Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XXIII)
Salvador López Arnal
«No creo que hubiese miedo a votar comunista en las elecciones de junio de 1977, pero sí hubo memoria histórica de voto con respecto al que se había ejercido la última vez, en 1936.»
José Luis Martín Ramos es catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus investigaciones se han centrado en la historia del socialismo y el comunismo. Entre sus últimas publicaciones: El Frente Popular: victoria y derrota de la democracia en España (2016), Guerra y revolución en Cataluña, 1936-1939 (2018) y La Internacional Comunista y la cuestión nacional en Europa (1919-1939)
Centramos nuestra conversación en Historia del PCE, Madrid: Los Libros de la Catarata, 2021, 254 páginas.
Estamos en el 3er capítulo de la tercera parte del libro. Nos habíamos quedado en la ley de amnistía.
Ley de amnistía se ha dicho en muchas ocasiones fue una conquista de la izquierda. ¿Lo fue realmente? La imposibilidad de juzgar los crímenes y salvajadas del franquismo usa esa ley como nudo central de su estrategia.
La reclamación de la amnistía fue una reivindicación fundamental de la oposición democrática, muy presente en sus movilizaciones desde la década del sesenta, y no hay que perder de vista que la amnistía no implicó solo a los presos políticos, a los militantes de organizaciones, sino también a los miles de obreros despedidos de sus empresas como consecuencia de conflictos, empresas que tuvieron que readmitirlo o indemnizarlos. Que se incorporara al proceso de transición fue uno de los logros en el proceso final del pacto de la reforma.
Si la salida del franquismo hubiese sido mediante una ruptura, mediante una revolución política, hay pocas dudas de que, de una manera u otra, se habría planteado también el enjuiciamiento de los crímenes del franquismo, como en 1931 se planteó el enjuiciamiento de las corrupciones de la Dictadura de Primo de Rivera. No hubo ruptura, ya he explicado por qué. La reforma significó que se soslayaba ese enjuiciamiento. Ese hecho no puede arrojar en sí mismo ninguna sombra sobre la amnistía que impuso el pacto final. El juicio del franquismo no se contemplaba en términos jurídicos, en ninguno de sus aspectos. Quedaba situado en el terreno del juicio político y en el del juicio histórico. Que esos juicios hayan seguido siendo controvertibles e insuficientes no es culpa del pacto de 1977-1979. Para ilustrarlo, que Conesa u otros policías no fueran juzgados formó parte lógica de la Transición (por otra parte, por poner un ejemplo, habría tenido poco sentido juzgar a Conesa y no juzgar a Fraga) y quienes mezclan las cosas habrían de demostrar que había otra salida real posible a la dictadura en aquel final de los setenta, que se tenía la fuerza social y material suficiente para imponer la ruptura.
Pero eso no tenía que traducirse en el mantenimiento de Conesa en la cúpula policial, ni de González Pacheco. La responsabilidad de esa decisión no fue de la Transición, del pacto que la sustentó, sino de los gobiernos de la UCD.
¿La Monarquía apostó por la reforma y la legalización del PCE?
No creo que Juan Carlos apostara por nada concreto, ni que tuviera ninguna iniciativa en la legalización del PCE. Lo que hizo fue apoyar la decisión de Suárez, políticamente imprescindible para la continuidad de la reforma en aquel momento.
El resultado de las elecciones de junio de 1977, señalas, significaron un duro toque de realidad para el PCE y el PSUC, especialmente para el primero. ¿Expectativas excesivas? ¿Mala lectura de sus fuerzas reales? ¿Qué pasó?¿ ¿Miedo a votar comunista?
La expectativa que tenía el PCE era conseguir entre 40 y 50 diputados y solo consiguió 12 del PCE y 8 del PSUC. El resultado del PSUC no fue malo, un poco más del 18% de los votos y esos 8 diputados, aunque después de la excelente campaña electoral en Cataluña se esperaba algo más. No fue malo en sí mismo, pero lo hizo malo, o si se quiere impidió que fuera bueno, el hecho de que la candidatura de Socialistas de Cataluña, embrión del futuro PSC-PSOE, obtuviese más del 28% y 15 diputados y se convirtiera en la primera fuerza en Cataluña invirtiendo la relación que se había mantenido entre socialistas y comunistas a lo largo de la dictadura. Hasta ese momento, y desde los años sesenta, el PSUC había liderado a la izquierda catalana, a partir de entonces lo haría el PSC.
