Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Polvo rojo: la transición al capitalismo en China (II): La Cuenca del Pacífico: condiciones internacionales en las décadas 1890-1970

Chuang (colectivo comunista chino crítico)

El colectivo comunista chino Chuang está publicando en la revista de mismo título una serie de artículos sobre la historia contemporánea económica china. De momento llevan publicadas las dos primeras secciones de las tres previstas, respectivamente en los números 1 (2016 y 2019) y 2 (2019) de la revista. En los últimos meses hemos publicado la primera serie “Sorgo y acero: el régimen socialista de desarrollo y la forja de China” en seis entradas -recopilado también en forma de libro–  y publicamos ahora la segunda, con cinco entradas. Recordamos que en la primera estudian lo que los autores denominan “régimen socialista de desarrollo” que datan aproximadamente entre la creación de la República Popular en 1949 y principios de los años 70, cuando consideran que se produce la transición al capitalismo. En esta segunda parte, “Polvo rojo” veremos lo que consideran la transición al capitalismo, entre los años 70 y el inicio del nuevo milenio. Este será el esquema de publicación:

Polvo rojo: la transición al capitalismo en China

I. Introducción
II. Parte 1. La Cuenca del Pacífico
III. Parte 2. Fronteras
IV. Parte 3. Sinosfera
V.  Parte 4. De hierro a óxido

Visión general: Envolvimiento

Para comprender plenamente las crisis convergentes que dieron como resultado la incorporación de China a la comunidad material de capital, es esencial tener una imagen clara tanto de las grandes tendencias en el capitalismo global como los detalles teóricos de cómo entendemos de qué forma se llevó a cabo esta transición. En esta primera parte, ponemos el énfasis en la amplitud de la historia, revisando el desarrollo global del capitalismo en el este de Asia. Al mismo tiempo, introducimos algunos de los conceptos clave que serán esenciales en nuestra narrativa, especialmente porque se relacionan con la dinámica de crisis intrínseca que constituye una de las leyes básicas de movimiento del capital.

La imagen básica es la de un potencial temprano a una transición capitalista en la zona continental del este de Asia bajo la dinastía Qing, rápidamente superada por una transición similar llevada a cabo en Japón, que se había convertido en el principal competidor regional a finales del siglo XIX. El resultado fue una región dividida entre enclaves comerciales dominados por el capital europeo y un nexo de colonias de rápida industrialización lideradas por el Japón imperial. La Primera Guerra Mundial no hizo sino acelerar esta tendencia, llevando finalmente a la gran batalla en el Pacífico entre el Imperio japonés y el ascendente hegemón estadounidense. Aunque terminase en una derrota para Japón, el inicio de la Guerra Fría garantizó que el proyecto industrial japonés en la región continuase bajo la tutela del ejército de los EEUU. Combinado con las condiciones cambiantes en Occidente, se establecieron las bases para otro periodo de rápida expansión internacional. Esto tomó la forma material de un complejo territorial-industrial en la Cuenca del Pacífico, dominado por el ascenso de nuevas tecnologías logísticas, la más importante de las cuales fue un anillo de puertos de contenedores y sus núcleos industriales adyacentes.

Dado que el énfasis en esta sección se centra en las tendencias a largo plazo dentro del mundo capitalista, la tasa de beneficios y su relación con la crisis tienen un papel teórico central. No tomamos aquí posiciones estrictas en los muchos debates respecto a la tasa de beneficio: cómo medirla de la mejor manera posible, la fuerza de su tendencia a caer, o la relación exacta entre dinámicas microeconómicas entre empresas y las tendencias a escala macro en la tasa de beneficio. Por el contrario, destacaremos lo más básico. Ya es evidente por los datos que la tasa de beneficios ha tendido a caer con el tiempo, y en olas oscilantes. Su disminución en el sector productivo ha sido especialmente pronunciada, y esto ha llevado repetidamente a crisis. Ha habido algunas tendencias que lo contrarrestaban, la más importante de las cuales son los esfuerzos de las empresas por restaurar sus márgenes de beneficio expandiendo sus mercados y encontrando nuevas fuentes de trabajo que puedan ser superexplotadas temporalmente –lo que se conoce generalmente com una “solución espacial”–.

Esta solución espacial es el resultado de la creación de nuevos complejos territoral-industriales. Dado que la lógica abstracta del capital se desarrolla en el mundo real, necesariamente se distribuye en el espacio. Conducidos por la caída de la tasa de beneficios, diferentes bloques de capital fijo toman forma. A gran escala, esto toma una forma nacional, a medida que nuevos competidores económicos, sin la carga de instalaciones y equipos obsoletos, pueden usar tecnologías punteras para desafiar a la vieja guardia en sus respectivas industrias. Esta vieja guardia descubre entonces que su margen de beneficio es arrastrado hacia abajo por plantas y maquinaria obsoletas, dando como resultado crisis locales que a menudo se manifiestan como guerras comerciales entre bloques, aunque conduzcan a una expansión global mayor. Pero lo mismo sucede a una escala más local: dentro de cada país, nuevos complejos territorial-industriales reconfiguran la geografía económica de la región en línea con las demandas del capital. El proceso incluye a menudo migraciones masivas a centros, nudos y corredores clave. Cuando tales complejos se vuelven obsoletos, sin embargo, se convierten rápidamente en áreas industriales en decadencia (rustbelts), y su naturaleza fundamentalmente inhumana se hace patente.

Más que unos beneficios en los que todos ganan a partir de ventajas comparativas, fue en realidad la crisis, la guerra y la colonización, conducidas por una competición de suma cero, lo que se encuentra detrás del ascenso de Japón en la región, seguido por los “Tigres económicos” de Hong Kong, Singapur, Taiwan y Corea del Sur. Más adelante, describiremos los detalles de esta historia, clarificando cómo el ascenso de la Cuenca del Pacífico se relaciona con la caída de la rentabilidad y el lento movimiento geográfico del capital hacia el este, creando nuevos complejos territoriales en sus bordes y dejando zonas industriales en declive como secuela. Fue este proceso de circunvalación y crisis lo que crearía la apertura por la que el régimen de desarrollo anquilosado de China sería capaz de pasar a la comunidad material de capital.

La transición fallida

China empezó una transición al capitalismo, frenada y desigual, al final de la dinastía Qing, marcada por bajos niveles de industrialización y una inestabilidad política permanente. Este primer periodo de transición incompleta provocó finalmente un colapso político acompañado por una guerra civil y el ascenso de un movimiento revolucionario que llevaría a fundar el régimen socialista de desarrollo, frenando temporalmente la subsunción de la región al capitalismo global. A pesar de su fracaso, esta primera transición transformó los patrones migratorios, las rutas comerciales y la geografía industrial de manera irreversible, ejerciendo una fuerza inercial que superó a menudo los intentos del régimen revolucionario por contenerlos. Este periodo (aproximadamente desde finales de los Qing, durante la era republicana y hasta la ocupación japonesa) dejó la región con una estructura industrial profundamente dividida, contribuyendo a muchas de las crisis periódicas que asolaron el posterior régimen de desarollo.[1] En cierto sentido, esta inercia sobrevivió al régimen de desarrollo mismo. Cuando empezó la segunda transición al capitalismo en los años 70, el país asistiría al resurgimiento de muchos de los mismos agrupamientos industriales, rutas comerciales y redes migratorias que habían definido el primer periodo un siglo antes.

Este periodo inicial de transición fue modelado por accidentes de la historia así como por patrones de comercio en la región muy anteriores. La línea costera del sur había tenido un papel importante en el comercio regional y, tras el declive de la Ruta de la Seda (con la caída de la dinastía Tang en 907 NE), el comercio costero había crecido hasta dominar el comercio precapitalista.[2] Pero también había fuertes tendencias compensatorias en cada dinastia que ayudaron a silenciar el poder ejercido por las fuerzas de la comercialización. Una de las amenazas más persistentes fue la transformación de estas redes comerciales semiilícitas en armadas piratas independientes. En la época de los Qing (1644-1912), esta amenaza tomó el caracter de una rebelión antimanchú, dirigida por el lealista Ming Zheng Chenggong (conocido como Koxinga en Occidente), quien había huído al mar cuando los ejércitos Qing invadieron Fujian. Zheng derrocó el dominio holandés en Formosa (Taiwán) y convirtió la isla en una base para su armada rebelde. Como respuesta, los Qing no solo prohibieron toda navegación costera (convirtiendo así en ilegal buena parte del comercio internacional de la región), sino que también despoblaron la línea costera, deportando a la población tierra adentro  y arrasando las aldeas desiertas en un intento de cortar las líneas de suministro de Zheng.[3]

Una vez derrotada la rebelión de Zheng (en 1663 con la conquista de Taiwán), la línea costera fue repoblada gradualmente y se reinició la navegación marítima. Esto empezó a reabrir el mercado continental más directamente a las nacientes redes comerciales de los europeos, que empezarían pronto a tomar un carácter inequívocamente capitalista.[4] En el cénit de la dinastía, el territorio continental no solo tenía un saneado balance comercial con Occidente, exportando té, porcelana, seda y diversas manufacturas, sino que se encontraba en el centro del comercio regional, cuando incluso el Japón aislacionista dependía de importaciones de materias primas de los Qing.[5] Pero el estado se había vuelto cauteloso con relación al comercio, temiendo el creciente poder de los mercaderes, la posibilidad de una nueva rebelión y la creciente potencia de los europeos. La corte impuso por tanto rigurosos monopolios en bienes clave y empezó a restringir el comercio extranjero a un numero cada vez menor de funcionarios de aduanas portuarias. Esta tendencia alcanzó su culmen con el sistema de Cantón, de 1757 a 1842, cuando todo comercio extranjero fue encauzado a un único puerto y sus almacenes y depósitos adjuntos (“las Trece Fábricas”) en Cantón (Guangzhou). El sistema solo se abolió por la descarada incursión europea, cuando los crecientes imperios coloniales buscaron un acceso más directo al mercado del territorio continental. Estas incursiones, las más dramáticas de las cuales serían las dos Guerras del Opio (1838-1842 y 1856-1860), terminarían con el establecimiento de tratados desiguales entre los Qing y las potencias europeas. Como parte de estos tratados, se reabrió el comercio, concentrado en una serie de “puertos abiertos” [treaty ports] a lo largo de la costa.[6]

Derrotas militares cada vez mayores, acompañadas por rebeliones internas, verían derrumbarse a los Qing el el curso de un siglo. Grandes olas de refugiados, salidos del territorio continental durantes estos años, alimentaron la demanda de mano de obra de la primera industria capitalista, especialmente en las Américas. Al mismo tiempo, la oferta de fuerza de trabajo interna (así como de materias primas y tierra para la agricultura) se hizo cada vez más atractiva para los colonizadores europeos y sistemas políticos vecinos. En la mayor parte de las grandes ciudades costeras se establecieron distritos fabriles, con un papel especialmente importante  de Shanghai y Guangzhou. A medida que se incorporaban lentamente a las nuevas redes comerciales globales del capitalismo industrial, estas ciudades ganaron una autonomía de facto respecto al estado Qing, convirtiéndose en lugares importantes de modernización bajo el posterior dominio de señores de la guerra y republicano. Mientras tanto, sectores de Shandong fueron básicamente cedidos a los alemanes, quienes financiaron diversas nuevas empresas industriales por todo el país. La primera infraestructura capitalista de la región estuvo por tanto mayoritariamente en manos extranjeras, y las ciudades costeras deben ser entendidas más bien como colonias muy internacionalizadas, vinculadas a redes nacionales de producción dominadas por el capital europeo y japonés: junto al lucrativo comercio del opio, “en 1907, el 84 por ciento de los embarques, el 34 por ciento del algodón y el 100 por ciento de la producción de acero estaba en manos extranjeras. Los occidentales controlaban incluso recursos estratégicos vitales, poseyendo no menos del 93 por ciento de los ferrocarriles.”[7] Incluso el puñado de grandes conglomerados industriales de posesión china, como la Compañía de Carbón y Acero Hanyeping, eran enteramente dependientes de maquinaria y capital importados suministrados por financieros alemanes y japoneses.[8]

En el periodo de entreguerras, Shanghai se había convertido en un centro regional tanto para el capital comercial como para el primer movimiento obrero en la zona continental, con Guangzhou (conocido como el “Cantón rojo”) siguiéndola de cerca. Pero sin la fuerza coercitiva de un régimen político interior fuerte, estos primeros lugares de la transición capitalista estaban dominados por el capital extranjero o una clase especialmente parasitaria de capitalistas nacionales actuando como intermediarios y subcontratistas para empresas europeas y japonesas. El fracaso de la transición capitalista en la China continental fue, por tanto, no el resultado simplemente de la supresión de las presiones comerciales de los Qing, sino también producto de los dictados de la expansión económica capitalista en Europa, que impulsó la Era del Imperialismo y por tanto dio lugar a los regímenes especialmente violentos de saqueo y explotación establecidos por todo el Pacífico. Fue la descarada brutalidad de estos regímenes la que, a su vez, avivó las llamas de la rebelión antiimperialista que detendría finalmente la transición capitalista en la zona continental. Sin embargo, la herencia dejada por esta primera transición fallida, ayudaría a dar forma al caracter y geografía de la segunda transición que siguió a la era socialista.

