Un punto de encuentro para las alternativas sociales

La memoria del genocidio alemán

Publicado en Memoria 186 agosto 2004 | Prieto, Jimena A. | Reflexiones

“Historia monumental” llama Nietzsche, en la segunda de sus Consideraciones Intempestivas, al acto de rememoración que los pueblos hacen de su propio pasado; ya sea a través de monumentos nacionales o de conmemoraciones oficiales, en esencia, se trata de representaciones destinadas a reflejar un tiempo lejano, fijándolo inamoviblemente como fundamento mítico de la nación.

Mientras que la historia misma está marcada con el sello de lo irrepetible, la memoria colectiva de un pueblo se encarga de escenificar aquel tiempo digno de ser conjurado y elevado a heroico pasado nacional.

A pesar de lo oscuro de su historia, a principios del siglo XXI, Alemania ha logrado hacerse de una “historia monumental”. Podremos ver materializada esta empresa en el “Monumento Nacional a los Judíos Europeos Asesinados” que en octubre de este año comienza a construirse en el corazón de la nueva capital, Berlín. No deja de sorprender este momento cumbre de escenificación política, sobre todo al tener presente que la historia posterior al nacionalsocialismo se caracteriza por el peso de la propia culpa. Sin embargo, podemos entender la especificidad de este monumento al tomar en cuenta que toda conmemoración en torno al nacionalsocialismo lleva en su seno su propia negación. Ya sean recintos del recuerdo o fechas conmemorativas, estos espacios sólo pueden configurarse en términos opuestos a los que otras naciones celebran afirmativamente su propio pasado; Alemania recuerda sus propios crímenes, de ahí el carácter de luto como momento constitutivo de la memoria colectiva.

Este artículo, en el que se recorre la historia de Alemania desde el momento de su derrota, pretende dar una visión general del complejo proceso de formación de la memoria colectiva. Se necesitarán varios decenios para comprender que el genocidio no constituye únicamente una etapa de totalitarismo y criminalidad, sino una radical “ruptura civilizatoria”, que tiene lugar a mediados del siglo XX, en una nación que representa en su tradición humanística uno de los puntos más elevados del pensamiento ilustrado europeo. Se necesitará también el esfuerzo de una nueva generación para consolidar las bases de un proceso de saber cada vez más diferenciado en torno al genocidio. Una auténtica cultura de la memoria sólo será posible una vez que los jóvenes de los años sesenta exijan a la generación anterior la confrontación crítica y reflexiva con el pasado. El genocidio se convertirá entonces en objeto de saber popular, en el “Holocausto”, y comenzará a multiplicarse indefinidamente toda suerte de representaciones comerciales y artísticas, tanto en Alemania como en otros países. Un punto final de la historia de la representación del genocidio puede verse en la puesta en escena oficial del discurso de las víctimas, cuyo máximo monumento podrá ser visitado en 2004, en Berlín.

Todos y cada uno de estos momentos reflejan una historia desgarrada entre la necesidad de olvido y la obsesión por recordar el pasado nazi, búsqueda histórica de absolución y de confrontación constante con la culpa alemana.

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La Unión Europea: ¿Hacia el estado de excepción?

Europarlamentarios, miembros de la Comisión de Libertades, Derechos de los Ciudadanos, Justicia y Asuntos Interiores

En unos momentos de insoportable choque, Bin Laden ha conseguido no solo aterrorizar a las multinacionales o a los defensores del orden neo-liberal sino también a la gente en general. O pero aún, ha dado un pretexto a los gobiernos, a los poderes públicos, a la patronal para hacer aprobar un arsenal represivo sin precedentes y acabar con miles de puestos de trabajo.

El Parlamento Europeo también ha contribuido a esta ofensiva para reforzar el orden moral y policial. En pocas horas se le ha pedido que vote la congelación de las cuentas financieras de veintisiete organizaciones catalogadas como "terroristas" por la CIA, sin otra prueba ni justificación que la confianza absoluta que sin duda merece esta institución. Solo cuarenta y cuatro diputados han rechazado dar semejante voto de confianza a una agencia que tiene una definición muy particular de "terrorismo". Porque, ¿no es la CIA la que ha cambiado en los formularios de visado de EE UU la famosa pregunta "¿Es usted comunista?" por la de "¿Es usted terrorista?". Sin duda, un mero cambio de sinónimos…..

Se han dado prisa, cuando jamás el Parlamento Europeo se ha dignado a ocuparse de la cuestión clave del secreto bancario o de los paraisos fiscales. Demasiadas prisas, porque el Consejo, pocos días después, decidía que a fin de cuentas era más presentable utilizar la lista confeccionada por Naciones Unidas que la de la CIA.

A penas acabado el recuento de votos, la Comisión de Libertades fue reunida para discutir y enmendar un "proyecto marco" de la Comisión Europea proponiendo una definición comunitaria de "terrorismo", de sus diferentes manifestaciones y delitos y de las penas previstas. Si este documento es aprobado por el Parlamento Europeo en su sesión plenaria del 29 de noviembre, La Unión Europea entrará en un estado de excepción permanente. El próximo jueves 29, corremos el peligro de convertirnos todos en "terroristas".

Elemento esencial del proyecto, el primer párrafo del artículo 3: "Cada estado miembro tomará las medidas necesarias para que los delitos siguientes, definidos de acuerdo con su legislación nacional, cometidos intencionalmente por un individuo o grupo contra uno o varios países, sus instituciones o su población con el objetivo de amenazarlos, dañar gravemente o destruir las estructuras políticas, económicas o sociales de un pais, sean sancionadas como infracciones terroristas".

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Europa: cultura humanística de democracia y libertad

Joaquín Miras Albarrán

EL DEBATE SOBRE EUROPA Y LA CONSTITUCIÓN EUROPEA

Europa no fue nunca antes en la historia el nombre atribuido a una región integrada de comercio y mercado, ni a una entidad política, ni a una unidad religiosa. En origen, y durante muchos siglos, la palabra Europa no poseyó otro sentido que el propio de una denominación geográfica, con un significado tan descriptivo y anodino como el de los demás nombres propios de un Atlas; era entonces, además, un nombre al que a penas se recurría.