Volviendo al PCE, hubo optimismo excesivo, es obvio. Pero pienso también, como he comentado antes, que hubo error en la confección de las candidaturas, en las que no se dio suficiente presencia a los líderes sociales del partido.
No creo que hubiese miedo a votar comunista, pero sí hubo memoria histórica de voto, con respecto al que se había ejercido la última vez, en 1936. Entonces el partido mayoritario de las clases populares era el PSOE, que, tras el largo paréntesis sin elecciones libres, volvía a serlo en junio de 1977. Pienso también que la campaña del PSOE, de Felipe González, fue mejor. Anguita reconoció a Juan Andrade que no solo la mayoría de trabajadores había votado al PSOE, sino que lo habían hecho también «los obreros encuadrados en Comisiones Obreras», un «fiasco» que «se sintió con cierta amargura».
Haces referencia al inarmónico dueto jugado por el PTE y ERC, y el desplante de este último una vez elegido Barrera. ¿Cómo puede explicarse que la dirección del PTE apostara por ir en coalición con un individuo de las características poliéticas de Heribert Barrera y con un partido, entonces muy poca cosa, como ERC?
En principio, parecía inexplicable por las dos partes. ERC no sólo era un pequeño partido y dividido –algunas facciones de ERC se fueron incorporando al PSC–, sino que Barrera era un anticomunista convicto, confeso y militante, aliado de Pallach en su rechazo a cualquier acuerdo, incluso interlocución, con los comunistas. Era un matrimonio extraño. Si Pallach no hubiese muerto, lo más seguro es que ERC habría hecho coalición con el PSC-Reagrupament. Pero muerto Pallach su partido se dividió entre los que se aproximaban al PSC y al proceso de unificación con el PSOE y los que lo hicieron hacia Convergència Democrática.
El pequeño, y veterano, grupo de Barrera se quedó sin paraguas y sin infantería para desarrollar una campaña electoral en la que la militancia tuvo que pisar mucho las calles para contrarrestar el predominio de la UCD en la televisión pública, la única que había. La hostilidad entonces de Pujol hacia ERC, extensible hacia la experiencia republicana del pasado, le cerraba el paso a un acuerdo con Convergència. Tuvo que mirar hacia quienes compartían necesidad de presentarse en agrupación de electores por no estar legalizados y tuvieran esa infantería necesaria y vio que eso solo se encontraba en la izquierda comunista disidente, y quien tenía de lejos más infantería, y más presencia social, era el PTE. No le quedaban demasiadas opciones.
Por parte del PTE…
El PTE, por su parte, no entrando en la consideración sobre el oportunismo personal de algunos dirigentes como Sánchez Carreté, fue víctima de una trampa que se tendió a sí mismo, y que –dicho sea de paso– tendría que ser aleccionadora para algunos en el presente. En ese momento el programa del PTE era «frentepopulista», sus iconos eran Marx, Engels, Lenin y Dimitrov y consideró que el acuerdo con ERC tenía un contenido simbólico frentepopulista, que supera los inconvenientes de las manías personales de Barrera en política. Creo que en su caso no fue oportunismo de partido, sino una mala lectura del momento político y una interpretación «historicista”, cosificada, del frentepopulismo.
Sea como fuere el PTE salió escaldado. Puso los militantes a ser suscriptores de créditos a los bancos para financiar la campaña y cuando Barrera resultó el único elegido de la plataforma electoral común no es que se negara a mantenerla –en lo que habría estado en su derecho político– sino que se negó a compartir con el PTE la percepción económica del Estado por su elección, dejando colgado al partido y, sobre todo, a los suscriptores de los créditos.
¿Qué sentido tuvo la propuesta de gobierno de concentración nacional lanzada por Carrillo tras las elecciones? ¿Un «grito a la desesperada»?
Fue el inicio de su negativa o su incapacidad, tras la «amargura» del 15 de junio, para analizar la situación política real, el porqué de fondo del triunfo del proyecto reformista sobre el rupturista, y la necesidad de impulsar una nueva política que habría de tener como punto esencial la defensa de la identidad comunista, erosionada por aquel triunfo.
Tras el asesinato de Aldo Moro y el viraje definitivo hacia la corrupción de la Democracia Cristiana, Berlinguer rectificó la orientación de la política comunista con su propuesta de «alternativa democrática», que no se traducía en una nueva propuesta de coalición política sino en un cambio estratégico profundo en el que el PCI había de ser el eje, desarrollándose otra vez como un partido nuevo (como había propuesto Togliatti en 1944) en el que una de sus señales de identidad había de ser la ejemplaridad democrática y desplegando una nueva forma moral, social, de hacer política.