La construcción del este de Asia

En Japón, por el contrario, la presión europea había dado como resultado no el colapso político sino la Restauración Meiji (1868-1912), que empezó una transición a gran escala al capitalismo, incluida una industrialización masiva y una amplia reforma del sistema político y social.[9] El éxito de las reformas de Japón quedó patente con la rápida victoria en la primera guerra sino-japonesa, en 1894-1895. Desarrollada en la península de Corea (en ese momento un estado tributario de los Qing), la guerra enfrentó al modernizado ejército japonés con la dinastía que había sido durante mucho tiempo el poder regional más fuerte en Asia, por lo que muchos pronosticaban una rápida derrota de los japoneses. Pero la fuerza militar más avanzada de los Qing, el Ejercito de Beiyang, demostró no ser rival para los invasores, que no solo tomaron la península de Corea sino también la vecina península de Liaodong, lanzando profundas incursiones dentro del hogar natal de los Qing en Manchuria. Al terminar la guerra, los Qing fueron forzados tanto a ceder influencia en Corea como a firmar la transferencia de la isla de Taiwán a los japoneses, a pesar de la intensa oposición local. Japón invadió la isla en 1895, iniciando una guerra de ocupación contra fuerzas guerrilleras de resistencia durante los siguientes años y sofocando una serie de rebeliones a principios del siglo XX.

La victoria en la península de Corea y las incursiones en Manchuria fueron vistas por las fuerzas imperialistas vecinas de Rusia y Alemania (que poseían territorios en Shandong) como una amenaza a sus propias perspectivas en la región. En ese momento, Japón respondió con apaciguamiento, cediendo la península de Liaodong, permitiendo la formación de un nominalmente independiente Imperio Coreano y ayudando a las potencias occidentales a aplastar la rebelión Boxer en 1900. Pero las tensiones en la región llevaron pronto al estallido de la Guerra Ruso-Japonesa (1904-1905), dando como resultado otra inesperada victoria para los japoneses, esta vez sobre una gran potencia imperialista. El tratado de paz firmado con los rusos, sin embargo, todavía se orientaba hacia la precaución y el apaciguamiento. No se cedió ningún territorio sustancial y Rusia no fue obligada a pagar grandes reparaciones. Este resultado llevó a amplias protestas nacionalistas en Japón, señalando no solo la continuación de la oposición popular al colonialismo occidental en la región, sino también la fusión de este anticolonialismo con el propio proyecto imperial de Japón.

Aunque Japón no planteó una reclamación colonial directa sobre Corea o Manchuria en el tratado de paz, Corea fue nombrada un “protectorado” y se formó el Ejército de Kwantung, un ejército semiautónomo japonés, para supervisar la región. El Ejército de Kwantung se convertiría pronto en una fuerza ocupante de hecho, a menudo interviniendo en asuntos locales sin supervisión directa. Mientras tanto, se introdujeron reformas gradualmente en el protectorado coreano, por las que en cada una de ellas se cedía más poder político y económico a los japoneses, hasta que, en 1910, el territorio fue anexionado formalmente por el Imperio. Una serie similar de eventos tuvo lugar en Manchuria, con una creciente influencia económica seguida por más y más intervenciones directas contra señores de la guerra locales, dando como resultado la invasión de 1931 y el establecimiento del estado-títere japonés de Manchukuo.

En Japón, esto estuvo acompañado de un rápido crecimiento del apoyo en el país al militarismo, alcanzando su cénit con la idea de una “Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental” bajo el timón de Japón, dirigida por la “raza Yamato”, y organizada en una estricta jerarquía étnica. Aunque la lógica de base de esta estrategia imperial tenía sus bases culturales tanto en la pseudociencia racial como en una forma indígena de discurso racial-civilizatorio común en Asia oriental, el imperialismo japonés no se puede reducir a sus componentes culturales, ni se pueden encontrar sus raíces en los apoyos autoritarios de fragmentos restantes de la clase “feudal”.[10] El Imperio japonés no era una continuación de los estados tributarios imperiales que habían dominado durante mucho tiempo la región, sino que era por el contrario un producto claramente moderno de la transición al capitalismo de la Restauración Meiji, similar en carácter a los imperios imperialistas del Occidente capitalista. En el plazo de unas cuantas décadas, el desarrollo capitalista en Japón había dado como resultado simultáneamente la saturación del mercado interior, el crecimiento de un fuerte estado gerencial-militar, y el dominio de la economía por parte de cuatro grandes corporaciones monopolistas “zaibatsu“. Todas estas características facilitaron el impulso hacia una expansión militar y económica según las líneas imperialistas tradicionales. Como en Alemania y en Italia, por tanto, el militarismo japonés y la expansión imperial  fueron un producto de la crisis capitalista y el debilitamiento de la hegemonía política ejercida por el Imperio Británico.

Dentro de la nueva jerarquía regional, el capital japonés (progresivamente fusionado con el estado militar) era la fuerza dirigente, facilitando la conquista territorial, la construcción de grandes proyectos de infraestructura y la financiación de campañas coordinadas de industrialización. Las primeras colonias de Taiwán, Corea y Manchuria se convirtieron en los lugares preferidos para buena parte de esta inversión, siendo tratados los países periféricos del sudeste asiático y partes de China como estados títere subordinados a la apertura de nuevos mercados y el suministro de recursos industriales esenciales (como el petróleo en Indonesia) o bienes agrícolas (como en las Filipinas). La enorme disminución del comercio global que acompañó a la Gran Depresión incentivó aún más la expansión imperial, pues el creciente proteccionismo cortó el acceso alternativo a bienes primarios para Japón.[11] En medio de un declive general, el comercio en realidad aumentó dentro del nuevo “bloque del yen” formado por Japón, sus colonias y los diversos estados títere y países más débiles dentro de la “Esfera de Coprosperidad”.[12] Mientras las exportaciones a Japón suponían el 20 por ciento de las exportaciones totales de Taiwán en 1895, a finales de los años 30 la cifra había crecido hasta aproximadamente un 88 por ciento.[13] El comercio interregional se organizaba según un patrón radial, con Japón en su centro y sus colonias y socios comerciales subordinados animados a especializar su producción según los intereses japoneses, desincentivados a comerciar directamente con otros países dentro de la región y recompensados con diversos grados de desarrollo de infraestructuras japonés.

Esta jerarquía estaba ordenada tanto según características raciales percibidas como por simple geografía, con la proximidad cultural a Japón concebida como medida de la pureza étnica. Las divisiones dentro del bloque comercial codificaban por tanto teorías pseudocientíficas de raza y origen nacional en diferencias materiales entre territorios que habían sido, hasta ese momento, relativamente similares desde el punto de vista de su capacidad productiva, niveles de educación y susceptibilidad a desastres, invasión y colonización, a pesar de sus diferencias culturales. Al imaginar “Asia oriental” como un continuo racial-cultural orgánicamente jerárquico, unido tanto por la adopción histórica del sistema de escritura chino y una particular idea de antigüedad neo-confuciana, el proyecto imperial japonés construyó por tanto una región reconocible a partir de nuevos circuitos del capital.[14] Aunque finalmente no tendría éxito por lo que respecta a su propia ambición imperial, este primer expansionismo japonés si lo tuvo en crear un centro de gravedad oriental para el capitalismo global, definido por relaciones comerciales desiguales entre los archipiélagos y las economías litorales bordeando el Pacífico. En el orden de la Guerra Fría que siguió, este centro de gravedad se vería reforzado como un bastión contra la expansión del comunismo. La Asia oriental capitalista envolvería por tanto lentamente al régimen de desarrollo de la China de posguerra, ayudando el tirón de este nuevo núcleo de acumulación a facilitar finalmente la transición al capitalismo de la propia China.

Guerras totales

El ascenso de la extrema derecha en Japón fue un producto de dinámicas inequívocamente capitalistas, definiéndose su carácter por una crisis general de la rentabilidad. La economía japonesa había experimentado un boom sin precedentes a finales de los años 10, cubriendo la demanda en Occidente y expandiéndose en el espacio dejado por la menguante influencia de los imperios europeos golpeados por la guerra. Entre 1914 y 1919, el PNB real creció a una media del 6,2 por ciento, aunque la inflación aumentó al mismo ritmo. Pero este primer boom fue seguido por un primer hundimiento, cuando el crecimento empezó a estancarse en los años 20 seguido por un desplome en la crisis financiera Showa de 1927.[15] Se han usado diversos métodos para medir la tasa de beneficio japonesa[16] en este periodo, pero todos muestran una rápida disminución en los años 20, seguido por un aún mayor declive[17] o por estancamiento.[18] La proporción de inversión respecto al PNB también cae en esos mismos años, desde un pico a principios de los años 20 a un periodo de estancamiento en la siguiente década, seguido por un desplome en la Depresión Showa de 1930, causada por el colapso económico global.[19]

Pero como Japón había empezado a enfrentarse a la realidad de la crisis ligeramente antes que otros países, también estableció reformas financieras clave a finales de los años 20 que permitieron una recuperación más rápida tras la Depresión Showa. Los bancos habían sido consolidados y el estado ya había iniciado el proceso de estímulos al gasto. La Depresión Showa, causada tanto por el colapso económico global como por el inoportuno regreso al patrón oro de Japón, fue grave pero corta. Tan pronto como en el verano de 1931, Japón había empezado lo que más tarde sería conocida como la Política Económica Takahasi, un periodo de gasto keynesiano y depreciación monetaria controlada bajo el timón del ministro de finanzas Takahasi Korekiyo. Los estímulos fiscales se unieron a un desacople respecto al patrón oro (primero la salida del patrón oro y después la estabilización de la depreciación fijando la tasa de cambio a la libra esterlina), posible debido a un aumento de la competitividad gracias a un yen depreciado –y haciendo también posible la construcción de un bloque yen en Asia oriental–. Entre 1932 y 1936, cuando la política Takahasi funcionaba a pleno rendimiento, el crecimiento del PNB regresó al 6,1 por ciento, casi tan alto como en los años del boom y unido a una inflación mucho más moderada.[20] La proporción de la inversión con el PNB se recuperó a lo largo de los años 30, volviendo a su pico precrisis a finales de la década.[21]

Pero mientras los estímulos keynesianos fueron capaces de sacar a la economía de lo peor de la depresión al aumentar la inversión, expandir el estado y estabilizar el yen mientras se conservaba su competitividad, sus efectos sobre la tasa de beneficios fueron más marginales, estimulando solo una ligera recuperación.[22] Esto, junto con la continua dependencia del gasto del estado, señala que la economía japonesa de los años 30 no había escapado realmente de la crisis. Por el contrario, la disminución de la rentabilidad se había cubierto con un programa expansivo similar al que pronto llevarían a cabo Alemania e Italia, y más tarde los Estados Unidos. La disminución de la rentabilidad solo podía ser compensada por la expansión del estado, manteniendo a flote el sector privado internamente a la vez que se facilitaba (y, de hecho, haciendo cada vez más necesario) el crecimiento del ejército y el impulso a la expansión colonial. Así, la era keynesiana de Takahashi ayudó a incubar el hipermilitarismo del Imperio. Cuando intentó frenar el gasto público en 1935, temiendo una inflación desbocada, provocó la ira de este ejército nuevamente fortalecido y fue pronto asesinado en un intento de golpe de estado por parte de miembros de la facción del Kōdō-ha (“Vía imperial”) dirigida por jóvenes oficiales dentro del ejército. Aunque finalmente fracasó en sus objetivos, el golpe dio como resultado la transferencia de más poder al ejército y el fin de los intentos de recortar el gasto público. Esto inició la era de la economía dirigida de Japón en tiempos de guerra, que asistió a un alto crecimiento del PNB continuado, pero ahora unido a una inflación progresivamente creciente.[23]

