Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Entrevista al escritor Manuel Talens en el 92º aniversario de la Revolución de Octubre

Salvador López Arnal

Entrevista al escritor Manuel Talens en el 92º aniversario de la Revolución de Octubre: ‘La revolución rusa fue la primera que ganó el proletariado’

 

Salvador López Arnal

Rebelión

 

La Revolución de Octubre fue desde su primer momento un referente del movimiento obrero internacional e internacionalista y de las organizaciones socialistas que no claudicaron frente al belicismo y las ansias de conquista de los poderosos de la tierra. Referente celebrado, además. Los actos que se organizaban en homenaje a esa fecha gloriosa, el 7 de noviembre, están en la memoria de muchos luchadores revolucionarios. Desde la desintegración de la URSS, desde el triunfo de la contrarrevolución capitalista (salvaje) en la tierra de Gorki y Maiakovski, también aquí, en está página enrojecida, habita el olvido, un olvido injusto y suicida. Para recordar esta fecha, para hablar del significado de aquella revolución socialista, hemos conversado con el escritor, científico, traductor y militante Manuel Talens.

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La revolución inoportuna

Fernando Claudín

(*)

El comienzo de la revolución española –la única revolución que tuvo lugar en Europa durante la existencia de la IC, aparte la efímera república soviética húngara de 1919­- cogió desprevenidos a los dirigentes del "partido mundial".

.En febrero, de 1930, Manuílskí, Informando ante el Ejecutivo de la Komintern, se explaya sobre "las vastas perspectivas que se abren de transformación del actual auge revolucionario de los países capitalistas avanzados y de las colonias en situación revolucionaria”. "Auge revolucionario" en los "países capitalistas avanzados" no existía en ese momento más que en la imaginación del representante de Stalin en la Internacional Comunista (IC), pero poco antes de la reunión del Ejecutivo había caído la dictadura de Primo de Rivera, y algunos de los presentes en la reunión se interrogaron sobre la significación del acon­tecimiento. Manuilski replicó: “No es en España donde se decidirá la suerte de la revolución proletaria mundial […] una huelga parcial puede tener mayor importancia para la clase obrera internacional que ese género de "revolución” a la española, efectuada sin que el partido comunista y el proletariado ejerzan su misión dirigente. “(1). Pero la revolu­ción "a la española” se empecinó en seguir adelante, pese a no estar en las previsiones de Manuilski ya la casi inexis­tencia del partido ungido por la historia con la “misión dirigente”. La sección española de la IC, en efecto, apenas contaba con 800 miembros cuando cae la monarquía, en abril de 1931. Más grave que su exigüidad numérica era su reducidísima influencia en el proletariado, y su extrema debilidad teórica (2). Rasgo, este último, común a todo el movi­miento obrero español. Ni socialistas ni anarcosindicalistas las dos grandes tendencias en que se divide el proletariado peninsular desde el siglo XIX- tenían ideas claras sobre la naturaleza del proceso revolucionario que se inicia en 1930­-1931.

Los primeros consideran que se trata de una revolución puramente burguesa y se atienen a su “programa mínimo”; la dirección de la república deben asumirla los partidos republicanos burgueses. Lo más que puede hacer el Partido Socialista es cooperar lealmente con ellos para realizar un programa de reformas que interesen también a la clase obrera española. Se dispone, en una palabra, a seguir las huellas de la socialdemocracia europea. Los anarcosindicalis­tas parten del mismo’ supuesto -la revolución es puramente burguesa- pero la conclusión operativa es radicalmente opuesta: ninguna colaboración con la república del 14 de abril. Hay que ir a la revolución social para instaurar el "comunismo libertario”. Los comunistas, faltos en los pri­meros meses de directivas claras del centro de Moscú, impro­visan guiándose por la línea general, ultraizquierdista, que sigue la IC en ese periodo. Su posición puede resumirse en las siguientes consignas: "¡Abajo la república burguesa de los capitalistas, los generales y el clero! ¡Por la república de los soviets de obreros, soldados y campesinos!”. Muy española, casi anarcosindicalista, la primera. Completamente exótica y fuera de lugar, la segunda (3).

