Un punto de encuentro para las alternativas sociales

PCE, marca registrada

Javier Ortiz

Y el PCE aceptó que los albaceas testamentarios del franquismo lo sometieran a examen. Y se avino a pasar bajo esas horcas caudinas, pese a que eso significaba, de un lado, legitimar la autoridad de quienes se arrogaban el derecho de otorgar o negar a los demás patentes de ortodoxia democrática, y del otro, transigir con el hecho de que aún quedaran en la ilegalidad otras organizaciones políticas antifranquistas.

A algunos no nos sorprendió lo más mínimo. Era coherente con la posición que Santiago Carrillo y sus más próximos venían manteniendo desde hacía años, pero muy destacadamente desde 1976. Aunque su aceptación de la Monarquía –es decir, del Rey designado por Franco para sucederle en la Jefatura del Estado– no se produjera formalmente hasta el 14 de abril (sic!), Carrillo ya había hecho saber a Suárez que estaba dispuesto a respaldar el proceso de reforma del Régimen, renunciado a la ruptura que había defendido formalmente en los inicios de la Transición. Suárez sabía que podía creerle: había constatado los esfuerzos hechos por Carrillo para moderar la movilización popular, sin la cual la estrategia rupturista resultaba insostenible.

Aunque en un primer momento no se apreciara, la sucesión de renuncias que caracterizó la línea política seguida en aquellos años por la dirección del PCE introdujo en sus filas un germen de desmoralización y de derrotismo que lo empujaría hacia la pendiente de su autodestrucción, frenada casi in extremis por la corriente que pondría en marcha Julio Anguita más de una década después (*). La base militante y social del PCE, disciplinada como ninguna otra, aceptó resignadamente las consignas desmovilizadoras y conformistas de Carrillo, pero muchos no las sintieron nunca como propias.

¿Qué hubiera podido suceder si el PCE hubiera asumido una política más audaz, menos acomodaticia? Es imposible saberlo. En el seno del propio PCE hay en marcha actualmente un interesante debate sobre el papel que jugó su partido en la Transición. Tengo para mí que con aquellos protagonistas difícilmente hubiera podido representarse un drama muy diferente. Pero no me cabe duda de que las supuestas astucias y zorrerías que propició entonces Carrillo –tan festejadas aún hoy por la derecha, y con razón– contribuyeron en no poca medida a que la política española sea la que es desde hace 25 años, y a que la izquierda no neoliberal y no atlantista juegue desde entonces un papel muy limitado, a menudo casi testimonial.

¿Que de todos modos el PCE iba a acabar en las mismas, porque era el signo de los tiempos? Tal vez. Pero no es lo mismo intentar algo y no lograrlo que renunciar a ello de antemano.

__________(*) Aunque los resultados electorales sean sólo un indicador entre varios posibles, vale la pena recordar que en las elecciones de 1986, Izquierda Unida, con el PCE como principalísimo baluarte, se quedó en el 4,63% de los votos. En 1989, tras llegar Anguita a la Secretaría General y ser elegido coordinador general de IU, duplicó el porcentaje de los votos obtenidos, cifra que mejoró en las elecciones generales de 1993, y aún más en las de 1996, en las que obtuvo 2.639.774 votos (el 10,54% del total). En otras elecciones superó ese porcentaje.

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El PC de EEUU dona sus archivos históricos a la Universidad de Nueva York

Patricia Cohen

El Partido Comunista de EEUU dona sus archivos históricos a la Universidad de Nueva York Patricia Cohen · · · · ·

1/04/07

El cantautor, organizador obrero y héroe de folk Joe Hill ha sido motivo de poemas, canciones, una ópera, libros y películas. Su voluntad, escrita en verso la noche antes de que un pelotón de fusilamiento de Utah lo ejecutara en 1915 y más tarde fuera musicada, devino parte de la banda sonora del movimiento obrero. Ahora la copia original de esa voluntad esbozada se encuentra entre las inesperadas joyas históricas desenterradas de una enorme colección de documentos y fotografías jamás hechos públicos que el Partido Comunista de los EEUU ha donado a la Universidad de Nueva York.El alijo contiene décadas de la historia del partido e incluye documentos fundacionales, contraseñas secretas, pilas de cartas personales, directrices secretas de Moscú, pines de Lenin, fotografías y severas órdenes sobre cómo debían comportarse los buenos miembros del partido (no realización de trabajo caritativo, por ejemplo, que les distrajera de sus deberes revolucionarios). Al ofrecer una visión interna, los archivos tienen el potencial de revisar supuestos tanto en la izquierda como en la derecha sobre uno de los temas más discutidos en la historia americana, además de completar la historia de la política progresista, el movimiento obrero y las luchas por los derechos civiles. “Es una de las oportunidades recopilatorias más apasionantes que se hayan presentado aquí jamás”, decía Michael Nash, director de la Biblioteca Tamiment, de la Universidad de Nueva York, que anunciará la donación el viernes. Historiadores liberales y conservadores, informados por The New York Times sobre los archivos, se mostraron entusiasmados ante la incorporación de tantos documentos originales al archivo histórico. Nadie sabe aún si podrán resolverse las persistentes discusiones sobre la extensión de los vínculos entre los subversivos americanos y Moscú, ya que, como ha dicho el Sr. Nash, “nos llevará años catalogarlos”. Pero lo más apasionante, como han dicho el Sr. Said y otros investigadores, son los nuevos campos de investigación que se abren, más allá del desarrollo en casa de la amenaza a la seguridad durante la guerra fría.

