Un punto de encuentro para las alternativas sociales

La Unión Europea: ¿Hacia el estado de excepción?

Europarlamentarios, miembros de la Comisión de Libertades, Derechos de los Ciudadanos, Justicia y Asuntos Interiores

En unos momentos de insoportable choque, Bin Laden ha conseguido no solo aterrorizar a las multinacionales o a los defensores del orden neo-liberal sino también a la gente en general. O pero aún, ha dado un pretexto a los gobiernos, a los poderes públicos, a la patronal para hacer aprobar un arsenal represivo sin precedentes y acabar con miles de puestos de trabajo.

El Parlamento Europeo también ha contribuido a esta ofensiva para reforzar el orden moral y policial. En pocas horas se le ha pedido que vote la congelación de las cuentas financieras de veintisiete organizaciones catalogadas como "terroristas" por la CIA, sin otra prueba ni justificación que la confianza absoluta que sin duda merece esta institución. Solo cuarenta y cuatro diputados han rechazado dar semejante voto de confianza a una agencia que tiene una definición muy particular de "terrorismo". Porque, ¿no es la CIA la que ha cambiado en los formularios de visado de EE UU la famosa pregunta "¿Es usted comunista?" por la de "¿Es usted terrorista?". Sin duda, un mero cambio de sinónimos…..

Se han dado prisa, cuando jamás el Parlamento Europeo se ha dignado a ocuparse de la cuestión clave del secreto bancario o de los paraisos fiscales. Demasiadas prisas, porque el Consejo, pocos días después, decidía que a fin de cuentas era más presentable utilizar la lista confeccionada por Naciones Unidas que la de la CIA.

A penas acabado el recuento de votos, la Comisión de Libertades fue reunida para discutir y enmendar un "proyecto marco" de la Comisión Europea proponiendo una definición comunitaria de "terrorismo", de sus diferentes manifestaciones y delitos y de las penas previstas. Si este documento es aprobado por el Parlamento Europeo en su sesión plenaria del 29 de noviembre, La Unión Europea entrará en un estado de excepción permanente. El próximo jueves 29, corremos el peligro de convertirnos todos en "terroristas".

Elemento esencial del proyecto, el primer párrafo del artículo 3: "Cada estado miembro tomará las medidas necesarias para que los delitos siguientes, definidos de acuerdo con su legislación nacional, cometidos intencionalmente por un individuo o grupo contra uno o varios países, sus instituciones o su población con el objetivo de amenazarlos, dañar gravemente o destruir las estructuras políticas, económicas o sociales de un pais, sean sancionadas como infracciones terroristas".

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Europa: cultura humanística de democracia y libertad

Joaquín Miras Albarrán

EL DEBATE SOBRE EUROPA Y LA CONSTITUCIÓN EUROPEA

Europa no fue nunca antes en la historia el nombre atribuido a una región integrada de comercio y mercado, ni a una entidad política, ni a una unidad religiosa. En origen, y durante muchos siglos, la palabra Europa no poseyó otro sentido que el propio de una denominación geográfica, con un significado tan descriptivo y anodino como el de los demás nombres propios de un Atlas; era entonces, además, un nombre al que a penas se recurría.

Ahora bien, en el sentido muy especial, y también eminente, en el que una determinada tradición intelectual constituida por el pensamiento Humanista, cívico político, ha usado dicho término como denominación durante los últimos doscientos cincuenta años, la palabra Europa es algo distinto y algo más que el nombre de un territorio geográfico continental o la denominación del conjunto de poblaciones, culturas y creencias comprendidas en ese territorio, o una región organizada por un mercado.

Europa es el nombre del que se dota, a fines del siglo XVll, una tradición cultural, la tradición democrático republicana de la Antigüedad clásica grecolatina, rescatada, restaurada y transmitida por el Humanismo cívico, laico y republicanista, con el fin de designar un proyecto cívico de convivencia y ciudadanía.

Este hecho, sobre el que vamos a volver de inmediato, sin embargo, ha desaparecido en el actual debate sobre la constitución europea, que no es sólo un debate político –económico político-, sino también ideológico cultural, y  en el que además del nuevo reparto de poder entre las diversas fracciones plutocráticas europeas, se dirime también, cuál debe ser la idea de Europa que el bloque de poder dominante decida apoyar y tratar de convertir en “sentido común”. Por ello estamos asistiendo a una fabulosa falsificación histórica: a la “reescritura” mendaz  de la historia de las luchas y de las ideas que se desarrollaron en una determinada área geográfica, que estaba comprendida –ahora sí- en el continente europeo.

El nombre de Europa deja de ser un nombre propio geográfico convencional,  para adquirir un sentido político filosófico análogo al que le damos, durante la segunda mitad del siglo XVll. Durante ese siglo, los poderes despóticos de los estados absolutistas y de las diversas iglesias cristianas –Católicos y Protestantes- precipitaron a las sociedades de un territorio geográfico denominado hasta entonces “La Cristiandad” en un torbellino de guerras, esfuerzo económico para la guerra, violencia represora, y persecuciones y asesinatos en masa contra todo aquel que declarase ideas y creencias diferentes a las del represor.