Ahora bien, en el sentido muy especial, y también eminente, en el que una determinada tradición intelectual constituida por el pensamiento Humanista, cívico político, ha usado dicho término como denominación durante los últimos doscientos cincuenta años, la palabra Europa es algo distinto y algo más que el nombre de un territorio geográfico continental o la denominación del conjunto de poblaciones, culturas y creencias comprendidas en ese territorio, o una región organizada por un mercado.

Europa es el nombre del que se dota, a fines del siglo XVll, una tradición cultural, la tradición democrático republicana de la Antigüedad clásica grecolatina, rescatada, restaurada y transmitida por el Humanismo cívico, laico y republicanista, con el fin de designar un proyecto cívico de convivencia y ciudadanía.

Este hecho, sobre el que vamos a volver de inmediato, sin embargo, ha desaparecido en el actual debate sobre la constitución europea, que no es sólo un debate político –económico político-, sino también ideológico cultural, y  en el que además del nuevo reparto de poder entre las diversas fracciones plutocráticas europeas, se dirime también, cuál debe ser la idea de Europa que el bloque de poder dominante decida apoyar y tratar de convertir en “sentido común”. Por ello estamos asistiendo a una fabulosa falsificación histórica: a la “reescritura” mendaz  de la historia de las luchas y de las ideas que se desarrollaron en una determinada área geográfica, que estaba comprendida –ahora sí- en el continente europeo.

El nombre de Europa deja de ser un nombre propio geográfico convencional,  para adquirir un sentido político filosófico análogo al que le damos, durante la segunda mitad del siglo XVll. Durante ese siglo, los poderes despóticos de los estados absolutistas y de las diversas iglesias cristianas –Católicos y Protestantes- precipitaron a las sociedades de un territorio geográfico denominado hasta entonces “La Cristiandad” en un torbellino de guerras, esfuerzo económico para la guerra, violencia represora, y persecuciones y asesinatos en masa contra todo aquel que declarase ideas y creencias diferentes a las del represor.

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Referéndum cantado

Carlos Taibo

( setiembre de 2004)

No hay ningún motivo para concluir que merced a la Constitución de la Unión Europea -que según todos los indicios será sometida a referéndum en febrero o marzo- va a cobrar cuerpo entre nosotros una discusión franca y abierta sobre muchos problemas. Para bajarle los humos a una pretensión tan optimista nada mejor que echar una ojeada a lo que, con mucha probabilidad, y desde la atalaya del verano de 2004, ocurrirá en los meses venideros.

Por lo que sabemos, y no parece que se vaya a hacer valer ninguna sorpresa al respecto, las dos principales fuerzas políticas españolas de ámbito estatal -el Partido Socialista Obrero Español y el Partido Popular- reclamarán el sí a la Constitución, y otro tanto harán los dos sindicatos mayoritarios -Comisiones Obreras y Unión General de Trabajadores-, o al menos sus cúpulas dirigentes. En tales condiciones lo esperable es que se imponga un irrefrenable rodillo y se articule, a su amparo, una formidable maquinaria de propaganda.

El peso de la maquinaria mencionada es lógico que sea muy notable por cuanto el único temor que parece llamado a atenazar a nuestros gobernantes -los de ahora y los de hace bien poco- es el de una baja participación que al cabo cancele muchos de los pretendidamente saludables efectos de la ratificación en referéndum: aunque este último puede contribuir a reforzar la idea de que hay un demos, un pueblo, detrás de la Constitución, una baja participación, francamente probable, por lo demás, a la luz de lo ocurrido con ocasión de las elecciones al Parlamento de la UE celebradas en junio, moverá el carro en sentido contrario.

Por si lo anterior no fuese suficiente, es lícito albergar dudas en lo que se refiere a la posición que, en el malhadado referéndum, defenderán fuerzas políticas de menor relieve. Aunque el impulso inicial de la izquierda resistente y de buena parte de las formaciones nacionalistas de la periferia lo es en provecho del no, ya se han escuchado voces que han salido en defensa de fórmulas más moderadas, y entre ellas el voto en blanco, la abstención y el inefable sí crítico. Por lo que parece, sigue pesando mucho la idea de que no es saludable plantar cara con radicalidad a ninguno de los elementos articuladores de la Unión Europea del momento, tanto más en un escenario, el nuestro, en el que sigue campando por sus respetos un incontestado europeísmo que tradicionalmente se blande frente al aislacionismo que impregnó buena parte del pasado más o menos reciente.

Así las cosas, es harto improbable que entre nosotros se hagan valer posiciones como la que defiende el dirigente socialista francés Laurent Fabius, por lo que cuentan nada encandilado por la Constitución en ciernes, y es improbable, también, que prospere el criterio, presuntamente hostil a ésta, que parece postular el ex presidente del Gobierno, José María Aznar. Este último, en posición psicológica precaria, se muestra distante de una Constitución en la que –se diga lo que se diga- se han introducido cambios menores, en lo relativo a los acuerdos alcanzados en Niza en 2000, en materia de votos y vetos en el marco de la Comisión Europea. La liviandad de la pataleta de Aznar, firme partidario de situar a España en el club de los países más ricos del globo, sin renunciar -eso sí- al cobro de los Fondos Estructurales y de Cohesión, se revela de la mano de un olvido significado: el de que, conforme a lo acordado en Niza, un ciudadano español contaba, en términos de decisiones en el marco de la UE, casi con el mismo peso que tres ciudadanos germanos.

