impedir que cayesen en manos rebeldes, todo enmarcado en un lenguaje de «apoyo a la izquierda». Mientras tanto, esto colocaba a los militares en posiciones de alerta dentro del tejido urbano, preparándolos para suprimir cualquier oposición peligrosa que pudiese surgir a pesar del llamamiento del partido al orden.
Fue en este punto cuando el partido respaldó la formación de la «Comuna Popular de Shanghai», aparentemente una federación democrática de grupos de trabajadores que se harían cargo de la administración general de la ciudad. En la creación de este nuevo aparato, el partido explícitamente invocaba el lenguaje de la Comuna de París incluso a la vez que se aseguraba de que el control real fuese transferido al ELP ocupante. En el momento de su inauguración, «supuestamente la mitad de los rebeldes de la ciudad se quedaron de manera desafiante fuera» de la «Comuna de Shanghai», que había sido uncida bajo el liderazgo de representantes del partido y que tenía «solo una federación selectiva de los grupos de masas de Shanghai incorporada en su columna vertebral.» Entres sus primeras declaraciones apareció una ordenanza que movilizaba al ejército y la policía para tratar de localizar a aquellos que «minasen la Gran Revolución Cultural, la Comuna Popular de Shanghai, y la economía socialista» y «reprimirlos resueltamente».[20]
Pronto hasta esta «Comuna» fue vista como excesiva, y Mao recomendó que fuese reemplazada por algo en la línea de las «triples alianzas» (sanjiehe) iniciadas en el norte de China. Esto se convirtió en la base de nuevos «comites revolucionarios tres en uno», dirigidos por oficiales militares, cuadros del partido y representantes preseleccionados de organizaciones rebeldes. Estos comités, «progresivamente dominados por los militares [iban] a convertirse en el modelo principal para constituir el nuevo órgano de poder y reconstruir el orden político.» Aquellas regiones consideradas todavía no aptas para tales alianzas fueron colocadas en cambio bajo un gobierno militar de facto. En marzo de 1967 «casi 7.000 agencias de todo el país estaban bajo control militar,» incluidas «diez de las veintinueve provincias». Esto empezó la total «militarización de la política china» que sería un rasgo constante de la organización industrial durante el resto de la era socialista.[21]
Sería erróneo, sin embargo, entender esta intervención militar como la represión generalizada y violenta de una población politizada pidiendo formas más participativas de gobierno. De hecho, la inmensa mayoría de los rebeldes mantenían posiciones políticas poco claras o contradictorias, si es que tenían alguna. Eran «solo rebeldes, no revolucionarios.»[22] Había poco que idealizar en la mayor parte de estos grupos:
Apenas pensaron en algún momento en formas estructurales de superar los males sociales que habían existido en la China anterior a la Revolución Cultural; nunca cuestionaron si una vieja estructura de poder con nuevos detentadores del poder sería capaz de hacer cambios fundamentales, y no tenían ni idea sobre qué harían con su poder. En cambio, estaban interesados en el poder por el poder.[23]
El régimen socialista de desarrollo, sometido a una fuerte presión, empezó a perder el control. Más que una burocracia anquilosante, la revitalización de formas imperiales de gobierno, o la transición al capitalismo, el riesgo ahora era la completa fragmentación política –una tendencia recurrente en la historia de la zona continental del este de Asia. El partido respondió a esta amenaza desplegando el ejército a una escala nunca vista desde el final de la revolución, forzando de manera efectiva al regreso al orden del régimen de desarrollo. Los rusticados fueron devueltos al campo, «organizaciones de trabajadores temporales fueron puestas fuera de la ley y sus líderes fueron arrestados,» y, lo que es más importante, se impidió en gran medida que organizaciones independientes se extendiesen a áreas rurales.[24]
Las nuevas tendencias de pensamiento
A pesar de la simple política de poder que sustentaba buena parte de la actividad de los rebeldes, también surgieron las llamadas «nuevas tendencias de pensamiento» (xinshichao), algunas de las cuales eran más coherentemente comunistas por naturaleza. Estas nuevas tendencias empezaron a repensar el concepto de clase bajo el socialismo e hicieron propuestas tentativas para la reestructuración de la sociedad. Cuando fueron reprimidas, muchas de estas tendencias recibieron la etiqueta peyorativa de «utraizquierdistas» (jizuopai) lanzada por sus oponentes. Signos de esta tendencia fueron visibles tan pronto como en el invierno de 1966-67 en Beijing, cuando Yu Luoke, un trabajador temporal de origen de clase malo, ayudó a fundar un periódico que publicaba artículos en los que él se oponía a la teoría de la línea de sangre y a los excesos de los grupos de guardias rojos conservadores. Yu fue finalmente encarcelado y ejecutado, pero sus simpatizantes formarían pronto la «Facción 3 de Abril» (si san pai), » que publicó el artículo «Sobre las nuevas tendencias de pensamiento,» que identificaría a la tendencia naciente.[25]