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Referéndum cantado

Carlos Taibo

( setiembre de 2004)

No hay ningún motivo para concluir que merced a la Constitución de la Unión Europea -que según todos los indicios será sometida a referéndum en febrero o marzo- va a cobrar cuerpo entre nosotros una discusión franca y abierta sobre muchos problemas. Para bajarle los humos a una pretensión tan optimista nada mejor que echar una ojeada a lo que, con mucha probabilidad, y desde la atalaya del verano de 2004, ocurrirá en los meses venideros.

Por lo que sabemos, y no parece que se vaya a hacer valer ninguna sorpresa al respecto, las dos principales fuerzas políticas españolas de ámbito estatal -el Partido Socialista Obrero Español y el Partido Popular- reclamarán el sí a la Constitución, y otro tanto harán los dos sindicatos mayoritarios -Comisiones Obreras y Unión General de Trabajadores-, o al menos sus cúpulas dirigentes. En tales condiciones lo esperable es que se imponga un irrefrenable rodillo y se articule, a su amparo, una formidable maquinaria de propaganda.

El peso de la maquinaria mencionada es lógico que sea muy notable por cuanto el único temor que parece llamado a atenazar a nuestros gobernantes -los de ahora y los de hace bien poco- es el de una baja participación que al cabo cancele muchos de los pretendidamente saludables efectos de la ratificación en referéndum: aunque este último puede contribuir a reforzar la idea de que hay un demos, un pueblo, detrás de la Constitución, una baja participación, francamente probable, por lo demás, a la luz de lo ocurrido con ocasión de las elecciones al Parlamento de la UE celebradas en junio, moverá el carro en sentido contrario.

Por si lo anterior no fuese suficiente, es lícito albergar dudas en lo que se refiere a la posición que, en el malhadado referéndum, defenderán fuerzas políticas de menor relieve. Aunque el impulso inicial de la izquierda resistente y de buena parte de las formaciones nacionalistas de la periferia lo es en provecho del no, ya se han escuchado voces que han salido en defensa de fórmulas más moderadas, y entre ellas el voto en blanco, la abstención y el inefable sí crítico. Por lo que parece, sigue pesando mucho la idea de que no es saludable plantar cara con radicalidad a ninguno de los elementos articuladores de la Unión Europea del momento, tanto más en un escenario, el nuestro, en el que sigue campando por sus respetos un incontestado europeísmo que tradicionalmente se blande frente al aislacionismo que impregnó buena parte del pasado más o menos reciente.

Así las cosas, es harto improbable que entre nosotros se hagan valer posiciones como la que defiende el dirigente socialista francés Laurent Fabius, por lo que cuentan nada encandilado por la Constitución en ciernes, y es improbable, también, que prospere el criterio, presuntamente hostil a ésta, que parece postular el ex presidente del Gobierno, José María Aznar. Este último, en posición psicológica precaria, se muestra distante de una Constitución en la que –se diga lo que se diga- se han introducido cambios menores, en lo relativo a los acuerdos alcanzados en Niza en 2000, en materia de votos y vetos en el marco de la Comisión Europea. La liviandad de la pataleta de Aznar, firme partidario de situar a España en el club de los países más ricos del globo, sin renunciar -eso sí- al cobro de los Fondos Estructurales y de Cohesión, se revela de la mano de un olvido significado: el de que, conforme a lo acordado en Niza, un ciudadano español contaba, en términos de decisiones en el marco de la UE, casi con el mismo peso que tres ciudadanos germanos.