La última rima de Hill ─que empieza mi voluntad es fácil de decidir / no hay nada ahí que dividir─ se descubrió en una de las 12.000 cajas. (Hill fue condenado, algunos pensaron que erróneamente, por homicidio.) En otras cajas había esbozos de programas del partido con cambios manuscritos para su edición y una copia grapada de su primera constitución. “El Partido Comunista es un hecho”, escribía el 18 de septiembre de 1919 C. E. Ruthenberg, el secretario ejecutivo, días después de que los fundadores se reunieran en Chicago. Un documento de 1920 señala la fusión del Partido Comunista con el Partido de los Trabajadores. Recoge Dix como nombre secreto de Earl R. Browder, que años más tarde se convertiría en secretario general del partido, L. C. Wheat, como el de Jay Lovestone, que posteriormente renegaría del comunismo y trabajaría con la AFL-CIO y la CIA, y se refiere a Alexander Trachtenberg como “uno de los agentes fiduciarios de Lenin en América”. A causa de haber permanecido dobladas durante años, muchas de las páginas están impresas con líneas surcadas como caras arrugadas; otras están agujereadas por quemaduras de cigarrillo y son delgadas como papel cebolla. Algunas carpetas, repletas de artefactos desmontables, son como si hubieran sido rociadas con confeti amarillo.Ruthenberg subraya la “forma secreta en que se dirige el partido”. La rama de Los Angeles, conocida como XO1XO5, utiliza la contraseña “kur-heiny, que significa ‘¿Avanzas?’”, escribe. “La respuesta es: teip, que significa ‘sí’.”

Copia un carta firmada por los rusos Nikolai Bujárin y Ian Berzin, que dice que estaba oculta en el forro del abrigo de un bolchevique, sobre cómo debían actuar los americanos. Ordenan al partido a que exhorte a soldados y marineros a hacer campaña “contra los oficiales” y a armar a los trabajadores. Advierten de autorizar a los miembros a tomar parte en actividades filantrópicas o educativas, insistiendo en que forman “organizaciones de lucha para tomar el control del Estado, para derrocar al gobierno y establecer la dictadura del proletariado”. Robert Minor, un dibujante y radical que cubrió la guerra civil rusa, tiene un lúcido y lírico informe de una entrevista con Vladimir Lenin en Moscú fechado en diciembre de 1918. A Lenin le fascinaba América, la consideraba “un gran país en muchos aspectos” y cosió a preguntas a Minor. “«¿Cuánto tardará en llegar la revolución a América?» No me preguntó si llegaría, sino cuándo.” Minor, que aún no se había unido al partido, consideró a Lenin un hechicero. “Cuando arroja su dogma, se ve al Lenin luchador. Es de hierro. Es el Calvino político”, dice Minor en sus notas mecanografiadas. “Sin embargo, tiene su otra cara. Durante toda la discusión estuvo moviendo su silla hacia mí”, escribe. “Me sentí extrañamente sumergido por su personalidad. Llenaba la habitación.” Cuando abandonó el Kremlin, Minor se fijó en dos hombres a bordo de limusinas. “Unos meses antes eran sangrientos agentes del capital de rapiña”, escribe. “Pero ahora son «comisarios del pueblo» y conducen bonitos automóviles como antes y viven en bonitas mansiones.” Gobiernan “bajo banderas de seda rojas para protegerse de cualquier desorden. Han percibido los olores de rosas igual de dulces bajo otro nombre.”

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Alejandra Kollontaï: De revolucionaria a diplomática

      El largo proceso del movimiento revolucionario ruso -que va desde el intento insurreccional de los "decembris­tas" hasta la consolidación del estalinismo-, es extraordi­nariamente rico en cuanto a su participación femenina se refiere. Bastante reducido a una vanguardia muy estricta por las propias exigencias de la clandestinidad, este movi­miento fue llevado, hasta la eclosión popular de 1905 y de 1917, por militantes surgidos, fundamentalmente, -del seno de las clases opresoras. Se puede decir que, sobre todo en su etapa final, no existió una familia perteneciente a las clases privilegiadas que no tuviera una o varias «ovejas negras» entre los suyos y que, entre éstos, no hubiera una mujer que, en ruptura con el ambiente conservador, se lanzara a una incierta aventura revolucionaria que equi­valía a una terrible clandestinidad y casi invariablemente. la cárcel, los malos tratos, el destierro en Siberia o, en el mejor de los casos, el exilio en Europa o en Norteamérica, donde la militancia revolucionaria se curtía culturalmente absorbiendo ávidamente la producción cultural de la iz­quierda occidental cuya producción intentaba aplicar y enri­quecer en una praxis interior en la que el diletantismo era muy difícil.

       La historia de estas mujeres está en gran medida, toda­vía por hacer. Durante su estancia en la Rusia soviética, la compañera de John Reed, Louise Bryant, escribió un am­plio reportaje sobre la aportación femenina a la revolución y descubrió, algo que Lenin y los historiadores reconoce­rían más tarde, a saber, que habían sido las mujeres las que habían desencadenado el proceso revolucionario un 8 de febrero (8 de marzo, Día de la mujer trabajadora, en el calendario occidental). Su testimonio no ha llegado hasta nosotros y posteriormente los trabajos sobre cl papel de la mujer en la revolución rusa representan una ínfima por­ción dentro de la inmensa bibliografía escrita sobre este acontecimiento.