La Facción 3 de Abril publicaba en un momento en el que el país era acribillado por conflictos armados entre facciones rebeldes. En julio de 1967, el Incidente de Wuhan vería como el comandante de división del ELP Chen Zaidao respaldaba una facción rebelde conservadora en su ataque contra una facción opuesta formada por estudiantes y trabajadores no especializados. Las tropas de Chen cercaron la ciudad de Wuhan, rechazando órdenes y finalmente tomando a oficiales de alto rango como rehenes. Mil personas fueron asesinadas en el caos antes de que Beijing enviara varias divisiones militares para aplastar el motín. A nivel nacional, el resultado fue que muchos rebeldes se convencieron de la necesidad de «atacar al puñado de compañeros de viaje capitalistas dentro del ejército,» y, entre finales de julio y principios de agosto, «organizaciones de masas asaltaron depósitos de armas y barracones, e incluso atacaron trenes que llevaban material de guerra a Vietnam.»[26]
Pero otros rebeldes utilizaron esto como una oportunidad para dar un paso atrás y analizar la situación. Los conflictos armados empezaron a disminuir a medida que el ejército aseguraba su control y se creaban nuevos órganos de poder. En muchas ciudades, «líderes rebeldes trepaban avariciosamente por asientos en los próximos comités revolucionarios,» a menudo vendiendo a sus propios electores para conseguirlo.[27] Este fenómeno convenció a muchos dentro de la naciente ultraizquierda de que los comités eran una farsa que disfrazaba el ejercicio del poder por parte de una nueva clase burocrática que había sido generada por el sistema socialista, a medida que cuadros y técnicos tomaban de facto posesión de la propiedad colectiva del «pueblo». Esta nueva concepción de clase llevó a grupos como la Facción 3 de Abril a defender que «el objetivo de la Revolución Cultural era por tanto redistribuir la propiedad y el poder y destruir las bases de la nueva clase privilegiada.»[28]
En este momento de calma, varias ciudades asistieron a la formación de grupos de estudio y revistas de «nuevas tendencias de pensamiento». Aunque la distribución de sus materiales fue relativamente limitada y muchos de estos grupos serían rápidamente reprimidos, la misma condena de estos grupos a menudo tuvo el efecto no intencionado de proporcionarles la atención nacional y difundir más su literatura en el campo. Grupos de Nuevas Tendencias se pudieron encontrar pronto en Wuhan, Changsha, Guangzhou, Beijing y otros lugares. Los temas centrales para estos grupos eran la idea de que una nueva clase privilegiada había surgido bajo la forma de burócratas de estado, que esta clase dirigente explotaba al pueblo de China, especialmente los campesinos, y que solo una guerra civil revolucionaria que derrocase a esta nueva clase podía dar como resultado una sociedad comunista. Más allá de esto, sin embargo, los grupos diferían en gran manera en los detalles.
La mayor parte de ellos siguieron siendo pequeños, y sotenían ideas divergentes, si es que tenían alguna, sobre el inmediato camino adelante de la revolución. Muchos abogaban por la formacion de un nuevo y verdadero partido comunista –pero dónde y cómo se podía hacer esto no quedaba claro. De manera similar, las «nuevas tendencias de pensamiento» mantenían una diversidad de posiciones (y a menudo las cambiaban) sobre cuales deberían ser sus relaciones con nuevos órganos de poder como los Comités Revolucionarios. La mayor parte de estos grupos defendían las «comunas populares» como un modelo político alternativo, pero, de nuevo, la estructura concreta de estas comunas se planteaba solo en términos vagos que diferían de grupo a grupo: «La Comuna de París se convirtió en su modelo simplemente porque era el único modelo que conocían que estaba cerca de su ideal.»[29] Esto significaba que, a pesar de la referencia histórica concreta, «nunca se preguntaron cómo había funcionado realmente la Comuna de París y […] nadie se molestó nunca en elaborar exactamente cómo sería a futura Comuna Popular de China».[30]
Muchos estudiosos presentan a las Nuevas Tendencias como poco más que pequeños grupos de intelectuales con «poca experiencia de la vida,» proponiendo un «utopismo igualitario» cercenado de cualquier práctica organizativa verdadera.[31] Pero esto tiende a destacar la importancia de teóricos individuales sobre la dinámica que los produjo. Yang Xiguang, autor de «A dónde va China» y uno de los pensadores más conocidos en este campo, propuso en cambio que la función de la nueva «red de sociedades de estudio» sería tanto «constituir la forma organizativa de una reconstrucción desde la base social y política» como facilitar la «autoeducación de la juventud, que tenía que descubrir la base racional de su revuelta hasta el momento básicamente instintitva. En consonancia, sus organizaciones tenían que convertirse en centros de investigación sistemática y estudio.»[32] Esto sugiere una conciencia de que la historia es primordial para la teoría, con Yang y otros como él, pero consecuencia consciente de las luchas de masas que les rodean.
