Las raíces históricas de la tragedia afgana (y IV)
José Luis Martín Ramos
Una nueva entrada de esta serie en cuatro partes –enlaces a la primera, segunda y tercera partes– sobre la tragedia de Afganistán, el triunfo inicial y fracaso final de un proyecto de reforma social, iniciado a comienzos de los setenta y gestionado desde 1978 por los comunistas afganos. Se inició entonces un ciclo de violencia, en el que la confrontación interna quedó determinada por los factores internacionales; ciclo de violencia casi ininterrumpida a lo largo de cuarenta años y sobre que el que no hay una seguridad de que haya finalizado tras la última victoria de los talibanes. Al final de esta entrada hemos añadido la bibliografía utilizada a lo largo de toda la serie y los mapas físico y político de Afganistán.
1. Internacionalización y cronificación de la guerra civil
1.1. La respuesta de EEUU
Con la entrada de la 40 División soviética en Afganistán y el cambio político en Kabul, con la formación de un gobierno en el que participaron las diversas corrientes del PDPA, la precipitación al abismo de la RDA se frenó, a pesar de que todo ello encorajinó el ánimo del islamismo radical y le proporcionó argumentos propagandísticos para ponerse al frente, ideológicamente, de las revueltas tribales. Es un lugar común que la entrada de las tropas soviéticas resultaron más perjudiciales que beneficiosas para la RDA, por cuanto impulsaron al nacionalismo afgano y la rebelión, poniendo a ésta en condiciones de conseguir la victoria. Un lugar común falso por los cuatro costados. En primer lugar, por la suposición de la existencia de un nacionalismo afgano que se identificaba con la rebelión tribal e islamista; el mayor problema que ésta siempre tuvo, incluso después de su victoria en abril de 1992, fue la de carecer de una identidad nacional y ser una suma, conflictiva entre sí, de identidades étnicas y religiosas. Y en segundo, porque la rebelión ya había despegado y había compuesto su cuerpo fundamental antes de esa intervención soviética, incluida su naturaleza heterogénea que nunca superó. Lo que sí hicieron los acontecimientos de diciembre de 1979 fue resolver la división interna en la administración Carter sobre el grado e intensidad del apoyo a la rebelión, en beneficio de las posiciones que desde un principio sostuvieron Brzezinski y Henze; un apoyo que luego Ronald Reagan multiplicó en cantidad y calidad militar. No fue el supuesto nacionalismo afgano el que dio alas y carburante a la rebelión, sino el apoyo estadounidense, vehiculado a través de Paquistán y que contó con la participación destacada de Arabia Saudí, los Emiratos del Golfo y Egipto[1].
El gobierno estadounidense recibió inicialmente informaciones confusas de lo que sucedido entre el 27 y el 28 de diciembre en Afganistán[2]. Tras un primer momento de estupefacción, reaccionó empujado por Brzezinski y decidió dar una respuesta general de cierre a la política de distensión y apertura de una nueva etapa en las relaciones internacionales. Desde el 19 de diciembre los informes de la CIA alertaron de la concentración de tropas soviéticas en el Sur de la URSS y de traslados de contingentes y material en cantidad que no se llegó a apreciar. La noticia fue comentada por el Comité de Coordinación Especial del 26 de diciembre que concluyó que el mayor riesgo era que se estuviese llevando a cabo una operación soviética «rápida y eficaz para pacificar Afganistán» y que «nuestro objetivo, deberá ser hacer la operación lo más costosa posible para los soviéticos». Brzezinski no perdió tiempo, el mismo 26 de diciembre envió a Carter un Memorándum en el que marcó ya las principales líneas de la respuesta estadounidense. Para empezar el Consejero de Seguridad Nacional presentó un argumento de su propia cosecha para convencer al hasta entonces vacilante Carter, que se convirtió luego en una de las falsas razones para justificar el nivel de la reacción: si los soviéticos tenían éxito en Afganistán y si Paquistán accedía a ello[3], con la entrada militar en Afganistán se cumpliría el viejo sueño ruso de acceder a los puertos del Océano Índico; y saliendo al paso de lo que debía ser un rumor en la administración estadounidense, puso en duda que la intervención directa de tropas soviéticas que al parecer estaba en marcha pudiera convertirse en un«Viet-Nam soviético»[4], alertó que por el contrario pudiera convertirse en su Entebbe en alusión a la exitosa operación israelí de rescate del avión secuestrado en el aeropuerto ugandés en julio de 1976. En otras palabras, no había que confiarse en que los soviéticos se enredaran y había que intervenir para conseguir su fracaso, asegurando que la rebelión contra la RDA continuase mediante el envío de más dinero, consejos técnicos y sobre todo armas. Brzezinski añadió además el factor clave en el diseño de ese salto en la intervención estadounidense, para que siguiera siendo una operación de ayuda encubierta: había que cambiar la actitud norteamericana ante Paquistán para convencerla de que, dijo entonces, ayudara a los rebeldes.
En realidad, lo que hizo EEUU fue convertir a Paquistán en el hub de la ayuda militar, instigado y premiado por el gobierno estadounidense, con lo que se mataban dos pájaros de un tiro: se bloqueaba cualquier acercamiento entre Paquistán y la URSS y se garantizaba el encubrimiento de la ayuda militar norteamericana. Pero para eso era preciso, señaló Brzezinski a Carter, que la política de seguridad de EEUU con respecto a Paquistán no estuviese dictada por la política de no proliferación como se establecía en la enmienda Symintong de 1976 a la Ley de Asistencia Extranjera de 1961 que establecía la prohibición de asistencia económica y militar así como la concesión de créditos a la exportación por parte de EEUU a países que entreguen o reciban, adquieran o transfiriesen tecnología de enriquecimiento nuclear[5]. En otras palabras el gobierno estadounidense había de hacer la vista gorda al programa nuclear paquistaní, para atraer a Paquistán a su órbita de manera definitiva y convertirlo en el socio imprescindible de la intervención en Afganistán. Brzezinski añadía otras acciones complementarias, acercarse a China en su común respaldo a los rebeldes y concertar con los países islámicos tanto la acción de propaganda contra la intervención soviética en Afganistán como como la operación de ayuda encubierta.
No todos compartían dentro de la administración Carter la interpretación de Brzezinski sobre la trascendencia de los hechos. El 15 de enero el Director de la CIA, al Almirante Turner, envió a Carter, al vicepresidente Mondale, a Cyrus Vance, al Secretario de Defensa Brown y al propio Brzezinski, su propia interpretación de lo sucedido: «Es poco probable que la ocupación soviética de Afagnistán constituya el primer paso planificado de antemano en la implementación de un gran plan altamente articulado para el rápido establecimiento del control hegemónico sobre todo el suroeste de Asia». Para Turner se trataba de una respuesta «a regañadientes» ante la «percepción del deterioro inminente e irreversible de su posición ya establecida en un país que se encontraba dentro de la esfera de influencia legítima de la Unión Soviética». Turner, con su propio lenguaje geopolítico, acertaba con las razones de la entrada de tropas soviéticas en Afganistán –apuntalar la RDA y no perder su histórica relación con la URSS– y también en sus previsiones de que los soviéticos no pretenderían ir más allá contra Paquistán y contra Irán. No era, en su opción, una acción expansionista, sino defensiva. Brzezinski, que apostilló luego ante Carter que Turner no consideraba la posibilidad de que la URSS pudiera dirigir su poder militar contra Irán y contra Paquistán «en un futuro más cercano», se salió con la suya. Para el Consejero de Seguridad Nacional la entrada de las tropas soviéticas había de ser considerada desde una trascendencia general y no local y había de tener una respuesta en términos del inicio de una nueva etapa en las relaciones con la URSS. En las reuniones del Consejo de Seguridad Nacional del 28 de diciembre y del 2 de enero quedó claro que la respuesta de EEUU no sería coyuntural, no había que fijarse objetivos como que las tropas soviéticas se retirasen ni que los rebeldes llegaran a hacerse con el poder en Kabul, cosas que se reputaban entonces como imposibles por la fuerza de los soviéticos y la debilidad de los rebeldes; el objetivo era en Afganistán mantener la rebelión en marcha, impedir la pacificación del país por las tropas soviéticas y hacerles lo más costosa posible su acción, y sobre ese escenario llevar a los aliados de EEUU y a la OTAN al acuerdo de que «nuestra respuesta no puede ser modesta ni efímera (…) preparados para tomar pasos serios, paso que los llevarían a salir de la distensión»[6].
Brzezinski quiso darle a Carter un argumento sobre la naturaleza y la trascendencia que se estaba dando, en un documento que le remitió el mismo 2 de enero con el título de «Relevancia de la Doctrina Truman en la situación actual », recordándole el mensaje del Presidente que sucedió a Roosevelt ante el Congreso el 12 de marzo de 1947 en el que anunció que la política de EEUU era la de apoyar a los pueblos libres que resistían los intentos de subyugación de por minorías armadas o por presiones externas, refiriéndose a la guerra civil en Grecia entre comunistas y monárquicos y a la presión de la URSS sobre Turquía para que aceptara una administración conjunta del paso de los estrechos del Mar Negro y, en cualquier caso, mantuviese su posición de neutralidad. La denominada «Doctrina Truman» dio pie a la ayuda estadounidense inmediata al gobierno griego y al gobierno turco, pero para Brzezinski, ante Carter, significó mucho más : « Este discurso marcó el comienzo de uno de los períodos más creativos de la diplomacia estadounidense. Lo que es más importante, señaló la intención de EEUU de abandonar su vacilación pasada y asumir un papel más activista a nivel internacional. Sin esta acción rápida y resuelta por nuestra parte, la Unión Soviética habría seguido aumentando su presión sobre Turquía y Grecia, y la evolución del Sur de Europa y Oriente Medio habría sido sin duda, muy diferente. Hoy enfrentamos un desafío soviético en un área del mundo que es solo un poco más desconocida para los estadounidenses que Grecia y Turquía en 1947. Al igual que en 1947, Occidente nos mira porque solo nosotros podemos proporcionar el liderazgo y los recursos necesarios para hacer retroceder la amenaza soviética a nuestros intereses en la región y más allá (…) La intervención soviética en este caso es más brutal que en 1947, y el Golfo [Índico] es sin duda más vital para los intereses occidentales hoy que Grecia y Turquía hace 30 años». La creatividad diplomática fue la guerra fría y la constitución de la OTAN en 1949. La nueva creatividad significó el bloqueo del acuerdo SALT II y el inicio de una nueva carrera de tensión, militar y económica, que acabaría haciendo entrar en quiebra política a la URSS; a costa de una larga e irresoluta guerra civil en Afganistán, que los gobiernos estadounidenses no solo alimentaron sino que boicotearon también que pudiera llegar a su fin mediante un acuerdo.
Tras la reunión del Consejo Nacional de Seguridad del 28 de diciembre, Carter aprobó la nueva directiva de apoyo a la rebelión en Afganistán que incluía el suministro de armas. Éstas empezaron a llegar a los grupos rebeldes el 26 de febrero[7], a tiempo para alimentar la campaña de primavera que se consideró que podría ser crucial. EEUU concedió a Paquistán la contraprestación que éste solicitaba y este país, a través del ISI y de su relación con la CIA, se convirtió efectivamente en el puerto de enlace entre las diferentes ayudas enviadas y los grupos rebeldes receptores. Egipto, Arabia Saudí y el propio Pakistán suministraban armamento, financiado por EEUU, que en ningún caso se trataba de modelos estadounidenses. El engaño de la operación encubierta se realizó replicando, en fábricas egipcias sobre todo, armamento soviético para que los rebeldes, además, pudieran alardear de haberlos capturado a las tropas soviéticas y afganas; algunos componentes que no podían ser fabricados adecuadamente por las factorías egipcias, lo eran en Europa occidental y en EEUU siguiendo la pauta de la réplica. Sólo más adelante se proporcionó a los rebeldes armamento británico o estadounidense, como los misiles portátiles tierra-aire Blowpie británico, entregados a principios de 1986 y los misiles portátiles tierra-aire Stinger a partir de mediados de aquel año; hasta entonces solo habían dispuesto, en ese tipo de arma, de la réplica de los misiles soviéticos Strele-2 o de misiles norteamericano Redeye suministrados por Paquistán y Arabia Saudi. Por otra parte, la declaración de la guerra contra los soviéticos y la RDA en el mundo árabe como una jihad promovió la llegada a Afganistán, vehiculados por Arabia Saudí principalmente, de voluntarios para combatir junto a los rebeldes, de diversos estados árabe, también palestinos y de manera particular argelinos.
1.2. La guerra se eterniza
La llegada de la ayuda militar, con el valor añadido de la moral de combate que eso proporcionó a los muyahidines, torció la previsión soviética inicial de una intervención limitada en sus funciones y en el tiempo en la que se preveía que el combate directo a los rebeldes podría quedar en manos del ejército afgano; este, por su parte, no estuvo en condiciones en mucho tiempo de poder asumir con un mínimo de adecuación ese combate, con la oficialidad y suboficialidad desestabilizada por las purgas políticas internas y con un elevado grado de deserción que llevó sus efectos al mínimo de 30.000-40.000. Babrak Karmal propuso inicialmente disolver el ejército y reconstituir uno nuevo aprovechando el impasse de la presencia de las tropas soviéticas, pero la URSS se negó a ello; vinculó desde el primer momento su intervención dentro de Afganistán como una operación que no tenía un fin militar en sí misma sino el de proporcionar la neutralización de los rebeldes como amenaza a la RDA y la implementación por parte de ésta de una solución política a la guerra civil mediante la ampliación de la base social de la RDA. Entretanto, el ejército afgano no sería disuelto y reconstituido, sino reconstruido, mediante la ampliación del reclutamiento y la formación de sus mandos en todas las escalas, así como el establecimiento de una mayor disciplina que incluyera severas penas para la deserción.
Ese plan de reconstrucción se llevó su tiempo y hasta 1984 las tropas afganas no empezaron a tener un rendimiento aceptable en el combate a pesar de que las deserciones, que en 1983 llegaron a su nivel máximo de 41.000, siguió siendo un problema permanente que con niveles de entre 25.000 y 30.000 anuales. A pesar de ello, el reclutamiento y la mejor organización y formación permitió consolidar un ejército en torno a los 120.000[8] efectivos; a los que había que sumar las fuerzas del Ministerio del Interior – que pasaron de 14.500 efectivos en 1980 a 74.834 en 1983 y 96.479 en 1988, y del KHAD (Khedamat-i Ettela’at-i Daulati, Servicio de Información del Estado, sustituto del KAM de Amin), que lo hicieron de 5.112 en 1980 a 26.733 en 1985 y 68.609 en 19889. El contingente militar soviético por su parte sumó a comienzos de 1980 85.000 efectivos, para crecer posteriormente ante la evidencia de las dificultades encontradas; en cualquier caso, según Mark Urban nunca fue superior a los 110.000 efectivos.