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A Revolução de 1383-85

Vasco Gonçalves

A guerra entre Portugal e Castela nos fins do Séc. XIV não é apenas uma guerra entre dois Estados, ou mais uma guerra entre dois Estados. Da parte dos portugueses é uma guerra nacional e popular, uma guerra que mergulha as suas raízes nas lutas sociais, nas lutas de classes que se vinham desenvolvendo e intensificando ao longo do Séc. XIV. Estava-se processando o declínio do sistema feudal causado, fundamentalmente, pela liquidação da servidão da gleba nos Séculos XIII e XIV e pelo surgimento da pequena produção baseada no trabalho do proprietário dos meios de produção e da produção baseada no trabalho assalariado. A expansão dos concelhos está ligada ao desenvolvimento desta produção: é sua consequência e é seu estímulo, na medida, por exemplo, em que favorecia a libertação dos servos da gleba. Os servos da gleba dão lugar aos pequenos produtores formando-se, depois, por um lado, uma classe de camponeses ricos, a burguesia rural, e, por outro, uma classe de camponeses sem terra que fornecem trabalho assalariado. Com a produção mercantil simples, com a pequena produção baseada no trabalho assalariado aumenta a produção em geral, desenvolvendo-se o comércio interior. Surge uma classe de comerciantes que cresce em número e em poder económico. Por outro lado, o desenvolvimento do comércio externo (que já existia quando da formação de Portugal) conduz ao aparecimento de uma classe de ricos mercadores. Sendo o comércio externo quase todo feito por mar desenvolve-se a Marinha Mercante e, a construção naval. Nos centros urbanos do litoral forma-se uma burguesia rica, que se organiza na defesa dos seus interesses, e que vão influenciando cada vez mais a política portuguesa. Os portos, em particular Lisboa e Porto, tornam-se centros de poder da burguesia comercial-marítima. Paralelamente a este progresso, na produção e na troca de produtos, desenvolve-se a produção artesanal, cresce a classe dos mesteirais, cujo papel na Revolução de 1383-85 virá, em certos momentos, a ser decisivo. Com o desenvolvimento da produção mercantil e do comércio os burgueses concentram na sua mão grande riqueza. Com o seu crescente poder económico a burguesia ligada ao comércio marítimo torna-se o principal inimigo da classe senhorial e vem a estar em condições de, em unidade com as outras classes não senhoriais, disputar o poder político à nobreza latifundiária. O surgimento das novas classes e camadas sociais, o crescente poder económico da burguesia, cujos interesses se opõem aos da classe senhorial, exercem pressão sobre o poder real e obrigam a que os privilégios da nobreza e do clero vão sendo reduzidos ao longo dos Séculos XIII e XIV. Contudo, a natureza do Estado não muda com as conquistas que a burguesia vai alcançando. A nobreza latifundiária e militar, de que o rei é o primeiro senhor, continua a ser a classe dominante, continua a dispor da direcção política do Estado. D. Fernando é obrigado a promulgar leis de protecção ao comércio e à navegação, é obrigado a promulgar, nomeadamente, a Lei das Sesmarias, o que tem o significado de grandes conquistas da burguesia urbana e rural. Amadurecem as condições para a disputa do poder político à nobreza por parte da burguesia. Apercebendo-se do perigo que corria e sentindo que não possuía forcas para, por si só, dominar a contestação aos seus privilégios e ao seu poder, a nobreza portuguesa vinha procurando o apoio da nobreza castelhana à qual se unia (sem atender aos riscos que essa união implicaria para a independência nacional) com. o fim de salvaguardar e manter os seus privilégios, de reforçar o seu poder e de contrabater a burguesia ascendente. Foi com este objectivo que se celebrou em 1383 o casamento da infanta D. Beatriz, filha única de D. Fernando e de D. Leonor Teles, com o rei de Castela. Antes, em 1376 e 1380, o casamento da infanta com príncipes castelhanos estivera para ser realizado, prevendo-se já então a sucessão de um rei castelhano no trono de Portugal. O próprio casamento de D. Fernando com D. Leonor Teles fora preparado pela nobreza portuguesa em aliança com a de Castela com vista a influenciar mais directamente as decisões do rei no sentido favorável aos interesses da nobreza portuguesa. E de tal modo assim foi que os burgueses e artesãos se revoltaram em vários pontos do País. O alfaiate Fernão Vasques e os seus companheiros, à frente de três mil mesteirais, besteiros e homens de pé, em 1371, corajosamente, afirmaram o seu protesto ao rei pelo seu casamento com D. Leonor Teles; eles haviam compreendido o significado político desse matrimónio preparado pela nobreza portuguesa em conivência com a de Castela. Essa revolta dos mesteirais, exprimindo a oposição de interesses entre as classes populares e a nobreza feudal representou uma tal ameaça ao poder feudal que o rei mandou degolar Fernão Vasques e muitos dos seus companheiros. A propósito do casamento de D. Fernando, Fernão Lopes diz que os populares se juntavam criticando acerbamente os privados do rei e os grandes da terra que lho consentiam. Nos últimos meses da vida de D. Fernando acentuou-se junto do rei a influência da nobreza mais reaccionária o que fez crescer a tensão social e contribuiu para criar as condições para a insurreição de Lisboa, poucos dias depois da morte do rei. A morte do rei precipitou os acontecimentos ao colocar o problema da sucessão. A causa imediata da revolução burguesa é a tentativa por parte da nobreza de entregar o Governo de Portugal à monarquia castelhana. A revolução toma desde logo um carácter nacional, social e popular. A insurreição de Lisboa é secundada por revoltas populares por todo o País (sobretudo a Sul do Tejo) da burguesia rural, dos camponeses, dos assalariados rurais, dos «ventres ao sol». A luta pela independência nacional funde-se com a luta contra os privilégios da nobreza e pelo poder político, pois a classe dominante à qual era disputado este poder político era a mesma que, para conservar as suas posições, havia provocado a intervenção da nobreza de Castela contra os interesses populares e estava disposta a entregar o Governo de Portugal à monarquia castelhana. A revolução burguesa identifica-se, assim, com a luta pela independência nacional. A