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A Revolução de 1383-85

Vasco Gonçalves

A guerra entre Portugal e Castela nos fins do Séc. XIV não é apenas uma guerra entre dois Estados, ou mais uma guerra entre dois Estados. Da parte dos portugueses é uma guerra nacional e popular, uma guerra que mergulha as suas raízes nas lutas sociais, nas lutas de classes que se vinham desenvolvendo e intensificando ao longo do Séc. XIV. Estava-se processando o declínio do sistema feudal causado, fundamentalmente, pela liquidação da servidão da gleba nos Séculos XIII e XIV e pelo surgimento da pequena produção baseada no trabalho do proprietário dos meios de produção e da produção baseada no trabalho assalariado. A expansão dos concelhos está ligada ao desenvolvimento desta produção: é sua consequência e é seu estímulo, na medida, por exemplo, em que favorecia a libertação dos servos da gleba. Os servos da gleba dão lugar aos pequenos produtores formando-se, depois, por um lado, uma classe de camponeses ricos, a burguesia rural, e, por outro, uma classe de camponeses sem terra que fornecem trabalho assalariado. Com a produção mercantil simples, com a pequena produção baseada no trabalho assalariado aumenta a produção em geral, desenvolvendo-se o comércio interior. Surge uma classe de comerciantes que cresce em número e em poder económico. Por outro lado, o desenvolvimento do comércio externo (que já existia quando da formação de Portugal) conduz ao aparecimento de uma classe de ricos mercadores. Sendo o comércio externo quase todo feito por mar desenvolve-se a Marinha Mercante e, a construção naval. Nos centros urbanos do litoral forma-se uma burguesia rica, que se organiza na defesa dos seus interesses, e que vão influenciando cada vez mais a política portuguesa. Os portos, em particular Lisboa e Porto, tornam-se centros de poder da burguesia comercial-marítima. Paralelamente a este progresso, na produção e na troca de produtos, desenvolve-se a produção artesanal, cresce a classe dos mesteirais, cujo papel na Revolução de 1383-85 virá, em certos momentos, a ser decisivo. Com o desenvolvimento da produção mercantil e do comércio os burgueses concentram na sua mão grande riqueza. Com o seu crescente poder económico a burguesia ligada ao comércio marítimo torna-se o principal inimigo da classe senhorial e vem a estar em condições de, em unidade com as outras classes não senhoriais, disputar o poder político à nobreza latifundiária. O surgimento das novas classes e camadas sociais, o crescente poder económico da burguesia, cujos interesses se opõem aos da classe senhorial, exercem pressão sobre o poder real e obrigam a que os privilégios da nobreza e do clero vão sendo reduzidos ao longo dos Séculos XIII e XIV. Contudo, a natureza do Estado não muda com as conquistas que a burguesia vai alcançando. A nobreza latifundiária e militar, de que o rei é o primeiro senhor, continua a ser a classe dominante, continua a dispor da direcção política do Estado. D. Fernando é obrigado a promulgar leis de protecção ao comércio e à navegação, é obrigado a promulgar, nomeadamente, a Lei das Sesmarias, o que tem o significado de grandes conquistas da burguesia urbana e rural. Amadurecem as condições para a disputa do poder político à nobreza por parte da burguesia. Apercebendo-se do perigo que corria e sentindo que não possuía forcas para, por si só, dominar a contestação aos seus privilégios e ao seu poder, a nobreza portuguesa vinha procurando o apoio da nobreza castelhana à qual se unia (sem atender aos riscos que essa união implicaria para a independência nacional) com. o fim de salvaguardar e manter os seus privilégios, de reforçar o seu poder e de contrabater a burguesia ascendente. Foi com este objectivo que se celebrou em 1383 o casamento da infanta D. Beatriz, filha única de D. Fernando e de D. Leonor Teles, com o rei de Castela. Antes, em 1376 e 1380, o casamento da infanta com príncipes castelhanos estivera para ser realizado, prevendo-se já então a sucessão de um rei castelhano no trono de Portugal. O próprio casamento de D. Fernando com D. Leonor Teles fora preparado pela nobreza portuguesa em aliança com a de Castela com vista a influenciar mais directamente as decisões do rei no sentido favorável aos interesses da nobreza portuguesa. E de tal modo assim foi que os burgueses e artesãos se revoltaram em vários pontos do País. O alfaiate Fernão Vasques e os seus companheiros, à frente de três mil mesteirais, besteiros e homens de pé, em 1371, corajosamente, afirmaram o seu protesto ao rei pelo seu casamento com D. Leonor Teles; eles haviam compreendido o significado político desse matrimónio preparado pela nobreza portuguesa em conivência com a de Castela. Essa revolta dos mesteirais, exprimindo a oposição de interesses entre as classes populares e a nobreza feudal representou uma tal ameaça ao poder feudal que o rei mandou degolar Fernão Vasques e muitos dos seus companheiros. A propósito do casamento de D. Fernando, Fernão Lopes diz que os populares se juntavam criticando acerbamente os privados do rei e os grandes da terra que lho consentiam. Nos últimos meses da vida de D. Fernando acentuou-se junto do rei a influência da nobreza mais reaccionária o que fez crescer a tensão social e contribuiu para criar as condições para a insurreição de Lisboa, poucos dias depois da morte do rei. A morte do rei precipitou os acontecimentos ao colocar o problema da sucessão. A causa imediata da revolução burguesa é a tentativa por parte da nobreza de entregar o Governo de Portugal à monarquia castelhana. A revolução toma desde logo um carácter nacional, social e popular. A insurreição de Lisboa é secundada por revoltas populares por todo o País (sobretudo a Sul do Tejo) da burguesia rural, dos camponeses, dos assalariados rurais, dos «ventres ao sol». A luta pela independência nacional funde-se com a luta contra os privilégios da nobreza e pelo poder político, pois a classe dominante à qual era disputado este poder político era a mesma que, para conservar as suas posições, havia provocado a intervenção da nobreza de Castela contra os interesses populares e estava disposta a entregar o Governo de Portugal à monarquia castelhana. A revolução burguesa identifica-se, assim, com a luta pela independência nacional. A