Frente a ellos el total de rebeldes alzados, constituyeron siempre una cantidad difusa. Mark Urban estimó en 150.000 los miembros de los diferentes grupos organizados, a los que habría que sumar los miles de insurgentes locales, no integrados en ninguna organización, y también los mercenarios y los bandidos de ocasión que combaten por el botín. En suma, Urban estima que la cifra que podría combatir en un momento determinado no fue nunca inferior a los 35.000 efectivos y el total de efectivos comprometidos se alcanzó en 1980-1982 cuando llegaron a ser 250.000, para reducirse a partir de entonces a un máximo de 175.000. Más allá de los combatientes directos es imposible cuantificar los apoyos sociales de cada bando y no es prudente decir mucho más que la RDA tenía su apoyo en los centros urbanos y que la rebelión, por uno u otro motivo, era mayoritaria en el mundo campesino. Los motivos del apoyo a la RDA fueron básicamente homogéneos, a pesar de las divisiones políticas internas. Más diversos fueron los de los rebeldes, éstos pasaron a ser llamados muyahidines, literalmente practicantes de la yihad, o combatientes por el islam en un sentido semántico; no obstante, bajo esa identificación general había sobre todo una rebelión tribal, que solo en parte se identificaba con un proyecto político islamista. Eran sobre todo defensores de las estructuras tribales y sus ideologías legitimadoras (el pashtunwali, de manera destacada). El Islam nunca fue combatido por la RDA, solo entre finales de 1978 y 1979 Taraki y Amin se enfrentaron abiertamente a las dos grandes cofradías sunís y a una parte del clero musulmán refractario; y desde luego a las organizaciones afines al movimiento de los Hermanos Musulmanes, lo que por cierto no los diferenciaba de la mayoría de gobiernos de los países islámicos. A partir de enero de 1980 los gobiernos de la RDA restañaron algunas de las heridas abiertas con el clero e incluso promovieron la construcción de mezquitas. El carácter tribal profundo de la rebelión –que emparentó con las rebeliones históricas ya fueran contra Abdur Rahman, contra Ammanullah o contra Zahir Sha– se manifestó no solo en la persistencia de las divisiones étnicas sino en su agravamiento, lo que siempre impidió la unidad política y de acción de los rebeldes y determinó la fragmentación práctica y la inestabilidad crónica de Afganistán tras la derrota de la RDA en 1992. La unidad de la rebelión no se la dio ningún nacionalismo afgano –que en todo caso se albergó solo en algunos sectores liberales exiliados y en el seno del PDPA–, ni tampoco el islam sino la naturaleza estratégica internacional que le dio la intervención estadounidense.
Mohammed Yusaf, oficial del ISI paquistani y su responsable de la coordinación de los grupos que recibían la ayuda militar entre 1983 y 1987, señaló que 1980 podía, hipotéticamente, haber sido el año en que los rebeldes ganaran la guerra. Todo les era favorable, el ejército afgano estaba bajo mínimos, el nuevo gobierno encabezado por Babrak Karmal todavía había de consolidarse y las tropas soviéticas, que solo habían sido equipadas para una acción temporal y limitada eran reacias a lanzar acciones ofensivas contra los insurgentes. No obstante, y a pesar de que fue aquel año el que registró el mayor número de rebeldes, fueron incapaces no ya de unificarse sino ni tan siquiera de coordinar sus acciones, dando tiempo a la RDA y a las tropas soviéticas a organizarse y superar el momento del riesgo del derrumbe. Yusaf señala que, además, aunque los rebeldes empezaron a recibir armas éstas todavía no eran las adecuadas para enfrentase al equipo pesado de sus enemigos, los tanques, la artillería, los nuevos morteros móviles, los helicópteros artillados capaces de transporta tropas, los aviones. A partir de 1984 el suministro de armas a los rebeldes se incrementó y sofisticó incluyendo minas de plástico antipersonas, armamento antitanques y a partir de 1986 misiles tierra-aire de uso individual los Blowpipe británicos primero y luego los Stinger estadounidense. A pesar de ello, eso pudo causar más bajas entre las fuerzas soviéticas y de la RDA, o dificultar sus movimientos, pero la persistencia de desunión de los rebeldes les impidió tener nunca la iniciativa militar y volver a amenazar con su triunfo como pareció en 1980.
La guerra de los rebeldes fue una guerra dispersa, de acciones locales, de emboscadas y hostigamiento al enemigo; que salvo un par de excepciones nunca persiguió la organización específica del territorio y nunca estuvo ni militar ni políticamente en condiciones de establecer en territorio afgano ningún gobierno provisional. Esas excepciones fueron las de Ismail Khan, el militar que pasó a encabezar la rebelión de marzo de 1979 en Herat y que, tras ser desalojado de la ciudad, mantuvo una guerra constante organizada y de control territorial en la provincia; y sobre todo la de Ahmad Sha Massud que dominó el valle del Panjshir, resistiendo en el hasta nueve ofensivas militares, y se atrevió a salir de él de manera repetida para atacar el paso de Salang, en la carretera de Kabul a la frontera con la URSS, y la base aérea de Bagram. Pero fueron dos excepciones y, además, su condición de tayikos impedía que sus éxitos les proporcionaran un liderazgo general sobre la mayoría pastún de la rebelión y de sus apoyos entre los pastunes del Paquistán. La guerra de las tropas soviéticas, con las que a partir de 1983 el ejército afgano pudo participar ya de manera más activa, fue fundamentalmente una guerra de defensa de las ciudades, infraestructuras vitales y vías de comunicación, combinada con períodos de ofensivas en 1982 y en 1984-1985, sobre todo en Herat, contra el valle del Panjshir y en el área de la frontera con Paquistán en el Este; que nunca resultaron concluyentes, tanto por la recuperación de la presencia en los territorios objeto de ofensiva cuando las tropas se retiraban como por la voluntad subyacente en las acciones soviéticas de no perseguir el triunfo militar, lo que habría significado aceptar un elevado coste humano, sino establecer las condiciones para frenar la expansión de la rebelión y dar tiempo a la solución política del conflicto, planteada ya por los soviéticos a la RDA en 1979 y mantenida siempre hasta su retirada. Con el acceso a la cúspide del poder en la URSS de Andropov y luego de Gorbachov la perspectiva de la solución política se acentuó y las acciones armadas contra los rebeldes se fijaron en esos objetivos defensivos militares y en el apoyo a la solución política.
En esa situación la guerra se prolongó indefinidamente, sin que se vislumbrara ninguna resolución, habida cuenta que la solución política no avanzó en ninguno de los sentidos. Ni la RDA consiguió ampliar lo suficientemente sus apoyos sociales; ni los rebeldes acordaron nunca una unidad real que les permitiera pasar a la ofensiva de control general del país; ni la operación internacional promovida por Gorbachov y el secretario general de la ONU Javier Pérez de Cuellar, con su secretario general adjunto Diego Cordovez, que dio lugar a la firma de los acuerdos de Ginebra del 14 de abril de 1988, consiguió el fin de la guerra, que era su objetivo único, sino tan solo dar cobertura a la retirada de las tropas soviéticas, culminada el 15 de febrero de 1989. Los rebeldes, con el apoyo ya solo supuestamente encubierto de EEUU y la continuidad de la colaboración del ISI paquistaní, mantuvieron la beligerancia con la esperanza de que la RDA, encabezada ahora por Najibullah, se derrumbara tras la retirada soviética.
1.3. Destrucción de la economía afgana
La larga guerra tuvo una consecuencia catastrófica para Afganistán. El estado se debilitó al máximo. Su supervivencia financiera retrocedió cien años. Si en la década de los sesenta había conseguido que los ingresos domésticos regulares se estabilizaran entre el 50 y el 60% del total y había dedicado desde 1972 más del 40% a gastos de desarrollo interno, a partir de 1979 el ingreso doméstico regular y el gasto destinado al desarrollo cayeron en picado en 1988 tan solo el 24% y el 16% respectivamente. Eran el reflejo de la importante desarticulación de la economía y las infraestructuras de comunicación como consecuencia de la guerra civil. La producción de trigo se redujo en un tercio, la de algodón a la mitad, la de la remolacha azucarera prácticamente desapareció. Los gobiernos de la RDA fomentaron la recuperación del cultivo del algodón y la remolacha azucarera, pero sólo pudieron hacerlo en el escaso territorio campesino que controlaban, sobre todo en las provincias del Norte, donde una mayor concentración de tropas soviéticas y los acuerdos con los líderes locales favorecieron ese control. En el resto del campo afgano los muyahidines persiguieron la producción comercial legal, para perjudicar a la RDA, y promovieron la producción para el autoconsumo y, como se verá, la sustitución del cultivo comercial legal por el de la amapola del opio (amapola real). El abastecimiento de trigo a las ciudades tuvo que ser completada con las entregas de trigo de la URSS, que también proporcionó al gobierno afgano aceite, queroseno y , desde luego, gasolina para uso civil y militar. Casi tres cuartas partes de las carreteras quedaron cortadas; un tercio de las aldeas destruidas. Ya en 1983 habían sido destruidas 2.812 escuelas (más de la mitad), 32 hospitales (más del 60%) 111 centros de atención sanitaria básica (más del 75%)[10]. Cinco millones de afganos huyeron a Paquistán y, en menor medida, a Irán; la gran mayoría de ellos eran campesinos. Otros dos millones de campesinos o habitantes de pequeñas poblaciones huyeron a las ciudades; de ellos un millón a Kabul, complicando las exigencias y la logística del abastecimiento de la ciudad ante ese repentino crecimiento que no podía ser absorbido por ninguna actividad productiva. El descenso del ingreso, además, se produjo en un escenario de multiplicación progresiva del gasto que pasó de poco más de 30.000 millones de afganis en 1979 a 42.000 en 1982, 88.700 en 1986 y 129.000 en 1988. La supervivencia financiera del estado pasó a depender de la ayuda externa directa –proporcionada por la URSS casi en exclusiva por la retirada de las ayudas occidentales– y la indirecta que significó la venta de gas a la URSS a sobreprecio; esas ventas de gas saltaron del ser el 13% de los ingresos en 1979 al 33 al año siguientes, porcentaje que se mantuvo hasta la segunda mitad de la década[11]. La ayuda económica soviética era tan importante como la militar.
La otra cara de la moneda fue la expansión del cultivo del opio, consecuencia directa de la rebelión y el sistema de la intervención encubierta de EUU, que entregó en manos del gobierno paquistaní y, en concreto del ISI, la canalización de esa intervención. En el principio la expansión del cultivo del opio fue iniciada por los grupos rebeldes de las provincias de Helmand y Kandahar y las de la frontera oriental con Paquistán, para financiar su primeras compras de armas y controlar mediante la imposición del cultivo de la amapola a los campesinos, así como por algunos grupos organizados, el de Hekmatyar y el de Yunis Khalis, disidente de este último. Cuando se estableció el acuerdo entre EEUU y Paquistán, la intervención del ISI derivó en una sustitución exponencial de los cultivos tradicionales por el de la amapola que alimentaban los viajes de retorno de la ruta de las armas; éstas eran desembarcadas en Karachi, transportadas en caravanas de camiones protegidos por el ISI y los rebeldes al interior de Afganistán y en su regreso a Karachi transportaban la heroína afgana para su consumo tanto en el mundo asiático, la heroína marrón, como el occidental, la blanca[12]. La producción de opio saltó a 140 Toneladas en 1984, 400 en 1985, 800 en 1987 y 1981 en 1991 y constituyó la principal fuente de financiación de los grupos rebeldes. Ni el fin de la presencia soviética, ni la caída de la RDA en 1992, ni la del Emirato Islámico y la intervención estadounidense directa en 2001 acabaron con esa situación. El consumo del opio y sus derivados está prohibido por el Corán pero los rebeldes pretendieron justificar su producción y tráfico argumentando que ellos lo cultivaban pero no lo consumían y que era la principal fuente de financiación para luchar contra los infieles. Sin el argumento religioso, el gobierno de EEUU –todos ellos sin excepción– justificó también hacer la vista gorda ante esa producción y tráfico que había propiciado la intervención encubierta con el argumento de la lucha contra los soviéticos; Ann Wrobleski, subsecretaria de Estado para asuntos internacionales, defendió en 1987 el tráfico de drogas de los rebeldes afganos diciendo que era «la única moneda que tienen»[13] . Aunque no solo dejó hacer. Peters recuerda la propuesta que hizo a Ronald Reagan el ex jefe de los servicios de espionaje francés y fundador del « Safari Club»[14] Alenxandre de Marenches, en 1981: la que llamó Operación Mosquito, consistente en proporcionar de manera masiva heroína a los soldados soviéticos para deteriorar su capacidad de combate; Reagan y Casey, director de la CIA, aceptaron el plan, algo ratificado también por el paquistaní Yousaf. La economía campesina del Sur y del Este de Afganistán quedó marcada desde entonces por el narcotráfico, así como los sucesivos regímenes que se instauraron tras la derrota de la RDA en 1992.
2. De la ampliación de la base a la reconciliación nacional
2.1. Babrak Karmal
La operación militar y política del 27 de septiembre se completó al día siguiente con una reunión del Comité Central del PDPA, sin participación de los seguidores incondicionales de Amin[15] para elegir como nuevo Secretario General a Babrak Karmal, que concentró también, como había hecho Amin, los cargos de Presidente del Consejo Revolucionario y Primer Ministro; al propio tiempo Sarwari y Kishtmand, representando las dos corrientes del reunificado PDPA, fueron designados vicepresidentes y vice primer ministros. El pacto se trasladó a la formación del nuevo gobierno, integrado por «parchamis» y «jalquis», con Rafi en el Ministerio de Defensa, Dost en Relaciones Exteriores y Anahita Ratzebad en Educuación y Gulabzoy en Interior Mazdooryar en Transportes y Watanjar en Comunicaciones. Babrak Karmal incorporó en el gobierno a tres independientes, entre ellos Mohammed Khan Jalalar, que había sido Ministro de Finanzas en el gobierno de Shafiq y de Comercio en el Daud; también lo hizo en la segunda línea de la alta administración del estado[16], en la que integró a algunos participantes activos del movimiento Juventud Despierta, de manera destacada Abdur Rauf Benawa, Muhammad Siddiq Farhang y el historiador Abdul Hai Habibi, nombrados asesores de Babrak Karmal.
La apertura hacia figuras independientes pretendía recuperar la línea derrotada en junio de 1978, aunque quedó limitada a personalidades próximas a las posiciones políticas del PDPA-Parcham en los años setenta. El partido siguió siendo el referente político exclusivo de la RDA. Los Principios Fundamentales decretados en abril de 1980, a modo de constitución provisional, mantenían el sistema de partido único y la concepción tradicional del partido como fuerza guía y movilizadora de la sociedad. Por otra parte, primero la gestión de Taraki y Amin y el inicio de la guerra civil habían roto puentes entre los comunistas y la intelectualidad reformista disconforme con el autoritarismo de Daud; luego la intervención soviética dio alas a la propaganda anticomunista sobre todo entre la intelectualidad musulmana. El PDPA ocupó todo el espacio del poder y confió la ampliación de su base a las medidas de apertura cultural y a que la intervención de las tropas soviéticas le devolvieran el control del territorio en el que la implementación de las reformas sociales y educativas consiguieran la adhesión de los sectores campesinos mayoritarios.
Clave fundamental de la recuperación de la línea inicial y de la apertura era la articulación del Frente Nacional, con elementos que no se limitaran a ser representantes del PDPA. Babrak Karmal anunció ese objetivo ya en los primeros días de enero de 1980, sin embargo su realización habría de alargarse, ante la necesidad de reconstruir las organizaciones de masas –minimizadas como apéndices del partido durante la etapa anterior– crear nuevas que representaran otros sectores sociales y restablecer relaciones políticas con las que había querido contar en mayo de 1978, en particular con Setam-e Milli y Afgan Mellat. Entre mayo y julio se reconstituyó la Organización de la Juventud Democrática, la Organización Democrática de Mujeres, se realizaron los primeros congresos de maestros y de médicos –sectores sociales con importante presencia en el PDPA– y se consolidó el Consejo Central de Sindicatos con la realización de su Primer Pleno. Pocos meses después se fundaron la Unión de Periodistas, en septiembre, la de Artistas y la de Escritores, en octubre; y en diciembre tuvo lugar el primer congreso de cooperativas agrarias. Todas ellas habían de ser, en teoría, organizaciones autónomas; no obstante la situación de guerra civil no pudo sino limitar la participación individual al área de militancia y de simpatizantes con el PDPA. Por otra parte las relaciones con Setam-e Milli y con Afgan Mellat quedaban condicionadas por el mantenimiento del sistema de partido único, un error grave en la perspectiva de la articulación de un Frente Nacional políticamente plural. La mayoría de los supervivientes de Settam-e Milli, disminuido políticamente por la ejecución de su líder histórico Badakhshi, acabaron integrándose en el PDPA y el partido desapareció. En cuanto a Afgan Mellat, su fundador Ghulam Muhammad Farhad propuso a sus adherentes que apoyaran a la RDA frente a la rebelión islamista y la injerencia paquistaní, insoportable desde su posición de nacionalismo pastún; no todos lo siguieron, pero el partido desapareció en la práctica y Farhad murió en 1984, sin ninguna actividad política[17]. El Frente Nacional se constituyó por fin en el congreso del 15 de junio de 1981, presidido por Babrak Karmal, con 946 delegados en representación del PDPA, las organizaciones de masas reconstituidas o constituidas a lo largo de 1980, entidades paralelas al PDPA como la Organización Paz, Solidaridad y Amistad, el Consejo de Ulemas, y algunos representantes tribales; Zeray fue elegido como Presidente y Sayed Afghani Vicepresidente, e integró en su comité ejecutivo a algunas personalidades no comunistas entre las que destacó el coronel Fateh Mohammed, un histórico opositor a Daud, que fue asesinado poco tiempo después por los islamistas. Que la presidencia se hubiese adjudicado a Zeray era significativa, por cuanto no se trataba precisamente de una personalidad independiente, sino de un cuadro histórico del PDPA, integrante siempre de la corriente «jalqui», que en primera instancia había aceptado el golpe de Amin pero que en diciembre de 1979, residiendo en Moscú temporalmente por razones de salud, se alejó de él y apoyó el golpe del 27 de diciembre y la asunción del mando del partido y de la RDA por parte de Babrak Karmal[18]. Con esa constitución del Frente Nacional se organizó el área de influencia social, pero no se amplió. Sus miembros eran los de las organizaciones de masas de la RDA y los afiliados independientes, una cifra reducida de algunas decenas de millares, que alcanzó los 112.000 en 1985.