revolução tem um nítido carácter de classe. Dois campos se afrontam: o da nobreza territorial latifundiária e o das classes não senhoriais: a burguesia urbana e rural, os mesteirais, os pequenos proprietários camponeses, os camponeses sem terra, nesse momento unidos contra o mesmo inimigo, a nobreza portuguesa e castelhana, ultrapassando assim as próprias e naturais contradições de interesses que havia entre essas classes sociais não senhoriais. Foram estas forças que se defrontaram em Aljubarrota. O facto de, do lado português, sempre ter havido nobres ao lado das classes populares não altera o carácter do afrontamento de classes. Em todas as revoluções houve sempre elementos da classe dominante que tomaram o partido das classes em ascensão, progressistas, que se opõem ao poder dessas mesmas classes dominantes. Era restrito o número de nobres que estava com Portugal. E pertenciam aos estratos inferiores da nobreza. Eram dos menos abastados. Não podemos, pois, afirmar que do lado português, em Aljubarrota, se encontravam todas as classes sociais defendendo a independência nacional. O facto de, depois da Revolução de 1383-85, a nova nobreza ter ficado na posse de vastos domínios, domínios cuja extensão total era tão grande como a que antes de 1383 possuía a antiga nobreza latifundiária, não invalida a afirmação de que em Aljubarrota a nobreza, como classe, não estava do lado de Portugal. Estava, sim, um reduzido número de nobres que eram chefes militares das tropas populares. Os comandos militares, os quadros superiores eram, regra geral, nobres que, como se sabe, naquele tempo, eram militares profissionais. O que aconteceu foi que esses poucos nobres, em consequência dos êxitos na guerra e em virtude da posição que ocupavam no exército, ascenderam à grande propriedade territorial, no lugar daqueles que se puseram ao lado de Castela. Com efeito, foi com esses nobres leais a Portugal que, dadas as condições objectivas e subjectivas da época, foi reconstituída a grande parte dos domínios senhoriais. O caso mais típico é o de Nuno Alvares Pereira que ascendeu ao primeiro plano da classe senhorial e de tal modo que os seus domínios atingiram uma extensão igual à dos domínios que anteriormente possuíam muitos dos grandes nobres tomados em conjunto. É Fernão Lopes que nos diz que em resultado da grande crise surgiu uma «sétima idade em que se levantou um mundo novo e nova geração de gentes, aparecendo fidalgos de origem plebeia e erguendo–se pequenos aristocratas à primeira linha da nobreza». Repare-se que, para Fernão Lopes, o aparecimento de um mundo novo não estava ligado, como para nós, hoje, a uma profunda transformação nas relações de produção e distribuição entre as diferentes classes sociais. As condições objectivas da vida da sociedade portuguesa em fins do séc. XIV não eram de molde a poder colocar à consciência da burguesia e das classes populares a necessidade de uma modificação radical das estruturas socioeconómicas, que liquidasse o poder da classe senhorial. Só séculos mais tarde essa questão será posta pelas burguesias dos diferentes países e com grandes intervalos de tempo entre si. Com efeito, podemos verificar que nos finais do séc. XIV a Revolução de 1383-85 respeita as estruturas da sociedade feudal. Em 1383-85, do ponto de vista socioeconómico, o objectivo fundamental comum à burguesia e às classes populares era o de limitar os privilégios senhoriais, devendo, contudo, ter-se presente que eram diferentes entre si os objectivos concretos da burguesia e das demais classes populares. Em Aljubarrota, na realidade, encontravam-se muito poucos fidalgos do lado de Portugal. A principal nobreza portuguesa estava do fado castelhano, quer ali, em Aljubarrota, nas hostes de Castela, quer na chefia de povoações e castelos que se mantinham como ilhas ao serviço do inimigo, quer mesmo em Castela. Aliás, quando da primeira invasão castelhana, em princípios de 1384, o rei de Castela entrou praticamente sozinho em Portugal, antes do seu exército. Tal era o apoio que o rei de Castela tinha entre a nobreza portuguesa que o rei chegou à Guarda com a esposa e um pequeno séquito de umas trinta pessoas, sendo recebido processionalmente pelo bispo e clero e acorrendo depois numerosos fidalgos ao paço episcopal onde se hospedou. Em Aljubarrota, além de D. João I, Nuno Álvares e de mais uma dezena de grandes senhores haveria cerca de uma centena de nobres de modesta hierarquia. Ora, o número de membros da nobreza portuguesa é estimado, nos fins do séc. XIV, em 4000 a 5000 pessoas, não incluindo os membros da família real que seriam algumas centenas (Armando Castro, «História Económica de Portugal», II vol.). A nobreza que combatia contra os Portugueses em Aljubarrota tinha bem a noção do carácter de classe da guerra que fazia. Fernão Lopes dá-nos vários testemunhos: — Por meados de 1384 quando o nobre Gonçalo Mendes de Vasconcelos, senhor do castelo de Coimbra, entreviu por uma seteira do seu castelo, o exército de Nuno Álvares, que partia para Tomar, comentou para os seus privados o género de combatentes que compunham essa hoste, espantado que tais homens pudessem defender o reino contra um grande senhor como o rei de Castela, «salvo se Deus fosse seu capitão». — Quando o rei de Castela reuniu o conselho para decidir se devia dar batalha ou não, poucas horas antes do início desta, houve entre os seus conselheiros quem fosse de opinião que não se desse batalha pois se o rei de Castela fosse vencido teria sido derrotado «por um pouco número de pobre gente». — A covilheira do rei de Castela defumava os fidalgos com algumas defumaduras «para perderdes os maus cheiros destes chamorros, das casas onde vivem e aldeias onde moram». — Após a derrota de Aljubarrota, o rei de Castela, em fuga, ao chegar a Santarém lamenta-se de ter sido derrotado pelos «chamorros». «E se vós dizeis que outro tal e tanto aconteceu a meu pai verdade é que assim foi. Mas (…) de que gentes foi meu padre vencido? Foi-o de ingleses que são o frol da cavalaria do mundo, em tanto que, vencido por eles, não deixava de ficar honrado (…) E de que gentes fui eu vencido? Fui-o de chamorros que ainda que me Deus tanta mercê fizesse que a todos tivesse atados em cordas e os degolasse por minha mão, minha desonra não seria vingada».