revolução tem um nítido carácter de classe. Dois campos se afrontam: o da nobreza territorial latifundiária e o das classes não senhoriais: a burguesia urbana e rural, os mesteirais, os pequenos proprietários camponeses, os camponeses sem terra, nesse momento unidos contra o mesmo inimigo, a nobreza portuguesa e castelhana, ultrapassando assim as próprias e naturais contradições de interesses que havia entre essas classes sociais não senhoriais. Foram estas forças que se defrontaram em Aljubarrota. O facto de, do lado português, sempre ter havido nobres ao lado das classes populares não altera o carácter do afrontamento de classes. Em todas as revoluções houve sempre elementos da classe dominante que tomaram o partido das classes em ascensão, progressistas, que se opõem ao poder dessas mesmas classes dominantes. Era restrito o número de nobres que estava com Portugal. E pertenciam aos estratos inferiores da nobreza. Eram dos menos abastados. Não podemos, pois, afirmar que do lado português, em Aljubarrota, se encontravam todas as classes sociais defendendo a independência nacional. O facto de, depois da Revolução de 1383-85, a nova nobreza ter ficado na posse de vastos domínios, domínios cuja extensão total era tão grande como a que antes de 1383 possuía a antiga nobreza latifundiária, não invalida a afirmação de que em Aljubarrota a nobreza, como classe, não estava do lado de Portugal. Estava, sim, um reduzido número de nobres que eram chefes militares das tropas populares. Os comandos militares, os quadros superiores eram, regra geral, nobres que, como se sabe, naquele tempo, eram militares profissionais. O que aconteceu foi que esses poucos nobres, em consequência dos êxitos na guerra e em virtude da posição que ocupavam no exército, ascenderam à grande propriedade territorial, no lugar daqueles que se puseram ao lado de Castela. Com efeito, foi com esses nobres leais a Portugal que, dadas as condições objectivas e subjectivas da época, foi reconstituída a grande parte dos domínios senhoriais. O caso mais típico é o de Nuno Alvares Pereira que ascendeu ao primeiro plano da classe senhorial e de tal modo que os seus domínios atingiram uma extensão igual à dos domínios que anteriormente possuíam muitos dos grandes nobres tomados em conjunto. É Fernão Lopes que nos diz que em resultado da grande crise surgiu uma «sétima idade em que se levantou um mundo novo e nova geração de gentes, aparecendo fidalgos de origem plebeia e erguendo–se pequenos aristocratas à primeira linha da nobreza». Repare-se que, para Fernão Lopes, o aparecimento de um mundo novo não estava ligado, como para nós, hoje, a uma profunda transformação nas relações de produção e distribuição entre as diferentes classes sociais. As condições objectivas da vida da sociedade portuguesa em fins do séc. XIV não eram de molde a poder colocar à consciência da burguesia e das classes populares a necessidade de uma modificação radical das estruturas socioeconómicas, que liquidasse o poder da classe senhorial. Só séculos mais tarde essa questão será posta pelas burguesias dos diferentes países e com grandes intervalos de tempo entre si. Com efeito, podemos verificar que nos finais do séc. XIV a Revolução de 1383-85 respeita as estruturas da sociedade feudal. Em 1383-85, do ponto de vista socioeconómico, o objectivo fundamental comum à burguesia e às classes populares era o de limitar os privilégios senhoriais, devendo, contudo, ter-se presente que eram diferentes entre si os objectivos concretos da burguesia e das demais classes populares. Em Aljubarrota, na realidade, encontravam-se muito poucos fidalgos do lado de Portugal. A principal nobreza portuguesa estava do fado castelhano, quer ali, em Aljubarrota, nas hostes de Castela, quer na chefia de povoações e castelos que se mantinham como ilhas ao serviço do inimigo, quer mesmo em Castela. Aliás, quando da primeira invasão castelhana, em princípios de 1384, o rei de Castela entrou praticamente sozinho em Portugal, antes do seu exército. Tal era o apoio que o rei de Castela tinha entre a nobreza portuguesa que o rei chegou à Guarda com a esposa e um pequeno séquito de umas trinta pessoas, sendo recebido processionalmente pelo bispo e clero e acorrendo depois numerosos fidalgos ao paço episcopal onde se hospedou. Em Aljubarrota, além de D. João I, Nuno Álvares e de mais uma dezena de grandes senhores haveria cerca de uma centena de nobres de modesta hierarquia. Ora, o número de membros da nobreza portuguesa é estimado, nos fins do séc. XIV, em 4000 a 5000 pessoas, não incluindo os membros da família real que seriam algumas centenas (Armando Castro, «História Económica de Portugal», II vol.). A nobreza que combatia contra os Portugueses em Aljubarrota tinha bem a noção do carácter de classe da guerra que fazia. Fernão Lopes dá-nos vários testemunhos: — Por meados de 1384 quando o nobre Gonçalo Mendes de Vasconcelos, senhor do castelo de Coimbra, entreviu por uma seteira do seu castelo, o exército de Nuno Álvares, que partia para Tomar, comentou para os seus privados o género de combatentes que compunham essa hoste, espantado que tais homens pudessem defender o reino contra um grande senhor como o rei de Castela, «salvo se Deus fosse seu capitão». — Quando o rei de Castela reuniu o conselho para decidir se devia dar batalha ou não, poucas horas antes do início desta, houve entre os seus conselheiros quem fosse de opinião que não se desse batalha pois se o rei de Castela fosse vencido teria sido derrotado «por um pouco número de pobre gente». — A covilheira do rei de Castela defumava os fidalgos com algumas defumaduras «para perderdes os maus cheiros destes chamorros, das casas onde vivem e aldeias onde moram». — Após a derrota de Aljubarrota, o rei de Castela, em fuga, ao chegar a Santarém lamenta-se de ter sido derrotado pelos «chamorros». «E se vós dizeis que outro tal e tanto aconteceu a meu pai verdade é que assim foi. Mas (…) de que gentes foi meu padre vencido? Foi-o de ingleses que são o frol da cavalaria do mundo, em tanto que, vencido por eles, não deixava de ficar honrado (…) E de que gentes fui eu vencido? Fui-o de chamorros que ainda que me Deus tanta mercê fizesse que a todos tivesse atados em cordas e os degolasse por minha mão, minha desonra não seria vingada».