       La mujer rusa necesitaba todavía más que los hombres un cambio revolucionario. Habían sido las esclavas de los esclavos y todavía, en pleno siglo XX, la legislación zarista reconocía a los maridos el derecho de maltratar a sus es­posas. Sin embargo, aunque esta necesidad fuese apremian­te, el atraso cultural, la represión y por supuesto, la incom­prensión del propio movimiento revolucionario, hizo que la incorporación de las mujeres a la lucha fuera tardía y subordinada. Rusia careció de un período de libertades de­mocráticas amplias que permitiera la creación de organi­zaciones de mujeres con una sólida implantación, con un importante número de cuadros capaces de establecer sus propios criterios… La revolución, la guerra civil, el ascenso de la burocracia, la sucesión vertiginosa de acontecimientos no permitió que las grandes ideas desarrolladas por dife­rentes generaciones de mujeres revolucionarias rusas, em­pezando por las audaces nihilistas y continuando por las que lucharon en cada una de las ramas del movimiento revolucionario, cobraron cuerpo a través de organizaciones estables y capaces de imponerse…Por todo ello, la historia del feminismo revolucionario ruso se ilustra primordial­mente a través de las grandes individualidades, de figuras legendarias como lo fueron las populistas Maria Spirido­nova y Vera Figner, la menchevique Vera Zasúlitch, o las bolcheviques Alejandra Kollontaï, Angélica Balabanov, Larissa Reissner, Nadia Krupskaya, Inessa Armand, Elena Stássova, Eugenia Bosch, etc.

       No hay duda: ninguna de las mujeres que dieron vida a la revolución rusa han alcanzado una popularidad in­ternacional tan intensa como Alejandra Kollontaï, a la que el cronista francés de la revolución Jacques Saboul llamaría "la egeria bolchevique del amor li­bre". Esta gran popularidad se deriva, sobre todo, de la notable importancia de sus escritos feministas, de su papel al frente de la efímera y polémica Oposición Obrera, pero sobre todo del hecho de que fue la representante femenina más cualificada del bolchevismo triunfante y como tal, fue una de las “bestias negras” para la derecha, su candidata de mayor prestigio (tercera en las listas para la Asamblea Constituyente), la primera mujer ministra de la historia… Además, quizá nadie mejor que ella define el alcance y las limitaciones, los aciertos y los errores de la revolución, y re­presenta más fielmente la corrupción que conllevó el surgi­miento y la consolidación de un poder burocrático cuya actitud hacia los derechos de la mujer, refleja mejor que con cualquier otro ejemplo, su naturaleza reaccionaria.

      En un balance escrito ya en la vejez, la propia Kollon­taÍ establece su trayectoria militante sobre una triple apor­tación: “Mi primera aportación, naturalmente, es la que he dado en la lucha por la emancipación de las mujeres trabajadoras y por el afianzamiento de su igualdad en todas las esferas del trabajo, de la actividad esta­tal, la ciencia y demás. Con la particularidad de que enlazaba indisolublemente, la lucha por la emancipa­ción y la igualdad con la doble misión de la mujer: la de ciudadana y la de madre (…) segunda aporta­ción a la lucha por la agitación de una sociedad nueva es mi labor internacional, la agitación y la propa­ganda realizadas en muchos países y, esencialmente, en los Estados Unidos de Norteamérica durante la primera guerra imperialista. La labor realizada, por indicación de Lenin, para apartar de la II Interna­cional a los elementos de izquierda y sentar los funda­mentos de la III Internacional (…) tercera aporta­ción a la política de fortalecimiento de la Unión Sovié­tica es mi actuación en la diplomacia, desde 1922 hasta marzo de 1945…” (1)

       Quizás de acuerdo con Voltaire que afirma que “el amor propio dura toda la vida”, Alejandra reescribe la historia en función de las exigencias de la historia oficial. Ya no se presenta como una mujer sexualmente emancipada, ni como una inconformista dentro de los rangos marxistas y bolche­viques, no menciona para nada a Stalin que viene a ser algo así -salvando las distancias- como hablar del siglo de Pericles sin mencionar a Pericles. Se sitúa bajo el amparo de Lenin con el que mantuvo sus acuerdos, pero también sus desacuerdos y adapta su feminismo a la versión oficial del Estado: la mujer debe ser ciudadana y madre.

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Breve autobiografía de Alejandra Kolontái para la Enciclopedia Granach

Alejandra Kollontai

  Nací en 1872 v crecí en el seno de una familia de la nobleza terrateniente. Mi padre, general ruso, era de origen ucraniano. En cuanto a mi madre, finlandesa. era de origen campesino. Pasé mi infancia y mi juventud en Petrogrado  y en Finlandia. Primogénita de la familia e hija única de mi padre (era el segundo matrimonio de mi madre) fui objeto de cuidados muy cariñosos por parte de mi numerosísima familia, que conservaba las costumbres patriarcales. No fui al instituto porque se temía tuviese malas compañías. Aprobé el bachillerato a los 16 años y seguí cursos particulares y conferencias sobre historia, literatura, etc. Mis padres me prohibieron también asistir a los cursos Bestúzhev. Trabajé mucho, particularmente bajo la dirección del e historiad literatura Víctor Petróvic Ostrogorsky. Éste consideró que yo tenía dotes literarias y me Impulsó hacia el periodismo, Me casé muy joven, en parte por espíritu de rebeldía contra mis padres. Pero al cabo de tres años me separé de mi marido, el ingeniero Kolontái, llevándome a mi pequeño hijito (mi apellido de sol­tera es Domontóvich).