Los grandes monopolios zaibatsu conservaron su poder durante la Depresión, y surgieron varios nuevos zaibatsu en las nuevas colonias. La desigualdad económica se disparó, y el ejército imperial fue visto pronto como un correctivo incorrupto a la decadencia de los grandes financieros. La atmósfera política de Japón se inclinó por tanto aún más a la derecha. La facción Kōdō-ha dentro del ejército, aunque expulsada después de 1936, había abogado por una visión abiertamente fascista para el desarrollo japonés en la que la democracía sería completamente desmantelada, los burócratas corruptos y los avariciosos capitalistas zaibatsu serían purgados y el estado sería dirigido directamente por el Emperador. Su política estaba basada en una visión mítica de la vuelta a las jerarquías orgánicas del Japón precapitalista y eran por tanto vigorosamente anticomunista, abogando por una invasión preventiva inmediata de la Unión Soviética.[24] La coalición unida por tenues lazos que se formó para oponerse al Kōdō-ha era llamada la Tōsei-ha  (“Facción de control”), y propugnaba una política cautelosa respecto a la Unión Soviética y más coordinación con los zaibatsu, pero que no obstante estaba dominada por una política esencialmente fascista. Tras la purga del Kōdō-ha en 1936, la administración militar fue transferida al Tōsei-ha.

La mayor parte de los líderes intelectuales de la ahora indiscutida facción eran firmes partidarios de la teoría de la guerra total de planificación económica y militar centralizada, siguiendo el modelo de Alemania, y todas las facciones abogaban por continuar la expansión imperial en China y otros lugares.[25] Estos teóricos hacía mucho que se habían aliado con un grupo de burócratas reformistas encabezados por Kishi Nobusuke, administrador económico de Manchukuo y seguidor del teórico fascista Ikki Kita. Fue mediante esta alianza entre burócratas reformistas y militaristas partidarios de la guerra total que nació el plan de acción del imperialismo regional japonés (la “Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia Oriental”). Los experimentos en desarrollo y gestión industrial dentro de la Esfera fueron de la economía fuertemente dirigida y controlada por el estado de Manchuria (favorecida por los militaristas) a los regimenes de inversión más favorables a los zaibatsu en Japón y en algunas de las colonias periféricas (favorecida por los reformistas), pero todos guiados por la firme creencia en un estado totalitario que dirigiese la expansión colonial.[26]

Todos los programas de desarrollo llevados a cabo por el estado japonés tuvieron una influencia duradera en la región en su conjunto. En “Sorgo y acero” exploramos cómo las grandes empresas militares de economía dirigida dieron forma a la primera estructura industrial del régimen de desarollo chino. Pero fueron los burócratas reformistas, dirigidos por Kishi e instruidos en las teorías de guerra total del Tōsei-ha, quienes tendrían un papel central en la construcción de la Asia oriental capitalista después de la guerra. Tras un breve periodo de declive económico de posguerra bajo la ocupación estadounidense, la economía de Japón empezó a resurgir con la Guerra de Corea, cuando la política estadounidense cambió decisivamente en favor de un fuerte desarrollo económico de la región como baluarte contra el comunismo. Para garantizar este crecimiento económico, los EEUU restauraron en el poder a muchas de las mismas figuras que habían dirigido el país bajo el Imperio, incluido Kishi, para entonces un conocido criminal de guerra.[27] Liberado de la prisión, Kishi pasó a fundar el Partido Liberal Democrático con el apoyo de los EEUU. Fue elegido Primer Ministro en 1957, y su administración posteriormente recibiría fondos secretos para campañas de la CIA con la aprobación del presidente Eisenhower.[28] Como primer líder japonés en visitar los países del sudeste asiático tras la guerra, Kishi empezó a promover un plan para el desarrollo regional que sacó directamente de su vieja visión de la Esfera de Coprosperidad. Con el apoyo de los EEUU, él y sus tecnócratas podían ahora proseguir sus viejas políticas económicas bajo los auspicios de un nuevo bloque militar anticomunista luchando un tipo diferente de guerra total.[29]

La exportación de capital al Este

Los Estados Unidos habían tenido durante mucho tiempo un interés colonial en la región, evidente en su anexión de las islas hawaianas y la brutal ocupación de las Filipinas, ambas iniciadas a finales de los años 90 del siglo XIX. Este interés estaba impulsado por algunas de las mismas presiones económicas que en el proyecto colonial de Japón, cuando una economía en estancamiento bajo la presión de los monopolios más importantes de la Edad Dorada (Gilded Age) buscó fuentes de recursos naturales baratas y nuevos mercados. Medio siglo después, con Japón derrotado y China ahora dentro del bloque socialista, los EEUU aseguraron su poder en el resto de la región. Pero sus intereses habían experimentado un cambio fundamental. Parcialmente, se debió a las nuevas condiciones impuestas por la Guerra Fría, cuando los programas económicos de desarrollo apoyados por el estado eran visto como una parte integral de una estrategia más amplia para contener al bloque socialista. Pero se trataba también  de un cambio en la composición técnica de la producción. La guerra había resucitado a la industria pesada en los EEUU de su estancamiento durante la Depresión. Al mismo tiempo, había llevado a un enorme incremento en la investigación y desarrollo, y creado tanto los mecanismos de transmisión para transmitir nuevos inventos a la economía civil como la estabilidad económica necesaria para empezar a aplicar una cola de nuevas tecnologías que se habían acumulado en las décadas precedentes de especulación y crisis. Estas incluían avances en aeronáutica, petroquímica, fertilizantes, generación eléctrica y automóviles.[30] Mientras tanto, las redes logísticas del periodo bélico empezaron a ser transferidas sistemáticamente a su uso civil, construyendo las redes comerciales que asegurarían pronto la economía de la Cuenca del Pacífico.[31]

A medida que más empresas estadounidenses ascendían en la cadena de producción, las industrias de bienes de producción que habían sido estimuladas por el auge de la guerra buscaron nuevos mercados para la exportación de bienes de capital, más que los bienes de consumo que habían dominado el comercio estadounidense con territorios del imperio como Filipinas. Pero mientras las exportaciones de bienes de consumo requerían poco más que la apertura de mercados externos, la exportación de bienes de capital (especialmente para las industrias pesadas) requerían que las economías importadoras llevasen a cabo impulsos de desarrollo estructural a gran escala. Los EEUU, por tanto, tuvieron tanto intereses políticos como económicos en facilitar el ascenso de dictadores para supervisar los estados de desarrollo capitalista en Asia-Pacífico por la misma razón que cultivaron el Plan Marshall y los posteriores estados del bienestar en Europa. Los esfuerzos de reconstrucción trajeron un rápido desarrollo económico, que creó grandes mercados para los metales, maquinaria, industrias del automóvil y aeronáuticas estadounidenses, que sufrían de sobreproducción en la economía de posguerra. Siglos de violenta colonización ya habían creado el andamiaje para un verdadero sistema capitalista global, y el duro trabajo de la influencia imperial podía ahora ser gestionado principalmente mediante una combinación de influencia de mercado y política militar.

En el este y el sudeste de Asia, el nuevo orden internacional de producción tenía una clara jerarquía, dirigida por los EEUU, pero haciendo uso esencialmente de las mismas relaciones comerciales y núcleos industriales construidos por el Imperio japonés, menos los territorios que se habían separado hacia el bloque socialista. Esto implicaba la distribución desigual de fondos de desarrollo a localizaciones favoritas, creando ventajas comparativas diferenciales entre países, lo que en última instancia animaba a especializaciones locales de acuerdo con las necesidades comerciales de los países por encima en la jerarquía económica. Dada su estructura industrial más desarrollada y el vigoroso anticomunismo de su establishment político, Japón fue el primer sitio preferido para la remodelación y por tanto se convirtió en líder de la nueva jerarquía regional, proporcionando tanto financiación como el modelo político que sería pronto seguido por otros estados desarrollistas en la región.

Mientras tanto, el resultado de la guerra había permitido a Japón reinventar su base industrial. La pérdida de sus colonias y la abolición del ejército resultaron ser providenciales en este sentido, manteniendo al país alejado de las caras intervenciones militares postcoloniales emprendidas por Francia, Gran Bretaña y los EEUU, a la vez que le permitió beneficiarse de las nuevas tecnologías y relaciones comerciales que surgieron de estas guerras. El desarrollo de las tecnologías marítimas fue especialmente afortunado para la nación isla, permitiendo la construcción de nuevos complejos industriales a lo largo de la línea costera del Pacífico. La pérdida de las colonias –en especial Manchuria– también significó que una gran cantidad de capital fijo financiado por los japoneses se perdiese o fuese destruido y estos costes se diesen por perdidos. En el largo plazo, esto significó que las empresas japonesas ya no eran responsables de los caros costes de mantenimiento de estas fábricas cada vez más obsoletas, y no hubo expectativas de futura rentabilidad de las industrias perdidas. Esto tuvo el efecto paradójico de hacer que la economía japonesa fuese mucho más abierta al cambio tecnológico y nueva construcción de capital, mientras países como los EEUU estuvieron cada vez más agobiados por masas de capital fijo obsoleto construido a principios de siglo.

El modelo de desarrollo industrial de “guerra total” también había dejado atrás una gran masa de trabajadores y soldados, mayoritariamente alfabetizados y muchos con algún grado de formación técnica. De una población de 72 millones en 1948, con 34,8 millones de empleados, había 7,6 millones de soldados desmovilizados, 4 millones de trabajadores desmovilizados que habían sido empleados en la producción militar y 1,5 millones de nacionales que habían regresado del extranjero –13,1 millones de trabajadores excedentes en total, suponiendo el 18 por ciento de la población total. A esto se le unió un periodo de reforma agraria que empezó a aumentar la productividad agrícola, enviando aún más población rural desplazada a la industria urbana durante las siguientes décadas. Pero más que provocar un aumento inmediato del desemplo absoluto, la tendencia fue en cambio a un crecimiento del trabajo informal y una extendida dependencia de redes comunales a pequeña escala para la subsistencia. En 1950, los autoempleados, campesinos y trabajadores familiares suponían un 60,6 por ciento de la mano de obra japonesa, mientras los trabajadores asalariados componían el resto.[32] Había, por tanto, una enorme población excedente latente que podía ser aprovechada como fuente de trabajo barata, y a lo largo de las siguientes décadas proporcionaría la base para un rápido crecimiento de la industria japonesa. Entre 1951 y 1973, el PIB japonés creció continua y rápidamente un 9,2 por ciento anual de media, dando como resultado que fuese siete veces más grande.”[33] Fue este proceso el que inició las discusiones sobre el “Milagro japonés”, a menudo prestando poca atención a las características estructurales que habían apuntalado este crecimiento “milagroso”.