Una segunda clave fue hacia el reconocimiento de la posición central del islam y el abandono del anticlericalismo. El 19 de febrero Babrak Karmal presentó en ceremonia pública la nueva bandera de la RDA: era de nuevo la tricolor, con el escudo formado por las dos gavillas abiertas unidas por la punta superior por una pequeña estrella roja de cinco puntas y una semi rueda dentada; en su centro en la parte superior un sol naciente, en la inferior un libro abierto, y entre ambas figuras el símbolo musulmán tradicional del arco de la oración y el púlpito; a diferencia de las banderas de la monarquía, la república y la primera etapa de la RDA, no había ninguna letra, ninguna palabra. Constituía una proyección simbólica de la unión entre trabajadores y campesinos y la del islam y las aspiraciones sociales del movimiento obrero. En los Principios Fundamentales la RDA fue definida como un «estado democrático, independiente, perteneciente a todos los trabajadores musulmanes» . Por otra parte, se estableció el respeto y custodia de la religión islámica, la libertad de cultos y ritos y la igualdad entre creencias islámicas (sunitas y chiitas en sus diversas corrientes). Babrak Karmal puso en marcha una política institucional de acercamiento al mundo islámico: en 1980 reactivó el Consejo de los Ulemas, dependiente del Ministerio de Justicia; en 1982 inició la creación de una gestión institucional autónoma de la política religiosa mediante la instauración del Departamento de Asuntos Islámicos, sustituido a partir de 1985 por un Ministerio de Asuntos Islámicos e Intereses Religiosos. Al mismo tiempo impulsó la construcción y renovación de mezquitas. La enseñanza de la religión se integró en los programas escolares. En 1981 se garantizó el apoyo por ley a las peregrinaciones anuales a La Meca. Como en otras cuestiones su iniciativa se quedó a menos de medio camino. En este caso no por falta de voluntad propia sino por el rechazo de los principales líderes religiosos que habían podido escapar a la persecución del período anterior, así como de la mayoría del pueblo musulmán afgano que siguió considerando a los comunistas y sus colaboradores como ateos o, aún peor, takfir; también por la dura reacción de los grupos rebeldes contra la colaboración de miembros del clero con la RDA; en 1983 se había contabilizado el asesinato de 46 ulemas por los islamistas. Babrak Karmal no pudo contar con la colaboración de ningún líder religioso sunita de primera fila; excepto Sayed Afghani, que dirigió el Departamento de Asuntos Islámicos y el Consejo de Ulemas, ningún otro de los que se integraron en las instituciones islámicas del régimen habían completado cursos en la Universidad de Al-Azhar, una condición mínima para el reconocimiento social de su autoridad. El capital principal del primer Ministro de Asuntos Islámicos, Maulawi Abdul Wali Hojjat, no era tal autoridad sino su condición de chií y de antiguo miembro de Setam-e Milli. Fue precisamente entre los chiíes donde su apertura obtuvo mayor reconocimiento, y consiguió el apoyo del líder chií de Mazar-i Sharif, Garf Abdul Gafar.
Mientras la lucha contra los rebeldes fue descargada sobre las tropas soviéticas, a la espera de que el ejército afgano estuviese en condiciones de intervenir en ella de manera mínimamente aceptable, el gobierno de Babrak Karmal se circunscribió a la administración del territorio no controlado por los rebeldes, a la implementación de un programa de acciones urgentes para corregir los errores y abusos cometidos entre 1978 y 1979 y a la reactivación del reformismo social, descargándolo de la pulsión coercitiva del período anterior y adaptándolo a la política de guerra. Una de las primeras medidas fue poner en libertad a los encarcelados por razones estrictamente políticas; entre ellos a la familia real que, conforme a lo que Babrak Karmal ya había propuesto en 1978, fue expulsada del país para que pudiera reunirse con el exilio monárquico, encabezado por Zahir Sha; también a los supervivientes de la familia Mujaddidi[19]. En contraposición a la persecución masiva de sus rivales llevada a cabo por Taraki y Amin, el nuevo gobierno reprimió de manera selectiva a los principales colaboradores de este último. Una quincena de miembros del Comité Central, algunos de ellos miembros también del gobierno de Amin, fueron detenidos y condenados a muerte o a largas penas de prisión; no obstante, solo cinco de ellos fueron ejecutados, a comienzos de junio de 1980. El resto vio sus penas conmutadas a un máximo de 20 años, aunque fueron puestos en libertad en abril de 1988[20]. Los ejecutados en junio incluyeron, además de los cinco miembros del Comité Central, al hermano y sobrino de Amin –éste último jefe del KAM–, el director operativo del KAM, el jefe de las fuerzas de seguridad, el director de la prisión de Pul-i-Charkhi, y dos ayudantes de campo de Amin.
Pul-i-Charkhi quedó prácticamente vacío, lamentablemente por poco tiempo. La intensificación de la guerra civil volvió a llenar esa prisión, así como las prisiones provinciales de las capitales controladas por la RDA. La represión, dejó de tener la característica del terror político de 1978-1979 y pasó a ser una represión de guerra cuyas condiciones y resultados están todavía lejos de precisarse de manera objetiva. Esa represión tuvo dos instituciones básicas: el KHAD, que sustituyó al KAM constituido como servicio de inteligencia y seguridad –tomando el modelo de la KGB soviética– subordinado a la Presidencia del Consejo Revolucionario y dirigido por el «parchami» Najibullah y los Tribunales Revolucionarios Especiales, asimismo subordinados al Consejo Revolucionario, instaurados por Babrak Karmal en sustitución de los tribunales militares del período anterior; se decretó, además, una Ley de detención que obligaba a que los detenidos fuesen presentados ante un juez en el término máximo de dos meses y que el período de detención preventiva tuviera como límite nueve meses. Raja Anwar, detenido en Pul-i-Charkhi por su participación en los grupos de izquierda paquistaníes protegidos por Amin y testimonio directo de la represión, escribió que los oficiales de los Tribunales Revolucionarios Especiales recorrían periódicamente los centros de detención para reclamar a todos aquellos que hubiesen cumplidos los términos de presentación ante el juez. Afirmó también que nadie fue ya ejecutado sin proceso y que en éste el acusado tenía derecho a la defensa, incluso a la propia defensa[21]. Sobre la dureza de esa justicia de guerra, Raja Anwar señaló que entre 1980 y 1985 fueron ejecutadas en Kabul un máximo de 250 personas por año[22]. Rubin, citando fuentes de Amnistía Internacional cifra en 8.006 el número de ejecutados por cumplimiento de sentencia entre 1980 y 1988. En cuanto al volumen total de la represión, el gobierno afgano reconoció 150.000 detenidos entre 1980 y 1990, de los que la mayoría fueron puestos en libertad tras ser interrogados, cumplir su prisión preventiva o penas cortas de prisión; entre 1987 y 1990 se puso en libertad a 19.514 presos con penas mayores. Cifras todas ellas importantes, pero equiparables a las de los procesos de represión en cualquier guerra civil. El nuevo gobierno decretó además normas de funcionamiento carcelario, por las que se prohibía golpear a los prisioneros, mantenerlos en régimen de aislamiento individual más de 14 días, y permitirles un encuentro quincenal con sus familias, así como recibir comida, correspondencia y pequeños objetos de uso personal. Otra cosa es el cumplimiento real que todo ello tuviera. Raja Anwar testimonia que los malos tratos en la cárcel de Kabul pasaron a ser excepcionales. También afirmó que se redujeron los malos tratos en los interrogatorios en los centros de detención del KHAD, pero en este caso sin más pruebas que lo que le comunicaron en tal sentido los asesores soviéticos; pudo ser que hubiera instrucciones en tal sentido, pero el propio Anwar admitió que no todos los interrogadores cumplieron las normas. Y, desde luego, el cumplimiento de las normas legales no fue el mismo en Kabul que en el resto del territorio controlado por la RDA, en el que el alejamiento de la presión del gobierno central y la incorporación de las milicias territoriales a la represión favoreció la subsistencia de los abusos y malos tratos. Fue una guerra civil sin cuartel y con prácticas de malos tratos por ambos lados; algo que estaba enraizado en la cultura tribal de desprecio al enemigo derrotado.
Las tropas soviéticas consiguieron frenar el avance de la rebelión islamista. Así se consideró en la reunión del Politburó del 7 de abril de 1980[23], en la que se destacó de manera particular que se había conjurado el surgimiento de una amenaza militar en las fronteras con la URSS. No obstante, la rebelión tribal e islamista no había sido derrotada, por más que habían tenido que cambiar su táctica: renunciar al control territorial estable y pasar al hostigamiento, al terrorismo y al sabotaje económico. La conclusión fue que la guerra seguiría y que las tropas soviéticas habrían de continuar hasta que la situación en Afganistán se estabilizara en favor de la RDA. Iba para largo. Un informe del cuadro de mandos soviéticos superiores del 10 de mayo de 1981[24] señaló que en aquella fecha la RDA controlaba 184 distritos, que incluían las capitales provinciales y las principales áreas vitales de producción y comunicación. El momento del derrumbe había pasado, la rebelión tribal e islamista no había triunfado, pero quedaba ya claro que el control era precario más allá de las ciudades e incluso en las ciudades, en Kabul, Kandahar y Herat particularmente, durante la noche cuando los islamistas aprovechaban la retirada de las fuerzas armadas a sus cuarteles para llevar a cabo sus acciones terroristas, de manera particular atentados individuales dirigidos contra miembros del PDPA o de la organizaciones del Frente Nacional. La continuidad indefinida de la guerra obligó a la dirección del PDPA a reconocer los limites de la aplicación de su política reformista, imposible más allá del recinto de las ciudades y de las escasas áreas campesinas que le eran adictas; según Giustozzi solo una décima parte del campesinado apoyó a la RDA: eran campesinos proletarizados, pequeñas tribus pastunes más pobres, algunas tribus de la frontera con el Paquistán, los uzbekos del Norte.
El reformismo no se abandonó, pero tuvo que abrirse a políticas económicas y sociales de guerra. El 20 de junio de 1981 se aprobó un conjunto de medidas sobre la reforma agraria que incluían un listado de exenciones en la aplicación de los criterios sobre la propiedad de la tierra de la que se beneficiarían los líderes religiosos y líderes tribales que rechazasen la rebelión y apoyaran a la RDA, los propietarios que se hubiesen exiliado y regresaran al país acogidos al perdón gubernamental, aquellos que impulsaran en sus tierras la mecanización y el cultivo para el mercado y los que se comprometieran a vender su producto al gobierno, también los oficiales del ejército afgano; asimismo se estableció que las tierras redistribuidas se adjudicarían preferentemente a aquellos campesinos suyos hijos se presentaran como voluntarios a servir en las fuerzas armadas y se canceló la deuda que 860.000 familias habían contraído con el estado para financiar la explotación de sus tierras. Las enmiendas incluyeron «observar el principio de la propiedad legal, respetar las tradiciones y costumbres religiosas y tribales y mejorar las condiciones del pueblo». Además, se previó la devolución de las tierras que se hubiesen expropiado de manera abusiva o, si eso no fuera posible, la indemnización de su valor económico. La ralentización forzada de la reforma agraria tuvo como contrapartida un programa de asistencia material y técnica que incluyó el reparto por parte del gobierno de semillas, fertilizantes, tractores y máquinas agrícolas –entre 1978 y 1982 se entregaron 1.200– y la concesión de créditos. También el incremento de la función compradora del estado, que además estimuló la producción agraria comercial, y el apoyo a la RDA, incrementado los precios de compra del producto a los campesinos[25] Tampoco pudo avanzar la alfabetización y la extensión de la educación pública en el campo; en 1983 solo quedaban abiertas 830 escuelas, de ellas 130 en Kabul, de las 3.700 que existían en 1978. Los maestros se convirtieron en objetivo principal del terrorismo islamista; 2.000 de ellos habían sido asesinados en 1986. Las instituciones educativas públicas sufrieron un hundimiento parcial en los niveles de primaria y secundaria: la cifra de alumnos llegó a su máximo en 1981, con 1.1988.286 estudiantes de primaria y 159.390 de secundaria pero cayó a partir de entonces para pasar a 580.499 y 105.032 en 1985[26]. Por otra parte, el gasto social del estado tuvo que recomponerse para atender a la necesidad de subsistencias en el territorio controlado, particularmente en las ciudades. Una necesidad satisfecha en gran medida por el suministro soviético de trigo, aceite, jabón, té, azúcar, calzado, queroseno doméstico y otros productos, subvencionado indirectamente por la propia URSS mediante la reducción del precio de suministro –combinada con el aumento del precio de compra del gas afgano– y cubierta mediante un sistema de cupón de compra y una red de tiendas del estado. Según datos del primer ministro Kestmand, en 1988 se repartieron cupones de compra subvencionada a 340.000 empleados públicos y a 20.000 ulemas, en beneficio de unos 3,2 millones de personas; en el último año del régimen la cifra se había elevado a 550.000 receptores de cupones y prácticamente 5 millones de beneficiarios.
La guerra obligó también a medidas impopulares como fue el endurecimiento del reclutamiento militar, y de la persecución de prófugos y desertores a partir de enero de 1981. La edad de incorporación al ejército se rebajó hasta los 18 años, la duración del servicio militar se alargó hasta cuatro años, y los reservistas de menos de 50 años quedaban a partir de septiembre de 1980 en situación de movilización permanente. La penalización del incumplimiento –que los militares soviéticos siempre consideraron excesivamente blanda– no impidió que se mantuviera muy altas las cifras de prófugos y desertores y que resultara muy lenta la recuperación de las dimensiones que tenía el ejército en 1978. En consecuencia, se incentivó el servicio voluntario en el ejército, la policía o los nuevos contingentes militarizados del KHAD, con medidas de premio a las familias y con el mantenimiento del tiempo de servicio en dos años.