     En ese momento mis ideas políticas comenzaron a precisarse. Trabajé en las sociedades de difusión de la cultura, ya que servían a mediados de la década del 90 como fachada a una serie de empresas clandestinas. Así por medio del famoso "museo ambulante de ayuda escolar de material didáctica" habíamos establecido vínculos con los detenidos en la fortaleza de Schlüsselburg. Gracias a nuestra actividad en las sociedades de instrucción y a las lecciones que dábamos a los obreros pudimos tener con estos un contacto muy activo. Organizamos veladas de beneficencia para recoger dinero a la Cruz Roja política. El año 1896 fue decisivo en mi vida. Pasé la primavera de ese año en Narva, en la famosa fábrica de Kremgólskaya. El cuadro de servidumbre de doce mil tejedores me impresionó profundamente. En ese momento no era aún marxista y me inclinaba más bien hacia el populismo y el terrorismo.

     Tras mi visita a Narva, me use a estudiar marxismo y economía. En ese momento aparecieron, una tras otra, las dos primeras revistas marxistas legales: Nachalo y Nóvoe slovo. Su lectura me abrió considerablemente los ojos. Acababa de encontrar la vía que había empezado a buscar con particular perseverancia desde mi visita a Narva. La famosa huelga de Ios obreros textiles de Petrogrado en 1896, en la que tomaron parte treinta y seis mil obreros, hombres y mujeres, contribuyó del mismo modo al esclarecimiento de mis ideas políticas. Con Elena D. Stássova y un gran número de camaradas que trabajaban todavía al margen del partido, organizamos colectas de ayuda a los huelguistas.

     Este ejemplo espectacular del crecimiento de la conciencia del proletariado, esclavizado y desprovisto de derechos, me incitó entonces de manera decisiva a pasar al campo marxista. Sin embargo, no trabajé todavía como publicista marxista y no tomé parte activa alguna en el movimiento. Me consideraba aun muy poco preparada. En 1898, escribí mi primer estudio sobre la Psicología de la educación: "Bases de la educación según Dobroliúbov". Apareció en septiembre de 1898 en la revista Obrazovanie, que tenía aún carácter pedagógico antes de transformarse, a continuación, en uno de los órganos legales más persistentes del pensamiento marxista. Su redactor jefe era A. Y.Otrogorsky. El 13 de agosto de ese mismo año parti para el extranjero a estudiar ciencias económicas y sociales.

     En Zúrich, ingresé en la universidad, siguiendo los cursos del profesor Herkner, cuya segunda edición de su libro sobre la cuestión obrera me había interesado. Fue algo característico que cuanto más avanzaba en el estudio a fondo de las leyes económicas, más me convertía en marxista "ortodoxa" mientras que mi profesor y director de estudios se volvía cada vez mas, hombre de derechas y se alejaba de la teoría de Marx, termi­nando, en la quinta edición de su libro, por ser un verdadero renegado. Fue aquel un curioso periodo, cuando apareció abiertamente en el partido alemán, por la ligereza de Bernstein, una abierta tendencia a la concilia­ción práctica, al oportunismo, al "revisionismo"; es decir, a la revisión de la teoría de Marx. Mi venerable profesor cantaba alabanzas a Bernstein. Pero yo seguía resueltamente a la izquierda. Me entusiasmé con Kautsky devorando la revista Neue Zeit, editada por él, y los artículos de Rosa Luxemburgo. Me interesó particularmente el librito de ésta Reforma o Revolución, donde refutaba la teoría integracionista de Bernstein.

      Por consejo de mi profesor, y provista de sus recomendaciones, parti en 1899 para Inglaterra a estudiar el movimiento obrero, que por su sensatez me convencería de que la verdad estaba del lado de los oportunistas y no de los "izquierdistas"

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Kim Philby, camarada universal

Gonzalo Pérez

KIM PHILBY, CAMARADA UNIVERSAL

Gonzalo Pérez.

Danton: "Audacia, audacia, siempre audacia".

Intentaremos hacer una pequeña semblanza de un hombre, Kim Philby, que puso sus mejores cualidades y capacidades al servicio del socialismo. Por su origen social y educación estaba llamado a ser un dirigente del todavía Imperio británico, que sabría recompensarle adecuadamente, tanto en lo material como en reconocimiento social. Pero Philby, como muchos otros, no pudo permanecer indiferente ante las injusticias y los fascismos de los años 30, lo que le llevo a tomar un compromiso que no abandonó en toda su vida. El compromiso se plasmó en su trabajo como doble-agente dentro del Servicio Secreto Inglés al servicio de la Unión Soviética. Ha sido reconocido como el mejor espía del siglo XX, y estuvo a punto de ser nombrado jefe del Servicio Secreto Inglés. El devenir de su vida está jalonado por los acontecimientos más importantes del siglo pasado: la subida del nazismo en Alemania; el golpe de Estado en Austria (1934); la guerra civil española; la 2ª Guerra mundial; la “Guerra Fría”, y los conflictos de Oriente Próximo. En todos ellos estuvo presente y aunque en su momento pareciera que estaba en el otro lado de la barricada, sus aportaciones fueron muy valiosas, para lograr que la URSS siempre estuviera informada de las conspiraciones que urdía el mundo capitalista contra ella.