En realidad, el rápido crecimiento de la economía japonesa se vio facilitado no solo por las favorables condiciones internas, sino también por estímulos continuos por parte de los regímenes monetarios y militares dirigidos por los EEUU. Los costes de los recursos energéticos y otros productos primarios se desplomaron con la explotación de posguerra de los campos de petróleo de Oriente Medio y la apertura de rutas comerciales estranguladas por la guerra. Al mismo tiempo, la Guerra Fría llevo a los EEUU a reducir enormemente los pagos de las reparaciones de guerra y a ofrecer en cambio subsidios para la recuperación. Pero el punto de inflexión clave fue la Guerra de Corea. Dado que Japón era la fuente más cercana de bienes industriales para el frente, los EEUU iniciaron un programa especial de compras que duró desde 1950 a 1953, inundando la industria japonesa con demanda a precios garantizados. En 1952-53, los bienes de compra especial supusieron el 60-70 por ciento del total de exportaciones japonesas, doblando el tamaño de las grandes industrias japonesas en unos pocos años. Esta experiencia demostró las capacidades de Japón tanto como líder económico regional como de sólido socio político en el esfuerzo global por contener el bloque socialista. La ocupación estadounidense de las islas terminó formalmente con el Tratado de San Francisco y la relación militar entre los dos países quedó formalizada con el Pacto de Seguridad EEUU-Japón, ambos firmados en 1951 después de que la intervención china en la Guerra de Corea diese como resultado la retirada de las fuerzas de la ONU de la península.[34]

Tras la Guerra de Corea, los bloques económicos de principios del siglo XX cedieron el paso, con un aumento del volumen del comercio mundial de un 7,6 por ciento anual de media entre 1955 y 1970. En Japón, esto proporcionó un mercado para las exportaciones, cuyos beneficios fueron a pagar importaciones esenciales, incluidas tanto materias primas como los numerosos bienes de capital punteros disponibles en los EEUU. Mientras tanto, el sistema monetario de Bretton Woods había fijado el dólar al yen a una tasa de cambio fija, animando el crecimiento industrial interno en los años 50 y haciendo que la producción manufacturera japonesa fuese extremadamente competitiva en el mercado mundial iniciado en los años 60, después de que las importaciones de bienes de capital hubiesen empezado a aumentar la productividad de la manufactura japonesa.[35] El resultado fue que la tasa de beneficio de la industria japonesa se disparó en este periodo,[36] alcanzando un pico especialmente pronunciado en la manufactura a finales de los 6o.[37]

El mercado interno creció junto con la demanda internacional de bienes japoneses. Esto provocó un boom del consumo entre los trabajadores japoneses (especialmente los bien pagados trabajadores de las industrias centrales, cuya garantía de un empleo de por vida fue el resultado de la militancia obrera a finales de los años 40), que incluyó la muy extendida adopción de automóviles y electrodomésticos para el hogar. Al mismo tiempo, los mercados mundiales se inundaron gradualmente de manufacturas japonesas, empezando con los textiles y bienes industriales básicos, y más tarde maquinaria y electrónica. Entre 1957 y 1973 la proporción japonesa de todas las exportaciones de bienes manufacturados en el mercado mundial aumentó del 5,5 por ciento al 11,5 por ciento, y la inversión privada interna en capital fijo (plantas y equipamiento) aumentó a una media anual del 22 por ciento entre 1956 y 1973, financiada tanto por un stock de beneficios industriales como por una rápidamente creciente participación de ahorros personales canalizados mediante los bancos que ofrecían tasas reales de interés por los depósitos de cero o negativas. El continuo gasto público en infraestructuras industriales se unió por tanto al sobrepréstamo financiero a empresas industriales para crear las condiciones de una expansión realmente notable del capital fijo. Este fue el periodo en el que la relación de inversión por PNB en Japón alcanzaría su pico histórico. Tanto la formación de capital fijo bruta nacional como la inversión no residencial en particular se habían mantenido en torno al 12% del PNB en 1950. En el momento en que llegó a su pico entre 1970 y 1975, la formación de capital fijo bruta estaba justo por debajo del 35 por ciento del PNB, mientras la inversión no residencial se encontraba justo por debajo del 25 por ciento –señalando el desacople de las dos el auténtico inicio del crecimiento de la burbuja inmobiliaria que contribuiría más tarde al colapso catastrófico de la primera de las economías “milagrosas” de Asia–.[38]

Estancamiento

Los teóricos han dado muchos nombres al largo periodo de crecimiento estancado que afectó al núcleo de las economías centrales tras el fin del boom de postguerra.[39] Algunos, como el marxista japones Makoto Itoh, lo caracterizan como una nueva “Gran Depresión”.[40] Otros lo denominan una “Larga Depresión” marcada por un crecimiento muy lento más que por un colapso espectacular, comparable a la primera “Gran Depresión” de 1873.[41] Muchos se refieren a él simplemente en términos descriptivos como un periodo de “estancamiento persistente”,[42] o una “larga recesión”.[43] Independientemente del nombre, tanto el crecimiento del PIB como de la tasa de beneficios en muchas de las economías centrales había empezado a declinar ya en los años 60,[44] cuando la tasa de beneficio de la manufactura estadounidense llegó a su pico de posguerra a mediados de esa década.[45] En Japón, tanto la tasa de beneficio manufacturera como la nacional alcanzaron su pico en algún momento entre mediados de los años 60[46] y 1970.[47]

La recesión, sin embargo, no golpeó a todas las economías a la vez ni las afectó de igual manera. El boom de postguerra mismo había sido desigual, dejando muy pronto a los países con un PIB alto con una carga de stocks caros y progresivamente obsoletos de capital fijo, lo que limitaba el incentivo para nuevas inversiones internas, aunque no fuesen todavía tan improductivos como para ser limpiadas de manera viable mediante despidos a gran escala y cierres de fábricas. El resultado fue que buena parte del largo boom se sostuvo de hecho por el crecimiento de las últimas economías en desarrollarse, acompañando los esfuerzos de reconstrucción en Europa y el crecimiento de posguerra de Japón. Cuando estos acelerones de crecimiento empezaron a llegar a sus límites iniciales, el estancamiento que ya había empezado en las mayores economías centrales no podía compensarse con el crecimiento del comercio internacional. Tras este punto, tanto las economías de preguerra como las últimas economías desarrolladas del periodo de posguerra (ahora también de hecho entre los países centrales) no solo asistieron a un persistente estancamiento del crecimiento y caída de las tasas de beneficio, sino que se encontraron también compitiendo ellas mismas por una parte menguante de la acumulación global. Esto dio como resultado un aumento del desempleo, crisis fiscales públicas y el fenómeno inusual de la estanflación, todo ello empeorado por una crisis del petróleo y unos caros gastos militares siempre en crecimiento.

A nivel global, la competición industrial internacional tomó la forma de una rápida secuencia de ciclos recesivos de un lado para otro. Al ralentizarse el crecimiento, la parte del valor total que se podía capturar por las diferentes economías nacionales se redujo, y estos ciclos tomarían cada vez más el carácter de “guerras comerciales” o “guerras monetarias” de suma cero entre los EEUU y sus competidores. Cada fase del ciclo estuvo por tanto espoleada por cambios geopolíticos clave en los sistemas internacionales monetarios y de tarifas. Al mismo tiempo, el carácter general de la competición estuvo determinado por la apertura de nuevos núcleos industriales para la producción con un uso intensivo de la fuerza de trabajo, cada uno de los cuales proporcionó una solución espacial a corto plazo. Dos años fueron particularmente importantes: 1971, cuando se produjo el inicio de la salida de los EEUU del patrón oro y del sistema de Bretton Woods de tasas de intercambio fijas, y 1985, cuando se firmaron los Acuerdos del Plaza, aumentando el valor del yen japonés y el marco alemán y devaluando el dólar. Es importante recordar, sin embargo, que fundamentalmente, las decisiones políticas no crean o mejoran las crisis dentro del capitalismo, ni pueden hacerlo. Sólo pueden empujarlas en diversas direcciones o, en el mejor de los casos, retrasarlas de alguna manera (y en consecuencia haciendo que el hundimiento sea peor cuando sucede). La geopolítica es la asistente de la comunidad material, no su jefa. Tales decisiones de ninguna manera crearon la crisis general, por tanto, pero marcaron importantes cambios sobre en qué países se experimentarían sus peores efectos.

El fin del sistema de Bretton Woods hizo que los tipos de cambio fuesen más volátiles e inicialmente disminuyese la competividad de la manufactura estadounidense, lo que estimuló el crecimiento dirigido por la exportación en otros lugares a lo largo de los 70. Esto cambió el balance comercial de los EEUU y tanto la inflación como el desempleo crecieron rapidamente, superando este último el 9 por ciento en 1982 y 1983. Japón, mientras tanto, se enfrentó a la fase inicial de la crisis con un gasto público masivo y la expansión de las exportaciones. El déficit del presupuesto de los EEUU a finales de los 70 y principios de los 80 estuvo por tanto básicamente financiado por los excedentes japoneses, y el crecimiento tanto de la deuda pública como de la privada en los EEUU proporcionó el mercado para los bienes japoneses. El resultado fue “el extraordinario espectáculo de financieros japoneses proporcionando el crédito requerido por el gobierno estadounidense para financiar sus déficits presupuestarios para subsidiar el crecimiento continuado de las exportaciones japonesas”.[48] En los EEUU, las exportaciones manufactureras se hundieron entre 1980 y 1985, creciendo justo un 1 por ciento por año. Las importaciones crecieron un 15 por ciento por año durante el mismo periodo, aumentando las importaciones desde Japón del 12,5 por ciento del total en 1980 a un 22,2 por ciento en 1986.[49] Pero a pesar de este estímulo a las exportaciones japonesas, la tasa de beneficio manufacturera nunca recuperó su pico precrisis, llegando en cambio a un pico mínimo a principios-mediados de los 80 antes de desplomarse de nuevo en la última parte de la década tras la firma de los Acuerdos del Plaza.[50] Mientras tanto, la tasa de beneficio general simplemente no se recuperó, estancándonse en cambio hasta su siguiente caída precipitada en 1990.[51]

En los EEUU, la fortuna de la manufactura revivió brevemente por los Acuerdos del Plaza en 1985, que aumentaron el valor del yen japonés y el marco alemán u devaluaron el dólar. La manufactura estadounidense se volvió temporalmente más competitiva en el mercado global, pero el nuevo sistema sembró el caos en otros lugares. En medio del estancamiento general, el comercio manufacturero global se estaba volviendo progresivamente un juego de suma cero en el que las ganancias en un país se producían a expensas de otros.[52] La tasa de variación media anual del PIB se redujo a la mitad, del 10,2 por ciento en 1960-69 al 5,2 por ciento en los 70 y el 4,6 por ciento en los 80. La tasa de desempleo en Alemania creció de una media del 0,8 por ciento en los 60 al 2,05 por ciento en los 70, 5,8 por ciento en los 80 y por encima del 8 por ciento en los 90, siguiendo la tendencia general en Europa.[53] En Japón, la tasa de desempleo se mantuvo más baja por infrarregistro estadístico, el rápido crecimiento del sector terciario y desembolsos importantes tanto por parte del estado como de las grandes empresas para conservar a los trabajadores que de otra forma hubieran sido despedidos.[54] Por el contrario, los EEUU vieron su desempleo reducido a la mitad desde más de un 9 por ciento en 1982/83 hasta el 5 por ciento a finales de los 80 y un 4 por ciento a finales de los 90.[55]

Aunque los Acuerdos del Plaza de ninguna manera causaron la crisis en Japón, mostraron que que país nunca había conseguido escapar realmente de la presión de la superproducción que había llevado en primer lugar al colapso de la tasa de beneficio a principios de los 70. Los límites a la acumulación se encontraron con un flujo de nuevas inversiones dirigidas por el estado, volcados en un régimen productivo ya sobreinvertido. Los mercados existentes se habían saturado, por lo que el crecimiento dirigido a la exportación  se convirtió en la única forma de recuperar brevemente la rentabilidad en la manufactura. Fuera de la manufactura, sin embargo, la única salida para el capital excedente fue un aumento de la especulación impulsado por la proliferación de oscuras técnicas financieras (zaitech) y proyectos keynesianos de infraestructuras. Mientras tanto, para impedir que los beneficios cayesen más, se contuvieron los salarios. Cuando los Acuerdos del Plaza devaluaron el dólar estadounidense en 1985, el precio del yen se disparó, y la producción orientada a la exportación de Japón fue gravemente refrenada. Mientras los EEUU experimentaban su propia breve recuperación industrial, a las empresas japonesas no les quedó otra opción que dirigir más y más capital improductivo a la especulación zaitech, a la vez que también se volcaba dinero en los mercados inmobiliarios globales y se expandían las instalaciones productivas en ultramar para explotar los tipos de cambio monetario más baratos en otras partes de Asia (muchos de ellos fijados al dólar). Internamente, esto dió como resultado un boom sin precedentes en el mercado de valores, un flujo de capital especulativo extranjero al yen y una burbuja masiva de los precios de las acciones. El resultado fue un colapso definitivo de la economía “milagrosa” en la crisis de principios de los años 90, haciendo añicos las esperanzas de muchos economistas[56] de que Japón fuese un poder hegemónico ascendente de alguna manera inmune a las leyes básicas de la producción capitalista.[57]

Los gansos voladores

Aunque el crecimiento del poder económico global japonés se vio facilitado por los EEUU y estuvo definido por el sistema monetario internacional, el carácter regional de esta expansión siguió en última instancia los viejos patrones establecidos originalmente por el proyecto imperial. Como se ha mencionado más arriba, el criminal de guerra exonerado por los EEUU Kishi Nobosuke se convirtió en Primer Ministro en 1957, recorriendo la región y estableciendo los trabajos preparatorios para lo que más tarde se convertiría en el Banco Asiático de Desarrollo con su propia propuesta (rechazada en ese momento) de un Fondo Asiático de Desarrollo modelado sobre la Esfera de Coprosperidad.[58] Mientras tanto, Taiwán y Corea del Sur habían uitilizado la financiación de la Guerra Fría junto con la infraestructura industrial y financiera dejada por los japoneses para arrancar sus propias industrias nacionales. En ambos países se adoptaron variantes del estado de desarrollo japonés, fusionando en Corea del Sur la financiación nacional con los conglomerados industriales familiares de una forma que recuerda a la primera gran generación de zaibatsu, mientras la estrategia de importación-substitución de Taiwán permitió la reforma agraria, la protección de la industria nacional y la importación de maquinaria en formas que recordaban la estrategia desarrollista tanto la posguerra como la era Meiji de Japón.