El riesgo para el partido era que esta autoconciencia pudiese extenderse al resto de los segmentos del proto-proletariado del que Yang y otros como él formaban parte. En partes de China, la naciente ultraizquierda parecía ganar una mayor tracción entre organizaciones de trabajadores temporales y rusticados a medida que estos últimos se enfrentaban a los límites materiales citados en los escritos ultraizquierdistas. Estas organizaciones se encontraron excluidas, debido a su «economicismo», de los nuevos Comités Revolucionarios, y luego ilegalizadas y atacadas por el ELP.
La tendencía era más fuerte en Changsha, donde existía un pequeño grupo ultraizquierdista bajo los auspicios del Shengwulian (un acrónimo para el Comité Gran Alianza Proletaria Provincial de Hunan), una coalición vagamente estructurada de organizaciones rebeldes que incluían varios grupos grandes con amplio apoyo en pequeñas fábricas y cooperativas.[33] Entre sus miembros más activos había decenas de miles de jóvenes rusticados, así como veteranos distanciados del ELP, anteriormente miembros del «Ejército Bandera Roja», que contaba con «noventa columnas de supuestamente 470.000 miembros.» Además, otros miembros de la coalición «Tormenta Río Xiang» se unieron al Shengwulian, entre los que se encontraban alianzas de aprendices, trabajadores temporales, trabajadores de la industrial ligera y el sector del transporte, y grupos de estudiantes y profesores.[34]
Los rusticados, como el segmento más móvil de las fuerzas rebeldes, también tenía el mayor potencial para difundir información y vincular múltiples luchas locales. La familiaridad de los rusticados tanto con la ciudad como con el campo también creó la posibilidad de que esa nueva ola de oposición más militante se pudiese extender a la mayoría campesina. Se documentó que rusticados afiliados a grupos de «ultraizquierda» viajaron entre Guangzhou, Changsha y Wuhan, participando en diversas actividades en todas estas ciudades y compartiendo experiencias. A finales de 1967, «delegados de una docena de provincias se reunieron en Changsha para discutir asuntos de interés urgente.»[35] En Wuhan, Lu Lian de un grupo de Nuevas Tendencias llamado la «Sociedad del Arado», teorizaba que «un nuevo levantamiento del movimiento campesino» llegaría en el invierno de 1967-68, y la Sociedad del Arado intentaba vincularse con grupos campesinos en el campo circundante.[36] De manera similar, el Shengwulian intentó enviar equipos de investigación a áreas rurales al estilo del primer PCC.
Represión, concesiones y terror
Al final estas corrientes de ultraizquierda más activas fueron aplastadas junto a las demás. Entre las principales razones de su fracaso estuvo la represión militar y el terror conservador. Durante 1967 y 1968, unas de las campañas más amplias de violenta represión llevada a cabo desde el final de la guerra revolucionaria recorrió el país a medida que el ELP ahogaba las luchas faccionales y creaba Comités Revolucionarios en todas las provincias de China. A esto le siguieron, entre 1968 y 1972, varias campañas más, esta vez llevadas a cabo por los Comités mismos, representando a grupos rebeldes conservadores y sectores privilegiados de la población, con el objetivo de purgar «los enemigos de clase que supuestamente hubiesen instigado la lucha faccional.»[37]
A pesar del retrato habitual de la Revolución Cultural como «diez años de caos» en los que facciones de todas las tendencias chocaron violentamente en las calles, llevando el país al borde de la guerra civil, hay ahora pruebas claras de que la inmensa mayoría de la violencia en este periodo la llevaron a cabo grupos rebeldes conservadores y los Comités Revolucionarios (dominados por el ELP). Los picos de violencia en todas las provincias se produjeron tras la creación de estos comités, empezando en las ciudades y difundiéndose finalmente por el campo en una amplia campaña de terror de estado:
Solo el 20 a 25 por ciento de aquellos que fueron asesinados o lesionados de por vida o de quienes sufrieron persecución política [durante la Revolución Cultural] sufrieron estas desgracias antes de la creación del comité revolucionario de su condado. Esto significa que la inmensa mayoría de bajas no fueron el resultado de Guardias Rojos desmandados o incluso de combates armados entre organizaciones de masas compitiendo por el poder. Por el contrario, parecen ser el resultado de la acción organizada por los nuevos órganos de poder político y militar. A medida que consolidaban y ejercían su poder, a menudo en regiones muy remotas, llevaban a cabo masacres de civiles inocentes, aplastaban a la oposición organizada y realizaban campañas de masas para descubrir traidores que se basaban rutinariamente en el interrogatorio mediante tortura y la ejecución sumaria.[38]
De ese «20 a 25 por ciento» que fueron asesinados o atacados antes de la creación de comités revolucionarios, hubo sin duda víctimas de la lucha faccional y otros conflictos, pero muchos fueron también aquellos de origen familiar «negro» en el punto de mira de los rebeldes conservadores en los primeros meses de la Revolución Cultural.[39]
Hubo una cierta continuidad entre esto último y el terror de amplio espectro dirigido por el estado que le seguiría, pues muchos de los grupos rebeldes proscritos fueron precisamente las organizaciones «economicistas» de temporales proto-proletarios, rusticados, aprendices y obreros-campesinos. Entre estos, fueron los grupos de «nuevas tendencias» quienes fueron identificados como la principal amenaza, a pesar de su pequeño tamaño. Se despilfarraron importantes recursos estatales primero en propaganda denunciando sus posiciones como «anarquismo» y «economicismo» y después en redadas sistemáticas de todos aquellos incluso lejanamente afiliados a estos grupos para ser interrogados, encarcelados o ejecutados.
