Un punto de encuentro para las alternativas sociales

Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XVII)

Salvador López Arnal

«El debate con Claudín-Semprún fue el de mayor profundidad que se ha dado en la historia del partido.»

José Luis Martín Ramos es catedrático emérito de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona. Sus investigaciones se han centrado en la historia del socialismo y el comunismo. Sus últimas obras son El Frente Popular: victoria y derrota de la democracia en España (2016) y Guerra y revolución en Cataluña, 1936-1939 (2018), el libro que nos ocupa, y acaba de publicar en la editorial El Viejo Topo un ensayo sobre la III Internacional y la cuestión nacional.

Centramos nuestra conversación en su libro Historia del PCE, Madrid: Los Libros de la Catarata, 2021, 254 páginas.

Estamos en el segundo capítulo de la 3ª parte del libro. Lo has titulado «El partido del antifranquismo» y lo has dividido en cuatro apartados: 1. De la política resistente a la de la «reconciliación nacional». 2. Consolidación de la política de masas, por encima de nuevas divisiones. 3. Crisis, con debate, y continuidad. 4. Las luchas llevan en volandas al PCE. Nos habíamos quedado a las puertas del tercer apartado. Abres con estas palabras: «La crisis de 1964 se desarrolló fundamentalmente en el seno de la dirección del PCE, pero no dejó de trascender entre la militancia intelectual y universitaria». Antes de entrar propiamente en el tema. Hablas de errores por exceso de optimismo, como el manifestado en las jornadas de 1958 y 1959, que se pagaron con caídas y torturas de centenares de militantes, cuadros y dirigentes, como ocurrió con Simón Sánchez Montero. ¿Quién fue Simón Sánchez Montero? ¿Cómo se produjo su caída?

Fue un militante del PCE, «de toda la vida». Se afilió al partido a los 21 años, en 1936 y aunque al acabar la guerra consiguió escapar durante algún tiempo de la represión fue finalmente detenido en 1945 y pasó sus primeros años de cárcel, hasta 1952. Desde el V Congreso del PCE, en 1954, pasó a formar parte del Comité Central y a partir del verano de 1956 del Buró Político; venía a ser la representación de la militancia del interior en la dirección del partido. Morán, poco dado a los halagos cuando se trataba de dirigentes, escribió de él: «si tenía algo incontestable era su aspecto y su palabra nada inclinados a la exageración». Era un dirigente leal, con criterio propio, que no se callaba críticas o dudas cuando lo creía conveniente.

Fue detenido el 17 de junio de 1959, entregado a la policía por un militante comunista en el curso de las redadas que se produjeron ante la convocatoria de la jornada de la Huelga Nacional Pacífica, en las que entre otros también cayó Múgica Herzog. Pasó otra vez siete años en la cárcel hasta 1966.

El exceso de optimismo al que haces referencia, ¿no era un poco inevitable? ¿Cómo no serlo y seguir en la lucha sin hundirse o echarse atrás?

Desde luego no se puede seguir luchando desde el pesimismo, sobre todo si es pesimismo sobre el esfuerzo que se hace. En ese sentido, psicológicamente, emocionalmente, es mejor ser optimista. Sin que el optimismo en el esfuerzo lleve a autoengaños sobre la realidad. Cuando se habla de exceso de optimismo se refiere a ese autoengaño, que puede ser comprensible pero a final de cuentas no lleva a una mejor lucha.

Comentas, poco después, que también cayó el sustituto de Sánchez Montero, Julián Grimau, salvajemente torturado y finalmente fusilado en abril de 1963 a pesar de la campaña internacional contra la condena. ¿Por qué se cebó el régimen franquista con Grimau? ¿Qué ganaba con ello? ¿No era un claro desprestigio internacional después de los acuerdos de las bases con USA y la superación de la autarquía con la implantación de los planes de desarrollo?

Fue una acción de venganza. No se si el régimen pretendía ganar nada con ello. Por otra parte, en 1963, se sentía suficientemente fuerte en el plano del reconocimiento internacional como para despreciar las consecuencias de ejecutar a un comunista, al que se acusaba falsamente de barbaridades. Si además de la venganza hubo algo más, eso debió ser un mensaje de consumo interno después de las movilizaciones obreras de 1962.