– x –

Como dissemos atrás, a Revolução de 1383-85 tomou, desde a sua eclosão, um carácter nacional, de luta peta independência, posta em perigo pela aliança da nobreza portuguesa com a de Castela. D. Leonor Teles manda alçar pendão por D. Beatriz, rainha de Portugal e de Castela. A rainha viúva pede a intervenção de Castela, a cujo rei entrega, em Santarém, a regência do reino, em Janeiro de 1384, com o apoio da alta nobreza portuguesa. Tem havido quem procure justificar o comportamento antipatriótico da aristocracia portuguesa afirmando que nessa época o sentimento nacional e patriótico seria inexistente. Mas a verdade é que esse sentimento já existia nessa época em Portugal e já existia de longa data. Não se terá esse sentimento de independência começado a definir partir da auto-proclamação de Afonso Henriques como rei de Portugal? O que se verificou é que não era essa nobreza feudal, como classe, a portador desse sentimento patriótico. A história mostra que não pode formar-se uma nação como uma comunidade de indivíduos que vivem no mesmo território e que, para além de relações económicas estáveis, estão ligados por uma língua comum e pelas particularidades da mentalidade, da cultura, do modo de vida, fixadas nos seus usos, costumes e tradições, sem que, na sua raiz, estejam classes produtivas directas e as demais classes populares. Os interesses destas classes, nos graves momentos de crise nacional, identificam-se com os interesses da Pátria. O mesmo não acontece quanto as classes privilegiadas: em determinadas condições históricas, para defenderem os seus interesses e as suas posições frente à acção revolucionária das massas populares, elas sacrificam o sentimento patriótico, são capazes de comprometer a independência do seu país em troca do auxílio estrangeiro, para se manterem no poder. Na tão grave situação de 1383-85, o sentimento nacional, a solidariedade activa entre as mais largas camadas de portugueses foi reforçada, mas este facto foi devido à luta das classes, não privilegiadas contra a nobreza feudal. A própria solidariedade activa entre a grande maioria da população atesta que já havia nessa época um arreigado sentimento pátrio. São muitas as referências de Fernão Lopes a esse sentimento pátrio: «o povo meúdo» quando a aristocracia, após a morte de D. Fernando, erguia o pendão por D. Beatriz, mulher do rei de Castela, respondia com «Arraial, arraial, por Portugal». Alguns exemplos:

· Os representantes do concelho de Alenquer dirigem-se ao Mestre de Avis afirmando o seu patriotismo, «somos portugueses e todos naturais destes reinos».

· Quando o Mestre de Avis se despede, em Coina, de Nuno Álvares Pereira, que marcha para o Alentejo como fronteiro dá-lhe o apoio de algumas dezenas de escudeiros, dizendo-lhe serem «verdadeiros portugueses».

· Os homens bons de Cerveira, Caminha e Monção enviam mensagens a Nuno Alvares Pereira: declaram-se «verdadeiros portugueses» e entregam-lhe voluntariamente essas povoações.

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Eurolandia a la deriva

Joaquín Arriola

A pesar de las expectativas levantadas, la cumbre de Lisboa ha servido fundamentalmente para poner en evidencia –para aquellos que han sido capaces de bucear por debajo del ruido mediático del bombo y platillos- la ausencia de consenso entre los actuales gobiernos de la UE sobre cual pueda ser el modelo de desarrollo más adecuado para Europa. El lugar elegido simboliza una de las preocupaciones de los dirigentes comunitarios: ¿como preparar a la economía europea para competir en mejores condiciones con el socio político y sin embargo rival económico del otro lado del Atlántico, los Estados Unidos de América (EUA)?

En principio, parece existir un consenso en torno a varios puntos: la economía en Estados Unidos se comporta mejor que en Europa; las nuevas tecnologías de la información son el sector productivo estratégico para las próximas décadas; la economía europea tiene en la falta de flexibilidad del mercado de trabajo uno de sus mayores problemas. ¿Será cierto todo esto? Vamos por partes

¿Crece EUA más y mejor que la UE?

Desde los años sesenta la Comunidad Europea crecía más que la economía norteamericana. Entre 1960 y 1969, la economía de los cuatro principales países europeos (Alemania, Francia, Gran Bretaña e Italia) crecío un 1,3% más al año; entre 1970 y 1979, un 3,9% más al año; en la década de los ochenta, un 2,1% más al año… pero desde 1992, la economía norteamericana crece más que los principles países de la UE todos los años menos en 1995. Esta evolución de los años noventa contrasta con lo que venía siendo una norma, es decir, algo asumido como normal, y de ahi viene el “complejo de inferioridad” de los líderes europeos.