Esta correlación entre picos de violencia represiva y la fundación de nuevos órganos de poder estatal (cubiertos por cuadros, oficiales militares y representantes de los trabajadores urbanos más privilegiados) señala que buena parte de la violencia liberada durante la Revolución Cultural podría entenderse mejor como una especie de terror blanco disfrazado con un traje rojo, dirigido a la total supresión de cualquier potencialidad comunista latente en la actividad de los rebeldes en su mayor parte proto-proletarios. La extensión de la violencia de la ciudad al campo[40] (a pesar de la escasa densidad de grupos rebeldes rurales) da a entender que este terror blanco era también una respuesta al riesgo de que la conflagración pudiese extenderse del proto-proletariado urbano (especialmente los rusticados) a la mayoría campesina del país.
No obstante, el fracaso de las «nuevas tendencias» en la Revolución Cultural no se puede atribuir solo al terror. Factores estructurales inclinaron la balanza en su contra, especialmente la atomización de las unidades de empresa y colectivas de la sociedad china, que incluía restricciones a la movilidad. Solo los rusticados y los obreros-campesinos se podían mover de verdad entre las zonas rurales y urbanas, e incluso ellos a menudo permanecían más bien dentro del rango de la ciudad. La mayor parte de los trabajadores y campesinos del país raramente abandonaban su condado o ciudad, e incluso los trabajadores urbanos tenían la mayor parte de sus necesidades básicas cubiertas dentro de la empresa. La autarquía aseguraba que los vínculos entre regiones, empresas y estratos privilegiados fuesen débiles. Cuando se empezaron a formar vínculos interregionales a medida que los grupos rebeldes buscaban «conectar», a menudo tenían que empezar de cero.
Y lo que quizá sea más importante, la estructura de privilegio del estado socialista no se encontraba en una crisis terminal. Muchos de los privilegios asociados a trabajar en la industria pesada estatal se conservarían de una u otra forma durante otros treinta años, sin que los despidos masivos en las empresas estatales del país no empezasen hasta los años 90. Aunque el número de trabajadores proto-proletarios aumentó en los años 60, no lo hacía equitativamente por todo el país, ni había crecido hasta incorporar ni remotamente a la mayoría de la población. Aunque el número fluctuó, en 1981, después de que hubiese comenzado la era de la reforma y más de una década después de la Revolución Cultural «corta», aproximadamente el 42% de todos los trabajadores industriales seguía empleado en empresas de propiedad estatal, produciendo el 75% del valor bruto de producción industrial del país.[41] En el momento de la Revolución Cultural, el proto-proletariado era mayor en las ciudades portuarias costeras del sur, con su base de industria ligera, así como en ciertas ciudades portuarias de río en el interior como Wuhan y Changsha. Era más pequeño en el noreste, en ciudades como Harbin y Shenyang, donde las industrias pesadas seguían siendo dominantes.