La prioridad era ganar la guerra. Esa conclusión fue ratificada por la Primera Conferencia Nacional del PDPA, el 14 de marzo de 1982, que aprobó un genérico Programa de Acción en el que se hacían votos en favor del relanzamiento de la reforma agraria y de la economía mixta –defendido respectivamente por la corriente «jalqui» y la «parchami»–; fue un acuerdo de compromiso que no incluyó medidas concretas y que dejó en las manos del Buró Político del partido la decisión de los contenidos y los tiempos. El principal objetivo de la Conferencia fue hacer manifestación pública de unidad interna de un PDPA que volvía a crecer en militancia sin que desaparecieran las antiguas divisiones internas, a pesar de ese crecimiento. El partido que había quedado en mínimos de militancia en enero de 1980, por debajo de los 20.000, incluyendo la reincorporación de los «parchamis», registraba en el momento de la conferencia un total de 62.800 miembros. Ese era el dato positivo; el negativo, la sombra de la división interna que la masa de nuevos afiliados heredaba. Esa división se había reactivado ya tan pronto como en febrero de 1980 cuando Sarwari encabezó, infructuosamente, una oposición al cambio de bandera, que tuvo su mayor respaldo entre los mandos militares; luego siguió insistiendo en mantener posiciones discrepantes, hasta que finalmente Babrak Karmal y la dirección del PCUS acordaron alejarlo, enviándolo como embajador a Mongolia, en junio de 1980. Con su historial era una medida más que prudente. A pesar de que el PDPA se estaba convirtiendo en una organización mayoritariamente joven –el 65% de sus miembros en 1982 tenía como máximo 30 años–, el 86% de los 841 delegados se habían afiliado al partido desde su fundación hasta la revolución de abril de 1978[27]; lo que significaba que la estructura de cuadros estaba absolutamente dominada por los veteranos, que mantenían sus rivalidades históricas, aunque se hubiese rebajado con mucho su virulencia con respecto al período de 1978-1979. El rechazo común a Amin había unido a «parchamis» y la gran mayoría de «jalquis». Misak, un seguidor de Amin en arresto domiciliario, hizo llegar a los delegados una carta en la que criticaba la política del partido por lo que consideraba el abandono de la línea revolucionaria. No tuvo eco significativo y la Conferencia mantuvo el compromiso del 28 de diciembre de 1979. Éste configuró un predominio de los «parchami» en la dirección y la gestión del partido; durante la etapa de Babrak Karmak como secretario general de los 56 miembros del Comité Central, 37 eran «parchami» y 19 «jalqui», en la de Najibullah se amplió el número de miembros a 71 y la superioridad «parchami» a cuya corriente pertenecieron 55 de ellos. Esa correlación se repitió, ampliada en la composición del gobierno: de sus 39 miembros durante la etapa de Babrak Karmal 29 fueron «parchami» y solo 7 «jalqui»[28]. Del núcleo duro del ejecutivo los «parchami» ocuparon la Presidencia y la jefatura del gobierno (Babrak Karmal), los ministerios de Asuntos Exteriores (Wakil) y de Defensa (Rafi y Abdul Qadir) y el organismo de seguridad interior, el KHAD (Najibullah) ; a los «jalquis» correspondió el ministerio de Comunicaciones (Vatanjar) y el de Interior (Gulabzoy), aunque además controlaron el ejército con el apoyo del mando militar soviétic.
Los soviéticos mantuvieron una posición de equidistancia entre las dos corrientes que, en la práctica, benefició la división. Frente al avance de los «parchami» en el partido, en el que se impusieron como clara mayoría en los órganos dirigentes nacionales y territoriales, los mandos y asesores militares soviéticos favorecieron la supremacía de los «jalquis» en el ejército. En el informe del 10 de mayo de 1981 citado se señaló que la correlación entre unos y otros había sido mantenida por ellos, que no habían permitido lo que señalaban un crecimiento forzado de los «parchami» en las fuerzas armadas regulares: en agosto de 1980 había 13.000 afiliados al PDPA en el ejército, de ellos 11.300 eran «jalquis», el 87 %, una proporción que se había mantenido a pesar con el ligero crecimiento de afiliados que había pasado a 15.000 en mayo de 1981[29]. Esa disfunción, alentada por los mandos soviéticos destacados en Afganistán, tuvo consecuencias negativas que estos no previeron años más tarde, cuando se produjo la retirada de las tropas soviéticas y el desequilibrado control «jalqui» del ejército afgano dejó de tener el contrapeso moderador de los mandos y asesores soviéticos. Babrak Karmal había querido inicialmente, por razones políticas obvias, la disolución del ejército afgano; contra su deseo éste se mantuvo, y encima lo hizo con su cuadro de mandos dominado por sus rivales internos que, por el contrario, estaban en minoría en la dirección del partido. Por el momento las consecuencias fueron el enquistamiento de la división, sin que hubiese entonces diferencias políticas antagónicas, y el inicio de un distanciamiento entre Babrak Karmal y los soviéticos, incrementado por los limitados resultados de la política de apertura y de la constitución del Frente Nacional.
El informe del 10 de mayo propuso sustituir a Babrak Karmal en la Presidencia del Consejo de Ministros por Sultán Alí Kestmand, más capacitado en la gestión administrativa y económica[30], en busca de una mayor eficacia y también de una mejor relación entre afganos y soviéticos; además Kestmand tenía la virtud añadida de ser miembro de la minoría hazara, chií[31]; también proponía establecer una paridad fija entre las dos corrientes del partido en el Buró Político y el Comité Central. Se desconoce cual fue la discusión que siguió entre la dirección afgana y la soviética sobre esas propuestas, el caso es que el relevo de Babrak Karmal por Keshtmand al frente del gobierno fue aceptado por ambas y se consumó el 11 de junio siguiente; pero no la modificación forzada de la dirección del partido, que siguió controlada por Babrak Karmal como secretario general[32]. El recambio fue efectivo en la mejora de la gestión ministerial, hasta el punto que Khestmand se mantuvo como Primer Ministro hasta mayo de 1988 y lo fue de nuevo entre febrero de 1989 y mayo de 1990; por el contrario las tensiones entre Babrak Karmal y los soviéticos se mantuvieron. Un informe de la KGB del 26 de enero de 1983[33] le criticó por falta de energía y por la continuidad de las diferencias en el seno del partido. La personalidad de Babrak Karmal pudo ser controvertida, aunque también es cierto que ese tipo de críticas –como la del consumo de alcohol– fueron habituales en el conflicto político interno de los comunistas soviéticos; por otra parte, atribuirle la continuidad de las diferencias en el seno del partido no era justo, por no hablar de la corresponsabilidad de los propios militares soviéticos al proteger una mayoría «jalqui» en el ejército afgano. Lo que era indiscutible es que la sintonía de diciembre de 1979 se estaba desajustando.
2.2. Golpe de timón
Esas tensiones se alimentaban con la impotencia de unos y otros ante la prolongación de la guerra, sin un horizonte claro de su terminación. Babrak Karmal reprochaba a los militares soviéticos que no tuvieran una mayor contundencia y acabaran con los focos rebeldes; los militares soviéticos reprochaban a los afganos la escasa fiabilidad combativa de su ejército. La dirección del PCUS lamentaba constantemente que la del PDPA no fuese capaz de conseguir avances políticos y de que no solo no consiguiera ampliar la base del régimen, sino que encima siguiera amenazando su estabilidad con la persistencia de la división entre «jalquis» y «parchamis». El punto de consenso de la decisión tomada por la dirección del PCUS en diciembre de 1979 estaba en el carácter limitado y temporal de la intervención militar directa, cuyo objetivo era evitar el derrumbe –que se percibía casi inevitable– de la RDA si seguía en manos de Amin y que, por primera vez desde la historia de la URSS se irguiera en su compleja frontera sur de Asia Central un estado hostil. Ese objetivo solo se cumplió en parte: se produjo el recambio político en la dirección del PDPA y la RDA y se neutralizó el ascenso de la rebelión, que en los inicios de la intervención pudo explotar a su favor el sentimiento popular de hostilidad a la presencia de tropas extranjeras. Un año después de esa intervención quedó claro que el apoyo encubierto de EEUU, a través de Paquistán y con el apoyo de los centros de decisión principal del mundo islámico, había proporcionado a los rebeldes, ya definitivamente consagrados por ese mundo como muyahidines (combatiente por la jihad), una capacidad de resistencia indefinida. Sus divisiones internas –étnicas, tribales, ideológicas y personales– les impedían alzarse con la victoria militar; pero con un suministro exterior que buscaba siempre evitar su derrota y mantener en jaque permanente a las tropas soviéticas, podían resistir manteniendo abierta una guerra sin horizonte claro de resolución.
Contra lo que se había esperado y calculado, la función de suplencia de las debilitadas fuerzas armadas de la RDA se prolongó en el tiempo. Las consecuencias de lo sucedido entre 1978 y 1979 eran profundas y el fin del sectarismo no implicaba el fin del aislamiento del PDPA en la sociedad afgana. Ésta quedaba descompuesta por la guerra entrando en una dinámica de fragmentación entre la RDA, los grupos muyahidines y buena parte de la población no afecta ni a unos ni a otros, que se aislaba de la guerra cuando podía y se defendía de ella parapetándose localmente en sus estructuras tribales tradicionales, promoviendo la emergencia de señores tribales de la guerra que la hacían por su cuenta y oscilaban entre los dos polos políticos enfrentados: los islamistas y los comunistas. Sin superar el aislamiento en el que se encontraba, la RDA no mejoraba su situación política y sin ello no estaba en condiciones de mejorar su situación militar. En el contexto de la internacionalización del conflicto afgano su dependencia del apoyo militar directo soviético se cronificó. Sin embargo, ese apoyo, que se veía imprescindible para sobrevivir, no bastaba para proporcionar la victoria. Entre 1981 y 1982 las tropas soviéticas la persiguieron, pasando a la ofensiva; mostraron su superioridad en el momento del combate, pero también su insuficiencia para mantener el control del territorio tras la batalla. Los muyahidines desalojados de las ciudades y de territorios abiertos se refugiaban en las montañas o, como en el caso de los tayikos de Ahmad Shah Massoud en su encajonado Valle del Panjshir. Tras el resultado infructuoso de ese esfuerzo, que elevó las bajas de soldados soviéticos a casi dos mil[34], en la dirección del PCUS se empezó a poner en cuestión la permanencia de la intervención en los términos en que se estaba produciendo.
En ese momento de cronificación de la guerra y dudas, el secretario general de la ONU Kurt Waldheim tomó en abril de 1981 una iniciativa diplomática nombrando a Javier Pérez de Cuéllar como su representante personal –es decir su mediador– en el conflicto de Afganistán. A lo largo de 1981 Pérez de Cuellar visitó en dos ocasiones las capitales de Afganistán y Paquistán y se entrevistó con representantes soviéticos, elaborando en el transcurso de esa acción el esbozo de una probable agenda de negociación: retirada de tropas, fin de las injerencias exteriores, la cuestión de los refugiados y el establecimiento de las garantías internacionales para el cumplimiento de los acuerdos que pudieran producirse[35]. Pérez de Cuellar solo encontró una respuesta receptiva entre los soviéticos, pero no entre los paquistaníes, que rechazaban que ellos estuvieran produciendo ninguna injerencia y proponían en cambio que la clave era la autodeterminación de los afganos, sugiriendo con ello que la intervención soviética había anulado la soberanía de Afganistán; por otra parte Babrak Karmal miró con recelo desde el primer momento que se discutiera la retirada de las tropas soviéticas sin que se garantizara previamente la supervivencia de la RDA[36]. De esos primeros encuentros no salió nada concreto excepto las reuniones periódicas –en abril y junio– del mediador de la ONU con los ministros de asuntos exteriores de Afganistán y Paquistán en el Palacio de las Naciones en Ginebra, que mantuvieron un canal abierto de encuentro. Durante 1982 las operaciones militares eclipsaron la incipiente diplomacia implementada por Pérez de Cuellar y Cordovez, su representante personal en Afganistán cuando él mismo accedió a la secretaría general de la ONU.
Esa situación cambió cuando Andropov –que se había venido destacando en el Politburó del PCUS por sus dudas ante la cronificación de la intervención militar– sucedió a Breznev en la secretaría general del PCUS, en noviembre de 1982. Andropov llegó a ella con la propuesta de un giro reformador en la URSS, anunciado en su primer discurso ante el Comité Central; en él afirmó que la necesidad de atender a los problemas económicos internos obligaba a restringir los compromisos económicos y militares en el exterior. Y acompañó esa propuesta con una invitación a Reagan para concertar un encuentro personal para reactivar las negociaciones sobre el desarme; así como el apoyo explícito, formulado en la Cumbre del Pacto del Varsovia de enero de 1983, a la iniciativa diplomática de la ONU sobre Afganistán, entonces en punto muerto. Al propio tiempo ordenó suspender las operaciones militares de carácter ofensivo en Afganistán. El 28 de marzo Andropov se reunió con Pérez de Cuellar y Cordovez, y exhortó a llegar a un acuerdo lo antes posible, sobre la base del fin de la injerencia paquistaní y el fin del apoyo afgano a la oposición paquistaní al gobierno de Zia-ul-Haq; y facilitar el siguiente paso de negociaciones directas entre Kabul e Islamabad. La ronda de abril de 1983 en Ginebra confirmó esa orientación y la aceptación del representante paquistaní, generando una euforia en la delegación de la ONU que llevó a Cordovez a proclamar públicamente, en mayo, que se había llegado a un 95% de acuerdo para una resolución conjunta. Se precipitó. Las manifestaciones de Cordovez activaron la resistencia a la negociación en el gobierno paquistaní y tuvieron como respuesta la propuesta presentada en el senado de los EEUU para incrementar sustancialmente la ayuda a los rebeldes, que llevaba implícita la desconsideración de la iniciativa diplomática de la ONU. La ventana se cerró de golpe; en la ronda de junio en Ginebra la delegación paquistaní ya no mostró disposición a llegar a ningún acuerdo concreto.
Andropov no dio por acabada la opción diplomática y el hecho es que mantuvo la suspensión de actividades militares de envergadura en Afganistán; manteniendo a las tropas soviéticas en posiciones defensivas, de mantenimiento de las comunicaciones terrestres y hostigamiento a las penetraciones muyahidines desde la frontera con Paquistán y con Irán. Una posición acompañada por parte del gobierno de la RDA con una intensificación de contactos con grupos rebeldes no pertenecientes o disidentes de la alianza islamista apadrinada por EEUU, Paquistán y la Arabia Saudí o simplemente con tribus no alineadas con ninguno de los bandos. Los contactos no eran nuevos; los habían mantenido ya Taraki y Amin, que estimularon la formación de milicias tribales de apoyo a la RDA, entre pastunes de la frontera con Paquistán. Tras el golpe contra Amin, buena parte de aquellas milicias se dispersaron o se incorporaron a los rebeldes; pero el gobierno de Babrak Karmal reactivó la operación entre 1982 y 1983, fomentando nuevas milicias tribales fronterizas así como milicias regionales, en particular en Herat y en las provincias del Norte. Según Giustozzi en 1983 se celebraron 700 reuniones con autoridades tribales de toda Afganistán. El resultado no siempre fue una adhesión explícita a la RDA, muchos de los jefes locales solo pretendían contemporizar, afirmar su independencia ante el estado y ante los muyahidines o tener un pie en cada campo; aun así el resultado no era despreciable y pudo conseguir unos 500 aliados fiables[37]. En 1984, 40.000 rebeldes se entregaron al gobierno y 13.000 de ellos pasaron a formar parte de las milicias territoriales y fronterizas. No sin razón Giustozzi consideró el crecimiento de las milicias, a expensas de antiguos combatientes contra la RDA, como una efectiva ampliación de la base del régimen, por abajo; no sin dejar de considerar los problemas de lealtad en esa dinámica, en la que la adhesión de las milicias era comprada. El trabajo de sondeo y captación de las autoridades tribales recayó fundamentalmente en el KHAD, dirigido por Najibullah que fue cobrando peso en la política de la RDA.