Hablas del seminario de Arrás, Francia. ¿Qué destacarías de ese seminario? ¿Quiénes participaron? Sacristán no pudo asistir (no recuerdo ahora la razón) pero envió unos materiales que siguen siendo de interés.

El que tuvo lugar en Arrás fue el segundo –el primero, en 1960– de una serie de reuniones de debate de militantes del sector intelectual y del universitario que se celebraban habitualmente en verano, luego seguirían otros. En 1965 en vísperas del curso 1965-1966 se remodelaron las direcciones universitarias después de la «crisis Claudín».

Al de 1963 asistieron un centenar, entre ellos Armando López Salinas, José Manuel Naredo, Eduardo García Rico, Lorenzo Peña (que encabezaría la disidencia pro-china en la Universidad), Francesc Vicens, Jordi Borja. El seminario se subdividía por temas y uno de ellos, «El materialismo histórico» tuvo como ponente a Claudín que hizo una intervención con el contenido habitual que entonces se daba al tema, a partir de textos soviéticos.

El seminario no pasó a la historia ni por esa ponencia ni por ninguna de las otras, sino por una intervención extemporánea de Carrillo tras la disertación de Vicens sobre Estética, en la que tomando el hilo de las críticas de Vicens al dogmatismo lanzó una críptica andanada contra supuestos enemigos internos «fundamentales» que «no son los dogmáticos» y «no aparecen en esta discusión». Cuando acabó se marchó del seminario dejando sorprendidos a casi todos los presentes. No a Claudín, que era el responsable del encuentro y que se consideró obligado a comentar la intervención de Carrillo criticando «el tono y el método» –escribe Morán– de Carrillo. Fue la primera manifestación pública de la discrepancia que se estaba produciendo en el seno de la dirección entre las dos principales figuras del PCE y que tuvieron en aquel mismo seminario una primera víctima política: Carrillo no incluyó en el nuevo Comité de intelectuales de Madrid a Javier Pradera.

En cuanto a Sacristán…

Sacristán no asistió porque tenía que acabar la redacción de su libro Introducción a la lógica y el análisis formal que le reclamaba la editorial (se publicó en 1964, en Ariel), pero redactó dos textos que entregó a la delegación del PSUC para que fueran presentados en el Seminario: «Consideraciones críticas sobre los planteamientos tradicionalmente especulativos del problema de la libertad» y «La práctica de la libertad».

Carrillo decidió no hacerlos públicos y los asistentes al seminario no pudieron conocerlos. El hecho formó parte del extraño clima en el que acabó el Seminario de Arrás.

Señalas que ya en 1962 Claudín empezó a poner en cuestión tesis tradicionales del partido como la vindicación de «la tierra para el que la trabaja», que empezaba a dudar de que la salida a la dictadura fuera la revolución, una revolución democrática, antifeudal y antimonopolista como entonces se decía. ¿No existían antecedentes de la posición que mantenía? ¿Eran realmente tesis novedosas?

Dentro del PCE no se habían explicitado posiciones como esas; el discurso de la revolución democrática antifeudal y anticapitalista que se había acuñado a finales de los años veinte era todavía el dominante.

La crisis estalló el 24 de enero de 1964, en una reunión del Comité Ejecutivo del partido. En vez de aquella revolución antifeudal y antimonopolista, Claudín defendió que la salida a la dictadura sería oligárquica aunque bajo formas más o menos democráticas. Visto con los ojos de hoy dio en la diana. Tú mismo señalas: «Los dos [Carrillo, Claudín] se desmarcaban del programa socialdemócrata, que seguían combatiendo. Compartían un mismo lenguaje y las mismas categorías conceptuales; su discrepancia empezó en el análisis del momento, prosiguió en la estimación de los tiempos y los ritmos políticos, y culminó en la definición del objetivo programático». ¿Por qué entonces una ruptura tan radical? ¿Egos insaciables enfrentados?