Carrillo en vez de impulsar un «nuevo curso», como había hecho en 1956, se enrocó en el que había acabado en la práctica y se encastilló en la secretaria general bloqueando ese enrocamiento.
¿Por qué el PCE y CCOO apoyaron los Pactos de la Moncloa, presentándolos además en algunas ocasiones como un vía de avance hacia el socialismo? Tú mismo recuerdas la contención de las subidas salariales, el 5% de despido libre en las empresas, los incumplimientos, la consolidación de la estabilización a costa de salarios y empleos. ¿No quedaba otra? ¿Una política crítica implicaba marginación y aislamiento?
En esta sí que, obviamente, quedaba otra. La primera era no implicar al partido en esos acuerdos, que él creía que eran de «unión nacional» y de «concentración democrática», pero que no eran ni lo uno ni lo otro y cuyo cumplimiento no gestionaría, ni siquiera estaría en condiciones de exigir nada dado lo exigüo de la fuerza institucional comunista.
Haces también referencia a la crisis del PCE de finales de 1977 y señalas que el catalizador que hizo de todo ello una mezcla implosiva fue psicológico. ¿Por qué psicológico? ¿Qué tipo de crisis fue aquella?
Pienso que no había razones objetivas para el declive acelerado hacia el derrumbe que se inició en el otoño de 1977. El resultado electoral era decepcionante, pero había vida política más allá de las elecciones y cuando se pasara al terreno de la representatividad local se podría avanzar más institucionalmente, como así sucedió. Pero se acumularon demasiadas percepciones subjetivas para generar un mal que estaba más en la cabeza del que en el cuerpo del PCE. El comportamiento personal de Carrillo, su combinación de autoritarismo y error político, sus limitaciones para ser líder en un mundo abierto, no clandestino; la decepción de la militancia, muy dura por lo mucho que se había luchado, y el estrés de los cuadros obligados a cambiar de chip en los contenidos de su militancia. En el libro me refiero a algunos de esos factores, sin pretender ser exhaustivo.
Hablas también del derrumbe de las expectativas de una generación militante que a la muerte de Franco tenían entre 25 y 40 años. ¿Qué esperaba esa generación? ¿Querían asaltar los cielos muy rápidamente? ¿Se sintieron y pensaron mucho más fuertes de lo que eran? Citas un comentario de Carlos Alonso Zaldívar en el comité central del Partido de noviembre de 1980: «Nos hemos educado en el convencimiento, mezcla de esperanza y voluntad, de que en España las libertades iban a ser una fuerza dinámica que iban a llevar las cosas adelante.»
En los años sesenta la militancia joven quería asaltar los cielos y se emocionaba con ello, con Cuba, con el 68 francés. Todo continuaba siendo posible. En los setenta la expectativa se rebajó algo, pero siguió siendo alta: se había iniciado un camino concreto hacia el asalto, aunque este no sería tan rápido. En otras palabras, en los setenta la militancia del PCE pensaba que se avanzaba claramente hacia la revolución socialista a través de una lucha por la democracia que era cada vez más consistente. El Manifiesto-Programa de 1975 encadenó las etapas del viaje: lucha por la democracia, democracia política y social, socialismo en democracia, una cadena en la que no se contemplaron retrocesos duraderos. El cumplimiento de la primera expectativa era la sustitución de la dictadura por una democracia que rompieses por el completo con el pasado franquista y recuperara el camino interrumpido en 1939; las banderas de esa cadena eran tricolores y rojas.
Por ese objetivo se luchó, condicionando la vida personal y la familiar, renunciando a vivir mejor a desarrollar una carrera profesional más completa o a divertirse más simplemente. La lucha clandestina no es un plato de buen gusto, aunque sazonado con épica pueda parecer apetecible. El joven de veinte años en los sesenta tenía cuarenta cuando esa expectativa se derrumbó, y no se obtuvo el premio por el que se luchó. No solo no hubo revolución política sino que el avance democrático, lastrado por el gobierno de la derecha y por la incidencia de la gran crisis del capitalismo, era demasiado lento.
Haces referencia también en el libro a un segundo factor psicológico, al choque que supuso la asunción de responsabilidades de gestión tras las primeras elecciones municipales. ¿Por qué fue un choque? ¿No pudo ocurrir lo mismo en el caso de otras fuerzas políticas como el PSOE por ejemplo? De hecho, si mi memoria no me falla, el resultado de las elecciones municipales de 1979 se vivió en general como un gran éxito de la izquierda. Muchas ciudades importantes quedaron en sus manos.