A Andropov no le dio tiempo para más; gravemente enfermo murió el 9 de febrero de 1984, quedando interrumpido, y sin su principal y más prudente promotor, el proyecto de reforma del estado soviético. La elección de Chernenko como nuevo secretario general dio temporalmente la primacía a los partidarios dentro de la dirección soviética de reactivar la línea de la ofensiva militar, que efectivamente conoció un nuevo impulso en 1984. El cambio de la dirección y la orientación soviética se acompañó con el triunfo pleno de los partidarios del incremento cuantitativo y cualitativo del apoyo a los muyahidines, encabezados por el director de la CIA William Casey y el congresista Charles Wilson, que consiguieron que en 1984-1985 se triplicara el volumen económico de la ayuda y siguiera creciendo en años sucesivos hasta llegar a ser en 1987 21 veces el monto de partida en 1984[38]. Desde mediados de 1985, los muyahidines empezaron a recibir material militar de alta tecnología, en comunicaciones, explosivos retardados, minas plásticas, morteros asistidos por guía de satélites y misiles antitanque; y se empezó a debatir en el seno de la administración estadounidense la conveniencia de dotar a los rebeldes con el nuevo misil tierra-aire Stinger. Una escalada militar que volvió a evitar la derrota de las organizaciones islamistas en 1984 y que no se detuvo cuando se produjo un nuevo cambio en la dirección de la URSS, con la sucesión de Chernenko por Mijail Gorbachov, el cuadro más joven del Politburó.
Gorbachov decidió desde el primer momento recuperar la agenda de Andropov, aunque finalmente la interpretara a su propia manera. Eso significó también reconsiderar la permanencia de las tropas soviéticas en Afganistán, aun cuando la idea inicial de Gorbachov no fue muy precisa. Pocos días después de ser elegido secretario general se entrevistó el 15 de marzo con Babrak Karmal, en un encuentro breve en que además de recordarle la habitual invocación de la ampliación de la base del régimen y el establecimiento de vínculos con las masas le espetó a Babrak Karmal que «naturalmente» había de comprender que las tropas soviéticas no podían quedarse en Afganistán para siempre. Leyendo las actas de los encuentros de Gorbachov con Babrak Karmal y luego con Najibullah[39] se saca la impresión de que el dirigente soviético tenía un conocimiento muy precario de la realidad de Afganistán. En la reunión del 15 de marzo Gorbachov le recordó a Babrak Karmal –no sin alguna impertinencia– algo que este último sabía de sobra: que la etapa de la revolución afgana no era todavía socialista, sino nacional-democrática. Meses más tarde insistió en el mismo sentido en la reunión que ambos mantuvieron en Moscú el 10 de octubre[40] «tienes que ampliar la base del régimen, olvidarte del socialismo». Gorbachov añadió en su relato al Poltiburó que Babrak Karmal estaba estupefacto, lo que se ha interpretado siempre como una reacción de sorpresa ante el anuncio de una inminente retirada de las tropas soviéticas; pero la estupefacción de Babrak Karmal también podía venir de ese discurso político que en los términos en que lo hacía no venía a cuento. Desde la caída de Amin ni Babrak Karmal ni ninguna facción del PDPA pretendían impulsar una supuesta construcción inmediata del socialismo. Las señales de su fallos de conocimiento directo de la realidad afgana siguieron cuando su interlocutor dejó de ser Babrak Karmal. Cuando en julio de 1987 Najibullah expuso a Gorbachov su plan para promover un espectro pluripartidista en el que incluía la creación de un partido campesino, el Secretario General del PCUS le preguntó si había existido alguna vez en Afganistán ese tipo de partido. La apertura al islam la comparaba con las buenas relaciones que el estado soviético había conseguido establecer con la iglesia ortodoxa; una comparación que no tenía ningún sentido, ni doctrinal ni institucional.
El interés de Gorbachov no estaba propiamente en la suerte de la revolución afgana sino en la conveniencia de poner fin a la presencia militar soviética directa tanto por razones de política exterior, para eliminar obstáculos a la consecución de una nueva relación con EEUU y las potencias occidentales, como de política interior soviética, para reforzar su imagen de reformador decidido[41]. Gorbachov heredó el guion incipiente de Andropov: dar vida de nuevo desde la URSS a la iniciativa diplomática de la ONU y reforzar políticamente a la RDA, hasta la reconsideración del recambio en la dirección del PDPA si ello era imprescindible. En su nuevo desarrollo esto último pasó a ser el paso previo ante la definitiva falta de sintonía entre Gorbachov y Babrak Karmal. Después de que Gorbachov desplazó a Gromyko del ministerio de Relaciones Exteriores, en julio de 1985, mediante la maniobra de ascenderlo a Presidente del Soviet Supremo, y pasó a controlar el área promoviendo como sucesor de Gromyko a Shervarnadze, la resolución sobre la retirada militar de Afganistán empezó a entrar en el momento de las concreciones. El 10 de octubre Gorbachov citó en secreto a Babrak Karmal en Moscú y aparte del extemporáneo comentario sobre el socialismo, le anunció que a partir del verano de 1986 «tendréis que aprender a defender vuestra revolución vosotros mismos», por lo que había que dar un giro hacia atrás, ampliar la base del régimen, disponerse a compartir el poder con los opositores incluso con jefes rebeldes, volver a los valores tradicionales, convertir a las fuerzas armadas en un ejército real. Lo que hizo el secretario general del PCUS ya no era advertirle que las tropas soviéticas no permanecerían de manera indefinida en Afganistán, sino anunciarle que la retirada estaba próxima y que la RDA se tenía que preparar ya política y militarmente para ello. En la reunión del Politburó del 15 de octubre en la que informó de ese encuentro Gorbachov concluyó señalando que la intervención en diciembre de 1979 había sido un error, que debía rectificarse cuanto antes, y que se haría así «con o sin Karmal».
Estupefacto o no, Babrak Karmal intentó seguir las instrucciones de Gorbachov. En noviembre de 1985 proclamó un plan de «diez tesis», que incluía el objetivo de constituir un gobierno más representativo no monopolizado por el PDPA, fomentar la iniciativa privada en la economía, permitir organizaciones independientes de intelectuales y profesionales y el autogobierno tribal, respetar el Islam y consolidar las fuerzas armadas y «cuando cese la intervención extranjera» proceder a la retirada de las tropas soviéticas. Esa proclamación de intenciones se acompañó en enero de 1986 con una ampliación del Consejo de la Revolución que pasó de 69 a 148 miembros, de los cuales 58 no eran miembros del PDPA[42]; y una operación semejante se hizo en el Consejo Provincial de Kabul, que pasó a 591 miembros, de los que solo 95 eran miembros del partido. ¿Qué nuevos pasos habría dado Babark Karmal? Nunca lo sabremos. La confianza de los dirigentes soviéticos estaba plenamente quebrada. La insistencia de Babrak Karmal en condicionar la retirada de tropas soviéticas al fin de la injerencia y sobre todo su rechazo a que las negociaciones se desarrollaran en el ámbito de la ONU, postulando como alternativa una negociación directa Paquistán-Afganistán que implicaba el reconocimiento previo de la RDA por Paquistán, llevó a Gorbachov a seguir adelante «sin Karmal». Los soviéticos habían encontrado su relevo: Najibullah, avalado por su gestión eficaz del KHAD y por el jefe del departamento de inteligencia exterior de la KGB, y vicepresidente de ese organismo, Vladimir Kryuchkov. Aprovechando sus problemas de salud –finalmente no graves– Babrak Karmal fue invitado a restablecerse en Moscú, donde permaneció a lo largo del mes de abril; y donde se le propuso formalmente que cediera la secretaría general del PDPA a Najibullah, permaneciendo él como Presidente del Consejo Revolucionario, sin ninguna función ejecutiva real. Karmal regresó a Kabul el 1 de mayo, seguido por Kryuchkov que le instó a cumplir con el plan. Según Harrison, Gorbachov tenía prisa por resolver el relevo, antes de que se iniciara una nueva ronda de conversaciones en Ginebra en junio, en la que se empezaría a considerar un calendario concreto de la retirada; ronda sobre la que ya no quería tener que contemplar la sombra de la discrepancia de Babrak Karmal. Sin opciones de enfrentarse a la decisión de Gorbachov, Babrak Karmal presentó su dimisión por carta ante la dirección del PDPA; que el 4 de mayo –en su ausencia y la de Bayarlay y Anahita Ratzebad que no quisieron asistir– la aceptó y eligió a Najibullah como nuevo secretario general. El forzado recambio tuvo pocas discrepancias internas, los «jalquis» no lamentaron en absoluto la caída política de su antagonista, que lo había seguido siendo desde 1980; y solo la Organización Democrática de Mujeres se manifestó aquel día por las calles de Kabul protestando por el hecho, sin mayor trascendencia política.
2.3. La quimera de la reconciliación nacional
No se trató simplemente de un cambio de personas, sino de un cambio de objetivo y de línea política, determinado por la decisión del gobierno soviético de retirar sus tropas. Éste no solo había llegado a la conclusión de que no era posible la victoria militar, sino que la derrota política de la intervención soviética ya se había producido[43]; había que salir antes de que pudiera llegar a producirse también una derrota militar. En consecuencia, privado de ese apoyo directo, el gobierno afgano había de descartar también el objetivo de la victoria de la RDA y dar un paso político atrás para conseguir un acuerdo de paz en el interior de Afganistán, en paralelo al acuerdo promovido por la ONU. La orientación de la ampliación de la base de la RDA, mediante la implementación de la reforma nacional-democrática en los términos en que se había recuperado a partir de 1980, fue sustituida por la adopción de lo que se denominó el Plan de Reconciliación Nacional anunciado el 15 enero de 1987[44]. Babrak Karmal se opuso a ello, e intentó movilizar sus apoyos en el PDPA, pero fue definitivamente apartado del poder en noviembre de 1986 al ser destituido también de la presidencia del Consejo Revolucionario. En esencia el Plan de Reconciliación Nacional consistió en impulsar procesos de acuerdo con la oposición y los grupos rebeldes para poner fin al ya largo enfrentamiento civil y hacer verosímil la voluntad de paz de la RDA mediante una transformación institucional que liquidara el régimen de partido único y detuviera la implementación de las reformas sociales que mayor hostilidad había encontrado en el mundo campesino.
De entrada, abrió la mano en el ámbito militar y el penal. Con el anuncio del Plan de Reconciliación Nacional, proclamó el mismo 15 de enero de 1987 un alto al fuego unilateral por seis meses, que se prolongaría otros seis meses más y se abandonó la constante presión política y militar sobre las zonas campesinas controladas por los rebeldes, ofreciendo a sus líderes tribales y comandantes acuerdos de paz, a cambio de otorgarles autonomía en sus territorios. En el campo propio del territorio de la RDA se volvió en febrero de 1987 al servicio militar de dos años y se renunció a la pretensión de un ejército de 200.000 efectivos; aunque esta última medida tenía que ver con la decisión de Najibullah de potenciar las milicias territoriales, con la incorporación de grupos rebeldes que llegaran a acuerdos con el gobierno, y organizar en 1988 un cuerpo militar del Ministerio de Seguridad –el WAD, que sustituyó al KHAD–, la Guardia Especial, directamente bajo su control, que llegó a sumar en torno a los 30.000 efectivos. En cuanto a las formas y la intensidad de la represión ya se ha comentado que con Babrak Karmal se pasa del terror político a la represión de guerra, con problemas de ejecución por el grado de control de las instituciones centrales sobre el territorio y los defensores de la RDA; ahora lo que hará Najibullah será minimizar esa represión de guerra, poniendo en libertad una parte importante de presos, entre 1987 y 1990 a poco más de 19.500 y en los primeros diez meses de 1991 –hasta donde se dispone de datos–, 1.300 más; en ese período el total de condenados fue de 4.432, de los que 2.752 lo eran por motivos políticos, es decir incluidos en la represión de guerra. Se mantuvieron los Tribunales Revolucionarios Especiales, pero solo hasta 1990, cuando una nueva constitución reordenó el sistema judicial disolviéndolos.
La reforma agraria fue prácticamente dejada en suspenso, tanto por lo que se refería a la redistribución de la tierra como a la nacionalización del agua de riego. Entre 1980 y 1986 se había ralentizado, por la fuerza mayor de la guerra y el control de las áreas campesinas, pero se había mantenido añadiendo la entrega de tierras procedentes de las propiedades que excedieran los límites a 40.000 familias más. Ahora se detuvo adoptando además un nuevo límite de posesión de tierras, que se estableció en las 20 hectáreas, manteniendo las exclusiones ya adoptadas en 1981; ese límite dejo en un porcentaje ínfimo a los propietarios que lo rebasaban, por lo que el principio de redistribución fue sustituido por un estímulo al enriquecimiento campesino, a través de la agricultura comercial, y al crecimiento de la propiedad. En congruencia con ello, se autorizó el mercado de tierras, y las figuras del arrendamiento, la aparcería y el trabajo asalariado. En cuanto a la redistribución de tierras, cuya posibilidad quedaba minimizada, se añadió que los beneficiarios podrían devolver la tierra si no querían aceptarla, sin ningún tipo de penalización. La Constitución de 1990 estableció la inviolabilidad de la propiedad privada. El fin de la reforma agraria persiguió la priorización definitiva de la producción para el mercado, en el que el estado era el principal comprador ya fuera para la exportación o para la redistribución en el sistema de provisión de subsistencias; a la vez que rehacer la relación con los jefes tribales para llevarlos al terreno del acuerdo de reconciliación. Por otra parte, se amplió la apertura al islam iniciada por Babrak Karmal, mediante el impulso de madrazas y escuelas coránicas gubernamentales, la instauración de un nuevo centro islámico en la Universidad de Kabul y, sobre todo, el reconocimiento formal del islam en la nueva Constitución aprobada por una Loya Jirga, en julio de 1987. El protagonismo pasó del reformismo social a la transformación institucional del régimen. Para subrayar ese giro la Constitución de 1987 cambió la denominación del estado recuperando la de República de Afganistán (RA), anterior a la revolución de abril de 1978, y estableció un sistema político multipartidista, concretado con la Ley de partidos políticos de julio de 1987, al tiempo que se promocionaba la fórmula del gobierno de coalición.
La posibilidad de la Reconciliación Nacional se sustentaba por parte de Najibullah en la heterogeneidad de la rebelión y en la posibilidad de atraer a la mayor parte de los alzados en armas, sobre todo a los que no formaban parte de los partidos islamistas, con sede en territorio paquistaní (la Alianza de los Siete) o iraní. En una primera evaluación de resultados, en un encuentro con Gorbachov en julio de 1987, Najibullah calculó que de los 160.000 rebeldes en ese momento[45], 15.000 se habían pasado al lado del gobierno y se habían integrado en las milicias regionales y las fronterizas, 53.000 de unos 600 grupos estaban en conversaciones con el gobierno, otros 50.000 estaban a la expectativa y solo 46.000 –los de los partidos islamistas– mantenían una posición que calificó de irreconciliable. Un año más tarde, en un nuevo encuentro entre ambos, a comienzos de abril de 1988, Najibullah hizo un nuevo cálculo de rebeldes, que elevó a 270.000, pero los repartió en volúmenes semejantes: 90.000 estaban en posiciones de diálogo con el gobierno, 50.000 seguían siendo irreductibles y el resto se mantenían a la expectativa de la evolución de los acontecimientos[46]. Giustozzi interpreta que fue en este terreno, de negociaciones con grupos rebeldes y de incorporación de un número importante de ellos a las fuerzas gubernamentales en el que la política de Reconciliación Nacional avanzó más, por la base, en términos cuantitativos. Después de la retirada soviética y cuando quedó claro que la República de Afganistán no se desplomaría –al menos no de inmediato– la captación de antiguos rebeldes para que formaran parte de milicias o de unidades militares y paramilitares diversas alcanzó la cifra de 100.000. Algunas milicias llegaron a tener un peso militar de primera importancia, como las regionales uzbekas dirigidas por Dostum, miembro del PDPA desde antes de la revolución de 1978, que tenían unos 30.000 efectivos a principios de 1992; o la milicia ismailita de Sayid Mansour, en el Noroeste, con 18.000 efectivos, que hizo de Pul-i-Khumri la ciudad más tranquila de Afganistán. Fue un éxito, sin duda, aunque no sin una limitación que acabaría siendo trascendental; la gran mayoría de esas adhesiones al campo gubernamental tenían un interés material propio: el sueldo que pasaban a recibir por parte del gobierno y el suministro de armamento que les permitía controlar de manera estable territorio y administrarlo en beneficio propio. Su convicción no dependía de una afinidad política y ni siquiera era una muestra de que se compartiese la política de Reconciliación Nacional tal y como el gobierno afgano la concebía.