Philby nació en 1912, el día de Año nuevo, en Ambala, en el Punjab que entonces era, como toda la India, una colonia británica; hijo de un extravagante funcionario y aventurero inglés, St. John Philby, que tuvo una relación muy estrecha con el mundo árabe (fue asesor de la casa de Saud), y realizó reconocidos estudios sobre arqueología, geografía y lingüística árabe. Después de la 1ª Guerra mundial, cuando Gran Bretaña no cumplió los acuerdos que había firmado con los árabes, para luchar contra el Imperio Otomano, St. John les siguió asesorando, y confirmó la idea de que no podía confiarse en los gobernantes de su país. Kim, a los siete años se traslada a Inglaterra donde después de seguir una brillante carrera escolar, en el mismo colegio que su padre, Westminster, ingresa en 1929 en el Trinity College de la Universidad de Cambridge, que era y es, una de las principales canteras de los dirigentes y las élites gobernantes británicas.

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Todo un mundo quechua por ganar

Mila de Frutos

TODO UN MUNDO QUECHUA POR GANAR

Mila de Frutos.

De cómo el heterodoxo revolucionario José Carlos Mariátegui logró articular las ideas de socialismo y nación.

Las primeras impresiones percibidas al abordar la lectura de los “7 ensayos de interpretación de la realidad peruana” revelan frescura, realismo y fuerza expresiva del relato histórico-político ofrecido, cuya vocación parece consistir en la fijación de las vigas maestras para la correcta comprensión de las estructuras sociales, económicas y políticas del Perú.

Sorprende también constatar que ese proceso no se halla sometido a ningún esquema teórico predeterminado más allá de la concepción materialista de la historia, así como el empeño con que José Carlos Mariátegui evita constreñir el desarrollo histórico del Perú a una hipótesis o línea preexistente. Agrada confirmar la ausencia de cualquier dogma teórico de obligado acatamiento. El enfoque analítico empleado evoca la obstinada actitud del viejo Marx de comenzar con el estudio de la historia de los pueblos cuyas estructuras presentes pretendía desvelar. Consigue fijar un retrato realista del mundo en el que vive porque evita aplicar al proceso de revelado, correctivos tendentes a la obtención del resultado esperado. La antropología y la historia comparada ocupan, como en Marx, un lugar destacado, elementos difíciles de hallar en los marxistas contemporáneos de Mariátegui, más preocupados en aquel momento por los misterios de la praxis.

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Comunismo, una historia italiana

 Carlos Gutiérrez

El 27 de marzo de 1944, después de casi veinte años de ausencia, llega a Nápoles el secretario general del Partido Comunista Italiano, Palmiro Togliatti. La ciudad a la que llega ya ha sido liberada por los Aliados, mientras que podemos afirmar que Italia, en su conjunto, se halla dividida en dos partes. El Sur ha sido liberado, fundamentalmente por los norteamericanos, que ocupan toda la zona, mientras que en el Norte del país los comunistas junto a otras formaciones partisanas continúan combatiendo con las armas en la mano. El análisis que Togliatti hace de la situación es el siguiente: la guerra no está ganada, necesitamos concentrar todos nuestros esfuerzos para ganarla, para acabar con los nazis, para devolver la dignidad a la patria. Togliatti, que había formado parte junto con Gramsci del núcleo del que nació el Partido Comunista, l´Ordine Nuovo, pretende abordar en 1944 una nueva reinvención del partido. Un partido que al mismo tiempo se inserte en la historia de Italia y que consiga derrotar la idea de que responde miméticamente a los intereses de la Unión Soviética. No olvidemos que Togliatti era no solo un político “práctico”, sino que era uno de los más lúcidos dirigentes de la Internacional Comunista. Un político que había sido capaz de profundizar en el análisis del fascismo, superando la definición de éste como la larga mano del capitalismo y su consiguiente brazo represivo, e identificando su carácter de masas al definirlo como “régimen reaccionario de masas”.

Esta nueva línea para el partido italiano viene apuntalada en un posterior discurso el 11 de Abril en Nápoles en el que Togliatti afirma: “El partido comunista y las masas deben empuñar la bandera de la defensa de los intereses nacionales que el fascismo y los grupos que le alzaron en el poder han traicionado”. Un partido que no debe ser “propagandista del comunismo” sino que debe levantar un programa de renovación del país y que derrote al fascismo construyendo la unidad de las masas populares. Afirma Togliatti: “El carácter de nuestro partido debe cambiar profundamente. El partido no se puede contentar con criticar o protestar, sino que debe tener una solución para todos los problemas nacionales”. “Por lo tanto, un partido no propagandístico, no una secta, sino un partido que debe hacer política de masas”. En el ámbito organizativo se toman también medidas de tipo audaz; mientras que otros partidos, como el socialista, impiden la afiliación si se ha pertenecido al partido nacional fascista, en el comunista se permite la inscripción, con precauciones, de antiguos miembros de organizaciones fascistas. En este marco se inscribe la polémica, y muy contestada desde las organizaciones partisanas, amnistía promulgada en 1946, (Togliatti era ministro de Justicia) en la que se eliminan los antecedentes penales de los fascistas que habían sido depurados de la administración del Estado.