Así, el discurso sobre el “milagro japonés” se extendió pronto por tanto a los cuatro economías tigre de Asia oriental: Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur. Estos países eran vistos ahora como los “gansos voladores”, con Japón en cabeza de la formación, transfiriendose tecnología y financiación a lo largo de la cadena en un patrón en beneficio de todos de ventajas comparativas en cascada: cuando los costes laborales de una industria subían demasiado, esta industria era transferida completamente al vecino menos desarrollado, completado con el equipo industrial más avanzado e infraestructuras financiadas por el estado.[59] El desarrollo estaba por tanto vinculado al ciclo productivo, y podía ser concebido como una evolución gradual de la producción que operaba en beneficio de ambos países. La importación de bienes de capital a Japón desde los EEUU había empezado el proceso, para los años 70 Japón ya había iniciado una exportación similar de capital a las economías tigre, y en los 90 parecía que un fenómeno similar estaba teniendo lugar en el sudeste asiático e incluso en la China continental.

El modelo de gansos voladores no concibe que las crisis económicas tengan un papel importante en este proceso, aparte de unas breves recesiones que vengan con cambios importantes en el ciclo productivo. Ni intenta explicar la influencia de los EEUU en todo ello, ya sea mediante la financiación directa (concretamente gasto militar) o influencia menos directa en el comercio (los Acuerdos del Plaza) y la política (el apoyo a dictaduras anticomunistas). En esta concepción de transferencia de tecnología, el modelo también tiende a ignorar tanto las jerarquías intrínsecas de la región resultante y las redes locales que permiten tales transferencias en primer lugar. Nada de esto es coincidencia. El modelo de gansos voladores fue de hecho formulado originalmente por el economista japonés Kaname Akamatsu en los años 30 para teorizar el comercio mundial en un periodo marcado por el crecimiento del proteccionismo y la expansión militar japonesa.[60] Aunque no muy utilizado en ese momento, el concepto estaba claramente de acuerdo con la propaganda de la Espera de Coprosperidad, y Kaname mismo ocupó una serie de puestos de alto rango dentro del Buró de Investigación del Ejército Imperial (responsable de las estadísticas y la inteligencia general). Tras la guerra, fue juzgado por crímenes de guerra, declarado inocente, y, algo más tarde, publicó formalmente su teoría en 1962 en la revista oficial del Instituto de Economías en Desarrollo, creado por el Ministerio de Economía, Comercio e Industria japonés.[61] El concepto consiguió una amplia popularidad entre la ciencia economica japonesa, donde se encajó con nuevas teorías del ciclo productivo e inversión extranjera directa.[62] A medida que el comercio mundial crecía en medio de la larga crisis, la teoría fue pronto adoptada por la ciencia económica dominante en Occidente, dando una justificación ideológica para el marco de desarrollo adoptado por las organizaciones financieras globales respaldadas por los EEUU como el Banco Mundial y el FMI.

El patrón básico que se puede identificar del modelo es obvio. Japón empezó una ronda temprana y pequeña de inversión directa en Taiwán a finales de los años 50, principalmente en electrónica e industrias manufactureras de maquinaria, que habían prosperado durante el programa de compras de la Guerra de Corea, solo para perder su principal mercado una vez finalizada la guerra.[63] La segunda ronda de “reestructuración industrial de borrón y cuenta nueva [scrap-and-build]”, ahora mucho más importante por volumen, tuvo lugar entre mediados de los 60 y el shock petrolero de 1973. Esta ronda se inició con la firma del tratado de normalización Japón-Corea en 1965, que abrió relaciones económicas formales entre los dos países y proporcionó a Corea del Sur una serie de subvenciones y préstamos financiados por los japoneses (aproximadamente 800 millones de dólares en total[64]), dirigidos a la construcción de infraestructuras y a la creación de la Compañía de Hierro y Acero Podang (hoy POSCO, uno de los mayores productores del mundo).[65] Industrias más ligeras, con uso intensivo de mano de obra, se desplazaron de Japón a Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y otros lugares, cambiando la economía nacional japonesa a una nueva base en industrias pesadas y químicas (de nuevo, con mucha ayuda de transferencias tecnológicas de los EEUU y Europa). Una tercera fase de reestructuración siguió a la crisis del petróleo y la disminución general de la rentabilidad manufacturera, transfiriendo las industrias pesadas a los nuevos núcleos en Corea del Sur y Taiwán y cambiando la producción nacional a un nuevo conjunto de industrias electrónicas, de transporte y de maquinaria de precisión para la exportación a los mercados en los EEUU.[66]

El resultado de esta tercera fase fue no solo que una producción orientada a la exportación en Japón llevase a un excedente comercial con los EEUU, sino también a una explosión sin precedentes en el tamaño y escala de la inversión directa con origen japonés. Frente a límites enormes para la acumulación en casa, Japón aumentó la tasa de sus exportaciones de capital en un esfuerzo por garantizarse una parte mayor del menguante depósito de acumulación global. La tasa de crecimiento anual de la inversión directa japonesa en el extranjero fue de un 28,1 por ciento entre 1970 y 1982, y en 1984 Japón suponía el 17,8 por ciento de la inversión directa anual mundial, aún mayor que la de los EEUU. El valor total acumulado de sus inversiones en el extranjero entre 1951 y 1986 fue de unos 106 mil millones de dólares, en su mayor parte volcado en los mercados de Norteamérica (principalmente bonos, valores, inmobiliaria y producción de alta tecnología), seguida por inversiones en Asia y Latinoamérica.[67] Tras la firma de los Acuerdos del Plaza, esta tendencia no hizo sino intensificarse. Entre 1986 y 1989, la Inversión Directa Extranjera japonesa creció más de un 50 por ciento anualmente, con un flujo anual de aproximadamente 48 mil millones de dólares.[68] La Asistencia Oficial al Desarrollo (como las subvenciones concedidas a Corea del Sur) también crecieron en el mismo periodo, pasando de mil millones de dólares en 1973 a 7,45 mil millones en 1987, aproximadamente el 70 por ciento de ellas a otros países en Asia, una gran parte bajo la forma de préstamos, a menudo destinados originalmente a reparaciones de guerra.[69]

Pero estas transferencias comerciales no se produjeron en el vacío. En Japón, fueron una respuesta a la sobreproducción, los límites demográficos y la disminución de las tasas de beneficio que les siguieron. Cada ciclo de reestructuración estuvo precedido por la disminución de la tasa de beneficio neta de la manufactura (en 1960-1965, 1970-1975 y de finales de los 80 en adelante),[70] y cada depresión estuvo precedida por la sobreproducción en las industrias centrales y la llegada a límites demográficos clave. Las industrias textiles, por ejemplo, se habían basado en la rápida expansión de la fuerza de trabajo femenina. Pero para mediados de los 60, este excedente de la fuerza de trabajo estaba llegando a sus límites y, combinado con presiones inflacionarias, los salarios de las mujeres empezaron a subir.[71] A finales de los 60, la reserva restante de mano de obra rural barata subempleada había empezado a diminuir de manera precipitada, y entre 1970 y 1973 los salarios nominales de la manufactura crecieron un 63 por ciento: “Por vez primera en toda la historia de más de un siglo de desarrollo capitalista japonés, la acumulación de capital llegó a ser excesiva en relación a la oferta limitada de mano de obra.”[72] Con una tasa de inmigración extremadamente baja, desde este punto en adelante Japón experimentaría un dividendo demográfico en rápida disminución,[73] dando finalmente como resultado la grave crisis demográfica de hoy.

El juego de sombras

Mediante décadas de promoción continua de la política de desarrollo y de la ciencia económica popular, la idea de los “gansos voladores” se ha convertido hoy en un lugar común. Su origen en uno de los regímenes coloniales más brutales del siglo XX es convenientemente olvidado, y las transferencias comerciales de acuerdo con las ventajas comparativas se supone simplemente que son la chispa necesaria para los programas de desarrollo en los países pobres. Pero los gansos voladores se ven mejor desde la distancia: el punto de observación ideal  está a un mundo de distancia del fenómeno mismo, en las confortables oficinas de Westminster de The Economist o los salones con eco del edificio de las Naciones Unidas en Nueva York, construido en una parcela de tierra donada por los Rockefeller. A esta distancia, la distintiva forma de V del desarrollo de Asia oriental no podía ser más clara y la única actividad que vale la pena para los observadores ha sido un juego de especulación insignificante, una especie de carrera de gansos, en la que los inversores apostaban en los mercados de divisas e inmobiliario sobre qué países podrían ser los siguientes en ascender en la formación. Pero si se mira más de cerca, los gansos voladores se vuelven más etéreos y transparentes. De hecho, no parecen ser criaturas vivas en absoluto, sino más bien los recortes de papel y cuero usados en los títeres de sombras tradicionales en la región (皮影戏). Y como cualquier buen juego de sombras, la historia que cuentan es mítica, proyectada sobre la frágil pantalla para una audiencia que aplaude.

Tras la pantalla, sin embargo, se encuentran los gansos voladores, el titiritero y el fuego de las antorchas. Cuando se hace un agujero en el papel, lo que aparece ante la audiencia es poco más que un vacío en el de otra forma mundo razonable de la obra. Parece no tener sentido afirmar que los “milagros” de Asia oriental no tienen nada de milagroso, o que sus patrones no son providenciales. Pero observando a través de este vacío, uno puede empezar a ver las cuerdas que conectan los gansos de papel: todos los países que fueron más favorecidos en el proceso de transferencia de capital también fueron aquellos que tuvieron un papel importante en el antiguo imperio japonés y continuaron teniéndolo dentro del complejo militar estadounidense contemporáneo. La forma de V de la formación fue, de hecho, una jerarquía política impuesta en la Cuenca del Pacífico por la fuerza militar, siendo definidos en última instancia su forma y composición por los imperativos de la Guerra Fría. Y las cuerdas que controlan los títeres llevan a las manos del titiritero: Tras la II Guerra Mundial, los EEUU “controlaban la mitad de la capacidad manufacturera, energía eléctrica y reservas monetarias mundiales, poseían dos tercios de sus stocks de oro y producían dos tercios de su petróleo,” y en solo unos pocos años tras el fin de la guerra, también “controlaban el 48 por ciento del comercio mundial”.[74] Los intereses de los EEUU en la región tuvieron como objetivo preservar esta hegemonía económica y política, algo reconocido abiertamente por George F. Kennan del Departamento de Estado, autor de la estrategia para contener la expansión del socialismo. Kennan argumentaba que dado que EEUU tenía “aproximadamente el 50% de la riqueza del mundo, pero solo cerca del 6,3% de su población,” la política internacional del país debía guiarse por el imperativo de “mantener esta posición de disparidad.”[75] Sería fácil detenerse aquí, señalar con el dedo las maquinaciones conspirativas de la geopolítica, como si los EEUU hubiesen sido descubiertos como el titiritero sonriente detrás de todo ello. Esta es la suma de una política puramente “antiimperialista”, que se contenta con cualquier oposición al poder de los EEUU como un “anticapitalismo” suficiente.  Este análisis, sin embargo se detiene en las manos del titiritero, sin mirar el cuerpo.