Quienes formaban parte de este proto-proletariado eran mayoritariamente mujeres, trabajadores jóvenes y campesinos fuera de temporada. Esto significaba que la larga tradición patriarcal de la región, la estructura salarial socialista por antigüedad, y la división de grano, ya hubiese garantizado que cualquier batalla contra la marginación tuviese lugar en un terreno desigual, con el proto-proletariado forzado a combatir no solo contra el partido y el ejército, sino también contra una gran parte de la generación que había luchado y ganado la guerra de liberación. En otras palabras: el problema básico al que se enfrentaban los rebeldes era que el partido podía retener suficiente legitimidad entre la población general como para que los retos contra él fuesen también retos contra una gran parte de la clase trabajadora, que disfrutaba de una combinación de beneficios concretos e ideológicos bajo el régimen existente. El partido-estado no era una fuerza ajena aplastando a una población reticente. Era una estructura clientelista extensa basada en «redes verticales de lealtad» que eran «señaladas públicamente con regularidad» y reproducidas con la cooperación activa de muchos trabajadores.[42] Dada la autoridad ideológica y el poder real blandidos por los trabajadores mayores (especialmente hombres), a los marginados les resultaría difícil legitimar lo que eran en realidad preparativos para una nueva guerra civil contra los vencedores de la última.
La Revolución Cultural «larga» asistiría al aseguramiento violento de nuevos órganos de poder combinado con amplias concesiones a este segmento leal de la población. Otro estallido de industrialización llegó con el nuevo «salto adelante» de 1970. Industrias recientemente militarizadas experimentaron una gran expansión, la planificación fue descentralizada de nuevo, y se canalizó más inversión al campo, dando como resultado una completa recuperación de la producción desde los mínimos de la Revolución Cultural «corta». Los siguientes años verían una moderación de estas políticas, pero se puso siempre énfasis en conservar el apoyo de segmentos leales de la población, a pesar de la austeridad. Una de las concesiones más importantes fue la extensión masiva de la educación básica, especialmente a los niños rurales: «la rápida expansión de la educación básica durante la década de la Revolución Cultural permitó –por primera vez– que la gran mayoría de los niños chinos completasen la escuela primaria y asistiesen a la escuela secundaria.»[43] Se hicieron concesiones similares en salud pública y en las prácticas de reclutamiento en el partido, el ejército y las fábricas.
Al mismo tiempo, las universidades de calidad superior del país fueron cerradas en la práctica y los hijos privilegiados tanto de élites «rojas» como «expertas» fueron enviados a granjas y fábricas para participar en el trabajo manual. Aunque estas reformas estaban firmemente asentadas en el marco conservador de ataques a «compañeros de viaje capitalistas dentro del partido» individuales, fueron, sin embargo, intentos muy visibles de reforma que trajeron beneficios no negligibles a mucha gente –especialmente la mayoría campesina, quien ahora podía esperar al menos una oportunidad de movilidad ascendente para sus hijos vía educación.[44]
En las fábricas, se hicieron intentos por reducir la corrupción de los funcionarios locales y se renovó el enfásis en la toma de decisiones participativa. Esto limitó la autoridad de ingenieros y cuadros pero en última instancia dio como resultado la reconcentración del poder en manos de supervisores, líderes de equipos de trabajo y «activistas», todos los cuales controlaban enlaces clave con el clientelismo oficial mediante el comité de partido de la fábrica. De manera similar, los límites impuestos a los incentivos materiales y a la gradación de pagos a técnicos y gestores no dio como resultado un aplanamiento de la jerarquía salarial tanto como un retorno al sistema de antigüedad que había resultado de la reforma salarial de la década anterior –beneficiando a los trabajadores mayores a expensas de técnicos, cuadros, trabajadores temporales y aprendices.
Estos beneficios concretos se unieron a promociones y destituciones ampliamente publicitadas que ayudaron a mitologizar el carácter progresista de la era. Los beneficios de la élite del partido fueron reducidos y el partido mismo fue reestructurado, cuando un puñado de campesinos y mujeres fueron rápidamente promocionados a posiciones relativamente altas. Entre los casos más notables está el de Chen Yonggui, un campesino analfabeto que había ascendido de jefe de aldea a miembro del politburó y, finalmente, viceprimer ministro, principalmente gracias al estatus de modelo concedido a su aldea nativa de Dazhai. La promoción de Chen fue diseñada para crear una especie de «Efecto Obama», convirtiendo en símbolo un campesino «modelo» de una aldea «modelo» para generar la ilusión de movilidad social general mientras en realidad la división rural-urbana se había profundizado. De manera similar, Jiang Qing, la mujer de Mao, se convirtió en miembro pleno del Politburó en 1969, una de las pocas del puñado de mujeres que lo consiguieron. Como miembro de la «Banda de los cuatro», se aseguró brevemente una posición como una de las figuras más poderosas de la política china. De nuevo, la prominencia del símbolo de una mujer líder fuerte ayudaba a oscurecer las inextricables diferencias de género entre la fuerza de trabajo y a distraer de la represión continuada sobre organizaciones más radicales formadas por trabajadores proto-proletarios, la mayoría de los cuales eran mujeres. Junto con beneficios más concretos, esta sabiamente anunciada reestructuración del partido ayudaría a asegurar el apoyo de un segmento lo suficientemente amplio de la población para hacer el estallido de una nueva guerra civil improbable.