El 3 de octubre del mismo año, 1944, en Florencia, Togliatti elabora definitivamente la cultura del nuevo partido comunista, señalando los tres caracteres que este partido debe tener. En palabras de Togliatti estos tres caracteres “Son entre ellos inseparables y son el uno condición del otro. Primero: El partido debe ser nacional. Segundo: debe ser de gobierno. Tercero: debe ser de masas”. Este último aspecto se cumple rápidamente y en el año 1947 el partido ya cuenta con dos millones doscientos mil inscritos. Nos encontramos en un momento en el que, en el ámbito interno, la dirección de Togliatti emprende un trabajo dedicado a dotar al partido de características propias, un partido menos cerrado y una política de cuadros que promocione a los más jóvenes.

Estamos aquí en un momento histórico, en el que el partido italiano está siguiendo un desarrollo propio no visto en ningún otro caso europeo, en un momento en el que, también, el partido colabora en el gobierno, y en lo que será muy importante para el partido y para Italia, en la elaboración de una nueva Constitución. La participación de los comunistas en colaboración con otros grupos de izquierda y los sectores más progresivos de los partidos católicos consiguió introducir importantes elementos de democracia social. El artículo calificado por algunos de “subversivo” de la nueva Constitución italiana es el tercero: “Es misión de la república suprimir los obstáculos económicos y sociales que, limitando de hecho la libertad y la igualdad de los ciudadanos, impiden el pleno desarrollo de la persona humana y la participación efectiva de todos los trabajadores en la organización política, económica y social del país”. El mismo artículo introductorio de la citada Constitución es bien innovador: “Italia es una república democrática, basada en el trabajo”; la propuesta original de los comunistas era: “Italia es una república democrática de trabajadores”. Un paso importante, el texto constitucional, pero como siempre la falta de aplicación del texto escrito se hizo patente desde los primeros momentos -con la utilización de la Mafia para reprimir al movimiento antilatifunidista por ejemplo- y ha continuado desarrollándose hasta nuestros días con los furiosos ataques del berlusconismo hacia el texto constitucional.

La siguiente fecha clave para el comunismo italiano, y para todo el movimiento comunista internacional, es febrero de 1956 y el XX Congreso del PCUS. Kruschev anuncia que el campo socialista es ahora un sistema mundial, la guerra no es inevitable, y cada país tendrá su vía al socialismo. La lectura de la relación de Kruschev suponía un hálito de esperanza para los partidos occidentales que vislumbraban, en la soviética, una sociedad con capacidad de reformarse. El conocimiento en días posteriores del segundo informe (secreto) de Kruschev, en el que enumeraba y denunciaba los crímenes de Stalin, produjo una conmoción aún más fuerte y fue incluso puesta en duda su veracidad durante varios meses. En un famoso encuentro del Comité Central del PCI, Togliatti afirma refiriéndose a lo denunciado por Kruschev: “No lo sabíamos y no lo podíamos imaginar”. ¿No lo había sabido y no lo había podido imaginar desde el Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista? En el mismo año tiene lugar el VIII Congreso del PCI en el que definitivamente se lanza la “Vía italiana al socialismo”; el informe de Togliatti al congreso lleva precisamente ese nombre. No se trata de un cambio en la línea política, sino de una consolidación de la que se había desarrollado desde 1944. El grupo dirigente continúa siendo el mismo hasta el IX Congreso, en 1959; en éste queda excluido todo el viejo grupo salido de la Resistencia y se produce una importante renovación generacional en los cuadros del partido.

Los últimos años cincuenta y, sobre todo, el inicio de los sesenta, suponen para Italia el inicio de la estabilización y del desarrollo industrial acelerado, la composición social cambiaba y las ciudades crecían tumultuosamente. Estaba naciendo un nuevo proletariado y un nuevo movimiento obrero. Frente al análisis inmovilista de las organizaciones tradicionales de la clase obrera que continuaban fieles al “desarrollo progresivo de las fuerza productivas” como motor de la marcha de la humanidad, nacían experiencias que pretendían interpretar y actuar ante las nuevas realidades superando la vieja idea productivista. En este sentido, tuvo especial importancia la experiencia de un grupo de jóvenes teóricos italianos, algunos procedentes del PCI, otros del Partido Socialista, (Panzieri, Tronti, Alquati, Asor Rosa) que fundan en junio de 1961 la revista Quaderni Rossi. Esta revista, dedicada al estudio de los cambios producidos en la clase obrera y en el propio capitalismo en los primeros años sesenta, marcará el nacimiento de todo un modo de interpretar el marxismo: el operaismo. Quaderni Rossi tendrá una vida bastante corta y sólo se continuará publicando hasta mayo de 1965. En febrero de 1964 varios miembros (Toni Negri, Tronti, Asor Rosa, Alquati) salen de la redacción y fundan la revista Classe Operaia. De la evolución de ésta surgirán diversos grupos como Autonomía Operaia y Potere Operaio que jugarán un papel muy importante en las luchas de los años setenta.

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Nicolai Bujarin

A modo de introducción

        Aunque sea poco conocido,  el debate entre la oposición de derecha y la de izquierda en el movimiento comunista internacional, rotundamente encarnadas por Nikolai Bujarin y león Trotsky, respectivamente, que tuvo su mayor vigencia en la segunda mitad de los años veinte con un antes y un después, tuvo y tiene su traducción española. Lo tuvo en el POUM, caracterizado como “trotsko-bujarinista” por el infortunado periodista soviético Mijhail Koltzov (1), y lo ha vuelto a tener, bajo otras perspectivas entre sectores de la intelectualidad marxista crítica ligada proveniente de la tradición comunista, y el sector más ligado con el trotskismo, más específicamente con lo que fue la LCR, por no hablar de otras posibles resonancias.