La verdad es mucho más monstruosa. Rompe la pantalla de papel de morera y la obra seguirá, incluso con un vacío abierto en su borde. Mira en este vacío  y la vida de la historia contada se reduce a un artificio, su romance mítico ya no es poco más que una épica de sangre y conquista amablemente velada. Pero incluso la suma del poder los EEUU, medido en ataques de drones o cumbres financieras, es un mero mecanismo. La pericia geopolítica del hegemón imperial es, al final, poco más que la mano del titiritero, solo un poco más vivo que los títeres que guía. Miremos aún más adentro de la oscuridad y el cuerpo de pesadilla del titiritero y se hará la carne: más que un conspirador sonriente encontramos un cuerpo sin cabeza, su piel fría como la de un cadáver encendida por la luz naranja de la antorcha, sus extremidades muertas animadas por nada más que la lógica nigromántica del capital. La geopolítica de la Guerra Fría estuvo estructurada, finalmente, por imperativos económicos. Esto también significa que los programas de desarrollo perseguidos en países como Japón son una forma de influencia imperial más magra (pero no menos directa), definida por la necesidad de la mayor economía mundial de seguir acumulando riqueza al servicio de la expansión de la comunidad material del capital, necesaria por el reto percibido del bloque socialista a ese proceso. Aunque inicialmente parezca contradictorio que estos programas de desarrollo creasen finalmente un subconjunto de competidores formidables al hegemón imperial, esto es simplemente malinterpretar la verdadera naturaleza de la hegemonía, confundiendo las manos con la cabeza. De igual forma que el Imperio Británico antes que él, los EEUU seguirían consevando un poder económico y político sustancial aunque hayan establecido las bases de retos a su propio dominio, sobreviviendo con creces a los informes sobre su supuesta muerte. Pero el titiritero no tiene cabeza. Todo hegemón mundial es una amalgama de pedazos cosidos, moviéndose al servicio de esa mayor hegemonía del capital que está destruyendo el mundo.

Los futuros impulsos al desarrollo fueron definidos por tanto por su proximidad al poder político de los EEUU, ahora facilitado por la financiación japonesa. De la misma forma que la industria japonesa había sido catapultada al frente de la producción global por el programa de compras durante la Guerra de Corea, lo que daría forma al desarrollo industrial en Taiwán y Hong Kong sería el contenimiento militar de la China continental. Después de que el PCC ganase la guerra civil, el gobierno del Guomindang (GMD) voló a Taiwán, donde estableció una dictadura militar con el apoyo de los EEUU. Con la Guerra de Corea y las dos crisis en el estrecho de Taiwan durante los años 50, Taiwán fue un frente activo en los primeros años de la Guerra Fría. Los EEUU no solo empezaron a patrullar continuamente el estrecho de Taiwán, sino que también volcaron fondos en Taiwán para estabilizar la dictadura de Chiang Kai-shek. Esta financiación ya era importante en los inmediatos años de la posguerra, pero se disparó durante la Guerra de Corea, suponiendo la asistencia militar una parte creciente (véase la Figura 1).[76]

 

Figura 1

Un ganso de papel siguió a otro. Hong Kong, mucho más pequeña y todavía una colonia británica, aún así también recibió 27 millones de dólares entre 1953 y 1961 de USAID.[77] Fondos similares para Corea del Sur entre 1953 y 1961 ascendieron a más de 4 mil millones.[78] Más tarde, en 1963, el ascenso de la dictadura amiga de los EEUU de Park Chung-hee desencadenó un estallido de crecimiento industrial no visto desde la colonización japonesa, imitando la industrialización impulsada por las compras en Japón, pero ahora dirigida por la demanda militar durante la Segunda Guerra de Indochina. Cincuenta mil soldados surcoreanos fueron desplegados en Vietnam central en 1967,[79] recibiendo veintidos veces la paga regular que hubieran cobrado en casa.[80] Esto no solo ayudó a canalizar los salarios hacia la economía coreana sino que también estableció la base para contratos de compra en tiempos de guerra por parte de las empresas chaebol coreanas. Algunos de estos contratos fueron para la simple compra de bienes, pero muchos fueron también para proyectos de infraestructura en el sudeste asiático que soportaba el mayor esfuerzo de guerra. Hyundai fue contratada para construir una serie de pistas de aterrizaje, así como toda la autopista Pattani-Narathiwat en el sur de Tailandia, por ejemplo, recibiendo tanto financiación estadounidense como una formación importante por parte del Cuerpo de Ingenieros del Ejército estadounidense. Todo esto permitió a la empresa expandir enormemente el alcance de sus proyectos cuando terminó la guerra, entre los que se encuentran una serie de contratos de construcción en Guam y Arabia Saudí.[81]

En total, los contratos de compra offshore para las empresas de construcción coreanas promediaron justo por encima de los 20 millones de dólares al año (en dólares de 1966) entre 1966 y 1969, llegando a un nuevo pico con unos 17 millones de dólares por año (también en dólares de 1966) en 1979-1985, cuando los chaebol coreanos consiguieron contratos respaldados por los EUU en Oriente Medio.[82] De 1964 a 1969, la asistencia militar combinada y las compras offshore supusieron entre el 30 y el 60 por ciento de la formación de capital bruto en Corea del Sur, mucho más que cualquier otro país en la región.[83] No hubo nada de orgánico en sus ascenso, y el éxito de su programa de industrialización no se puede explicar simplemente en términos de demanda de mercado. Esto es evidente si comparamos el caso de Corea del Sur con las condiciones de las Filipinas en el mismo periodo. Ambas eran relativamente iguales en niveles de desarollo en los años 50, y ambas habían sido conquistadas previamente por los japoneses y enyugadas en la “Esfera de coprosperidad”. Pero no habían sido participantes iguales en el esquema imperial japonés. Se le había dado preferencia a la colonia coreana más tempranamente conquistada, justificando la posición inferior de las Filipinas por la pseudociencia racial de la época. Luego, tras la guerra, la prioridad inferior de las Filipinas para los intereses estadounidenses significó que el país nunca aplicase con éxito la amplia reforma agraria vista en Japón, Corea del Sur y Taiwán. Esto creó inestabilidad en el núcleo del recién ascendido régimen de Marcos, ciertamente amistoso con los EEUU, pero nunca considerado un aliado tan fiable como Park, Chiang Kai-Shek o Kishi. A pesar de las peticiones por parte del régimen para contratos de compra offshore similares a los recibidos por Japón y Corea del Sur, las Filipinas rechazaron enviar tropas de combate por miedo a la respuesta en el país. Ya recelosa del compromiso del nuevo gobierno con los intereses de los EEUU y temerosa de sus continuas revueltas internas motivadas por el fracaso al poner en marcha la reforma agraria, la administración Johnson desestimó las peticiones de Marcos de contratos industriales.[84] El grueso de los contratos concedidos a los países asiáticos fueron por tanto a Corea del Sur, con un pequeño paquete concedido a Tailandia, que desplegó once mil tropas durante la guerra.[85]

El puro volumen de la inversión, combinado con la formación técnica y la experiencia de campo concedidas a las empresas surcoreanas, fue por tanto una parte integral del rápido ascenso del país. El pico de su tasa de crecimiento del PIB (14,5 por ciento en 1969 y 14,82 por ciento en 1973) superó incluso a la de Japón durante el cénit de su boom de posguerra.[86] El pico de su tasa de beneficios también superó al de Japón, y mostró una clara correlación con el desarrollo en tiempos de guerra, llegando a un pico inicial a finales de los años 60, disminuyendo siguiendo la tendencia en los contratos de compra offshore y llegando a un segundo pico en los 70 cuando la experiencia de las empresas en tiempos de guerra fue utilizada en el país.[87] El estatus de Corea del Sur como el siguiente “ganso volador” en la formación fue poco más que un juego de sombras. Las “economías tigre”, como Japón antes que ellas, fueron poco más que títeres elevados por la cuerda del clientelismo político y considerables contratos de compra. La formación de Asia oriental como una región económica diferenciada tuvo por tanto jerarquías económicas y políticas intrínsecas incrustadas en su estructura desde el principio. Pero la forma final de la región no se puede entender como algo que sirviese meramente a los intereses políticos de los EEUU. Por el contrario, la reestructuración de toda la cuenca del Pacífico fue simplemente uno de los teatros en la expansión general de la comunidad material del capital.

LogísticaLa siguiente ola de booms económicos en la región, empezando con los Tigres de Asia Oriental y extendiéndose pronto a Tailandia, Malasia e Indonesia, fue profundamente dependiente tanto de la guerra continua en la zona continental del sudeste asiático como de los esfuerzos desesperados por parte de las empresas occidentales y japonesas por volver a ganar rentabilidad en medio del largo estancamiento. A medida que la tasa de beneficio de Japón disminuía, la acumulación continuada solo podía ser garantizada por la exportación de capital al puñado de países recientemente industrializados favorecidos por los intereses políticos de los EEUU. El mercado final para muchos de los bienes producidos por empresas japonesas en ultramar (y sus numerosos subcontratistas) estaba en los EEUU y Europa, donde las estancadas tasas de crecimiento y beneficio, unidas a un crecimiento de los salarios lento o estancado, se habían cubierto con un aumento de la dependencia del crédito, tanto privado como público. Aunque el abaratamiento de los bienes mediante el aumento de la productividad es una tendencia secular del desarrollo capitalista, este boom del crédito, combinado con salarios estancados, aceleró el proceso más allá de lo que hubiera sido el resultado únicamente de avances en la productividad. Progresivamente, empresas móviles globales fueron capaces de buscar nuevas reservas de fuerza de trabajo que pudiesen ser superexplotadas en booms industriales breves que causaban una rápida inflación y olas extremas de descontento laboral. Por definición, este periodo de superexplotación tenía que ser temporal, a menudo echando mano de un depósito oculto de trabajo producido por los restos de las economías de subsistencia no orientadas al mercado. El descontento aumentó cuando estos depósitos ocultos se agotaron –a menudo señalado por la subsunción del campo, unido a aumentos en loa salarios necesarios en las ciudades–. Este periodo de inestabilidad terminó frecuentemente con un golpe de estado o el derrocamiento de dictadores locales, coincidente con una disminución de la rentabilidad, un aumento continuado de los salarios, y un breve boom del crecimiento del PIB debido a un enloquecido periodo de especulación antes de un estallido espectacular, dejando como resultado un crecimiento estancado y niveles de desigualdad enormemente aumentados. Mucho antes que esto, las industrias con uso intensivo de mano de obra que habían iniciado el proceso tenían que ser desplazadas a cualquier otra parte, iniciando el ciclo en nuevos centros industriales –a menudo mayores, más magros y más brutales–.[88]