– x –

Como dissemos atrás, a Revolução de 1383-85 tomou, desde a sua eclosão, um carácter nacional, de luta peta independência, posta em perigo pela aliança da nobreza portuguesa com a de Castela. D. Leonor Teles manda alçar pendão por D. Beatriz, rainha de Portugal e de Castela. A rainha viúva pede a intervenção de Castela, a cujo rei entrega, em Santarém, a regência do reino, em Janeiro de 1384, com o apoio da alta nobreza portuguesa. Tem havido quem procure justificar o comportamento antipatriótico da aristocracia portuguesa afirmando que nessa época o sentimento nacional e patriótico seria inexistente. Mas a verdade é que esse sentimento já existia nessa época em Portugal e já existia de longa data. Não se terá esse sentimento de independência começado a definir partir da auto-proclamação de Afonso Henriques como rei de Portugal? O que se verificou é que não era essa nobreza feudal, como classe, a portador desse sentimento patriótico. A história mostra que não pode formar-se uma nação como uma comunidade de indivíduos que vivem no mesmo território e que, para além de relações económicas estáveis, estão ligados por uma língua comum e pelas particularidades da mentalidade, da cultura, do modo de vida, fixadas nos seus usos, costumes e tradições, sem que, na sua raiz, estejam classes produtivas directas e as demais classes populares. Os interesses destas classes, nos graves momentos de crise nacional, identificam-se com os interesses da Pátria. O mesmo não acontece quanto as classes privilegiadas: em determinadas condições históricas, para defenderem os seus interesses e as suas posições frente à acção revolucionária das massas populares, elas sacrificam o sentimento patriótico, são capazes de comprometer a independência do seu país em troca do auxílio estrangeiro, para se manterem no poder. Na tão grave situação de 1383-85, o sentimento nacional, a solidariedade activa entre as mais largas camadas de portugueses foi reforçada, mas este facto foi devido à luta das classes, não privilegiadas contra a nobreza feudal. A própria solidariedade activa entre a grande maioria da população atesta que já havia nessa época um arreigado sentimento pátrio. São muitas as referências de Fernão Lopes a esse sentimento pátrio: «o povo meúdo» quando a aristocracia, após a morte de D. Fernando, erguia o pendão por D. Beatriz, mulher do rei de Castela, respondia com «Arraial, arraial, por Portugal». Alguns exemplos:

· Os representantes do concelho de Alenquer dirigem-se ao Mestre de Avis afirmando o seu patriotismo, «somos portugueses e todos naturais destes reinos».

· Quando o Mestre de Avis se despede, em Coina, de Nuno Álvares Pereira, que marcha para o Alentejo como fronteiro dá-lhe o apoio de algumas dezenas de escudeiros, dizendo-lhe serem «verdadeiros portugueses».

· Os homens bons de Cerveira, Caminha e Monção enviam mensagens a Nuno Alvares Pereira: declaram-se «verdadeiros portugueses» e entregam-lhe voluntariamente essas povoações.

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Viaje a Venezuela, una aproximación e impresiones

A. R.

En forma de semi-diario transcribo lo que vi y me contaron en la Venezuela de hoy

Jueves día 1/9: Subimos al barrio La Vega. Allí nos está esperando Francisco, hijo del gordo Edgar. Visitamos con él el info.-centro y nos presenta a quien dirige el “Mercal”.

Vamos a su casa donde hay varias personas residiendo, entre ellas, una pareja de Cornella, como resto de un grupo que se marchó el día anterior. La casa la utilizan para cocinar y repartir la comida popular, así como Misión Robinsón. Llega un personaje curioso y seguidamente el Gordo Edgar. Nos sentamos y hablamos durante unas tres o cuatro horas. El Gordo es un conocido y antiguo (desde los años sesenta) líder comunitario, que se inició en el marxismo y pronto abandonó debido a la burocracia y estructura rígida partidaria acogiéndose a las ideas libertarias “libertario caribeño” dice él. Nos contó como vivió el golpe de estado en abril 2002, fue cagando, tras las malas noticias y sin nadie saber que pasaba y que hacer, cuando se le ocurrió que había que tomar Radio Televisión Caracas (una de los portavoces de los golpistas), había que hacer algo. Nos contaba como sin apenas medios para pasar la consigna que fue de boca a boca, empezaron a bajar de otros cerros gente y más gente, tomaron la emisora y siguieron a Miraflores, sede del presidente, para reclamar la presencia de Chávez. Está por el “proceso” (todos llaman así lo que Chávez marca como Revolución Bolivariana) pero exigiendo su avance y criticando lo negativo. Por su experiencia sabe que hay que apoyar al Presidente, que está diciendo y lanzando propuestas por las que él lleva luchando en la clandestinidad años y que ahora que se puede hacer libremente sería absurdo no aprovecharlo (la pareja de españoles “acratas” no acababan de entenderlo). Parece que tiene línea (telefónica) con cualquiera del “proceso”, hasta con Presidencia. Finalmente nos acompaña en su carro hasta la sede que tenemos lo próxima reunión a las 18h. Nos contó que trabaja de conserje en la Universidad de Caracas.

Sobre las siete de la tarde se inicia la asamblea semanal de las comunidades o sectores (barrios) de Caracas del movimiento nacional de CTU “Comités deTierras Urbanas”, es un fuerte movimiento comunitario cuyo objetivo es obtener la propiedad de la tierra sobre la que viven, propiedad de la vivienda. La gente toma un terreno y se instala, va haciendo poco apoco su casa, pero históricamente nunca se ha regulado propiedad alguna del terreno sobre el que se construye. Se trata de obtener la propiedad tras una serie de comprobaciones de tenencia y otros requisitos. Tienen asesoria técnica y jurídica. Vivimos un interesante debate cubierto de cierto egoísmo barrial o gremial, que nos hace ver las barreras de cultura social que quedan por superar, pero lo que les sobra son ganas y coraje para debatir organizarse y actuar, esto, después de la jornada de trabajo (los activista cada día tienen alguna reunión) y setenta por ciento esa tarde, de mujeres entre veintitantos y cincuenta años. Tuvimos que abandonar la reunión después de las nueve sin finalizar, teniendo en cuenta que sus horarios equivalen a una o dos horas antes que los nuestros.