La economía norteamericana crece más que la de Eurolandia. Este es un dato incuestionable. Pero ese mayor crecimiento se basa en tres cosas: la venta de automoviles y electrodomésticos, la venta de ordenadores y software y el consumo de productos importados.

Los bienes duraderos (automóviles, ordenadores, electrodomésticos) estos productos, que presentan unas elevadísimas tasas de crecimiento, representan el 20% del PIB, y aportan 2,4 puntos de los 4,2 de crecimiento del PIB:

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Europa S.A.

Joaquín Arriola

Del comportamiento de los actores europeos en la guerra de Irak podemos sacar una conclusión económica: la fase de la “globalización” (o sea de la integración de los mercados internacionales bajo la hegemonía de Estados Unidos) la hemos dejado ya atrás. Acabó probablemente en 2000, con las iniciativas del gobierno norteamericano en defensa de su industria del acero, y con el fracaso del Diálogo Transatlántico, que todavía algunos lobbies empresariales se empeñan en resucitar (y que tendrá en la cumbre EEUU-UE del próximo 25 y 26 de junio en Dromoland Castle, Irlanda, una prueba de fuego).

La realidad con la que nos enfrentamos ahora es por el contrario la de una “competencia global”, un conflicto en torno al dominio del mundo entre diversos países y áreas monetarias, que refleja el apego al territorio de origen de gran parte del capital productivo, y el papel de los grandes estados en la defensa corporativa de sus propias multinacionales. En este contexto se inscribe la introducción del euro, que representa un serio desafío al predominio monetario del dólar a escala mundial (un predominio gracias al cual EE.UU. ha podido permitirse, entre 1982 y 2002, un déficit de la balanza de pagos en relación al resto del mundos de 3.204.214 millones de dólares).

En este contexto se inscribe así mismo el reciente ingreso en la Unión Europea de nuevos países procedentes de la Europa central y oriental. Solamente razones políticas y estratégicas pueden explicar la relativa rapidez con la cual se ha llevado a cabo la integración de los países ex – socialistas cuando no se encontraban en situación de responder a todos los requisitos previstos para la adhesión a la UE. La ventaja estratégica de los nuevos adheridos es evidente: el capital europeo podrá asegurarse nuevos mercados emergentes, mano de obra especializada a bajo costo además de acceder más fácilmente a un área de gran importancia estratégica en la cual se concentran enormes recursos petrolíferos y de gas que los geopolíticos denominan Eurasia. En la división del trabajo interna a la Unión Europea, a los nuevos países miembros se les asigna la función de periferia interna, en la cual se consumirán productos de alta y media tecnología fabricados en los países de Europa central y del norte, y se producirán productos maduros (que, de paso, competirán con muchas de las producciones de países como Italia o España).

Todo esto, tan ajeno por lo visto y lo escuchado, a las preocupacioines de los candidatos a diputados europeos y a sus respectivos partidos políticos, es la realidad de Europa. La Europa del euro, la Europa del Tratado Consitucional (en la cuerda floja a la vista de los resultados de las recientes elecciones), a despecho de las afirmaciones ideológicas y (quizás) de las intenciones de sus valedores, no es una “Europa social”: en ella predominan la precarización de las relaciones laborales, los ataques al salario, las privatizaciones; al tiempo que están ausentes las políticas sociales coordinadas.

No es por casualidad, sino por las hipotecas políticas que establece el consenso neoliberal, que la propuesta de dejar constancia en el tratado constituyente del compromiso de desarrollo de la Europa social al mismo nivel que la Europa de los equilibrios presupuestarios, promovida por un grupo de socialistas franceses, con Jacques Delors y Michel Rocard a la cabeza, no ha encontrado ningún eco entre los jefes de gobierno y a lo que parece, tampoco entre los socialistas hispanos. Así, el presidente Rodríguez Zapatero se ha mostrado como un verdadero europeísta, pero ha perdido la oportunidad de revelarse también como un europeísta de izquierda. En la reunión de jefes de estado que aprobó el Tratado constitucional el gobierno español no ha dicho esta boca es mía para promover nada parecido a un desarrollo del concepto de la Europa social, ni tampoco para defender el rechazo constitucional a la guerra como medio para dirimir diferencias entre países.

¿Se trata acaso de objetivos maximalistas o utópicos? Los objetivos que proponen los signatarios de la petición para el establecimiento de un verdadero tratado constituyente de la Europa social son ciertamente mínimos: unos objetivos cuantitativos vinculados a la calidad de vida y del empleo; la aplicación de la mayoría cualificada a las decisiones relativas a la harmonización fiscal; reconocer junto al principio de competencia, el principio del interés general y la utilidad de los servicios públicos; el principio de igualdad de acceso a los servicios de interés general; el encargo al Parlamento Europeo de elaborar una Carta para el Desarrollo Sostenible; el reconocimiento europeo del derecho de los pueblos la autosuficiencia alimentaria y la declaración de que la política comercial de la Unión se fundamenta en los principios de reducción de las desigualdades internacionales, la solidaridad y el desarrollo sostenible.