Los límites de la herejía
Aparte de esto, estaba también el simple problema de la inexperiencia entre aquellos grupos que abogaban por esta confrontación violenta. La misma decisión de los ultraizquierdistas de operar como organizaciones públicas, publicando abiertamente revistas de oposición, señala una cierta ingenuidad política. Aunque a menudo mantenían la autoría en secreto, no hay pruebas de que los grupos de Nuevas Tendencias considerasen nunca fundar una especie de organización clandestina, a pesar de que tomaban la actividad del primer PCC (él mismo fundado en secreto) como modelo. En parte, esto se puede atribuir al caótico terreno político. Pero destacar lo embrollado de la situación pospone la verdader raíz del problema, que no era tanto que el terreno cambiase rápidamene como que estos grupos ultraizquierdistas de manera casi universal percibían erróneamente las posibilidades que se les ofrecían y las necesidades que los acorralaban.
Simultáneo con el terror, China fue testigo de la explosión de un fervor ideológico cada vez más religioso sancionado por el estado. Unido a la militarización de la producción, el apoyo de la mitología del partido-estado tuvo un papel importante en la ordenación del régimen socialista de desarrollo cuando parecía empezar a desmembrarse. Costosos incentivos materiales fueron reemplazados por recompensas «espirituales», como pins o imágenes con la iconografía del PCC, libros de citas y mangos.[45] Estas recompensas espirituales simbolizaban el patronazgo del partido-estado a la vez que construían vínculos culturales y emocionales que ataban a los individuos a la empresa o el colectivo rural. Se desarrollaron nuevas formas de significado y de conexión social, pero a menudo tomaban un carácter paternalista que extraían tanto de las tradiciones folclóricas prerrevolucionarias como de sus precedentes rusos. Tantas de las prácticas eran enteramente nuevas, como desarrolladas por accidente o surgidas de alguna manera orgánicamente de la experiencia cotidiana de la gente. Pero solo aquellas que ayudaban a apuntalar la estabilidad del régimen socialista de desarrollo fueron consagradas en el complejo religioso oficial facilitado por el partido-estado.
Construir esta ideología suponía la invención de rituales que reforzasen un mito particular de unidad entre el estado, el partido y la nación, así como la limitación del acceso a información exterior y la reescritura selectiva de la historia para acomodarla a la función de los mitos contemporáneos. El peregrinaje a sitios históricos se hizo común, a medida que los jóvenes viajaban por la red nacional de ferrocarriles para visitar lugares como Anyuan, la primera gran base comunista. Al mismo tiempo, estos sitios históricos fueron desinfectados ritualmente. En un caso revelador, los Guardias Rojos arrancaron un par de árboles de caucho que se encontraban frente al club de trabajadores original de Anyuan, pensando (erróneamente) que los árboles habían sido plantados por Liu Shaoqi. Liu cuyo culto a la personalidad se había disipado al caer en desgracia, había sido reemplazado por Mao en la cima de la jerarquía ritual. Las raíces de los árboles fueron excavadas, cortadas y «quemadas hasta las cenizas para purificar el sitio». Después de eso, «retoños de ciprés cogidos del cercano lugar de nacimiento del presidente Mao en Shaoshan fueron transportados a Anyuan, donde fueron solemnemente transplantados en lugar de los árboles de caucho arrancados.[46]
Este nuevo fervor religioso no trataba puramente de reforzar ciertas ideas sobre otras. También suponía la restricción material de información por parte del aparato censor del partido. Esto había privado en la práctica a los grupos de oposición de recursos teóricos y, lo que es más importante, información precisa sobre los sucesos que les rodeaban, ya fuesen nacionales o mundiales. Todos los grupos ultraizquierdistas fueron forzados, por lo tanto, a formar sus propias teorías y estrategias basándose fundamentalmente en la lectura de las obras de Mao, Lenin, Engels, (algo de) Marx y otros aún en el canon oficialmente sancionado, junto con información de los periódicos oficiales.[47]
Estos grupos existían en un clima ideológico en el que las invocaciones al «Pensamiento Mao Zedong» (Mao Zedong Sixiang) se habían convertido en una especie de lingua franca. Hasta las doctrinas más radicales de la ultraizquieda eran justificadas desde el punto de vista de un «maoísmo» de oposición (Mao Zedong Zhuyi), y sus textos se enredaban en círculos intentando poner orden en las acciones y las palabras aparentemente contradictorias de Mao. El Partido Comunista reinventado que dirigiría una nueva guerra civil contra la clase burocrática dirigente de China tenía que ser, en palabras de Yang Xiguang, «el partido del maozedongismo», Mao mismo era imaginado frecuentemente como su presidente. Esto a pesar de que teóricos como Yang reconocían claramente los efectos desorientadores del fervor religioso avivado por el estado. Él argumentaba que los «compañeros de viaje capitalistas» habían «conseguido deificar las brillantes ideas de Mao en algunas entitades ritualistas. Al hacerlo, habían también distorsionado y vuelto impotente el alma revolucionaria del maozedongismo.»[48] Más que rechazar esta mitología rotundamente, sin embargo, Yan intenta cribarla con la esperanza de discernir el núcleo racional de «maoísmo» oculto profundamente en el misticismo.