Viernes 2, salimos temprano para visitar Tarma, estado de Vargas a unas tres horas de bus. Nos acompañan la “gallega” y la italiana. Después de tres “transbordos” de bus llegamos a un pequeño pueblo en una ladera de la montaña a cuyo final se divisaba el mar Caribe. Nos recibe Marisol León artesana de cerámica junto a sus hermanas, solteras las tres, y que les viene de familia la cuestión artística. Nos presenta algunos compas representativos de las comunidad, el historiador sin título León Morales (marinero mercante de formación marxista y últimamente masón), Chila (Aurora Pedrón) a cargo del taller agrícola y Orlando Porras de la cooperativa agrícola. Están instalando una televisión que alcanzará toda la parroquia (un municipio suele tener 10 parroquias y esta a su vez se dividen en barrios o sectores que son los órganos comunitarios base), acaban de llegar los técnicos cubano que son los responsables de instalar la antena. Nos explican sus actividades: miembros de la UBE-Unidad de Batalla Electoral-, talleres de artesanía y agrícola con los organopónico?, comedor popular para las personas mas necesitadas (150) – suelen ser niños y ancianos-, visitamos la comunidad. Hay un alto índice de raza negra. Conocimos a Ofelia, una señora de 70 años, negra, conocida por su canto-afro en las fiestas, siguiendo la tradición de sus antepasados, dice que le sale de “dentro” y de oír de niña a los suyos. Nos dicen que Tarma tiene tradición de comunidad organizada que con el proceso se ha intensificado. Nos contaron la “batalla” con el cura del pueblo, un reaccionario incondicional de los gobiernos corruptos y del orden por clases que incluso participo como interventor en las últimas elecciones por la oposición, en contra del llamado de la Iglesia en no participar el clero. Finalmente han conseguido que lo cambien. Por la tarde visitamos los organopónicos agrarios tras mas de media hora de caminar por la montaña. Ya tienen lechugas. Se organizan en cooperativa de la que forma parte el dueño de las tierras que las prestó para tal menester. Producción ecológica y asesoramiento de agrónomos cubanos. Ya tarde, nos despedimos de nuestros nuevos amigos con la sensación agradable de compartir unas horas con gente sencilla, activa, e ilusionada por el proceso.

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Estados Unidos en el centro de la crisis mundial

Jorge Beinstein

Más allá de Bush y Kerry

Jorge Beinstein@yahoo.com

Hacia el final de la década pasada la economía norteamericana solía ser presentada por los medios de comunicación como el mega motor del crecimiento global, el paradigma del capitalismo triunfante donde según los gurús neoliberales se estaba expandiendo de manera vertiginosa una Nueva Economía basada en la alta tecnología y desatando un círculo virtuoso de progreso indefinido. Se nos explicaba que las innovaciones tecnológicas generaban ingresos que incitaban a innovar más lo que a su vez expandía la riqueza, etc. Todo ello expresado en una euforia bursártil sin precedentes (nadie recordaba lo ocurrido en 1929). Clinton ocupaba la Casa Blanca y regalaba simpatía, el caso Lewinsky agregaba una nota de alegría suplementaria a la fiesta de los mercados.

Sin embargo algunos hechos disonantes perturbaban la armonía, en primer lugar el contraste entre el auge consumista y la casi desaparición del ahorro personal. Los ciudadanos del Imperio gastaban todos sus ingresos y contraían deudas porque de manera directa o a través de fondos de inversión o pensión ganaban mucho dinero especulando en la Bolsa.  Las empresas, en especial las llamadas tecnológicas veían como día tras día se valorizaban sus acciones lo que les permitía (sobre)invertir y (sobre)endeudarse. Todo eso hacía subir las cotizaciones bursátiles sin mayor vinculación con la rentabilidad real de las firmas.

La burbuja se desinfló en el año 2000, Clinton le dejó su puesto a Bush y se instaló la recesión, además llegó el 11 de septiembre de 2001 marcando el despegue de una era militarista.

No han faltado observadores, en especial del campo progresista, para señalar el antagonismo entre un Bush arbitrario e imperial y un Clinton multilateral, negociador,  apegado al juego de las instituciones. Sin embargo Clinton impulsó una descomunal concentración de ingresos, desató la guerra en el corazón de Europa (Yugoslavia) e intensifico el bloqueo y los bombardeos contra Irak que prepararon la invasión posterior. Todo su andamiaje económico se apoyó en la hipertrofia financiera acelerando el ascenso de las mafias que ahora gobiernan a cara descubierta. En realidad el fascismo crispado de Bush, sus delirios imperialistas y la corrupción que lo rodea  heredan, exacerban tendencias dominantes durante los años 90. La mutación parasitaria del capitalismo norteamericano y sus consecuencias sociales, políticas y militares se gestó durante mucho tiempo, con la complicidad de demócratas y republicanos, hunde sus raíces en la financierización del capitalismo mundial.

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Eurolandia a la deriva

Joaquín Arriola

A pesar de las expectativas levantadas, la cumbre de Lisboa ha servido fundamentalmente para poner en evidencia –para aquellos que han sido capaces de bucear por debajo del ruido mediático del bombo y platillos- la ausencia de consenso entre los actuales gobiernos de la UE sobre cual pueda ser el modelo de desarrollo más adecuado para Europa. El lugar elegido simboliza una de las preocupaciones de los dirigentes comunitarios: ¿como preparar a la economía europea para competir en mejores condiciones con el socio político y sin embargo rival económico del otro lado del Atlántico, los Estados Unidos de América (EUA)?