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El nuevo anticomunismo de la nueva derecha post-antifascista europea

Luciano Canfora

29/01/06|

"La recuperación historiográfica de una parte más o menos grande de la experiencia fascista y la consiguiente demonización martilleante de la experiencia comunista no son una operación erudita: son una operación política que pretende resultados de todo punto políticos. De lo que se trata es de destruir la noción positiva de antifascismo (concepto que asume el fascismo como mal principal), y de fundar un orden constitucional conforme a las aspiraciones de aquellos estratos que en su momento no vacilaron en avalar precisamente al fascismo como remedio"

Hace una pocas semanas, un "nuevo filósofo" francés, el exmaoísta Alain Finkielkraut, declaró, a cuenta de los disturbios vividos el pasado otoño en París, que "el antirracismo será en el siglo XXI lo que ha sido el comunismo en el siglo XX", es decir, en su opinión, una ideología totalitaria peligrosa que ha de ser combatida con todos los medios: finalmente, los inmigrantes y sus hijos "odian trabajar", y "sólo quieren dinero y ropas de marca". Pocos tomaron demasiado en serio las declaraciones de este pícaro mediático habituado, exactamente igual que sus equivalentes –"filósofos" o "historiadores"— en España y en otros países, a exhibir con dosificada astucia su nuevo extremismo oligofrénico bajo la patente de perito en legitimación de lo existente que le conceden los grandes medios de comunicación del sistema. Pero como decía Bertolt Brecht, los excesos revelan la esencia del fenómeno. En esta semana que, a propuesta del Partido Popular Europeo, se debate en el Parlamento europeo una moción de condena del "totalitarismo comunista", nos ha parecido oportuno reproducir este lúcido y analítico discurso pronunciado por el historiador Luciano Canfora en Rímini [como invitado a la tribuna de oradores durante el III Congreso del Partido de los Comunistas Italianos, celebrado en febrero de 2004] sobre el significado político del revisionismo histórico anticomunista y de la paralela reorientación de la actual derecha italiana y europea en un sentido post-antifascista.

QUERRÍA EMPEZAR recordando una verdad elemental, a saber: que la historia la escriben los vencedores. Y puesto que la larga guerra europea, y luego mundial, comenzada en 1914 y desarrollada luego en varias fases, terminó, tras varias vueltas, paces aparentes y cambios de frente, con la derrota de la Unión Soviética en 1991, es evidente que, por ahora, y por mucho tiempo aún, la historia que prevalecerá será la que escriban los enemigos de la Unión Soviética, y por ende, del antifascismo.

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Le thé au harem d’ Archiméde

Carlos M. Gutiérrez.

¿Que está pasando en Francia?

El título de este artículo, que hace referencia al de una interesante película francesa de 1984, dirigida y escrita, con tono autobiográfico, por el francés nacido en Argelia Mehdi Charef, trata de apuntar y describir la clave de los acontecimientos que están sucediendo en los últimos días en Francia.

Las conmovedoras y duras imágenes del film nos muestran la historia de dos adolescentes, uno un inmigrante de origen magrebí y el otro de origen francés, que viven y luchan en esos auténticos ghettos de marginalidad y exclusión que fueron levantados en los años sesenta-hasta un total de 750 en toda Francia-, y que algunos llaman cités, y que han sido rebautizados, de modo ciertamente eufemístico, como "zonas urbanas sensibles".

En el pasaje más impactante de la ya antigua película se nos muestra la impotencia y la rabia del muchacho inmigrante al recibir toda la burla e incomprensión de sus compañeros de clase y de su propio maestro. El chico es interpelado por su profesor a escribir en la pizarra el Teorema de Arquímedes (Le théoréme d¨Archimede). Con mano temblorosa e insegura, el joven magrebí traza sobre el tablero la frase: "Le thé au harem d’ Archimede (El té en el harén de Arquímedes). Todo un signo de falta de integración cultural y fracaso del sistema educativo, y una clara muestra de cómo el repliegue en las propias señas culturales sirve como barrera y como defensa ante un entorno que se percibe como hostil y extraño.

En un momento en el que la prensa europea está usando parecidos métodos de descalificación a los que estamos habituados por estos pagos: vándalos, delincuentes, traficantes de drogas o radicales islámicos, no está de más recordar que éste fenómeno, la exclusión y la represión de los inmigrantes, pobres, por supuesto, no es nuevo en Francia ni en el resto de Europa. Las imágenes que nos han llegado por medio de la televisión en los últimos días nos mostraban como abigarrados policías, armados hasta los dientes, efectuaban auténticas razzias en las que se apuntaba directamente contra pacíficos vecinos que estaban en sus portales, ¿en este caso está "en suspenso" el sacrosanto derecho a la propiedad privada?, ¿para los pobres no rige el derecho de inviolabilidad del domicilio?. Las imágenes eran muy claras para todo el que tenga ojos y quiera ver, los elementos que determinaban hacia donde apuntaban los agentes sus armas eran muy claros: el color de la piel y la posición en la escala social.