En verdad, nadie sabía lo que iba a ser aquello, ni en Moscú ni en Madrid. A poco de ser proclamada, la “república del clero” parecía un crematorio de iglesias, y los generales comenzaban a conspirar contra la “república de los genera­les”. En un esfuerzo de clarificación, la nueva Constitución proclama que se trata de una "república de trabajadores de toda clase”. Pero los trabajadores de “primera clase” se apresuran a enviar sus capitales al extranjero, mientras que los de tercera declaran huelgas y ocupan fincas de terrate­nientes, con el notorio propósito de reducirla a república de una sola clase. La Constitución define a España como un “Estado integral”, pero admite las “autonomías”, y las nacionalidades periféricas, que soportan desde el siglo XVI el centralismo castellano, tienden a que el “Estado integral” se desintegre en tres o cuatro. Azaña anuncia la sorprendente nueva de que España “ha dejado de ser católica”, y las Cortes -que hacen a Azaña jefe del gobierno- eligen presi­dente de la república al muy católico Alcalá Zamora. Araquis­tain afirma con aplomo que “ningún pueblo es racialmente [sic] tan socialista como España”, y Unamuno sale por los fueros del “individualismo” español. Así, apenas venida al mundo, la república española ofrece mil perfiles, pero Ortega y Gasset dice muy sesudamente: “Es preciso rectificar el perfil de la república”. Todas las señoras leídas admiran la profundidad del filósofo, y mientras tanto la guardia civil comienza a “rectificar” ametrallando a los campesinos. En una palabra, la revolución “a la española” se presenta bastante embrollada, pero la IC la clasifica rápidamente en el tipo de revoluciones “democrático-burguesas” que encajan en la teoría elaborada por Lenin para… la Rusia de comienzos de siglo.

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La cuestión anarquista en la revolución española

Pepe Gutiérrez-Àlvarez

(*)

Como es bien sabido, el anarquismo mundial tuvo en España su máxima representación e influencia. Esto ha llevado a decir a algunos especialistas que la presencia libertarla ha sido el trazo más original de su historia contemporánea. Lo que es más seguro es que este hecho fue el más singular de la guerra y la revolución de 1936-1939, fechas absolutamente cruciales en la historia de la anarquía. Después de numerosas derrotas, el movimiento libertarlo internacional creyó encontrar en la contienda española su ocasión de oro para demostrar al mundo, y muy particularmente a los marxistas, cómo se hacia una revolución, o sea de una manera antiestatal y autogestionaria, siguiendo otras pautas de las del modelo bolchevique de 1917 que coincidían casi unánimemente en descalificar (1).

En el momento en que estallaron las "jornadas de julio", la Asociación In­ternacional de Trabajadores (AIT), creada en 1922 en Berlín en oposición a la II y a la III Internacional, puede di­vidirse claramente entre su principal sección, la española, con más de medio millón de afiliados -que se ampliarán considerablemente a continuación-, y el resto, en su mayor parte secciones diezmadas por el avance fascista -Portugal, Alemania, Italia- o en decadencia -Francia, Argentina-, todas francamente minoritarias o instaladas en el exilio, como será también el caso de los anarquista rusos (2).

Después de un efímero fulgor con la Internacional Antiautoritaria o Negra, animada por el propio Bakunin, el anarquismo había sido desplazado de los principales centros industriales por la Internacional Socialista que había rechazado tempranamente la filiación anarquista por antipartidista y antiparlamentaria. A principios de siglo XX conocerá otro gran momento con el auge del sindicalismo revolu­cionario -encarnado por Ferdinand Pelloutier y por los principios expuestos en la Carta de Amiens-, pero en el momento del estallido Primera Guerra Mundial, pero sobre todo, con el triunfo de los bolcheviques en Ia revo­lución rusa de Octubre de 1917, conocerán sucesivas crisis que se saldan en provecho de la Internacional Comunista en los países semiindus­trializados; donde muchos de sus cuadros serán atraídos por el bolchevismo ascendente (3). España será aquí también la gran excepción. Así será incluso durante la resistencia contra la dictadura de Primo de Rivera, y así se llega cuando se implanta la II República, y prosigue cuando estallan la guerra y la revolución. En este momento el anarquismo mundial hará suya las esperanzas de la CNT-FAl y los militantes anarquistas de todo el mundo vivirán intensamente su guerra de España, algunos lo harán viajando para engrosar unas siglas que ya eran míticas.