De manera similar, al intentar extender su proyecto al campesinado, los grupos de nuevas tendencias ignoraron la necesidad acuciante de secretismo y tendieron a percibir mal la naturaleza de la división del poder rural. Agravaba el problema el hecho de que su propia visión sobre cómo debería ser el campo comunista era a menudo poco atractiva para aquellos que vivían realmente allí. Eslo llevó a una serie de pasos en falso terminales en las pocas campañas rurales que despegaron. En Wuhan, Lu Lian, de la Sociedad del Arado, construyó fuertes vínculos con el «Primer Cuartel General del Distrito de Bahe del Condado de Xishui», un grupo rebelde campesino encabezado por Wang Renzhou. Las ideas del propio Wang sobre el campo comunista estaban inspiradas en las utopías colectivistas imaginadas por el aparato ideológico del partido en el cénit del GSA. Tras viajar para ver el experimento de Wang en Bahe, el círculo de Nuevas Tendencias de Lu también empezó a propagar esta visión de un «nuevo campo comunista.»[49]
Aunque el argumento de Wang de que el campesinado era la clase más explotada en la China socialista era verdad, su «campo nuevo» era difícilmente comunista. Más bien, era «un experimento modelado según el ‘comunismo militar'», centralizando recursos a nivel de comuna y llevando a cabo prácticas impopulares como la demolición de las residencias privadas y la requisa del ganado familiar. Se obligaba a los campesinos a hacer todas las comidas juntos en comedores colectivos, como durante el GSA, y se les exigía vivir colectivamente en viviendas estilo barracones. Cuando el modelo «encontró una fuerte resistencia por parte de una mayoría de los residentes locales», el grupo rebelde creó una milicia «a la que se le dieron poderes para ‘castigar sin compasión a cualquiera que se atreviese a sabotear el Nuevo Campo.'»[50] Al ponerse de lado de estas fuerzas, la Sociedad del Arado de Lu LIan se distanció de los verdaderas reclamaciones de los campesinos, apoyando en cambio una visión mistificada del campo que era en gran parte una mera imitación de la mitología del propio partido gobernante.
Estas «nuevas tendencias», por tanto, pueden ser entendidas como una especie de corriente herética, en oposición a la ideología dominante pero todavía subsumida bajo los términos de esa ideología. Incapaz de romper con las ataduras de la mitología del partido-estado, la ultraizquierda fue incapaz de percibir ningún auténtico camino hacia adelante. Fue incapaz de evitar su propia destrucción y no consiguió prender las potencialidades para un nuevo proyecto comunista que habían surgido de los conflictos de la era socialista. El más grave de estos pasos en falso fue la suposición de que, en última instancia, Mao mismo estaría a su lado. En realidad, fue por órdenes del propio Mao que la ultraizquierda fue exterminada. Un puñado de aquellos que sobrevivieron en libertad huyeron a países vecinos en un intento de transformar «una situación interna revolucionaria en guerras en el extranjero.»[51] El resto fueron encarcelados o perdidos de cualquier otra manera por el terror.
Finalmente, aunque debemos poner en primer plano la relevancia actual de esta secuencia histórica, es de justicia hacer notar que la Revolución Cultural «corta» tiene también el valor intrínseco de todas las tragedias y causas perdidas que recortan sus sombras contra la luz que se debilita de la historia. Los comunistas hoy deben al menos el respeto de reconocer que este fue un periodo en el que fervientes comunistas, aunque dispersos, desorganizados y desorientados, lucharon y fracasaron. Hubo gente con nuestras mismas ideas que fueron asesinados, encarcelados o –lo peor de todo– «reformados» por los sombríos vencedores del mundo vacío que hemos heredado. Al fin y al cabo, podemos al menos poner flores en las tumbas de los muertos, ya que sus enemigos son los nuestros.
[1] Hay algunas notables excepciones, aparentes en los artículos y charlas de individuos como Liu Binyan, Zhou Dajue y Lin Xiling durante el periodo de las Cien Flores.