Menos exitosa fue la transformación institucional. La Ley de Partidos iniciaba formalmente la transición hacia un sistema democrático pluralista; sin embargo, la traducción real de sus disposiciones fue decepcionante, insuficiente en cualquier caso para el objetivo perseguido. De los ocho partidos legalizados entre 1987 y 1990, tres eran pequeños grupos disidentes surgidos del PDPA a finales de los setenta: la Organización Revolucionaria de Trabajadores de Afganistán (SAZA) la Organización de Trabajadores de Afganistán (SZA) y la Alianza de los Combatientes por la Paz y el Progreso, una facción antagonista de este último; un cuarto grupo legalizado era un partido chií minoritario de la provincia de Faryab, dirigido por Maulawi Albdulhalim Raqim. Otros dos partidos eran de nueva creación, promovidos por el propio PDPA: el Partido Islámico Popular de Afganistán (HAMA) y el Partido de la Justicia Campesina (HADA), aunque en éste se integraron algunos militantes maoístas. La articulación de un sistema de partidos con un mínimo de pluralidad, quedó frustrada por la negativa de Najibullah a legalizar el grupo liberal de Muhammad Asqhar –antiguo rector de la Universidad de Kabul– Unión por la Libertad y la Democracia, por su abierto occidentalismo; y por la negativa de los restos de Afgan Mellat a integrarse en la operación política de la República de Afganistán, a pesar de los intentos que en su caso hizo Najibullah para conseguirlo. En esas condiciones las elecciones de abril de 1988 a la Wolesi Jirga, tuvieron escasa participación[47] –siempre limitada al territorio controlado por la República de Afganistán– y un resultado que pareció predeterminado: de los 234 escaños en disputa, el PDPA obtuvo 46, el Frente Nacional (de hecho una proyección del PDPA) 45 y SAZA y SZA –que se aliaron con los dos anteriores en un bloque de izquierda– 24; la oposición autorizada, sumó 69 escaños; y se reservaron 50 escaños a la oposición armada, los rebeldes, como acto simbólico de reconciliación, que dado su rechazo a la República de Afganistán se sabía que quedarían vacíos.
Apoyado en ese débil multipartidismo se formó en junio de 1988 un nuevo gobierno encabezado por Muhammad Hassan Sharq, antiguo viceprimer ministro de Daud en su etapa republicana, encarcelado por Amin y liberado por Babrak Karmal. La designación de Sharq tuvo un significativo antecedente: en noviembre de 1987 Gorbachov había planteado a Najibullah que si éste asumía la Presidencia de la República, el cargo de Primer Ministro había de recaer en un miembro de la oposición y «si los jefes de la contrarrevolución y Zahir Sha se niegan aceptar esta propuesta», se nombrara entonces una persona con autoridad que hubiese entrado en cooperación con el régimen recientemente[48]. Obviamente, si hubo entonces algún acercamiento a los «jefes de la contrarrevolución» o a Zahir Sha, no dieron ningún resultado y no quedó otra opción que la del independiente cooperador. Éste resultó ser Sharq, prototipo del político independiente aliado habitualmente con Babrak Karmal[49], que lo nombró en 1980 embajador de la RDA en la India. Najibullah lo promovió en 1987 a viceprimer ministro y finalmente le confió que representara institucionalmente el primer gobierno de la nueva línea de reconciliación nacional, en el que además de él la mitad de sus componentes no eran miembros del PDPA. Figuras similares fueron nombrados como nuevos gobernadores principales, de manera que en la primavera de 1988, 16 de los 33 gobernadores no eran miembros del PDPA; e incluso un gobernador, Wakil Azam de Nangrahar era un ex muyahidin pasado recientemente al campo de la RA. También los consejos locales elegidos en 1988 se abrieron a la presencia de independientes o antiguos rebeldes. A pesar de todo, a excepción de los miembros del «bloque de izquierda» las participaciones gubernamentales fueron sobre todo individuales; el espectro multipartidista legal era débil y su participación política limitada.
La política de Reconciliación Nacional avanzó más en el ámbito territorial, en los pactos con líderes locales y la formación de los gobiernos provinciales y locales, que en la política nacional. Ese fue el gran déficit de la nueva orientación, que nunca se superó. Y también un motivo de recurrente diferencia entre el gobierno afgano y los dirigentes soviéticos, que reflejaba la diferente motivación en los cambios que se impulsaban por parte de unos y de otros. En la dirección soviética ésta era, primordialmente, de índole internacional: dar marcha atrás del paso dado en diciembre de 1979 para establecer una nueva relación con EEUU y Europa Occidental que le permitiera concentrarse en la reforma interna de la URSS; en la afgana reforzar socialmente lo máximo posible a la RA para poder defender su permanencia y, desde ella, la transición al fin de la guerra y la transición a una nueva etapa republicana con apoyo mayoritario de la población. En su premura por realizar el cambio en la dirección soviética se llegó a postular no un paso atrás en la intervención militar directa, sino la directa liquidación de la República de Afganistán. En la reunión del Politburó del PCUS de 21 de mayo de 1987, el mariscal Akhromeev Jefe del Estado Mayor General, propugnó la formación de un «gobierno burgués» en Kabul, apoyado durante un año por las tropas soviéticas, que se retirarían completamente tras ese período; Gorbachov le replicó que si se proponía eso «simplemente huirán»[50]. No habría tal ruptura, pero la transición deseada por Najibullah y Gorbachov nunca pudo contar con la pieza básica de la aceptación de ningún líder importante de los muyahidines, ni de Zahir Sha y, ni siquiera de la oposición liberal en el exilio, los sucesores de Afgan Mellat o líderes intelectuales como Hassan Kakar[51].
En 1988 los soviéticos albergaron la ilusión de que la figura rebelde que podía incorporarse al gobierno de la RA fuera Ahmed Sha Massoud, con quien los mandos militares soviéticos en Afganistán habían acabado pactando acuerdos informales de no agresión mutua tras no conseguir desalojarlo de su reducto del Valle del Panjsir. En enero de 1988 el general Varennikov, al mando de las tropas en Afganistán, propuso que el gobierno afgano negociara con Massoud, considerando que en un futuro próximo podía convertirse en una figura política principal «con la que la URSS tendría que cooperar ». Varennikok instaba a que los dirigentes afganos le hicieran las máximas concesiones posibles y ,a decir de Rubin, Najibullah presionado por los soviéticos ofreció a Massoud el Ministerio de Defensa en julio de 1988, sin que éste lo aceptara. Najibullah nunca creyó en las intenciones de acuerdo de Massoud y, por el contrario, reclamó actuar contra él con mayor contundencia. No obstante, Varennikov, autorizado por la dirección del PCUS, intercambió en diciembre de 1988 correspondencia con Massoud, que resultó infructuosa. El rebelde tayiko, firmemente apoyado por la CIA y por los servicios británicos, nunca se movió de su posición insurgente contra la República. Finalmente la dirección soviética reconoció el fracaso –el error– de su actitud ante Massoud al comenzar el nuevo año cuando, como se lamentara Najibullah ante Shervarnadze, se había perdido lamentablemente el tiempo. Najibullah se quejó de que durante cuatro años Massoud, que amenazaba permanentemente el paso de Salang, no hubiese sido objeto de ninguna importante operación en su contra, permitiéndole consolidar un contingente militar de 11.000 efectivos; y de que, todavía, la operación que finalmente se había decido contra él en aquel comienzo de año tenía un carácter local y no podría cambiar sustancialmente la situación.
Massoud no fue el único líder muyahidín tanteado, aunque con resultados igualmente negativos. Un par de meses antes de que se iniciara la retirada de las tropas soviéticas Najibullah contó a Gorbachov en su encuentro en Tashkent[52] que se había reunido con una delegación de Hekmatyar, «a puerta cerrada» en la que les explicó la propuesta de reconciliación, a la que le respondieron que antes que nada Najibullah había de renunciar a la Presidencia de la RA e ingresar en el partido de Hekmatyar. Los partidos de la rebelión islamista, los protegidos por Paquistán y los que lo fueron por Irán –a excepción de un pequeño grupo con presencia exclusiva en Herat– nunca quisieron acordar nada con la RA, convencidos de que tras la retirada de las tropas soviéticas, con el apoyo que mantendrían de sus padrinos internacionales, derrotarían rápidamente a la república que continuaban considerando comunista. De acuerdo con las informaciones que manejaba Najibullah[53], los grupos muyahidines pensaban lazar una ofensiva, tras la retirada completa, contra Jalalabad o Kandahar, capitales que disponían de aeródromo, para establecer desde ellas un puente aéreo directo con EEUU, sin pasar por Paquistán, y lanzarse al asalto final de Kabul. No se engañaba sobre sus intenciones, aunque sí se equivocó al minusvalorar el peso final de los «irreductibles»; sin ellos la política de Reconciliación Nacional estaba más que coja, no avanzaba fuera del territorio físico y político de la RA. Los «irreductibles» tenían mucho más que 50.000 muyahidines, tenían el apoyo norteamericano y el apoyo saudí.
3. Derrota final
Najibullah confió en el avance «por abajo» de la Reconciliación Nacional, en que le favoreciera el cansancio de la guerra entre la población afgana, siempre que se mantuviese la defensa de la legitimidad de la República de Afganistán. En esas condiciones consideraba que el gobierno de esta última, nucleado por el PDPA, tenía que cubrir todo el proceso de transición hasta la consecución de la paz, la celebración de nuevas elecciones tras ella y la formación de un nuevo ejecutivo de acuerdo con el resultado de aquellas elecciones. Reputaba fundamental que no se produjera ni un vacío militar ni un vacío político tras la retirada de las tropas soviéticas, habida cuenta de los apoyos exteriores que recibía y recibirían los muyahidines que prolongaría la guerra civil; también del proceso de fragmentación que ésta había generado, del que eran manifestaciones evidentes la emergencia de los señores de la guerra y la incapacidad de las organizaciones islamistas, no ya para elegir un liderazgo común sino ni tan siquiera para coordinar sus luchas. Para evitar el vacío militar era necesario completar la capacidad de defensa de la República de Afganistán con el desarrollo de las milicias regionales y fronterizas, la formación de unidades militares especiales, de lealtad garantizada y formación adecuada[54], y la continuidad indispensable de los suministros militares y alimentarios de la URSS. Conjurar el vacío político pasaba por mantener el protagonismo del PDPA, caracterizado en la Constitución de 1987 como «guardián y garante de la política de reconciliación nacional»; llevar adelante los cambios institucionales de manera controlada, evitando que la entrada de nuevos actores y agentes políticos en los órganos de poder centrales y en la administración territorial desbordaran la reforma política y desencadenaran en el campo de la República de Afganistán la fragmentación que caracterizaba desde el primer momento el de la rebelión. Todo un desafío con múltiples perfiles, algunos incontrolados y otros impredecibles.
El mismo mes en que se celebraron las elecciones a la Wolesi Jirga, culminaron las negociaciones de Ginebra y se firmó el 14 de abril un acuerdo bilateral entre Afganistán y Paquistán, de no injerencia en los respectivos asuntos internos, regreso de exiliados a Afganistán y apoyo a una solución política del conflicto afgano, que tenía como garantes a la URSS y los EEUU. Cordovez pudo ver premiada su tenacidad, aunque nada se habría firmado sin el empeño de Gorbachov, que necesitaba el acuerdo para iniciar la retirada de las tropas soviéticas el siguiente 15 de mayo y culminarla el 15 de febrero de 1989. Esta vez EEUU no impidió a Paquistán la firma, todo lo contrario si acaso, y aceptó figurar como garante. No es que EEUU estuviese ansioso por firmar el acuerdo de paz. Por el contrario, había una importante oposición interna a ello en medios gubernamentales y parlamentarios norteamericanos, a la que era sensible Reagan; una oposición que iba desde el rechazo total del acuerdo hasta la exigencia de la condición previa de la deposición de Najibullah y la imposición desde arriba de un gobierno de transición o directamente un gobierno de las organizaciones islamistas rebeldes. Cordovez, constato que esa oposición se mantuvo hasta que el Secretario de Estado Shultz tomó el avión rumbo a Ginebra. ¿Cuál fue la clave de que no se impusiera la oposición a los acuerdos? Para Cordovez fue el hecho de que los informes de la CIA, compartidos con los muyahidines, auguraban el colapso a corto plazo de la República de Afganistán. La previsión de ese hundimiento aconsejaba en favor de la firma y hacia inane condicionarla a la formación de un gobierno de transición que ya no querían los muyahidines que «huelen a victoria». Por razones distintas la URSS y EEUU coincidieron finalmente en aceptar la propuesta de Cordovez; y por esas mismas y distintas razones Paquistán, con el consentimiento de EEUU, violó los acuerdos a las pocas semanas de que fueran firmadas, sin que la URSS interrumpiera el plan de retirada. Esta última se limitó a protestar por boca de Shevarnadze ante Pérez de Cuellar, ya el 10 de junio. Si acaso la temprana, y luego continuada, violación de los acuerdos sirvió para reforzar la posición de Shervarnadze[55] y Kruychkov, de seguir apoyando al gobierno de Najibullah e intensificar el suministro de armamento y alimentos.
Contra la previsión de la CIA y las expectativas triunfalistas de los muyahidines, la República de Afganistán no colapsó. Najibullah declaró el estado de emergencia, cerró por una vez filas con el PDPA, a cuyos miembros repartió armas e instrucción militar y con la ayuda de un puente aéreo con la URSS se dispuso a hacer frente a la embestida muyahidín que, como había previsto, se materializó en el ataque a Jalalabad iniciado el 5 de marzo. La ciudad permaneció sitiada y atacada hasta el 16 de junio, sin que los muyahidines –descoordinados y echando en falta ahora la unidad que nunca consiguieron– pudieran tomarla. La victoria en Jalalabad fortaleció la posición de Najibullah, al tiempo que desmintió los augurios y las ilusiones del fin de la guerra. Ésta prosiguió poniendo en evidencia la incapacidad de los muyahidines para derrotar a la RA y la del gobierno de Najibullah de ir más allá de lo conseguido, el control de las ciudades y las carreteras que las comunicaban y áreas campesinas dispersas, sobre todo en Herat y las provincias del Norte. Una situación que se precipitó por la conjunción de dos procesos: la definitiva ruptura interna del PDPA y el derrumbe de la URSS.