La excepción española

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Los viajes de Carlo Guinzburg

Justo Serna, Anaclet Pons

Los viajes de Carlo Ginzburg.

(Justo Serna y Anaclet Pons)

Publicado en Archipiélago, núm 47 (2002), Carpeta: “Pensar, narrar, enseñar la Historia”, págs. 94-102.

Pregunta[1]. En este mismo número de Archipiélago, se reproduce un artículo suyo de 1994 en el que reflexiona sobre la profesión que ejerce. ¿Añadiría ahora alguna cosa más sobre ese oficio que desempeña, sobre su concepción? ¿Se reafirma en el perfil que allí trazaba?

Respuesta. El oficio que he aprendido es el de historiador. Es un oficio que me complace porque me permite moverme en muchas direcciones. Hay historiadores que conciben su disciplina como si ésta fuera una fortaleza en la que refugiarse; hay otros que la consideran (o al menos la consideraban) como si de un imperio se tratara, como un impero cuyo confines fuera necesario extender. Para mí, por el contrario, es un puerto de mar, un lugar del que se parte y al que se regresa, un lugar que permite encontrar gentes, objetos y variadas formas de saber. Por eso me place. Sin embargo, debo añadir que, cuando me hallo en una biblioteca desconocida, frente a una balda en donde se exponen y se suceden las revistas más recientes, prefiero ponerme a hojear las publicaciones de historia del arte, mientras que dejo para después, para más tarde, los ejemplares de historia.

P. Hemos de admitir que es ésta, la del puerto de mar, una imagen muy bella, porque da idea de libertad y de tránsito intelectual. Pero para concederse esa libertad se necesitan buenos maestros, alguien que tutele con mano firme. ¿Cuáles fueron los suyos?

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El proletariado no pertenece más que a sí mismo

Nicolás González Varela

Autodefensa, Autonomía, Solidaridad    

En torno al 1º de Mayo   

 "El 1º de mayo el proletariado no pertenece más que a sí mismo…   La calle le pertenece a ellos, a ellos solos.   Sin preocuparse de que desfilan en país enemigo,   van radiantes, sin inquietud, seguros del porvenir.   No deben compartir ese día, como los otros días de reposo,   con sus adversarios y enemigos.   Este día les pertenece, es solamente de ellos"  (J- Diner-Dénes, 1907)     ""Qué hemos dicho en nuestros discursos y en nuestros escritos?  Hemos explicado al Pueblo sus condiciones y las relaciones sociales; le hemos hecho ver los fenómenos sociales y las circunstancias y leyes bajo las cuales se desenvuelven; por medio de la investigación científica hemos probado hasta la saciedad que el sistema del salario es la causa de todas las iniquidades, iniquidades tan monstruosas que claman al cielo… Yo creo que el estado de castas y clases, el estado donde una clase vive a expensas del trabajo de otra clase (a lo cual llaman "Orden"), creo y digo que esta forma bárbara de organización social, con sus robos y asesinatos legales, está próxima a desaparecer…  Si creéis que ahorcándonos podrán contener al movimiento, este movimiento constante en que se agitan millones de hombres que viven en la miseria, los esclavos del salario… ¡Ahorcadnos!" 