Pero todo este proceso fue posible solamente por una serie de nuevos avances tecnológicos, de la mayor parte de los cuales se puede trazar su origen en el complejo militar estadounidense. El primero de ellos fue el ascenso de la computerización y la tecnología digital en general. Aunque discutido a menudo en el contexto de mercados ascendentes de electrónica de consumo, unido al ascenso de gigantes del software en los EEUU y Japón, el grueso de los beneficios de la rentabilidad llegaron en realidad con la aplicación de la computerización a los procesos industriales. La breve recuperación de la rentabilidad en la manufactura estadounidense, por ejemplo, siguió a un masivo cierre de medios de producción obsoletos, redundantes y caros durante los años del dólar sobrevaluado y las tasas de interés de récord impuestas por el Presidente de la Reserva Federal Paul Volcker, especialmente durante los años de recesión de principios de los años 80. Para el momento de los Acuerdos del Plaza, la productividad había aumentado extraordinariamente (a un 3,5 por ciento por año entre 1979 y 1985), impulsada no solo por el cierre de recursos improductivos sino también por la caída ampliamente extendida de la fuerza de trabajo en las nuevas fábricas, cada vez más computerizadas. Después de que los Acuerdos del Plaza aumentasen enormemente la competitividad de la producción de los EEUU en el mercado mundial, la inversión empezó lentamente a fluir a la manufactura de nuevo y tanto la productividad como la rentabilidad en la industria experimentaron un resurgir generalizado (bien que breve y moderado para los niveles históricos).[89] Los sectores no manufactureros fueron aplicando más lentamente nuevas tecnologías de incremento de la productividad, pero a mediados de los años 90 hasta la productividad de estas industrias había empezado a promediar un crecimiento de alrededor de un 2,4 por ciento por año, justo por debajo de las tasas de crecimiento experimentadas en el boom de posguerra.[90]

Pero el breve resurgimiento de la industria estadounidense fue en sí mismo dependiente de la capacidad del sector manufacturero de llegar a ser competitiva globalmente. Esto, a su vez, dependía de una serie de avances tecnológicos en el transporte y la logística posibles por la computerización y desarrollados por el ejército de los EEUU entre la II Guerra Mundial, la Guerra de Corea y las guerras en Indochina. Entre estas fue clave la tendencia hacia la contenerización, con la invención y adopción generalizada del contenedor de transporte estandarizado, “denominado repetidamente como la innovación tecnológica única más importante que ha apuntalado la globalización del comercio.”[91] El contenedor –acompañado por nuevos sistemas asistidos por ordenador para la gestión de la producción “justo a tiempo” [just in time] y la coordinación de puertos y almacenes a gran escala– disminuyó los costes del transporte a larga distancia y creó una nueva geografía comercial centrada en una red de los mayores puertos marítimos del mundo. En este contexto, la red de la Cuenca del Pacífico adquirió una importancia completamente nueva tanto en Asia como en los EEUU, con redes intermodales océano-a-ferrocarril-a-camión que suplantaron (aunque no reemplazando totalmente) el comercio costero a corta distancia y el fluvial y ferroviario tierra adentro que había dirigido el crecimiento doméstico en ambos lados del Pacífico en eras anteriores. Los puertos más pequeños arriba y abajo de la línea costera se quedaron lentamente sin ingresos, convirtiendo a diversas ciudades costeras menores en los EEUU y Canadá en áreas marítimas en decadencia.

Hoy, nueve de los diez puertos de transporte de contenedores con más movimiento se encuentran en países de la Cuenca del Pacífico, con seis de ellos en la China continental. Pero los primeros grandes puertos de contenedores estuvieron localizados en complejos costeros de la costa del Pacífico en el Japón de posguerra y, más tarde, en las ciudades portuarias de los Tigres de Asia oriental. Nippon Container Terminals abrió una instalación en el puerto de Tokyo en 1967, haciendo que el puerto fuese de los primeros en manejar el transporte de contenedores. En los años 70, el puerto de Kobe (en el complejo metropolitano de Osaka) se convertiría en el puerto de contenedores con más movimento del mundo, suplantado en los 80 y los 90 por la competición de los puertos de Hong Kong, Singapur y Busan, y tras el nuevo milenio en una serie de puertos a lo largo de la línea costera china. En Norteamérica, los mayores puertos prosperaron mientras sus equivalentes más pequeños, sin contenedores, caían lentamente en la irrelevancia. A principios de los 70 los puertos de Long Beach y Los Angeles habían empezado a crecer en proporciones especiamente gigantescas, el puerto de Oakland había reemplazado al puerto de San Francisco, y el transporte a lo largo del río Columbia en el Noroeste del Pacífico fue eclipsado por el comercio a través de puertos en Longview, Tacoma y Seattle. No es exagerada la importancia que se le da a esto: sin este borde costero de infraestructuras de transporte, China nunca hubiera podido ni siquiera empezar su transformación en un centro manufacturero global.

Aunque fuese una necesidad, la geografía de este complejo logístico no fue accidental, y la centralidad del ejército estadounidense en este proceso es innegable. La contenerización (y en un sentido más general la “revolución logística”) empezó como un experimento en compras militares, creándose los conceptos iniciales en la II Guerra Mundial, estableciéndose la infraestructura en la guerra de Corea, y desarrollando las primeras cadenas de suministro de la Cuenca del Pacífico en Vietnam.[92] La participación de Japón y luego Corea en los programas de compras offshore de los EEUU significó que estos primeros booms industriales de estas economías no solo se beneficiasen de una inyección de capital, sino que también se construyesen desde cero de una forma que se ajustaba a las demandas del comercio global. Las empresas japonesas usaron esto a su favor, fusionando la producción rápida y por encargo con una distribución eficiente a través de sus complejos industriales costeros en los primeros experimentos de producción justo a tiempo. Estas cadenas de suministros se vincularon con los mercados de consumo de los EEUU a través del transporte en contenedores a larga distancia, con el puerto de Long Beach, por ejemplo, convirtiéndose en el centro de distribución occidental para Toyota tan pronto como en los 70.

Mientras chaebols coreanos como Hyundai crecían rápidamente al asegurarse contratos de construcción del ejército estadounidense, empresas como Hanjin proporcionaban a los EEUU servicios de transporte terrestres, marítimos y aéreos. Esto dio a Hanjin algunas de las primeras experiencias con el transporte intermodal de contenedores y, más tarde, la construcción de buques de contenedores, permitiendo al chaebol convertirse en una de las mayores compañías de transportes de contenedores del mundo, hasta su bancarrota en 2017. Mientras tanto, Singapur y Hong Kong utilizarían sus grandes puertos de aguas profundas y redes de negocios interculturales bien establecidas para acelerar sus propias fases de industrialización. Ambas ciudades-estado enviaron hacia el exterior sus propias instalaciones de producción con relativa rapidez (a Malasia y la China continental, respectivamente), desarrollándose como capitales globales de administración, logística y finanzas. Hong Kong en particular, interpretaría pronto un papel clave en el tránsito de capital hacia la China continental y la exportación de bienes desde Shenzhen y otras Zonas Económicas Especiales.

La revolución logística misma, ayudando al auge del comercio mundial, fue en muy buena parte un producto de la larga caída de la rentabilidad global. El desarrollo de la Cuenca del Pacífico facilitó tanto la relocalización de la producción a áreas con reservas de trabajo barato sin utilizar y super-explotables como la intensificación de la tasa de rotación del capital. Ambas características han ayudado a compensar la tendencia de la tasa de beneficio a caer. Fuerza de trabajo más barata permite que se acumule directamente más valor a lo largo del proceso de producción, mientras una rotación más rápida (de capital invertido a mercancía a beneficio realizado, o D-M-D’ en el esquema de Marx) permite a las empresas tener más valor neto en cualquier periodo de tiempo dado al acelerar la tasa con la que el valor producido se realiza en el mercado. Combinado con los avances tecnológicos en la producción, estas características ralentizaron e incluso revertieron parcialmente la disminución global de la tasa de beneficios, al menos durante un tiempo. Localmente, también facilitaron el rápido ascenso de las tasas de crecimiento y las tasas de beneficio nacionales en unos cuantos países, en su mayoría en la Cuenca del Pacífico. Pero sin la destrucción masiva que precedió al boom de posguerra, la recuperación general de la tasa de beneficios sería efímera, y las rachas de crecimiento local en los países de la Cuenca del Pacífico terminarían en una cascada de crisis en toda la región, comenzando con el colapso japonés en 1990.

Notas[1] De nuevo, véase “Sorgo y acero”, en particular las secciones sobre la ola de huelgas en Shanghai documentada en la parte 3: <http://chuangcn.org/journal/one/sorghum-and-steel/2-development/>

[2] Hubo una breve pero sustancial recuperación del comercio terrestre durante los Yuan, y en menor medida en las dinastías posteriores. Pero las redes marítimas comerciales que se consolidaron durante los Song del sur siguieron interpretando un papel importante durante las dinastías Ming y Qing, a pesar de numerosos intentos por limitar el poder de los mercaderes, piratas y entidades semiindependientes que componían estas rutas comerciales.

[3] Este es un resumen simplificado de una historia compleja e interesante. La mejor fuente en inglés sobre el ascenso de este espacio marítimo y el papel de la familia Zheng en él es: Hang Xing, Conflict and Commerce in Maritime East Asia: The Zheng Family and the Shaping of the Modern World, c.1620-1720, Cambridge University Press 2016.

[4] La familia Zheng había interpretado durante mucho tiempo un papel de intermediario monopolista en buena parte de este comercio, y se podría defender que formó un núcleo político-comercial alternativo que podría  haber actuado como cimiento para una transición capitalista local, si hubiese retenido su base en Taiwán y encontrado algún tipo de paz con la dinastía Qing. Para más detalle, vésase Hang 2016.

[5] Rhoads Murphey, East Asia: A New History, Pearson Longman, 2007. p.151

[6] Robert Nield, The China Coast: Trade and the First Treaty Ports, Joint Publishing (HK) Co, 2010. pp.10-11

[7] Ibid, p.15

[8] Elizabeth Perry, Anyuan: Mining China’s Revolutionary Tradition, University of California Press, 2012. p.20

[9] Hay una literatura importante que debate la naturaleza exacta de la Restauración Meiji y su relación con el capitalismo global. Este debate ha implicado a estudiosos marxistas de todo el mundo, pero fue especialmente vital para el marxismo japonés de posguerra, donde las visiones sobre la naturaleza del feudalismo y la industrialización temprana en Japón constituía la línea divisoria entre las diferentes escuelas de pensamiento. Para un resumen de este debate dentro del marxismo japonés, véase: Makoto Itoh, The World Economic Crisis and Japanese Capitalism, Macmillan, 1990. pp.150-155

[10] Esta era una posición defendida por varios marxistas japoneses de posguerra, popularizada primero por eminentes estudiosos occidentales de la región como E.H. Norman en su Japan’s Emergence as a Modern State (1940).

[11] Para una comparativa de este declive con las tendencias recientes del comercio mundial, véase: Kevin O’Rourke, “Government policies and the collapse in trade during the Great Depression,” Center for Economic and Policy Research, 27 de noviembre de 2009. <http://voxeu.org/article/government-policies-and-collapse-trade-during-great-depression>

[12] Para más información sobre el carácter económico del Imperio japonés, véase: Ramon H. Myers y Mark R. Peattie, eds., The Japanese Colonial Empire, 1895-1945, Princeton University Press, 1984; y Chih-ming Ka, Japanese Colonialism in Taiwan: Land Tenure, Development and Dependency, Westview, 1995.

[13] Mark Selden, “Nation, Region and the Global in East Asia: Conflict and Cooperation,” Asia Pacific Journal, Volume 8, Issue 41, Number 1, 11 October 2010. <http://apjjf.org/-Mark-Selden/3422/article.html>

[14] Diversas nociones precapitalistas y protocapitalistas de la región ya existían antes de esto, basadas principalmente en las rutas comerciales en el Mar del sur de China y las relaciones tributarias centradas en varias dinastías del continente. Pero la mayor parte de los lugares de integración regional temprana (Manila, Malaca, Hanoi) se encontraban fuera de la órbita interna del Asia oriental capitalista dentro del proyecto imperial japonés y también del orden de la Guerra Fría que le siguió. Para más información sobre la evolución de la región como tal, véase: Mark Selden, “East Asian Regionalism and its Enemies in Three Epochs: Political Economy and Geopolitics, 16th to 21st Centuries,” The Asia-Pacific Journal, Volume 7, Issue 9, Number 4, 25 February, 2009. <http://apjjf.org/-Mark-Selden/3061/article.html>

[15] Masato Shizume, “The Japanese Economy during the Interwar Period: Instability in the Financial System and the Impact of the World Depression,” Bank of Japan Review, Institute for Monetary and Economic Studies, May 2009. <https://www.boj.or.jp/en/research/wps_rev/rev_2009/data/rev09e02.pdf>

[16] La tasa de beneficio es el método más básico usado por los economistas marxistas para medir la rentabilidad en industrias o economías nacionales, asociándose la disminución de la tasa de beneficio con periodos de crisis económica y el crecimiento de las tasas de beneficio con periodos de expansión productiva. A menudo se mide en conjunción con la “tasa de acumulación”, normalmente capturada por la tasa de crecimiento interanual del capital fijo. Hay un gran debate sobre los mejores métodos para medir la tasa de beneficio sobre la validez de la afirmación de que existe una tendencia a largo plazo a su disminución. Aunque idealmente es medida en términos de valor, la mayor parte de las medidas usan cifras correlacionadas sacadas de las estadísticas económicas mainstream. La ecuación básica es simplemente alguna medida del beneficio neto (como representante de la plusvalía neta) dividido por el capital social neto (como representante del capital constante fijo, el capital constante circulante y los salarios).