En la medida en que Najibullah no consiguió incorporar a ninguna fuerza política rebelde e incluso manejó torpemente la relación con los grupos liberales que oscilaban entre el polo islamista y el republicano, quedó en evidencia el vacío que su giro político, parando en seco las reformas y diluyendo el discurso ideológico propio generado en la base que sí tenia el régimen salido de la revolución de abril de 1978. Harrison señaló que la política de Najibullah fue suficientemente lejos como para antagonizar con lo que calificó de «línea dura» del PDPA, pero no lo suficientemente lejos como para ganarse en cambio el apoyo de importantes líderes tribales y étnicos. Aunque califica como «línea dura» lo que era la línea reformista nacional-democrática, la comparación es acertada. Desde el primer momento, en corresponsabilidad con Gorbachov que le empujó constantemente hacia esa situación en la práctica, Najibullah se aisló del PDPA, de la gran mayoría de sus cuadros dirigentes, no solo marginando de manera total a Babrak Karmal sino, sobre todo, rompiendo el compromiso del Pleno de 1982 entre «parchamis» y «jalquis» establecido sobre la base del mantenimiento del reformismo social y de la liberalización económica controlada. No construyó partido, ni siquiera construyó una nueva columna vertebral de cuadros alineados con su posición política. Lo que hizo fue maniobrar en el seno del partido, entre las dos corrientes principales, para tenerlo controlado a su favor; pero al propio tiempo diluyendo por completo su papel de agente político y movilizador social al dejar en suspenso su programa. Ante la confrontación con Babrak Karmal, Najibullah se apoyó inicialmente en los «jalqui»; si embargo, al propio tiempo erosionó a los «jalqui» multiplicando las milicias al margen del ejército regular y del contingente de policía controlado desde el Ministerio del Interior y constituyendo finalmente el cuerpo de elite de la Guardia Especial. Aún cuando pudiera imponerse en la dirección, acabó enfrentado con todas las partes del núcleo activo del partido. En octubre de 1987 Babrak Karmal, Baryalai y Anahita Ratzebad dimitieron del Buró Político; Najibullah aprovechó para ampliar de dos a cuatro la presencia de «jalquis» en el Buró Político incorporando a Gulazboy y Nazar Mohammed[56] un año más tarde Najibullah excluyó del Buró a los principales dirigentes «jalquis», a Zeary y Gulabzoy, que fue asimismo destituido como Ministro del Interior. El fin de las reformas sociales no pudo sino producir una desmovilización social, que se reflejó también en la desmovilización interna del propio partido; al Pleno del Comité Central de 1988, que tuvo como prólogo el arresto temporal de 17 miembros, partidarios de Babrak Karmal, asistió solamente el 57% de sus miembros. Ante la irrevesibilidad de la retirada de las tropas soviéticas fue capaz de evitar el vacío militar, pero por el contrario fue abriendo un vacío político que pudo quedar oculto por los éxitos iniciales en 1989 contra el envite de los muyahidines pero se empezó a abrir de manera irreversible pocos meses después.
Tras la retirada, en febrero de 1898, Najibullah optó y consiguió cerrar filas en el seno del PDPA. Destituyó el gobierno de Sharq, sustituido por Kestmand con un nuevo gabinete en el que aumentó la presencia de miembros del PDPA; declaró el estado de emergencia, como pedían los «jalquis»; y en junio hizo un gesto hacia Babrak Karmal nombrando a Baryalai viceprimer ministro del nuevo gobierno. Incluso se reincorporaron al Comité Central del PDPA algunos antiguos partidarios de Amin, que habían sido indultados en abril de 1988 con motivo del décimo aniversario de la revolución; entre ellos Sha Wali, también nombrado Ministro sin cartera y Misaq que fue designado alcalde de Kabul. La aparente reconciliación con las diversas facciones del partido resultó breve. En agosto de 1989 reaparecieron las tensiones con el descubrimiento por parte del WAD de un complot entre algo más de un centenar de oficiales «jalquis» del ejército y Hekmatyar[57], preludiando la descomposición final de la base política de la República de Afganistán. Poco antes de que se iniciara el juicio contra los conspiradores detenidos fue el propio Ministro de Defensa, Tanay, apoyado por las principales figuras del liderazgo «jalqui» el que intentó un golpe militar el 6 de marzo de 1990; que fracasó al no conseguir el apoyo de la policía dependiente del Ministerio del Interior –en manos de Vatanjar– y no poder movilizar tropas regulares, alejadas de Kabul, frente a la defensa de Najibullah por parte de la Guardia Especial. Najibullah salvó la situación en términos militares, pero perdió una parte de la base política del régimen: Tanay huyó a Paquistán y se sumó también a Hekmatyar; Zeary y Pansjeri fueron encarcelados por apoyar el golpe, Gulazboy destituido como embajador en Moscú y puesto bajo arresto domiciliario, Sarwari que desde 1980 actuaba de embajador y que había intentado regresar a Kabul para apoyar a Tanay fue arrestado por el gobierno de la India. El sorprendente golpe, que tuvo la colaboración del ISI paquistaní fue una muestra evidente de la descomposición interna del PDPA.
Najibullah intentó retomar la iniciativa, aprovechando el momento bajo de la rebelión muyahidín tras su debacle en Jalalabad y la continuación del apoyo de Gorbachov y la ayuda soviética. Ésta se mantuvo a pesar de la creciente oposición interna en la URSS donde el nuevo Presidente del Soviet Supremo de la Federación Rusa, Boris Yeltsin, elegido en mayo de 1990, reclamó el fin de toda ayuda a la República de Afganistán. Apoyado en la Guardia Especial y en la acción de las milicias uzbekas y las milicias ismailitas, Najibullah mantuvo el control militar del territorio. Para dar mayor sensación de seguridad levantó en abril el estado de emergencia y en mayo promovió un nuevo gobierno encabezado por Faizal Haq Khaliqyar[58], en el que menos de una tercera parte eran miembros del PDPA. Y pretendió reorganizar su base política transformando el PDPA, en su segundo congreso en junio de 1990, en un denominado Partido de la Patria, en el que se sustituyó el discurso marxista por el nacionalista; y promoviendo una nueva constitución que eliminó toda referencia al partido, consagró el pluripartidismo y estableció el islam como religión oficial del estado. A pesar de todo, el último encuentro en Moscú entre Gorbachov y Najibullah, el 23 de agosto, pareció ser el de dos hombres a la defensiva: Gorbachov reconociendo ante Najibullah las dificultades que encontraba la perestroika y la absoluta necesidad de «mantener el poder a cualquier precio»[59] y el afgano inquietándose ante las manifestaciones de Yeltsin sobre el fin de la ayuda soviética. No solo estaba inquieto por Yeltsin, en el ambiente internacional flotaba desde el encuentro entre Gorbachov y Bush en Malta, en diciembre de 1989, la idea de un acuerdo firme de retirada simultánea de toda ayuda soviética y norteamericana, al que, no obstante la se oponían Shevarnadze y Kryuchkov. En diciembre de 1990, Shevarnadze, en su encuentro con Baker en Houston condicionó el pacto de retirada simultánea de la ayuda a que estuviera suscrito también por Irán, Paquistán y Arabia Saudí y que los muyahidines respetaran el subsiguiente alto al fuego; lo que lo frenó temporalmente.
A la vuelta del encuentro de Houston, empero, Shevarnadze dimitió en protesta por los la represión violenta de manifestaciones en Georgia y la República de Afganistán perdió uno de sus principales defensores en Moscú. Meses más tarde, la captura de la ciudad de Khost por los muyahidines el 11 de abril de 1991 acabó con el optimismo generado por la batalla de Jalalabad y anunció un nuevo rumbo en la guerra civil, de resultado todavía incierto habida cuenta de las importantes divisiones internas entre los dos bandos. En esa situación el determinante final del resultado fue el fracaso del intento de golpe de estado de agosto del 19 de agosto en la URSS, liderado por Kryuchkov y la cadena de acontecimientos que llevaron finalmente a la disolución de la URSS en diciembre de aquel mismo año. El golpe no solo significó la pérdida del apoyo de Kryuchkov, sino una nueva ruptura en Kabul, a donde había regresado Babrak Karmal en junio, con su arresto domiciliario y de Bayarlai, sospechosos de haber conspirado con los golpistas soviéticos.
Bajo la presión creciente de Yeltsin, líder del proceso de disolución, la relación con el gobierno afgano empezó a cambiar, hasta motivar una carta de lamento de Najibullah a Shevarnadze, en otoño: «No quería ser presidente, me convencisteis, insististeis y prometisteis apoyo. Ahora me estáis arrojando a mí y a la República de Afganistán a su suerte»[60]. El último acto de la URSS en relación a Afganistán fue el acuerdo con EEUU, en septiembre de 1991, para proceder a la retirada simultánea de toda ayuda militar a partir del inicio del nuevo año. La disolución de la URSS significó también el fin de los suministros alimentarios y de productos básicos, entre ellos los derivados del petróleo, el keroseno de cocina y la gasolina para el transporte. El fin de todo ello significó, ahora sí, el colapso de la República de Afganistán, sin fuerza política propia por el previo proceso de hundimiento del PDPA –cuyas consecuencias Najibullah no fue capaz de prever– y sin fuerza militar ante la rebelión de las milicias uzbekas de Dostum y las milicias ismailitas ante el anuncio de las reducción de los pagos y suministros por parte del gobierno de Kabul y la neutralización de la fuerza aérea, sin gasolina para los aviones, y la desbandada en el seno del ejército y de la policía. Lo que creía que había sido el mayor éxito de Najibullah, la adhesión de antiguos rebeldes y las expansión de las milicias territoriales, se convirtió tras el corte en seco de toda ayuda por parte de Yeltsin en la amenaza. A la rebelión de Dostum se sumó el avance de Massoud desde el Panjshir tomando el aeropuerto de Bagram y la rebelión de los «parchamis» dirigidos por Bayarlai, en alianza de hecho con Dostum y Massoud. El 18 de marzo de 1992 Najibullah anunció por radio su disposición a dimitir y entregar el poder a un gobierno de transición patrocinado por la ONU, lo que multiplicó las rebeliones internas y promovió el avance tanto de los sublevados del Norte como de los grupos islamistas procedentes de Paquistán, con los de Hekmatyar y Rabbani a la cabeza, convergiendo hacia un enfrentamiento entre todos sobre Kabul. El 15 de abril Najibullah cumplió su anuncio y entregó su carta de dimisión al representante de la ONU en Kabul; sin embargo, no pudo cumplir el final del acuerdo de su dimisión, su evacuación fuera de Afganistán al impedirle el acceso al aeropuerto los «parchami» sublevados de Bayarlai. La República de Afganistán desapareció en medio del caos. Con ella acabó el proyecto de reforma revolucionaria iniciado en abril de 1978, recuperado en enero de 1980 y suspendido en espera de un proceso de transición a la paz, que nunca llegó, a partir de 1987. El futuro, en los siguientes treinta años, no volvería a ver una propuesta popular reformadora semejante, el estado afgano fue derivando hacia un estado fallido y la polarización cultural, ideológica, fue dominada finalmente por las versiones extremas del islamismo político, mientras que la narcoeconomía siguió dominando la producción para el mercado e interfiriendo en beneficio de sus mafias, y las internacionales, todos los ámbitos de la sociedad y la política afgana.
Notas
[1] Hubo otros apoyos: el iraní y el chino, que convergieron –sin coincidir– en su ayuda a las rebeliones de grupos chiíes y maoístas, que coincidieron parcialmente en su incidencia entre la población hazara; no fueron insignificantes, aún así nunca resultaron determinantes en el conjunto de la rebelión, dominada por los grupos pastunes y tayikos, a los que la común confesión suní nunca llegó, empero, a unificar
[2] El relato que sigue sobre la inmediata reacción de EEUU se apoya en los documentos reproducidos en Office of the Historian…, de finales de diciembre de 1979 y comienzos de enero de 1980, en particular desde el Cable de Inteligencia preparada para el Departamento de Defensa del 25 de diciembre, documento número 93, hasta el Memorándum de Brzezinski del 9 de enero, documento número 152.
[3] En esos momentos las relaciones entre EEUU y Paquistán, tras la ejecución de Ali Bhutto por orden de Zia-ul-Haq, pasaban por un momento bajo.
[4] Dio tres razones para esa duda: los rebeldes están mal organizados y mal dirigidos, no tienen santuario, ni ejército, ni gobierno central; tienen un apoyo extranjero limitado; y los soviéticos actuarían con más decisión de lo que lo habían hecho los EEUU. De acuerdo con un informe elaborado en el área del Consejo de Seguridad Nacional a comienzos de enero –documento 132 de Office of the Historian…– el símil del «Viet-Nam soviético» fue promovido sobre todo por el Departamento de Estado, y se hizo público en un artículo del periodista Don Oberdofer, acreditado en la Casa Blanca, en The Washington Post el 2 de enero; el informe sugería que eso era «silbar en la oscuridad» para proporcionar una justificación para una tibia respuesta estadounidense a la acción soviética.
[5] La enmienda se aprobó tras la primera prueba de una bomba atómica en la India, en 1974, y la aceleración de los trabajos del gobierno paquistaní para poner en marcha su propio programa atómico iniciado en 1971, con claro retraso con respecto al de la India.
[6] Esos fueron los términos en los que Warren Christopher, Subsecretario de estado, habló ante el Consejo de Seguridad Nacional del 2 de enero de 1980, dando cuenta de sus recientes reuniones en Europa con los cinco principales aliados de EEUU y con la OTAN
[7] Office of the Historian…, Documento número 227, Memorándum de Turner a Brzezinski del 6 de marzo de 1980. Señalaba a los grupos islamistas afganos instalados en Peshawar, así como genéricamente a los hazara, sin identificar grupo.
[8] Las estimaciones varían según las fuentes, como es habitual, en cualquier caso las cifras mínimas se situaron a partir de 1985 en 80.000-90.000 efectivos y las máximas en 140.000-145.000.
[9] Esos datos son de Liakovskii, reproducidos por Olga Oliquer.
[10] Datos proporcionados por Mahmood Baryali, recogidos por Raja Anwar.
[11] Datos proporcionados por Rubin.
[12] Los laboratorios de la droga se desparramaban por las montañas de Afganistán y la región de Peshawar, la antigua Provincia de la Frontera Noroeste.
[13] Citado por Peters (ver bibliografía).
[14] Una alianza secreta de agencias internacionales de espionaje, de Francia, Egipto, Arabia Saudí, Marruecos e Irán hasta la caída del Sha, de naturaleza anticomunista que intervino activamente en África y participó también en la operación encubierta estadounidense en Afganistán, haciendo de puente con Arabia Saudí.
[15] Arnold estima que 17 de los 31 miembros del Comité Central fueron destituidos; y un porcentaje similar en el Consejo Revolucionario. Buena parte de ellos fueron detenidos.
[16] Según Arnold de los 193 altos cargos nombrados entre marzo y mayo de 1980, 78 no pertenecían al PDPA.
[17] En 1990 fue resucitado en el exilio e intentó situarse en una posición intermedia, de rechazo a la RDA y también a la rebelión islamista; fue objeto de la persecución de Hekmatyar y del ISI y nunca recuperó la posición política que había llegado a tener el partido de Farhad.
[18] Panjsheri, que siguió la misma trayectoria que Zeary, fue nombrado en 1980 para presidir la Comisión del Control del partido.
[19] Las cifras de la represión de Amin siguen siendo objeto de controversia; él mismo estimó en 12.000 las víctimas del gobierno «jalqui», aunque Beverley Male niega que eso pudiera ser así. El gobierno de Babrak Karmal firmó haber liberado a 15.000 personas, pero Raja Anwar pone en cuestión la cifra diciendo que en Pul-i-Charki solo cabían 5.000 presos y el historiador liberal Hassan Kakar reduce la cifra de puestos en libertad a 2.700. La cifra de ejecutados que manejó la oposición islamista nunca bajó de los 10.000. Imposible determinar con certeza las cifras de la represión.
[20] Buena parte de los liberados en 1988 se fueron reintegrando al PDPA, aunque mantuvieran en él posiciones de oposición interna; entre ellos Sha Wali, Ministro de Relaciones Exteriores con Amin, Jauzjany, que lo fue de Justicia, Kullus y Misak.
[21] Por el contrario Hassan Kakar, historiador, encarcelado entre 1982 y 1987 por colaboración con grupos rebeldes, sostuvo que todo el proceso judicial estaba viciado por la subordinación de las prisiones al KHAD, subordinación que hacía extensiva a los Tribunales Revolucionarios; para él los acusados no tenían derecho real a las defensas y las sentencias venían dictadas por el KHAD. La diferencia entre Anwar y Kakar –dejando aparte sus diversas posiciones políticas y el alineamiento de Kakar con la lucha contra la RDA– plantea el problema de la relación entre represión y justicia de guerra, entre el KHAD y los Tribunales; un problema similar al de la relación entre el SIM y los Tribunales especiales republicanos en la guerra civil española. Cuestión imposible de discernir sin investigación objetiva sobre el KHAD y sobre el funcionamiento de la justicia en la RDA a partir de 1980. Dada la autoridad reconocida a Raja Anwar y su no alineamiento partidista en el conflicto afgano, con posiciones críticas hacia los dos bandos, recogeré en el cuerpo del artículo sus posiciones y señalaré en nota a pie de página la discrepancia de Kakar.