(Discurso de August Spies, trabajador alemán, ante el Tribunal, 1886)     

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El cambio político (1962-1976) Materiales para una perspectiva desde abajo

Xavier Domènech Sampere

La historia social –tradicionalmente ocupada más en la historia de los de abajo que en la historia desde abajo–, se ha preocupado poco de interpretar la transición política, mientras que la historia política se ha ocupado aún menos de explicar la historia social de la transición. Y si lo primero es realmente sorprendente, ya que entre las mejores obras sobre el franquismo y el período de la transición se pueden contar las monografías de historia social, lo segundo no lo es tanto a juzgar por la calidad de la mayoría de historias políticas de la transición al uso.

Esta formación en paralelo de la historia social y política tiene una explicación fundada. Y es que el paradigma explicativo de la transición cumple, a la vez que una función “científica”, una clara función normativa en la legitimación de origen del orden político actual. Lo que pasó durante las oscuras horas de la dictadura y confusos años de la transición es fuente de legitimación política para instituciones –como la monarquía o la democracia tal como la conocemos– y discursos dominantes –la moderación, el centrismo como valor clave o la retórica de la modernización– que a pesar de su aparente solidez actual se movieron desde sus inicios en una gran debilidad real. Para poderse consolidar se realizó una operación de grandes implicaciones para la memoria histórica: se convirtieron estas instituciones y retóricas en los ejes claves de la transición. Emergió así una explicación histórica en la cual las elites se convirtieron en el motor explicativo del proceso que trajo las libertades políticas en España. Y en este proceso la historia social, sino contaba cosas de una mayoría que se ve que era silenciosa –a lo cual se prestaban gustosamente algunos sociólogos– , fue expulsada de la historia política.

Pero más allá de esto, surge un problema aún más grande, un problema de cariz pre-político y pre-científico para afrontar la transición desde la historia social. El carácter genético del período de la transición ha determinado su distorsión hasta el punto de hacer imposible verlo como un período propio, autónomo con relación a su pasado y preñado de líneas de futuro. Fijémonos tan sólo en la denominación del período, transición: Acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto (Diccionario de la Real Academia). La palabra misma evoca su principio, el franquismo, y su fin, la democracia, pero nada nos dice sobre el mismo; es más, se considera que la única importancia del período se deriva por lo que devino, no por lo que pasó y menos aún por lo que podía haber pasado. No deja de ser curioso que en una ciencia con tantas prevenciones contra la teleología y el presentismo, este término se haya impuesto sin merecer ni una línea de reflexión. La transición es probablemente, más que ninguna otra etapa de nuestra historia, una construcción ideológica en la que se han confundido consecuencias –la monarquía, la supervivencia de elites políticas y sociales, la moderación, el centrismo– con causas; se ha construido una línea ascendente y única de un punto de partida a un punto de llegada, vaciándola de toda aquello que no indicaba su rectitud; y, en el proceso, el paradigma dominante ha eliminado, o ha subsumido como meras anécdotas, gran parte de las experiencias de la generación que la protagonizó en la memoria publicada, confundida a menudo con la memoria colectiva.