Cualquiera que simplemente tenga un mínimo de sensibilidad, verá claro, también, el paralelismo entre estas incursiones punitivas de los cuerpos de seguridad franceses, fuertemente penetrados de elementos fascistas y racistas, como en los casos italiano y español, y las que, hace bastante más tiempo, efectuaban las SS en los numerosos ghettos, fundamentalmente de Europa Oriental, a la caza de judíos, o también, a las más recientes expediciones de castigo que continúa llevando a cabo el ejercito israelí contra el pueblo palestino. En el caso de los ghettos de los años 40 y en el más actual del pueblo palestino existen muros en el sentido físico de la expresión, en la Francia y en la Europa actuales esos muros son seguramente, al menos, igual de infranqueables, aunque su visibilidad sea menor. Unos muros que se basan en la exclusión social y cultural, en una polarización social cada vez más acusada y en un moderno modo de exclusión espacial a través de la privatización y la precarización del transporte urbano y de la construcción de diversas barreras arquitectónicas.

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El comunismo condenado

Carlos Taibo

La Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa ha sido en las últimas semanas el escenario de agrias disputas sobre si convenía o no formalizar una condena de los regímenes llamados ‘comunistas’. Vaya por delante que todo me invita a concluir que hay razones sobradas para repudiar esos regímenes, protagonistas en el pasado de crímenes execrables, tanto en la URSS -y me ciño ahora al teatro europeo– como en sus satélites de la Europa central y balcánica. Agregaré, para dejar las cosas aún más claras, que me preocupan poco las discusiones relativas a si unos regímenes fueron más benignos que otros. Los crímenes deben ser condenados sean cuales sean los condicionantes comparativos que uno quiera invocar.

Aclarado lo anterior, hay que poner los puntos sobre las íes, sin embargo, en lo que se refiere a la presumible intención política y, en su caso, a la terminología comúnmente empleada por quienes están detrás de la iniciativa que nos ocupa. La tarea correspondiente reclama, como poco, cuatro precisiones que afectan a otras tantas cuestiones importantes.

La primera de ellas subraya lo que entre nosotros parece evidente: no puede colocarse en el mismo saco a los regímenes objeto de nuestro interés, por un lado, y a los partidos comunistas occidentales, por el otro. Fueren cuales fueren las dobleces de estos últimos –y las hubo, y muchas- parece fuera de discusión que configuraron instancias decisivas en la lucha contra los fascismos de entreguerras y en el derrocamiento de dictaduras de muy diverso corte.

No está de más recordar, por añadidura, que muchos de los militantes de esos partidos se dejaron la vida en ese empeño. Tampoco parece fuera de lugar la mención de que muchos comunistas disidentes se opusieron con coraje a los propios sistemas de tipo soviético.

Vaya una segunda consideración: mi percepción de siempre ha sido la que sugiere que es un craso e interesado error seguir etiquetando de ‘comunistas’ a lo que acabo de llamar, de manera más neutra, sistemas de tipo soviético. Y ello es así, en primer y marginal lugar, porque, aunque a menudo se olvide, esos sistemas rechazaron para sí la marca correspondiente: las más de las veces argüían que el comunismo era un objetivo final que se antojaba lejano. Mayor relieve tiene el hecho de que existen distancias alarmantes entre lo que una plétora de pensadores del XIX, con Marx a la cabeza, entendió que era el comunismo y la presunta concreción de éste en la Europa oriental del siglo siguiente. No nos engañemos mucho al respecto: si la idea comunista es muy anterior a los sistemas de tipo soviético -si así se quiere, es uno de los vectores siempre presentes en el pensamiento político occidental-, lo suyo es que convengamos que sobrevivirá también a esos sistemas, de la mano, acaso, de una crítica radical de lo que fueron.

Recelemos, en tercer lugar, de una palabra que aparece por doquier en estas discusiones:

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El racismo de Estado en Francia

Alain Vidal

De las leyes antiárabes a las leyes antijudías

El racismo de estado, de Jules Ferry al mariscal Petain.

El 28 de junio de 1881, Francia instituía oficialmente el racismo de Estado. Bajo la autoridad de Jules Ferry, entonces jefe de Gobierno, fue promulgado el Código del indigenismo. En aquella época, Argelia, formaba parte integrante del territorio de Francia, todos sus habitantes eran franceses. Con este Código, más de dos millones de franceses quedaron relegados "legalmente" al estatuto de sub-hombres.

Los Árabes de los tres departamentos de Argelia serán sometidos a una legislación racial. Reina desde ese momento, un estado de excepción permanente. Este Código transformó arbitrariamente al árabe, en un siervo de la gleba imponiéndole tallas y corvéas. En esa época, políticos y eminentes juristas, se elevaron contra ese "monumento de monstruosidad jurídica », pero fue en vano.

Con Jules Ferry triunfa « un principio jerárquico y racial que destruye el propio concepto de humanidad y de universalismo » proclamado en 1789. Es, sin reconocerlo, una puesta en cuestión radical de las ideas de la Revolución consideradas por los republicanos moderados como peligrosas para los intereses de la burguesía para el poder, peligrosas para la grandeza ( la "grandeur") de Francia. Digno heredero del Código Negro promulgado bajo Colbert, el Código del indigenismo hace regla de la excepción, con el fin de mantener un estado permanente de miedo en una población presuntamente culpable de todos delitos presentes y futuros. Delitos y penas instituidos son competencia directa de la administración, al margen de cualquier injerencia judicial.

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