[22] Cifra que compara con las 400 de Paquistán en la misma época. De nuevo Hassan Kakar discrepa, en este caso por mucho y estima que los ejecutados en ese mismo período de tiempo llegaron a 17.000. Ni uno ni otro documentan de manera solvente sus afirmaciones. Anwar no lo hace de ninguna manera aunque cita a Amnistía Internacional como fuente sobre los ahorcamientos en Paquistán y podría hacerse la hipótesis de que esa era también su fuente sobre Afganistán. Kakar sí concreta, pero la fuente que da es absolutamente subjetiva y de tercera mano: se lo dijo un prisionero de Puil-i-Charkhi que se lo había dicho un oficial del KHAD. Por otra parte, la discrepancia está en línea con la de las estimaciones sobre los muertos en la guerra entre 1979 y 1992.
[23] Wilson Center-Archivo Digital
[24] Ibidem
[25] Rubin señala que Babrak Karmal, en 1980, incrementó esos precios en el caso del algodón y la remolacha azucarera entre un 20 y un 30%.
[26] Según datos de la UNESCO. En 1977, antes de la revolución eran respectivamente de 889.134 y 98.420.
[27] Según el informe de la comisión de credenciales –citado por Arnold– que daba otros datos interesantes: de los 836 delegados asistentes un centenar eran mujeres, una cifra más que destacable en una sociedad como la afgana; solo 106 eran obreros o campesinos; en tanto que el hecho de que 431 tenían educación superior y 274 secundaria, indicaba que la mayoría de ellos pertenecían a sectores sociales medios e incluso alguno a superiores.
[28] Datos de Rubin. Los 7 restantes eran independientes.
[29] En 1980 el ejército tenía un máximo de 45.000 efectivos, la afiliación al PDPA suponía el 29%; en mayo de 1981 aquellos efectivos podían haber pasado a unos 70.000, por lo que la afiliación bajó al 21%
[30] Había sido alto funcionario del ministerio de economía de la monarquía y la república y era Ministro de Planificación desde enero de 1980, responsabilidad que retuvo hasta abril de 1982.
[31] Aunque en realidad su familia era ismailita, por lo que no tenía simpatías dentro del chiismo afgano.
[32] A finales de su mandato como secretario general, en mayo de 1986, el Buró Político del PDPA estaba integrado por 6 «parchamis» (Babrak Karmal, Najibullah, Keshtmand, Nur Ahmed Nur, Suleiman Laeq y Anahita Ratzebad) y 2 «jalquis» (Zeray y Watanjar).
[33] Wilson Center- Archivo digital.
[34] La evolución de militares soviéticos muertos fue: 86 en 1979; 1484 en 1980; 1298 en 1981; 1948 en 1982; 1446 en 1983; 2343, en 1984; 1868 en 1985; 1333 en 1986; 1215 en 1987; 759 en 1988; 53 en 1989.
[35] Cuando Pérez de Cuéllar fue elegido secretario general de la ONU, en enero de 1982, pasó su responsabilidad de mediador y gestor de ese canal a Diego Cordovez.
[36] El proceso de la negociación está explicado desde sus inicios por quien la protagonizó, Diego Cordovez, en su libro conjunto con Selig S. Harrison.
[37] 150 en Nangrahar, 100 en Kunar y en Patkia, 80 en Kandahar, 50 en Paktika, 20 en Zabul.
[38] Se pasó de 30 millones de dólares, previsto inicialmente en 1984 a 630 en 1987. Incremento de financiación que también se produjo en las aportaciones de Arabia Saudí.
[39] Disponibles en el fondo citado del Archivo Digital Wilson Center.
[40] Gorbachov explicó su reunión al Politburó el 17 de octubre; no hay acta de ella en el Wilson Center, pero sí una nota detallada de Chernaiev, incluida en los diarios y documentos de Anatoly Chernaiev, analista entonces del Departamento Internacional del Comité Central del PCUS, dirigido por Ponomarev, que tenía a su cargo las relaciones con el movimiento comunista internacional. Chernaiev tenía acceso a la documentación de la dirección del PCUS y se convirtió en un entusiasta partidario de Gorbachov, y su asesor en relaciones en política internacional entre 1986 y 1991. En 2004 entregó sus diarios y la documentación que poseía sobre el período a la Universidad George Washington, de EEUU, que ha venido publicando en su web The National Security Archive (NSA).
[41] Ese era el interés compartido con el denominado sector liberal de sus partidarios, entre los que destacó Chernaiev. Éste último escribió en su diario, el 4 de abril de 1985, que no había otra alternativa que la retirada y que si Gorbachov lo hacía ese acto le daría una «plataforma moral y política» equivalente al informe de Kruschev sobre Stalin en el XX Congreso del PCUS; y añadía «por no hablar de los beneficios que nos daría la retirada en política exterior». Le tomo la palabra.
[42] entre los 69 solo había habido tres independientes.
[43] En la reunión del Politburó del 13 de noviembre de 1986 Akromeiev, uno de los principales defensores de la retirada inmediata, afirmó tajantemente que se había perdido la batalla por el pueblo afgano. Wilson Center- Archivo Digital.
[44] He intentado, sin éxito, determinar el origen de la adopción de ese término, que tuvo importancia en el movimiento comunista europeo de la segunda mitad del siglo XX, en particular en el italiano y el español, pero que no aparece en el discurso comunista del Próximo Oriente y el Sur de Asia. Babrak Karmal se opuso a ello, e intentó movilizar sus apoyos en el PDPA, pero fue definitivamente apartado del poder en noviembre de 1986 al ser destituido de la presidencia del Consejo Revolucionario. Más adelante Najibullah dijo que su fundamento estaba en la propia doctrina islámica que instaba a conseguir la paz entre musulmanes, pero eso fue una construcción política, de propaganda, que tampoco explica que se adoptara ese término.
[45] La cifra de estimación de los rebeldes se estimó entonces entre 150.000 y 180.000, aunque los activos en armas en un momento determinado podía ser solo una quinta parte de esa cifra.
[46] Giustozzi cita un informe soviético que señalaba que de los 6.000 grupos rebeldes, 1.500 estaban negociando con el gobiernos afgano, 700 habían cesado la lucha tras llegar al acuerdo, 100 se habían incorporada a las milicias de la RDA y 700 se mantenían en la insurgencia.
[47] En la bibliografía no hay datos concretos y solo observaciones de particulares sobre esa escasa participación electoral.
[48] Wilson Center-Archivo digital, acta del encuentro entre Gorbachov y Najibullah del 3 de noviembre de 1987.
[49] Ambos se conocieron en las movilizaciones estudiantiles de los años cincuenta; fue un participante activo en el golpe republicano de 1973; nombrado viceprimer ministro en septiembre de 1975, su destitución a comienzos de 1977 fue un claro signo de la ruptura definitiva de Daoud con los «parchami».
[50] Wilson Center-Archivo digital. Akromeev, junto con Georgy Kornienko Viceministro de Asuntos Exteriores encabezó la propuesta de retirada inmediata de las tropas, considerando que la RA no estaba en condiciones de subsistir y que toda permanencia solo tendría efectos negativos para la URSS; una posición defendida también por algunos asesores de Gorbachov, como Chernaiev. Por el contrario, Shervarnadze y Kruychkov defendieron la viabilidad de la República de Afganistán y del PDPA, su capacidad de supervivencia tras la retirada de tropas soviéticas si se mantenía la ayuda y avalaron las posiciones de Najibullah. Gorbachov osciló entre una y otra posición, pero finalmente se decantó por las posiciones de Shervarnadze y Kruychkov.
[51] Encarcelado entre 1982 y 1987 por su implicación en los movimientos islamistas de protesta contra la presencia de tropas soviéticas, pero no con los grupos muyahidines, se exilió en 1988. En 1990 intercambió una breve correspondencia con Najibullah, a instancias de este último, que no dio resultado por la negativa de Kakar a considerar la transición desde la instituciones de la RA.
[52] Wilson Center-Archivo Digital, acta del encuentro del 7 de abril de 1988.
[53] Wilson Center-Archivo Digital, acta del encuentro entre Gorbachov y Najibullah del 13 de junio de 1988.
[54] Ante las dudas sobre el ejército regular, se creó una Guardia especial, de más de 30.000 hombres vinculada al Ministerio de Seguridad, que sustituyó al KHAD en un organismo de rango ministerial
[55] Shervarnadze escribió en The future belong to Freedom, que tras la firma de los acuerdos tenía sentimientos mezclados, que distaban de ser alegres, «no podía librarme de un sentimiento de culpa hacia mis amigos». Citado por Cordovez.
[56] El BP saliente, tenía 8 miembros: Najibullah, Babrak Karmal, Nur Ahmed Nur, Anahita Ratzebad, Kestmand y Suleiman Laeq «parchami» y Zeary y Vatanjar «jalqui»; en el nuevo, las dos corrientes quedaron emparejadas.
[57] 27 de ellos que escaparon a la detención y huyeron a Paquistán se sumaron al grupo de Kekmatyar
[58] Khaliqyar tenía un pefil semejante al de Sharq, destituido a finales de febrero de 1898. Entre Sharq y Khaliqyar el Primer Ministerio volvió a ser ocupado, transitoriamente, por Kestmand.
[59] Wilson Center-Archivo Digital, acta del encuentro del 23 de agosto de 1990.
[60] Citada por Harrison.
Bibliografía utilizada
La historia de Afganistán ha motivado la producción de una ingente bibliografía desde la década de los ochenta del siglo, buena parte de ella reiterativa, que en general padece del prejuicio ideológico y simplismo político. Ello ha repercutido en el desprecio a los contenidos concretos de los debates en el seno del movimiento comunista afgano, reducidos a enfrentamientos personales o faccionales sin más sentido, supuestamente, que la ambición del poder; en la descalificación de partida del proyecto reformador del PDPA, reducido frecuentemente a una mera política instrumental de sumisión a la URSS. Muestra de ello es la escasez de monografías sobre el PDPA, prácticamente reducidas a la del estadounidense Arnold –antiguo agente de inteligencia en Afganistán– y la del historiador de la Universidad de Simferopol, Slinkin, que, lamentablemente, se detiene en el momento de la intervención de las tropas soviéticas y la caída de Amin. Esa historia, como la historia general de Afganistán, ha de construirse espigando en una extensa bibliografía, de la que es obligado hacer una selección crítica, tanto en la consideración de los títulos como en la de los contenidos factuales, analíticos e interpretativos de los que finalmente se han adoptado como base fundamental de esta síntesis. Por razones diferentes, de su utilidad en esta síntesis, quiero destacar de la bibliografía las obras de Louis Dupree, Yuri V. Gankovsky, Raja Anwar, Diego Cordovez y Seli S. Harrison, Anthony Giustozzi, Beverley Male, Barnett R. Rubin, M.F. Slinkin, Steve Coll y Artemy Kalinovsky; todas ellas, de perspectivas historiográficas e ideológicas diferentes, han sido particularmente útiles por la información y las reflexiones aportadas.
Recursos
Adamec, Ludwig: Historical Dictionary of Afghanistan. The Scarecrow Press, Inc. Langham, Maryland, 3ª edición, 2003
Fuentes primarias en línea
Wilson Center. Digital Archive. Colección: Soviet Invasion of Afghanistan. https://digitalarchive.wilsoncenter.org/collection/76/soviet-invasion-of-afghanistan
Departamento de Estado de los EEUU. Oficina del Historiador. Administración de J. Carter. Documentos sobre Afganistán.
https://history.state.gov/historicaldocuments/frus1977-80v12
National Security Archive. George Washington University. Diarios de Anatoly Cherniaev.
https://nsarchive2.gwu.edu/NSAEBB/NSAEBB192/index.htm
Historia Moderna de Afganistán
Barfield, Thomas: Afghanistan. A Cultural and Political History. Princeton University Press, Oxford, New Jersey, 2010
Bezan, Faridullah: «The Emergence of Political Parties and Political Dynamics in Afghanistan, 1964-1973» Iranian Studies, vol 46, nº 6, 2013
Bezan, Faridullah: «Nationalism, Not Islam: The “Awaken Youth” Party and Pashtun Nationalism» en Gree, Nile, Afghanistan’s Islam: From Conversion to the Taliban. University of California Press, Oakland, California, 2017
Dupree, Louis: Afghanistan. Princeton University Press, edición de 1980
Gankovsky, Yuri V. : A History of Afghanistan, Progress Publications, Moscú, 1982
Gregorian, Vartan: The Emergence of Modern Afghanistan, 1880-1946. Politics of Reform and Modernisation. Stanford University Press, California, 1969
La etapa revolucionaria: 1978-1992
Anwar, Raja: The Tragedy of Afghanistan. A first-hand Account, Verso, London-New York, 1988
Arnold, Anthony: Afghanistan’s Two-Party Communism: Parcham and Khalq. Hoover Institution Press, Stanford University, Stanford, 1983
Cordovez, Diego; Harrison, Selig S.: Out of Afghanistan. The inside Story of the Soviet Withdrawal. Oxford University Press, New York, 1995 [En realidad son dos libros en un volumen; Cordovez relata el proceso de negociaciones de Ginebra y Harrison el contexto político afgano y soviético]
Giustozzi, Anthony: War, Politics and Society in Afghanistan. 1978-1992. Georgetown University Press, Washington D.C., 2000
Halliday, Fred; Tanin, Zahir: «The Communist regim in Afghanistan: institutions and conflicts», Europe-Asia Studies, vol. 50, nº 8, 1998
Hyman, Anthony: Afghanistan under Soviet Domination. 1964-1991. Macmillan Academic and Professional LTD, London, 3ª edición, 1992
Jawan Shir Rasikh (editor): In Search of Peace for Afghanistan. A collection of Essays. Kakar History Foundation Press, Kabul, 2021
Kakar, Hassan: The Soviet Invasion and the Afghan Response. 1979-1982. University of California Press, Berkeley, 1995
Lobato, Chantal: «Islam in Kabul: The Relioious politics of Babrak Karmal» Central Asian Survey, vol. 4, nº 4, 1985
Male, Beverley; Revolutionary Afghanistan. San Martin’s University Press, New York, 1982
Rubin, Barnett R.: The Fragmentation of Afghanistan. Yale University Press, New Haven-London, 1995
Slinkin, M.F., El Partido Democrático Popular de Afganistán en el poder. La época de Taraki-Amin (1978-1979). Ministerio de Educación de Ucrania. Universidad de Simferopol, Simferopol 1999 [en ruso, bajado de internet]
Urban, Mark, War in Afghanistan. Palgrave Macmillan, New York, 1989
Intervención internacional
Coll, Steve: Ghost Wars. The Secret History f the CIA. Afghanistan and Bin Laden. From the Soviet Invasion to Setember 10, 2001. Penguin Press, New York, 2004
Dreyfuss, Robert: Devil’s Game. How the United States Helped Unleash Fundamentalism Islam. Metropolitan Books, New York, 2005
Kalinovsky, Artemy M.: «Paul Henze, the Bennigsen school, and the crisis of detente» en Michael Kemper y Artemy M. Kalinovsky, Reassessing Orientalism. Routledge, London, 2015
Kalinovsky, Artemy M.: A Long Goodbay. The Soviet Withadrawal from Afghanistan. Harward University Press, Cambridge, Massachussets, 2011
Oliker, Olga: Building Afghanistan’s Security Forces in Wartime. The Soviet Experience. Rand Corporation, Santa Monica, California, 2011
Prados, John: Safe for Democracy. The Secrets Wars of the CIA. Ivan R. Dee Publisher, Chicago, 2004
Westad, Anne: «Prelude to Invasion. The Soviet Union and the Afgan Communist». International History Review, vol 16, nº 1, 1994
Yousaf, Mohammed: Afghanistan The Bear Trap. The Defeat of a Superpower. Casemate, 2001
Mapas de Afganistán
Mapa físico
Mapa político
Foto de portada: los presidentes afganos Babrak Karmal y Mohammad Najibullah con oficiales afganos.