En principio, parece existir un consenso en torno a varios puntos: la economía en Estados Unidos se comporta mejor que en Europa; las nuevas tecnologías de la información son el sector productivo estratégico para las próximas décadas; la economía europea tiene en la falta de flexibilidad del mercado de trabajo uno de sus mayores problemas. ¿Será cierto todo esto? Vamos por partes

¿Crece EUA más y mejor que la UE?

Desde los años sesenta la Comunidad Europea crecía más que la economía norteamericana. Entre 1960 y 1969, la economía de los cuatro principales países europeos (Alemania, Francia, Gran Bretaña e Italia) crecío un 1,3% más al año; entre 1970 y 1979, un 3,9% más al año; en la década de los ochenta, un 2,1% más al año… pero desde 1992, la economía norteamericana crece más que los principles países de la UE todos los años menos en 1995. Esta evolución de los años noventa contrasta con lo que venía siendo una norma, es decir, algo asumido como normal, y de ahi viene el “complejo de inferioridad” de los líderes europeos.

La economía norteamericana crece más que la de Eurolandia. Este es un dato incuestionable. Pero ese mayor crecimiento se basa en tres cosas: la venta de automoviles y electrodomésticos, la venta de ordenadores y software y el consumo de productos importados.

Los bienes duraderos (automóviles, ordenadores, electrodomésticos) estos productos, que presentan unas elevadísimas tasas de crecimiento, representan el 20% del PIB, y aportan 2,4 puntos de los 4,2 de crecimiento del PIB:

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Europa S.A.

Joaquín Arriola

Del comportamiento de los actores europeos en la guerra de Irak podemos sacar una conclusión económica: la fase de la “globalización” (o sea de la integración de los mercados internacionales bajo la hegemonía de Estados Unidos) la hemos dejado ya atrás. Acabó probablemente en 2000, con las iniciativas del gobierno norteamericano en defensa de su industria del acero, y con el fracaso del Diálogo Transatlántico, que todavía algunos lobbies empresariales se empeñan en resucitar (y que tendrá en la cumbre EEUU-UE del próximo 25 y 26 de junio en Dromoland Castle, Irlanda, una prueba de fuego).

La realidad con la que nos enfrentamos ahora es por el contrario la de una “competencia global”, un conflicto en torno al dominio del mundo entre diversos países y áreas monetarias, que refleja el apego al territorio de origen de gran parte del capital productivo, y el papel de los grandes estados en la defensa corporativa de sus propias multinacionales. En este contexto se inscribe la introducción del euro, que representa un serio desafío al predominio monetario del dólar a escala mundial (un predominio gracias al cual EE.UU. ha podido permitirse, entre 1982 y 2002, un déficit de la balanza de pagos en relación al resto del mundos de 3.204.214 millones de dólares).

En este contexto se inscribe así mismo el reciente ingreso en la Unión Europea de nuevos países procedentes de la Europa central y oriental. Solamente razones políticas y estratégicas pueden explicar la relativa rapidez con la cual se ha llevado a cabo la integración de los países ex – socialistas cuando no se encontraban en situación de responder a todos los requisitos previstos para la adhesión a la UE. La ventaja estratégica de los nuevos adheridos es evidente: el capital europeo podrá asegurarse nuevos mercados emergentes, mano de obra especializada a bajo costo además de acceder más fácilmente a un área de gran importancia estratégica en la cual se concentran enormes recursos petrolíferos y de gas que los geopolíticos denominan Eurasia. En la división del trabajo interna a la Unión Europea, a los nuevos países miembros se les asigna la función de periferia interna, en la cual se consumirán productos de alta y media tecnología fabricados en los países de Europa central y del norte, y se producirán productos maduros (que, de paso, competirán con muchas de las producciones de países como Italia o España).

Todo esto, tan ajeno por lo visto y lo escuchado, a las preocupacioines de los candidatos a diputados europeos y a sus respectivos partidos políticos, es la realidad de Europa. La Europa del euro, la Europa del Tratado Consitucional (en la cuerda floja a la vista de los resultados de las recientes elecciones), a despecho de las afirmaciones ideológicas y (quizás) de las intenciones de sus valedores, no es una “Europa social”: en ella predominan la precarización de las relaciones laborales, los ataques al salario, las privatizaciones; al tiempo que están ausentes las políticas sociales coordinadas.

No es por casualidad, sino por las hipotecas políticas que establece el consenso neoliberal, que la propuesta de dejar constancia en el tratado constituyente del compromiso de desarrollo de la Europa social al mismo nivel que la Europa de los equilibrios presupuestarios, promovida por un grupo de socialistas franceses, con Jacques Delors y Michel Rocard a la cabeza, no ha encontrado ningún eco entre los jefes de gobierno y a lo que parece, tampoco entre los socialistas hispanos. Así, el presidente Rodríguez Zapatero se ha mostrado como un verdadero europeísta, pero ha perdido la oportunidad de revelarse también como un europeísta de izquierda. En la reunión de jefes de estado que aprobó el Tratado constitucional el gobierno español no ha dicho esta boca es mía para promover nada parecido a un desarrollo del concepto de la Europa social, ni tampoco para defender el rechazo constitucional a la guerra como medio para dirimir diferencias entre países.

¿Se trata acaso de objetivos maximalistas o utópicos? Los objetivos que proponen los signatarios de la petición para el establecimiento de un verdadero tratado constituyente de la Europa social son ciertamente mínimos: unos objetivos cuantitativos vinculados a la calidad de vida y del empleo; la aplicación de la mayoría cualificada a las decisiones relativas a la harmonización fiscal; reconocer junto al principio de competencia, el principio del interés general y la utilidad de los servicios públicos; el principio de igualdad de acceso a los servicios de interés general; el encargo al Parlamento Europeo de elaborar una Carta para el Desarrollo Sostenible; el reconocimiento europeo del derecho de los pueblos la autosuficiencia alimentaria y la declaración de que la política comercial de la Unión se fundamenta en los principios de reducción de las desigualdades internacionales, la solidaridad y el desarrollo sostenible.