Fue un gran éxito, pero eso tuvo sus costes, de acuerdo con las capacidades que cada uno de ellos tenía para gestionarlo. Hay una diferencia muy importante entre el PSOE y el PCE. Los que tuvieron que asumir la gestión en el PCE eran muy mayoritariamente cuadros de lucha o de orientación política, abandonando esta para resolver el farragoso día a día de la administración y encima de una administración de cuyo aparato, con razón, se desconfiaba. Tal dirigente sindical y/o del partido de tal localidad o barrio tenía que dedicarse a tareas administrativas, cuyo contenido político tenía que averiguar, y cuando acababa la jornada de esa tarea ya no tenía tiempo ni fuerzas para seguir actuando como cuadro del partido.
El partido se empobreció para alimentar el espacio de administración que había conseguido. En el caso del PSOE, la mayor parte de los pocos cuadros que tenía mantuvieron, más o menos, un rol político. La gestión del espacio de administración que ocupó la hizo con miembros nuevos que se incorporaban al partido, profesionales, con conocimientos más ajustados. Frecuentemente eran miembros del aparato del estado que se integraban desde su función en él al partido.
¿Y por qué el factor psicológico al que haces referencia afectó especialmente a los cuadros?
Los cuadros son en un partido comunista su espina dorsal. Son ellos los que marcan o ejecutan las decisiones que se toman y experimentan el principal desgaste personal de esas decisiones. Además, en la medida en que el desarrollo de la crisis generó una continuidad de debates ideologizados, polarizados en la discusión e invocación de términos y consignas, eso también contribuyó a quienes llevaban el peso principal de las discusiones.
Afirmas que no fue inevitable, que «podría haberse previsto o amortiguado si antes de la muerte de Franco se hubiese avanzado en la consideración de las discontinuidades del proceso de la democracia a la democracia política y social». ¿Era una tarea, la que señalas, al alcance de un partido que luchaba en la clandestinidad y en mil frentes al mismo tiempo? ¿Era posible prever a tiempo que la salida al franquismo no sería la ruptura ni siquiera la ruptura pactada sino una reforma pactada pendiente de desarrollos posteriores?
Era posible y hubo ocasión para ello. Ya en la crisis de comienzos de los sesenta, lo que planteaba Claudín era poner luces largas y habilitar al partido para una situación que en democracia no le sería tan favorable como se pensaba. Me remito a lo ya comentado al respecto.
Luego en los setenta, ni que fuese por imperativo de reflexión intelectual y sobre todo de reflexión estratégica, se tendría que haber pensado en escenarios adversos, no desde el fatalismo sino desde la contemplación de alternativas. De hecho, sobre algún punto de la cadena, sobre qué pasaría en un estado socialista con pluralismo si en un momento determinado fuerzas contrarias ganaban a través de las elecciones el poder, se consideró algo de manera muy incipiente para seguir defendiendo la razón de la vía democrática (los comunistas franceses y sobre todo los portugueses, apretaban en el punto de esa situación contradictoria: como evitar o rechazar una involución en el estado socialista).
Pero no se proyectó el mismo tipo de interrogantes sobre la primera etapa y la inmediata. El optimismo, que no carecía de razones, de aquellos años de incremento de luchas, de la constitución de la Asamblea de Cataluña, del agotamiento de la dictadura, de avance de la expectativa de izquierda en Europa, y el subjetivismo que alimenta y al propio tiempo envenena la acción militante clandestina, levantaban una cortina de oro ante la consideración de derroteros adversos.
A pesar de todo ello, la dirección del partido tenía que haber estado a la altura de esa necesidad y no tener tanto miedo de considerarla. Lo hicieron, lo sabes tú, algunos intelectuales pero no se les hizo caso pensando que ponían más palos en las ruedas que reserva de gasolina en el depósito.
Apuntas a continuación una serie de consideraciones sobre la «concentración democrática», te pregunto a continuación por ellas. Nos vamos acercando al epílogo.
Entradas anteriores:
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (II).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (III).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (IV).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (V).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (VI).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (VII).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (VIII).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (IX).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (X).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XI).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XII).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XIII)
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XIV).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XV).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XVI).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XVII).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XVIII).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XIX).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XX).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XXI).
–Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XXII).
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