La necesidad de presentar la transición como un gran acto de reconciliación de las “dos” Españas nos ha llevado a una necesaria reinterpretación-deformación de nuestro pasado. Toda noción de conflicto colectivo, de lucha de fuerzas e imposiciones, fue abandonada para explicar el pasado y presente de España. Si la transición había sido posible fue desde el libre convencimiento racional de las partes –se diría que desde la república de las ideas puras, donde la realidad no llega a manchar–, régimen y oposición, que evolucionando a lo largo del tiempo habrían abandonado los maximalismos anteriores. El régimen vio en la llegada de un nuevo jefe de estado de talante demócrata contrastado la necesidad de avanzar hacia una democracia moderna; y la oposición abandonó las posiciones rupturistas desde la comprensión de su futilidad y aceptó el necesario entendimiento con unas autoridades con voluntad democrática, yendo hacia el pacto entorno a la ruptura pactada. Este es el núcleo central de la teoría o teorías de la transición, extremadamente reducido al intentar insertar en las elites de dos actores sociales (régimen y oposición) la complejidad de fenómenos que llevaron la democracia a España. Con el paso del tiempo, se han visto las limitaciones explicativas de este paradigma y se han establecido tres modelos que permiten ampliar sus prestaciones, uno se atrevería a decir que con un poco de zilitione. No es que la historia social haya establecido un nuevo modelo para reconceptualizar la transición, sino que, a la inversa, la historia política –o al menos las presunciones que la apoyan– ha asaltado la historia social del período, no sin cierta perplejidad por parte de los historiadores que provienen de esta tradición. Así se ha intentado, sin tocar el núcleo central del paradigma de la transición, establecer como mínimo tres modelos explicativos, y un cuarto posible que se empieza a vislumbrar en el horizonte, que aquí sólo mencionaremos brevemente, dado que no es nuestra intención realizar un artículo historiográfico. A) La transición por modernización económica[1]: según ésta, la triada mercado capitalista, Mercado Común y democracia es inseparable para explicar el cambio político. El desarrollo del mercado capitalista habría integrado en una solidaridad casi mecánica –en el sentido durkheimniano del concepto– lo que en la república era una convivencia imposible entre clases sociales. La demostración de esta integración, y su mayor garantía, era el anhelo de la gran mayoría de la población de entrar en el Mercado Común, como plasmación madura de una realidad que se empezaba a vivir en España. Y como resultado de todo lo anterior habría llegado la democracia. B) La transición por omisión del sujeto social[2]: en este caso se postularía que la máxima contribución que hicieron los sujetos sociales, los de abajo se entiende, al cambio político, fue precisamente no hacer nada. Ante la amenaza que la movilización obrera podía suponer para la llegada de la democracia, su principal virtud radicó en su capacidad de autocontrol. C) La transición de los de abajo es igual a los de arriba[3]: según esta muy reciente línea de interpretación, no sólo la “mayoría silenciosa” quería una transición tal como finalmente se dio –resguardo último de la legitimidad de toda teoría de la transición, y de la transición misma–, sino que los movimientos antifranquistas contenían en su seno y aspiraciones los mismos preceptos. D) Todo fue una cuestión de giro lingüístico[4]: esta última línea no reproduce, tiempo al tiempo, los análisis propios del giro lingüístico que han hecho furor en otros campos de la historia, pero mantiene algunos parecidos con ella: la centralidad del problema del lenguaje en la explicación del devenir histórico. De hecho esta línea, si es que de momento se puede catalogar ya como tal, emerge como consecuencia necesaria de todas las anteriores: si lo central que hizo la oposición y el régimen fue olvidarse –o echar al olvido– de un pasado tortuoso y establecer el consenso como valor supremo de la dinámica política, necesariamente lo realmente significativo para el cambio político de la historia de los movimientos de oposición no son sus luchas, ni las consecuencias de las mismas que en si no llevaron a nada, sino cómo aprendieron el “lenguaje de la democracia” que les enseñó a comportarse de una forma diferente a como lo habían hecho en el pasado. Ni que decir tiene que en absoluto estas líneas son contradictorias, ya que emergen del mismo tronco común, si acaso algunas podrán ser elaboradas –y algunas realmente lo son con brillantez– con más fortuna que otras.