       En  caso del POUM que recogió todas las disidencias del PCE, el “bujarinismo” está estrechamente ligado a Maurín y la Agrupación Comunista madrileña liderada por Juan Portela y Julián Gorkin (2), en tanto que el trotskista lo está con Nin y Juan Andrade, todos ellos cofundadotes del PCE. Tanto Trotsky como Nin acusaron una y otra vez a Maurín de “bujarinista”, aunque lo cierto es que éste fue expulsado del Komintern por negarse a condenar a Trotsky, y  conoció una potente radicalización a raíz del ascenso del nazismo al poder. La acusación se fundamentaba tanto en la actitud de Maurín ante el Komintern como por  el criterio que guiaba la formación del “Bloque Obrero y Campesino” (BOC), como una organización más amplia que un parido comunista.

       Sin embargo, este criterio fue aplicado por Maurín en un sentido más clásico, y el BOC no tuvo nada que ver con  el “Kuomintangnismo” ni nada por el estilo, sirvió para integrar justamente a los “bujarinistas” madrileños, y también a los comunistas independentistas como Jordi Arquer y Josep Rovira, que habían organizado pequeñas formaciones de este signo en Cataluña. En el POUM, Portela representó siempre al sector más afín con el PCE y el Frente Popular (y opuesto al trotskismo,  en el sentido de que había que estar “por encima” del dilema Stalin-Trotsky, un criterio en el que abundó especialmente  Gorkin en sus diatribas contra Trotsky en relación a la línea a seguir durante la guerra y la revolución). La presunción  (expresada entre otros por el avieso Antonio Elorza en Queridos camaradas), según la cual, de haber permanecido Maurín al frente del POUM durante la guerra habría actuado en la misma línea que Portela tiene dos argumentos en contra, primero, Maurín fue el principal teórico de la Alianza Obrera y del POUM, segundo, que su discípulo  “Pep” Rebull se mostró muy crítico con actuaciones de Nin, como lo fue colaborar con la Generalitat y defendió una opción que los componentes de la Cuarta Internacional dentro del POUM, vieron como próxima a la suya (3).

       Pienso que el reconocimiento que obtuvo Bujarin en los años setenta tiene mucho que ver con las tentativas de un “comunismo democrático” en partidos comunistas como el italiano. No hay que olvidar que Togliatti, aunque se plegó a Stalin para  salvar la vida había mostrado sus simpatías con Bujarin, y que otros líderes comunistas como Angelo Tasca y el propio Gramsci, se encontraban en esa misma línea (4). Como es sabido, el líder de la revolución húngara de 1956, Imre Nagy, había sido afín a Bujarin, y la huellas de éste –en su fase del socialismo a paso de tortuga, manteniendo la alianza obrero-campesina de la NEP-, se pueden encontrar bajo diversas formas en cierto titoismo (que en Cataluña representó Joan Comorera), en Alexander Duceck, y otros disidentes. Durante la “perestroika”, sectores muy significativos de los partidos comunistas europeos, y muy significativamente del PSUC, llevaron a cabo una extensa campaña que comprendía no solamente la exigencia de su “rehabilitación” (concepto equívoco donde los haya), sino también su revalorización. Seguramente la expresión más acabada de esta campaña fue la biografía de Bujarin escrita por el reconocido historiador y sovietólogo norteamericano Stephan F. Cohen, sobre la cual se incluye en este “dossier” un trabajo crítico escrito por Tamara Deutscher, la compañera de Isaac Deutscher, y colaboradora de E. H. Carr.

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El miedo suma…. 77

Sergio Cararo

El miedo suma…. 77

Sergio Cararo*

Pensiones, precariedad, decisiones de política militar, Tren de Alta Velocidad, privatizaciones, distanciamiento entre representación política y realidad social. La contradicción entre las expectativas y la realidad crece impetuosamente. El gobierno Prodi y los poderes fuertes aceleran el paso pero temen las repercusiones. La normalización del cuadro político pasa a través de la criminalización de las luchas o de los sujetos disonantes. Por eso, se rescata de los armarios la demonización de los movimientos de los años 70, evocando continuamente unos espectros que tendrían todas las posibilidades para materializarse.

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Fascismo y antifascismo en la cultura comunista. La resistencia antifascista y la internacionalización del movimiento comunista

Alejandro Andreassi Cieri

Universitat Autònoma de Barcelona1

Domenico Losurdo señala en su libro Il revisionismo storico, que la Resistencia contra el fascismo durante la Segunda Guerra Mundial también fue blanco de la oleada ensayística e historiográfica revisionista que, principalmente desde los años ochenta del siglo pasado, se dedicó a demonizar el arco revolucionario que iniciado en 1789 se extendió hasta las luchas revolucionarias y anticoloniales de la segunda mitad del siglo XX.2 Las consecuencias nefastas del régimen de Stalin en la URSS, con los gulags y los crímenes cometidos en nombre de la revolución, fueron presentadas por ese pensamiento conservador como “pruebas” de la “perversidad originaria” inscrita en el propio proyecto e ideario emancipador moderno desde su arranque con la Revolución francesa, y por lo tanto todos los acontecimientos que estuvieran vinculados fáctica o ideológicamente con él debían ser igualmente condenados, o al menos reducidos en su jerarquía moral.3 Esa devaluación de la lucha antifascista responde a clichés confeccionados durante la Guerra Fría, confeccionados por los intereses ideológicos de uno de los bloques más que por el rigor académico, ya que no se detienen en la complejidad de las relaciones políticas nacionales e internacionales del período de entreguerras, donde la instauración de las dictaduras fascistas con su exaltación de la violencia, su militarismo y racismo exacerbaron los enfrentamientos en el seno de las sociedades europeas o crearon nuevas tensiones. Es por ello que la intención de este texto es la de explorar las relaciones que mantuvo el movimiento comunista con el problema del fascismo y concretamente con la resistencia antifascista, para ofrecer otra visión de esa etapa de la historia europea.