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Guerra preventiva, americanismo, y antiamericanismo

Domenico Losurdo

Mito y realidad en el antiamericanismo de izquierdas

La invasión de Irak, en marzo de 2003, estuvo acompañada de un curioso fenómeno ideológico: el intento de silenciar a un movimiento de protesta sin precedentes y de grandes dimensiones, acusándolo de antiamericanismo. Con nuevas guerras asomando en el horizonte, este supuesto antiamericanismo fue y continúa siendo considerado como algo más que una posición política errónea. Es considerado como una enfermedad, un síntoma de desajuste con la modernidad y de indiferencia a los fundamentos de la democracia. Esta enfermedad –se alega- incluye a los antiamericanos de la derecha y de la izquierda y señala una de las peores páginas de la historia europea. Por lo tanto, la conclusión que se extrae es que la crítica a Washington y a la guerra preventiva representa una amenaza real. Sería fácil responder a esto señalando al antieuropeísmo, con una larga tradición detrás de él, que se instala en el otro lado del Atlántico. Es muy significativo que en este clima ideológico y político nadie recuerde el terror ejercido por le Ku Klux Klan en nombre del “americanismo puro”, o del “americanismo cien por cien”, frente a los negros y los blancos acusados de desafiar la supremacía blanca (en MacLean 1994, 4-5, 14). Así mismo nadie parece recordar la caza de brujas de McCarthy contra los sostenedores de ideas o sentimientos no americanos.

Consideremos entonces la cuestión principal. ¿Existe algún fundamento histórico para la equiparación entre antiamericanismo de izquierdas y de derechas? Evidentemente, el joven Marx declara que los Estados Unidos eran “el país de la completa emancipación política” y “el ejemplo más perfecto del estado moderno”, que aseguraba el dominio de la burguesía sin excluir a priori a ninguna clase social del disfrute de los derechos civiles (ver Losurdo 1993, 21-22). Ya puede verse en esto una cierta indulgencia: difícilmente ausentes, en los Estados Unidos las discriminaciones de clase adoptaban una forma “racial”.

La posición de Engels es aún más drásticamente pro-americana. Después de establecer una distinción entre la “abolición del estado” desde la perspectiva comunista, feudal y burguesa, agrega: “En las naciones burguesas la abolición del estado significa la reducción del poder estatal al nivel del de Norteamérica. Ahí, los conflictos de clase se desarrollan sólo de forma incompleta; los enfrentamientos entre las clases están constantemente camufladas por la emigración al Oeste de la superpoblación proletaria. "La intervención del poder estatal, reducida al mínimo en el Este, no existe en el Oeste” (Marx y Engels 1955, 7: 288). Más que un ejemplo de la abolición del estado (incluso en el sentido burgués), el Oeste aparece como el sinónimo de un crecimiento del ámbito de la libertad: no hay ninguna referencia al sufrimiento de los indios americanos, así como está silenciada la esclavitud de los negros. La posición es similar en Orígenes de la familia, la propiedad privada y el Estado: Estados Unidos es mencionado como el país donde, al menos durante determinados períodos de su historia y áreas geográficas, el aparato político y militar separado de la sociedad tiende a desaparecer (Marx y Engels 1955, 21: 166). El año es 1884: en ese momento la población negra no sólo está privada de los derechos civiles adquiridos inmediatamente después de la Guerra Civil, sino que está sometida a un sistema de apartheid y sujeta a una violencia que incluye las formas más crueles de linchamiento. En el Sur de los Estados Unidos el estado era probablemente débil; mucho más fuerte era el Ku Klux Klan, una expresión de la sociedad civil que, sin embargo, podía ser el lugar de ejercicio de un poder brutal como ese. Justo un año antes de la publicación del libro de Engels, la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos declaraba inconstitucional una ley que prohibía la segregación de la población de color en los centros de producción y en los servicios (como los ferrocarriles) administrados por compañías privadas, con el argumento de que tales compañías estaban exentas de cualquier interferencia gubernamental.

Es importante observar, al nivel de política internacional, que Engels parece hacerse eco de la ideología del destino manifiesto tal como sugiere su celebración de la guerra librada contra México: gracias al “coraje de los voluntarios americanos”, “la hermosa California fue arrebatada a los indolentes mexicanos que no sabían que hacer con ella”. Aprovechando la ventaja que le otorgaban estas enormes conquistas “los dinámicos Yankees” habían insuflado nueva vida a la producción y circulación de riqueza, al “comercio mundial”, y a la difusión de la “civilización” (Zivilisation) (Marx y Engels 1955, 6: 273 – 275). Engels pasa por alto un hecho destacado en esa misma época por los abolicionistas norteamericanos: la expansión de los Estados Unidos significaba la expansión de la esclavitud.

En la historia del movimiento comunista es bien conocida la influencia del taylorismo y el fordismo en Lenin y Gramsci. En 1923 Nikolai Bujarin llega aún más lejos al afirmar que: “Necesitamos el marxismo más el americanismo” (en Figes 2003, 24). Un año después, Stalin parece considerar al mismo país que participó en la intervención contra la Rusia soviética con tanta admiración que advierte a los cuadros del partido que si realmente aspiran a realizar los “principios del leninismo” deberán asimilar “el pragmático espíritu americano”. Aquí, “Americanismo” y “pragmático espíritu americano” significan no sólo espíritu positivo sino también rechazo a los prejuicios, lo que ellos consideran en definitiva democracia. Como Stalin explica en 1932, Estados Unidos es ciertamente un país capitalista; sin embargo, “las tradiciones industriales y la práctica productiva tienen algo de democrático en sí, lo que no puede decirse de las viejas naciones capitalistas en Europa, donde el espíritu de la aristocracia feudal pervive” (ver Losurdo 1997, 81-86).

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