[2] Wu, p.54
[3] Ibid, p.58
[4] Ibid.
[5] Ibid, p.63
[6] Ibid.
[7] Ibid, pp.66-67
[8] Ibid, p.74
[9] Para ejemplos de esta caracterización común de la Tormenta de Enero y los sucesos en Shanghai, véase: Meisner 1999; Jiang 2010; y Badiou 2014.
[10] Christopher Howe, “Labour Organization and Incentives in Industry, before and after the Cultural Revolution,” Authority, Participation and Cultural Change, Stuart Schram, ed. Cambridge University Press, 1974, pp.233-256
[11] Wu, p.103
[12] Ibid, p.104
[13] Ibid, véase también: Elizabeth Perry y Li Xun, Proletarian Power: Shanghai in the Cultural Revolution, Westview Press, 1997.
[14] Wu, p.108
[15] Ibid, p.110
[16] Frazier, p.230
[17] Wu, p.110
[18] Ibid, p.111
[19] Ibid, p.125
[20] Ibid, p.129
[21] Ibid, p.128
[22] Shaoguang Wang, “’New Trends of Thought’ on the Cultural Revolution,” Journal of Contemporary China, 8:1, July 1999, p.2 <http://www.cuhk.edu.hk/gpa/wang_files/Newtrend.pdf>
[23] Ibid.
[24] Wu, p.132
[25] Ibid, p.93
[26] Wang, p.8
[27] Ibid, p.9
[28] Wu, p.93
[29] Wang, p.19
[30] Ibid.p20
[31] Ibid, p.19
[32] Wu, p.175, las cursivas son nuestras.
[33] Wu, p.159
[34] Ibid, pp.156-170
[35] Ibid, p.168
[36] Wang, pp.12-13
[37] Wu, pp.199-200
[38] Andrew Walder y Yang Su, “The Cultural Revolution in the Countryside: Scope, Timing and Human Impact,” China Quarterly, no.173, 2003, p.98 Para más sobre este mismo tema, véase también: Yang Su, Collective Killings in Rural China During the Cultural Revolution, Cambridge University Press, 2011.
[39] Según Wu, existía una tendencia así en Beijing a finales del verano de 1966, cuando un gran aluvión de asesinatos esporádicos se unió a (aunque más excepcionales) masacres totales de aquellos que habían sido designados «excluídos sociales». Tales masacres se produjeron en las aldeas de Daxing y Changping, donde cientos fueron exterminados por milicias conservadoras operando según la lógica de la teoría de la línea de sangre.
[40] De nuevo, véase Walder y Su.
[41] Walder 1986, p.40
[42] Ibid, p.12
[43] Andreas, p.166
[44] La movilidad ascendente mediante la educación ha tenido una importancia cultural mucho más rotunda en el contexto chino que en sus equivalentes occidentales, en gran parte debido a la herencia del sistema académico confuciano y la primacía resultante del poder ejercido mediante Wen (cultura) en lugar de Wu (fuerza militar). La expansión de las oportunidades educativas, por tanto, tuvieron un mayor impacto ideológico que el que pudiese haber tenido en otros países, socialistas o de otro tipo. Véase Perry 2012 para un estudio detallado de cómo Wen y Wu fueron culturalmente movilizados por el PCC a lo largo del siglo XX.
[45] El culto al mango se desarrolló de manera accidental durante la Revolución Cultural, y se cita a menudo como un ejemplo de la «locura» del periodo. Para una breve historia de la práctica, véase: Ben Marks, “The Mao Mango Cult of 1968 and the Rise of China’s Working Class,” Collector’s Weekly. February 18th, 2013
[46] Perry 2013, p.209
[47] Wang, p.19; A las traducciones de historia o pensamiento político heterodoxos solo se podía acceder mediante ediciones limitadas de «libros grises» (huipishu) y a la literatura extranjera «burguesa» mediante «libros amarillos» (huangpishu), todos los cuales restringidos a una «circulación interna» entre cuadros de alto rango, y con cada ejemplar con un número de serie único para ayudar a impedir la distribución o reproducción no autorizada. Aunque unos cuantos de manera informal (e ilegal) consiguieron un alto índice de lectura, la mayoría habrían sido inaccesibles para los jóvenes de origen de clase malo que componían el grueso de los círculos teóricos de las «nuevas tendencias». Para más sobre estas ediciones de «circulación interna», véase: Joel Martisen, “How the Nazis brought about the end of the Cultural Revolution,” Danwei, August 14, 2008.
[48] Citado en Wu, p.176
[49] Wang, pp.13-14
[50] Ibid, p.13
[51] De una carta de uno de estos guerrilleros chinos en Birmania, citado en Wu, p.197
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