1. Definiciones del fascismo

Puede considerarse que el combate antifascista de los comunistas conoce dos etapas diferenciadas por la definición que hacen del fascismo. La primera, desde 1922 hasta 1935; se caracterizaría porque no establecen mayores diferencias entre fascismo y capitalismo, siendo el primero y la democracia parlamentaria dos formas de dictadura capitalista y por lo tanto la lucha antifascista sería un momento más del enfrentamiento histórico entre capital y trabajo que se resolvería con el derrocamiento revolucionario del capitalismo. La segunda etapa se iniciaría con la celebración del VIIº Congreso de la IC, en 1935 y finalizaría en 1945.4 En esta, en cambio, se establecerían ciertas diferencias entre ambos sistemas, por lo que no todos los sectores favorecidos por el capitalismo lo serían por el fascismo, lo que permitiría una amplia alianza de estos con la clase obrera para poder enfrentar a los sectores capitalistas monopólicos, ultranacionalistas y militaristas, por ende más agresivos, representados por el fascismo.

Zinoviev, en el IV Congreso de la COMINTERN (diciembre de 1922), definiría al fascismo como la forma en que se manifestaba la ofensiva política que la burguesía emprendía en el ámbito de la economía contra la clase obrera, como una guardia blanca que, al mismo tiempo intentaba ganar el apoyo de las clases medias urbanas y rurales así como de algunos sectores obreros decepcionados por los fracasos de la democracia liberal.5 Con él coincidiría, Clara Zetkin, en el pleno del Comité Ejecutivo de la IC (23/6/1923), agregando que el fascismo era un fenómeno típico del capitalismo en crisis, que expresaba el recurso a la violencia de las clases dominantes frente al fracaso del Estado burgués tradicional para defender sus intereses y del movimiento obrero revolucionario. Siguiendo ese hilo argumental, Karl Radek proponía considerarlo como “contra-revolución preventiva”.6 Eran declaraciones que se ajustaban a la promoción por la Comintern (IC) del Frente Único Proletario como respuesta al descenso de la oleada revolucionaria inmediata a la revolución de Octubre y al ascenso del fascismo, junto al fortalecimiento de regímenes autoritarios en varios países europeos.

Estas tesis sobre el fascismo serían influidas por el clima de hostilidad de los gobiernos europeos hacia la URSS, ya que además del enfrentamiento ideológico, o alimentado por él, los líderes conservadores de Gran Bretaña y Francia rechazaban cualquier acuerdo con la URSS si no reconocía la deuda contraída por el régimen zarista y no ofrecía reparaciones a los propietarios afectados por las nacionalizaciones decretadas por el gobierno revolucionario. Las presiones de las derechas británicas y francesas, a las que se sumaron las de la Standard Oil, cuyos intereses eran respaldados por el gobierno norteamericano, devolvieron a los soviéticos la impresión de que no cesaba la amenaza de una alianza ofensiva, similar a la experimentada durante la guerra civil de 1918.1920. Al rechazo diplomático a la URSS se agregaban las declaraciones favorables al fascismo de personalidades próximas o pertenecientes a esos mismos ámbitos políticos y culturales, que reforzaban la concepción del fascismo como una gran ofensiva, que en defensa del capital, pretendía acabar con el primer estado socialista y con todo el movimiento revolucionario internacional.7 Winston Churchill se referirá a Mussolini en los siguientes términos en su discurso ante la Liga Antisocialista británica, el 18 de febrero de 1933: “El genio romano personificado por Mussolini, el más grande legislador vivo, ha demostrado a muchas naciones cómo se puede resistir al avance del socialismo y ha señalado el camino que puede seguir una nación cuando es dirigida valerosamente. Con el régimen fascista, Mussolini ha establecido un centro de orientación por el que no deben dudar en dejarse guiar los países que están comprometidos en la lucha cuerpo a cuerpo con el socialismo”.8 También los medios políticos liberales norteamericanos saludarán al dictador italiano con estos términos: “Este es el momento del pragmatismo, no del dogmatismo- del realismo, pero de un realismo que puede también ser rico en ideas espirituales, y yo quiero dejar registrado en el inicio de este libro sin pretensiones mi fe en Benito Mussolini, el gran premier italiano, y en el fascismo, el fruto de su maravilloso cerebro, como la expresión más elevada de la filosofía pragmática de gobierno, cuya fórmula invariable es la pregunta «¿Esto funciona?»-”.9 Ludwig von Mises, pope del liberalismo, “… veía en el squadrismo mussoliniano un «un remedio momentáneo dada la situación de emergencia» y adecuado al objetivo de salvar la «civilización europea»: «El mérito de tal modo adquirido por el fascismo vivirá eterno en la historia»”.10

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