En este artículo intentaremos ofrecer, en sintonía con las interpretaciones que han venido desarrollando autores como S. Balfour[5] o Carme Molinero y Pere Ysàs[6], entre otros, materiales interpretativos –basados en investigaciones realizadas para la área metropolitana de Barcelona, con lo que ya se comprueban todos sus alcances y límites– que pueden ayudar a entender de una forma diferente la relación de los movimientos sociales, específicamente el movimiento obrero[7], con el cambio político. Partimos de la presunción que esta relación va más allá del corto período donde ha sido encerrado por el paradigma de la transición y que tiene mucho que decir sobre el marco real en que se realizó. Se pueden delimitar, como mínimo, tres grandes períodos de esta relación: A) Un primera etapa que se iniciará con el renacimiento que vivirán los movimientos sociales, y especialmente el movimiento obrero, durante la década de los sesenta. Fue en este momento cuando una renovada acción colectiva habría hecho inviable la continuidad del régimen a largo plazo y redefinido los espacios y las posibilidades de la acción política bajo el franquismo. B) Un segundo momento, como etapa diferenciada y autónoma –en el sentido de un marco de acciones alternativas abiertas por la especificidad del período aunque construidas con los materiales del pasado reciente– que se iniciaría con la muerte de Franco y se cerraría con el referéndum para la reforma política. Es en este corto espacio de tiempo donde el movimiento obrero tendrá un papel activo, crucial, en el devenir de la historia española. C) Habrá aún un tercer momento, en el cual, una vez determinado el modelo de transición, el movimiento obrero dejó de tener una influencia determinante en el proceso político y de hecho su propia conformación pasó a ser más consecuencia que causa del mismo. La(s) teoría(s) de la transición han privilegiado el tercer momento en detrimento del primero y el segundo. Esto, que se entiende por su funcionalidad dentro de la propia teoría, ya que es la etapa de consenso, ha eliminado las etapa más activas de la relación entre movimientos sociales y cambio político. Las reflexiones que presentamos aquí, por el contrario, nos hablan del primer y segundo momento de esta relación.

Pequeños grandes cambios

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La encuesta obrera

Maximilien Rubel

Destinado a poner en marcha una vasta encuesta sobre la situación obrera en las ciudades y campos franceses, el Cuestionario redactado por Marx en 1880 se proponía recoger una masa de materiales con el fin de compilar una serie de monografías especiales para las diversas categorías, a reunir después en un volumen [1] . Lo que distingue esencialmente esta encuesta de otras que se habían realizado con anterioridad en Francia era su carácter de clase: los obreros eran exortados a describir en primera persona y por sus propios fines su situación económica y social [2] . En un preámbulo Marx insiste fuertemente sobre el aspecto revolucionario y auto educativo de la iniciativa, subrayando que solamente los obreros pueden “describir con total conocimiento de causa, los males que les afectan: […] únicamente ellos, y no salvadores providenciales, pueden aplicar enérgicos remedios a las miserias sociales de las que sufren” [3] .

Las primeras encuestas dirigidas en Francia por iniciativa de las instituciones académicas o del estado estaban, como mucho, impregnadas de espíritu filantrópico: algunas estaban dirigidas contra las tentativas de mutua asistencia de los obreros y contra las teorías socialistas en general, a las que oponían la beneficencia y la caridad de iniciativa clerical o patronal; otras, embebidas de maltusianismo se limitaban a criticar los efectos desastrosos de la industrialización creciente, aconsejando la moderación a los patronos y la calma a los obreros [4] . En su preámbulo, Marx denuncia la actitud inhumana de la burguesía francesa, que tiene todas las razones para temer una encuesta imparcial y sistemática sobre “las infamias de la explotación capitalista”; se desea que el gobierno republicano “ imite al gobierno monárquico de Inglaterra” que no ha temido nombrar comissiones especiales y inspectores de fábrica encargados de indagar “sobre los hechos y fechorías de la explotación capitalista”. Mientras no se producían estas medidas oficiales, los obreros habrían procedido ellos mismos a la edición de Cahiers du travail: “la primera labor que se impone a la democracia socialista para preparar la renovación social”.

La intención profunda que se puede deducir del cuestionario es la de suscitar en los obreros mismos una clara conciencia sobre su condición de seres alienados en la sociedad capitalista y, aún más – como deja entender el preámbulo en una frase lapidaria-, de persuadirlos de ser “la clase a la que pertenece el porvenir”. La encuesta no se debería limitar a la pura información y documentación estadística, aunque las preguntas se refiriesen a los detalles más pequeños de la condición social del trabajador. Los Cahiers du travail no debían parecerse a los Cahiers de doléances del tercer estado, si no constituir, al contrario, una condena sin reservas de un régimen social y económico en el que los obreros no podían esperar ningún remedio sustancial a sus condiciones de vida.