[17] La disminución es evidente en las mediciones que usan una definición de beneficio que incluya el beneficio corporativo, el beneficio no-corporativo, el interés neto y la renta (producto interno neto menos costes salariales) sobre el capital social medido por el capital neto de capital fijo privado no residencial, todo corregido por un promedio móvil de diez años. Véase la figura 2 de Minqi Li, Feng Xiao y Andong Zhu, “Long Waves, Institutional Changes, and Historical Trends: A Study of the Long-Term Movement of the Profit Rate in the Capitalist World-Economy,” Journal of World-Systems Research, Volume XIII, Number 1, 2007, pp.33-54.

[18] El estancamiento es más evidente en medidas que usan una definición ligeramente más amplia del capital social (así como aquellas que corrijan con promedios de 5 años), como: Esteban Ezequiel Maito, “The historical transience of capital: the downward trend in the rate of profit since XIX century,” MPRA, 2014. <https://mpra.ub.uni-muenchen.de/55894/1/MPRA_paper_55894.pdf>

[19] Figura 2.2 en Arthur J. Alexander, “Japan’s Economy in the 20th Century,” Japan Economic Institute Report, No. 3, 21 January, 2000, <http://www.jei.org/AJAclass/JEcon20thC.pdf>

[20] Shizume 2009, Gráfica 1

[21] Alexander 2000, Figura 2.2

[22] Visible tanto en Maito 2014 como en Li et. al. 2007

[23] Shizume 2009

[24] Richard Sims, Japanese Political History Since the Meiji Restoration 1868–2000, Palgrave Macmillan, 2001.

[25] La influencia de Alemania fue tanto teórica como práctica, pues los alemanes suponían un gran parte de los consejeros extranjeros (oyatoi gaikokujin) de la era Meiji contratados por el gobierno japonés para facilitar la transferencia de conocimiento técnico de alto nivel. Mientras tanto, las teorías alemanas sobre el estado ayudaron a estructurar la teoría política japonesa de la primera modernidad. Véase: Germaine A. Hoston, “Tenkō: Marxism & the National Question in Prewar Japan ,” Polity, Volume 16, Number 1, Autumn 1983, pp.96-118.

[26] Janis Mimura, ‘Japan’s New Order and Greater East Asia Co-Prosperity Sphere: Planning for Empire,’ The Asia-Pacific Journal, Volume 9, Issue 49 Number 3, December 5, 2011. <http://apjjf.org/2011/9/49/Janis-Mimura/3657/article.html>

[27] A pesar del lenguaje de cooperación entre japoneses, chinos y manchúes en la Esfera de Coprosperidad, Kishi era un firme degensor de la teoría de la Raza Yamato, viendo a los chinos como básicamente inferiores y adecuados para poco más que el trabajo sexual y los trabajos manuales. Como gestor de la Manchukuo colonial, firmó un decreto legalizando el uso de trabajo esclavo en 1937 y millones de esclavos chinos fueron finalmente canalizados a los distritos industriales gargantuescos a lo largo del año. Kishi continuó con esta práctica tras su regreso a Tokio, enviando a medio millón de esclavos coreanos a trabajar en Japón, muchos de los cuales murieron.

[28] Michael Schaller, “America’s Favorite War Criminal: Kishi Nobusuke and the Transformation of U.S.-Japan Relations,” Japan Policy Research Institute, Working Paper Number 11, July 1995. <http://www.jpri.org/publications/workingpapers/wp11.html>

[29] Cabe señalar que la influencia de Kishi sigue siendo patente en Japón hasta hoy, donde el Partido Liberal Democrático ha mantenido el control del estado casi continuamente desde 1955. No solo es el partido en el poder, sino que desde 2012 ha estado encabezado por el nieto de Kishi, Shinzō Abe.

[30] Richard Walker y Michael Storper, The Capitalist Imperative: Territory, Technology and Industrial Growth, Wiley-Blackwell, 1991.

[31] Deborah Cowen, The Deadly Life of Logistics: Mapping Violence in Global Trade, University of Minnesota Press, 2014.

[32] Makoto Itoh, The World Economic Crisis and Japanese Capitalism, Macmillan, 1990. p.145

[33] Ibid. p.140

[34] Ibid. pp.141-142

[35] Ibid. p.142

[36] Li et. al. 2007, Figura 2 y Maito 2014, Figura 3.

[37] Robert Brenner, The Boom and the Bubble: The US in the World Economy, Verso, 2002. Figure 1.1.

[38] Números de Alexander 2000, Fig. 2.2. Estas cifras son estimaciones ligeramente más conservadoras, pues el Banco Mundial calcula el pico en la formación de capital fijo bruto cercano al 40%, usando el PIB en lugar de la inversión interna y el PNB. Como referencia, esto se compara con una tasa estadounidense casi estancada, ligeramente en disminución de aproximadamente un 20% desde 1960 hasta el presente.

[39] Y la naturaleza universal de este boom es incluso puesta en cuestión por muchos estudiosos. Véase, por ejemplo: Michael J. Webber y David L. Rigby, The Golden Age Illusion: Rethinking Postwar Capitalism, The Guilford Press, 1996.

[40] Itoh 1990

[41] Michael Roberts, The Long Depression: Marxism and the Global Crisis of Capitalism, Haymarket Books, 2016.

[42] Brenner 2002

[43] Robert Brenner, “What is Good for Goldman Sachs is Good for America: The Origins of the Current Crisis,” 2009. <http://escholarship.org/uc/item/0sg0782h#page-1>

[44] Maito 2014, Figures 2-5.

[45] Brenner 2002, Figure 1.1

[46] Maito 2014, Figure 3

[47] Li et. al. 2007, Figura 2, Brenner 2002, Figura 1.1

[48] Brenner 2002, p.54

[49] Ibid, p.56

[50] Ibid, Figura 1.1

[51] Li et. al. 2007, Figura 2, Maito 2014, Figura 3 y Dave Zachariah, “Determinants of the average profit rate and the trajectory of capitalist economies,” Bulletin of Political Economy, Volume 3, Number 1, 2009, Figures 4 and 18.

[52] ibid, p.95

[53] ibid, Table 1.10.

[54] Itoh 1990, p.169

[55] Véase la serie de Datos históricos del US Bureau of Labor Statistics sobre “Estadísticas de la mano de obra del informe de población actual.”

[56] Se incluye una breve lista en Japan as Number One (1979) de Ezra Vogel, The Emerging Japanese Superstate (1970), de Herman Kahn y Japan Surges Ahead: The Story of an Economic Miracle (1969) de P.B. Stone. Para un resumen de estas posiciones, véase Itoh 1990, pp.137-139.

[57] Itoh 1990, pp.168-179 y Brenner 2002, pp.96-111.

[58] Schaller 1995

[59] La idea la popularizó primero en Occidente Bruce Cumings en “The Origins and Development of the Northeast Asian Political Economy: Industrial Sector, Product Cycles and Political Consequences,” International Organization, Number 38, Winter 1984.

[60] Mitchell Bernard y John Ravenhill, “Beyond Product Cyclesy  and Flying Geese: Regionalization, Hierarchy and the Industrialization of East Asia,” World Politics, Number 47, January 1995. pp.171-209

[61] Kaname Akamatsu, “A historical pattern of economic growth in developing countries,” Journal of Developing Economies, Volume 1, Number 1, March–August 1962. pp.3-25.

[62] Para el desarrollo posterior de esta idea en Japón, véase el trabajo del estudiante de Kaname Kojima Kiyoshi y el economista Yamazawa Ippei. Más tarde se convertiría en una característica clave de la “Nueva Economía Estructural” propuesta por el nacido en Taiwán Justin Yifu Lin, quien desertó a la República Popular de China en 1979 y sirvió como Economista Jefe en el Banco Mundial entre 2008 y 2012.

[63] Bernard y Ravenhill 1995, p.179

[64] Al hablar de dólares nos referimos siempre a dólares estadounidenses.

[65] Miki Y Ishikida, Toward Peace: War Responsibility, Postwar Compensation, and Peace Movements and Education in Japan, iUniverse Inc.. 2005. p. 21

[66] Martin Hart-Landsberg y Paul Burkett, “Contradictions of Capitalist Industrialization in East Asia: A Critique of ‘Flying Geese’ Theories of Development,” Economic Geography, Volume 74, Number 2, April 1998. p.92

[67] Itoh 1990, pp. 225-228

[68] Bernard y Ravenhill, p.181

[69] Itoh 1990, pp. 225-228

[70] Brenner 2002, Fig.1.1

[71] Hart-Landsberg y Burkett 1998, p.92

[72] Itoh 1990, p.164

[73] El dividendo demográfico es esencialmente una medida de la población en edad de trabajar respecto a la población dependiente (la tasa de dependencia) en lo que respecta a los cambios en el desarrollo en una economía en su conjunto. Cuando se produce desarrollo económico la tasa de mortalidad disminuye pero la tasa de natalidad inicialmente se mantiene alta, creando un boom de la población. Cuando la generación del boom entra en la fuerza de trabajo le dan la las empresas una gran reserva de mano de obra disponible, abaratada por la competición con un gran ejército de reserva, y esto a su vez provoca un boom de los ahorros personales y el gasto de los consumidores, proporcionándole al capital más inversión y un aumento de la demanda interna. The demographic dividend is essentially a measurement of the working-age population to the dependent population (the dependency ratio) as it relates to developmental shifts within an economy at large. As economic development proceeds the mortality rate declines but birth rates initially remain high, creating a population boom. As the boom generation enters the workforce they provide firms with a large pool of available labor, cheapened by competition with a large reserve army, and this in turn produces a boom in personal saving and consumer spending, providing capital for further investment and increased domestic demand.

[74] Kiernan 2017, p.397

[75] Citado en ibid, p.397

[76] U.S. Agency for International Development (USAID). “U.S. overseas loans and grants: obligations and loan authorizations, July 1, 1945-September 30, 2005,” p.122 y p.126 <http://pdf.usaid.gov/pdf_docs/PNADH500.pdf>

[77] Ibid, p.120. Mucho más importante que la ayuda directa en Hong Kong fue el rol de los capitalistas que habían huído del continente y habían establecido nuevos centros de producción en la industria textil en el territorio.

[78] Ibid, p.128. Véase la figura 1 para una comparativa.

[79] Heonik Kwon, “Vietnam’s South Korean Ghosts,” The New York Times, 10 de julio de 2017. <https://www.nytimes.com/2017/07/10/opinion/vietnam-war-south-korea.html>

[80] Jim Glassman y Young-Jin Choi, “The chaebol and the US military-industrial complex: Cold War geopolitical economy and South Korean industrialization,” Environment and Planning A, Volume 46, 2014. p.1166

[81] ibid, pp.1170-1172

[82] ibid, Figura 2

[83] ibid, Figura 5

[84] Ibid, p.1176

[85] Kiernan 2017, p. 436

[86] Según las mediciones de la OCDE

[87] Maito 2014, Figura 4

[88] Kevin Gray, Labour and development in East Asia, Routledge 2014.

[89] Brenner 2002, pp.59-75

[90] ibid, p.80

[91] Deborah Cowen, The Deadly Life of Logistics: Mapping Violence in Global Trade, University of Minnesota Press 2014. p.31

[92] Cowen 2014, p.41

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