Publicado en Memoria 164 octubre 2002 | Groppo, Bruno | Reflexiones
Un caso paradigmático
La memoria, en tanto presencia del pasado, es el fundamento de la identidad. La memoria colectiva, es decir, la memoria compartida por un grupo social, reasume y reelabora la historia de este grupo en función del presente, seleccionando ciertos aspectos del pasado, destinados a ser recordados y transmitidos, y condenando otros al olvido. Las identidades colectivas, incluidas las identidades nacionales, son en gran medida el resultado de este trabajo de memoria, que presenta dos características esenciales. Ante todo, es una obra de selección entre los innumerables elementos que componen el pasado. La memoria es selectiva. En efecto, es imposible recordar íntegramente el pasado1: sólo una parte de ello permanece impresa en la memoria, mientras el resto cae en el olvido. Por lo tanto, memoria y olvido son indisociables, como las dos caras de una misma medalla o dos aspectos de una misma realidad. Es importante observar que también el olvido interviene en el proceso de construcción de la identidad, en particular de las identidades nacionales, que están fundadas precisamente sobre el olvido compartido de muchos aspectos del pasado.
La segunda característica consiste en que la memoria no es una restitución idéntica de los eventos pasados, sino siempre una reconstrucción del pasado en función de los problemas y las preocupaciones del presente. El recuerdo de un mismo suceso varía en el tiempo, asumiendo significados distintos según los momentos y las épocas en las cuales viene evocado. En Francia, por ejemplo, la memoria de la Revolución Francesa no es la misma en la época del Frente Popular, que al día siguiente de la Liberación o en ocasión del segundo bicentenario. El trabajo de la memoria consiste precisamente en la reconstrucción incesante del pasado a la luz del presente, atribuyéndole cada vez nuevos significados y contribuyendo en tal modo a la construcción, también ella permanente, de las identidades, sean individuales sean colectivas. También, la pérdida de memoria significa la pérdida de la identidad: equivale a cortar total o parcialmente los filos que unen al grupo o al individuo con su pasado y que dan un sentido a su presente.
Cada grupo social, del más pequeño al más grande, produce y transmite su memoria específica, que constituye, como lo hemos dicho, el fundamento de su identidad. En cada sociedad, existe por lo tanto una pluralidad de memorias de grupo, o memorias sociales, que coexisten y frecuentemente se confrontan, provocando verdaderas y propias guerras de la memoria, porque cada una de estas memorias colectivas busca afirmarse, de frente a las otras, para devenir la memoria dominante, es decir, aquella compartida por el número más grande de personas. Cada grupo recuerda del propio pasado sobre todo aquellos aspectos que contribuyen a valorizar y a consolidar su identidad, mientras deja en cambio, en la sombra, condenándolos consciente o inconscientemente al olvido, aquellos que atentan en cambio con cargar de prejuicio tal identidad. No analizaremos aquí en modo pormenorizado la distinción entre historia y memoria. Nos limitaremos a observar que éstas tienen en común el carácter selectivo y de reelaboración del pasado, pero que la historia tiene una pretensión científica, es decir, busca interpretar el pasado sobre la base de los criterios del trabajo científico (verificación de hipótesis, etcétera). En otras palabras, la historia quiere ser una forma “científica” de la memoria, pero también ella, como la memoria, reconstruye el pasado a la luz de las preocupaciones del presente.
Hechas estas premisas, nos proponemos reflexionar sobre el funcionamiento de la memoria colectiva, o más exactamente de las memorias colectivas, en Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Sobre todo, nos interesa saber cómo ha sido recordado, en las dos partes de Alemania, un aspecto particular del pasado, que a saber es la dictadura nazi. Desde el punto de vista de una reflexión sobre la memoria colectiva y sobre la relación entre historia y memoria, el caso alemán es particularmente interesante por una serie de razones que lo vuelven casi paradigmático. La primera razón consiste en el carácter de ruptura radical y traumática que el nazismo ha representado en la historia alemana y, por lo tanto, es lógico que ocupe un lugar importante en las memorias colectivas. Después, existe el hecho de que el régimen nazi cometió, en nombre de Alemania, crímenes particularmente monstruosos; el principal de ellos fue el exterminio de los judíos en Europa. La sombra de Auschwitz, símbolo de esta política de exterminio, se extiende sobre toda una parte de la historia y de la memoria alemana. La memoria del periodo nazi es sobre todo memoria de los crímenes cometidos durante dicho periodo. El problema de esta memoria es que el régimen nazi tuvo el apoyo, frecuentemente entusiasta, de gran parte de la población alemana. Por lo tanto, hay un problema -político y moral- de co-responsabilidad, en el sentido de que la responsabilidad por los crímenes cometidos por el nazismo no puede ser atribuida exclusivamente a un restringido número de jerarcas nazis, sino que se extiende también, en distinta medida, a aquella parte de la población alemana que apoyó a Hitler y que permanece fiel a él hasta el final. La existencia, por más de cuarenta años, de dos Alemanias, dotadas de sistemas políticos y económicos opuestos, permite además confrontar el funcionamiento de dos memorias colectivas muy distintas que se refieren al mismo pasado. Por todas estas razones, el caso de Alemania amerita una atención particular, también si los mecanismos fundamentales de la memoria colectiva en este país son análogos a aquellos que se pudieran observar en otro lugar.
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