Brevemente, el cuestionario era al propio tiempo, instrumento de educación socialista y estímulo para una acción política que tuviera un fin creativo: la realización del socialismo. El documento estaba dividido en cuatro puntos:

1. Estructura de la empresa y condiciones de seguridad ( preguntas 1-29).

2. Horario de trabajo; trabajo infantil ( preguntas 30-45).

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Cuestionario para una encuesta obrera (1880)

Presentación

Ningún gobierno ( monárquico o republicano burgués) ha osado emprender una encuesta seria sobre la situación de la clase obrera francesa. Pero, en revancha, ¡cuántas encuestas sobre las crisis agrícolas, financieras, industriales, comerciales, políticas!

Las infamias de la explotación capitalista reveladas por la encuesta oficial del gobierno inglés; las consecuencias legales que estas revelaciones han producido (limitación de la jornada de trabajo a diez horas, leyes sobre el trabajo de las mujers y de losniños, etc.) han hecho a la burguesía francesa aún más temerosa de los peligros que podría representar una encuesta imparcial y sistemática.

Esperando que podamos obligar al gobierno republicano a imitar al gobierno monárquico de Inglaterra, a abrir una vasta encuesta sobre los hechos y desgracias de la explotación capitalista, vamos, con los débiles medios de los que disponemos, a intentar iniciar una por nuestra parte. Esperamos ser apoyados, en nuestro trabajo, por todos los obreros de la ciudades y campos, que comprenden que únicamente ellos pueden describir con conocimiento de causa los males que soportan; que únicamente ellos, y no salvadores providenciales, pueden aplicar enérgicamente remedio a las miserias sociales que sufren; contamos también con los socialistas de todas las escuelas que, deseando una reforma social, deben querer un conocimiento exacto y positivo de las condiciones en las que trabaja y se mueve la clase obrera, la clase a quien pertenece el provenir.

Estos Cuadernos del trabajo son la tarea primera que se impone a la democracia socialista para preparar la renovación social.

Las cien preguntas que siguen son las más importantes. Loas respuestas deben llevar le numero de orden de la pregunta. No es preciso responder a todas las preguntas; pero recomendamos responder de la forma más abundante y detallada posible. El nombre de la obrera o del obrero que responde no será publicado, a menos que sea autorizado de forma expresa; pero se nos debe facilitar, así como su dirección, para que podemos comunicar con él.

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Hace falta una reconstruccion global

Stéphane Beaud, Michel Pialoux

Encuesta a los obreros de Peugeot de Sochaux

Con los artículos que estamos presentando queremos comenzar una reflexión sobre cuáles son hoy las tareas que se le plantean a la clase trabajadora para lograr recomponer su conciencia de clase y sus instituciones, en la perspectiva de volver a proponerse como sujeto capaz de liderar la transformación social.

Es preciso partir de reconocer los cambios estructurales que ha sufrido. Se trata de una "nueva clase trabajadora", caracterizada -esencialmente- por una nueva relación laboral (marcada por la desocupación y la exclusión). Como también las pérdidas subjetivas, la autocompresión como clase, y la falta de toda perspectiva que vaya más allá del orden capitalista existente.

Del primero queremos señalar, que lo hemos tomado gentilmente de la revista marxista revolucionaria francesa Carrè Rouge, en el que François Chesnais escribió una reseña del libro Retour sur la condition ouvrière*, sobre los cambios en las vidas de los obreros –y sus familias– que trabajan en Peugeot y las fábricas subtratantes, en la región de Sochaux-Monbéliard, Francia, durante los últimos 15 años. El siguiente es un extracto de esa reseña.

El método de investigación y sus implicancias

Entrevistas individuales llevadas a cabo de manera continua durante un período largo, cuatro años como mínimo, o mucho más largo –en ciertos casos de más de quince– con los obreros de Peugeot es el método de investigación aplicado por los autores. Y se los volvió a entrevistar en diferentes ocasiones de su vida y su actividad: como militantes (en los locales sindicales, en las reuniones de los comités de huelga durante el conflicto de 1989), o como ciudadano en las fiestas de la FCPC de la escuela o del colegio de sus hijos e incluso en su vida familiar.

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