Acaba de aparecer en las librerías la reedición de Mi vida de Trotsky, un ensayo autobiográfico que fue el primer libro escrito por Trotsky en su tercer (y definitivo) exilio. No fue una idea propia sino que le fuer propuesto por un editor alemán, el director de la Fischer Verlag, que viajó expresamente a Constantinopla con dicha finalidad, y supo ser lo suficientemente persuasivo para llevarse el visto bueno de Trotsky, por entonces considerado poco menos que un “caballo muerto” por Stalin, de no ser así no lo hubiera dejado marchar. Trotsky nunca había escrito nada parecido, era un escritor al que según confesión propia, le costaba mucho escribir, lo que no fue obstáculo para que en sus ya copiosas Obras (que se habían empezado a editar como tales en Moscú por la mitad de la década), figuraban toda suerte de escritos, desde el ensayo teórico hasta la historia (de 1905) pasando por los más diversos artículos sin olvidar excursiones en el ámbito biográfico entre los que cabe situar sus Perfiles del socialismo y sus trabajos sobre Lenin.
Pero una cosa eran aquellos retratos de los que era tan amantes y otra entrar en el suyo propio, lo que a pesar de sus confesadas reticencias tuvo empero que hacer cuando la “troika” compuesta por Zinoviev, Kamenev y un tal Stalin (con el soporte de Bujarin), comenzaron a contraponer su antiguo menchevismo con la codificación de algo llamado “marxismo-leninismo” del que nadie había hablado seriamente en vida de Lenin. Una y otra vez tuvo que poner sobre el papel la defensa de su actuación, y ahí están textos del alcance de Las lecciones de Octubre o de La revolución desfigurada, de manera que, por más que en aquel momento su principal obsesión pasaba por la construcción de una Oposición de Izquierda internacional, aceptó la propuesta como un desafío literario, pero también como un servicio a la causa, ofreciendo una visión alternativa a la denigratoria que se estaba forjando, y lo cierto es que el libro pasó a ser un auténtico best-seller, y el mejor arma propagandística del incipiente “trotskismo”, un concepto que por aquel entonces todavía no tendría las connotaciones que tendría solamente unos pocos años después.
Se puede decir pues que Mi vida sería algo así como el principio de una batalla por la verdad histórica y por una memoria revolucionaria cada vez más groseramente deformada por un escuela de falsificación estaliniana de la que, afortunadamente, ya apenas si quedan defensores. Pero también es mucho más que eso, es una obra literaria que figura entre las mejores de su género, comparable a la de verdaderos clásicos de todos los tiempos y sin apenas parangón en el terreno de la política. Sus primeros capítulos dedicados a la infancia, al contexto familiar, los años escolares, a los inicios de la aventura militante, su encuentro con los círculos socialistas y los obreros de Nikoláiev, su descripción de ambientes y personajes, detalles como su pasión por la lectura y por el libre debate, retratos como los del marinero Markin o Rakovsky, son verdaderamente deslumbrantes. Su autorretrato se convierte en un punto de mira desde el que ofrece una panorámica del movimiento obrero y de la revolución rusa desde los primeros pasos hasta el presente, con brillantes disquisiciones sobre su primer y segundo exilio, capítulos sobre los que Trotsky fue dejando su profunda huella, baste recordar el retrato entre analítico y costumbristas que ofreció en su opúsculo Mis peripecias en España, por no hablar de las peripecias francesas o norteamericanas, que fueron mucho más trascendentes de lo que nos dice al autor.
Su edición española tiene –además- una historia propia. Apareció en la primera fase –la trotskiana de Juan Andrade- de la editorial Cenit en 1930, y la tradujo del alemán Wenceslao Roces, quien protagonizaría la segunda fase de Cenit, y plenamente estaliniana. Personaje harto complejo, Roces se adaptó tan profundamente al estalinismo que se le ha llegado a imputar (sin que nadie lo haya negado, ni tan siquiera él mismo) la responsabilidad del libelo (cuya reedición está prevista en Espuela de Plata, Sevilla, con prólogo de Pelai Pagès) titulado Espionaje en España, firmado con el seudónimo de Max Rieger y avalado por un prólogo del peor José Bergamín, que sirvió como arma propagandística en la tentativa de trasladar los “procesos de Moscú” a España, con el POUM como principal “chivo expiatorio”; todavía en 1938 se editará en Barcelona otro texto similar, La alianza del trotskismo y el fascismo contra el socialismo y la paz, esta vez con la firma de P. Lang (¿Pedro Laín?).
Esto significa también que la presente reedición como todas las habidas desde la muy popular de Zero-ZYX de 1972, no recoge la lectura y las correcciones que Trotsky efectuó antes de ser asesinado para la edición francesa que no llegaría a concretarse hasta 1953, en una edición de Gallimard preparada por Alfred Rosmer quien además añadió un apéndice sobre la trayectoria de Trotsky desde que redactó el prólogo (Prinkipo, 14 de septiembre de 1929) hasta su muerte, un detalle que sí incorpora la edición de Tebas de 1979 y a cargo de Jaime Pastor que también contribuyó a preparar una edición revisada de la Historia de la revolución rusa, posiblemente la siguiente reedición de este gran clásico del socialismo cuyas memorias fascinaron a personajes muy lejanos, por no decir totalmente opuestos, a su ideario, entre ellos François Mauriac (cuyo texto se puede encontrar en www.fundanin.org). De hecho, la lista de reseñas entusiastas es muy amplia, por ejemplo, hay una de Juan Carlos Mariátegui que un día de esto habrá que dar a conocer.
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