Cada uno a su manera era un líder y aspiraba, con toda legitimidad, a ser dirigente. No era una cuestión de que eran insaciables, pero es cierto que antagonizaron tanto su diferencia táctica que hicieron la conciliación muy difícil. En el movimiento comunista de los sesenta todavía se padecía el tic estalinista de reforzar las propias posiciones con ataques personales al adversario; es algo que está presente en todos los campos políticos, pero hay que reconocer que en el comunista se exacerbó esa descalificación personal, porque se daba por supuesto que el cuadro comunista y, aún más el dirigente, tenía que ser una persona de comportamiento ejemplar y un ejemplo de dedicación a la causa. Eso también dificultaba la conciliación.

Carrillo se sintió despreciado intelectualmente por Claudín y Claudín sintió que Carrillo se sentía superior que él en capacidad política.

De Semprún y de Claudín, Carrillo vino a decir que su verdadera vocación no era la militancia revolucionaria, sino la literatura, el estudio.

Aparte de Jorge Semprún, ¿quiénes más apoyaron sus posiciones? ¿Francesc Vicens, Jordi Solé Tura?

Entre los dirigentes del partido esos dos fueron los que explícitamente y hasta el final dieron apoyo a Claudín, sí.

Luego hubieron cuadros intermedios que o coincidían o, cuando menos, consideraban que había que escuchar también a Claudín para tomar una resolución adecuada. Por esa razón el Comité de Estudiantes del PSUC de 1965 fue puesto patas arriba por la dirección del partido que marginó a Enric Solé y lo sustituyó por Andreu Mas-Collell.

En todo el partido se dieron pequeños movimientos de ese tipo que en clandestinidad resultaron desapercibidos o desconocidos. En cualquier caso, el apoyo a Claudín fue a final de cuentas muy minoritario.

Si tuvieras que resumir en muy pocas palabras qué líneas de actuación política diferenciada defendía Claudín respecto a línea defendida por el Partido, ¿qué apuntarías?

El debate fue, en mi opinión, el de mayor profundidad que se ha dado en la historia del partido. No querría traicionar esa importancia con un resumen que difícilmente podría hacer en pocas palabras. Recordaré lo que he escrito en el libro: la discrepancia no estaba ni en el fondo ideológico, ni en el concepto del partido y su papel sino en el análisis del momento concreto de la realidad española, en la determinación de los ritmos políticos y en la definición del objetivo programático. Claudín no compartía la hipótesis de la crisis inminente e irreversible del franquismo, ni de la proximidad del cambio sistémico que ella comportaría; consideraba que lo que estaba en cuestión era la forma fascista del poder político, pero que el capitalismo monopolista estaba empezando a dar una salida oligárquica mediante la liberalización económica; que no existían condiciones para poder evitarlo –es decir, para una ruptura– y que el PCE no había de empeñarse en un discurso de expectativas máximas (democracia/democracia política y social/socialismo) y había de aceptar la salida de la democracia formal, exclusivamente institucional, y seguir fortaleciendo al PCE desde un discurso de acumulación de fuerzas.

Luego, en el transcurso del debate, Claudín imprimió un salto a su posición cuando pasó a sostener que, tras la sustitución de las formas fascistas por la de la democracia formal, el objetivo ya solo podía ser el socialismo obviando la consideración de toda etapa de transición.

Ese debate me ha recordado siempre el que se produjo en el comunismo italiano en la segunda mitad de los años veinte sobre la salida al fascismo; en él Gramsci y Togliatti rectificaron sus opiniones iniciales sobre la crisis próxima del fascismo, pero modularon la previsión de futuro mediante la consideración de una etapa de transición entre fascismo y socialismo primero, y entre la salida liberal y el socialismo después, que Togliatti concretó en términos de revolución popular.

Te pregunto ahora por Ramón Mendezona. Tomemos antes un descanso.

De acuerdo.

Entradas anteriores:

Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (I): “El Frente Popular y la lucha antifranquista son los periodos de mayor influencia social”.

Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (II).

Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (III).

Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (IV).

Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (V).

Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (VI).

Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (VII).

Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (VIII).

Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (IX).

Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (X).

Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XI).

Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XII).

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Entrevista a José Luis Martín Ramos sobre Historia del PCE (XIV).

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